AQUELLA NOCHE DE JUEGOS INFANTILES Carlomagno Rojas Rodríguez
Aquellas noches iluminadas por la luna -en épocas de vacacionesinvitaban a los chiquillos de mi barrio a proponer juegos hasta horas avanzadas. Uno que nos gustaba mucho era “Ladrones y policías”. El grupo se dividía entonces en los dos bandos y consistía en que los 'ladrones' se escondían y los 'policías' trataban de encontrarlos y detenerlos, dándoles tres palmadas consecutivas en la espalda y diciendo a la vez “uno, dos, tres, punto”. Las “capturas” no eran tan fáciles pues para ello tenían que atraparlo físicamente y el ladrón se resistía hasta donde las fuerzas y habilidades se lo permitieran, revolcándose si era necesario con el fin de ocultar la espalda, área vulnerable según las reglas del juego. Una vez que el ladrón era detenido, quedaba en una cárcel virtual sin poder moverse, hasta que las 'fuerzas del orden' lograran atrapar a la totalidad de los “malos”. Los escondites, en aquellos tiempos, eran muy variados. Había matorrales, cuevas, orillas de quebradas, zanjas, alcantarillas, árboles diversos y otros sitios donde la búsqueda se dificultaba. Una noche de esas se me ocurrió burlar a los ‘atrapadores’ y jugarles
una mala pasada. Pensé que si daba una gran vuelta, podía irme a la casa a dormir y dejar a los policías en la tarea de mi búsqueda hasta que el cansancio los venciera. Me fui a 'esconder' pero mi plan era otro: saltar en un punto angosto la quebrada que alimentaba la planta eléctrica del aserradero donde trabajaba mi padre, llegar a la parte trasera de la fábrica de mosaicos y bloques de don Juan José Blanco y salir por el frente tranquilamente enrumbado hacia mi casa. Brinqué la acequia con éxito y caminé detrás del viejo galerón de don Juan José. En ese momento se encendió un foco dentro de la fábrica y una voz preguntó a gritos que quién andaba ahí. Me asusté mucho y me escondí en una esquina trasera, debajo de una pila de concreto allí instalada. Con la débil luz de la luna vi la sombra del guarda que salió a verificar la causa de los ruidos que yo había provocado. Me escondí de cuclillas en el pequeño espacio que había encontrado. Mi susto fue mayor cuando advertí que el vigilante avanzaba hacia mi refugio y metí más mi pequeño cuerpo hacia el fondo. Se paró frente a mí y pude ver que en su mano tenía un revólver. Yo temblaba de pánico y estuve a punto de pedir clemencia y tratar de explicar el motivo de mi permanencia furtiva en ese lugar pero a la vez pensé que tal vez no me daría tiempo