334
REVISTA DE FERIA 2000
[]
Por Casimiro Rivas Cordero
Juan Luis Galiardo y un centenario que no podemos olvidar.
Ahora que está de moda celebrar cualquier a n i v e r s a r i o , sigo pensando que cien años sí es algo que merece la pena festejar, aparte que –¡qué caramba!–, es una cifra redonda, llena,
contundente,
aunque
últimamente
esté perdiendo algo de su prestigio por el aquél del «todo a cien». Es por lo que prefiero agarrarme al
término
«secular»,
pese a que también esto suene un poco raro o a cosa de curas, si bien para esta ocasión no importa, pues se trata de algo relacionado con el clero, aunque mirándolo
Juan Luis Galiardo interpretando al «Capitán Leonello» junto a María Cuadra en el papel de «Rosina».
despacio, creo que el motivo de la celebración debe ser más nuestro que de ellos, pues realmente son nuestros frailes de San Hermenegildo los que deben recibir el homenaje de gratitud que tantos y tantos les debemos. Ignoro si se está elaborando un programa para conmemorar la efemérides; no tengo idea de los actos que se puedan ocurrir y sea posible realizar, pero antes de seguir con mis divagaciones, ya adelanto una propuesta como nazareno, como 334
REVISTA DE FERIA 2000
335
antiguo alumno y como bien nacido: ¿Por qué no se le otorga al Colegio la medalla del Municipio? Estoy seguro que muchos serían los que apoyaran este deseo –al menos así se han manifestado algunos a los que se lo he comentado– y creo que sería un merecido reconocimiento de Dos Hermanas, pues si un pueblo es lo que son sus gentes, buena parte de lo positivo que tenga el nuestro, se debe a la forja de la que salieron –y siguen saliendo– «personas», que no es poco, y personas que nos aportaron grandes profesionales de todos los campos, no exclusivamente expertos en la actividad elegida, sino impregnados de un profundo espíritu humanista y cristiano, pues haber pertenecido a este centro supuso bastante más que el paso por sus aulas. Y durante decenios, aparte la industria aceitunera, San Hermenegildo fue el gran difusor del nombre de nuestro pueblo, no sólo en España, sino en diversos lugares del extranjero, al acoger su internado muchachos de todas las procedencias. Muchos habrán desaparecido ya. Otros, ancianos, y no pocos, militando en las filas de ese estadio extraño que llaman «edad madura», en el que yo mismo me encuentro, que seguimos recordando con inmenso cariño, gratitud y añoranza esa importante etapa de nuestras vidas. En la mía, sin duda alguna, fueron los ocho años más importantes, los que van de mis ocho a dieciséis, esos que abarcan infancia consciente y esperanzada adolescencia. Ocho cursos llenos de experiencias y enseñanzas que conformaron mi personalidad, pues si lo más importante de ella lo debo a mi familia, allí se produjo la reafirmación de lo que por genes solamente intuía; allí se pulieron y completaron mis vocaciones; me proporcionaron conocimientos y cómo saber aplicarlos, ayudando a potenciar mi discernimiento. No fue a mí solo; yo no era, ni nunca he sido, excepcional en nada, por lo que el mismo proceso nos marcó a todos y a cada uno le dejaría su huella imborrable algún fraile, algún profesor, o varios, vete a saber, aunque para mí, que a toda aquella generación nos modeló –hábil alfarero– el padre José Luis, tan polifacético, que lo mismo se llevaba de calle a los amantes del deporte, la literatura o el pensamiento, sin dejar de ser en ningún momento un gran religioso Un cura polémico, es cierto, pues cometió el desatino de adelantarse al menos diez años a los cambios conciliares. Con frecuencia recuerdo lo que un querido compañero, ya desaparecido, Paco Pino, me decía la última vez que hablamos, próximo su fin: «¿Te das cuenta lo que nos marcó el cura?» No hacía falta ponerle nombre; ya sabíamos de quien se 335
336
REVISTA DE FERIA 2000
trataba. Y es de justicia decir que no lo hizo solamente
él.
Fueron
todos: el P. Llopis, P. Eugenio Aristu, P. Jaime, P.
Carlos,
Palmero,
P.
P.
Jesús
Juan,
P.
Nicanor, P. Fernando… Los
profesores
licenciados, D. Manuel Luna, D. Antonio Prieto, D. Alfredo Troncoso, los
El equipo de atletismo de «San Hermenegildo» ganó el Campeonato Provincial: En el centro de la primera fila Juan Luis Galiardo y, al fondo el mítico P. José Luis.
inolvidables D. Rafael y D. Daniel… Todo un mundo de recuerdos que no precisan ningún estímulo para revivirlos de forma vigorosa, casi sonora… Y si alguien dijo una vez que a las mujeres les encantaba hablar de sus embarazos y sus operaciones, mientras que los hombres nos volvíamos locos con los recuerdos de la mili, tal vez se le olvidaría que el lugar común preferido por ambos sexos eran los días del colegio. Por eso tampoco le puede extrañar a nadie que el reencuentro después de muchos años con cualquier compañero de entonces, suponga el gozo de adentrarse de nuevo por trillados y compartidos caminos … con otras personas diferentes que poco tienen hoy que ver con las que conservamos en nuestra memoria, y puede que en alguna amarillenta fotografía. Es por eso por lo que me tentaba mucho encontrarme con Juan Luis Galiardo y no sólo por su condición de antiguo compañero, sino por haber llegado alto en un campo –el de la escena– tan querido por mí. Ya en el colegio tenía madera de triunfador. Pertenecía al grupo de privilegiados que habitaban en un dorado olimpo que yo tanto admiraba, pues todos aquellos eran académicamente brillantes; atletas consumados, maestros en unos deportes prácticamente desconocidos por aquí, cuando todavía creíamos que el fútbol no es que fuera el rey, es que no existía otro. Y por si fuera poco, formaban parte del más allegado círculo del P. José Luis, lo que, ciertamente, no suponía muchas ventajas, sino más bien duras exigencias. Dudé si ir a saludarle a su camerino. En realidad había pasado mucho tiempo y éramos dos auténticos desconocidos, aunque tenía la certeza de que no había 336
337
REVISTA DE FERIA 2000
olvidado el colegio, y me constaba que en ocasiones lo visitaba. Aún así, sentía el temor de tropezarme con un displicente y apresurado saludo barnizado de forzada amabilidad, o bien, el aire suficiente de quien se sabe en un lugar de la cumbre, o peor aún, pero probable: que ni siquiera me recordara, ya que un par de años o tres de diferencia en aquella edad suponen una distancia considerable, como él mismo me confirmó –y creo que con algo de tomadura de pelo– cuando me decía: «¡Es que tú eres mucho más joven…!» Ninguno de mis recelos tenían fundamento. Fue un encuentro cordial, cargado de rápidas preguntas: primero, por su amigo y «rival» José Vaquero; si todavía existía el bar del padre de Luis Alcántara, del que no había olvidado sus sabrosos bocadillos… En sus atropellados comentarios, el mismo ímpetu que recordaba en él, casi imposibilitaban mis intentos de intervenir. Fueron unos minutos de auténtico pugilato de comentarios y atropellados «¿te acuerdas?» que a los dos nos salían. Vuelve a preguntar por Vaquero, y aclara lo de su rivalidad, y es que nuestro paisano y Galiardo eran los dos alumnos más brillantes de su curso, casi contrincantes. Finalmente, el de aquí tiraría por letras, (hizo Derecho) y el de San Roque, siguiendo la tradición familiar, se decanta por la ingeniería, sin sospechar que lo suyo iba a ser algo muy diferente, y que en poco tiempo su nombre figuraría en los mismos afiches que Charlton Heston, y no es exagerar, ya que puedo recordar dos grandes coproducciones con el conocido actor norteamericano. Muchas, muchas películas de aquellas de pantalones acampanados, largas patillas, y una apostura que proporciona firmeza al pisar para quien la posee. Más tarde llegaría la televisión, donde cosecharía importantes éxitos. De lo más antiguo que recuerdo en este medio, el bizarro capitán Leonello de «La canción del olvido», aquella primera zarzuela de la magnífica serie que realizó TVE en los años sesenta.
Juan Luis Galiardo recoge el Trofeo del Campeonato de Baloncesto de manos del P. José Luis… con su amigo Ramón Noriega.
337
338
REVISTA DE FERIA 2000
Podríamos haber estado toda la noche hablando, aunque intuí que a Juan Luis, sin rechazarlo, no le interesaba especialmente hablar de esas cosas. Quedamos de acuerdo en vernos a los pocos días para continuar la conversación. El encuentro fue en el mismo hotel en que se alojaba, y aquello resultó verdaderamente diferente a lo que había imaginado, pues de un personaje así te esperas, casi sin pensarlo, y tal vez influenciado por la imagen que de los actores nos dan las revistas de colorines y las chorradas de la radio y la televisión, una personalidad vacía, intranscendente, superficial, o como contrapartida, una pedante pseudointelectualidad. A pesar de su locuacidad, lo seguía sin esfuerzo. Todo lo que exponía me resultaba muy familiar; me sentía cómodo, y pese a las diferencias, tuve el convencimiento de que los dos habíamos bebido de la misma fuente. En nuestra vida habíamos, seguro que trabajosamente los dos, abierto nuestros propios cauces, pero ambos nacimos del mismo manantial y, aparte contaminaciones, todavía conservábamos bastante de aquella pureza inicial. Por un momento se me ocurrió que estábamos realizando ya un espontáneo y hermoso homenaje a «nuestro Colegio». Modesto, pero tan hondo y sincero, que podría constituir una especie de prólogo de todos los que se le fueran a tributar. La conversación fue ágil, fluida, pero densa, trascendente. Impetuosamente saltaba del amor a la muerte, de ésta a la vida, y por encima de todo, Dios. Un Dios que desde su llegada a San Hermenegildo, quedó despojado de unos lejanos, blandos y trasnochados conceptos, permaneciendo, sin embargo, distanciado de aberrantes tendencias «… Un Dios más libre que no me obliga ni prohíbe tanto, pero que me crea una gran responsabilidad…» «El P. José Luis, me hizo conocer
El P. Antonio Llopis, director del Colegio, y D. Vicente Genovés, director del Instituto Murillo, entregan la Copa de vencedor de Atletismo a Juan L. Galiardo… campeón también de Matemáticas y Ciencia.
338
REVISTA DE FERIA 2000
339
una mirada distinta de Dios. No era la terrible y vengativa con que me habían atemorizado hasta entonces…. Lo evidencié después: era la mirada de un Padre que me quería con amor de madre» Esos sentimientos me dejaron asombrado, y mucho más, imaginar cómo se aceptarían en un mundo que yo aventuraba tan ajeno a todo esto. «No me lo planteo. Creo que debo decirlo, y que puedo hacerlo, sobre todo, porque mi vida no ha sido la de un beato. Pienso que venir de vuelta de muchas cosas puede dar más credibilidad a lo que digo» … «No, no; no creas que ha sido tan difícil mi vida. Lo pasé peor en el Colegio; sobre todo al principio. Me angustiaban, sobre todo, los cerrojos y las rejas de nuestras habitaciones; aquellas luces mortecinas que parecían acentuar aún más la oscuridad de las noches de San Hermenegildo. Llegué allí a los trece años, y muchas noches me dormía llorando, aplastado por un terrible peso de culpabilidad. ¡Yo estaba allí porque era malo, realmente malo! Porque, efectivamente, yo «tenía» que serlo; yo tenía que demostrar, y demostrarme a mí mismo que mi madre no estaba enferma, que no le pasaba nada. Me negaba a aceptar que una terrible enfermedad estaba acabando con ella… Esos son mis peores recuerdos del colegio. ¿El mejor? La mirada de mi madre en una de aquellas competiciones deportivas de final de curso… ¿El balance de lo que me dejaron esos años? Es ahora cuando lo estoy descubriendo, cuando soy consciente de todo lo que me aportó». Momentáneamente pareció perderse entre aquellos contrapuestos recuerdos, mientras apuraba el negro café que hacía rato había dejado de humear. Juguetea con la cucharilla. Decido no preguntar. Tengo la impresión de que también él se encuentra a gusto. Yo me sentía seguro, pese a no estarlo tanto con respecto a lo que debíamos hablar. Lo hicimos sobre la obra que tiene en cartel, «Las últimas lunas». Tradicionalmente el actor –y no digamos la actriz– ha rehuido hacer papeles de «mayor», máxime, si todavía tiene edad y prestancia para encarnar airosamente un tipo incluso con menos edad edad que la propia. Sin embargo, se había enamorado de la obra, de su papel, casi un monólogo, en el que, sencillamente, Juan Luis está magnífico. Es una obra de calidad, bien construida, dónde se dicen cosas serias, importantes… y duras. Palpable demostración de que cuando se saben hacer bien las cosas, y me refiero tanto al texto de Furio Bordón, como a sus interpretes, la gente lo aprecia y valora, como así lo demostró nuestro público con sus aplausos. – Esta obra me está ayudando bastante… Tanto como mi visita del domingo 339
REVISTA DE FERIA 2000
340
pasado a San Hermenegildo. Las horas que estuve allí me han ayudado a ponerme en paz con muchas cosas… Le respeto una larga pausa. Por primera vez su tono es más reflexivo, más grave, como si fuera eligiendo las palabras. – ¿Sabes que hace poco estuve a punto de dejarlo todo? Pero estoy seguro que Dios nos pide cosas distintas en cada momento de nuestras vidas… Creo que me está pidiendo que dé este testimonio, que le ofrezca a la sociedad algo diferente a lo que pide, porque en el fondo, sin saberlo siquiera, está necesitando otra cosa. A partir de ahí entramos en una larga reflexión, sobre si abandonarse así a la Suprema Voluntad podía suponer comodidad, claudicación, fatalismo… Vuelve a recuperar su tono apasionado. – No, no; de ninguna manera; el destino de cada hombre es luchar, luchar siempre, poniendo en ello el alma. Pero una vez hecho todo lo que había que hacer, hay que saber escuchar su última palabra… ¡y aceptarla! . Ahí está el secreto, si no de la felicidad, al menos de la paz interior. Yo lo sé bien, pues muchas veces me rebelé contra Él, y llegué a comprender que la raíz de la infelicidad está en no aceptar su voluntad, lo mismo que en esa fortísima y generalizada inercia de vivir aferrándose al propio ego. Desde hace algún tiempo trato –y voy consiguiendo– despegarme de él, de mi yo… Me interesaba tanto todo aquello, que ni se me ocurre interrumpirle; cuando lo hago es para decirle que eso no podía entenderlo, que no concibo al artista sin ese ego que supongo necesario para engendrar siquiera una pequeña dosis de vanidad, algo a mi juicio imprescindible en la personalidad de cualquier artista. – La vanidad se da siempre si lo que haces es solo una reafirmación de tu yo; pero se puede vencer; y lo habrás conseguido en ese momento en que lo que tienes, lo que puedas valer, lo ofreces en función de un ideal: el de llevarle algo a los demás. Me explica atropelladamente que consume una gran parte de su tiempo en luchar por la reivindicación de los derechos de los artistas. Así, participó como miembro fundador, en la creación de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, en la EGEDA, Federación de Productores, la CONSEJER, que 340
REVISTA DE FERIA 2000
341
vela por los derechos de los productores de España, fue uno de los organizadores del AUDIOVISUAL 93… Acabo perdiéndome, aturdido, por ese intrincado mundo de siglas, asociaciones, actividades. Mientras intento tomar unas notas, él también parece abandonarse en un maravilloso mundo de recuerdos, de gloriosas tardes deportivas compartidas con entrañables amigos: Noriega, González Green… Se sumerge en un laberinto de tediosas tardes de estudio, de agotadoras horas de clase que se van poblando de rostros casi olvidados… Puede que de fondo, el sonsonete monótono y adormilado de avemarias en la bellísima capilla del Colegio, posible refugio de momentos muy dolorosos. Y en medio de todo aquello, sobresaliendo, brillando con luz propia, el padre José Luis… Tiene ahora la misma mirada soñadora, que cuando en la noche del estreno de su obra aquí, dedicó los calurosos aplausos del público, al recuerdo del Colegio San Hermenegildo y del querido fraile al que guarda un lugar preferente en su corazón… Si en ese momento me hubiese marchado, es posible que ni siquiera se hubiera dado cuenta. El reloj, implacable, le devuelve a la realidad. Tenía el tiempo escaso para llegar al teatro. – Oye, esto no se ha terminado ¿eh? Tenemos que vernos de nuevo. Seguiremos hablando en el Colegio. En ese momento, volví a verlo y me vi a mí mismo; pasaban ante mí las filas de externos e internos; frailes y profesores. Todos en un espacio sin tiempo; en un tiempo de San Hermenegildo.
341