Macbeth y los sueños por Alberto Colombi
Macbeth y los sueños
[En Macbeth] Shakespeare ha concentrado su atención en las regiones más oscuras del ser del hombre, en fenómenos que parecen mostrarlo a merced de fuerzas secretas que lo acechan, independientes de su conciencia y su voluntad. A. C. Bradley, Shakespearean Tragedy, Lecture ix, Macbeth (1904).
! Macbeth en Dunsinane (1818) por John Martin
Quizá le debamos a Jorge Luis Borges la observación más sencilla y certera sobre Macbeth: es “una de las más intensas creaciones de la literatura”. Es que para la última y más breve de sus grandes tragedias, Shakespeare ideó una historia y una estructura de gran precisión y sugestión, sin duda afines al autor de El jardín de senderos que se bifurcan. Un puñado de imágenes e ideas atraviesan toda la obra, creando una trama apretada de varias capas y facetas que sucesivamente se muestran, que nos perturban de tan vívidas, y que finalmente se disuelven hasta abandonarnos. Las impresiones que persisten son diversas: el rastro de la oscuridad y de la sangre, las bruscas destemplanzas de una imaginación prodigiosa y destructiva, la ambición más descarnada, la tiranía sin freno, y el intolerable tormento –ya sea por la ausencia, o por la presencia abrumadora– del sueño y de los sueños. Las brujas, que para Borges también son las Parcas, abren la obra, anunciando su encuentro inminente con el protagonista… Un poco más adelante expresan su carácter áspero e iracundo: en una escena ligeramente obscena, las hermanas fatídicas se ensañan con una vieja que no quiere compartir con ellas ni sus avellanas ni al capitán de un barco que resulta ser su marido… La maldición impuesta a éste es que no pueda dormir “ni de día ni de noche”, durante “nueve veces nueve semanas”, mientras ellas gozan con él hasta dejarlo “seco como el heno”. Este castigo, entre desmedido y humorístico, es la primera muestra en la obra de esa ausencia persistente del sueño que llamamos insomnio. Poco después vemos cómo Macbeth, secundado por Banquo, ha defendido victoriosamente al rey escocés, Duncan, de invasores extranjeros y de traidores allegados. Las brujas profetizan para Macbeth días de poder: no sólo le auguran que seguirá siendo señor de Glamis, sino que llegará a ser señor de Cawdor, e incluso rey. Para su compañero de armas, Banquo, la profecía es indirecta pero no menos extraordinaria: sus hijos serán reyes... Ese detalle incierto y sin sustento, sin embargo, turba hondamente el espíritu de Banquo. Agobiado y exhausto como está, durante la noche en que Macbeth hospeda al rey en su castillo, Banquo prefiere no dormir, al no poder refrenar en él “los pensamientos abominables a los que cede nuestra naturaleza en el reposo”. Es que Banquo ya
habrá soñado con las brujas, y con sus profecías –y acaso con lo que se ve a sí mismo capaz de hacer para ayudar a cumplir antes de tiempo esas profecías. Macbeth ya ha sido nombrado por el rey señor de Cawdor, y no puede esperar mucho más para ser él mismo rey… Su esposa lo conoce bien: conoce sus deseos de ser grande, y también su renuencia a tomar el atajo que lo conduzca más rápidamente a la corona. Pero la ambición de ambos por el poder puede más… Aunque Macbeth vacila por un momento y se cierra en sí mismo, Lady Macbeth tiene la llave precisa en sus palabras, y es la espuela que su esposo necesita para alcanzar la gloria efímera y la condenación eterna al mismo tiempo. El reino y el infierno están al alcance de las manos de Macbeth –con sólo matar al rey… Cuando está por hacerlo, justo antes que su daga lo haga pasar a Duncan del sueño del día al sueño de la muerte, Macbeth debe vérselas primero con los dos centinelas que deberían cuidar de él. Ambos duermen ebrios y drogados, pero Macbeth debe encargarse de que duerman para siempre… Shakespeare nos revela aquí que el sueño de estos hombres, de los que no sabemos ni sus nombres, también está alterado. Uno ríe dormido; el otro grita en sueños… No sabemos si prevén su propia ejecución o la del rey… Por un momento rezan entre el sueño y la vigilia, y desconocemos si se disponen de nuevo a dormir, o a morir… Todo este episodio, al igual que el asesinato del rey, transcurre en las sombras fuera de escena, y en una atmósfera confusa y alucinatoria propia de las pesadillas. Cuando los esposos se reúnen inmediatamente después de cometer el crimen, este tono continúa y se acentúa… Macbeth cree escuchar una voz –que a la vez lo castiga y lo maldice. “No dormirás más”, dice la voz en su cabeza, “Macbeth ha asesinado el sueño”. Como una idea fija, la voz repite ahora su implacable sentencia para Glamis, Cawdor y Macbeth. Es que éste deberá sufrir la falta de sueño enteramente, hasta sus últimas y extremas consecuencias, en sus tres personas… Shakespeare emplea un procedimiento similar en sus Sonetos. Cuando el poeta debe cargar con todo el sufrimiento que encierra el triángulo amoroso en el que se ve envuelto, Shakespeare pone en su pluma: “De él, de mí mismo, y de ti me siento abandonado: un triple tormento que de este modo debo soportar”. En el verso original, el dolor tres veces sufrido se refleja, visual y acústicamente,
en la aliteración que a continuación subrayamos: a torment thrice threefold thus to be crossed 1… Con sus dagas y sus manos aún manchadas de sangre, con el riesgo inminente de ser así descubierto, con Duncan ya muerto o muriéndose bajo su propio techo, Macbeth dispone de su tiempo para meditar sobre el sueño: “el sueño inocente, el sueño que teje con la enredada madeja de las preocupaciones; muerte de la vida de cada día, baño reparador de las fatigas, bálsamo de las almas lastimadas” –y así sigue… Me parece reconocer aquí que Macbeth contrasta la inocencia con la que nos entregamos al dormir, con su culpa sin atenuante y sin medida. El sueño, como un nuevo orden nocturno de los desórdenes del día, representa, creo, una idea más propia del psicoanálisis que de la literatura. La muerte de la vida de cada día, donde absolutamente todo termina hasta la jornada siguiente, se contrapone acaso al “ser o no ser” de Hamlet: donde la muerte es un sueño (o una pesadilla) después de la vida, que puede durar todos los días y toda la eternidad… El sueño repara, cura, reconstruye, da una segunda oportunidad, perdona: de todo esto, se da cuenta Macbeth al escuchar su propia voz, se verá privado de ahora en adelante. Macbeth ya tiene su corona –pero junto con su reino lo esperan cargas aún más pesadas. No sólo se trata de la culpa y el remordimiento inmediatos que lo asedian… Es que no alcanza con haber asesinado a Duncan: ahora Banquo, devenido por las profecías en padre de futuros y lejanos reyes, se convierte para Macbeth en un peligro inminente –que hay que eliminar… Llegado este punto alcanzo a reconocer cierta correlación entre Ricardo II y Macbeth: aquél, una vez depuesto, no puede liberarse del dolor que llevaba consigo su título perdido (“Puedes deponerme de mi estado y de mis glorias, pero no de mis penas: sigo siendo rey de todas ellas”, dice al usurpador que lo destrona); Macbeth, con sólo ser ungido rey, no puede liberarse de sus faltas, ni dejar de sentir que es un asesino, ni hallar consuelo alguno –muy por el contrario, sabe de algún modo que debe seguir cargando con más muertes, sin perdón, ni reposo, ni bálsamo que lo alivie… Así lo expresa él mismo: “Que las cosas salten de sus quicios, que perezcan ambos mundos, antes que seguir comiendo con temor, y dormir en la aflicción de estos sueños terribles que nos agitan cada noche”. Nada le importa a 1
Willian Shakespeare, Soneto 133, 8.
este hombre, ni en esta vida ni en la otra, ni que todo se derrumbe alrededor de él: lo único que espera es un poco de descanso para su alma y su cuerpo condenados… Preferiría ser él mismo el rey que asesinó, pues él sí descansa en paz: antes que pasar por el suplicio que sufre cada noche. La imagen que nos presenta es la del lecho como un potro de tortura: lo que sabemos es que el sueño no lo asiste; lo que no sabemos es si es por defecto o por profusos excesos –si es que el sueño nunca llega, o una multitud de sueños lo abruma. No hay veneno o acero que pueda herir a Duncan en su tumba; como no hay sueño que pueda rescatar a Macbeth: de esa tortura de la mente que significa estar tendido en una cama, con los ojos abiertos a la más profunda oscuridad, “en un delirio sin descanso y que no cesa”2. Este tormento se filtra lentamente en la vigilia… El tirano ya no confía en nadie; más bien sospecha de todos. Dentro de poco, las alucinaciones se animarán a visitarlo. También el apoyo de su amor parece haberlo abandonado: su compañera seguirá siendo compañera hasta el final –pero perdida, lejos de él, en sus propias sombras. Si al menos pudiera dormir en paz y descansar un poco… “¡Oh, mi mente está llena de escorpiones, querida esposa!...” ¡Cuánto horror y cuánta economía encierra este breve verso y esta imagen terrible!... El diario horror de la realidad supera el horror de cualquier ficción; aunque para desmentirlo el propio Macbeth anunció hace un tiempo: “Los temores reales son menos horribles que los que imaginamos”… Pero la economía de una línea como la que señalábamos, creo que sólo es superada por otra de James Joyce en su Ulysses. Allí el protagonista recuerda una escena de amor y juventud, y la superpone, como en una doble exposición, a su imagen actual y real. Y todo lo que tiene para decirnos, comparándolas y comparándose, es: Me. And me now. “Yo. Y yo ahora”. Creo que no hay abismo más grande que pueda expresarse y abrirse en el tiempo y en la vida (aunque sea literaria) de una misma persona. Volvemos a la obra y al tema que nos ocupa. Banquo ha sido eliminado. Su cabeza ensangrentada se presenta ante Macbeth entre la gente: para recordarle sobre todo que debe seguir asesinando. Su delirio se ve expuesto a la vista de todos los asistentes a un banquete en el castillo. Sus súbditos al fin reconocen y 2
Esta traducción intenta reflejar el doble sentido de restless en: on the torture of the mind to lie in restless ecstasy, Macbeth, 3.2.21-22.
confirman, ahora ya sin dudas, quién es su verdadero rey. Lady Macbeth es quien puede ver esto con mayor claridad: como testigo y cómplice de toda la escena, puede reconocer que éste es el momento en que esa escena se derrumba. Y para anunciarlo cuando queda a solas con su esposo, también se reserva una sola línea, pero es suficiente: You lack the season of all natures: sleep. “Te falta lo que preserva a todas las naturalezas: el sueño”, le dice. Ésta es sólo una traducción aproximada. Mientras que nature hace referencia, como casi siempre en Shakespeare, a un sentido específico: el de la naturaleza humana, el significado de season es algo más amplio. El sueño que todos necesitamos y no puede faltar (como en el caso de Macbeth), adereza y condimenta, es “la sal de la vida”, y con ese sentido además la preserva… Este momento también es especial para Macbeth: es el momento de reconocimiento de sí mismo para el héroe; los antiguos griegos lo llamaban anagnórisis: “Tan hundido en un río de sangre estoy que, si me detuviera ahora, volver sería más difícil que cruzarlo...” A partir de aquí Macbeth sigue atravesando el río, pero ya sin su compañera, y, acaso muy íntimamente, casi sin esperanzas verdaderas de alcanzar la otra orilla. Hasta aquí, en esta reseña, hemos visto cómo el sueño trastornó a varios personajes en la obra. Los ejemplos más tempranos anticipan los de mayor peso y relevancia: así acompañamos al capitán del barco, a los centinelas del rey, a Banquo, en sus penurias o en la búsqueda de cierto reposo nocturno. Ya más avanzada la trama, seguimos a Macbeth en su propio camino sin descanso y sin retorno. El insomnio y las pesadillas dejan hondas huellas en todos ellos y en las páginas que les dan vida. Ahora es el turno de Lady Macbeth: es ella quien abre sus ojos para no volver a cerrarlos… Sonámbula, envuelta en una oscuridad que ninguna luz puede iluminar, murmurando un discurso prácticamente desarticulado (ella que era maestra de la persuasión y poseedora de un razonamiento admirable), recorre así los últimos tramos de la obra. Con una vela siempre encendida, con los ojos siempre abiertos, con las manos manchadas de sangre para siempre, Lady Macbeth proyecta su sombra trémula sobre nosotros… En ese lento e inconsciente peregrinar hacia la muerte, revela a su dama de compañía y al doctor, todos los detalles de los crímenes que ha cometido con su esposo. Cuando antes del final muera, Macbeth reflexionará sobre la vida. Imaginará por un momento que se parece a ella, que la vida es una
sombra fugaz que camina y que pasa, que tiene mucho de irreal y de sueño: pero un sueño –a diferencia de los sueños verdaderos– incomprensible y sin sentido. Ésta es sólo una posible línea de pensamiento con la que puede leerse y recorrerse Macbeth: hay muchas otras posibles. En todas nos encontraremos con una historia en la que prima la brevedad, la celeridad, y la contundencia de la acción: todas ellas cualidades elogiadas por Borges. Él ha sido un guía para mí (acaso como A. C. Bradley lo fue para él) en este recorrido por los círculos celestiales e infernales de la obra shakesperiana. Es que primero leí sus notas comentando las obras de Shakespeare, y mucho tiempo después leí esas obras. El sueño también es todo un tema en los escritos de Borges: el creador que sueña a su creación, la memoria de Funes, insomne e infinita, o aquél que sueña ser una mariposa y no sabe si no es una mariposa que sueña, sería sólo el comienzo de ese otro recorrido. Pero ése, sin duda, es un tema para otra reseña.
La Fundación Shakespeare Argentina (FSA) agradece la colaboración de Alberto Colombi y tiene el agrado de compartir su reseña Macbeth y los sueños. Ver otras colaboraciones de Alberto Colombi en el en el sitio web de la FSA: www.shakespeareargentina.org