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Muchos vieron la película, algunos leyeron el libro. El club de la pelea es una de las biblias de la postmodernidad. Una época construida sobre un inmenso sistema de mentiras que todo el tiempo se caen a pedazos. Cuidado con andar enojado con la realidad y cruzarse con ese libro. Algo adentro de usted podría romperse. Palahniuk es un tipo con ese poder. Incluso es capaz de desplegar entre el blanco y el negro una zona gris, un lugar en donde los personajes más retorcidos, el anhelo de un mundo mejor, esa sensación apocalíptica que nos atormenta y la búsqueda de la felicidad pueden coexistir y formar el ecosistema primigenio de unas ideas completamente fuera de serie. Zombi es un cuento corto publicado por Chuck Palahniuk en el 2013. Traducido al español por Sergio, y que decidimos diagramar e imprimir para que más gente pueda leerlo. Esta publicación no tiene ánimos de lucro, el precio de la edición se configura sobre dos realidades: el costo material (papel, tinta, etc.) y las horas de trabajo que invertimos para poder ponerlo, finalmente, en tus manos. Todos los derechos de este cuento son de Chuck Palahniuk.
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ue Griffin Wilson quien propuso la teoría de la involución. Estaba sentado dos filas detrás de mí en Química Orgánica y era la definición misma de un genio malvado. Fue el primero en aprovechar el Gran Salto hacia Adelante1 . Todo el mundo sabe esto porque Tricia Gedding estaba en la enfermería con él. Ella estaba en la otra cama detrás de una cortina de papel fingiendo estar menstruando para salir de un examen sorpresa en Perspectivas de la Civilización Oriental. Ella dijo que escuchó el fuerte ¡bip!, pero no le creo nada. Cuando Tricia Gedding y la enfermera de la escuela lo encontraron en su propio catre, pensaron que Griffin Wilson era el muñeco que usan para practicar reanimación cardiopulmonar. Apenas respiraba, sin siquiera mover un músculo. Pensaron que era una broma porque tenía la billetera todavía apretada entre los dientes y porque tenía los cables pegados a ambos lados de la frente.
1. El Gran Salto hacia Adelante (The Great Leap Forward) fue una serie de medidas económicas, sociales y políticas implantadas en la República Popular China por el gobierno del Partido Comunista de China (PCCh), a finales de los ´50 y principios de los ´60, con la intención de aprovechar el enorme capital humano del país para la industrialización. El fracaso en la preparación de estas medidas, unido a una serie de catástrofes naturales y serios problemas climáticos, produjo una hambruna que, según la mayoría de las estimaciones, provocó la muerte de entre 18 y 32,5 millones de personas. (Nota del traductor). 3
Sus manos, todavía paralizadas, seguían sosteniendo una caja con forma de diccionario, apretando un botón grande y rojo. Todos vieron esta caja tantas veces que casi no la reconocieron, aunque había estado colgada en la pared de la oficina: el desfibrilador. El reanimador cardíaco de emergencia. Debe haberlo descolgado y debe haber leído las instrucciones. Simplemente sacó el papel encerado de las partes autoadhesivas y pegó los electrodos a ambos lados de sus lóbulos temporales. Es básicamente como una lobotomía. Es tan fácil que un pendejo de dieciséis años puede hacerlo. En la clase de Inglés de la señorita Chen aprendimos a “Ser o no ser”, pero hay una gran zona gris en el medio. Tal vez, en la época de Shakespeare, la gente solamente tenía dos opciones. Griffin Wilson sabía que los exámenes de admisión a las universidades eran la puerta de entrada a una grandísima vida de mierda. Para casarse e ir a la universidad. Para pagar impuestos y tratar de criar a hijos que no le disparen a sus compañeros. Y Griffin Wilson sabía que las drogas son sólo un parche. Después de las drogas siempre vas a necesitar más drogas. El problema de ser talentoso y superdotado es que a veces te volvés demasiado inteligente. Mi tío Henry dice que es imprescindible desayunar bien porque el cerebro todavía está creciendo. Pero nadie habla de cómo, a veces, tu cerebro puede volverse demasiado grande. Somos básicamente animales grandes que evolucionan para abrir cáscaras y comer ostras crudas, pero ahora nos esperan para realizar un seguimiento de las 300 hermanas Kardashian y de los 800 her4
manos Baldwin. En serio, a la tasa que se reproducen las Kardashian y los Baldwin van a acabar con todas las demás especies de seres humanos. El resto de nosotros, vos y yo, somos los callejones evolutivos sin salida esperando morir. Podés preguntarle cualquier cosa a Griffin Wilson. Preguntale quién firmó el Tratado de Ghent. Sería como ese mago de los dibujos animados: “Mirá, saco un conejo de la galera”. Abracadabra y sabría la respuesta. En Química Orgánica, podía hablar de la Teoría de las Cuerdas hasta la anoxia, pero lo que realmente quería era ser feliz. Pero no sólo en el sentido de no estar triste, sino que quería ser feliz como un perro es feliz. Sin ser sacudido constantemente de un lado a otro por los mensajes de texto y por los cambios del Código Tributario Federal. No quería morir, tampoco. Él quería ser —y no ser—, pero al mismo tiempo. Por eso era el genio que era. El director de Asuntos Estudiantiles hizo jurar a Tricia Gedding que no le diría a nadie, pero viste cómo es esto. El distrito escolar tenía miedo de los imitadores. Y esos desfibriladores están en todas partes, últimamente. Griffin Wilson nunca había sido tan feliz como después de ese día en la oficina de la enfermera. Ahora siempre se ríe muy fuerte y se limpia el mentón con la manga cuando se le cae la baba. Los maestros de Educación Especial lo aplaudieron y lo elogiaron sólo porque pudo ir al baño sin ayuda. Dicen que es doble estándar. El resto de nosotros luchamos con garras y dientes por cualquier cátedra de mierda que podamos conseguir, mientras que Griffin Wilson va a estar endulzado con dinero cantante y sonante y reposiciones de 5
Fraggle Rock por el resto de su vida. ¿Cómo era antes? Era un miserable, salvo por el hecho de que ganó todos los torneos de ajedrez. ¿Cómo es ahora? Ayer, sin ir más lejos, sacó la pija y se hizo la paja en el colectivo de la escuela. Y cuando la señora Ramírez lo detuvo y se levantó del asiento del conductor para perseguirlo por el pasillo, gritó: “Mirá que saco un conejo del pantalón”, y le roció la camisa del uniforme. Mientras, se reía. Lobotomizado o no, todavía sabe el valor de un eslogan. En lugar de ser sólo un idiota de la clase, ahora es el alma de la fiesta. El voltaje, incluso, le curó el acné. Es difícil discutir con resultados como ésos. No había pasado ni una semana después de que se volvió zombi cuando Tricia Gedding fue al gimnasio donde hace Zumba y sacó el desfibrilador de la pared del vestuario de mujeres. Después del procedimiento de electroshock que se autoadministró en el baño, ya no le importa en qué lugar empieza a menstruar. Su mejor amiga, Brie Phillips, se aplicó el desfibrilador que está al lado de los baños del depósito y ahora va por la calle, con lluvia o con sol, sin pantalones. No estamos hablando de la escoria de la escuela. Estamos hablando de la presidenta de la clase y de la jefa de las porristas. Los mejores y los más inteligentes. Todos los que jugaron en primera en todos los deportes. Reventaron cada desfibrilador de Estados Unidos y Canadá, pero desde entonces, cuando juegan fútbol, nadie juega con reglas. Incluso cuando les pegan, siempre están sonriendo y chocando 6
esos cinco. Siguen siendo jóvenes y sexis, pero ya no les preocupa el día en que no lo sean más. Es un suicidio, pero no. El diario no informa acerca de los números reales. La prensa se halaga a sí misma. Además, la página de Facebook de Tricia Gedding tiene más seguidores que nuestro diario. Massmedia la pija. ¿Llenan la primera plana del diario con desempleo y guerra, y no piensan que vaya a tener un efecto negativo? Mi tío Henry me leyó un artículo sobre un proyecto de reforma de la ley estatal. Los funcionarios quieren un período de espera de diez días para la venta de todos los desfibriladores cardíacos. Hablan de averiguaciones obligatorias de antecedentes y de exámenes de salud mental. Pero no es la ley, todavía no. Mi tío Henry levanta la vista del artículo del diario y me mira a través del desayuno. Me dirige una mirada severa y me pregunta: “Si todos tus amigos saltaran a un precipicio, ¿vos lo harías también?” Mi tío es lo que tengo en lugar de una mamá y de un papá. Él no me lo reconocería, pero hay una buena vida después del borde de ese precipicio. Hay un suministro de por vida de permisos de estacionamiento para discapacitados. Tío Henry no entiende que todos mis amigos ya saltaron. Pueden ser “capacidades diferentes”, pero mis amigos siguen levantando. En estos días, más que nunca. Tienen cuerpos sexis y cerebros 7
de bebés: lo mejor de ambos mundos. LeQuisha Jefferson metió la lengua dentro de Hannah Finermann durante la clase de Carpintería Inicial, la hizo gritar y retorcerse ahí, apoyada contra la prensa del taladro. ¿Y Laura Lynn Marshall? Se la chupó a Frank Randall en la parte de atrás del Laboratorio de Cocina Internacional delante de todo el mundo. Todas las albóndigas se quemaron, pero nadie lo demandó penalmente por eso. Después de pulsar el botón rojo del desfibrilador una persona sufre algunas consecuencias, sí, pero no sabe que está sufriendo. Una vez que se somete a una lobotomía de pulsador, un niño puede hacer lo que quiera. En la sala de estudio le pregunté a Boris Declan si dolía. Él estaba sentado en el comedor con las marcas rojas de las quemaduras todavía frescas en cada lado de la frente. Tenía los pantalones bajos hasta las rodillas. Le pregunté si el electroshock era doloroso y no me respondió. No inmediatamente. Sólo se sacó los dedos del culo y se los olió, pensativo. Era el rey del baile de graduación del año pasado. En muchos sentidos, es más cool ahora de lo que nunca fue. Con el culo colgando en medio de la cafetería me ofrece una olfateada y yo le digo: “No, gracias”. Dice que no recuerda nada. Boris Declan sonríe con descuido, con una sonrisa boba. Se toca con el dedo sucio la marca de quemadura a un lado de la cara. Señala con ese mismo dedo, manchado de mierda de su culo, para hacerme ver el camino. En la pared adonde 8
está señalando hay un cartel que muestra pájaros blancos moviendo las alas en un cielo azul. Debajo de ese cartel están las palabras LA FELICIDAD REAL SÓLO SUCEDE POR ACCIDENTE impresas en caracteres oníricos. La gente de la escuela colgó ese cartel para ocultar la sombra que quedó donde solía haber otro desfibrilador. Está claro que, sea donde sea el lugar donde acabe Boris Declan, va a ser el lugar adecuado. Ya está viviendo en el nirvana del trauma cerebral. La comisión escolar tenía razón acerca de los imitadores. Sin ánimo de ofender a Jesús, los humildes no heredarán la tierra. A juzgar por la televisión, los jetones van a meterse en todo. Y yo digo que los dejen. Los Kardashian y los Baldwin son como algunas especies invasoras. Al igual que el kudzu o los mejillones cebra. Déjenlos luchar por el control del puto mundo real. Durante mucho tiempo le hice caso a mi tío y no salté. Sin embargo, no estoy seguro. El diario nos advierte acerca de las bombas de ántrax terroristas y de las nuevas cepas virulentas de meningitis; y el único consuelo que pueden ofrecer es un cupón de veinte centavos de descuento en desodorantes. No tener preocupaciones ni arrepentimientos es bastante atractivo. Así que muchos de los chicos populares de mi escuela han optado por autofreírse. De todas formas, solamente los perdedores se quedan. Los perdedores y los que son naturalmente disminuidos. La situación es tan grave que soy uno de los candidatos para mejor estudiante. Por eso es que el tío Henry me está mandando afuera. Piensa que trasladándome a Twin Falls se puede posponer lo inevitable. 9
Entonces estamos sentados en el aeropuerto, esperando el avión, y pido ir al baño. En el baño de hombres quiero lavarme las manos así puedo mirar el espejo. Mi tío me preguntó una vez por qué me miraba tanto en el espejo y yo le dije que no era tanto por vanidad como por nostalgia. Cada espejo me muestra lo poco que queda de mis padres. Estoy practicando la sonrisa de mi madre. La gente no practica sus sonrisas lo suficiente, por lo que, cuando más necesita verse feliz, no engaña a nadie. Estoy ensayando mi sonrisa y ahí está mi pasaje para un futuro glorioso y feliz trabajando en un fast food. Eso se opone a una vida miserable como la de un arquitecto de fama mundial o la de un cirujano cardíaco. Por encima de mi hombro, y casi detrás de mí, se refleja en el espejo. En el mismo lugar en el que habría una burbuja que contendría mis pensamientos en un cómic, hay un desfibrilador cardíaco. Está montado en la pared detrás de mí, encerrado en una caja de metal con una puerta de vidrio que podrías abrir para encender las alarmas y una luz estroboscópica de color rojo. Un cartel sobre la caja dice AED y muestra un rayo golpeando el corazón de San Valentín. La caja de metal es como el escaparate donde se muestran algunas joyas de la corona en una película de robo de Hollywood. Al abrir la caja, automáticamente activé la alarma y la luz roja intermitente. Rápido, antes de que algún héroe venga corriendo, me escondí en un box para discapacitados con el desfibrilador. Sentado en el inodoro, la abrí. Las instrucciones están impresas en inglés, español, francés y en imágenes de cómic. Las hacen a prueba de imbéciles, parece. Si espero demasiado tiempo, no voy a tener otra 10
oportunidad. Los desfibriladores van a estar bajo llave en cualquier momento y, una vez que los desfibriladores sean ilegales, sólo los paramédicos van a poder tener uno. En mis manos está mi infancia permanente. Mi propia máquina de la felicidad. Mis manos son más inteligentes que el resto de mí. Mis dedos saben despegar los electrodos y pegarlos en mis sienes. Mis oídos saben escuchar el sonido agudo que significa que el aparato está totalmente cargado. Mis pulgares saben lo que es mejor para mí. Se ciernen sobre el gran botón rojo. Como si fuera un videojuego. Igual que el botón que el presidente tiene que apretar para activar la guerra nuclear. Un empujón y el mundo que conozco llega a su fin. Una nueva realidad comienza. Ser o no ser. El regalo de dios para los animales es que no tienen que elegir. Cada vez que abro el diario me dan ganas de vomitar. En otros diez segundos no voy a saber leer. Mejor todavía: no voy a tener que hacerlo. No voy a saber sobre el cambio climático global. No voy a saber sobre el cáncer o sobre el genocidio o sobre la neumonía atípica o sobre la degradación del medio ambiente o sobre los conflictos religiosos. El sistema público de ubicación está localizando mi nombre. 11
Ni siquiera voy a saber mi nombre. Antes de que pueda despegar, me imagino a mi tío Henry en la puerta, sosteniendo su tarjeta de embarque. Se merece algo mejor que esto. Necesita saber que esto no es su culpa. Con los electrodos pegados a la frente, me llevo el desfibrilador del baño y camino por la explanada hacia la puerta. Los cables me caen por los lados de la cara, como trenzas blancas y finas. Mis manos llevan la batería frente a mí como un terrorista suicida que sólo va a volar mi coeficiente intelectual. Cuando me ven, los empresarios abandonan sus valijas con ruedas. La gente de vacaciones familiares mueve sus brazos a lo ancho y lleva a sus hijitos en dirección opuesta. Un tipo se cree que es un héroe. Grita: “Todo va a estar bien”. Me dice: “Usted tiene muchas cosas por las que vivir”. Los dos sabemos que es un mentiroso. La cara me está traspirando tanto que los electrodos pueden resbalarse. Ésta es mi última oportunidad de decir todo lo que está en mi mente, así que con todo el mundo mirando voy a confesar: no sé lo que es un final feliz. Y no sé cómo arreglarlo. Las puertas se abren en el vestíbulo y vomitan a los soldados de Seguridad Nacional, y me siento como uno de esos monjes budistas en el Tíbet o dondequiera que sea que se tiran nafta encima antes de asegurarse de que su encendedor funciona realmente. Qué vergüenza que sería sumergirse 12
en nafta y tener que pedirle un fósforo a un extraño, sobre todo ahora, habiendo tan poca gente que fuma. Yo, en medio de la explanada del aeropuerto, estoy chorreando de sudor en lugar de nafta, pero ésta es la forma como mis pensamientos perdieron el control. De la nada, mi tío me agarra del brazo y dice: “Si te hacés mal, Trevor, me hacés mal a mí”. Me está agarrando el brazo y yo estoy agarrando el botón rojo. Le digo que esto no es tan trágico. Le digo: “Voy a seguir amándote, tío Henry… Simplemente no voy a saber quién sos”. Dentro de mi cabeza, mis últimos pensamientos son oraciones. Estoy rezando para que esta batería esté completamente cargada. Tiene que haber suficiente tensión como para borrar el hecho de que yo haya dicho la palabra amor en frente de cientos de extranjeros. Incluso es peor, se lo dije a mi tío. Nunca voy a ser capaz de borrar eso. La mayoría de la gente, en lugar de salvarme, saca sus celulares y empieza a filmar. Todo el mundo se empuja para tener el mejor ángulo. Me recuerda a algo. Me recuerda a las fiestas de cumpleaños y a Navidad. Mil recuerdos me golpean por última vez, y eso es algo que no había previsto. No me importa perder la educación. No me importa olvidar mi nombre. Pero voy a perder lo poco que recuerdo de mis padres. Los ojos de mi madre, la nariz y la frente de mi padre están muertos, excepto en mi cara. Y la idea duele, saber que ya no voy a reconocerlos. Una vez que me dé el electroshock, voy a pensar que mi reflejo no es más que yo mismo. 13
Mi tío Henry repite: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí”. Yo digo: “Voy a seguir siendo tu sobrino, pero no voy a saberlo”. Sin ninguna razón, una señora va y le agarra el otro brazo a mi tío Henry. Esta nueva persona dice: “Si te hacés mal, me hacés mal de la misma forma...” Alguien agarra a esa señora, y alguien agarra a la que la agarra diciendo: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí”. Estos desconocidos agarran a otros desconocidos en cadena hasta que todos estamos conectados entre nosotros. Como si fuéramos moléculas cristalizándose en una solución en Química Orgánica. Todo el mundo se aferra a alguien y todo el mundo se aferra a todo el mundo y sus voces repiten la misma frase: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí... Si te hacés mal, me haces mal a mí...” Estas palabras forman una onda lenta. Como un eco en slow motion se alejan de mí, subiendo y bajando por la explanada en ambas direcciones. Cada persona se dispone para agarrar a una persona que está agarrando a una persona que está agarrando a una persona que está agarrando a mi tío que me está agarrando a mí. Esto realmente está pasando. Suena trillado, pero solamente porque las palabras hacen que todo sonido verdadero suene trillado. Porque las palabras siempre arruinan lo que estás tratando de decir. Las voces de otras personas en otros lugares, completos desconocidos, dicen por teléfono, mirando a través de sus cámaras, y sus voces de larga distancia dicen: “Si te hacés mal, me haces mal a mí...” Y un chico sale de detrás de la caja registradora del Der Wienerschnitzel, 14
en el patio de comidas, se aferra a alguien y le grita: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí...” Y los chicos que hacen Taco Bell y los chicos haciendo malteadas en Starbucks se detienen y todos se dan la mano con alguien conectado a mí a través de esta inmensa multitud. Y ellos también lo dicen. Y justo cuando creo que tiene que terminar y que todo el mundo tiene que soltarme y volar, porque todo se ha detenido y porque la gente se está tomando de las manos, incluso pasan por los detectores de metales tomados de la mano, incluso el presentador de noticias en CNN, en los televisores montados en lo alto, el locutor se pone un dedo en la oreja, como para escuchar mejor, e incluso dice “Último momento”. Parece confundido, obviamente está leyendo algo en las tarjetas apuntadoras, y dice: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí”. Y su voz se superpone con las voces de los politólogos de Fox News y con los comentaristas negros de ESPN, y todos dicen lo mismo. Los televisores muestran a la gente en los estacionamientos y en las zonas de remolque, todos agarrados de la mano. En formación. Todo el mundo está subiendo un video de todo el mundo, personas a miles de kilómetros de distancia, pero conectadas conmigo. Y, con chisporroteo de estática, las voces vienen a través de los handies de los guardias de Seguridad Nacional, diciendo: “Si te hacés mal, me hacés mal a mí, ¿me copiás?” En ese momento no hay un desfibrilador lo suficientemente grande en el universo para todos nuestros cerebros. Y sí, con el tiempo todos nos vamos a soltar, pero por el momento todo el mundo está agarrándose con fuerza, tratando de que esta conexión dure para 15
siempre. Y si esto, que es imposible, puede suceder, entonces, ¿quién sabe qué más es posible? Y una chica en el Burger King grita: “Yo también tengo miedo”. Y un chico en Cinnabon grita: “Tengo miedo todo el tiempo”. Y todo el mundo asiente con la cabeza. Yo también. Encima de todo, una gran voz anuncia: “¡Atención!” Dice: “¡Atención, por favor!” Es una mujer. Es la voz de la señora que busca a la gente y les dice que vaya a buscar las Páginas Blancas de la empresa de teléfono. Como todo el mundo está escuchando, todo el aeropuerto se reduce al silencio. “Quienquiera que seas, lo que tenés que saber...”, dice la voz de la señora de las Páginas Blancas del teléfono. Todo el mundo escucha, porque todo el mundo piensa que le está hablando solamente a ellos. Desde un millar de parlantes comienza a cantar. Canta como canta un pájaro. No como un loro o como el pájaro de Edgar Allan Poe que habla en inglés. El sonido son trinos y escalas como las que canta un canario, notas imposibles de articular —con sustantivos y verbos— para una boca. Podemos disfrutarlo sin entenderlo. Y podemos ser encantados sin saber lo que significa. Conectados por teléfono y por televisión, están todos sincronizados, en todo el mundo. Esa voz tan perfecta sólo está cantando para nosotros. Lo mejor de todo es que... su voz llena todo, sin dejar espacio para tener miedo. Su canción hace que todos nuestros oídos sean un solo oído. Esto no es exactamente el final. En todos los televisores estoy yo, transpirando tanto que un electrodo se desliza lentamente por un lado de mi cara. 16
Esto ciertamente no es el final feliz que yo tenía en mente, pero en comparación con donde esta historia comenzó —con Griffin Wilson en la oficina de la enfermera poniéndosela billetera entre los dientes como un arma, bueno, tal vez este no es un mal lugar para empezar.
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