Ulises
caballeros) fueron prontamente restituidos a sus respectivos dueños y la armonía general reinó suprema. Calmo y modesto Rumbold ascendió al patíbulo en impecable traje de mañana llevando su flor favorita, el Gladiolus Cruentus. Anunció su presencia por esa suave tos rumboldiana que tantos han tratado (sin éxito) de imitar —breve, cuidadosa y tan característica en él. La llegada del mundialmente famoso verdugo fue saludada por un rugido de aclamación de la inmensa concurrencia, mientras las damas de la corte del virrey agitaban sus pañuelos excitadas y los todavía más excitables delegados extranjeros vitoreaban vocingleramente en una mezcolanza de gritos, Hoch banzai, elje, zivio, chinchín, polla kronia, Kiphip, vive, Allah, entre los cuales el resonante evviva del delegado de la tierra del canto (un agudo doble Fa que recordaba aquellas penetrantemente hermosas notas con las que el eunuco Catalani hechizó a
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