Colgado del Muro Escritos Notas Narrativa PoesĂa Ensayos
Fabio Morasso Textos publicados en Facebook -Julio 2014 - Enero del 2017.
POESÍA
Preámbulo Impensado (pág.2) Colgarse del Muro (pág. 3)
Lluvia (pág.629 Kaos & Kosmos (pág.63) Poética (pág.65) Vendo (pág. 67) Poeta (pág. 69) Grupo Poético de Socorros Mutuos (pág.72) Théâtre de la Cruauté (pág.74) Cansancio (pág.77) Humanamente (pág.79) Lo que no (pág. 81) Invierno (pág. 82) Sapos (pág. 84) Manifiesto (pág. 87) Hacer silencio (pág. 91) Todo lo que pudimos ser (pág. 93) Humo Negro (pág. 94) Reclamantes (Pág. 96) Malarte (pág.97) Último momento (pág. 99) Yesterday (pág. 102) Antes que el fuego queme (pág. 104) Gakudò (pág. 106) Ser / No ser (pág. 107) Defraudados (pág.109) Lo que hablamos (pág. 113) H (pág. 115) Elefantes en el Bazar (pág. 117) Escribir (pág. 118) Empezar (pág. 119) No aprendas, acostúmbrate (pág. 121) Medio siglo (pág. 124) Ay Patria Nuestra (pág. 127) El silencio de la soledad (pág. 130) B612 (pág. 131) Ésta mala costumbre de andar sin dinero (pág. 133) Lo que hay (pág. 134) Mujeres desnudas (pág. 136) Ku (pág. 138) Ángela (pág.139) Mirando al Sur (pág. 142)
ESCRITOS:
Hablar - Científicamente (pág. 6) Sinopsis del libro El Principito (pág.7) (Huecas palabras huecas (pág.8) Espiritualidad (pág.9) Zazen (pág.10) Si yo no fuera (pág.11) Aquí dice (pág.12) Gacetilla de Prensa (pág.13)
NOTAS
Vicente (pág.15) FIESTAS de DICIEMBRE (pág.16) Günter Grass / Eduardo Galeano (pág. 17) Que la incidencia nos valga (pág.18) Vea, Orestes (pág.20) Zootipológico (pág.21) Padre/ Maestro (pág.24) Hombres y circunstancias (pçag.25) Preguntas sin respuestas (pág.26) Mala suerte (pág.28) Yo me acuso (pág.30) HOMBRE A SUELDO (pág.32) Conmemorar (pág.33) La Sociedad del dinero (pág.34) Vergam Cute (pág.35)
NARRATIVA
Comprarse una vida (pág.38) El día (pág.39) El hombre del Dragón (pág.40) NanoNovela en 5 entregas (pág.41) Últimos (pág.49) Satori (pág.53) Párkinson y Down (pág.55) Contaba (pág.56) Hablaba solo (pág. 57) Hablar en silencio (pág. 59) El Extranjero (pág.60)
ENSAYO
Ensayo de los 5 Ctvs. -6 entregas- (pág. 147) Mallerta Filozofion sur Graso Milanga (Torpe filosofía sobre la grasienta milanga)-22 entregas- (pág. 155)
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Preámbulo Impensado (o Escrito sin Corpiño) (04-01-2017) Cuando escribo y hablo desde mí, no se trata de ninguno de mis casuales yo, ni de mis circunstancias, ni de las arbitrarias ideas o conceptos con que mis yo se arman y desarman. Cuando escribo y hablo desde mí trasciendo, sin exigírmelo, mis yo. Ejecuto una visión e interpretación en algo renovada de todo lo que es mucho más basto que mi pequeña presencia. Cuando escribo y hablo desde mí, aludo al hombre sin formas y a todas las formas de los hombres, sus pensamientos, sus sentires, su interacción del dentro al afuera y del afuera al dentro casi sin separación. Casi, porque siempre está esa delicada e inevitable frontera entre lo que surge de mí y mis yo. A veces los demás se confunden, y otras veces yo me confundo. Vivo en éste cuerpo bajo las leyes de éste escenario, suelo ser yo. Escribo y hablo como si el curso de la vida me atravesara en un torrente violento del que apenas retengo algunos chispazos de lucidez sobre la que no siento propiedad. Como si la gota de agua por un instante tuviera una brevísima visión de la bastedad del océano. El océano siempre está en movimiento, nunca es el mismo. Entonces, con pocas o malas artes, todo lo que escribo o hablo desde mí, es una metáfora de esa intuición, señal ineficiente, dedo que señala algo que, siempre inexpresable por inasible, ahora ya es otra cosa. No ha sido mi elección hacer esto, no es producto de mi voluntad. Si de algo soy responsable es de perseguir un pre-sentimiento borroso anterior a la razón, de no conformarme con las voces y letras que otros me fueron prestando hasta permitirle la propia singularidad a lo que digo o escribo. He sido responsable de eso, sí, pero no lo he pretendido como un fin. Concluyo en ser aquel que en las fogatas donde los hombre hacen rueda, propone las preguntas, narra viejas historias, inventa cosmogonías, cuestiona las certidumbres y carece de respuestas absolutas o verdades sagradas. Resulto ser el que habla y escribe para alimento de la noche, por la extraña belleza que a veces nos toca y nos deja sin palabras, por el relámpago que ocurre y ninguna comprensión le sirve, porque somos tristes animales mamíferos y carniceros capaces del encantamiento de la poesía. Cuando hablo desde mí no hablo desde las torpes convicciones que la razón le ha vendido a mis yo para mentirse la perplejidad. Soy un Maestro de Ceremonias en el espectáculo de la vida. Indefinido personaje que habla y escribe para renombrar, o resignificar, lo que las palabras viejas ha convertido en piedra, fósil, objeto inanimado sin alma y sin sentido. Soy el que sopla las tormentas y el fuego sobre los símbolos muertos, el que rompe los espejos y las copas para hacer música de vidrio. Mi trabajo es que la tribu no se duerma, no se vuelva sedentaria e indiferente. Mi trabajo es que el hombre y la hembra se redescubra hombre y hembra cada vez de nuevo. Nadie me ha llamado a éste oficio que no es el de payaso, ni el de escolástico, ni el de guía espiritual, ni el de intelectual académico; que si fuera alguna de esas cosas hace tiempo yo y todos mis yo nos hubiéramos vuelto sedentarios e indiferentes. Artículos de vitrina, objetos socialmente aceptados, estereotipados y cosificados en el altar de la falsedad. Éste trabajo al que nadie me ha llamado perturba en su propia negación de rótulos y acreditaciones. Pero es un trabajo tan necesario como cualquier otro, como el del albañil, la costurera, el ingeniero o el dentista. 2
No sigo a ningún gran hombre. Realizo la búsqueda de los grandes hombres con mis piernas, miro con mis ojos, traduzco desde mi descubrir y torpe comprender. Vivo en éste mundo, ésta vida con sus circunstancias; hablo desde mí, no se trata de ninguno de mis casuales yo. Hablo y escribo desde la contradictoria coherencia del hacer lo que hago. Y aquí soy, expuesto a los demás para quién hablo y escribo. Maestro de ceremonias y juegos sin reglas, antiguo juglar, memoria de hogueras y tambores, perfume de cobre, lejos de la pía santidad o revolucionario martirio, intensamente hombre falible y perfecto en su imperfección, observador en estado de observancia. Escribo y hablo desde mí, no se trata de ninguno de mis casuales yo. Se trata de éste trabajo, tan necesario como cualquier otro, que busca su destino entre las gentes que intuyen el brutal peligro que guarda la satisfacción de haberse vuelto sedentario y satisfecho ante tanto símbolo muerto y verdades de dos centavos.
Colgarse del Muro 7 noviembre 2014 Aquel era un libro de rostros. Un gran panel donde todos se apresuraban a colgar algo que fuera agradable, simpático y políticamente correcto, según la causa. En aquel libro las caras no eran más que imágenes estáticas, máscaras detrás de las que quizás sí, quizás no, había alguien. Y sí había alguien o algo, frenéticamente, como un animal herido y gimiendo su soledad, se apresuraba a colgar nuevos “algos” ingeniosos, inspiradores, terapéuticos, deportivos o de última importancia para manifestarse y ser manifiesto. Ser y ser público (públicamente querido o apreciado), he ahí la cuestión que le fritó los sesos al hombre posmoderno. Se llegó a recelar que nadie podía ver a nadie, escuchar a nadie, tan ocupados estaban todos en ser algo o alguien. Luego vino la velocidad, la urgencia y el exceso. No fueron suficientes las máscaras ni el maquillaje, que hubo que repetir mil cosas a un millón de amigos, tal como postulaba Roberto Carlos. Adherir rápido y fácil, rápido y breve, rápido y simple, rápido y absoluto, rápido y feliz. Porque felicidad es un término donde van a parar todas las concepciones que los humanos tienen o han adquirido sobre lo que deben ser sus vidas. Se instaló la idea -menuda y pestilente idea- de que “compartir” es un comando al servicio de una generosidad sin freno, de un sinsentido sin límite. Al servicio de que mucho termina siendo nada y antes que nada hagamos inflación de lo mucho. Las mejores épicas de la humanidad concluyeron en: “si estás de acuerdo, dale un me gusta” como si eso realmente fuera algo que verdaderamente significara algo. No faltaron los preciosistas a los que les sobreabundó la belleza digitalizada, la ternura animal, los paisajes estremecedores y la música que en los viejos tiempos había que pagar y detenerse para escucharla. Y mientras más había, menos tiempo quedaba. Todo laberinto, o red social, cobra en tiempo (vida) el estarse perdido dentro de él. Como nadie escapa a su época ni sus circunstancias, a lo endeble o miserable o prosaico de su realidad, no vale el enojo o el reniego. El libro de rostros está allí y si Ud. no está, está frito, demodé, extraviado en el pasado, ajeno a la realidad y obligado a una realidad que le hará pagar en efectivo lo que este libro le suministra gratis. No me gusta jugar el juego que todos juegan y generalmente pierdo todas mis partidas. Pero, desde hace poco, en esta pared se acercan otros a jugar otro juego impensado. Para mi sorpresa y mi bien. No es cantidad, ni siquiera calidad, sino un tímido sernos humanos; a veces infelices, generalmente vulnerables. Un ir y volver y 3
decirnos sin tantos maquillaje, probando alguna pirueta, pensándonos despacio, animándonos a mirar lo que suele pasarse por el costado y dejando una señal más personal, más cálida –por real, por frágil, por espontáne en su naturaleza y en su necesidad de realizarse- sea una broma, una reflexión o un parecer que hace ronda entre unos y otros. Dicen que lo bueno dura poco… por lo que dura, gracias a todos lo que por aquí andan jugando. Gracias francas porque la única felicidad que sé cierta, es la felicidad efímera del juego. Otra vez gracias sin distinción de género o número.
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Escritos
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Hablar 22 julio 2014 “Necesito hablar” se dijo a sí mismo, a las paredes marcadas de humedad vieja, a la multitud escindida de su ego que le habitaba el pecho y adyacencias en esas horas tristes de insatisfacción intolerable. “Necesito hablar” murmuró como un condenado que quiere poner los papeles en regla con un dios infame e inmisericordioso que cambia las cláusulas del contrato a su omnipresente arbitrio. “Necesito hablar” murmuró dentro de su cabeza sabiendo que no tenía nada que decir y que necesitar hablar era algo semejante a una urgencia imposible de entenderse a sí mismo y encontrar alguien que lo entendiera; quizás que le justificara con piedad maternal esa locura que le estaba royendo los dedos junto con el alquitrán amarillo. “Necesito hablar” pensó al mismo tiempo que vio una serpiente negra ávida de fascinar una víctima que le entregara el alma. “Necesito hablar” pensó ahora, con la certeza de que un abrazo no iba a saciarlo ni disimularle de esa furia que no tenía destino ni destinatario y le imprimía esa tristeza tan rancia. Un abrazo es solo un cuerpo y necesitaba fagocitarse el espíritu de una mujer fresca luego de cazarla en una telaraña de palabras pringosas. “Necesito hablar” fue el eco que le repercutió dentro del cráneo mientras concebía que un largo discurso frente a un auditorio atento le diera algún sentido o utilidad a esa catarata frenética de ideas, antes ilusiones, que le estaban quemando la garganta. “Necesito hablar” gimieron las articulaciones viejas de ese cuerpo en el que no terminaba de nacerse ni de morir durante este invierno que ya llevaba mil novecientas treinta y tres horas y dos chaparrones aislados. “Necesito hablar” pensó sabiendo que era mentira, que no quería decir nada, que era mejor guarecerse en un silencio blindado antes que debilitar más esa poca cordura que le reclamaba aliviar la uretra. “Necesito hablar” se confirmó fatalmente, luego de buscar en cada rincón de su vida y ver que estaba solo y sin remedio. “Necesito hablar” se dijo muy seriamente a la vez que comprobaba sin sorpresa que estaba hablando en voz muy alta.
Científicamente 24 julio 2014 Si la ecuanimidad se coloca perpendicular y equidistante, con una inclinación de no más de 23º, el flujo ambarino secretado por la reacción simpática de los elementos dispuestos en cualquier punto relativo al vértice de observación, puede percibirse templadamente iridiscente y suspensivo tal como se enuncia en otros anexos. No obstante una perspicacia dilatada por la experiencia deja entrever que las nubes adyacentes generan un 6
conjunto fenomenológico de singular amargura semejante al chocolate amargo. Es por ello que, en una propiedad más ajustada a la lingüística, debiérase imponer sucesivas capas de silencio y macerar con escasas lágrimas para dimensionar la pulposidad almidonada del cuerpo específico y su continuidad sin caricias ni tacto. Encontramos ahí los antecedentes de un improceder constitutivo semejante al de cualquier asociación ilícita. Con los mismos fundamentos sensoriales que proyectan un superyo desmejorado por las constantes erosiones que producen los cíclicos vientos del sudeste y el decrecer de los tacos de calendario. Por eso insistimos en la relación directamente proporcional del espacio que kilómetro a kilómetro no sólo genera la distancia, sino también la memoria y el olvido, pues visto está que todo recuerdo es una forma calcárea de escasa porosidad y resistencia a la fatiga. Dicho lo cual queda encontrar una salida, o apenas un engaño, donde el dibujo sincopado de fonemas deje de decir en la intención prematura de una resurrección que posiblemente resulte este negro murciélago que acaba de escapar de tu mano
Sinopsis del libro El Principito de Antoine De Saint-Exupéry 29 de octubre de 2015 · El principito es medio vago, delirante, pero buen tipo. Vive en el asteroide B 612, un monoambiente bastante mísero, pero que El Principito cuida con buena leche, arreglándose con poco y sin esperar demasiado. También es cierto que es medio obsesivo y maniático con el tema del orden y la limpieza. Así y todo la tiene clara, antes que yugarla y deslomarse para crecer económicamente, para asegurarse una mejora material y social, el tipo se banca su soledad y, puesto a elegir, elige mirar las puestas de sol. Ahí nomás se evidencia que el tipo es sensible, medio poeta, medio bohemio. La va llevando bien hasta que se enamora de “Rosa”, que viene a ser un hembrón de puta madre, un poquito frívola, completamente femenina y bastante turra. El Principito pierde la chaveta y el sentido común por Rosa. Como es medio poeta se cree que el amor todo lo puede. Le ofrece lo poco que tiene en el monoambiente, la cuida, la atiende, la consiente, pero ella siempre pide un poco más, y cuando no hay nada que pedir, jode por el gusto de joder. La cosa se pone brava cuando El Principito, sin aguantarse más la angustia, la duda y el tormento, le dice que la ama y ella, entre sincera e hija de puta, le dice: “yo te quiero”. Lo mata, lo hace mierda, le destruye el corazón con esa verdad que si bien evidente, ahora es confirmada con toda la crueldad de la que es capaz una feminista. El Principito le deja el bulín a la Rosa y se pira. Se va al carajo hecho gelatina por recomendación de un cartógrafo amigo que cree que viajando y con tiempo se le va a pasar el berretín. Se va medio de croto a vagar por ahí y va viendo como es el yeite de la vida. Comprueba, como afirman los tangos, que cuando estás jodido ni Dios te ayuda. Conoce gente que está en la suya, que gobierna, hace negocios, a un empleado del alumbrado público que vive para laburar, a un choborra que se castiga por un karma hecho con compás. Se hace amigo de un Zorro al que llega a querer mucho, pero que no le puede llenar el vacío que le dejó la Rosa, esa sensación de mierda que le quema el pecho. El zorro es gauchito, sabe del amor, sabe que El Principito no puede con él mismo y cuando llega el momento se despiden con el dolor de los amigos que se comprenden, pero que no pueden hacer nada con lo que les está pasando. 7
El Principito encuentra a un piloto al que le va contando todo mientras el tipo arregla su avión. El piloto va viendo que el principito está en un pozo depresivo al que los medicamentos psicotrópicos no le hacen efecto. Le regala un cordero de mascota para menguarle esa soledad que lo está gastando, pero El Principito no puede sacarse el deseo, el amor, de estar con la Rosa, de volver a esa relación imposible que le va a causar, de una forma u otra, ese insobornable dolor que ya es insoportable. Entonces el principito le paga a un farmacéutico medio Serpiente para que le de veneno y suicidarse. No es fácil la tarea y El Principito lo sabe, por eso le pide a al Serpiente que le inyecte él la sustancia. El farmacéutico duda, le dice que recapacite y le propone que posponga tan irremediable decisión. El principito ya no aguanta más la desolación que siente y vuelve a ver al Serpiente y se mata. De Rosa no se sabe, pero parece que hizo relación con un boabs que cada tanto la caga a palos.
Huecas palabras huecas 12 de diciembre de 2015 · Ayer por la tarde las palabras, todas las palabras, se convirtieron en algo inservible. Algo vacío cuya única utilidad, si así se la considera a falta de una palabra que lo exprese, es la impotencia. Entre la razón y su organización lineal, la intuición y su urgente rasguño en la piel, entre lo que se siente, piensa e inconmoviblemente es, en el instante que es porque ocurre, las palabras no tenían nada que hacer. Cualquier cosa que se dijera hubiera sido un sobreabundar de incapacidad e ineficacia, de descontentos lanzados a un aire que los absorbe. Las palabras se habían convertido en un gesto vano, un agitar de brazos que no salva al que se va a ahogar, que no alerta al socorrista que está en otra parte, en otra cosa. Desprovista de todas sus pretensiones e ilusión, esas palabras nonatas en la garganta, se convirtieron en una tonelada, o tres, de piedras en el pecho, las piernas y los brazos. El gran y poderoso silencio propio en tales circunstancias, se parece, creo, a la más abrumadora soledad. Salir a la calle bajo el sol, caminar correctamente y con cuidado por la vereda, doblar como corresponde la esquina, ir hasta donde se debe ir, llegó a parecerse al sinsentido de esas palabras que inhábiles de obrar nada, de modificar algo, de tejer algún puente o hilacha frágil de contacto con el otro en un mundo donde hay una vereda, una esquina y brilla el sol. El silencio tampoco sirve de algo, se rinde ante la puja de contradicciones propias y ajenas y deja que un dolor, que no logra adquirir la forma conforme de la derrota, se haga carne, latido, golpe de viento en la cara y un no donde hay donde ir a todas partes. Esa tarde, que podría haber sido cualquier otra, antes o después, impuso la realidad sin milagros de último momento. Desnuda realidad cuyos operadores parecen saber bien de que se trata el juego aunque todos disputen las reglas. Y los que no saben jugar y por tanto son irreales, quedan silentes de argumentos y huecos de explicaciones. ¿De qué valdrían los esclarecimientos, las prolongadas conjeturas, el análisis pormenorizados, si las tres de la tarde caen a las tres? Me pregunté en qué parte del idioma me había equivocado, si en el traducir o el expresar. En qué acción, hecho, semana o mes, se había deslindado la palabra de la situación, la voluntad de la voz, la letra del ladrillo, la oración
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del kilo de pan, la mirada del beso y del “te quiero” susurrado después, los brazos del párrafo, los pies de la escrupulosidad del verbo hacer. Me hice preguntas que ninguna palabra iba a responder porque, hay que convencerse, no hay respuesta. O la respuesta es la caída de un rayo, el paro cardiaco, la esclarecedora iluminación del buda, el disparo en la boca, la ruptura de la piel, la lluvia fresca, el masticar la hoja de lechuga, o el sentarse y no poder pararse porque las rodillas se niegan. Y esa tarde, o cualquier otra antes o después, sin palabras, se deshizo por completo la existencia de los otros. Desaparecieron uno a uno cada cual en su entramado y su parlamento donde no había resquicio para un punto o una coma ajena; donde no había lugar para la bimembre subsistencia del que fue aplastado por su propio silencio. En qué cruce de incoherencias la palabra de los otros se había separado del abrazo, de la copa de vino, de la causa y las consecuencias, de la imagen deformada a cada arbitrio a la que otras palabras llamaron “Cuasimodo”, “imbécil”, “tres de octubre-15:30”, “pero”, “mala suerte”, “dios nos ampare”, “habría que buscar asistencia psicológica”, “mañana será otro día”. No había que decir desde hace mucho, aunque siguiéramos hablando aparentemente de lo mismo, engañándonos sin mentiras y con la mejor persistencia. Las palabras no eran ni parecidas a lo verdadero y lo verdadero llegó a parecerse demasiado a una confusión sin arreglo, a un trabajoso mal entendido sin fin al que se le agregaba nueva foja cada día. Ayer a la tarde, sin palabras, la vida y la muerte, esos dos pesados términos, fuero la misma cosa carente de sentido o importancia.
Espiritualidad 28 de enero de 2016 · La gente va tras los hombres “espirituales” requiriendo respuestas, alquilando verdades.
En toda la historia humana (y más hoy día) sólo hay dos tipos de hombres “espirituales”.
Los que juntan acólitos, venden libros, y en su nombre fundan “organizaciones místicas”.
Los que en solitario, en pobreza y otras carencias 9
van por su vida buscando su propia verdad.
Ambos suelen enseñar las mismas cosas pero las gentes prefieren a los primeros.
El arquetipo de hombre “espiritual” y “exitoso” -sin ser una contradicciónfavorece una ilusión inevitable por su belleza:
¿Quién no querría alcanzar el Nirvana bien comido, abrigado, servicio de habitación y fumando un Montecristo?
Zazen 6 de febrero de 2016 · Ayer, luego de largo zazen, llovió. Primero con delicadeza, suavemente. Decidí quedarme bajo un árbol y, allí sentado, me descubrí lloviendo. Persistía la lluvia y se vació la plaza, escapó la gente del agua mientras yo gozaba de mojarme y ver como se hacían burbujas en la senda y charcos al pie del árbol. Llovió aún más fuerte, lluvia gorda empujada por el viento algo violento… y no me dieron ganas de pararme, buscar refugio. Estaba mojado, embarrado, y no me importó. Se mojó mi zafu, mi safutón, se deterioran algunos libros, se tiñeron y estropearon para siempre los tres billetes que tenía en la billetera por el cuero empapado y nada se libró del barro. Yo sonreía sin saber por qué. Finalmente, al menguar la lluvia, me paré y me di cuenta que los pantalones colgaban pesados por el agua. Más tarde fue un incordio cargar con los bultos embarrados, con el pantalón que iba en otro sentido que el de mis piernas. Pero eso fue después. La extraña alegría de llover persistía en mí. Eso fue ayer por la tarde. Hoy no tengo ganas de nada, ni siquiera de volver a mi árbol y sentarme en zazen. Doy vueltas hasta este cyber y me cuento, me lluevo letras, me canso… y sigo extranjero por estas calles que no me llevan a ninguna parte.
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Si yo no fuera 17 de julio de 2016 · Si yo no fuera un ser humano inconcluso, frágil y algo crédulo. Si no tuviera algunos agujeros, no estuviera desteñido. Si las costuras no cedieran y el invierno no hubiera comenzado a mitad del otoño; no me perdonaría ser tan tonto u obcecado, tan fantasioso o ridículo. Pero me lo perdono al amparo de no sé cuál inocencia, Bona Fide o simple ternura siempre insatisfecha. Si no hubiera visto y siguiera viendo mapas aéreos, casas al borde del derrumbe, flores violetas, gatos gordos o famélicos. Si no llorara cada tanto, o no fuera capaz de reírme al borde de una copa de vino. Si no caminara como un fantasma por lugares que no me pertenecen, y durmiera allí donde alguien dispone un lugar para mi cuerpo de animal largo. Si no me gustara la música y la gente que canta con alegría (aunque canten mal). Si de tanto en tanto no impusiera un “no” de cemento y acero, si no abandonara todas los lugares y personas que he dejado sin despedirme. Si no tuviera éste deseo del abrazo e incluso del beso boca a boca para resucitar mis genitales aburridos, sería más severo conmigo mismo. Me prohibiría del tabaco y estaría pagando en cuotas el cajón y el pozo donde van a olvidarme. Si no fuera criollo en estos suelos nacionales, quizás fuera somalí, oveja parda, camarero de crucero o violinista rengo. Pero me sale ser lo que me sale en éstas históricas circunstancias, con ésta cara con sus orejas ornamentales y los ojos acostumbrados a descubrir tristezas bajo los árboles. Podría pedir disculpas, como tantas veces he hecho. Decir que poderes nefastos se encargan de impedirme la noble concreción de increíbles proezas. Alegar mi falta de coraje, señalar los errores que mi madre cometió en mi infancia. Podría ofrecerme culpable a la bandeja del festín ajeno. Clavarme mondadientes bajo las uñas y prenderles fuego. Pero todos sabemos que es en vano. A los victoriosos los embriaga la humillación de los vencidos, no se sacian nunca de hacer leña de los huesos blanqueados al sol del castigo. Si no me causara inexplicable afecto el ser humano, sacrificaría al próximo por necio. Emigraría al silencio más denso para no escuchar el fuego, las lanzas, las cadenas, el vómito y el veneno de las voces con sus quejumbres de los otros que claman su existencia. Pero no logro odiarlos por confusos o toscos que me resulten. Se me marchitan los rencores por descuido. Me distraigo mirando como empujan, perjuran, inventan hasta los manicomios, se contradicen y escupen. Me olvido de odiar y se me hace costumbre la falta de odio y el exceso de olvido. Si no fuera éste metro ochenta y tantos de altura oscilante. Si no hubiese cruzado de esquina a esquina con un libro bajo el brazo. Si no hubiera hervido hasta ablandarme el cuero y las malas intenciones. Si no me hubiera cansado a la mitad de todos los caminos. Si no me hubiera quemado en mis propios ardores. Si no hubiera muerto en un hospital público. Si no hubiera vuelto de cada nostalgia. Seguramente que hoy no sería domingo y mañana quién sabe.
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Aquí dice 13 de octubre de 2016 · Aquí dice que soy un “hombre grande”, manera elegante de atenuar que hace un otoño que empecé el invierno; y no refiere, o sugiere de modo adjetivo, a ninguna positiva forma de grandeza. Dice aquí que he equivocado todos los caminos para llegar a ninguna parte. Que tengo el mal karma de subirme al tren con destino a la derrota. Agrega, en párrafo posterior, que mí naturaleza de extranjero no deja de tener su encanto, aunque no sea nada útil para mí y para nadie. Se extiende sucinta y pormenorizadamente sobre la suma de mis cuatro talentos y el mito urbano de mi inteligencia. Recalca mí delicada sensibilidad de poeta, escritor e intelectual de barrio humilde donde los perros son asediados por garrapatas. Recalca mi templanza oriental por medio de prácticas budistas, mi evidente compasión por los seres sufrientes y la articulación incomoda que hago del lenguaje tanto cuando hablo como cuando escribo. Aquí dice que se me ha hecho tarde mientras me hacía niño. Que nunca he comprendido el escenario, que me faltó capacidad de adaptación, picardía, y una actitud más realista. Dice también, en un largo listado, todo lo que no he hecho en mi propio beneficio, lo inclemente que he sido a la hora de besar culos y saber ganar dinero. Se me declara indigente e hipoacúsico, cordial, buen cebador de mate amargo, culto, largo de huesos, feo de rostro, orador nato, pulcro pintor de obra, creativo publicitario, notable higienizador de cocinas, platos y pisos. Aquí dice he cruzado 100 años de soledad, que conozco el frío, que soy tímido, odio los trámites burocráticos, que he amado y he sido amado, que me fui siempre de todos lados, que he escrito cientos de páginas, miles de palabras, algunas veces con belleza otras con algo de genio. Aquí se expone en forma contundente y fuente times new roman que no voy a llegar a ninguna parte que no sea la muerte por desgaste natural de la existencia. Que los vientos que soplan desde que nací borrarán las torpes construcciones en las que me he empeñado tanto por fuerza bruta como por amorosa convicción. Que a nadie le importa demasiado esa absurda cosmogonía que he inventado mientras miraba por la ventana y a veces lloraba y pocas veces sonreía. Dice aquí con claridad que carece de importancia esa inasible coherencia en la que me empeño con rasgos obsesivos. Dice aquí tantas cosas, tantos argumentos que no saben a pan ni huelen al pasto después de la lluvia. Dice aquí, o debería decir, que no dice el silencio, las caminatas como si las calles fueran un rio, esta prodiga ternura, el sinfónico desconcierto, la forma de las nubes y los versos que aun habré de redactar para nada y para nadie. No dice aquí las entrelineas, la espera en una esquina, el plato de lentejas. No dice aquí, y no puede decirlo ni argüir, a pesar de todo lo que dice en formato justificado, que yo respiro despacio e insistentemente, por tanto, y mientras tanto, me importa poco, casi nada, lo que aquí dice. Falta para que me redacten una necrológica a mi justa medida.
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Gacetilla de Prensa (se agradece su difusión) 9 de enero 2017 · Habiendo concluido nuestro primer pendrive, que contiene los 129 temas y dos ringtones en los que veníamos trabajando desde hace tres meses, salimos en febrero de gira por toda la parte esférica del país y el engrosamiento cósmico del sur. Simplificar a Los BramMetal como una banda de artistas geniales, creativos y renovadores me parece pobre e injusto. Somos una especie de familia disfuncional con severos problemas de encajamiento en el mercado laboral; venimos de distintas experiencias, medicaciones y unidades penitenciarias. Lo nuestro está más cerca de lo frezzer que de lo poweranger, hay una reminiscencia etílica a los largo de nuestras composiciones que se ha ido acrecentando con el contacto con la realidad de la calle, los trapitos, manteros, travestis y carteristas, específicamente. Nuestra poética es mugrienta y descalza, es un poco como lo onanista, como un reflejo oblicuo y descascarado de este tiempo que nos toca vivir por medio del face y el twiter. Nosotros no nos limitamos a nuestra trayectoria, a nuestros prontuarios individuales; no pretendemos una constante en la velocidad de la propalación del sonido, componemos desde las constelaciones familiarizadas y mucha gente nos señalas cierto toque abundante a flores de Bach en nuestras melodías. Nos apartamos hace mucho del movimiento de supremacía racial, éste pendrive contiene una madurez decadente, una sintomatología dental dolorosa pero no por eso privada de esperanza, de un mensaje positivo, de una alocución de frontera defendiendo las condiciones de clase y la necesidad de los Smartphone. Nuestro primer corte “lagartijas con sombrero orión” habla de eso, del fin del día, de la mirada del dromedario y del empleado estatal, del dengue como ritmo originario de las clases nativas, de los hípster como evolución de los hamsters. En ese tema- que algunos creerán antojadizo- nosotros quisimos poner el fundamento de nuestra liturgia, el vórtice de nuestra búsqueda artística y gremial. Esperamos que nos acompañen.
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Notas
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Vicente 10 noviembre 2014 Sencillo y leve es decir: “Tome usted el ejemplo del pobre Vicente. Hombre rechazado hasta la burla por sus imágenes “infantiles”, deformes y de brutal perspectiva, trazos bruscos y gruesos y colores exagerados. Hombre vapuleado por su tiempo y sus congéneres hasta la humillación cruel. Hombre que no vendió ni un puto y miserable cuadro en su desafortunada vida. Pero, fiel a sí mismo, no dejó, en el medio del horrible sufrimiento que trae la soledad, el rechazo, la incomprensión y la miseria material, de crear una maravillosa obra hoy valuada en millones de dólares”. Sencillo, leve e irresponsable es hablar de la gloria póstuma, del arte y del genio. Más razonable, quizás humanitario, pero igual de sencillo y leve, sería decirle al buen Vicente que mientras ve si su sus cuadros encuentran compradores, por qué no trata de buscarse alguna changa o trabajito independiente, algo que lo ayude en su mísera y sufriente existencia. Incitarlo a que sea un poco más razonable y menos caprichoso y acepte que del arte nadie vive y que la mano viene dura. Hacerle ver que se está haciendo mal con ese empecinamiento que le vuelve el humor amargo y el trato social tan difícil. Avisarle que va a terminal mal si sigue intolerante a la realidad y escapando de ella gracias al ajenjo. Sencillo, leve e incoherente es insistirle a alguien deje de ser lo más maravilloso que es para convertirse en lo que nunca podrá ser. Más capitalista y proactivo pero igual de sencillo y leve, resulta proponerle a Vicente que haga un marketing de su imagen de artista, que use las redes sociales para darse a conocer. Que se una con otros pintores y organicen exposiciones colectivas, aunque muchos de esos colegas de infortunio no le lleguen al botón de la bragueta. Que vea si logra la atención de la prensa especializada y del mundo de los chimentos obscenos. Que pruebe de escribirle al Cónsul del canal de televisión, que ha ayudado a muchos artistas emergentes. Que vea de analizar qué demanda el mercado de decoración de interiores y que vea ahí de explotar un nicho comercial virgen. Sencillo, leve y brutal es reducir la pasión creativa, y quizás el arte, a la persecución de ganancia y éxito material como validación de su naturaleza y valor para el hombre. Más sanitario y psicológico pero igual de sencillo y leve, es decirle a Vicente, en tono perentorio y firme, que se deje de joder con esa vida de mierda que está llevando. Que ya está grande y no hay justificación para tantos pajaritos en la cabeza. ¿Qué mierda estás esperando, Vicente? ¿Quemarte la cabeza bajo el sol? ¿Seguir dando coses de burro con esos mamarrachos que pintas? ¿Cagarte la vida cuando podrías ser un hombre feliz, con un hermano que te quiere? ¿Querés terminar loco, pedazo de pelotudo? ¿Qué querés, terminar cortándote una oreja?. Sencillo, leve y cruel, terriblemente cruel, es el sano raciocinio y el atributo del superviviente que pide que todos se acomoden a lo que la mayoría se acomoda como si eso fuera la felicidad y el arte una complicación innecesaria. Mucho más espiritual y hasta poético pero igual de sencillo y leve, implica proponerle a Vicente un curso de yoga y el encendido constante de sahumerios. Es posible que las condiciones astrales de su natalicio impongan 15
en él un trabajo interior de serenidad, de un encuentro profundo con su naturaleza, para crear un reflejo positivo en su entorno, para armonizar con la gente a la que no le gustan sus cuadros, para lograr una energía que promueva la venta y así equilibrar las potestades subatómicas que si bien desde lo creativo y artístico son claras y definidas, desarticulan en cuanto a relacionarse con la esencia misma de las clases proletarias y la siempre intolerante burguesía y clase media donde Vicente no logra, aún, encontrar su lugar de pertenencia afectiva. Sencillo, leve e ilusorio hasta la calamidad es dejar de ver lo evidente y conjurar magias como parches a una realidad que la creación artística casi logra remendar. Siempre será complicado, terriblemente complicado, saber, con exactitud, qué hay de distinto entre los cuadros de Doña Eutanasia y los de Vicente. Será casi imposible, si la sociedad no lo dispone, establecer la clara diferencia que hay entre Vicente y ese muchacho que ahora está de moda en la casa de los mediáticos. Será confuso e irritante la ausencia de una certeza confirmada de por qué ese tipo que pinta y pinta como un loco que va a terminar loco no es lo mismo que esos muchachos egresados de bellas artes que buscan un premio en la bienal y una cátedra en alguna escuela secundaria. Quizás nunca se sepa. Miles, o millones, de Vicentes no logran esa discrepancia anecdótica que se realiza después de la muerte. Desaparecen doloridos y anónimos con cualquier otro mortal, como el mismo Vicente, antes de ser un genio.
FIESTAS de DICIEMBRE 22 diciembre 2014 Generalmente no sé en qué día vivo, ni en qué mes. Suelo preguntar cuando es jueves o martes y contar con los dedos desde aquí hasta allá; luego me empeño en el propósito de recordar. No siempre lo logro. Llegan estas fechas y, desde hace años, todo a mí alrededor se alborota. Fiesta impuesta por la fe, la costumbre social o la tradición familiar, todos corren en pos de lo mucho que hay que organizar y predisponer. Siento que hay que perseguir y realizar alguna forma de felicidad pomposa, si no se es culpable, en primer grado de herejía, por no colaborar. Este asunto me a causado fama de avinagrado, amargado, aterciopelado, verde manzana, cascarrabias, cascanueces, cascahuevos y triste sin remedio como solo de bandoneón. Llegué a creerlo y a culparme pues tanta gente no puede estar equivocada, me dijeron las moscas. Además de las navidades y vísperas de año nuevo, me han llevado a fiestas patrias, del cordero, de la empanada, de la yerra, de la cerveza y del caracol helix aspersa. Nunca, jamás, lo he pasado bien en ellas. No me gustan los tumultos, los apuros, los empujones. No me gusta reírme si no tengo ganas, ni saltar porque se pone la música fuerte. No me gusta regalar por obligación, ni que se me impute desafecto por no gastar en regalos lo que no tengo. Me resulta harto incomodo que me digan cuándo y cómo debo ser feliz, que me propongan la obligación de querer, en una fecha determinada, a la gente que quiero poco o no quiero directamente. No soy un tipo triste, no me regocijo en la amargura del arrabal bajo la garúa. 16
Las comilonas son residuo atávico de nuestros ancestros cazadores. No tengo nada en contra de ellas y me sumo de buen gusto a más de una. Pero allí empieza y termina, en general, la fiesta franca y honesta. Los demás adornos, todos ellos, después de un rato, y a pesar de la dedicación que se les ha puesto, empiezan a perder su gracia como el maquillaje de las putas durante las horas en el ejercicio de la profesión. Suelo sentir no sé que cosa falsa, incomodo e ingrato artificio, en las fiestas de Diciembre. No me molesta que otros no lo sientan así, nada hago para quitarles sus gustos y derechos. Me gustan los amigos, con suerte parientes, que aparecen por qué se les ocurre. El plato de lo que haya y que nos reúne sin importarnos lo que comemos porque lo que se goza es la presencia, la compañía. Me gustan las reuniones cuando somos pocos y podemos charlar sin ansiedad, reírnos porque sale o estar serios porque es lo que sale. Me gusta el día que se transforma inesperadamente y hace su resquicio en la realidad. Me gusta cuando, contra todo sentido, trasnochamos con vino y café porque no podemos separarnos e irnos a dormir. Me gusta, sí. No salto, ni pongo música fuerte, ni tiro bengalas. Pero soy feliz cuando ocurre. Digo “ocurre” porque a veces se planifica alguna juntada o reunión de gente y no pasa, no se coincide en ese sentir profundo, sin por ello pasarla mal. Los buenos deseos a la orden del calendario tampoco me gustan. Todo se está llenando de buenos deseos, como si llegara el fin del mundo, y así empiezo a saber que las fiestas de Diciembre están ahí, alborotando todo. No le deseo a nadie nada que no desee siempre, cada día. No me pongo más bueno ni más malo a finales de año. Incluso sé que cuando empiece el nuevo año yo seguiré siendo más o menos el mismo de siempre y la realidad de mañana será muy parecida a la de ayer. Dicho esto, espero que después de las fiestas retomemos el curso natural de cada día, del afecto tal como surge, de la risa que por ahí nos nace, de la charla y el café o mate que nos tenemos prometido, esas pequeñas felicidad sin grandilocuencias sin las que no podríamos soportar la insoportable levedad del ser. Esas pequeñas e intrascendentes felicidades que ocurren, simplemente ocurren, entre la amistad y el cariño, las horas de trabajo y la falta de guita, la mano en el hombro y la dedicación impensada y sin esfuerzo al otro, ese otro que está ahí y por suerte ese ahí es cerca y es ahora. Quien sabe, quizás el año nuevo aprendemos a disfrutar más el uno del otro, a ser menos desconfiados, prudentes o mezquinos. Menos ocupados, preocupados y ansiosos. A hacer de los buenos deseos un acto simple, concreto, real y espontáneo. Que lo pasen bien.
Günter Grass / Eduardo Galeano 13 abril 2015 Hablar de cualquiera de ellos es ejercicio de vecina entrometida y fabuladora. Hablar de estos hombres, de sus humanos yerros o posturas ideológicas, del personaje que interpretaron, no es más que tiempo para gastar entre café de ociosos con pretensión de intelectuales.
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Aventurarse en sus palabras, en su obra, como un niño dispuesto al juego de la ilusión y las profundas emociones; sentir que el idioma es capaz de darnos nuevas perspectivas, y que en las paginas que se lee el ser humano se desnuda y desnuda, al mismo tiempo, al lector que se reconvierte mediante la lectura, es mucho mejor y más sincero. Cuando los escritores alcanzan cierto renombre y su obra se posiciona en el “canon” queda lugar para dudar si la gente los lee y, aun cuando los lee, de si “realmente los lee”. La publicidad puede ser nefasta para el arte. O cuanto menos, peligrosa para el “estado de gracia” con que lector, a veces sí, a veces no, logra deslizarse por un libro. Estos señores escribieron páginas vitales –por contener vida-, conmovedoras, terriblemente humanas, con el don de la extraña belleza que sacude íntegramente al que asiste a ella. Páginas que, de algún modo incierto y de improbable demostración, nos hicieron mejores, o eso quiero creer y no lo logro por completo. ¿Para qué sirve la literatura? Es una pregunta que lleva a polémicas estériles la más de las veces. Quien no ha tenido la suerte de experimentar la conmoción sensorial e intelectual de ciertas páginas no va ha entenderlo por mucho que se razone. Quién lo ha hecho, simplemente agradece y desiste de explicarse. No me apena demasiado la muerte de ambos, todos vamos a morir. Pero me hace preguntarme sobre el momento y lugar en el que ellos expusieron su obra y este momento y lugar donde seguimos vivos. Dejándome imaginar un mundo que leía, que buscaba en sus artistas con un poco de fe, convicción y entrega, y este mundo mediático sin tiempo ni quimera para la literatura. Para el hondo viaje por el brillo, sombra, matices y túneles de la lengua escrita. Antes de ayer hablábamos en la mesa de casa de Günter Grass y me volvían al cuerpo las sensaciones, la emoción y la comprensión profunda que sentí al leer “El Gato y el Ratón”, la maravillada sorpresa ante la estructura y forma narrativa de ese libro… Será por eso, quizás, que al enterarme que ambos han muerto no me entristece la muerte de los escritores, sino el lamentable y confuso espacio que ocupa la literatura en este mundo de los que seguimos vivos.
Que la incidencia nos valga 17 abril 2015 Por causas acumulativas, porque soy torpe y asumido, porque me confunde quedarme siempre perplejo, porque la más de las veces todas mis respuestas se reducen a la opción: “no sabe/ no contesta”, es que le escapo a ciertas confrontaciones. Más que a ellas, gratuitas y estériles todas, a las humanas pasiones -y sus vicios- que enmascaran. Alrededor mío, en aras de la razón, la formación académica e histórica, el libre albedrío y el derecho a la palabra, todos parecen saber lo que yo no me entero. No me agobia ni preocupa esta ignorancia de la que hago manifiesto y credo. A veces me cansa, eso sí, tanta certeza de Perogrullo pública y notoria. Ese empeño casi violento por la expresión de verdades razonables, convicciones e ideologías salvadoras e irrefutables, con que se
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bombardeamos estos contra aquellos. Pareciera ser que existe algún mandato que afirma que el que no opina no existe, el que no toma partido delinque por omisión filosófica. Por un lado esta aquella verdad monolítica que se efectiviza, sin subterfugios e instante a instante, en cada vida individual: “La única verdad es la realidad” y andá a llorarle a tu madrina si no te gusta ponerle un “like”. Por el otro lado ese asunto exagerado y completamente occidental de que “Pienso y luego existo”, lo que ya de por sí es una mentira grande como una ballena, puesto que respiro y existo, lloro y existo, tengo hambre y existo, y pensarlo o no ninguna diferencia le hace. Salvo esa grandeza egocéntrica –y completamente humanade creernos que la conciencia cognoscitiva de aquellos que hago o soy me da más importancia o valor que esa verdad que es la realidad y se concreta por su sola existencia y, por tanto, es la única. Y si no te gusta discutí porque tenés ganas y facebook es gratis y lo seguirá siendo. La verdad es que estamos jodidos desde hace cien mil años. Que los cazadores y guerreros se comen a los los débiles, menos agresivos, y a los pastores y recolectores en sus aleditas lacustres. Que alguien ejerce la autoridad y otros la acatan. Que por el fuego, el agua, un pedazo de metal, los pozos de petróleo, la mujer del prójimo, o un sueldo de ganapan, el hombre es un lobo para con el hombre. Que los ricos quieren ser más ricos y los pobres quieren ser ricos. Que en la escala social y la zoológica no hay nadie que no quiera subir un escalón, ya sea para evitar que lo coman o para comer algo más grande. No hay pruebas irrefutables de que la víctima de hoy a la mañana no se convertirá en hijo de puta de esta tarde. ¿Quién no lo sabe? Si los seres humanos somos eso que ética o socialmente se proclaman en los discursos diversos y varios ¿De qué estamos hablando entonces? Hablamos de lo que “es” como si en realidad fuera lo que debiera ser y no es. Hablamos de lo que ocurre por ley natural (da lo mismo si es ley o si es natural) como si habláramos de una escabrosa y lamentable excepción cuando se trata de la regla. Así estamos: Sociedad bipolar, individuos binarios. Aspirar a algo mejor -además de hacer efectivamente algo para que sea mejor- impone ver la realidad: esa verdad casi siempre desagradable. O preguntarse sin ese optimismo idealista que tiene tanta buena prensa entre la espiritualidad new age: ¿Qué es lo que está bien? ¿Este negocio del libre mercado donde unos son depredadores y los otros mercancías? ¿Este juego de la libre oferta y la libre demanda que lejos está de alguna forma de justicia o de simple equilibrio? ¿Está bien el individuo con su sueldo en un sistema cuya antiquísima esencia es la injusticia que permite el exagerado acaparar de unos sobre el esfuerzo de otros? ¿Este sobrevivir dentro de un sistema cuyas reglas son una broma de mal gusto pero que acatamos porque no hay otra? ¿Está bien esa teoría que jamás funcionó en lugar alguno (utopía) y que por tanto nadie vio funcionar? ¿Realmente alguien cree en la democracia como sistema de elección de algo cuando el economisismo imperante ha cubierto todas las opciones de cualquier forma de poder? No, el mundo no es un lugar maravilloso como proponía Sachmo. Los seres humanos somos bastante más animalitos de lo que la lecto-escritura supone que podemos avanzar evolución intelectual mediante. Exponemos discursos éticos que hora a hora se dan las narices con nuestros actos. Existe la guerra, la corrupción, la mala 19
distribución, la pobreza, al abuso de poder y el maltrato con el que convivimos cada día… ¿y de dónde sale si no sale de nosotros? ¿O realmente podemos alegar que nadie fue, que somos todos mártires de una conjura secreta y subterránea que jamás se exhibe en Tv? No es regla que las personas dejen su nicho social para consustanciarse íntegramente con los menos favorecidos. No es lo frecuente que alguien renuncie a ninguna ganancia por razones éticas. No es genérico que alguna persona que incursiones en instituciones o grupetes políticos lo haga sin esperar obtener su derecho de pernada. No es moneda cotidiana que el ciudadano civil no quiera agacharle el lomo a alguna ley, y sí lo es que muchos ni saben qué leyes los rigen. Es frecuente que nuestros más destacados políticos salgan de quién sabe que oscuro amiguismo y pacto previo, con pasibles de sospechas varias, sin saberles mayores méritos intelectuales, pero hacen campaña acompañados de multitudes de las que no hay forma de saber por qué barajo los siguen. Es muy frecuente, antes que escaso, que fin de semana por medio los hinchas de algún club de fútbol maten o hieran a los de otro club, y podría asegurarse sin temor a las matemáticas que todos los gremialistas de la nación son millonarios o malviviente. No las cosas no debieran ser así, pero lo son y esa es la verdad. Negar la verdad con eufemismos, con buenas intenciones y simpático y colorido optimismo va a dar el resultado que sigue dando: muchos patriotas, librepensadores, indignados y apasionados panelistas en facebook y en el café de la esquinas (mártires pocos, según las mismas ciencias exactas), y a la realidad le va seguir importando lo mismo que le importa ahora y hace cien años atrás. Eso sí, todos saben, todos contestan.
Vea, Orestes 6 junio 2015 Vea usted mire, Orestes; la cosa viene compleja, no de forma sino de transfondo, allá donde lo tenue se entrama, se superpone en diferentes capas cogitabundas. Acá, le digo, Orestes, y no es para reírse, se nos está escapando la tortuga mientras corremos la coneja. Se nos están viniendo abajo los pocos que quedábamos arriba y el tema del trastorno climático no es más que una manifestación sintomática, pero lejos está de ser la patología. Porque acá, Orestes, se sigue matando mujeres, policías, taxistas, hinchas de fútbol, cuñados, negros, albinos, viejos, vecinos y parientes, Orestes, se los golpea, maltrata, se emplea la tracción animal para juntar cartones, se desarrollan ignorantes en las escuelas públicas y colapsan los hospitales. Se nos enferma la gente, Orestes, y no se impone el toque de queda, el estado emergente de emergencia, la clarificación legal de las denuncias por corrupción o mal ejercicio en la ejecución de la gaita escocesa. Acá, Orestes, lo que nos viene pasando es la sulfatación colectiva y acelerada del numen social; estamos pensando poco y mal, mucho y peor. Nos está faltando una conexión íntima, un encendido colectivo, abierto y multitudinario, de sahumerios; un trabajo firme en el tema de las constelaciones familiares, el aumento de sueldos y la estimulación temprana por métodos pornográficos. Créame Orestes, En estas elecciones es mucho lo que se está decidiendo, si se tapan los pozos de las calles, si se reforesta el Sahara, si imponemos de una vez y por ley la adopción responsable de mascotas castradas y ponemos el dinero del estado en el proyecto yoga para todos y todas. Porque es así, Orestes, acá hay que terminar con Monsalto y esos telefonitos de mierda con que la gente se distrae de lo concreto, de lo inmediato, y se pierde apilando caramelos. Es así, Orestes, acá hay que vestirse con la camiseta del país y salir a jugar para ganar, a quebrarle las piernas al oponente, a putear al réferi, a suministrarle armas 20
de guerra a la policía. No podemos seguir como estamos, empujando con una pierna para ver si el Skate agarra pendiente. Es así, estimado Orestes, acá hay que difundir el arte nacional, poner culos redondos y frescos a bailar en caños, hay que ver de donde viene el viento y producir una alianza estratégica en la provincia, renovar el parque productivo, juntar tapitas de botellas para causas que lo ameriten. Porque no vamos a salir de esto, se lo aseguro, Orestes, si no nos juntamos todos, si seguimos pactando con aquellos cuatro hijos de una perra de los monopolios paleolítico. No vamos a dar un paso adelante, le aseguro Orestes, si no nos psicoanalizamos, si no encontramos la calma interna por medio de la meditación selectiva y la supervivencia del más apto. Nos están confundiendo los vendedores de golosinas, los depredadores de maníes, los que esta en el mercado de las vacunas, y la codicia inmobiliaria. Nos están engañando con la zanahoria como al burro, Orestes, y nos hacen falta héroes, gurúes, inalámbricos y alimentos no perecederos. Póngame un like, Orestes, comparta, que va a ver el asombro que le causa el video del perrito con una pata que toca la armónica con el culo.
Zootipológico 18 de junio de 2015 · Desde septiembre la ciudad de Mar del Plata contará con el primer Zootipológico de la región. Tras firmarse el acuerdo con el Gobierno Municipal comienzan las obras para este importante e interesante proyecto que ya cuenta con una importante colección de especímenes. Con la participación del Gobierno municipal y el aporte de la provincia de Buenos Aires ya ha tomado carácter formal el Zootopológico Urbano Mario Russak. Un proyecto surgido de la inquietud y la tenacidad del Diplomado Arístides Stella Artois y el Profesor Adjunto Bernabé Smirnoff. En dialogo exclusivo con este medio, ambos nos ponen al tanto de los destalles de este emprendimiento socio-cultural pionero en la región. P – Para empezar por el principio ¿cómo surge el concepto de Zootipológismo Urbano? A. S. Artois – No es la primera vez que la ciencia avanza por gentileza de la casualidad. Con Bernabé estábamos realizando un trabajo de campo y nos llegan testimonios de la existencia en la zona de un Flogger en perfecto estado de conservación. Fuimos reticentes ante este dato que tenía mucho de novelesco. No obstante, al realizar los primeros sondeos, damos con el domicilio de un matrimonio de jubilados que nos explican que desde hace años tienen un muchacho instalado en los fondos de la casa. Solicitamos que nos permitan conocerlo y ante nuestra sorpresa nos encontramos con un Flogger de unos treinta años de edad, chupines color lilas y el peinado característico. Los ancianos nos informan que un día lo encontraron en la puerta y lo alimentan desde entonces. En un principio consideramos que era una variable sin posibles conexiones, incluso cuando las pruebas antropométricas y los análisis de conducta concluyeron que era un Flogger en estado puro. B. Smirnoff – Nos mantuvimos muy cautelosos porque la extinción de los Floggers había sido inestimablemente documentada. Los ancianos nos donaron el espécimen para que siguiéramos haciendo estudios en los que fuimos ayudados por especialistas de otras áreas. En el proceso de cuestionar los procedimientos que estábamos realizando nos enteramos que una familia del barrio Chauvin que tuvo relación biológica directa con una Elmo de género femenino. Nos contactamos con esta familia y para nuestra sorpresa nos informan que la Elmo se mantiene en buenas condiciones a pesar de que hace más de una década que no sale de su cuarto. Cuando nos relacionamos con este espécimen, particularmente asustadizo, hacemos las pruebas preliminares y 21
empezamos a considerar esta biodiversidad desde el concepto propuesto por Stevie Wonders: Perturbación Maltusiana Regenerativa. Pero a los primeros pasos que damos por esa línea comprendemos que estamos ante algo de una amplitud mayor y nos vemos en la necesidad de encontrar otros biotipos que permitan ensanchar el enfoque de la investigación. A.S.A – En esa instancia ya contábamos con la colaboración de otros colegas y amigos, con los cuales, y tras varias tormentas de ideas, pudimos hacernos de una camada tardía de Pibes Chorros y dos parejas Wachiturros. En estos casos concretos que te estoy contando se daba la particularidad de que las muestras habían avanzado en edad manteniendo una completa pureza de clase, algo que hasta el momento nadie había considerado como posible. B.S – Lo que se creía un fenómeno de transición degenerativa-evolutiva nos aparece ahora como una constante pasible de permanencia, pasible incluso de incorrupción ante otras tipologías más agresivas o favorecidas por nuevas tendencias. Hasta el momento se creía que estas formas de vida mutaban para no desaparecer, ahora podemos afirmar que esto puede ser una simple apariencia externa y que lo cierto es que las características de clase se mantienen intactas en más de un caso probado. Lo que nos impone reconsiderar no la pluralidad de variaciones tipológicas, sino su permanencia solapada, digamos parasitaria incluso, entre las formas observadas por metodologías sociológicas más teóricas que prácticas. Allí se asientan la base de la zootopología urbana, de la que podemos decir que ya está dando sus primeros pasos firmes. P – ¿Que son, concretamente, las características de clase? B.S - Para decirlo de una manera sencilla hay que pensar que lo que creemos un agregado, una variación pasajera, en un biotipo establecido, en realidad establece un nuevo biotipo independiente. No un subtipo, como se pensaba hasta hace poco, sino un tipo con propiedades y características exclusivas, regenerativas y adaptables. Antes podíamos decir: somos todos humanos, algunos humanos son noruegos, otros son caminantes empedernidos. Hasta allí señalábamos una manifestación particular no disociativa del concepto humano. Ahora debemos dudar de si nos referimos a humanos como tales, o simplemente pasar a considerar nuevas especies. Esto ha fecundado muchas disputas e incluso acusaciones de discriminación, pero lo irrefutable es que un zombie no es un humano, un vampiro tampoco. Podemos convivir con ellos, mezclarnos socialmente, realizar cruzas de sangre, pero no podemos decir que nos referimos a una misma clase. Un Flogger, un Elmo, un Wachiturro nunca fueron socialmente considerados como humanos, aun cuando no existían estudios serios al respecto. Qué ahora pongan el grito en el cielo no es más que una negación al rigor científico. A.S.A – Me parece que una de las cosas que ha molestado mucho, es que a partir de nuevas constantes que han sido probadas, la zootopología ha cambiado por completo el mapa en el que leíamos nuestra realidad. Es un error pensar que la nueva lectura discrimina, cuando, por el contrario, abre las puertas a una comprensión mucho más efectiva. Siguiendo con los ejemplos de Bernabé, a nadie se le ocurriría obligar a un vampiro a tomar leche; se sabe cuan delicado es su aparato digestivo, se comprende el daño que se le puede causar. Tampoco se le pide a un zombie que razone una melodía de Vivaldi, para la que no está naturalmente dotado. Del mismo modo nadie podría proponer que un Motochorro (fur duo rotae -en Latín-) dicte clases de ética. Yo creo que cuando nos apropiemos de esta nueva comprensión, de la comprensión profunda de la biodiversidad de clase vamos a tener una sociedad más justa, más comprensiva incluso. 22
P – ¿Como surge el “Zootopológico Urbano Mario Russak” en nuestra ciudad? B.S - Para nosotros fue una sorpresa el interés que nuestra investigación ocasionó en la gleba política y, especialmente, en el despacho Municipal. Hubo una perspicacia penetrante y una ayuda desinteresada que no podemos dejar de mencionar. Como ocurre de frecuente en las investigaciones de avanzada, la falta de financiamiento genuino es un obstáculo embarazoso de soslayar. Gracias a la disposición de la administración pública se pudo llegar a una síntesis útil a todos los actores. Empezando por crear una colección estable que a la vez sea de alcance público y de interés turístico. Lo que permitiría seguir avanzando y compartiendo con la sociedad. A.S.A – Vemos en este paso una forma de propiciar esa comprensión que te mencionaba antes. Hoy cualquiera puede dejar la duda, la teoría y la especulación para ver cómo son y cómo se comportan en sus microhábitat, para estudiarlos en forma viva. Hemos mantenido el mayor respeto por las características especiales de cada zootipo, incluso los hemos favorecido para el mejor desarrollo de sus particularidades. P – ¿Cómo se reunió la colección de ejemplares? A.S.A – Recibimos muchas donaciones de familias particulares. Un gran desapego y contribución de estas familias que nos cedieron especímenes de manera generosa. Rápidamente sumamos Guachines, Raperitos, Skaters, Fumones, Villeritos, Cumbieros. Los “Bro” no son una clase pura, sino que se integra a otras muy disímiles. Con más dificultad, pero con ayuda de coleccionistas privados, sumamos luego Familias de Trapitos, Malabaristas de semáforos, Rastas, Barras Bravas, Asesinos de Taxistas, Mujeres Golpeadas y Hombres Golpeadores, Empleados Humillados, Travestis Enanos, Empleados de Comercio y Artesanos. B.S. – Hubo Clases que, si bien resultaban claras de acuerdo al protocolo de constantes que manejamos, no se encuentran fácilmente en estado puro. Fue difícil conseguir un incontestable Corredor Costero y debimos evitar confusiones sutiles con el confirmado Trodador de Cinta. También tuvimos dificultades en conseguir un Garca clase ” La Fonte D'oro”, un ejemplar muy, muy, particular y escurridizo. P - ¿Cómo se proyecta el “Zootopológico Urbano Mario Russak”? A.S.A – Fue muy oportuno, inteligente me animaría a decir, que por gestión del gobierno provincial se nos cedieran los terrenos cercanos al Museo de Arte Moderno. Allí vamos a instalar los distintos microhábitat de cada clase, se ha pensado en un recorrido educativo que a la vez sea divertido y ameno. Por ello se han organizado grupos y sub-grupos de hábitat muy coloridos en su disposición e ingenieria. B.S – Aunque problemática en el significación, pusimos gran énfasis en lo que llamamos “La Isla de la Fantasía”. Un gran sector donde logramos hacer convivir diversas clases. Hay allí Budistas, Yoghis, Veganos, vegetarianos, Astrólogos, Calendaristas Mayas, Lanzadores de runas, de Jogo do Buzios… Fue muy complicado a pesar de la aparente, y recalco lo de aparente, falta de hostilidad de estas clases. En más de una oportunidad la militancia activa de algunos especímenes nos hizo dudar de la viabilidad de éste proyecto en particular, pero finalmente se está logrando. No dudamos que antes de la apertura, con la ayuda de coleccionistas privados, podremos contar, incluso, con un ejemplar de político honesto y una o dos jugadoras compulsivas de Candy Crush.
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Padre/ Maestro 21 de junio de 2015 · Hemos muchos los que no tuvimos padre. No refiero a un padre como Charles Ingalls, ni uno algo borrachín, violento y de escasas luces. Hablo de carecer por completo de esa figura siempre contradictoria del progenitor. Hombre bondadoso, estoico o mediocre según el caso, contra el que tarde o temprano hay que rebelarse para revelarse uno mismo hombre. Recuerdo que de muy niño escuché un expresión propia de un ambiente por fuerza matriarcal: “Padres hay en cada esquina, madre una sola”. Afirmación cruel y despechada que no evita, ni quiere evitar, la injusticia de las verdades que no lo son. Incluso hoy hay un gran y propicio escenario para hablar mal y peor de los padres. Las mujeres lo explotan con convicción y tenacidad, con tal entusiasmo que se llega a creer que, salvo muy escasas excepciones, las mujeres, especialmente las madres, son seres todo amor y sacrificio, mientras que esa especie ruin y sojuzgadora de los hombres es una recua incoherente sin salvación posible. Tal como madres hay padres buenos, regulares, malos, incompetentes, crueles, intolerantes, amorosos y hasta abnegados. La paternidad o maternidad nos son fáciles y cada quién hace lo que mejor puede sin un manual infalible que evite terribles errores. Ser hijo tampoco es fácil. Sin poder mentir sufrimientos que no he padecido, sería necio negar que la carencia no dejó su huella en quién soy. No encontré un padre en cada esquina y mi abuela, mi madre y mi hermana, no eran, y absurdo sería pedirles que fueran, entes luminosos de sabiduría, comprensión y ternura infinita. No hubo un padre en cada esquina, no. Pero hubo hombres buenos, con sus virtudes y yerros, sin los cuales no hubiese podido construirme hombre. Hubo un hombre que se llamó Raúl y que fue lo mejor y más parecido a un padre que tuve. Si él no hubiese pasado por mi vida no hubiese podido intuir dónde llevar mi naturaleza, mi curiosidad y mis ganas de aprender. Raúl corrió las ventanas y abrió la puerta de mi cabeza y mi alma para que yo sospechara, con bastante imaginación de niño, un mundo que no estaba limitado por las esquinas de mi cuadra ni por el gris de la vida domestica. Debió ser mi padre y el universo nos jugó una broma pesada a los dos. Si algo me enseñó, por sobre todo lo que me enseño, fue el amor de hijo. Aún hoy, cuando quiero encontrar una imagen para la ternura, invoco mi pequeña mano dentro del calor de la suya mientras caminamos quien sabe a donde. Lo sigo extrañando y cuando me confundo en mis muchas dudas imagino que haría él y trato de hacerlo yo. Si me preguntan por mi padre, sin que me importe explicarlo, hablo de él. Hubo otros hombres, escasos y especiales, que también me dejaron sus huellas para que yo encontrara mis pasos, me dieron referencias para armarme y destruirme en un mapa siempre cambiante. Hubo un almacenero Osvaldo Pertuzzatti. Hubo, lo supe mucho más tarde, un profesor de Educación Física de apellido Barco… Hubo hombres, no en cada esquina, que obraron un poco como padres. A cada uno, en mi memoria y allí donde hay una memoria del cuerpo, de las vibraciones, les agradezco ya que sigo siendo un niño.
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¿Qué es un padre a fin de cuentas? ¿El que nos vela la fiebre? ¿El que trae el pan cada día? ¿El que nos lleva a patear una pelota a la plaza? ¿El que nos impone un oficio? No lo sé y ya no me preocupa saberlo. Me conformo diciendo que debe haber tantas formas de ser padre como tantas formas hay de amor “reciproco” entre un hombre y un niño o un adolescente. No obstante el saber que es un terreno imperfecto donde toda certeza es injusticia, he llegado a saber que un buen padre, si el hijo es buen hijo, no puede fallar en algo esencial: En ser un Maestro. Un verdadero maestro no es aquel que vuelca un contenido cualquiera en nuestras cabezas o en nuestras costumbres para que repitamos lo que se nos ha cedido, un buen maestro es aquel que vacía nuestra cabeza y nos enseña a llenarla por nosotros mismos. Un buen maestro es aquel que no nos hace de un modo determinado, sino el que nos da la libertad y la guía para hacernos quienes verdaderamente somos. Un buen maestro no enseña nada especifico, sino que nos enseña a aprender. Definitivamente un buen padre es un buen maestro sin que se pueda renunciar a que un buen maestro es un buen padre. Es simple pero no se encuentran en cada esquina. No son perfectos, no lo saben todo con una respuesta para cada caso. No tienen paciencia infinita, a veces les duelen los pies, a veces tienen mal humor, pero con dolor de pies, con mal humor, carentes incluso de respuestas están ahí, y ese estar enseña. Ese estar indica y advierte. Están ahí y ese estar enseña, si se es buen hijo, un alumno aplicado. Siempre me ha sorprendido que ese palito que le ponen a los árboles nuevos para que el viento no los tuerza se llame “Tutor”. A los Maestros se los solía llamar igual. Enseñar es más o menos lo que hace ese palito, ayudar a que el árbol se haga fuerte, que crezca recto y un día sus ramas y follajes se abre acorde a su naturaleza, a sus circunstancias, el árbol se vuele más alto que su tutor y crece como crece; crece como es. Hemos muchos los que no tuvimos padre. Afortunados aquellos que tuvimos la suerte de encontrar, porque no están en cada esquina, algún Maestro.
Hombres y circunstancias 19 de julio de 2015 Si se hubiera llamado Maurice y nacido ciego, habría aprendido a tocar el acordeón en las esquinas, para morir tuberculoso a los 23 años, a poco de terminar la gran guerra. Si se hubiera llamado Ramón habría sido republicano y combatiente; llegando hasta hoy día con una pierna menos y odiando a Franco. Si se hubiera llamado Cemal, habría tenido muchos hijos y heredado el oficio de imprentero por tradición paterna. Si se hubiera llamado Bartholomäus habría comprado, a los 35 años, una granja donde aun vive con Dörthe, encantadora compañera e insuperable cocinera. Si se hubiera llamado Rose le habría negado el asiento del bus a un hombre blanco, el resto sería historia de los derechos civiles. Si se hubiera llamado Aaron habría crecido con Internet, convenciéndose de que era una herramienta igualitaria y de poder social, lo habría acorralado el sistema del gran país del norte y se hubiera suicidado a los 26 años. La mayoría nace un día entre tantos, del vientre de una madre, en una clínica donde otros nacen antes y después. Se nace como las cosas que nacen, surgidos de quién sabe dónde o por combinaciones fortuitas de la
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física y la química. Se nace pequeñito, generalmente; y podría suponerse, sin errores, que asustado. De las muchas elecciones posibles se nos concede un nombre al que nos terminamos pareciendo. Se aprende a caminar, a articular palabras, a tirarse panza abajo y a usar crayones, a subir árboles y a mirar televisión. A veces hay un perro amarillo o un gato indiferente en el paisaje. O mudanzas y escuelas. Tal vez griteríos y furias familiares. Tíos, seguramente, o hermanos. Fiebre, moco y demás padecimientos. Y una relación inevitable entre el nombre y ese cuerpo que toma sus formas, que adquiere costumbres, que impone su particular constitución e idiosincrasia. A todos, en desigual manera pero con el mismo sentido, les llega la compactadora –previo picado de niños tal como se ve en el film de Pink Floyd-. Igualar, cuadricular, ensamblar, pertenecer y ser parte. Hacer algo de alguien, convencer al alguien que es algo o que debe serlo. Clasificar, cosificar, estereotipar. Se organiza un sistema de igualdad de equivalencias, se asume la generalidad como vector y la particularidad como un desarreglo que puede ser admitido o no, según el caso o las circunstancias. Se proponen e imponen modelos; se asume la verdad de los paradigmas insuperables, la explicación lógica lineal del presente y la historia, y se ocurre en éste mundo y en ésta vida mientras uno mismo ocurre. Se afirma que nuestra vida, o quienes somos, está en nuestras manos. El gran poder individual de decisión o libre albedrío. Tú eres tu obra y tú destino. Entonces, con tal premisa, podemos elegir ser altos, o inteligentes, o caprichosos, o heterosexuales, o guerreros, o bancarios, o asesinos. Podemos superar las tormentas, fortalecernos, lograr nuestros sueños, no darnos por vencidos, vengarnos de quiénes nos humillan, curarnos el cáncer, amar a los elefantes, agradecer las hojas del otoño, buscar a dios en el ancho de la noche o entre los mercaderes del templo. Vivir o morir como mejor nos parezca. Estaría bien dudar de todo, principalmente de las afirmaciones. Después de la idea que tengamos de nosotros mismos. Nuestra grandeza o miseria es relativa. Nos toca vivirnos y sernos con este nombre y estos huesos, en dónde nos corresponda, entre todo lo que nos dicen y nos quieren hacer creer. Es muy poco lo que elegimos y siempre está signado por nuestras circunstancias. Nuestra mayor y más sincera elección es la acción, simple y elemental acción, en el efímero presente. El resultado de esas elecciones no siempre corresponde a una premisa indeclinable y exacta. Tratar bien al prójimo no impone que al prójimo le importe en nada, no obstante esa simple elección del acto sigue siendo nuestra. Esa breve elección quizás no sea, en verdad, una iniciativa operable. Nadie elije enojarse, ni sufrir, ni ser –neta y espontáneamente- mezquino o altruista. Apenas se es, la mayor de las veces sin conciencia cierta de lo que se está siendo. Pero hay que parecer, entrar en algún molde, esquema, pertenencia. Incluso, en este preciso ínstate, hay miles, o millones, de personas más preocupadas en parecer que en ser. Les va bastante bien, nadie les llama la atención sobre esto. Ser o parecer es la cuestión. Ser por alguna razón o explicación plausible. Porque Dios lo dijo, porque siempre ha sido así, porque dónde fueres haz lo que vieres, por cuidado de la salud, o porque como están las cosas no serlo trae problemas. Ser de afuera para adentro es el mandato práctico de nuestra educación. Lo que está fuera, ese préstamo que las circunstancias nos hacen, tampoco responde a reglas inviolables. Las circunstancias obedecen a la gran ruleta inescrutable donde el tirador a veces se llama Dios o energía universal. Hay quienes se creen grandes jugadores porque la suerte les ha concedido sus gracias; o prudentes, u 26
oportunos, si el balance de apuestas y resultados está en relativo equilibrio. Con eso se intenta disimular que la casa jamás pierde. Somos dueños de arrojar los dados, el resto ya no es cosa nuestra. Si se hubiera llamado Arturo estaría galopando un unicornio. No habría escrito éstas palabras, menos aun las hubiera leído.
Preguntas sin respuestas 4 de septiembre de 2015 · Hay un texto muy bello de Raimon Panikkar sobre el silencio del buda. En estos días me surge una nueva comprensión o interpretación de ese texto. No se trata de la respuesta, sino del sinsentido de las preguntas. Y todas las preguntas del hombre, en ejercicio de la reducción, pueden limitarse a dos: ¿por qué? Y ¿para qué? Yo mismo, animal de palabras, llego a tomarme muy en serio ese puente entre lo objetivo y lo subjetivo que es el idioma. Olvido que todo símbolo intenta señalar lo inasible o inexpresable. Precisamente porque es inasible e inexpresable. Hace mucho que sé que la realidad no es la palabra que la cifra y no obstante me equivoco. Antoine de Saint-Exupéry alerta una y otra vez, con manifiesta impotencia, en su libro “Ciudadela” sobre el terrible peligro de los símbolos que han perdido su espíritu, que se han convertido en cáscaras vacías por fuerza de la costumbre y comodidad de la indiferencia. A tanto, si no más, ha llegado el deprecio, previa inflación, de nuestras voces. El escenario, por su parte, sigue allí, indistinto a tantas retóricas que han dejado de decir, que son las hojas donde se ha perdido el bosque. Así como la cinematografía parece no tener éxito si no apela a fastuosos y exagerados efectos especiales, la realidad parece no conmovernos sin llegar a sus extremos. Aún así, demanda de una agenda de prensa predispuesta por otros, un aparato informativo al servicio de alguien que sin duda no es la gran mayoría. La maquinaria implanta el tema, la pulsión del espanto, la injusticia o lo aberrante, y sigue funcionando. Agrega el escándalo de la mujer que lanza fuego y derritió sus siliconas, el premio al deportista millonario de origen marginal, las promesas de la vida tibetana, y la tertulia televisiva de ayer noche. Mañana será otro día, y será otro el horror que indigna y duele, así como hace un año lo fue Palestina entre otros tantos que van, vienen, y allí siguen, aunque no se mencionen. Evitándonos el esfuerzo, siempre apurados, nos acostumbramos a que nos den todo predigerido. Papilla para idiotas sin dientes. Necedad consecutiva donde el discurso y la realidad van cada uno por su lado. Nos aceptamos contradictorios por no decirnos esquizofrénicos o absurdos. La “realidad” mediática ha suplantado la realidad concreta. No vemos la iniquidad, estupidez, o brutalidad cotidiana por su carencia de efectos especiales, por su natural modo de realizarse tal como ha sido siempre y ante nuestra fatigada impotencia. ¿El entorno de quién es menos injusto? ¿Quién de nosotros vive en ese mundo inmaculado del uno por ciento que dominan este mundo y sus circunstancias? ¿Quién de nosotros no está inmerso hasta el cuello en las leyes del juego que otros nos hacen jugar? Pero, por favor, no seamos pesimistas, tristes o desesperanzados. No es para tanto. Repudiemos desde el living, o desde una marcha organizada, y volvamos a doblar el lomo ante el buen sentido común. Es cierto que las 27
biblias están junto a los calefones, que los gobiernos administran a los que mandan, que los que obedecen podrían estar peor, que los unicornios se extinguieron y que el temor de la incertidumbre es un charco de aceite donde todos patinan. Es parte de la vida, como reírse, inventar fiestas de menesterosas galas, vender muebles viejos o comprarse guantes nuevos. Lo que siempre ha sido responsabilidad de todos, concluye eternamente en que no es culpa de nadie. Lo que no hace el poder, cómo vamos a hacerlo nosotros si nos mienten, desinforman, no hemos visto, y además – y por sobre todo- nos marginan al costado de esa página que jamás se imprime ni aparece en la tv. A las preguntas mal formuladas, solo puede responderle el silencio. Los símbolos sin alma son voces huecas que nada expresan. Entre lo objetivo y lo subjetivo hay una gran confusión donde el miedo y el egoísmo nos deslindan de cualquier sensatez. Cada día parecemos acercarnos más y más a la línea de los que sobreviven y los que no. ¿Por qué? ¿Para qué? No será el buda quién responda.
Mala suerte 4 de diciembre de 2015 Hay momento de la vida, si se tiene mala suerte, verdadera mala suerte, o mala suerte de la buena, de esa que te tira un jab y otro y otro y vos retrocedés y bailas al ritmo que te marcan, hasta que se te viene encima y te mete rapidito y seguido al cuerpo y, en un relámpago, saca de nadie sabe dónde un gancho al hígado, y sigue, sigue. Momentos de esos en que sonó la campana, te sacan el banquito y te quedas solo como dijo El Ringo, y no te caes porque la andanada de piñas no te deja caerte y las rodillas ni saben que te sostienen, y tampoco podés pararte porque ya estas medio listo, medio quemado, medio sin aire, sin ganas y ni te acordás el nombre de tu vieja para pedirle perdón. Y la cagada son los gritos, porque uno escucha los gritos como si los tuviera dentro de la oreja, ¡dale muerto hijo de puta peleá! ¡levantá las manos, pelotudo! ¡salí de las cuerdas! Y uno quiere acordarse qué mierda quiere decir todo eso, porque sabés que antes sabías, pero ahora son gritos, gritos que te pegan tanto como cada mano que entra, pero no lo podés parar, ni caerte, ni levantarte, ni mover la cintura o encoger el cogote… La comparación entre la mala suerte y el pugilismo me la hizo una tarde Pedro Conti, hablando de la tristeza amarga en la que flotaba por aquellos días. Pedro era un tipo encantador, con una gracia oral cautivaste, aun cuando el abatimiento tiñera de seca solemnidad sus palabras. De aquel relato, fue el cierre el que más me impresionó. Y seguro que es por el cierre que aún lo recuerdo: ¿Y sabés que es lo peor? Que mientras vos está ahí dele recibir la paliza, sintiendo que pasan horas sin que suene la campana, dejando que el cuerpo actúe por reflejo porque vos ya estás incapacitado de decidir nada, hay un segundo, un segundo que dura diecisiete siglos, en que le pedís a Dios, a Zeus y al Maestro, por sobre todo al maestro que está en el rincón, que tire la toalla, que tenga la piedad de sacarte de ahí dónde te están amasijando. Y no la tiran ni la van a tirar. Te pusieron ahí para que recibas los golpes por ellos, por el espectáculo, por la guita, por la gloría, las ilusiones, el cinturón y porque estás preparado para eso, porque esa es la tuya y arreglate m’ijo. Y ese segundo en que te das cuenta que no van a tirar la toalla es el que a veces decide si arremetes con la cabeza y los brazos contra el cuerpo para sacarte a la mala suerte de encima; abrazarla al menos y que pare un poco, o se te caen los brazos para que te emboque bien puesto y se termine todo. Y es por eso, pibe, que campeones son los menos, y todos los que hay pelean con rabia, con furia, y sin compasión. 28
La última vez que lo vi a Conti, muchos meses después de ese relato que aún recuerdo, estaba por irse a Wyoming a expensas de un primo que le disponía el pasaje y le daba asilo para empezar una vida nueva en una finca en el culo de nuestro mundo. La historia de Pedro regresó vívida hace unos días atrás, cuando hablaba con el alemán de que dejarse estar, dejar que hasta lo más ínfimo alrededor se vaya cayendo como una admonición, es el paso previo a rendirse. Y el alemán me sale con que una vez la psicóloga le dijo que ese dejarse estar era un pedido de ayuda, una manifestación - y ahí el alemán puso cuidado al decirlo- de inmadurez. A como venía esa charla, yo le dije que a veces sentía que ser maduro me da la impresión de ser una gran egoísta y carroñero adicto a pegar empujones por derecho cívico. La charla siguió y yo no me di cuenta, hasta mucho después, que mi respuesta se parecía a lo que me había contado Conti. Nuestra cabeza es rara. Lo que guarda, lo que relaciona, el modo en que une o asocia, las explicaciones que crea y los argumentos que desarrolla. La vida la siente uno en todo el cuerpo, a cada instante, y cada instante es otra cosa. La cabeza interpreta o traduce, lo que puede, lo que le sale, el soliloquio que arma sin hay alguna introspección, o la disertación que le sampa al prójimo para desahogarse. Después de hablar con el alemán, de quedarme pensando en las cosas que nos dijimos, me acordé del Richi, de sus furibundas afirmaciones con oraciones cortas, proclamando que debemos aprender del dolor, de que todo infierno que nos es propinado es para aprender. Cómo él se apasiona tanto al hablar y no deja hablar a nadie, nunca le dije que eso es cierto si en algún momento cesa el dolor, si hay un descanso, porque mientras te está doliendo, duele y punto. A toda la gente que me viene con ese cuento me dan ganas de decirle, y a veces se los digo, que el dolor te hace más fuerte o te vuelve más hijo de puta o te anula. La Flaca Elvira está convencida de la justa armonía entre la ida y vuelta de las “energías”. En su perfecta organización teórica es cierto que un boxeador caga a palos a otro y ahí hay un equilibrio perfecto, una fuerza que avanza y otra que retrocede menguando, como le sucede a la noche al despuntar el sol. A los ojos del buda da lo mismo el que gana o el que pierde. Pero, al que le rompen la mandíbula, al que no gana la bolsa, y le dejan el cuerpo como arrollado por un tren, no le cuenten -porque es tirar innecesaria leña al fuego- que eso que le está pasando, golpe a golpe contra las cuerdas, es parte del equilibrio cósmico; que dejando su ego de lado es suficiente. A la flaca nunca le dije que habría equilibrio, humano equilibrio, si por piedad el tipo que está metiendo trompada tras trompara para, afloja y le da aire al castigado. O si se acepta que ya suficiente y alguien tira la toalla. Y si así fuera, si la gente realmente tuviera alguna idea de la compasión por sobre el aparato cultural en que vivimos, toda nuestra vida la viviríamos en un perfecto empate, sin daños mayores, sin necesitar el escuálido consuelo de los sahumerios. Hay tipos como el alemán que viven en un perfecto empate eterno. Pero no son felices, sienten que no han ganado nada, nunca, y se amargan al pedo. No les alcanza dar pelea, mantenerse en el raiting y seguir, disfrutar, caer a veces, levantarse después. El alemán va y viene por su cabeza como por una avenida de doble mano: que sí, que no, como si deshojara una margarita que nunca le responde lo que quiere escuchar. Hay gente como mi tía Amalia, gran púgil, fuerte como un tractor, sufrida y tenaz como el clavo oxidado de Almafuerte, que por alguna voluntad irrefrenable siempre ha ganado todos los combates; aun cuando ha perdido, aun cuando le sacaron todos los dientes, aun cuando en el camino perdió toda la ternura que nunca supo dónde poner. Para mi tía todo es orden, disciplina, determinación y valor. Y allí va, arrasando lo que encuentra con la mejor voluntad y queriendo ayudar. Con entusiasmo de cíclope y una fe en Dios que se acomoda a todo momento y lugar. Para ella el mundo está lleno de débiles, flojos y quejosos. 29
Hay que ver que el dolor, además de experiencia inenarrable y exclusiva, depende casi totalmente de dónde estés parado, de si tenés las defensas altas, la moral o ilusión firmes, y el gong salvador a diecinueve segundos de distancia. Pero muchos se olvidan de eso, se creen fuertes porque aguantaron en un momento donde se dieron varios factores fortuitos, donde la mano más pesada no llegó al mentón por la mala suerte del adversario y no por las habilidades propias. Son los que cuentan que son grandes merecedores del lugar que han logrado. Se apropian de todos los méritos y convierten en mérito lo que nuca lo fue. Y como realmente se lo creen, como sólo recuerdan haber sido golpeados y nunca piensan demasiado cómo resistieron en verdad ni qué cosas los ayudaron a resistir, suelen exigirles a los demás lo que no es cierto, lo que ellos ni muchos otros jamás podrían. La torpe autosatisfacción los vuelve necios, satisfechos y arrogantes. Le dije al alemán en aquella charla, que la historia la escriben los que sobreviven, los muertos no hablan ni tienen verdades que defender. Los que sobreviven pueden decir cualquier cosa, inventar; los que cayeron no van a refutarlos. Pueden decir, como la psicóloga, que han muerto de inmadurez, o como yo, por falta de ferocidad, o exceso de inocencia. Cuando se está en el cuadrilátero recibiendo los golpes, ese sólo instante es la única vedad que el golpeado sabe. El alemán me dice que por qué no escribo una novela que se titule “historia del derrotado”. Yo le respondo que ya la escribieron mil veces, pero que, por arte de ilusionismo, el derrotado se convierte en mito y esa conversión lo vuelve héroe, lo que significa una victoria. Le digo que Van Gogh y el Che Guevara terminan convirtiéndose en un icono cultural, un modelo mentiroso porque les conceden, post Morten, la gran victoria que nunca tuvieron en vida. El verdadero derrotado va al silencio, al olvido, y mejor si se lo injuria, si se le carga la culpa de la debilidad, de la falta de talento o tenacidad, si le adjudican alguna falla psíquica. Si no se le concede nada, ni la más módica disculpa o comprensión, la derrota es absoluta y por tanto perfecta. El ejemplar derrotado debe ser anónimo y olvidado luego de su caída. Victoria o derrota, vida o muerte, fueron asuntos que se me dispararon con la foto de Aylan muerto en la playa, y el remolino que hizo en estos días. Cuando vi la foto pensé, y sigo pensando, en todos los que no son fotografiados. Leí los argumentos indignados o racionales que se expusieron, los cuantitativos datos, las quejas… Me acordé de la charla con el alemán y de Pedro Conti, y no pude sacarme de encima la idea de los que nadie ve, de los que nadie habla, o de los que se hablan pavadas, teorías, razonamientos de sahumerio o psicología, y no pude dejar de preguntarme en ese gesto humano, simple, de tirarle la toalla al que ya no puede sostenerse en pie, y quién sabe por qué no termina de caerse.
Yo me acuso. 22 de noviembre de 2015 Estoy Triste y sin explicaciones. Triste como un cuerpo viejo lleno de melancolías, de fracasos. Soy un lumpen que no ha llegado a proletario en su vano esfuerzo por ser burgués. Soy una excepción a las reglas, una deformidad pública, un error cívico, una vergüenza familiar, un malentendido provincial, un NN municipal. Un escritor virtual, un intelectual de pacotilla. Un harto sin gremio ni sociedad de socorros mutuos. Uno de esos que nunca entiende y se ha cansado de mirar y de ver.
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Yo NO llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para el General, es la palabra del pueblo argentino. NO hay caso, nunca ha sido así. Será que cuando vi y sentí, por primera vez en mi vida, en mi infancia, al pueblo que unido no puede ser vencido, aquellas gentes que pasaron por la puerta de mi casa con las banderas y los bombos acabaron en la masacre de Ezeiza y en la Señora con el Brujo y con el féretro del General en la cureña de un cañón. Y después me tocaron los de la gorra blanca, la gorra verde y la gorra gris y las urnas guardadas porque no hay plazos sino objetivos y los campos de tortura. Pero yo sé, lo sé para mí y eso es todo, que cuando el pueblo, ese pueblo maravilloso que habita estos suelos, brincaba y gritaba “el que no salta es un inglés” yo me hice un autoexiliado permanente, alguien al que el pueblo, las mayorías y las clases de Formación Moral y Cívica nunca más iban a convencer de nada. Ni don Raúl pudo y estuvo cerca, hasta que dijo que la casa estaba en orden y ya después pactó en Olivos. Una mierda pasarse la vida como objetor de conciencia. Este pueblo que yo no siento mío, y que nunca me hizo sentir de él, es un pueblo extraño donde, quizás, argentino no sea un gentilicio sino un adjetivo. Adjetivará, si lo hace, la viveza criolla (ese modo gracioso, canchero, de sacar ventaja), las discordancias al estilo Boca-River, la permanente corrupción y el hurto hormiga, la violenta, siempre violenta, contienda de Unitarios contra Federales / rojos contra azules / mierdas contra mierdas, la pobreza de unos y los gremios de otros y los ricos que en cincuenta años de verlos jamás dejaron de ser ricos, de fundar y fundir bancos, financieras, y vidas ajenas; la de eso que como yo siempre andan por el cordón finito y delicado de la sociedad según el INDEC. Claro que hablo por mí, ineficiente confeso, aspirante fracasado a burgués-intelectual en la esquina de la vergüenza social. No hablo por todos los qué he conocido, humanos, derechos y argentinos que donde hicieron el primer peso fueron por el segundo y a la primera vacación que tuvieron -preferentemente en auto propio- se cagaron en todo lo que habían rogado con la mano, e incluso con el puño en alto y Silvio Rodríguez en el cassette. Porque que yo sepa, el otro que se joda a la hora de la verdad, o del sobrevivir… y ni hablar si para sobrevivir tenés que evitar que te chupen y picaneen, porque ahí, y los mitos son mitos, hasta el más macho, el más fervoroso y doctrinario, el más ético y solidario, arruga (empezando por mí). Gran país éste. Rico, generoso, pero… con sus millones de adjetivados argentinos. Gente que de la tristeza del tango pasa al odio brutal y a la ignorancia que grita, reclama y del chiste fácil hace causa intelectual de absurdos irracionales para llegar a los dirigentes insalubres a los que no nos obligó nadie, sino que nosotros admitimos por costumbre, porque hacer otra cosa demandaba pensarlo, dialogar, trazar y respetar las reglas del juego. Osvaldo Soriano le hace decir a uno de sus personajes “yo nunca me metí en política, yo siempre fui Peronista”. Más o menos así funciona la mente de este colectivo dual y paranoico que se autoproclama pueblo y llega a ser la mitad más uno, más sus muertos, sus excluidos, sus laburantes en negro y sus pibes chorros (agreguemos los nazis costeros). Tengo casi 50 años y no soy nadie. Lumpen de la patria grande, incrédulo hasta la médula, harto hasta el abatimiento que me corroe y me deja esto que soy por culpa mía, porque no sé adaptarme, facturar, seguir adelante y encontrarle la vuelta a la tuerca, al subsidio que me alivie, a lo que demanda el mercado de lectores del tercer milenio. ¿Y a quién voy a culpar de lo que yo mismo y solito me hice? Pero encima de ser yo, vivo en este Ispa, en estos suelos fértiles donde nadie alcanza un ministerio sin perder la virginidad en una secretaria – Dijo Tato Bores- y el pueblo, ese maravilloso pueblo fermenta su decadencia, su sagrada condición obtusa de no aprenderse la ley y menos la constitución, no sea cosa que la deba cumplir. Yo sobrevivo en este país con su pasión caníbal de multitudes, con su voluntad suicida de equivocarse, de equivocarse desde que yo lo vi por 31
primera vez, marchando feliz y joven con sus bombos y sus pancartas para recibir al general, hace ya tanto, tanto. Será que estoy triste, que tengo vergüenza y ando con los bolsillos y los plomos fundidos, será que vivo en Argentina y me mata el mugir de los bandoneones y sigo sin sentir que en mis oídos, nunca, nunca, la más maravillosa música que es la palabra del pueblo argentino.
HOMBRE A SUELDO 4 de diciembre de 2015 · El Hombre a Sueldo no necesita ninguna característica u habilidad especial. Le va bien mimetizarse entre los otros, hacer del anonimato colectivo atributo tácito. Lo que resulta útil para las estadísticas y para consustanciarse con eso que a veces se llama movimiento de masas o turba enardecida. El hombre a sueldo puede ser muchas cosas, tener infinitas facetas, virtudes o defectos, pero todas ellas quedaran signadas y reducidas a su suerte de estar a sueldo. Ese sueldo es el punto ciego donde concluye un pacto de la individualidad con la generalidad. La realización de la supervivencia personal y la pertenencia a la sociedad donde se sobrevive. El sueldo es la categoría de canje a una autoridad que paga. No sólo paga un servicio, labor, habilidad o saber específico y su contraprestación; paga la subordinación a la autoridad que concede el pago. Paga, también, la sumisión al sistema donde se desarrolle la función que se abona. El hombre sin sueldo está fregado, posee la libertad pero no los medios para hacer algo con esa libertad. La falta de dinero no se condensa a la subsistencia básica sino que se expande a la inclusión social. Por tanto, estar a sueldo es una concesión donde se entrega libertad a cambio de pertenencia, más allá de la labor o trabajo que sea la razón del sueldo en cuestión. Una gran fantasía de los cuentapropistas es la de retener su libertad, cosa falsa porque no pueden hacer de ella más de lo que el conjunto de pertenencia les admite -leyes de mercado suena lindo-. Menos aún si el cuentapropista intenta avanzar en la cadena de consumo que es regulada por todos aquellos que poseen ejecitos de Hombres a Sueldo. El hombre a sueldo es víctima de las empresas, sus políticas, otras organizaciones, sus fines absolutamente mercantilistas y salvajes, las deficiencias o injusticias de todo ese sistema, sea cual sea su nicho específico: sanitario, educativo, legal… hasta el propio laboral. Lo privado y lo estatal coinciden sin fallas en el hecho de incluir -si lo aceptamos como simple inclusión y no un contrato mucho más complejo- por medio de un sueldo. Cuando el Hombre a Sueldo se olvida que es eso, un hombre a sueldo, pasa rápidamente a opinador gratuito. Parte del tiempo que no tiene obligado a la función por la que se le da un sueldo, la aplica a los diarios, la televisión y las charlas de ascensor. Rápidamente comprende que vive en un mundo mediocre, infame, y mayormente desquiciado que en más o en menos lo perjudica en su inequidad. El hombre a sueldo sabe, por caso, que está mal la megamineria, la miseria brutal de los que no tienen sueldo, la organización general del
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estado de todas las cosas, el beneficio voraz de algunos contra el resto y demás cuestiones evidentes y más o menos informadas por los medios de masas. Quiere un cambio, necesita una esperanza y un sueldo. El gran sistema que en las charlas de ascensor se presupone y acepta como corrupto y sin escrúpulos, funciona por millones de pequeños engranajes, pequeñísimos algunos, que lo hacen funcionar por el incentivo de un sueldo. Los bancos son una peste de la economía, pero todo banco demanda para funcionar alguien que lave sus pisos. La industria del transporte está en manos viles, pero funciona por sus hombres a sueldo. La ineficiencia estatal se realiza por medio de sus hombres a sueldo. No sólo los de la cúpula de cada organización, que imparten ordenes, sino por los hombres a sueldo que cumplen los mandatos demenciales impartidos por la cúpula…Las guerras, cada vez más relacionadas con el sector privado de prestación de mercenarios, se concretan por la labor de soldados que obedecen cuando les ordenan dónde y a quién matar… y lo hacen por un sueldo. Hace poco circulaba el caso de un bombero español que se negó a desalojar a una anciana de la casa que ya no podía pagarle al banco. Ese hombre canjeaba por un sueldo su habilidad y saber definido de bombero, no su integridad ni su libertad, tampoco su conciencia o compromiso social. No sé si se quedó sin sueldo o no… Muchos que sueñan mundos mejores, resistencia social, adquisición de justicias y paridades sociales, deberían pensar antes que son Hombres a Sueldo y que por ese sueldo ciertas cosas son exactamente como son; cambiarlas implicaría perder el sueldo… y no son muchos los dispuestos a eso ¿o sí?
Conmemorar 2 de abril de 2016 · El relato histórico y el discurso ideológico devoran, por necesidad, la particularidad del ser. Comprimen la individualidad humana hasta aglomerarla a los hechos, sus razones, fundamentos, circunstancias temporales, proposiciones narrativas. Las palabras pierden la subjetividad y antes que ganar objetividad trasmutan en objeto, construcción descarnada, sin hendijas para reconocer o sospechar al hombre que vive, ejecuta, o sufre, el acto más o menos coincidente con lo que luego se dispone relato o concepto. El ser humano, sangre y carne, singularidad mínima del conjunto, no es la historia ni el discurso. El discurso o la historia acontecen allí donde el hombre está a aconteciendo su vida, su ternura, su labor, su libro, su música. La más de las veces sin pedir permiso y sin dar elección. Hablar de una guerra que fue, de héroes, caídos, soberanía, derecho internacional y banderas, suprime al padre que llora un muerto, al hombre que mata a otro hombre, a las multitudes que avalan la guerra, a los que ordenan la guerra como un acto de derecho, al joven que pierde una pierna, el frío, el hambre, el miedo, los sonidos del disparo y explosiones, todas esas cosas que desde la individualidad, pequeñísima individualidad humana, son horror, desconsuelo, herida, espanto, locura.
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Sería bueno recordar, repensar incluso, la historia y el discurso desde el ser individual. Desde ese ser frágil que muere una sola vez. Desde ese que hemos sido y aun somos en el discurrir de los hechos que no pudimos elegir, pero que nos obligan a la responsabilidad de lo que por fuerza tuvimos que aprender. Todos hemos sido parte de una guerra que, como a mayoría de las guerras, nunca debió ser. Todos perdimos algo en esa guerra, todos y cada uno. Un amigo, una absurda ilusión, la inocencia, la credulidad en el Estado, la historia, los discursos. Quizás este recuerdo necesite, más que ningún otro, el silencio y la perfecta dimensión del ser humano para tener algún sentido. Ese profundo, frágil y doloroso sentido, que la historia y los discursos irremediablemente disuelven en una figura hueca y más peligrosa que el olvido.
La Sociedad del dinero 6 de abril de 2016 · “Daría todo lo que tengo por tener más” dijo el Sr. Burns, y con eso expresó a los poderosos del mundo y sintetizó el eje de una sociedad cuyo mandato es el dinero. La palabra economía y mercado ha reducido todos los otros valores discursivos a satélites lejanos y de poca relevancia. Política, ética, arte, filosofía, salud, trabajo, ley, apenas intentan acomodarse -sin reñir demasiado- al centro de nuestra existencia (y ciertamente supervivencia): El Moloch Dinero. La ley del dinero es la simple matemática del signo más. La acumulación obscena que en su íntima naturaleza admite cualquier modo de seguir adicionando sin que importe el orden de los factores en el victorioso crecimiento de los resultados. Si el resultado crece, y con ello deja establecido el éxito y el poder, lo demás puede reducirse a daños colaterales. No sólo los ricos y poderosos del mundo piensan de este modo. Ellos poseen los números correctos para hacer práctica ésta organización economicista, para validarla en un discurso descarnado y honesto en su absurdo. Los demás lo aceptan y sueñan con que ese sistema les de su chance de hacer sus sumas, de obtener sus resultados que nunca, pero nunca, se espera que sean decrecientes. Todos quieren tener más y es por ello que el sistema en pirámide se mantiene robusto y cada vez más cruel. Por tanto nadie tiene la culpa. La crueldad irracional y belicosa del estado de la realidad es una contingencia o variable a corregirse milagro o “ajuste” mediante. No se trata de que ese Totem sagrado que es la producción, acumulación y reparto sea una falsedad completa y evidente, sino de un desarreglo parcial en alguna parte de la gran máquina que se alimenta de miles de vidas infelices. Innecesariamente infelices. Así como alguna vez se creyó –con perfecta razonabilidad argumentativa- el derecho divino de sangre a gobernar, así creemos hoy que quienes más han prosperado mediante el pacto, negociación, validación o consentimiento con un sistema demente, alcanzando los lugares representativos de poder, serán benevolentes, justos y honestos, en el ejercicio de un mandato que sólo puede representar -y sostenerse en- esa ambición violenta de tener más en una organización voraz, socavada y pervertida, para que los que tienen más tengan más. 34
Feliz día de los inocentes a todos nosotros. No son esos y aquellos los viciados en un sistema idealizado antes que real. Somos nosotros lo que esperamos que el veneno sea alimento, que la infección se cure bajando la fiebre, y que sean buenos y nobles aquellos que están donde están por medio de la argucia siniestra de la acumulación (porque no hay poder ninguno sin acumulación de dinero). Inocencia la nuestra al consentir un sistema absurdo por la promesa de que nosotros también acumularemos en un futuro paraíso de repartos equitativos, o por lo menos legales, entre desnudos hawaianos adornados con collares de flores. En este sistema de la acumulación, los pequeños sobreviven defendiendo contra todos- y mal- lo poco que han acumulado; para sentirse menos miserables le piden a los más brutales, a los mas crueles, que distribuyan con justicia. Luego se espantan de que no ocurra así. Más luego, y más ofuscados aún, se desconciertan de que la misma organización y sociedad que les dejó hacer, con notable exposición publica, sus mafiosas fortunas y poder no los condene. Como si el aparato condenatorio, que no funcionó antes y a ojos vista, pudiera funcionar ahora –por efecto la famosa e irreal voluntad popular- con una efectividad que nunca tuvo. Pero el día de los inocentes es eterno. Y lo es porque nadie discute el sistema, sino que simpatiza o repudia a sus ocasionales protagonistas, sus mercachifles de reparto, sus frases de relleno en un argumento agujereado y siniestro. No ver el sistema es un modo, como tantos, de no mirarse uno mismo, la propia incoherencia, capacidad de injusticia y mezquina voracidad. Simpatizar o rechazar figuras y suscribir a carnavales mediáticos, exime del juicio propio y de la responsabilidad individual. Facilita la pugna entre buenos y malos, correctos y equivocados, que lejos, muy lejos están de poder cívico-político alguno. Mientras estamos entretenidos en eso, el sistema sigue haciendo que unos pocos den todo lo que tienen para tener más, y lo logran… a costa de los muchos que cada vez son menos no en cuanto a dinero, sino en cuanto a humanidad. Por cierto, no somos Islandia. Somos la impotencia de un tercer mundo caníbal que quiere creer empecinadamente que es Islandia.
Vergam Cute 15 de mayo de 2016 · Después de veintitrés años de estudio e investigaciones, Vergam Cute consumió tres años más en escribir la escueta monografía titulada “101 tips para Fracasar Exitosamente”. El pequeño libro, a pesar del esfuerzo de publicidad y marketing de la editorial, pasó completamente desapercibido para los compradores. A velocidad luz fue a dar con las mesas de saldo y se reiteró allí el mismo resultado. En el prefacio de su obra Vergam Cute expresa: “ ...La idea del éxito ha llegado a admitir la consistencia de un producto. Asesores financieros, especialistas en mercadotecnia, coach emocionales, chamanes y masajistas, entre otros tantos, ofrecen las certezas necesarias para producir el éxito. Cuándo tanta gente sabe las causas primeras, los componentes y procedimientos esenciales para obtener tal cosa, es imposible pensar que tratamos algo que sea secreto. El éxito ésta allí al alcance de todos y sin embargo muy pocos lo logran. De acuerdo a los incontables eruditos del tema, incluyendo al señor Adam Smith, el fracaso debiera ya hace muchas centurias haber desaparecido de nuestro planeta, por lo mismo resulta inexplicable que la gente siga
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fracasando del modo en que lo hace. Especialmente cuando toda la gente, de sobra asesorada e instruida, fracasa buscando el éxito…” Vergam Cute dedica luego dos páginas completas a negar la posibilidad de que el éxito pueda tener alguna receta básica. Al respecto dice: “... Simple, pero no realista, resulta identificar el éxito con personas geniales o muy inteligentes o muy activas; con circunstancias concretas de tiempo y espacio; con necesidades de mercado o cualidades de algún tipo de producto u obra. Pero ésta simpleza da siempre por tierra cuando se ve, con la misma facilidad, que individuos mediocres, sin talento alguno, escasas virtudes proactivas, en contextos de alta complejidad y momentos históricos regulares, sin responder a ningún mercado y con propuestas lamentables han logrado éxitos contundentes como, por ejemplo, canciones patéticas, libros deplorables o empresas previsibles y sin creatividad alguna. Incluso vale destacar individuos que nunca sabremos por qué han alcanzado no sólo éxito comercial, sino político o en la esfera del acontecer público siendo, a simple observación y sin paliativos, perfectos obtusos El pequeño opúsculo ofrecía una completa orientación para ser exitoso en la persecución del más abyecto fracaso. Poco antes de morir, Vergam Cute dijo, con respecto a su obra: “Sabía perfectamente bien lo que estaba haciendo. La gente fracasa estrepitosamente y sin ayuda. A lo largo de toda su vida fracasan una y otra vez, incluso cuando son orientados y empujados al éxito como si no pudieran vivir sin él. Probarles que eso que buscan se define cuando caen los dados y no por una fórmula de rigor matemático de la que pudieran apropiarse y ser merecedores, no era algo que quisieran saber. No hay mejor modo de fracasar, que decir lo que nadie quiere oír”
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Narrativa
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Comprarse una vida 30 0ctubrde 2014 Comprate una vida, le dijeron. Salí a la calle a ver gente, le instaron. Andá a ver el mar, le apremiaron con violencia a punto de ebullición. Bajó la cabeza y no dijo nada. Acostumbrado al peso de la culpa y poco dispuesto a lastimar a nadie, se calzó los viejos zapatos que aprendió a detestar, tomó 30 pesos en tres billetes de diez y se fue. Fue al mar. Lo miró moverse y llegó a convencerse que ese movimiento era sincrónico con su respiración. Miró el horizonte que desde niño lo intrigaba. Miró a lo lejos la ciudad empeñándose en ser alta y deforme. Sintió el viento irritándole la cara. Vio gente correr con esfuerzo y otros que corrían como masa de músculos entrenados para correr. Se dio cuenta de que corriendo no iban a ninguna parte y experimentó un poco de pena por sí mismo y por lo corredores. Caminó y vio gente. Mucha gente. Apurados, con caras hoscas, mal trazados, desproporcionalmente parecidos por el rigor de las modas, bruscos en su movimientos e indiferentes en líneas generales. Vio gente gorda, baja, mujeres en altísimos zapatos de monstruo, jovencitos con gorras ridículas e infladas sobre sus cabezas, gente que hablaba a los gritos con sus celulares, Hombres con trajes cortados por un borracho, hombres con largos zapatos puntiagudos y pantalones chupados a la rodilla. Vio gente con bolsas, carritos, carpetas, mochilas, cargando cajas de cartón. Vio gente y le pareció que como los corredores no iban a ninguna parte. Pero no sintió pena, sintió un desinterés infinito, un desgano semejante a la tristeza de no sentirse gente entre la gente. Como con treinta pesos nadie logra comprarse una vida, se compró un café y alquiló una mesa en la calle. No pidió el diario prestado porque desde hacia años evitaba entintarse el cerebro con noticias que violentaban su escaso sentido común. A mitad del café prendió un cigarrillo. Pensó en varias cosas de poca importancia. Pensó en una maquina que mueve las vidas de millones de personas que se repiten en certezas de Perogrullo extraídas de Internet. Pensó que pueden comprarse muchas cosas con la ilusión de comprarse una vida, pero que en general uno vende su vida para cosificarse; para no desentonar. Y se dio cuenta de que desentonaba, como los viejos zapatos que había aprendido a detestar. Se dio cuenta que no necesitaba el mar ni el mar a él. Comprendió que ver gente no lo convencía de ser gente. Se confirmó, en los hechos y la teoría, que no podía comprar nada con lo que se mintiera un lugar donde no encontraba su lugar. Volvió despacio a su casa, a su mesa, a su silla, a la ventana que daba a los árboles del vecino, al gato que se sube a sus piernas, y prendió otro cigarrillo. Se propuso hacer algo, quizás cortar el pasto o acomodar los placares, pero desistió de hacerlo. Lo que sí hizo, después de poner la pava en el fuego para tomar mate, fue darle dos vueltas de llave a la puerta. No tenía ganas de que nadie le volviera a decir qué tenía que hacer por su bien.
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El día 6 noviembre 2014 En el pueblito de Arroyo Largo hoy es el día. Comenzará con el primero que se levante y, poco a poco, cada habitante del manso poblado se ira sumando. Desde hace años, al inicio de la primavera y finales de otoño, el día se recrea sin faltas y sin perezas. Nadie hará nada distinto a lo que se hace en cualquier otro día. Nadie faltará a las labores fuera o dentro de las casas, al plato de comida, a la infusión tibia, ni al fuego que por la noche es circundado por los que buscan el calor del fuego y el calor del hombre. Lo único extraño del día es que nadie emitirá una sola palabra, se evitará todo contacto visual entre las personas y, por causa o consecuencia, cada acto que se realice será moldeado por afectuosa dedicación y delicadeza. Durante el día la palabra descansa y la voz se acopla con su amante el silencio. Todos saben qué hacer y cómo hacerlo, todos van a moverse sin roces y sin apuro, sin inquietud. Durante el día los instrumentos se hacen uno con la mano que los usa y el clavo que se golpea. Los trastos de cocina, los alimentos a cocinase y la cocinera, se hacen pacto de integración indivisible. No hace falta hablar ni mirar para saber que el otro, cualquier otro, está allí. La presencia se hace más fuerte, más poderosa en medio del silencio y sin que intervenga la vista sobre los rostros. Más presente es el otro cuando sin indicación alguna realiza el gesto acorde, el movimiento necesario, para que cualquier labor se cumpla. Sin lenguaje, estar atentos es tan natural como respirar. Se comerá en silencio, se descansará en silencio, y los niños serán llevados a un corral de juego para que no molesten, aunque en realidad nadie les prestará atención. A mitad del medio día la ausencia de voces humanas se habrá impuesto sobre los golpes, el paso de los animales o carretillas, el agua que cae, los pájaros, y el aire en la copa de los árboles. El silencio llegará poderoso hasta el corral de los niños y, los niños sin dejar sus juegos y su naturalidad de cachorros, gritarán y llorarán menos que de frecuente. Cualquier sensación de soledad o urgencia de lo humano se disolverá en la ausencia del idioma. Todo se vuelve acto y en su propia naturaleza de acción o no acción la existencia se convierte en certidumbre, sin necesidad de razones más complejas. No hace falta ninguna explicación, ni ninguna duda, cuando no hay voces humanas pujando con el aire, entrometiéndose con la mano que empuña la pala, creando el tiempo que inquieta el espíritu. El día se desarrolla por sí mismo y sin necesidad de nadie. Nadie humano, al menos. La tarde se inclina sobre los cuerpos cansados y este cansancio lo sabe cada uno y al mismo tiempo todos. Entonces una voluntad de amabilidad se expresa en acciones de modesto alivio: ofrecer una jarra con agua, levantar algo que ha quedado caído, acercar un rastrillo porque se pasa por allí y se comprende que el otro lo necesita. Cuando cae la palabra, cae, también, lo subjetivo. Esa interpretación más o menos arbitraria y personal que el hombre crea sobre todas las cosas y sobre sí mismo. Queda entonces la realidad desnuda. Queda entonces el hombre con la fragilidad de sus huesos y lo corto de su existencia expuesto al cielo como el alto árbol o la tierra negra. Detenido el idioma, las personas no pueden otra cosa que el instante.
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Ya la noche y frente al fuego, la comunión es profunda, como si un gran abrazo invisible los reuniera confirmándoles un afecto que, efectivamente, no necesita expresión oral alguna. Les dará un poco de tristeza volver cada uno a su casa, a su lecho, sin una despedida de este existir sin voces, pero serán fieles al día. Mañana tendrán mucho que decirse, pero serán cautos, cuidadoso de la voz y de lo que dicen y sugieren con ella.
El hombre del Dragón 20 noviembre 2014 Abrió lo ojos, aceptó que la luz escasa entrara en ellos, giró la cabeza y el Dragón estaba allí. Estiró el brazo llevando la mano cuán lejos le era posible del cuerpo. El Dragón estiró pausadamente el cuello, mientras olisqueaba con cautela. Llegó a la mano y comenzó a lamerla. Movió lentamente dos dedos y comenzó a frotar con ellos, sin presión, el hueso escamado que terminaba en las fosas nasales del Dragón. 06:30, busca alguna idea que lo vuelva humano y no la encuentra. Siente el cuerpo extendido en la cama, el desgano que recorre el cuerpo, las escamas duras del Dragón en sus dedos, y ni un solo pensamiento viene en su ayuda para humanizarlo. No logra pensar, se siente apenas esto que es y que siente que es. Trae brazo y mano de nuevo a la cama, bajo la manta. Reacomoda la cabeza en la almohada y mira sin mirar el cielo raso. 06:33, la costumbre de orinar reclama su ejecución. La desatiende y sigue mirando la superficie blanca del techo. Sabe que el Dragón se mueve lentamente y al saberlo gira la cabeza. El Dragón ha reacomodado su cuerpo para que al estirar su largo cuello la cabeza logre apoyarse en el costado de la cama con la fosas nasales casi encima de su pecho. Libera el brazo de la manta y pone la mano sobre la cabeza del Dragón. Sigue sin poder pensar, todo el universo, todo lo real y posible que posee es el cuerpo tendido, el calor de la cama y ese contacto y vínculo fraterno con el Dragón. 06:37, La costumbre de orinar reclama imperiosamente su ejecución. Se levanta, da los dieciocho pasos hasta el baño, siente el cambio de temperatura, orina con la naturalidad del cuerpo que hace lo que debe y es acompañado en ese deber. No ha necesitado ni podido pensar para caminar, orinar, mirarse en el espejo e ir hasta la cocina. La personalidad impone las ganas de tomar café. Desarma y lava la cafetera italiana, vuele a cargarla de agua y café molido, enciende la hornalla y pone la cafetera al fuego. Resopla. Ha cumplido sin esfuerzo la disciplina que se ha impuesto: no prender el cigarrillo antes de que el desayuno esté en el fuego. El Dragón espera sentado ante su plato. Va hasta la heladera y extrae de ella el gran bol naranja de plástico. Dentro del bol hay cubos de zapallo, dos cabezas de hinojo, ramas de apio, zanahorias peladas y trozadas, hojas de acelga y tres cebollas chicas. Sirve al Dragón que desde hace siete meses se ha vuelto irreductiblemente vegano y proselitista entusiasta. Con el segundo cigarrillo acompaña al café perfumado, fuerte y denso. Comienza a pensar como sistema para incorporarse al mundo que le imponen. El Ministerio le ha asignado que hoy comience su labor como corredor de fórmula uno, durante los tres meses pasados fue remero, con otros diez y siete vikingos, en un Drakar. El Ministerio dispone la organización y continuidad de la producción, la fabrica marcha generando nuevos empleos y nuevos productos, la adquisición de los nuevos productos imponen que se apliquen más horas y más personas a los empleos, para que tantas personas sigan gozando de estabilidad laboral se crean nuevos productos que para ser consumidos demandan más empleo y más producción. No hay tiempo que perder. 06:46, prende otro 40
cigarrillo y contempla el sol a la derecha de la ventana. Piensa en la felicidad, trata de definirla, de saber qué es exactamente, dónde suele situarse, con cuáles coordenadas matemáticas puede incluirla en un límite gráfico que permita su comprensión lógica. No lo logra y se lleva un nuevo cigarrillo a la boca. El Dragón, cómplice, suspira cariñosamente y se lo enciende. 06:55, Se pregunta si los asesinos, los irresponsables al volante, los deportistas de elite, los abusadores de menores, los aspirantes a gobernaciones y feudos, las meretrices populares, los caníbales de la vida privada masticada y salivada en público habrán hecho su cuota de trabajo a reglamento, si con ese material fértil e instructivo sobre la sensible condición humana se habrán alimentado las prensas, las radiofónicas y las estaciones de imagenremota. Se pregunta si la realidad va cobrando la forma del día de hoy bajo este sol que se ha movido un poco hacia el centro de la ventana. El Dragón da coletazos recurrentes y peligrosos contra la puerta pidiendo que la abran para salir al patio. Allí lo espera su pelota de goma y el resto de los objetos que ayer estuvo incendiando. Con el traje enterizo e incombustible, de color violeta con casco haciendo juego, se siente satisfecho, festivo incluso. Se ve más alto, estilizado, en largo espejo que aún largo lo mutila por debajo de las rodillas. 07:19, Por la ventana arroja varias cosas que ha comprado tanto por la presumible utilidad como por obtener satisfacción. Algunas eran útiles, sí, pero ninguna causaba una satisfacción que pudiera tomarse en serio o que durara más de 30 minutos después de retiradas de su paquete. El Dragón las recibe en el patio, las pisa, las patea y luego las incendia con infinito y brutal placer. Mientra se libra de adminículos piensa en la distancia en millas náuticas que hay entre utilidad y necesidad. Demasiada cosas útiles no le han hecho la vida más fácil y eso le hace comprender que en verdad nunca las necesitó. 07:24, lo que ahora necesita es otro cigarrillo y más café. Piensa y sabe que es una persona grande en edad, seria, responsable, sentimental e, incluso, con cierta cultura. Lo que no sabe es por qué a veces se le instala en el ojo izquierdo una tristeza de saxo tenor, que gime un blues de negros de América del norte. Tampoco sabe porque se fuerza a pensar esas cosas. 07:35, silva del modo establecido por la usanza y el Dragón viene corriendo pesado y con animación de ser reclamado. Se frota contra su pierna. Le frota el cuello con vigor y camaradería viril. El Dragón le pega topetazos con la cabeza devolviendo el afecto. 07:45, sale a tomar el colectivo que lo llevará a la fábrica, el Dragón lo mira irse asomando la cabeza por encima de la medianera del patio. Camino a la parada de colectivo se vuelve una persona entre tantas, uno más entre las estadísticas del Ministerio, otro que se informa de lo que ocurre en la ciudad, el país y el mundo; uno que produce y consume como corresponde, en tiempo y forma, a todo adulto en pleno uso de sus facultades mentales y físicas. Ya en el colectivo nadie podría sospechar que es el hombre, uno de los pocos, sino el único, que comparte su vida con un Dragón con alas de niño.
NanoNovela en 5 entregas [1/5] 1 diciembre 2014 1- La cosa es fácil. Le serruchan el piso a Gancedo que es un flor de tipo, demasiado limpio para estos facinerosos. Gancedo cae y se lo lleva de arrastre en la caída a Contursi. Contursi ni fu ni fa, pero se podía razonar con él. A Gonzáles Gripa lo mandan a Siberia a contar canguros; porque el tipo todavía tiene sus créditos y no es ningún idiota. Por las dudas que moleste le dan cartera de cónsul y adiós. Kamervick se va sólo, harto y sin poder para dar batalla. La nueva ola se llaman ellos, manga de viciosos que se creen que inventaron la 41
pólvora sin humo. Modernitos y con el discurso del loro como todo argumento. Acomodan a los amigos y a los flojos. A los que no, los dispersan o los joden como pueden. Y a mí me joden, me joden bien jodido, me friegan el culo con aceite caliente y me mandan a patinar con el culo. Diecisiete años en la Corporación, diecisiete, y se creen que les basta ponerme a hervir para que me ablande. ¡Hijos de una puta y dos enanos! Se van a llevar una sorpresa conmigo, se van a llevar, ya van a ver. Departamento de Tristeza, la remilputa que los parió, ¡Departamento de Tristeza! Ahí me mandan, al agujero negro del que nadie salió nunca, pero yo voy a salir, voy a salir y les voy a partir la cabeza con un fierro, van a sangrar por el ojete cuando se los deje cuadrado. Van a sangrar pedazos de mierda. 2- Cuatrocientos folios de letra chiquita, la miserable letra de las trampas en los contratos. Cuatrocientos folios como si fuera una novela. No tengo dos años para leer todo esto, no tengo ganas de leer todo esto. Resumiendo y a los saltos que el Departamento de Tristeza desde principios de los sesenta que no sirve para nada. Da pérdidas y dolores de muelas, lo dejan allá al fondo lo más lejos posible. Nadie dura ahí, nadie ha hecho nada porque no se supo, no se intentó, o no se puede. Le reducen presupuesto, le quitan gente y lo dejan estar porque por alguna razón que todavía no sé no lo pueden cerrar. Y me ponen el fardo en las manos, sin que pueda siquiera decir que me lo dan caliente. Parece frío como un muerto al que congelaron y se olvidaron en la heladera. Eso me dan para rematarme ¡hijos de una chiva y un cura borracho! Eso me dan y se creen que me asustan, que les voy a pedir clemencia. 3- Equipo de Investigación se hacen llamar estos tres pobrecitos. El flaquito de barba sucia, el otro de anteojos y camiseta negra con calavera blanca, y la tontorrona pelirroja que parece sacada de un cuento de Lewis Carroll. Mi primera reunión y ya tengo nauseas. ¿Qué me dan? Que no hay nada, cero más cero igual a cero. La tristeza como materia prima se ha eliminado de todo producto. No tiene buen sabor, ni buen color, ni apetece a las nuevas tendencias. Desde que el tango tuviera su último crescendo y estertor nadie volvió a necesitar la tristeza. Los románticos del siglo XVIII parecen haber agotado todos sus recursos, antes de que los surrealistas llevaran a su propio extremo la exaltación del Yo. Lo que fue producto nacional por excelencia, la tristeza Argentina, hoy es algo de lo que nadie quiere ver ni oír. Pienso un poco en lo que estos mocosos me están diciendo, pienso despacio y mientras pienso me duelen los pies y la cintura. Les veo las caras de “yo no fui” y me dan ganas de darles la cabeza contra la pared. Pienso y viene la muerte a golpearle la puerta a Beethoven con autoritaria insistencia y tristeza violenta, en la dulce y apasionada tristeza del réquiem de Mozart, y en la tristeza desolada y atroz en los autoretratos de Frida Kalo y en la tristeza infantil y de infantil inocencia de Juanito Laguna de Berni. En la tristeza tan profunda y amorosa de la Elegía de Miguel Hernandez y en todas las tristezas tan humanas, tan modestamente humanas, de Cesar Vallejo. Pienso en la risa y sonrisa que deja en la boca la tristeza de Charles Chaplin y no puedo creer que estos pendejos que tengo delante sean personas de verdad. Son muñecos de vidrieras criados por McDonals. Animalitos sintéticos y al paso. 4- Se llama Sandra Ruys, tiene un par de ojos fascinantes y dos piernas largas y conmovedoras. Además se ríe, como si su risa fuera el regalo más maravilloso y simple que todo interlocutor merece porque a ella se le dan las ganas. Es la responsable de Análisis de Conductas. La experiencia le ha inculcado completo desinterés por el destino que se le da a su trabajo. Me explica con voz convencida y paciencia colindante con la completa falta de entusiasmo: “Se trata de una serie paralela de cambios de valores, modificaciones conceptuales escalonadas y creación de nuevos estereotipos. La felicidad, ese concepto que alguna vez se asoció a alguna forma de permanente aspiración, no podía ser tal en la evidencia y realidad de la exclusión del otro. La felicidad, o 42
realización de algún modelo de felicidad, incluía al otro, fuera familia, vecinos, amigo, compañero de trabajo… o esa imagen lejana de “menos afortunados” que se sintetiza en la pobreza y sus variables. No se podía postular ninguna forma de felicidad que no incluyera cierta sensibilidad hacia el otro y sus desdichas. La tristeza era entonces un denominador común compartido por toda la sociedad y por cada ser humano. Porque la tristeza individual no difería de una tristeza semejante en el otro y los otros. El amor imposible o roto, la mala fortuna, las pequeñas tragedias domesticas, la imposibilidad de cambiar el curso de reacciones propias del existir y, por ello mismo, la existencia de otros que estaban tristes, causaban simple empatía. Aceptar y reconocer la tristeza era una forma de aceptar y ver la realidad; porque la tristeza era algo propio de una realidad que aspiraba insistentemente a la felicidad que, tal vez, podía llegar o no, y de la que se era –y debía ser- merecedor. Pero una felicidad siempre frágil, siempre susceptible de la tristeza. Eso es todo”. Dejo de mirarla para poder pensar en lo que me ha dicho. Es tan claro como su voz y sin embargo hay algo que no puedo atrapar. De pronto se me ocurre la pregunta que le manifiesto: ¿Me está diciendo que ya no se aspira a una forma de felicidad compartida? “No, no, no. No se trata de eso, se trata del cambio de la aspiración como tal, a una felicidad de concreción efectiva, real o ficticia. De una felicidad realizada y siempre presente en un permanente presente”. Vuelvo a pensar y a hundirme en mis hombros. Al levantar la vista ella me mira interrogadora pero comprensiva. Sonríe, bellamente, y hay algo abatido en la comisura de sus labios. Por último me dice cuando me despido: “Es paradójicamente triste no poder estar triste”. [2/5 ] 2 diciembre 5- Kružni tok es el café propiedad de un bosnio que se escapó de allá con una pierna menos y sin familia porque todos fueron asesinados. Sasa es gentil con sus clientes, pero distante ¿Quién podría culparlo de temerle a la especie humana? El lugar es limpio y curiosamente cálido porque no hay motivo tangible para que lo sea. Voy con frecuencia y me gusta perder el tiempo ahí. Gorgatti me envía un mensaje cada cuatro minutos. Quiere resultados y quiere mi cabeza clavada en una pica. Es un pobre monito práctico que baila al compás del organito al que le dan manija más arriba. En el Olimpo de La Corporación. Baila el idiota y quiere ser modernito pero no le sale, siempre será un sobreviviente servil. La Corporación y sus miles de tentáculos juegan con la realidad o la crea si hace falta. Introducir un estímulo que organice una tendencia no es una principio limitado a Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation o simplemente LASER, es lo que hacemos en nuestro negocio. O detectamos el estímulo o lo creamos, organizamos las reacciones humanas en una coherencia espaciotemporal de rango estrecho. Un juego de espejos. Entonces adecuamos productos para esa tendencia y vendemos el producto como articulo de fe. Mi producto es la tristeza y es rechazado antes de que funcione el estímulo y se organice la tendencia o moda. 6- Le ruego a que me acompañe a comer. No soy su amigo pero lo respeto hasta la admiración. Bonifacio Malkovich llevó Operaciones Visuales a su fenomenal potencia actual. Es el padre de todo lo que vemos tal como lo vemos. Con el perfume fresco de los laureles en las sienes, cuando nadie lo pensaba posible, se retiró con elegancia de gato satisfecho de aniquilar ratones. Se ríe a carcajadas y sin pudor de mi situación. El chaleco rojo sangre, que lleva debajo del saco blanco, manifiesta las sacudidas de su vientre de sibarita al reírse. Cuando termino mi relato se dedica con dramatizada lentitud a su copa con vino oscuro. Cuando parece que ha logrado el más excelso y epicúreo pacto entre su boca y el vino, me mira y dice: “estas cagado, hermano”. Lo que no me asombra porque ya lo sé. Me pregunta: “¿Sabés cuál es el más terrible negocio qué he hecho en mi nociva vida?” -y no espera mi respuesta- “Evitarle el trabajo de soñar a la gente… la industria de los sueños, mi querido; 43
la gran maquinaria al servicio del final feliz para el siempre jamás, que yo perfeccioné. Porque para soñar, dar ese salto de la imaginación, experimentar ese sueño verdadero y noble que transforma a un simio encorvado en posibilidad inmanente, o ser humano al decir de Spinoza, se necesita una realidad que reclame del sueño como procedimiento alternativo. No sólo les dí los sueños prefabricados, perfectamente montados e iluminados, sino que les quité vida, sufrimiento, desgarro. Eliminé la realidad y el curso de las estaciones. Hice ganar siempre a los buenos, a los lindos, a los fuertes. Le di un final asegurado y cuando no fue suficiente di un paso más y los distraje, les inyecté la adrenalina que no soportarían en la vida real. Explotaron helicópteros, se fracturaron en mis pedazos las carreteras mientras una camioneta, indestructible, esquivaba las grietas de un terremoto cinematográfico. Los disparos se multiplican y las explosiones son majestuosas. Maté a miles para que mi bello protagonista sobreviviente y musculoso, junto a su preciosa chica, idealizaran la justicia, la libertad y por sobre todo ¡por sobre todo! el éxito individual. Nadie pierde en la pantalla, sólo los extras y los malos. Los merecedores de la derrota. Los nobles no tienen tiempo para la tristeza, están viviendo a mil por hora, enamorándose, dándole lucha implacable a la adversidad y van a ganar. Los escritores del guión lo saben y yo lo sé. El espectador lo sabe, lo desea y le gusta que así sea. Volví sus vidas reales muy pobres, muy patéticas, muy dolorosas; entonces quieren vivir un film… y como no pueden, prescinden del film y se aferran al final feliz que nadie les ha escrito”. Vuelve al vino y a la gran copa de cristal. La comida ha terminado y no hace falta decirlo. 7- Llevo cuatro días de mal dormir y de automedicarme. Lo único que puedo hacer por mí mismo es bañarme, afeitarme y usar una agradable loción tras la que intento disimularme. Mandé a cagar a Gorgatti y ha entendido el mensaje. Ahora se cree mí enemigo en vez de comprender que es un sórdido insecto de dos patas deformes culminadas en zapatos muy elegantes. Me ayudan por descuido a descubrir que uno de mis subalternos es un genio olvidado. Voy a entrevistarlo. Paco Goebbels es técnico en comunicación pública. Antes de caer en el Departamento de Tristeza recopilaba triunfos profesionales como si fuera un condenado fumador que dilapida cigarrillos. No logro informarme cómo cayó aquí y no voy a preguntárselo. Tipo flacuchento con nariz de pájaro melancólico, tiene mirada despierta e inteligente que advierte que hay que tener cuidado con él. Sabe a que voy y no pierde el tiempo: “Cualquier producto es felicidad. La vida mejora, se dispone de algo que no sólo nos rinde un servicio o utilidad, sino que nos acerca o semeja a otros que presuponemos ya felices. Todo producto nos hace como aquel otro, modelo de lo que debemos ser. Sí, consumimos para dejar de ser quién somos, ahí la raíz de toda insatisfacción que debe saciarse por medio del consumo. Los que no pueden consumir, por definición, son infelices y perdedores… materialmente pobres. Nosotros nos encargamos de crear esa imagen de perfección al uso del fotoshop. Gente que sonríe, se broncea, juega con sus hijos y accede a créditos bancarios tan blandos que solo un necio no se endeuda. Si no es cierto ¿a quién le importa? Cualquier mentira con sólo un cinco por ciento de racionalidad, y repetida la suficiente cantidad de veces, se convierte en una verdad. ¿Qué meta más perfecta podemos proponer que la felicidad venida de afuera? Una felicidad comprada, asequible, al alcance de la mano, y que no demanda para su apropiación otra cosa que dinero, que por sí mismo ya es triunfo. Entonces todo problema se reduce al dinero que permita comprar la felicidad… y en proponer, al mismo tiempo, el modelo de que si usted no tiene dinero es porque no ha vencido, no ha tenido la tenacidad, el talento, el arrojo y la inteligencia de lograrlo. Usted no es apto para ser feliz, está fallado, es débil… y triste. Triste para usted y triste para mí que, esencialmente, me parezco a Ud. y no quiero parecerme. Yo busco Tener –con mayúsculasmi felicidad, y mi felicidad ¿cómo podría admitir la tristeza, ese sentimiento de fracasados y perdedores? Pero para esto hubo campañas previas. Se necesitó desacreditar la tristeza y exaltar la alegría. Hacerla manifestación plural de la felicidad, asemejar la humana pena y la gris tristeza con las “malas ondas”, con la “amargura 44
pesimista”, con el “pensamiento toxico y negativo” que debilita la auto determinación en el conquista personal. Ver el lado positivo de las cosas es nuestra ordenanza. Como aquel rey desnudo que decía estar ricamente vestido, así los hemos convencido de que la tristeza es una mala palabra. Algo que no debe admitirse frente a ningún espejo… y hemos triunfado”. El muy hijo de una puta descerebrada y un cerdo con triquinosis conoce su trabajo. Por años lo ha hecho a la perfección, por eso ha caído aquí. [3/5 ] 3 diciembre 8- Sasa trae el café, lo deja sobre la mesa frente a mí, y hace un gesto que me sorprende hasta el mareo. Antes de retirarse pone una mano en mi hombro y aprieta con escrúpulo como si me dijera “te comprendo”. Quedo suspendido en ese simple gesto inesperado y solidario. En esa expresión que no ofrece soluciones, pero que hace presente el consuelo o la camaradería. La última resistencia ante la tristeza, ante el cansancio, ante la impotencia. Se lo agradezco en silencio. Pienso en las articulaciones lógicas del mundo y sus sociedades injustas, en los mutilados de guerras, los caídos del sistema laboral, los enfermos maltratados por el procedimiento de salud, las familias rotas, los hijos distantes y ajenos, los maestros mal pagos y malos maestros para enseñarle nada a nadie. Pienso en los que viajan como reses en el transporte público, en los que explotan a sus empleados, en los que sobreviven en países de hambrunas, en los quedan prisioneros de los litigios de Medio Oriente. En los banqueros y políticos, en los industriales y la contaminación ambiental… me pregunto, inevitablemente, cómo es posible que de allí no emerja una tristeza de murga de locos que redoblan tambores afligidos. Víctimas del sistema que ven caer a los vecinos y a los parientes al mismo tiempo que ellos mismos caen. Y si no caen es porque dejan sus vidas enteras en conseguir no caerse. Cómo es posible que no fluya una tristeza solidaria entre animales heridos, entre hombres y mujeres caminando entre las calamidades de un mundo humano, y humanamente injusto y brutal. De dónde esta risa de privilegiados, estas fiestas de mediáticos top en revistas de papel satinado, de exitosos que son simple y caricaturesca minoría, excepción a la regla universal que se propone como regla general. Cómo no hay tristeza donde las grandes mayorías son el ganado del sistema corporativo que unos pocos manejan. Cómo se ha llegado a aceptar ésta realidad como la única realidad posible. Y aceptarla, para peor, con la carencia de la mansa, equitativa y plural tristeza. 9- Desde arriba me apremian a que busque la salida fácil y económica. La forma corporativa de decir: salida popular. Salida para muchos sin distinción. Los del Departamento de Estética me mandan a freír rabanitos. Llevan años imponiendo el concepto de show para suplantar lo que alguna vez fue arte licuado en la cultura -ese arte delicado y lleno de tristeza-. No quieren saber nada conmigo. El show es la mejor expresión de salida popular, el acontecimiento social y masivo donde la concurrencia fogosita al individuo ¿Quién quiere estar fuera del conjunto? Gerardo Zuckerberg me lo dice muy simple “Pudiendo mentir nadie va a decir la verdad. Una vez creada la tendencia o moda nadie quiere ser diferente. Entonces hay que parecerse como sea, incluso, y necesariamente, mintiendo. Saltarán de felicidad al momento oportuno, se reirán porque hay que reírse, cada momento de sus vidas será digno de hacerse público. Cuando se tiran un pedo, cuando encuentran una verdad del Dalai Lama, cuando se sacan a sí mismos una fotografía que los atestigua, cuando comen exquisito pedazo de maravillosa polenta con queso, cuando sea que haya que mostrar que no desentonan, que la vida es digna de ser vivida y saben vivirla con exultante optimismo. ¿Por qué conformarse cuando se puede fingir e incluso llegar a creerlo? Cómo decirles a otros que el tiempo nos envejece, que las cosas nos salen torcidas, que no se sabe, no se puede, no se contesta. Nunca, jamás. Ganadores, todos apostamos a ser ganadores y a actuar como ganadores. Se es ganador hasta cuando se va al psicólogo y se está jodidamente tocado del bocho… pero ¿viste? 45
gracias a la terapia nos vamos superando y dejando lastres, le ponemos pilas y salimos adelante. Espiritualmente enriquecidos por experiencias demoledoras. Fuertes, dignos, ganadores, ya se ha dicho. Y sino la cosa espiritual, la serenidad para no ser salpicado por la mierda, las crisis, el huevón que te afana la moneda, el guacho mal parido que te tira el auto encima, la conchuda que te maltrata como a un idiota en la oficina oval de sacrificios públicos y municipales. No, no, eso no existe. Por eso hacemos el show after office -en inglés, que suena más cool y aunque curremos en un galpón y jamás en una oficina- y nos exhibimos luminosos y plenos. No jodas más con la tristeza… a vos te vacunaron y embarazaron para siempre con ese departamento. Te enfrentas a los tres monitos: uno se tapa las orejas, el otro la boca y el tercero los ojos” [4/5 ] 4 diciembre 10- Antes de ser un número de la Corporación fui uno de los tantos tontos que creían en esa máxima que simplificaba el nuevo contrato social: Igualdad, fraternidad y justicia. Animales gregarios al fin, alguna vez debíamos comprendernos animales y gregarios. Crear una composición donde esa necesidad colectiva y natural diera satisfacción a todos y cada uno; al menos en cuanto a humana justicia refiere. ¿Por qué no creer en un orden que nos diera equitativa pertenencia en vez de ser animales enfrentados en luchas depredatorias? El hombre necesitaba tiempo libre, ocio, para crecer y refinarse espiritualmente. Tiempo fuera del yugo laboral para alcanzar nuevas cotas de la cultura, el pensamiento, la sensibilidad, que lo hermanara comprensivamente, fraternalmente, al próximo. Creía con candor que la información, el conocimiento, la independencia múltiple de las ideas, y su suelta al aire como palomas en fiesta, llevaban, sin desvíos, a la concreción de ese contrato social. Me convertí en editor de sueltos, revistas, libros. Predicador paciente de proposiciones intelectuales o artísticas que dieran al ser humano otra dimensión de la vida, otra perspectiva de su ser. En el manubrio del triciclo siempre está latente la cornamenta del toro, pero hace falta que llegue Pablo Picasso y nos enseñe a mirar lo que siempre estuvo ahí. Perfectamente razonable es pensar que el planeta es plano porque no nos caemos de él. Hasta que alguien demuestra para todos que es una esfera cuyo centro nos atrae y nos permite caminar cabeza abajo. Desde Spencer en adelante, el positivismo nos dejó pretender que el desarrollo material de la humanidad estaba al servicio del crecimiento sensorial, cognoscitivo y profundo del individuo y su comunidad ¡torpe y feo error! Y hemos muchos los enfermos de esa ilusoria premisa o promesa. Como fui joven y pedante silvestre, juzgué que si no demostraba mi talento en los grandes equipos de primera división, en el gran mundo de los reconocidos, mi apostolado no surtiría su curativo efecto. La Corporación me abrió sus puertas. Fui todo lo que tuve que ser para ser lo que suponía que debía ser. La gran maquinaria se alimenta de sí misma y se reinventa. Mi cometido juvenil se redujo a comida chatarra. A lo fácil y rápido, fácil y enfermizamente abundante, fácil y para todos los que quieren entrar en el maravilloso mundo de lo fácil y rápido. Las ideas, el arte, la belleza, son los primeros que caen en el combate. No son rápidos ni fáciles. La gran maquinaria se alimenta de masificar individuos y extraer de ese gran cuerpo informe la sustancia vital de su conducta de autómata que finge racionalidad de estadísticas. Dejémosle creer a todos que son libres y esperemos que no sepan qué hacer con esa inmensa libertad en el transcurso del tiempo. Serán esclavos de cualquier cosa o proposición que los disculpe de la singularidad. Porque la singularidad de cada animal gregario es también la gran incertidumbre del “qué hacer, cuándo hacerlo, cómo hacerlo y con quién hacerlo”. La corporación es el gran padre de niños que nunca dejan de ser monos caprichosos matándose, con perfecta explicación y contradicción, por una banana… y mientras se matan brusca y apasionadamente mejor es taparse los ojos, las
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orejas y la boca. Llegué a convencerme que se merecían lo que les dábamos. De la justa ganancia obtenida por eso que les dábamos. Todo se reduce a hacer negocios. 11- Acordamos en encontrarnos en Kružni tok y allí la estoy esperando. Entra con un vestido liviano, estampado de flores azules y rojas. Parece tan joven, tan flexible, que me sorprendo y no le dedico a sus piernas el estudio minucioso que merecen. Se siente y sonríe. Sonríe con tanta naturalidad que la conjeturo incapaz de mentir. Me recuerdo, como un alerta, que pertenece al complicado gremio femenino. Al mismo tiempo sé que la advertencia que me hago me produce poco efecto. Los ojos de Sandra Ryus me incapacitan de toda habilidad en la defensa propia. Como si fuera poco Sasa sonríe, sin que yo sepa cuándo aprendió a hacerlo, mientras deposita los cafés y las graciosas copitas con espeso licor de anís sobre la mesa. Sencillamente y sin esfuerzo le digo que estoy fregado, que no puedo dar resultados y que mi cabeza terminará en la pica que la está esperando. Sonríe y me mira como si yo fuera un pequeño Cuasimodo en vías de desarrollo. No me desagrada esa piedad maternal que me dedica. Me ayuda a atar cabos, me escucha y me deja discurrir. Ofrece perspectivas, opiniones inteligentes. No deja de recordarme los cuatrocientos folios, leído sin detenimiento, que fueron todo lo que me dieron al enviarme a este maldecido Departamento de Tristeza. Creo que no lo han cerrado para tener un medio y remedio de eliminar personajes molestos. Ella niega esa creencia y sugiere que busque otros modos de abordar la faena. No quiero confesarle que estoy harto. Harto e inenarrablemente triste. [5/5 ] 5 diciembre 12- A instancia de Sandra Voy a Ver a Dragón Austral, un monje Budista y Maestro Zen al que no sé qué voy a decirle ni qué ayuda puede darme. Delgadísimo, de cabeza afeitada y amable sutileza al moverse, tarda muy poco en imponerme su serenidad distante y en cierto modo indiferente. Con mirada inquisidora me insita a hablar. Hablo con prudencia e intencional precisión. Manea la cabeza y sonríe con ese luminoso mohín de niño que he descubierto en algunos hombres patriarcales. Permanece en prolongado silencio que exterioriza la búsqueda paciente de qué decirme. Por fin habla: “Adherir o rechazar nunca termina bien. Nada es tan malo ni tan bueno y cada fenómeno es en un momento y en un lugar tal como es, sin necesidad de ponerle valor agregado. A veces llueve por unos minutos, otras veces todo el día o varios días consecutivos. Lo mismo el sol, o la bruma, o el viento. La tristeza es un fenómeno humano como la lluvia o el viento un fenómeno del clima. Son lo que son durante un instante, así ese instante decidamos llamarlo minuto, hora, día o semana. Agotador sería rechazarlo. Más agotador aún, abrazarse a ello pretendiendo que no se trasforme, que no sea remplazado por la bruma, o por el sol, o por cualquier nuevo fenómeno que podría ser la nieve. Aceptamos que el clima, en alguna de sus manifestaciones, incluye la lluvia ¿Por qué no aceptar la tristeza, la alegría, la felicidad, el encono, el hambre o la sed, en la mutable fenomenológica humana? Cuando es de noche todo es noche, así usted tenga una linterna eléctrica. Cuando es el día todo es día así usted cierre persianas y corra cortinas. Ser completamente humano, íntegramente humano, es entregarse y vivir todo estado fenoménico por completo, sin intentar huir puesto que no hay donde huir. Si usted propone la tristeza como una panacea, está usted completamente loco. Tan loco como aquel que quiere, en plena noche, la alegría valiéndose de una vela. Pero lo que a usted parece importarle es la manera de aplicar algo que en realidad es propiedad intransferible de cada uno. ¿Existe tal cosa que podamos llamar todos nosotros tristeza? Quizás lo que usted busca es un sentimiento que, sin ser agobiante, se aplique a alguna manera de manifestar sensibilidad. Delicada sensibilidad que, inevitablemente, pasará por nosotros como cualquier otro fenómeno. Lo que lo perturba es la voluntad colectiva y inservible de buscar placer o autosatisfacción egoísta, enmascarada en eso que, por darle un nombre, 47
plantea como felicidad sin tristeza. Si usted fuera un discípulo, y yo lo conociera mejor, me preocuparía que usted identifique la tristeza como una forma de compasión. Algo así como un tenue dolor necesario que nos expresa frágiles y nos da conciencia de la fragilidad e impermanencia de todo los que nos rodea… y del sufrimiento que nos rodea. Si así fuera, nunca olvide que es su manera de sentirlo. Nadie tiene porque entenderlo tal como usted”. Al final de esas palabras, juntó las palmas de sus manos frente a su mentón, hizo un leve gesto de inclinación, tomó luego una campanita, la agitó, y me mandó a volar de allí. 13- Miles Vanilli es el líder absoluto de la Unidad Medular de Construcción Discursiva. Todo el mundo dice de él que es un inaguantable mentiroso. Él alega que eso es una forma alusiva de calificar, dentro de ciertos patrones filológicos, alguna parcial y emergente característica de su trabajo, nada personal. Llegó a su puesto después de una fabulosa tesis. Afirmaba en ella que la realidad no es tal si no se sostiene en una red discursiva. Según su principio, la realidad mantiene su índole concreta gracias a uno o varios artefactos discursivos opuestos o interactúantes. Sin ellos, el hombre pierde la concepción de tiempo y la realidad deja de ser tal para ser la continua variación de un único momento y lugar. La realidad existe, en una forma demasiado simple de condensar su tesis, por la organización de cualquier estructura alegórica capaz de crear la concepción de un pasado y la suposición de un futuro. Lo que se genera en medio de ello es el cordaje de significaciones etimológicas que sostiene eso que llamamos: dinámica de la realidad. Su consejo profesional es bien simple: “¿Quereres cambiar la realidad de tu departamento? Muy bien, creá un discurso con que los otros sean capaces de sentir identificación. Pero no los hagás pensar demasiado, no les indiqués que son parte del problema. Convertilos en beneficiarios de una certeza que obra por sí misma como solución –aunque ni por putas sea cierto- y que los pone del otro lado del problema. Un simbolismo conciso, del que se puede apropiar por afectividad empática. Nunca propongas algún propósito que demande intelectualidad compleja o acción trascendente. Esa certeza simple es lo que crea “adherencia”. Si lográs que esa adherencia se propale podés generar los patrones de una tendencia o moda. La gente no adhiere al progreso epistemológico en el cual, por medio de la concatenación racional, se cobra conciencia de que es el propio pensamiento el que nos define como capaces de dilucidarnos personas. La gente adhiere a “pienso, luego existo”, aunque jamás sepa cómo se ha llegado a tal conclusión, ni se propongan llegar a ella por su propia experiencia”. 14- Confirmo que Sasa ha aprendido a sonreír. Luego compruebo que el único destinatario de este nuevo saber es Sandra Ryus. Frente a ella aprendo, por mi parte, que todas mis preocupaciones se disipan en su mirada. Ella me premia con una de sus sonrisas frescas, flexibles como su cuerpo. La razón por la cual el Departamento de Tristeza no se cierra, a pesar de todo lo que se hace en su contra, no obstante todas sus pérdidas y fracasos, es porque La Corporación sabe que no hay modo de eliminarla, enmudecerla o arrancarla de raíz. La tristeza está siempre al acecho, en alguna esquina más o menos nostálgica, frente al teatro grotesco de la vida con sus colores sepias o el crudo blanco y negro. Está en los muelles o andenes donde hay una despedida, en los domingos de otoño, en las cuerdas de una guitarra donde el hombre va a convertir en belleza sus penas más íntimas, en las promesas incumplidas. La tristeza está allí desde que un simio se alzó sobre sus miembros traseros y al hacerlo perdió la inocencia animal. La tristeza, en sus muchas formas y variaciones, como las partituras superpuestas de Ravel, es a veces esa intraducible saudade portuguesa, o el silencio frente a una ventana donde esperamos que alguien llegue. La tristeza es invencible en este universo de hombres y mujeres que nacen sabiendo que la extinción los espera en el otro extremo del pasillo. No es un fin ni un medio, es el condimento áspero, con su particular perfume, que no podemos evitar y que no tiene sentido evitar. ¿Qué 48
importancia tendría cualquier fiesta si al final no sintiéramos la tristeza de lo que concluye, de la alegría que ha pasado por nosotros y se ha disuelto en el tiempo y en nosotros? ¿Qué sentido tendría el pasado que con la memoria reconstruimos en el presente, si no sintiéramos algo de tristeza por lo que hemos sido, o creemos que ha sido, alguna vez? ¿Qué significado tendría el más ínfimo y pequeño regocijo si no nos supiéramos capaces de sentirnos tristes? Sandra me pregunta qué voy a hacer y me tomo mi tiempo para contestarle. Le pregunto si cree posible que mi furia, mis sueños, pudieran asociarse cada día, de aquí en más, con su sonrisa, con su flexibilidad, con la frescura que me regala cada vez que estamos juntos. Sus ojos se hacen más fascinantes ahora que se mojan y contrastan con una nueva sonrisa sorprendida. Me responde que lo cree posible, muy posible. Entonces le digo que volveré a ser editor, pequeño perdedor o gana pan que sigue creyendo que alguna vez libertad, igualdad y justicia habrá de cumplirse. La Corporación es una gran fantasía donde he confundido el trabajo, el obtener beneficios, la lógica implacable de la industria del egoísmo, con el simple vivir mi vida de hombre entre hombres. Le pregunto si, a pesar de ese cambio, sigue creyendo que podemos compartirnos. Ella responde que de muy posible hemos pasado a casi seguro. Nos quedamos un largo momento en silencio. Sasa, sin que lo pidamos, trae nuevas copitas de anís. Me mira y me concede una tierna mueca cómplice que nace y se funde, mágicamente, en la impenetrable tristeza de sus ojos.
Últimos 12 de junio de 2015 · Ayer llegamos al fin del mundo y al último día. Llegamos tarde, pasadas las diecisiete horas. Ya no quedaba nadie y quizás todos los que llegaron a tiempo fueron juzgados según el libro de la vida: premiados y castigados según sus obras. Nosotros éramos pocos y nada nos unía. Perfectos extraños en un mundo muerto, reunidos por la tardanza y porque no supimos temer lo suficiente esta absurda soledad que ahora va de aquí para allá con el viento que se queja no sabemos de qué. El gordo se sienta sobre sus bártulos, saca un paquete de cigarrillos del bolsillo de la camisa, lo mira como si estuviera pensando que son los últimos, extrae uno con pausada indecisión, lo lleva a la boca y lo enciende. Tres mujeres se alejan un poco y se ponen a hablar entre ellas, tienen algo de gallinas dando picotazos en la tierra. Un larguirucho sin carnes y con lentes nos mira a todos esperando que alguien diga algo; al verlo se me ocurre que este principio que nos corresponde no será el verbo. El más viejo revuelve entre todo lo tirado que nos rodea y rescata algo cada tanto, cuando tiene la brazada lista va y la suelta donde se va formando un cúmulo. Libros, papeles, ramas, resto de muebles. Nos rodea todo lo que ha sobrado, todo lo que antes se acumulaba codiciosamente, con la voluntad de coleccionistas obsesivos. Ahora todo esto es la basura por la que ayer unos pisoteaban a otros. Tengo hambre. De mi morral extraigo queso y pan. Los otros me miran curiosos o dudando. Les hago una seña con la cabeza y se van acercando. Cada uno presenta lo que puede sumar a ésta comida, la primera que realizaremos juntos. El viejo nos grita que esperemos, pide paciencia y se ríe de nosotros, de él mismo y de lo que nos está ocurriendo. Extraña felicidad la del viejo al que miramos sin entender. Con pocos movimientos separa cosas del cúmulo y algunos pasos más allá vuelve a hacer, con mucho más cuidado, otra pila. En ella inicia el fuego. Lo primero que comprendemos, con y sin palabras, es que el otro es necesario. Nuestra libertad, exagerada, sobrevalorada, reclamada libertad, no tiene demasiado sentido ahora. La libertad de vivir es toda la libertad que 49
tenemos. No nos presta mayor servicio si no contamos con el otro, si no hay otro con el cual compartir el esfuerzo y la fatiga de seguir viviendo. Lo segundo que intentamos comprender sin lograrlo enteramente, es que todo lo que sabemos, todo lo que puebla nuestra mente, no hay forma palmaria de aplicarlos en este presente. Una de las mujeres, la de mirada bella, dice que debiéramos desaprender todo lo que sabemos en un acto de defensa propia. Nos reímos cuando lo dice. La risa espontánea, impensada e imprevista, es un reflejo que nos nace como parte de esta nueva condición de liberados. Nos reímos sabiendo que tiene razón. La que claramente discrepa es la otra mujer, la robusta de corta altura. Invoca la exactitud de algún dios que nos ha dejado aquí varados, la razón moral de nuestras vidas y la responsabilidad que se nos ha endilgado de preservar el pasado del que venimos. Se hace un silencio cargado después de que lanza su apasionada perorata. El tipo que nunca ha separado la escopeta de sus manos la mira con dureza, la mira con dedicación excesiva, la mira con un poco de asco y un poco de compasión. El gordo se lleva, lentamente, la mano a los riñones. El larguirucho corta la tensión hablando con calma, una calma que no sé de dónde le sale. No hay dios, no hay autoridad, no hay nada más que nosotros junto al fuego; mejor entenderlo así y ayudarnos. Más tarde o más temprano igual vamos a morir. El de la escopeta sonríe con franqueza, aliviado como si se hubiera liberado las tripas de mucha mierda. Dice que está bien, sin autoridad, sin pasado, sin otra obligación que estar vivos. No tenemos que hacer historia, ni reproducirnos, ni crear un imperio. Tenemos que vivir hasta que nos llegue la muerte y eso debe ser bien claro para todos. No hay nada del pasado que debamos, ni podamos, defender aquí. La mujer robusta y de corta altura llora discretamente. La comprendemos y la dejamos llorar en paz. Todo lo que debemos y podemos hacer depende de nuestros cuerpos. No hay energía para las maquinas. Nuestra energía es la única que poseemos y no es poderosa. Nos vamos acostumbrando a planificar con cuidado las tareas que acometemos. A mantener una regularidad que el cuerpo sobrelleve. Se nos va el apuro, la ansiedad. No hay más que hacer lo que hacemos, concedernos un alto, beber, comer, volver a empezar. Lo que no concluyamos con la luz de este sol nos esperará hasta mañana. Las mujeres nos cuidan, naturalmente, sin acuerdos previos. Sabiduría ancestral de hembras que les surge fácilmente, con placer incluso. Nos preparan pequeños obsequios que no pedimos: agua caliente para bañarnos, comida, y el justo y precavido reparto de mantas para la noche. Les facilitamos tanto como podemos las faenas. Somos más ordenados o prácticos. El larguirucho de anteojos nos supera a todos, rápidamente nos propone cómo solucionar algo y no se equivoca. El viejo tiene un gran sentido de lo simple: nos ha dicho que no hacemos nada para embellecer la eternidad, sino para el uso necesario. Tiene razón, basta que cualquier cosa que hagamos dure lo suficiente para cumplir su cometido. ¿Cuánto es lo suficiente? No tiene importancia. Hay muy poco pero no nos falta nada. A discreción nos apropiamos de lo que nuestras urgencias reclaman. Se comparte lo poco sin que nadie se haga responsable de repartir. El gordo ya no es tan gordo. Anda tonteando con la del cabello corto y ella está contenta con el juego. La robusta de baja estatura ha convertido su tristeza en determinación de maquina exacta. Le gusta el orden y la limpieza. La toleramos sin inconvenientes, hallando que su insistencia, en un momento u otro, nos sirve a todos. La de los ojos bellos se ríe mucho, de cualquier cosa. También tiene muchos momentos de inescrutable seriedad que la ponen distante, como si no estuviera aquí, entre los demás. El de la escopeta parece divertirse como un niño. Tiene muchas ideas y se sonríe de ellas mientras las narra. Es entusiasta para trabajar y trabaja como si jugara. Hemos hablado de realizar una expedición atrás para conseguir cosas que no tenemos. El viejo no está de acuerdo. Dice que cada cosa que
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traigamos traerá nuevas necesidades. El larguirucho de anteojos está preocupado por los extraños cambios del clima. Tiene miedo y lo podemos oler. Chist es mediano y de pelaje mixturado: negro y gris ceniza. Apareció una tarde en que estábamos almacenando agua en cuanto recipiente pudimos encontrar o forjar. El viejo fue el primero en verlo. Se golpeó la pierna varias veces con la palma mientras decía chist, chist, chist. El perro se acercó con cautela y de ahí el nombre. El viejo y yo lo compartimos según sus humores. Normalmente anda detrás del viejo, pero a la noche se tira cerca mío, lo suficientemente cerca como para que cada tanto le acaricie la cabeza. No sabemos de donde salió y sé que no queremos hacernos esa pregunta abiertamente, que la evitamos aunque la sabemos rondando. A la noche de su llegada el de la escopeta dijo que Chist venía huyendo de los zombies que están infectando Estados Unidos. No pudimos evitar las carcajadas. El larguirucho de anteojos afirmó que era un Lycan rebelde, harto de la guerra del inframundo. Luego de eso fue irremediable que siguiéramos diciendo tonterías peores. Cada vez que el mundo viejo nos retorna es para sentirlo más absurdo e irreal, el invento de una imaginación enferma. Una mañana el gordo se puso a silbar durante el trabajo. Lo hace de manera grata y delicada. Mantiene sonidos agudos y saltarines y de pronto aparecen otros graves y precisos. Nos detuvimos a escucharlo sorprendidos y embelezados. Al ver que tenía público se esmeró en la larga tonada que nos retuvo en un tiempo sin tiempo. Aplaudimos cuando terminó y el de la escopeta no puedo evitar darle un abrazo conmovido. Le pregunté qué era esa melodía y me dijo que la inventaba al tiempo que la silbaba. Fue un momento extraordinario que nos conmovió de un modo inexplicable. Esa noche el viejo dijo que extrañaba los pájaros, verlos cruzar el cielo. El de la escopeta le dijo que de haberlos estaríamos tratando de incorporarlos a nuestra dieta. La de cabello corto es feliz con el gordo. Es evidente y ella se esmera en manifestarlo. Sin que admita comprensión alguna ella nos da un poco de su felicidad a todos. Nos proporciona un gesto amable y desinteresado a cada uno. No un gesto cualquiera, sino uno especifico que no sabemos cómo descubre o adivina, pero del que sentimos completa dedicación y bondad. Su preferido es el viejo y nos gusta que así sea. La de los ojos bellos ocupa tiempo en hacer cosas que no sirven para nada, pero que nos gustan. Con piedras, tuercas oxidadas y trozos de botellas, unidos por largos alambres, ha creado unos cuantos colgantes que dispuso aquí y allá. No puedo explicarme por qué siento que esos objetos inútiles nos dan calor. Pero no alcanza para el frío que cada día es más intenso. El larguirucho de anteojos nos impuso rescatar el tapizado de los automóviles abandonados y todo material apto para confeccionar abrigos resistentes. Las mujeres fueron hábiles y creativas. También pacientes con nuestra poca habilidad como sastres. El frío sigue recrudeciendo, como si a cada nueva medida que tomamos contra él sólo lográramos encolerizarlo más. Ya estamos seguros que eso que apenas sospechamos lejos, muy lejos, a veces a la izquierda, a veces a la derecha, son gigantescas tormentas de polvo. Las presagiamos creciendo en altura, revolviéndose dentro de sí mismas como inconmensurables paredes vivas. Siempre están muy lejos, apenas podemos adivinarlas. Las horas de luz se reducen. Y la luz que recibimos es pálida y fría. Cada vez hay menos pero sigue sin faltarnos nada. La robusta de corta estatura ha hecho buena amistad con el larguirucho de anteojos. Son opuestos complementarios y se favorecen mutuamente con el intercambio. Acostumbran apartarse para hablar entre ellos sin que los incomodemos con nuestro desinterés. Se hace largo el tiempo en que no podemos salir a hacer nada, tardes lentas y oscuras, mañanas interminables y oscuras. Nos mantenemos en el refugio tratando de acumular calor en los huesos. El de la escopeta se masturba para cansarse y dormir. Es tan franco al hacerlo, tan familiar, que a nadie le molesta. No cuesta comprenderlo y a él no parece hacerle falta ninguna comprensión. 51
Me divierte bastante ver su pequeño goce, verlo como se olvida de nosotros, se alivia y se queda tendido bajo su manta. Una noche la de los ojos bellos lo ayuda. Nos sorprende apenas por un instante y luego nos parece tan natural que todos nos reímos cómplices y forzando una compostura que no podemos lograr. No tardan mucho. Más tarde y cuando ya estoy dormido ella llega hasta mí, me despierta y también nos ayudamos mutuamente. Siento algo como una dolorosa nostalgia detrás de la sensación física. Algo como amor por esa mujer amable y por todos los otros que nos rodean. Quiero llorar y sonreír al mismo tiempo y no puedo. Poco después ella se va y yo dejo de importarme por completo. El viejo no está nada bien. El frío le duele en todo el cuerpo, lo desbasta lenta e perseverantemente. Chist está siempre su lado, siempre. Realizamos apenas las tareas indispensables. Salir del refugio es cada vez más penoso e infértil. Vivimos en una noche casi constante, apenas rajada por alguna hebra de luz gris. Cada vez hay menos y sigue sin faltarnos nada. Juntamos todos nuestros cuerpos para no perder nada de calor, o de eso que ahora llamamos calor para no decir que compartimos el frío y los temblores. El gordo suele silbar cada tanto y eso, vaya a saber cómo o por qué, nos alivia. El de la escopeta se ha llenado de un humor triste, de una felicidad apagada y apacible de la que él mismo se sonríe. Se va transformando en alguien más dulce, más amable, más despojado que intenta darnos con ternura lo mejor hay dentro de él. Algo parecido, pero no igual, pasa con la de ojos bellos. Sus ojos son ahora de una belleza imposible y apaciguadora. La de pelo corto es una con el gordo, parecen hermanos. La robusta y de corta estatura junto con el larguirucho de anteojos tratan de mantener una moral en la que ellos mismos no creen. No molestan, a su modo ayudan y hacen un poco menos penoso nuestros actos. No podemos evitar sentir ternura por el empecinamiento que nos ofrecen a costa de toda la fuerza de la que son capaces. Hace días que la lluvia marrón se desploma inacabablemente. Golpea con fiereza todo lo que se le opone. Frío y brutal agua marrón es todo lo que hay fuera del refugio. El viejo agoniza o algo semejante y nos complace rodear su cuerpo, hacerle sentir que estamos ahí con él. El gordo ha dicho que deberíamos comernos a Chist y sus palabras no penetraron en ninguno de nosotros. El perro es huesos y mirada seca y se ha ganado el lugar que ocupa. El gordo repara su error silbando por un buen rato algo de belleza amorosa. Ya no hay nada y no nos importa. El agua que cae es pesada, barro un poco más denso cada día, un poco más brutal de instante a instante. Hemos apuntalado tan bien como pudimos el refugio, sabiendo que no resistirá mucho. No son gotas de barro, son pequeñas pelotitas violentas que impactan como lanzadas por una gomera. Hacen un ruido atronador que nos atonta, que nos libera de pensar. La de los ojos bellos se incorpora y todos la miramos. Nos sonríe con fraternal picardía, va hasta un rincón donde se hay algunas cosas que ya no distinguimos y luego de revolver un poco se vuelve con dos botellas de vino, una en cada mano. Nos reacomodamos con una voluntad inusitada, sin dejar los abrigos pero buscando donde apoyar las espaldas. El de la escopeta se para a buscar lo que sirva de copa o vaso según lo opte la imaginación. Nos reacomodamos y el gordo asume descorchar las botellas. Es maravilloso el color del vino tinto. La de pelo corto y la robusta de corta estatura parecen dos niñas que han escapado de la escuela. La de ojos bellos se encarga de servirle a cada uno con estricta justicia. El viejo ha renacido, vuelve de una infancia lejana con ojos afiebrados. La de los ojos bellos levanta su lata llena y dice: “Por la vida que no es supervivencia”. Nos quedamos suspendidos de sus palabras, confusos e indefensos. La robusta de corta estatura es la más rápida de todos, alza su taza y dice: “por este principio, por todo fin”. El larguirucho de anteojos no puede retener las lagrimas tras sus vidrios, sube el resto de su botella de plástico y dice: “por la amistad”. La de pelo corto llora con los ojos y ríe con la boca, eleva su frasco de mermelada y dice: 52
“por el amor”. El viejo, a media voz que se mezcla con la violencia de las pelotitas de tierra dice: “por el fuego y por los perros”. El gordo silba unas notas que se pierden porque se ha hecho la primera perforación en nuestro techo, después grita: “Por los sonidos, por las palabras”. El de la escopeta ríe como debe reírse un ángel, como si de su boca saliera la última luz del universo y dice: “por la libertad”. El agua marrón estalla por todos lados, rompe y plasta luego de romper. Me apuro a decir gracias y me llevo el jarro a la boca.
Satori 23 de agosto de 2015 · Inmediatamente después de descargar el golpe, en el preciso instante del impacto, sintió una misteriosa y desconocida relajación de los hombros, el ceder suave y cómodo de la espalda y la paz liberadora e inexpresable que le distendió los brazos, espontánea y naturalmente, a los costados del torso. Advirtió en la derecha el peso de la maza de albañil. El cuerpo estaba a sus pies, ajeno a él, distante a pesar de la proximidad física. Respiró profundo y luego, al exhalar, reconoció como el vientre caía blando entre la piel y por encima de la pelvis. La respiración era ahora suave y calma; un delicado deleite en el que se complacía observando, con los parpados entornados, entrar y salir el aire de él, como si él fuera el que entrara y saliera del aire. Volvió a mirar el cuerpo a sus pies, debajo de la cabeza crecía una maravillosa mancha de sangre, como una obra de arte de color perfecto, vivo e hipnótico. La sensación ante la belleza fue sublime. Luego de unos segundos la emoción sensorial dio paso a la razón que intentaba descifrarla, hacerla, en vano, comprensible. Irguió la espalda en una corriente eléctrica que le hizo pensar, como si atravesara la imagen por dentro de su mente, en un gato. No sentía ninguna emoción, el tiempo parecía ser más lento. Volvió a mirar la sangre expandirse como algo vivo, le asombró que fuera tanta. Sin pensarlo fue hasta el pasillo que comunica la habitación con el baño y de un mueble extrajo una cantidad de toallas dispuestas en rollos. Las acomodó con cuidado en el piso, alrededor de la cabeza, para que absorbieran el hermosísimo rojo húmedo. Prestó mucha atención donde ponía sus pies al moverse. Se volvió a erguir, pleno de serenidad. Miró con atención la forma grotesca del cuerpo caído y se dijo “esto es la muerte”. La sonrisa que le apareció en los labios fue el reflejo de las lúcidas conmociones que sentía. Esto es la muerte, esto es todo. Aquello que antes fue un identidad, con sus ideas, pasiones, palabras o gestos, ahora era esto: un cuerpo inánime, una cosa de la que se ha escapado toda fragilidad para volverse un bulto sucio e incomodo. Sonrió porque al comprender la muerte experimentó ternura por la vida. No sentía culpa ni aprensiones, le era completamente simple e incuestionable lo que estaba pasando. Se afirmaba en sus piernas sin esfuerzo, con conciencia del equilibrio que sostenía su espalda estirada y su cabeza sobre el cuello flexible. Se dio cuenta que cada instante era autónomo, ajeno a cualquier línea de tiempo, inmune a una concatenación de causas y efectos por muy razonable que estas fueran. El golpe dado, la caída del cuerpo al piso, la libertad interior de la que se habría apropiado al sentir la relajación de los hombros, eran por sí mismos. Sin inconvenientes podía formular una secuencia organizada de todo ello, pero sabía que no era cierto, que no tenía importancia, como no lo tenía el que estuviera ahora parado muy cerca del cuerpo muerto, de la sangre contenida por las toallas. No tenía ninguna importancia el pasado anterior a esos hechos, ni lo que podría, o no, ocurrir después.
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Fue hasta la cocina, puso agua a calentar. En una taza, con concentrada severidad, volcó dos cucharadas de café instantáneo, una de cacao y una de azúcar. Dejó caer de la pava unas gotas de agua a la cuchara; con ella y el justo líquido comenzó a mezclar y batir. Se dedicaba enteramente a ello, casi con amor y delicadeza, como si no hubiera otra cosa en este mundo que el café que batía. El agua comenzó a hervir pero no desatendió el batido hasta que lo consideró a punto. Calculó la inclinación de la pava para que del pico saliera un hilo de agua vaporosa, lentamente lo dejo caer mientras con la otra mano seguía revolviendo. Cuando la taza estuvo llena, sobre la superficie se impuso una perfecta isla de espuma con burbujas doradas. Mientras toma el café con lentitud, sigue relajado y sen pensar en nada, íntegramente comprometido con su cuerpo en la silla, la fórmica verde de la mesa, y el sabor recio que se demora en su boca y su nariz al mismo tiempo. Siente una paz indescriptible y comprende que carece de todo miedo. De pronto, sin poder decir si son pensamientos, recuerdos, o intensas sensaciones acumuladas en su cuerpo, vuelve al sol entre las ramas de un alto árbol con hojas coloreadas por el otoño, al sudor de su cuerpo una tarde de calor imposible mientras corría por una ruta vacía, al abrazo con el que se fundió con aquel actor con el no se conocía ni se reencontró otra vez. Vuelve a sentir la angustia el primer día de clases en la escuela primaría, la boca fría y muy jugosa del primer beso. A medida que esas cosas vuelven fragmentadas y tal como han sido, siente comprender más allá del pensamiento, como un animal cuya intuición se ha anticipado, por fulminante sabiduría eterna, a lo que la razón ni siquiera puede sospechar. En la medida que piensa, recuerda o siente, sabe que todo eso lo abandona, que se vacía hasta quedar hueco y surcado, de la cintura a la nuca, por el aire que respira. Es algo pero no es nadie. Ha sido un asesino, así como alguna vez fue un niño, o un corredor pedestre, así como ahora es el hombre que toma café y luego será otra cosa. Sonríe al sentir toda la entidad del vacío, la perfección de la impermanencia. Comprende que Holanda es una palabra, un concepto entre categorías de conceptos y que concretamente para él Holanda no existe fuera de esas abstracciones. Del mismo modo que cuando niño su idea de barrio era el viaje de esquina a esquina en su triciclo y en eso había una poderosa certidumbre indiscutible. Ser nadie es ser todo lo que sucede, porque aquello que sucede ocurre en el propio suceder. Aquel sol entre las hojas, aquel sudor en la ruta vacía y el golpear de los pies en cada trote, el cielo azul sin nubes, el aíre caliente entrando por la boca después de traspasar el reparo de la lengua, son una sola cosa sin división y sin entidad autónoma. Nada hubiese existido sin él en el conjunto y él es el conjunto. La luna no existe si sus ojos no la ven. Ojos y luna son un acontecer efímero entre miles de aconteceres cambiantes. No es nada, nadie, y sin embargo es el universo, porque ese único universo existe porque él existe en la vaguedad precaria de la existencia. No siente dolor por haber matado. No puede convencerse de ser responsable de esa muerte. Todo ha acontecido como predispuesto por una causa mayor que lo ha arrastrado a él y al muerto a esta contingencia ¿En qué momento y quién podría haber alterado el curso de esa corriente que ahora, entre tantas posibilidades, ha concluido en el cuerpo en el piso y él terminando el café? ¿Quién decide en el instante en que dos autos colisionan quién vive y quién muere? ¿Qué diferencia hay en el ocurrir eterno entre el muerto y él, que sigue vivo? No ha tenido voluntad ni intencionalidad de matar, su ira no le llevó a tomar la maza de albañil; su ira llegó a un punto por él bien conocido, y luego todo fue acontecer semejante al correr de las viejas cintas de celuloide. ¿Quién dio el golpe? ¿Quién lo recibió? Concluyeron ambos en ese gesto que los realizó a ellos antes de que ellos realizaran acto alguno. Sabe que en el momento en que toda la fuerza se concentró en el brazo el cuerpo estaba actuando por evocación primordial, y que cuando descargó el golpe y con él toda la fuerza de su ser, se 54
vacío de su pasado, de las ideas del hombre que supuso ser, o intento ser. De cualquier contradicción entre esto u aquello, bien o mal. En el instante que el cuerpo cayó desordenado al piso terminaron las luchas de cualquier dualidad y las paradojas que intentan expresarlas. No hubo separación alguna entre vida y muerte, entre él y el otro, entre el peso de la maza y la mancha de sangre húmeda e hipnótica. Ha matado sin pasión o furia, sin ternura o placer. Se comprende y al comprenderse lo comprende todo. Al comprender todo se vuelve nadie, realización en curso. Presente permanente. Es grande y sosegada la paz que siente, al mismo tiempo experimenta un poco de nostalgia, como si se estuviera despidiendo de ella. Consecuente con lo aéreo de esa comprensión absoluta que lo domina, sigue siendo hombre, incidido por este cuerpo y por el mundo dónde se consuma; las circunstancias aleatorias y lo imprevisible. Sabe que seguirá empezando una y otra vez, pero intuye que sin temor, sin ansiedad, sin objetivo. Sabe que la vida lo dispone dentro de una organización no racional y superior, donde todo está entramado, interdependiente y en permutación constante. Tiene certidumbre absoluta, y esa certeza se vuelve paz, no hay otra cosa que dejarse llevar sin aferrarse a nada. Va hasta la habitación y de los compartimientos superiores del placar extrae su mochila azul y negra. Dentro de ella acomoda con satisfacción y pulcritud dos pantalones, tres camisas, un pulóver, tres pares de medías, tres calzoncillos, dos tallones y dos toallas de mano. Vuelve del baño con la pasta dental, el cepillo de dientes, la maquina de afeitar y el talco. Del cajón de la mesa de luz extrae todo el dinero que tiene. Al llegar al living se acuclilla, con cuidado de donde pone los pies, junto al cuerpo y le revisa los bolsillos, extrae algunos billetes doblados en dos y los pone en su billetera. Al salir no se preocupa por las luces ni por poner llave. Mientras espera el ascensor vuelve a sentir la liviandad de la espalda y la relajación de los hombros. Cuando encuentra su imagen en el espejo del ascensor recuerda la archifamosa expresión de Lennon: “La vida es aquello que ocurre mientras estás pensando en otra cosa”. Se sonríe, no piensa absolutamente en nada, está ocurriendo junto con la vida y lo sabe al salir del edificio, al dar el primer paso por esa calle que ahora es nueva, única y transitoria, como cada paso que da, cómo él mismo.
Párkinson y Down 6 de marzo de 2016 · Hay un racimo de uvas reventadas en el centro del mantel rojo con guardas blancas. Dos de tres velas a medio consumir en un candelabro negro. Un sapo con la boca cosida sobre la alfombra persa. El sargento Down y el teniente Párkinson recorren el lugar como si ya hubiesen estado allí. Entre la mesa y la pared está el cuerpo retorcido con el rostro tapado. Párkinson retira con la punta de los dedos enguantados la gasa verde, y contempla por varios minutos sin que un gesto altere su faz. A su lado Down sonríe, como siempre. El quinto monstruo muerto en sesenta días. Sin ruidos, sin testigos, con la puerta cerrada desde adentro. El quinto cadáver de un monstruo descubierto por casualidad sea por un pariente, vecino, o mandadero que comienza a sospechar, o que percibe el espantoso olor de la defunción deslizándose por la rendija de una puerta. Los de escena trabajan buscando los detalles. Párkinson se pone un poco de Vick VapoRub en los bordes de cada fosa nasal. Desiste de seguir controlando la nausea. Down contempla los títulos de la biblioteca, extrae algún tomo, lo abre, mueve un par de hojas, lo cierra y lo vuelve a su lugar. Demasiado lujo, demasiados toques 55
excéntricos en una decoración firmada por el exceso. Incluso demasiado para un monstruo masculino, profesor de literatura inglesa. La habitación es azul, de un azul oscuro. El techo azul-celeste. La cama inmensa y de madera pesada, con un respaldo tallado que Down piensa obra digna del Vaticano. Las sábanas son verdes y están escurridas por el piso. El monstruo fue del cuarto al gran comedor arrastrándose antes de morir crispado. Salpicaduras verdes, de un verde más firme que el de las sábanas, dejan cuenta del itinerario. Párkinson se agacha, mira debajo de la cama. Después, ya erguido, se detiene en un viejo pasacassettes sobe la mesa de noche. Pulsa play con su pluma fuente, la cinta corre y los Plateros cantan Only you. Down se ríe sin disimulo y sin gracia. Es breve de estatura, con vientre prominente y una redondez absoluta en cada parte del cuerpo; especialmente en las manos y el rostro, donde dos ojos pequeños y oscuros desdicen lo que a primera impresión se pueda pensar de él. Párkinson no lo mira, escucha a los Plateros y trata de pensar como el monstruo, de meterse en los segundos anteriores a que el monstruo se acostara ya condenado a morir. El intento lo lleva al baño con pasos lentos, muy lentos. Las paredes y el techo del baño son espejos, muchos espejos de distintos tamaños formando paneles donde se fractura groseramente una imagen interminable e indefinible. Párkinson sabe, por una intuición absoluta e innegable, que ese era el lugar preferido del monstruo, su lugar sagrado. Al girar hacia la puerta da con Down que ya no ríe, ahora su expresión invoca un peligro próximo, un temor que no puede, ni intenta, disimular. Párkinson es alto, muy alto y delgado como un palo de escoba; sus brazos cuelgan pesados a los costados de sus cuerpo. Sobre la boca de labios finos lleva un delgado bigote lo suficientemente ridículo como para darle un aire astuto y elegantemente cruel a todo el conjunto. Extrae un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su trench, toma un cilindro blanco y se lo lleva a la boca. Down le da la espalda y camina hasta la puerta del cuarto. Se detiene, se agacha y roza con los dedos la alfombra, se lleva los dedos a la nariz y reconoce el olor de orín. Gira la cabeza hacia donde Párkinson asiente. Cinco monstruos asesinados en los últimos sesenta días, la prensa hará una campaña de esto. Los jefes se jugaran su puesto, ordenarán las redadas entre los sospechoso de siempre. Down y Párkinson saben que han perdido demasiado tiempo. Salen de la casa y suben al auto. Van directo a dónde tus ojos leen, llegaran antes que el final que esperas y que nadie va a contarte.
Contaba 3 de abril de 2016 · Contaba que había alcanzado la imperturbable serenidad allá en su pueblo de Miravalles. Lugar que situaba a 732 kilómetros de ninguna parte, siempre yendo por la carretera larga de San Sigmundo de los Testículos Secos, Santo Patrono de los estériles varones. Contaba que fue infante arisco hasta que a los 17 años empezó la escuela por correspondencia, que aprender las letras lo había asesado al punto tal que de prudente pasó a ser cobarde. De su familia nadie quedaba. Se habían matado entre ellos y lo dejaron vivo por descuido o indiferencia. El tío paterno que sobrevivió al resto, se ahorcó con una caña de pescar. Contaba que se desilusionó del juego de pelota muy tempranamente, la vez que el arquero de su equipo no comprendió el fundamento táctico de una patada que concluyo en gol en contra. Prematuro entusiasta del 56
Valet, su primer trabajo fue en un laverap. Mientras trabajaba doblando ropa para terceros, cayó en sus manos el libro que cambiaría su vida: uno escrito en braille. De allí que por varios años escribió poseía en clave Morse, pero fue perdiendo las ganas y la vista con el tiempo. Contaba que se había vuelto viejo una noche de invierno que duró 36 cigarrillos rubios. Y que se había vuelto un poco loco aquella primavera en que ella le ofreció el cuerpo como si fuera un charco de luz en la cama. Reflexionaba la duda de si fue en ese momento o cuando ella se fue y él se volvió sombra dentro de una cafetera. Contaba las lluvias y los árboles. Contaba los elementos de la tabla periódica. Contaba de los elefantes del Sur de África. De los lupanares de Estambul. De los barcos en Grecia. Del oro que había buscado en el Yukón. De las marchas en Praga. Contaba que su lugar en el mundo era cualquier banco en una plaza. Que se había quedado rengo de tanto caminarse la vida con zapatos regalados. Que le gustaba el vino tinto hasta que le daba sueño. Que hubiese querido ser pornógrafo. Que jamás le había importado el dinero, pero que tenía el mal vicio de comer. Que prefería los gatos a los perros, las mujeres morochas a los policías, el sol tibio a los comercios. Contaba números impares hasta olvidarse del frío. Contaba de un viaje que jamás había hecho. Contaba de la mujer de un amigo que le presentó al hermano de una señora que conocía a un señor que buscaba empleado; pero que no llegaron a un acuerdo justo y no hubo trato. Contaba que los hospitales lo enfermaban y que una vez tuvo una bicicleta negra y maldecida: día por medio pinchaba una rueda. Contaba de una pelea en una esquina, por causas que no recordaba, donde le desencajaron la boca en una mancha de sangre y donde por poco, si no se lo sacan de las manos, mata al pobre tipo. Contaba películas en blanco y negro. Contaba los días que faltaban para fin de mes, contaba las monedas para el colectivo. Contaba que tuvo una esperanza en una maceta roja, y enseguida se acordaba de una helada que le dejó la barba blanca. Contaba que la memoria se le estaba llenando de agujeros y que ahí le crecía desbordante el olvido. Contaba el olvido que antes buscaba en el orgasmo. Contaba con los dedos hasta diez, y se reía. Contaba que cada día abría los ojos y se sombraba. Contaba el día que viajó en tren hasta el lugar de partida. Contaba que ya no le gustaba llorar. Contaba que el silencio no existe, que el único silencio posible es dejar de escucharse la voz y los pensamientos. Contaba que para tomar drásticas medidas hace falta un metro de carpintero. Que sin ajo y cebolla la pobreza es miseria. Contaba hasta tres en alemán y hasta diez en inglés. Contaba que entre dar y recibir prefería compartir. Contaba que había visto la historia pasar por la calle, a los hombres ir al trabajo, a las mujeres vestirse de negro y al cónsul de Baratavia tomando un café expresso. Contaba que lo que le gustaba ya no le gustaba tanto, que lo que le disgustaba le disgustaba menos. Contaba que mientras tuviera aire iba a seguir contando el cuento y haciendo ceniza.
Hablaba solo 26 de abril de 2016 · Érase una vez, hace muchos meses atrás, que inventaba Un Alguien mientras Hablaba Solo. Un Alguien no escuchaba ni respondía pero, por fuerza de la imaginación, le sostenía el juego de decir o escribir letra tras letra 57
hasta formar largas filas de palabras u hormigas esforzadas. Un Alguien y el decir fueron creándose mutuamente, incitándose en un duelo sin heridos de importancia; curvando las horas en sentido noreste, soplando arena vieja bajo las persianas, escondiendo en los placares papelitos plegados, mirando los espejos donde no se reflejaba nada salvo una tulipa sin luz y una pared de cerámicos. Un Alguien no era paciente ni muy reflexivo, lo que motivaba las detalladas argumentaciones y la selección delicada de términos y oraciones, el modular profundo de las imágenes, el salto de la imaginación que a veces terminaba en alguna precaria y modesta belleza. Hablaba Solo mientras tomaba café hervido. En las noches que no conciliaba el sueño y en las que despertaba sin saber para qué se despertaba. Hablaba Solo y hasta por los codos y los ojales de la camisa. Hablaba Solo como si ronroneara un mantra antiguo de un idioma olvidado. Hablaba Solo como si construyera balcones o tejiera telarañas. Hablaba Solo como si desenterrara muertos o le diera vida a la marioneta de un Pierrot abrumado por el desconsuelo. Hablaba Solo como si la voz o la palabra fuera la luz de una estrella ya ausente en una oscuridad sin bordes. Hablaba Solo como un abogado alegando clemencia ante un jurado de necios homicidas. Hablaba Solo como si viera duendes o los cigarrillos sufrieran la nostalgia de consumirse entre sus dedos. Hablaba Solo desde el pie al cuello de un cuerpo femenino y adolescente. Un Alguien era siempre Un y a veces Alguien. Volátil como los caprichos, desinteresado como quién abre regalos y pasa a otra cosa más absurda y pueril. Un Alguien no sabia distinguir el filo de un párrafo de la velocidad de un verso, el abismo de una confesión del calor de una idea. Un Alguien siempre estaba apurado o somnoliento, confirmado en la breve certeza que fundaba su inmensa ignorancia, recostado en la apatía depresiva de su constante aburrimiento. Un Alguien sufría la monotonía de las veinticuatro horas mecánicas y el temor violento de los atardeceres de sombra. Un Alguien no tenía mucho que decir pero gozaba de escucharse crecer en las palabras de Hablaba Solo. Mientras Hablaba Solo construía clavicordios y bandoneones, Un Alguien se fue enfermando de fermentos, de lluvias, de hojalatas oxidadas, de pesebres de yeso despintado, de tos con sangre y de cortinas. Hablaba Solo siguió hablando más bajo y pausadamente, con un poco de tristeza primero y desgana después. Un alguien se murió de todas las muertes y volvió a reincidir muriéndose de nuevo, una nochecita de miércoles mientras se sentaba en un colectivo rojo. Hablaba Solo hizo dos minutos de silencio y habló tres días sin parar y sin salir de su habitación. Después no encontró ganas de seguir hablando y tampoco encontró Un Alguien a quien inventar. Hablaba Solo dentro de su cabeza, mientras camina por el costado del invierno pisando hojas glaucas y crujientes. Hablaba Solo con las manos en los bolsillos y los ojos a la altura de un horizonte que no ve ni busca ver. Hablaba Solo como si trazara mapas de navegación, como si cuidara la sopa en el fuego. Hablaba Solo especialmente los domingos en que Dios descansa, como si fuera el personal que cubre los francos del creador. Hablaba Solo para los que están solos y mudos en su soledad asfixiante de hoteles para mensuales y cocina compartida. Hablaba Solo como si el mundo entero fuera el ágora donde los sedientos van a saciar la sed de sus interrogantes. Hablaba Solo para despertar la ternura de los malvones en sus macetas, de las lavandas desperdigadas en los patios abandonados, de las lechugas tiernas en la línea de un pentagrama. Hablaba Solo y en silencio entre los que habían sacado a pasear su insatisfacción nacional por las vidrieras de los comercios de moda. Hablaba Solo mirando a los que se sientan en un café a autosacarse fotos. Hablaba Solo contra las
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paredes alteradas por puertas con doble vuelta de llave. Hablaba Solo sin necesitar Un Alguien, ni un paraguas, ni una copa de vino, ni otra camisa con nuevos codos y ojales. Hablaba Solo por esa suerte de belleza modesta y precaria que encontraba en las palabras alineadas como hormigas. Hablaba Solo sin preocuparse por esa soledad que guardaba en el bolsillo de su morral gastado. Hablaba Solo como si el aire le hiciera melodía al ritmo de sus piernas. Hablaba Solo desde antes del sol y hasta después de las tres mil millas náuticas. Hablaba Solo y sin Un Alguien. Cada tanto pone algunas ramas o cortezas en el fuego y espera que le hablen o lo inventen. Érase una vez...
Hablar en silencio 30 de junio de 2016 · A veces hablo solo, en silencio. Como quien cuenta un simple patio del fondo y al hacerlo le concede misterio, alguna magia o la grandiosidad del mito. Fabulaciones al descuido que terminan teñidas por la subjetividad del que habla. A veces hablo desde el invierno dejando que las palabras se organicen y digan lo que quieren decir. Cada día abro los ojos y nazco a ese día, a lo que ocurra, a la pava en el fuego, al cigarrillo que reclamará más cigarrillos, a las horas que indican cuándo vestirme, dónde ir, a qué velocidad caminar. Cada día nazco a este mundo prosaico, vulgar y mediocre donde hago mi papel de sombra, espectador, extra allá al fondo y muy al bode del plano. Dejo que la vida me atraviese como me atraviesa el tiempo y me desgasta. Cada mañana me hago uno con este cuerpo viejo y ejecuto la rutina de vivir. Soy un hombre en precario equilibrio, que a veces habla solo, en silencio. Voy donde un intuición borrosa y rebelde me lleva. Miro todo como un extranjero que ha olvidado su patria y sabe que aquí es un mero visitante. Acostumbrado a ésta soledad donde no me siento solo, sin aspirar a las promesas y los lugares tópicos de esa realidad que todos parecen aceptan mejor que yo, hablo mi idioma y a veces me siento una rareza fuera del zoológico. Me causo una sonrisa y sigo, otra cosa no hay para hacer. No tengo futuro y no me aflige, cada día es ese día y la marea o el viento traen lo que traen, o traen nada. A veces hablo solo, en silencio; y a veces me canso un poco de mantenerme recto. A veces me aburro de la semejanza que hay entre un día y el anterior. A veces recuerdo, a veces pienso, a veces me quedo quieto mirándome, a veces voy hasta la plaza y me siento a hablar solo, en silencio; hasta un café a tomar calor. A veces no quiero levantarme pero abro los ojos y lo hago. A veces busco un consuelo que jamás consuela y dejo de buscar. A veces me inquieta no esperar nada y no inquietarme. A veces no encuentro qué decir ni cómo decirlo y generalmente nade me presta sus palabras. A veces esto, aquello, la tarde, la cama, la comida y los volátiles billetes. A veces lo que no puedo, a veces lo que soy sin remiendo, a veces el abrazo, la incertidumbre hecha costumbre, las respuestas de oficio, los poemas truncos, el amor y sus variaciones, la perseverancia que no termina de traer la ventura. A veces hablar solo, en silencio, como quién mitiga el haber abierto los ojos. Como quien calma hacerse uno con los años de su cuerpo, como si atravesado por la vida lograra consolarse con una ternura suave y sin fantasías. Pero al fin de cuentas, no se trata más que de hablar solo, y en silencio.
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El extranjero 6 de agosto de 2016 · Hijo de dos padres que lo alimentaron y cobijaron con obsesivo amor de propietarios que moldean toda propiedad a su semejanza. Como tantos, tuvo progenitores que se obligaron a actuar como dioses. Amigo de los caracoles de jardín, las hormigas y las nubes, fue niño hasta los cinco años y medio de los primeros días de marzo. Aprendió pronto a mentir, a fabricar ciudades, a ver todo desde lejos y a sentirse incómodo entre las gentes. Siempre tuvo amigos invisibles y una bolsa con miedo atada a la espalda. En un febrero de calor seco y agobiante, mientras lo confundía el dolor, se le estiraron los huesos hasta volverse encorvado, torpe y tímido. Caminando llegó al fin del mundo un poco antes de agosto, desde allí miró hacia abajo, a la izquierda, la derecha, y empezó a experimentar la soledad de la que ningún amigo invisible pudo rescatarlo. Para abril aprendió a ser el rehén con que negociaba la familia. Aspiró el martes a ser un héroe pero no pudo destacarse en ningún deporte, le faltaba pasión y le sobraba vergüenza. Su infancia resultó un exilio constante, mudó tantas pieles de martes a sábado que dejó de quererse hasta la primera vez que se masturbó. A poco de octubre se enamoró de tres mujeres. Se sentía vivo amándolas y tardó en comprender que amaría para siempre el amor y su propia capacidad de amar. Escribió un jueves un cuento sobre la guerra y una poesía sobre el amor. Tomó las dos cartillas, les prendió fuego, y las tiró al inodoro para que se consumieran. Esa tarde comenzó a fumar y a tomar café sin azúcar. Volvió a enamorarse. Consiguió un empleo. No fue a ninguna parte. Un viernes a la noche sobrevivió al veneno y al diagnostico de los psiquiatras. El domingo empezó a ser un viejo prematuro que espera, mirando por la ventana, que le llegue el punto final donde la oración termina y comienza el silencio. En junio pendió fuego e hizo pan. Un viernes le dio un paliza a su esposa y le dejo los ojos cerrados y violetas. La llevó al hospital, volvió al hogar compartido, destrozó una silla, vio que nada de lo que allí había era suyo y se fue con lo puesto. Tuvo nauseas de sí mismo hasta diciembre. Un lunes se acostó por tres meses hasta que se quedó sin dinero. No sabe, no recuerda, quién lo rescató ni cómo se despertó en septiembre vendiendo flores secas en una feria neojipi. Tardó ocho noches de abril en leer “El Extranjero” y luego de eso retomó la costumbre de llorar en silencio. Dejó de jugar a las cartas en septiembre. Un domingo fue al cementerio. En enero perdió una muela. A las seis de la tarde lo dejó otra de sus mujeres. Tomó un tren en julio y volvió en el mismo tren un lunes a las trece quince. En noviembre modeló con migas de pan una oveja. Un martes a la noche se emborrachó hasta vomitar el alma. La memoria le falla los martes, los septiembres lo ponen triste, Julio lo debilita, las seis de la tarde son el fin del mundo. El día veinte paga el techo, de lunes a sábado su comida. Ya no busca explicaciones. Cuando el sueño no le llega, se levanta y busca cigarrillos.
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Poesía
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Lluvia 26 agosto 2014
Estoy varado en esta lluvia que no cesa en esta distancia de agua vertical que todo rechaza en esta coherencia de no hacer nada, de no decir a nadie de mirar como llueve de mirar como la vida sigue, mojada y testaruda forzándose a no atender la lluvia como si no lloviera milímetro a milímetro desde hace nueve centurias.
Dicen que el dólar cotiza a tanto y que no sé quién dijo tal cosa que allá se matan los unos a los otros con necedad brutal (e impermeable) que hay que meterlos presos por ineptos y corruptos que la culpa innegable y dolorosa es del Director Técnico que hay que llevar agua a Nigeria dese Holanda que todo es mentira en la primera página de los periódicos (y de la tabla periódica) tantas cosas dicen y a la lluvia le da lo mismo sigue cayendo y hace charcos y lagunas y barro y sigue cayendo indiferente e imperturbable hasta llegar a las diez centuria y treinta y seis minutos hasta los cien años de soledad hasta que nos crecen branquias y no nos damos cuenta 62
y seguimos y seguimos y seguimos como la misma lluvia, cayendo, cayendo y haciĂŠndonos barro.
Kaos & Kosmos 1 octubre 2014
Esta singular anarquĂa podrĂa expresarse como si llovieran piedras desde los siete vientos de las diez distancias.
O como sentirse un agujero en la tierra y todas las estrellas de la noche amenazaran con llenarlo hasta explotar de luz en una fatal fractura entre la exuberancia y la poca profundidad de ese agujero dispuesto para el juego de bolitas.
Este caos tiene su orden si se busca, se razona, se separa, se explica, se proyecta, se deduce, se lavan los dientes, se camina cuatro veredas a la redonda, se sacan las manos de los bolsillos, se cierran los ojos o se silva bajito. 63
Pero de poco sirve, hay que decirlo. La perturbación sigue siendo desconcierto por mucho que se explique.
Todo es ahora y ahora es nada aunque ocurre, mientras ocurre, finge desaparecer para transformarse golpea, toma distancia y vuelve, gira nos enreda, nos separa deja un hilito de araña que nos teje nos vuelve a destejer.
Esta desorganización perfecta no acepta la ilusión de los consuelos dorsales de las promesas a cumplirse en otro vértice ni la experiencia de los desengaños viejos con sus dientes flojos.
Esta eternidad del ahora esta nada de siempre forma y sin forma del caos al cosmos y viceversa podría expresarse como aquel hombre en una silla que fuma, fuma, fuma nada espera y se deja ocurrir hasta la muerte incapaz de otra cosa y sin contradicción. 64
Poética 27 0ctubre 2014
No se trata de esto ni de aquello.
No se trata, en líneas generales, de algo que por específico proponga exactitudes filosóficas, representaciones matemáticas, nada que resista el tiempo.
Se parece, mejor, a la trayectoria que cruza al hombre de lado a lado lo atraviesa como aire comprimido lo perturba, lo recuerda y reclasifica -en vano, generalmente-.
Semeja melodía o ritmo incierto percusión candente o caída desde un quinto piso manual de instrucciones contradictorias escalera sin descansos vino tinto atardeciendo en verano.
Hay que estar atentos, sin demasiadas presunciones observar, sentir, dejar macerar y si no se siente ofrecer la espalda oponerle el rechazo agrio 65
soltarlo para que siga, se vaya, caduque. Pero si se siente, si se sospecha, si se escucha secretar hay que seguirlo ver como luego de traspasar al hombre se sumerge en agua verde da contra piedras impasibles rasga la noche con un aullido furioso levanta torres de ventanas ciegas deviene ciruelas amarillas evoca la balsa inestable de los amantes sucumbe a su poder y se desguarnece como un domingo sin fiesta, sobre los techos.
No es un embuste ni un dolor de muelas ni la pía intención de un alma bondadosa ni un ciego tocando el acordeón por monedas ni algo evidente, satisfactorio y sin consecuencia capaz de ser confundido con el almíbar frío de los genitales tristes.
Es como aire comprimido sutil y no sin violencia como capilar aguja que perfora la realidad vulnera todo lo que se le opone hasta llegar al silencio y vuelve a empezar.
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Vendo 1 noviembre 2014
Vendo un triciclo rojo con su viaje de esquina a esquina una noche con su dolor de muelas otra con su dolor de oídos
la siesta en verano con perfume de mandarinas una escalera para bajar que no sirve para subir tres cortinas de gabardina de algodón estampado para esconderse hasta los zapatos
imperdible saco gris de casamiento talle cuarenta y cuatro con divorcio en la solapa
abuela Singer a pedales y rodete gris casi en la nuca 24 copas sin uso por temor a roturas y esperando la ocasión oportuna que aún no ha llegado.
Vendo partes de demolición, rezagos de guerra, picaportes, llaves, puertas, quemaduras en la piel amplia variedad de conjeturas, tres recelos en fundas de celofán un telegrama prescindiendo de sus servicios dos broches de madera, una percha, una roldana.
Vendo a la mejor oferta semanas, meses, almanaques 67
un cenicero de acrílico con 16 horas de colillas el humo, la tos matutina y el dolor de espalda. Bastón blanco y anteojos negros haciendo juego caridad, vergüenza, apatía, verdín en las paredes.
Ofertón: Cubrecama de dos plazas, juego de sabanas almohadas, treinta dos pesadillas, amor y orgasmos.
Vendo por necesidad, por viaje inmediato, por urgencia, por deterioro, por cansancio, por renovación y cambio, porque la plata no alcanza, por que hay hacer negocio, sacar ventaja, optimizar los recursos, ganar a cualquier precio en cash rabioso con furia y sin piedad uno sobre el otro peso sobre peso.
Vendo la vida hasta la muerte y la vuelvo a vender sobre la mesa con más antigüedad y más tristeza o permuto por pan, queso y tabaco para pipa sin exigir recibo de sueldo ni certificado buco dental.
Acepto canjes tomo por menor valor lo que a otro le sobre lo que a acá al sur y a precio dólar casi siempre falta en las mejores ferias americanas, mercados de pulgas y hervideros de miseria.
Tomo Ballester Molina aceitada y con municiones y sigo vendiendo, financio, entrego en cuotas 68
bajo el interés, no pido garantías ni que el afecto sea eterno.
Vendo
Vendo ahora y siempre, ahora o nunca reviento y tiro por la ventana.
Vendo el Vaticano, la Capilla Sixtina el tuétano de los huesos hervidos la piel de esa mujer que olía a pachulí la corbata de la escuela secundaria el cinturón del ahorcado hoy en la mañana.
Vendo la responsabilidad, la confianza, la sonrisa. Escucho ofertas, llantos, tesis políticas, secretos de alcoba, propuestas ecológicas. Por cualquier consulta enviar mensaje privado.
Poeta 16 noviembre 2014
Una fruta eléctrica expulsa seca luz sobre la mesa, atrae al hombre que va se aplica a la morfología de una silla y encorva la espalda como triste animal de tiro. 69
Allí desteje su existencia ese módico acontecer entre tantos esa insobornable condición de testigo esa buena o mala fe con que se delata sin poder hacer otra cosa que lo que hace.
¿Quién lo manda? ¿Quién el impone esta labor al borde de la eutanasia? ¿Quién le pide las palabras y el pan nuestro que busca como un energúmeno coleccionista entre la sangre, los tendones, el dolor de espalda? ¿Quién le ha pedido la belleza? ¿Quién le reclama el horror, las puertas sin salida, la mierda fresca con que los ángeles se delinean los ojos, la tentación del cuerpo adolescente y prohibido el tango que bailan dos elefantes en un cenicero?
Ese hombre se vive a pesar suyo y sin fe en nadie y dudando de sí mismo se interroga para darles a todos una respuesta lisiada que a quién le importa, que nada cambia, que ocupa poco espacio entre tantos otros objetos.
Sensiblerías de la tarde, osamenta de alambre oxidado, arroz con manteca, el temporal triunfo y el perseverante olvido, la estrangulación del prójimo, la falta de fin productivo, las ganancias, las pérdidas, los quebrantos y el bruxismo, 70
lo que cae, lo que no vuelve a encontrarse, y otra vez la noche.
La camisa, sus ojales, el rencor asomando del bolsillo, los bolsillos vacíos, la billetera sin billetes, el café de la amargura, las bocas en el hambre, en el beso o el consuelo, las noticias del destino en el horóscopo político, Y otra vez el día, la ciudad, sus camiones y el comercio.
¿Quién lo ha convencido? ¿Quién lo ha llamado? ¿Por qué mesiánico delirio hace lo único que hace? ¿Quién le pide la voz, el quejido, los bandoneones desplegados, el informe metafísico, el licor de peras, la penumbra del sexo, el trazado ferroviario de la nostalgia con destino al último domingo?
Todo lo inservible lo ocupa para deshilvanar, punto tras coma, ese módico ser nada y nadie donde no te llaman, ni te buscan, ni te ubican, como a ese jarrón sin flores, los platitos en las paredes, el pañuelo de cuello, el calzado tan egomoderno y deportivo.
Todo lo inservible que rejunta y colecciona que rehace bajo la luz de una fruta eléctrica y encorvado, ese hacer lo único que hace enfermo y consecutivo como triste animal de tiro que se delata en su insobornable condición de testigo.
¿Quién lo manda? ¿Quién le impone esta labor al borde de la eutanasia? 71
¿Por qué no profesa un buen empleo? ¿Un sueldo digno? ¿Por qué no hace un show con una mujer barbuda, dos enanos y éxito? ¿Por qué y para qué insiste en eso qué él llama poesía?
Grupo Poético de Socorros Mutuos 1 enero 2015
Esa voluntad de ser sensibles instruidos, cultos, delicados de exponer la inteligencia de fraguar rompecabezas de apilar palabras (cuanto más desarticuladas mejor).
Esa obcecación voraz de exhibirse de exponer con generosidad de subdesarrollo -en ceremonia paganala belleza fundada y al creador que reclama, más bien exige, la aceptación, la exaltación y el aplauso la vana gloria del ego, digamos, de ser autor, Poeta, ciudadano especial personaje insigne de la cultura urbana adalid de la resistencia lírica refinado conservador del arte su arte, arte de autor de fin de semana. 72
Este proliferar libros de poesĂa que cada literato se paga, trata de vender regala a mansalva y presenta una y otra vez junto a los hermanos del gremio que hacen lo mismo y juntos se amparan se recitan, se aplauden, se palmean unos a otros, una y otra vez sin que nadie se entere sin que al lector le importe sin que el pueblo se de por aludido y en las librerĂas no haya un solo libro de poesĂas por ausencia de comprador, interesados o curiosos.
Esta voluntad de ser sensibles y reunirse los unos con los otros en cĂrculo de iniciados que siempre son pocos y selectos que casi siempre se celan y compiten por una medalla que no existe por un lector que los elude y ante su ausencia lo inventan, o fingen por una gloria que se prestan y se roban a falta de otra cosa que tampoco existe.
Esta voluntad de ser sensibles artistas, poetas, plumas de sangre prolifera en todos los barrios y en cada esquina 73
reúne el empecinamiento tosco el lenguaje trabalenguas la lectura, declamación, del sexto grado de egregios optimistas, ganadores de concursos recluidos al suplemento cultural de los domingos que sonríen para la foto del prestigioso evento donde todos los concurrentes son siempre ellos obcecados, voraces, solidarios y menesterosos.
Esta voluntad de ser sensibles los impulsa a salvar y difundir la poesía y fracasan, fracasitan, fracasean hasta que la poesía hace silencio enferma de diabetes, entra en coma y antes de desahuciarla de ofrecerle la extremaunción le ponen la radio cerca y a las chapas para ver si setenta y dos horas de Reguetón la alivia de tan insoportable suplicio.
Théâtre de la Cruauté 18 enero 2015
En una copa de vidrio límpido pongo los ojos antes de escribirte. Animalitos de pelaje sin sol roen con fruición la carne de esa masa informe que antes eran mis pies, 74
vos te llevaste mis zapatos para recordarme y ya ves... vos te fuiste y yo ya no iré a ningún lado.
Te confieso que estas paredes no se inmutan, les di puñetazos hasta que mis manos sangraron y ahora en este cuarto todo es sangre y olor a cigarrillos y ni una sola puerta he conseguido... Te doy las gracias por tu partida era doloroso sentir tu piedad, tu esperanza, esa cosa tan tuya de buscarle hendiduras a las cosas y de plegar los papeles con el lado sucio hacia adentro; ahora me pongo ceniza en la cabeza y me descubro chapándome los dientes mientras no pienso en nada y el tiempo se va o viene, o se queda....vos me entendés. Anoche me entretuve desarmando entre los dedos una cáscara de banana, creo que hace siete días que estaba en aquel rincón y yo de tanto en tanto la miraba ponerse negra anoche vi que tenía una pelusita blanca y la quise acariciar.... ya te dije en qué terminó eso.
Me preguntaba en algún momento -antes de romper el espejopor qué será que no tengo pelos en la pupila 75
y como no encontré respuesta me dieron ganas de pintar, no se me ocurría con qué hacerlo, mucho menos qué pintar, así que tomé ese libro que me regalaste me corté la oreja y la puse dentro, entre las hojas, y lo aplasté con la pata de la cama.
Mi madre decía que yo iba a lograrlo, vos me decías lo mismo, y no me da pena que se equivocaran tanto es más, me pregunto por qué lo creyeron y me da una risa que me hace toser y llorar. ¿Sabes? Hay días en que lloro sin toser y todo me queda grande, hasta la cama me da miedo y estas sábanas arrugadas y revueltas supuran olor rancio a mi sexo, creo que esta cama también llora sin toser. No quiero que vengas nunca más, ni siquiera a traerme tabaco, y no es porque no te quiera, ¡ni se te ocurra pensar eso! pero me parece que ese asunto de fumar me hace mal que si no fuera por ese vicio no sé si seguiría vivo.
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Cansancio 30 enero 2015
Este cansancio de ser mañana tarde y noche.
Desnudo, vestido dormido, despierto.
Este nunca saber de dónde se viene este nunca llegar a descanso alguno.
Este ser cansancio hasta la indiferencia el yerro, su secuela, el maquillaje, la maniobra del gesto lo inconexo, la rutina la lluvia demorada la fermentación bajo el sol el viento tajando la nuca.
Este cansancio como pared y sin explicación.
Planta rastrera y trepadora 77
que paciente se expande y adhiere ocupa la sangre, los tendones, cada dedo, hasta la espalda y sigue, se prolonga desde algún día después de la infancia tal rumor de un enemigo fantasmal, perseverante que por tenacidad se vuelve familia cercano compañero, adversario fiel comprensivo confidente y sincero hastío.
Este cansancio de ser esta confusión de ser cansado hasta la ilusión de rendirse de caer finalmente y para siempre sin voluntad y sin ganas.
Este cansancio mañana tarde y noche como una pared y sin explicación que nadie puede atravesar sin el yerro, su secuela, el maquillaje, la mecánica del gesto lo inconexo, la rutina la lluvia demorada la fermentación bajo el sol el viento tajando la nuca 78
y otra vez empezar otra vez cansado de ser hasta el cansancio.
Humanamente 28 febrero 2015
Ante la evidencia y aceptando: Que buenos y malos mueren sin distinción que les valga Que el frío en los pies hace inaguantable la soledad y el desamparo Que al verde movido por la brisa le importa tres carajos la mirada contemplativa del sensible ser humano Qué se puede desear o necesitar poco pero ese poco implica, siempre, cierta cantidad de dinero Que las llamas del fuego son de belleza hipnótica Que la letra con sangre entra, el miedo educa, y aun con ellos en cada ser humano hay un salvaje arbitrario y adverso Que el cuerpo se gasta con el paso del tiempo Que presumiendo de nuestra notable inteligencia y cultura en las vidrieras nos engañan y engañamos con el 99,99 Que algunos perros cimarrones, después de una caricia casual, nos siguen por varias cuadras Que desde hace mucho nos matamos lo unos a los otros entre otras crueldades e indiscutibles injusticias Que requerimos el abrazo y la cópula para no sentirnos irremediablemente incompletos e innecesarios Que el amor es irracional, subjetivo y voluble Que de tan razonables todos tenemos razón y jamás llegamos a un acuerdo precisamente por tenerla Que saber que el agua es dos de hidrogeno y uno de oxigeno no tiene mucha utilidad cotidiana ni mengua la tristeza o facilita clavar un clavo Que todos saben cuál es la solución que jamás se aplica porque nosotros mismos somos el problema Que desabotonada el alma a la orilla de la noche, es innegable que el ser humano sufre, se duele, llora, se aferra a la vida y de nuevo se levanta y ejerce el egoísmo, la miseria y pasa sobre los otros a quien tanto se parece Que la belleza, salvo excepciones, tiene efecto y duración limitada 79
Que un plato de comida al fin del día, si el televisor está apagado y la compañía es noble, alcanza el rango de obra de arte Que las virtudes, los santos, los héroes y los mitos son excepciones y nunca regla Que cualquier animal carnívoro, en su habitad natural, nos comería si tuviera hambre y nos encontrara cerca Que donde fuera que hayamos ido y entre todos los que hemos estado, solo encontramos hombres tan falibles y frágiles como nosotros mismos, deduciendo que ni la genialidad, el talento, la inteligencia, ni la santidad, ni la sabiduría, ha logrado que el ser sea otra cosa que humano ejerciendo múltiples imposturas y contradicciones Que los perfumes de la infancia vuelven cuando menos los esperamos Que aunque no tengamos ganas llueve, que aunque encendamos luces es la noche, que lo mil veces limpio se vuelve a llenar de polvo, que el ayer persiste aunque ya se ha ido Entre otras cosas que se omite detallar Asumimos: Reírnos con nostalgia de nosotros mismos Entregarnos a la vida que nos toca Omitir explicaciones innecesarias y sin efecto verdadero Aceptar que los otros son otros y tenerles compasión Hacer lo que se puede si se puede Equivocarnos inevitablemente Aceptar el temor a la incertidumbre Pedir disculpas si amerita hacerlo Rechazar o dejar ir a quién corresponda Comer lo necesario y gozar de lo que se come Dejar que los otros sean otros aunque nos causen soledad No creer demasiado en nada, especialmente en uno mismo Aceptar que el universo se mueve a su arbitrio Disfrutar y sufrir la perfección de ser imperfecto Nadar donde haya agua Tomar mate cuantas veces se tenga ganas (y yerba mate) Tomarse en broma casi siempre 80
Tomarse en serio pero por poco tiempo Decir buen día, gracias, hasta luego… y no volver si no hace falta Volver si no hay alternativa Vivir hasta la muerte, que no hay otro remedio
Lo que no 25 marzo 2015
Todas las palabras que nadie va a escribir o pronunciar esas melodías con su donaire y tristeza que no voy a fecundar Todas estas esquinas que quedan detrás Todas las pieles rotas, olvidadas o suplicando el olvido
Toda esta sangre que va y viene y vuelve a ir y el pan, siempre el pan, para comer para llenarse la boca y callar para no morder como un lunático feroz para llenar la panza y sonreír porque hubo pan y hubo sudor
Todas estas invenciones de arena y este viento que nunca acaba siempre más real y decidido que cualquier palabra melodía, artificio de polvo o piel abandonada en el camino
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Todo esto que no va a nacer es más triste, infinitamente más triste, que lo que va a morir o ya murió.
Invierno 6 abril 2015
Hoy me llegó el invierno.
Dejó las amables concesiones los gestos cómplices y me mandó a buscar la gorra de lana.
Hoy llegó sin necesidad de decir tonterías, explicaciones, descargos o consuelos.
No responsabilizó al gobierno no acusó a los empresarios no insinúo una maniobra de los corruptos no propuso otro éxito de Hollywood ni alegó que su dolor en mis huesos fuera ejercicio para la fortaleza de mi alma.
Absoluto y sincero en su presencia sabiendo que ambos sabemos: 82
Ahora es invierno todo lo demás es el ayer que decrece, cambia de color y cae porque debe caer.
Este invierno voy a morir un poco como en todo invierno.
Un poco más cada invierno.
Antes que fuego creo que necesitaré nuevas palabras significados en racimos expresiones de un color que no conozco oraciones con el filo de una cimitarra sarracena.
Antes que abrigo me urgen los amigos esos que no tienen soluciones para el invierno para las expiraciones, para ellos mismos y menos para mí.
Mejor que el ejercicio de la fe y la obstinación sería conveniente un poco de dinero en efectivo y no buscarle la razón a la quinta pata del gato que ya bastante tenemos con el pelo en el huevo al plato.
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El invierno sabe lo que entierra y moja para podrirse, cumple con lo suyo.
Así como nosotros persistimos al frío esperando o queriendo aguantar hasta la próxima primavera.
Sapos 07 abril 2015
Llovieron sapos ásperos y gordos sapos de levitas verdes.
Cayeron de una humedad de sopa crema de arvejas.
Algunos con la mirada amable otros, con ojos preocupados... dicen que varios descendían fumando pero no hay que creer en fantasías sin prueba científica.
Llovieron sapos y se supone que hasta algún camaleón. 84
Llovieron y lloraron los sapos durante toda la superficie de la tarde por las líneas blancas de las rutas en sentido horario y a intervalos regulares.
Lloraban lágrimas de alcanfor de telenovela de la tarde de tomate en conserva de borrachos que no saben por qué llorar.
Llovieron y lloraron los sapos de risa delicadamente, sin exageración con un mohín de ironía intelectual o con un toque de cobardía necesaria.
Lloraban de risa o lloraban de llanto y llovían y llovían sobre las ramas de los sauces de los álamos, de los tilos… evitando las confieras con precisión de kamikases ninja.
La humedad de sopa crema de arvejas impregnó la paredes de los altos edificios cubrió los techos de tejas rodó en tirabuzón por las chapas acanaladas
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mientras seguían lloviendo los sapos impulsados por el viento sudeste animados por un cuarteto de cuerdas que rechinaba quejidos de muebles tristes y lamentos de dentaduras postizas.
Llovieron sapos y las niñas gentiles y bien alimentadas buscaron entre ellos algún príncipe u obispo que respondiera al sortilegio de sus besos colorados. Los perros sorprendidos y aterrados se refugiaron en las iglesias, los municipios y las salas de bingo. Los paraguas atrajeron rayos y se difundieron los rumores alarmistas a los que se dedica el periodismo de corbata y traición.
Llovieron y lloraron sapos como si fueran las cinco en sombra de la tarde.
Como si el gobierno asegurara los derechos civiles y se diera a investigar hasta las últimas consecuencias.
Como si los futbolistas concretaran goles desaforados contra un ejército de centauros ortodoxos y terroristas. Como si alguien tejiera una bufanda de tallarines al dente.
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Como si nos hubiéramos quedado sin Internet y sin cigarrillos.
Como si fuera el fin del día en el último mundo llovían y lloraban los sapos verdes y gordos cayendo y cayendo sin fin y de punta desde una humedad de sopa crema de arvejas.
Justamente hoy, precisamente hoy, que tanta falta nos hace un milagro y todos andamos con tenedores en las manos.
Manifiesto 7 de noviembre de 2015 ·
Porque secos de respuestas que sacien abominamos los interrogatorios y las reflexiones que nacen siempre del “por qué” y sus derivados en las pócimas del inútil desahogo.
En estado de permanente corrupción porque el tiempo corrompe y corrompe la costumbre enquistada en el tiempo y corrompe la ausencia que en el tiempo crece 87
y corrompe el vivir la huesuda maquinaria que a su andar deja charcos de tristeza.
Con el pan en la mano derecha y la izquierda sin su siniestra alegría un día de pasto crecido sin ornamento como señal de la desidia o la impotencia en estado de resistencia pasiva tal los que sobreviven a pesar de los presagios y ocultan las rodillas lastimadas porque se ha hecho costumbre ocultar y lastimarse cada día.
Aquí donde la vida de alguien no comulga con prójimo alguno y la soledad es un pudor íntimo seco, contundente, como puño cerrado reclamando silencioso el derecho de su violencia y la gratificación que se merece tanta pasión cumulada para que coman los cerdos.
Hay que decir con claridad y quedarse ciego hay que lamentar y volverse mudo hay que agradecer y ofrecer el repudio hay que destruir y no pedir disculpas
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hay que morder y saborear la sangre hay que elevar cartas al supremo que corresponda y herirlo de muerte y encender un fuego al que nadie se acerque y escupir al que razone su canina compasión de dos centavos su verde esperanza de sahumerio tolerante su militancia doctrinaria y su voluntad de policía su pía certeza de manual de autoayuda.
Porque lo ciegos reinan en este infierno así como nosotros los padecemos de lunes a domingo sin nos llegue el día ni la noche en que libre de ellos podamos reírnos como niños y hartarnos de la mejor comida sobre blancas mujeres desnudas que nos amen sin miedo que nos sigan sin dudas que nos curen el tiempo que hemos padecido que nos pidan la mano para sostenernos la agonía.
Hartos, como el tumor implacable, de las explicaciones, la paciencia, la buena fe en el centro de la basura queremos estar completamente vivos antes de estar completamente muertos queremos el derecho arrogante de las dos piernas
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que hasta aquí nos han traído y saben de memoria todas las derrotas a las que nadie les regaló una lágrima.
No reclamamos la dadiva o el misero remiendo exigimos a dentelladas violentas lo que nos corresponde por tanta mansedumbre lo que nos toca por derecho justo de pernada lo que siendo nuestro, como de todos, nos fue quitado por viles argumentos el día que los unos legislaron a los otros en defensa propia y en perfecta injusticia con cobarde y sensata rúbrica al pie.
Deberán vernos aunque les disguste aunque inventen nombres latinos para decir que nuestra dolencia es enfermedad aunque nos acusen de una incapacidad amarga que niegan habernos inoculado.
Deberán vernos como somos tan plenos como tanto les molesta tan exactos como el espejo que les devuelve la miserabilidad con que se defienden de ellos mismos y de nosotros.
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Deberán vernos porque estamos llegando porque el cansancio nos motiva porque es ahora y el nunca ya no existe.
Hacer silencio 16 de noviembre de 2015 ·
Hagamos mil minutos de silencio o dos mil, mejor hagamos nada, perfectamente nada y cesemos la declamación intelectual la horrorizada indignación su solidaridad escuálida y menopáusica el paupérrimo debate de ansiosos argumentos .
Hagamos silencio, por favor, como un favor a los que están locos y desesperados a los que están severos y asesinos a los que dicen que alguien dijo a los que les dijeron qué y cuándo decir a los que cuidan la verdad de la que son tesoreros a los que miran de costado, a los que piensan torcido a los que profesan un creo y su fanatismo exasperado a los que no se saben fanáticos de ignorancia televisiva 91
a los que no han muerto por bala o bajo bombas a los que se matan necios para pagarse la vida a los que son enemigos de los enemigos del enemigo sin amigos a los que han muerto de miseria humana todos los días desde aquel día que ya no tiene memoria.
Hagamos tres mil minutos de silencio detengamos está maquina que pusimos en marcha detengamos las marchas por todos los fundamentos y afirmaciones detengamos la adhesión, el reclamo, la insensata protesta el combativo colorear banderas desde la cómoda silla a un click de activismo desde la calle donde la policía no dispersa ni dispara hasta la pancarta que luego de agitada no sirve ni para limpiarse el culo.
Hagamos cuatro mil minutos de silencio de pasiva inactividad de la maquinaria humana de inactividad económica productiva de urgencia educativa social y positivista de imperante información de urgencia periodística de insoportable matar o morir los unos a los otros aquí donde toda injusticia huele debajo de nuestras narices sin que ya nadie, nunca, distinga su triste perfume hasta que huele a carne rota y sangre vertida.
Hagamos cinco millones de silencios
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y ni una palabra para ningún argumento y ni una hora para la crueldad de las opiniones y ni ocho horas para los que mandan y ni un litro de petróleo en ninguna parte y ni diez dólares a futuro de América y ni 24 horas de telefonía para consumo y ni una bandera que no sea blanca y ni un gesto, ni uno sólo, que no sea darnos las manos y hacer silencio y un poco más de silencio hasta que nos llegue la vergüenza como única certeza de que la culpa del otro también es la nuestra.
Todo lo que pudimos ser 19 de noviembre de 2015 ·
Sobre vidrio molido crece la sombra crece degenerada, enferma aplasta y traga lo que encuentra hasta que ya no encuentra nada salvo su propia sombra su derretida soledad sin luz.
Cruje el vidrio molido arena verde de botella seca 93
distancia rota, sin destino sin memoria, sin por qué lejos del fuego que lucha con la sombra y es derrotado hasta la última ascua fría.
Tan largo o corto es el tiempo de este charco donde nadie pisa sin entintarse de tinieblas cortarse los tendones y caer como objeto frustrado hasta el blanco de los huesos donde acaba todo lo que pudimos ser.
Humo Negro 24 de noviembre de 2015 ·
Salió el rumor a buscar la sospecha la duda propuso la infamia el mal presagio trajo la desgracia la falta de complicidad definió al enemigo.
La verdad, siempre insuficiente, se redujo a ciento cincuenta símbolos para leerla rápido, para entenderla fácil y escupirla como sentencia irrefutable 94
en su absurda e improbable sensatez. Los ojos llenos de paja en el otro inhibieron las preguntas relevantes recusó a la conciencia de cualquier piedad y por tanto se hizo inadmisible la comprensión donde no existía la disculpa ni el derecho de coexistencia.
Todos decían a quemarropa pocos trataban de no herir ni salpicar nadie escuchaba por precaución a distraerse del ataque preventivo, premonitorio y autocumplido. La rabia irracional y el miedo serpenteante clavaron la razón en un reloj exánime a la hora santa de la guerra de guerrillas entre comunicados y comunicadores todos alienados y con óxido en las mandíbulas.
Nunca se sabe quién tiró la primera piedra quién se libró de culpas ni por qué nadie recuerda la ternura, la concesión necesaria para que el campo santo no se extienda bajo las camas las mesas, los cafés y las librerías donde los unos fueron antes nosotros y después el otro y finalmente nadie nada, apenas esta desilusión que nos ha muerto
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en éste humo negro que respiramos.
Reclamantes 30 de noviembre de 2015 ·
Andan olfateando cautelosos son sombras que brotan tras la lluvia verdes de coagular pasado y siempre floreciendo por las paredes.
Se mueven en órbitas de carroña exhibiendo úlceras como condecoraciones y muñones como irrefutable testimonio de que han sufrido y siguen sufriendo.
Andan reclamado su composición de la tristeza su derecho insobornable a ser escuchados su necesidad hambrienta de comprensión y el que no los dejen solos, por sobre todo eso.
No miran otra cosa que sus manos vacías no callan la voz incoherente que les quema la boca no maquillan el desparpajo rabioso y sombrío que desmiente la resignación que afligen como sabiduría. 96
Regresan por la misma puerta que los echaron libres de ofensas y abundantes de perdones espontáneos como el verdín infame que los corroe y que expanden como peste.
Olfatean como perros apaleados como víctimas del algún otro que los daña tejen círculos de baba verde y generosa para que alguien caigan donde ellos han caído.
Malarte 1 de diciembre de 2015 ·
Se me da mal escribir poesías se me da mal y ha pasado la lluvia el sol se esmera en la ventana allí donde comienza el mundo el pan, las bufandas, las guitarras las manos, el adiós, los padres nuestros el gris del metal, los cuerpos muertos los amantes sin futuro, los cobardes de estación las tres barajas, el plato de comida las puertas de las otras casas, las bicicletas 97
las palomas, el charco de la esquina las caricias con miedo, el pecado, el pescador.
Se me da tan mal escribir poesías poner los huesos a hervir y redactar zanahoria mirar el reloj que no nos lleva a bailar poner el café al fuego, cantar y desafinar pedir con furia, dar con ternura, sacar la lengua y abrazar, y otra vez abrazar hasta el llanto hasta la poética emoción que desborda las servilletas de papel, los anuncios publicitarios las marchas fúnebres, los orinales, le ley.
Esa poética que ocurre, quema, sobresalta y no se fabrica en Hollywood, ni cotiza en wall street de la que no habla la radio, ni muestra el televisor la que no festejan las multitudes despavoridas… esa poética que conmueve a los vencidos que bendice a los trastornados, da aire a los asfixiados, corrompe a los convencidos, enternece a los amargados deja en remojo los calzones y sale a buscar una boca dos senos, el ombligo, las estrellas y sus ojos, las almohadas, el arrojo, la santa cruzada, la herejía, la rendición, la condena, el panal y la abeja, los martillos, el agua, el candado, la piedad,
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las costillas y los demás huesos de Adán, la carne para el beso los dientes para el pan mío, el silencio en la rama, los zapatos torcidos, el cuenco y la escoba de volar.
Se me da tan mal escribir poesías la precisión y la mesura, el ritmo y las golondrinas la asonancia y las rutinas, los limones y las aceitunas las tardes perdidas, la billetera vacía los verbos acompasados, el egregio adjetivo, el parangón oportuno, la barba de Neptuno la taza y el tenedor, las mascaras de cartón los ovillos de lana, el salto de las ranas la matemática de la silaba, la metáfora alusiva el vientre de la preñada, Led Zeppelin y Pink Floyd los mugidos del bandoneón, Lepera y Gardel no me alcanzan para decir que ha dejado de llover el sol se esmera en la ventana y en cada lado del vidrio hay señales de vida.
Último Momento 3 de diciembre de 2015 ·
La policía, tras sus escudos, se desocupa de los ladrones, las pitonisas, los asesinos 99
los masones, los binazis, los golpeadores los exhibicionistas, las estatuas vivientes los que buscan una calle, una direcciĂłn o han perdido los documentos o la dentadura.
Se ocupan ahora, con sus violentos uniformes, en la pared salvaje que persuada a los manifestantes que reclaman, agitan sus derechos mangados a un palo demandando la justicia que los ampare y les corresponde denunciando a los gritos la ignominia de los otros percutiendo candombes y quemando algo.
Los manifestantes se desocupan de recoger la basura de timbrar papeles para el estado de deshecho de trabajar para los empresarios corruptos de subir los precios de la carne y la espuma de anexar los intereses en la espuria bancaria de lamer el culo y vender estampillas donde corresponda.
Contra los manifestantes avanzan los Resilentes porque los han tapado de fĂŠtida basura no les timbran los papeles de insalubridad del estado los empresarios corruptos no los reconocen mano de obra y no pueden ya pagar la carne ni la espuma impugnados por los bancos y sin culos que lamer.
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A la controversia van los electos representantes dialogan con los ladrones, las pitonisas, los asesinos los masones, los binazis, los golpeadores los exhibicionistas, las estatuas vivientes los dueños de la banca, los empresarios insolventes los millonarios sin escrúpulos, los matarifes emprendedores.
Luego mandan a la policía con su salario a demoler a golpes a los protestantes a los Resilientes de extrema enjundia a los obturados de basura del barrio bajo a los que no comen carne ni espuma a los que no acceden al crédito bancario.
Y mañana volverán los unos contra los otros porque no es justo, no hay derecho ¿hasta cuándo? y que la culpa es de estos, aquellos, esos otros vende mierdas, especulativos, gerentes y lavacopas sin alma ni piel ni conciencia ni moral ni esperanza que si fuéramos solidarios, humanos, piadosos y conscientes ¿Qué nos venderían en la primera plana de los diarios?
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Yesterday 5 diciembre 2915
Hay en ese cajoncito que evito abrir pedazos de recuerdos gastados sobrevivientes de su propia fragilidad.
Hay allí los rostros que he sido palabras que me han escrito manchas que se derramaron las horas perdidas y el café cenizas de una torre que fue roja y alta los cordones de unos zapatos que perecieron deshechos en el camino mensajes de humo que alguien envío desde la solidaria comarca de la ternura documentos de ofertas que caducaron rubor de amores malditos y nonatos las buenas artes de unos ojos humedecidos los tristes oficios que hicieron mis manos las llaves de una puerta en Estambul el gris de aquella comisaría y la trompada los fósforos con que nos quemamos sin arder el plano transversal de dos fracasos los trazos de una ilusión de domingo el eco de aquella risa bajo un árbol 102
las cinco de la mañana en el hospital los números de las deudas perentorias la suavidad tibia de su piel mientras dormía el perfume del sol en una mandarina la noche que aullaba su desesperar la vuelta del perro de tres adolescentes los latidos violentos de aquella voluntad política el rojo de un vino que no llegamos a beber la fractura de dos costillas la piedra redonda que nadie arrojó la luz fría en una ventana con rejas del hospicio el blanco de un techo con insomnio la espada y la pared.
En la cocina hay un almanaque días por llegar algún día el cajoncito sigue perseverante en su rincón acumulando pasado desteñido resistiendo al peso que guarda ajeno a mi poca voluntad de abrirlo a mi infructuoso esfuerzo en olvidar.
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Antes de que el fuego queme 14 de diciembre de 2015 ·
Si alguien sobrevive si alguno resiste la noche bajo la cama y llega al nuevo día convencido y con varios muertos en las manos
si entre los varios muertos cuenta los propios y también los enemigos incluso el cobarde que pidió clemencia y se orinó encima
si alguien queda de pie cuando el fuego siga quemando y los libros de historia se nieguen a otra enmienda sobre lo que se borró por las lágrimas fue revisionado por los sabios y reescribió la furia a quemarropa
si alguien le ha dado el cianuro al vecino para evitarle el horror de la tortura y asumirla en la carne propia
si alguien cantó como un canario después de la corriente eléctrica 104
y de jugar al submarino
si alguien queda sabiendo qué soñábamos y corre como aquel soldado de Maratón hasta reventarse el corazón y dar testimonio allí donde nadie quiere seguir muriendo ni que lo mueran
que levante el puño ahora, que está a tiempo, y haga algo más modesto y menos ruidoso algo más cariñoso y fraternalmente humano algo menos heroico y sin tanta verborragia que se saque el pan de la boca y se lo de a los pájaros que renuncie a algo por poco que sea que no cumpla los horarios de la amargura que no consiga ningún engaño con lucecitas que no se mire al espejo para verse lindo que se pregunte cuánto lo justo y cuánto lo necesario que no se prevenga de lo que va a perder mañana si no compra, si no viaja, si no surfea que lo pierda todo hasta los dientes y no deje de sonreír, ni de dar las gracias sin golpear la puerta de su familia burguesa -laburantes sacrificados que le dieron una educacióno la persiana del empleador capitalista que no deje de sostener la mano del que quedó fuera
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y muerde a los intelectuales para sobrevivir de lunes a domingo en negro con esa alegría con caries de las llantas nuevas y un churrito para volar un rato
o algo así, o cualquier otra cosa creativa, modesta, sincera sin muchedumbre en rabia antes que no quede nadie antes que nadie fue antes que no se sepa qué pasó ni con quién, ni cuando antes de que el fuego empezó a quemar.
Gakudó 17 de enero de 2016 ·
El estudiante de la vía se sienta tarde a tarde, deja morir lo viejo intuye vagamente nacer lo nuevo.
No hay dolor en lo que muere hay ignorancia en lo que nace 106
mejor no-pensar mejor no-hacer/ dejar que se realice.
La coronilla busca el sol como el flaco pino pero a la espalda le falta la flexible firmeza de la rodilla derecha.
Se inclina hacia adelante respira, respira, respira y de la rodilla al hombro se hace uno lentamente / lentamente.
El mismo tonto de ayer esta tarde en la plaza: Figura agregada al paisaje cada vez más parecida a sí mismo.
Ser / No Ser 10 de febrero de 2016 ·
Ser o no ser, es la cuestión.
Vivir buscando un lugar entre los otros 107
o yacer en la certeza de una intuición sin forma?
Aceptar el reflejo con que nos visten y aparentar lo que otros quieren ver para no verse o argumentar con un silencio sin fisuras contra las reglas que impone la cruel costumbre?
Ser al costado de la vida, subrepticiamente, ser como quién ejerce un pasatiempo oscuro o no ser en el miedo a la incomprensión y al rechazo y carecer de un lugar donde dormir y morirse?
Ser en la lógica de un mundo deforme una deformidad de horario interrumpido o no ser el perfume del pan en la puerta del horno porque nadie paga por el perfume del pan que mastica?
Vivir dando razones o respirar la vida? dolerse de evidencias porque los demás están ciegos o construirse un manicomio dentro de un ropero y guardar en una caja de zapatos lo que nos hace quién somos?
Ser el domingo por la tarde? no ser con el plato vacío? soñar con la cara sobre el ladrillo
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o morir gordo afirmado en las telarañas?
Dormir como quién nunca buscó su verdad y despertar ácido de tristeza o despertar triste con una verdad pequeña llorando en una hoja blanca y con enmiendas?
Ser o no ser como si se pudiera elegir como si los tramoyistas e iluminadores los dueños del teatro y el argumentista ya no hubiesen dispuesto sus labores para que el público vea otra vez lo mismo:
un hombre interrogándose al borde del hartazgo que cae desahuciado para que nadie dude
Defraudados 23 de febrero de 2016 ·
No sé, qué quiere qué le diga y tampoco sé si usted sabe o presume de saber enardecido obtuso, rampante, camandulero… 109
no lo vi morir nunca a usted ni sé dónde puso las manos en el fuego o dónde claudicó la dentadura y salió a que le metan una bala entre las cejas.
No sé, hace mucho que no y no me importa, porque yo me muero cada tarde bajo el solcito tibio me muero de todas las muertes de todos los gritos y razones de todos los golpes de la infancia de todas las sopas de ajo y cebolla de todos los pisaron fuerte, a lo bruto de todos los que se escondieron cuando hacían falta de todos los que se salvaron en la jungla de todos los que volvieron a contar la historia de los que no volvieron para contarla… y me muero despacito, callado, con el lomo con corva sin tener dónde caerme muerto sin una bandera ni un sudario.
No sé, que quiere qué le diga, si usted va a venir a morirse por mí alguna vez si a usted lo iluminaron en la biblioteca lo ilustraron los lustrabotas
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o lo mandaron de arriba, de Júpiter o Marte, para enseñarle al pueblo su itinerario para guiar al rebaño al buen destino del que usted sabe clarito y a los gritos cual es la justa distancia y el presupuesto.
Yo no sé, y no sé si usted sabe si usted se muere o le pagan si usted cree o inventa si usted vio o le contaron o tiene la posta certeza porque a usted no lo engañan porque usted no come vidrio molido lee los diarios, los manuales y los presagios.
No sé, le digo, y le digo que usted no me convence ni me ayuda, no me gusta como grita como patea la pelota, como mea a contra viento como se indigna las 24 horas y no pasa el hambre a la intemperie ni carga un bufoso y hace justicia ni se hace anacoreta o palo santo y anda por la calle de civil y casi anónimo entre otros como usted que vaya a saber con quién comulgan o a quién exorcizan, a quién liberan, a quién demandan con que se limpian el culo y cuanto cobran
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a quien maltratan, putean o escupen o a quién delatan, venden o prostituyen.
No sé, le digo, y no me importa porque yo me conozco el miedo en solitario y la noche esperando en un charco a los que dieron vuelta la cara o se salvaron, consintieron, negociaron esperaron su momento o se borraron y nos dejaron solos, siempre solos hasta que hicieron las promesas y asumieron los ministerios, los mingitorios las alacenas, los conductos y los edictos mientras los de abajo seguían abajo contentos de las promesas y las esferas las vacunas y los potreros de la patria prodiga esperando el futuro y los barriletes del gobierno la caída de los oligarcas y el ascenso del club de sus amores.
No sé, soy ignorante, iletrado, insomne, irremediable, desteñido, cansado mal consejo los día de pago impar al sur de esa cruz en el cielo donde nos estaquearon para el eterno castigo los aquellos y los estos a nosotros
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a los tantos y a los menos, a los muchos menos que quisimos creer y ya no creemos en nosotros mismos y en nadie. No sé, qué quiere que le diga, me muero desde hace rato y no busco compañía.
Lo que hablamos 18 de marzo de 2016 ·
Ya no sé de qué hablamos cuando hablamos.
No sé si son los barcos que usted proclama o el teatro de sombras donde nos proyectan la blandura del vientre de aquella hembra o la falta de queso en ésta tarde del desgano.
No sé si usted me habla y yo lo escucho no sé si usted se escucha cuando habla el viento anda por todas partes y nadie lo ha visto a las seis de la tarde comienza la indiferencia su apogeo.
No sé si pensar que estamos locos y errantes o descreer que usted cree todo lo que dice tildar con un visto rojo nuestros absurdos 113
y seguir hablando como quién fuma bajo la lluvia.
No sé si usted me dice, me adoctrina o me refuta. casi seguro que nadie nos convence que vamos en muchedumbre para no estar solos y que juntos nos hacemos nadie hasta que no queda nada.
No sé si decirle suavemente, gritarle o hacerme el miope bajar las escaleras con patas de rana y tubo de oxigeno o trazar las cuantificaciones exactas de los porcentuales que separan sus imprudencias de las mías.
No sé qué razones argumentan éste café frío y antes quemado este ir de ocho a trece con la espalda obligada al sacrificio de dieseis a veinte inmolados por la patria ese adiós irrefutable con el que nos despedimos aliviados.
No sé qué le digo cuando ya no entiendo o nos mintieron desde aquel día que mordimos la manzana y ni usted ni yo nos libramos de la conjetura de que entre el negro y el blanco no se aceptan grises.
No sé si usted escucha cuando yo gimo cuando le pido clemencia o me voy en bicicleta y le dejo la honesta comprensión de que somos humanos
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No sé que hablamos cuando usted me dice “el azul es duro cuando se lo hierve sin dentadura” y yo le respondo para no perder su afecto “pero el domingo es un herraje en la lencería de vanguardia”
No sé que nos decimos cuando usted invoca las cláusulas bermejas y yo le impongo tres soldaditos de plomo en la mesa de arena reclamando usted el futuro de los escolares malcriados y atenuando yo la cuestión del petróleo en las napas subcutáneas.
No sé de que hablamos cuando hablamos y creo que a muchos nos pasa lo mismo desde hace tanto que no nos entendemos.
H 23 de marzo de 2016
Me duele el hombre en el hombro en el hambre, en la hora hosca de los hospitales, de las hemorragias y los horrores.
Me duele el hombre en la hogaza con hongos en el hogar sin fuego, en el hueso hervido. Me duele horizontal e históricamente 115
me duelen sus holocaustos a horario me duele su hĂgado para las hienas el hastĂo de sus domingos el herrumbre de sus herramientas las hendiduras de sus honduras la honra de su eterna hecatombe.
Me duele el hombre en su huerta en la histeria de sus horas huecas en su huida, sus hordas, sus hologramas, sus hierros, sus hemisferios, su hermenĂŠutica, sus hojas, herrajes, herejĂas y el hielo.
Me duele humanamente el hombre como un hermano, como un huĂŠrfano, como una herida, como una hernia, como el humo sobre el hoy hostil hasta el hartazgo.
Me duele como el golpe del hacha como una hembra homicida como Hiroshima hecha hojaldre.
Me duele el hombre como una hache muda.
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Elefantes en el Bazar 18 de marzo de 2016 ·
Este gesto torpe de las palabras con su belleza sus tonos de voz y convicciones sus luces, sus suficiencias, su germinar, sus articulaciones, desvíos y nervaduras, su perfume intenso a tabaco quemado sus limitaciones, sus figuras, su voluntad, los imposibles, el salto y el enlace, las horas nocturnas y el vino la continuidad, su argumentación y el paréntesis sus yerro, las concesiones, su tolerancia, el ejemplo, la comparación, su síntesis, y otra vez su belleza, su acercarse y rondar hasta caer roto, despedazado, inservible nunca a los pies de la realidad sino bajo las pisadas brutales y veloces de los que pasan y se van y vuelven a pasar sordos, perfectamente sordos y sólidos como tapias, o paredones de cementerios.
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Escribir 5 de mayo de 2016 ·
Escribir mensajes en servilletas de papel.
Escribirlos con humo, con perfume, con amarillo, con un puñado de sal, con la cáscara de mandarina, con las letras recortadas del diario de ayer, con hebras de lana, con fideos caracoles, con orín de gato, con el banco debajo de un árbol.
Escribir con detalles, gruñidos, y el sonido de un piano, escribir con la luna rota, con una boina vasca, con los pasos sobre el piso de madera, con el estallido de los vasos rotos, con el vapor de una tetera, con los domingos de un calendario y el golpe en el gong.
Escribir la calle como un túnel que atravieza el mundo escribir el cielo como un presagio sucio escribir el hambre de los platos vacíos escribir la máquina que fabrica máquinas escribir la ternura de los simios tristes.
Escribir el compás y la cortapluma escribir la boca, el beso y la pequeña muerte escribir la bandera, la horca y la guadaña escribir el barco, el exilio, los náufragos escribir la furia, la razón, la elemental derrota. 118
Escribir para violín, viola y violonchelo escribir para una asamblea, para los cortesanos, escribir para los tristes, los justos, los obtusos, los ausentes escribir para los presos, los mustios, los despedazados escribir para los locos, los coherentes, los invertidos.
Escribir en los dos lados de las servilletas arrugarlas y hacer un bollito en la palma de la mano y tirarlo al cesto de la basura: dejar que lo efímero vuelva a lo efímero.
Empezar 6 de mayo de 2016 ·
Empecemos por el principio como cuándo teníamos todo el tiempo y hasta la eternidad para nosotros.
Empecemos por empezar, pero sin miedo.
Empecemos sin luchar.
Empecemos por el fuego, como origen, como necesidad, como consuelo.
Hagamos ronda donde las llamas 119
cautelosamente, con pudor y en silencio, dispuestos a que llegue otro a sentarse esperando que ese otro llegue.
Sepamos, desde el inicio, que no sabemos nada que no sabemos a nadie que no nos sabemos a nosotros mismos. Que no sabemos cómo llegamos aquí pero que aquí estamos y que nos hacemos falta.
Empecemos por la duda sin evadir la incertidumbre.
Empecemos por el pan de mano en mano por la risa cómplice y la gratitud prudente.
Empecemos por lo concreto, lo inevitable: el frío, la sed, el hambre, la enfermedad, la vejez, la muerte.
Empecemos por la compasión, por la tolerancia, por el gesto de la ternura, la contradicción del amor, los caprichosos climas del humor humano.
Empecemos por el verbo para hacer principio la luz y el se hizo, los seis días, el descanso el vientre de la madre, el cazador, el herrero, el juglar, el mezquino, el pescador y el chamán de cabecera.
Empecemos antes de la disputa, el odio, 120
la propiedad, la indiferencia, la ley y el orden, la sacra verdad, las malas costumbre, el poder, el puñado de sal y el castigo.
Empecemos por empezar desde el principio, haciendo el tiempo, o se nos hará muy tarde en la peor noche y ya todo habrá acabado.
No aprendas, acostúmbrate 13 de mayo de 2016 ·
Me acostumbro a estar a la deriva a obligarme a comer lo necesario a fumar con cuidado y obstinación a caminar kilomeros sin ningún motivo a sentir las gentes con las que me cruzo a mirar las hojas de los arboles, especialmente las que han caído y piso con infantil escrúpulo y goce.
Me acostumbro al frío y al gris del mundo a sentarme en silencio frente a la fuente y ver el agua jugando formas transparentes.
Me acostumbro a construir ilusiones y dejarlas ir donde sea que se desintegran. 121
Me acostumbro a los que no hablan y a los que hablan sin que los escuche.
Me acostumbro a los suspicaces a los que no entienden y a los que temen, a los que se fueron tal como llegaron a los que nunca llegaron realmente.
Me acostumbro a los instantes veloces impensados y sin protocolo en que se da el abrazo, ocurre el reencuentro, las palabras asumen toda su relatividad y una pequeña ternura hace del otro y de mí un misterioso nosotros sin por qué ni para qué.
Me acostumbro a ponerme en oferta y que nadie me compre a proyectar desvaríos que nadie paga a escribir para no hacer ruidos molestos.
Me acostumbro a llegar al zendo ponerme el kimono, el rakusú, sentarme y desaparecer contra la pared.
Me acostumbro con plenitud de septiembre a mis maravillosos talleristas y su entusiasmo su entrega, su curiosidad y sus luminosas respuestas a los pequeños abismos a los que los empujo. 122
Me acostumbro a no tener un gato al que acariciar, a no dar explicaciones que no tengo a que no me importe convencer a nadie a saber que no seré convencido de nada.
Me acostumbro a no tener pertenencia a no tener miedo, a no sentir culpa, a evitar la violencia, a proponer todo el tiempo la ternura a dormir cuando duermo, a barrer cuando barro.
Me acostumbro a no preocuparme a dejarme caer las escamas a olvidar, a no dejar que me confundan a que no sepan lo que digo ni les importe saberlo.
Me acostumbro a ser quién soy en lo que hago y a sentir que no hay otra cosa que hacer lo que hago porque no soy otro y ésta es mi vida y mi hacer.
Me acostumbro a ser joven aunque debiera ser viejo a saberme gregario aunque no resulte a darme satisfecho si al fin del día hay una manta a levantarme cada mañana y obligarme a algo por poco que fuera, por tonto que parezca.
Me acostumbro a estar vivo y seguir respirando.
123
Medio Siglo
20 de mayo de 2016 ·
Podría hablar por cincuenta años.
Hablar de las cosas que han muerto y cómo murieron.
Hablar de un niño al que siempre me parezco.
Hablar de todos los caminos en que me perdí de los que me llevaron para que no me perdiera de los que me trajeron en malos regresos de cómo llegué aquí y aún sigo caminando.
Podría hablar y decir:
Llegué para ser un visitante un actor de reparto un espectador privilegiado un delator, un interrogante, un cronista, una sombra, un eco y un olvido.
Dar las gracias, después del aplauso, y volver a hablar un año, tres meses y esos minutos que tarda en el agua en calentarse. 124
Podría hablar todo un cuarto creciente empezando por el principio:
Se nace con dolor y lo primero que se aprende es a respirar y el llanto.
Podría hablar de los inventarios e inventarlos incluso:
Hubo una madre, una abuela, un patio de tierra, un loro, perros, mandarinas, el sol, la tarde, el palo de escoba, una capa, un antifaz y lo otros juguetes.
Hubo una reja, la calle, un mundo de esquina a esquina, Jhon Wayne, el General San Martín, Fray Escoba, un fuentón, muebles secretos, misterios en sus cajones, tortas fritas, y en su altar: una máquina Singer a pedal.
Hubo una escuela y un guardapolvo blanco hubo cosas que no debieron haber hubo cosas que nunca hubo.
125
Podría, por toda una tarde de lluvia, hablar de los libros, los hombres, los gatos, los desiertos, la soledad, las escaleras, la humedad, el pan, el suicidio y el amor.
Podría, hasta que se acabe el vino, quejarme de la suerte, declararme indoblegable, contar que me han roto en cuatro pedazos como si en ello hubiera mérito y fuera una victoria.
Podría hablar del silencio por veinticuatro días hábiles.
Podría hablar por cincuenta años de lo joven que me he vuelto en medio siglo.
Pero eso sería dar demasiadas explicaciones.
Prefiero hablar de lo que quiero hablar el lunes que viene o el mes que llega
Tengo cincuenta años de sobra para aprender a contar ésta inesperada juventud.
126
Ay Patria Nuestra 25 de mayo de 2016 ·
Yo querría quererte y quién sabe si no te quiero, si lo que me duele es el amor más, mucho más, que éste espanto.
Yo querría quererte como quizás te quise, con un guardapolvo almidonado y una escarapela en la solapa.
Yo querría quererte como cuando creía que eras nuestra y que nosotros éramos todos.
Pero te vi contradecirte y morderte y llegó el general, el brigadier y el almirante a extender el miedo como si el miedo fuera orden y disciplina.
te vi derecha y humana -campeón del mundocuando el borracho dijo: presentaremos batalla y fueron a la muerte tus héroes para teñirnos de sangre y barro y ahogarnos en neblina. 127
te vi corriendo tras un dólar como una prostituta hambrienta. Cerrando fábricas, inventando fábulas, financieras, burbujas de crueldad.
te vi llorando, te vi postrada, te vi rota, enferma de podredumbre y creí, como tantos, que podríamos sanarte; que habíamos aprendido a no herirnos de muerte de odio, de esa insania inconstitucional, de esa vieja costumbre de dividir en dos ilegalmente hasta la venganza o el paroxismo intolerante.
te vi en las canchas, los tribunales, la televisión y te oí en la radio, te leí en las revistas te miré de lejos y volví a mirarte porque cada vez te creía menos y menos creía tus modales de snob tu falta de ternura, tu escupir para arriba y ahogar siempre a los de abajo en baba.
te vi entrar al primer mundo abriéndote de piernas te vi desguazar sin amor y sin vergüenza te vi corrompida por los cuatro puntos cardinales y nadie pudo decir “yo no fui” porque todos fuimos porque te sobrevivimos para que no nos mates 128
y decir en el último suspiro: “ay, patria mía”.
Querría quererte, abrazarte, creer en vos, en el otro y en el pan fresco... pero ya ves cómo estamos: anidando odio en las ventanas bajo el desquicio de los ricos y en la orfandad de todos lo pobres.
Estamos rotos, llorando y puteando ciegos y sin bastón blanco locos y sin chaleco de fuerza descompuesto en un charco de mierda...
y es tu cumpleaños y decimos !Viva¡
Yo querría quererte y que otros te quieran, y quien sabe si no te queremos, si no es más terrible éste amor, mucho más, que este espanto que nos come los huesos día a día.
129
El silencio de la soledad 22 de junio de 2016 ·
Dispongo el silencio desde el ángulo inferior izquierdo y lo dejo crecer como la humedad en el aire.
Le agrego el frío del invierno la noche sin almas los vidrios empañados y los náufragos de cafés y bares aferrados a sus mesas.
El silencio golpea como mi corazón y me pide un cigarrillo.
No quiero escucharlo pero ha adquirido la contundencia de sentirme solo, pero sin soledad.
Lo dejo fumar le consiento montar un elefante lanzar humo amarillo y volver con un recuerdo que no necesito.
El silencio y yo sumamos cero 130
se han son las cuatro de la mañana mientras tomamos mate después del desvelo y la caminata sin rumbo: No tenemos nada que decirnos.
B612 15 de julio de 2016·
El mundo es esta mesa con sus cuatro patas sus quemaduras y manchas de café.
la ventana a la lluvia
el colchón con el hueco donde germina el dolor de espalda.
los únicos zapatos donde se guardan los pies.
El mundo no es Bruselas Madagascar, Damasco o Sudán
no es Hollywood, el Bolero de Ravel la Capilla Sixtina, el Manifiesto de Bretón, el Axolotl de Cortázar, ni el Partenón. 131
El mundo es un lugar tan pequeñito que no cabe una hormiga hay medias sucias, olor a tabaco una maquina de afeitar una billetera flaca y descosida.
El mundo no aparece en televisión ni es escrito en primera plana ni coincide en las plazas o las calles donde otros mundos colisionan se espantan o euforizan mientras otros mundos mueren de todas las muertes, por todas las causas.
El mundo no se razona si hay viento no se indigna cuando el frío lo aplasta no se limpia el vómito cuando aturdido no se consuela en horario de comercio no se convence de su propias mentiras.
El mundo es un hombre diminuto al borde del mundo de las horas que le ocurren del piso que barre, el silencio de sus ojos, la victoria que no supo el vino que ha compartido.
132
Eso es toda la verdad del mundo aunque los manuales digan otra cosa.
Ésta mala costumbre de andar sin dinero 13 de agosto de 2016 ·
La suma de las miserias esa cuenta siempre abierta a la tragedia pequeña, dramática tragedia cotidiana individual, vulgar y sin efectos especiales.
Ese dolor humano y con vergüenza ineptitud, carencia de fuerza o talento donde la moneda no alcanza, sigue sin alcanzar y la alegría escasea entre el desgaste -porque el desgaste es lo que abundade la ropa, la cara, la yerba, los dientes, los zapatos, la ilusión, el desodorante y la erosión que se hace tiempo los días sumando miseria, restricciones, no hay, es muy caro, no se puede.
Esa vida entre la rabia y la mirada triste dignamente llevada y con elegancia con ese estilo clase media emergente en emergencia, desahuciada 133
pero pujante, luchadora y digna fundamentalmente digna a la hora de la tristeza de pagar lo consumido y volver caminando para no hacer otro gasto así llegar a mañana y seguir sumando mientras el cuerpo aguante.
Lo que hay 25 de agosto de 2016 ·
Tengo una cara, dos ojos, dos orejas un audífono y un par de anteojos.
Tengo berretines literarios y algo de oficio un zafu donde pongo el culo una máquina de afeitar desafilada.
Tengo una estética y una ética cuestionables un gorrión en la mollera y los dientes estropeados.
Tengo un montón de ideas en un frasco tengo ternura, un reloj y un discurso con sus variaciones y contraindicaciones.
Tengo la costumbre de no ir donde no quiero y la educación de no escupirle a nadie el asado. 134
Tengo un mundo que he inventado otro del que he huido y aquel al que jamás logro llegar.
Tengo una libertad sin uso y otra sujeta al pudor.
Tengo una puerta para quienes entran y otra para que se vayan los incómodos.
Tengo un castillo de arena y un rastrillito de plástico algunos calzoncillos y suficientes medias una tristeza solidaria y medio siglo de ser niño.
Tengo un exilio en perfectas funciones el hábito de hacer lo que hago la mala costumbre de ser de lunes a domingo.
Tengo un gran respeto por los que me respetan dos comprensiones para los que se van sin tolerarme y un gran fastidio para los que se proponen reformarme.
Tengo una tumba al borde del abismo dos manos con sus dedos y un cigarrillo muchas páginas escritas, un mapa con enmiendas, una voz, un martillo con sangre, la piel y debajo los huesos.
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Tengo lo que hay y nada sobra.
Tengo tratos con la soledad y a veces me sonrío.
Tengo lo que tengo y se comparte no lo lamento por quien viene a buscar lo que no tengo ni nunca hubo.
Mujeres desnudas 30 de agosto de 2016 ·
Me gustan las mujeres desnudas.
Las que se ríen con los ojos las que bailan sin música y les gusta que las mire porque me gusta mirarlas.
Me gusta las mujeres que se cuentan sin la carga épica de agobio y tragedia, que se narran como si concedieran amablemente una desnudez más sincera que la carne desnuda.
Me gustan las mujeres que usan la boca para besar con todo el cuerpo para comer helado, para sugerir impudicias para reírse con los ojos. 136
Me gustan las mujeres que se enojan y mucho mรกs cuando se desenojan y se desnudan.
Me gustan las mujeres que cocinan como si hicieran amor.
Me gustan las mujeres que lloran poco pero oportuna y convincentemente. Me gusta que me dejen creer que soy capaz de consolarlas con mi pobre desnudez.
Me gustan las mujeres que me recuerdan la ternura que siento por los gatos.
Me gustan las mujeres prudentes que apuestan a un perdedor.
Me gustan las mujeres que se hacen amigo de mis amigos.
Me gusta las mujeres que agradecen y por eso les estoy agradecido.
Me gustan las mujeres desnudas al caer la tarde, durante la cena 137
en el dialogo y en la copa de vino mientras un film y por la taza café hasta llegar a la cama y el abrazo con todo el cuerpo con que me guardan el sueño que me deja completamente desnudo.
Ku 19 de octubre de 2016
No hay regreso posible no hay vuelta de tuerca.
No hay ayer que no se haya degenerado no hay exactitud en ningún recuerdo porque la evocación es una fábrica de pasados cuya materia prima es la nostalgia de hoy reloj muerto / cielo sin sol / café áspero.
¿Cuál era nuestro rostro antes de nacer?
La línea de nuestra vida pierde la virtud de su fuerza la intensidad de su impulso la nitidez de su plenitud y se parece a sí misma pero es otra.
-Todos nosotros somos otros138
No se vuelve a ninguna parte ni se retorna al que hemos sido. Ninguna curva nos devuelve a la infancia al amor a las cuatro de aquella tarde a la noche en esa mesa que otros ocupan sin saber al arreglo de cuentas, los borrones, la enmienda, la absolución, la memoria y el balance equitativo.
La vida no es un círculo.
Se deja morir lo que ha muerto se mira con ojos nuevos todo lo que ha cambiado se aliviana el trazo sin otro remedio y un poco antes de aquello que quizás fue hace mucho y quién pudiera saber cuándo, o cómo, se queda uno sin tinta, silente, como una espacio en blanco que se libera por su cuenta a la eternidad o al perfecto olvido y la nada.
Angela 29 de octubre de 2016 ·
Quién hubiera dicho después de tanto tiempo y distancia 139
de tanto dolor o naufragio en cada desacuerdo con todos los muertos en la cabecera de tu cama con toda la violencia de mis exilios.
Quién hubiera dicho frente a los papeles sellados y los severos obispos después del fin, las copas de la abuela, y aquella exclusión del patio de tierra y torpeza apisonada defendido por una reja y la puerta que gritaba al ser abierta.
Quien hubiera creído sabiendo los armisticios fracasados las derrotas a mi espalda tu máquina de coser y todos tus hijos las letras sin ternura como un pan duro ese siempre ir y nunca llegar con su estación obligatoria en las depresiones el grito áspero y el llanto el sin adiós, las navidades o el tango y el no hay paz en el corazón ni un paraíso u oasis donde caerse tranquilo.
Quién hubiera creído -mucho menos apostadoque yo tan largo y con los huesos fríos iba a seguir vivo donde me lleva el viento y que vos ibas a abrir una ventana 140
sin hacer preguntas y como si me esperaras al descuido y sin reproches.
Quién hubiera dicho que ibas a seguir tratándome como al más pequeño de tus hermanos aquella vez en una playa donde me perdí rodeado de aplausos. Que ibas a defenderme como si hoy supieras que no sé ser otra casa que esto que no tiene arreglo ni es buen negocio pero que sobrevivo y bien gracias, mala suerte.
Yo no hubiese dicho ni una sola promesa ni una proposición, ni una bandera, ni todos los silencios sin arrepentimiento y sin furia. No hubiera dicho nada, ni esperado nada, ni hubiese expuesto los derechos a los que renuncié hace mucho dudando que me hubieran correspondido.
Yo no hubiese apostado porque hace mucho que desistí de las apuesta no teniendo nada que perder.
Y aquí estamos ahora sin horizontes donde baja la calle de arena un poco niños que ser viejos nos aburre y el pasado es demasiado pisado y no viene a cuento ni a anécdota de sobremesa.
141
Cómo yo no hubiese dicho, ni creído, mucho menos apostado, te abrazo, te beso, te agradezco, hago entre tus paredes el día pongo en la noche unos versos rotos hasta quién sabe y qué importa que ahora ya es mucho y mañana dios nos ayude.
Mirando al Sur 2 de noviembre de 2016 ·
En carácter heterodoxo de dicente, de nacionalidad esporádica y a los efectos, con domicilio urgente y sin hexagramas. Fecha de nacimiento ochenta y siete kilos. Estado civil con lloviznas y bajas temperaturas por períodos inestables y puntual intermitencia. De educación binaria y discernimiento tartamudo; expone:
En el principio la noche fue equilátera proporcional a las superficies de vidrio al silencio de los pájaros de colores al aceite al viento, al toro y al alambre de cobre.
La especie humana caminaba neurótica 142
con el hambre rojo en la garganta y el ruido ácido de los engranajes y el vapor doliéndole el tórax como un elefante.
El agua áspera cubría a los perros mientras las piedras se hacían arena y luego barcos tristemente inclinados en el olvido gangrenados por el óxido, ese color de la derrota.
Bajamos al sur como quien baja escaleras como quien cae desde un martes trece como quien nace para abajo y de nalgas un poco pez, batracio colorado, y gritando llanto.
Asistimos al silencio, la sal, las vaginas, la mordedura, la estrella, los cuadriláteros. Multiplicamos las cucarachas, el gemido los relojes, las manivelas, las hendiduras.
Creamos los dioses, su imagen, nuestra semejanza, el licor amargo, el asesinato, el amor, los zapatos. Y fuimos productivos los unos a los otros, pequeños caníbales anestesiados bajo la lluvia.
Agitamos banderas, incendiamos libros, fuimos a la luna, volvimos al ocaso, al cementerio, a la línea oblicua. Festejamos septiembre, fotografiamos círculos, contrajimos gripe y copulamos melodiosamente. 143
Todo, o casi todo, fue en como si no hubiéramos sido como si la soledad fuera un enfermedad sin alternativas como si el fuego estuviera roto como un cronómetro como si nadie nunca nos hubiese visto cerrando los ojos.
No importó entonces la textura ni el sonido duro la punta de los dedos, los conejos blancos, el tornillo, la palanca, el orégano, los dragones, el fermento, la navaja, la arvejas, los taburetes.
No importó quién dijera el viento ni qué palabra ni qué voz se pusiera en la cara o en las ventanas ni que golpe, ladrido, o fruta podrida viniera a consolarnos en vano del sin remedio.
Cada día volvimos al error milimétricamente heredado a hacer pasado con coladores, a mentir siempre o nunca, a la depresión, la decepción, los neumáticos, los enlatados, la furia, la fuga, las máscaras, los cilindros, las tuercas ciegas.
El hombre y la mujer siguen ahí al fin de su mundo cada día algo encorvados sobre pantallas azules con los oídos taponados de humo y verdín.
Esperan el amor como quien espera migajas un viaje a Siberia, una sartén de teflón, 144
un muñón en buen estado, el rastro de una babosa, el espíritu santo, el cuerpo complacido.
Esperan como si el sur tuviera salida, como si bastara usar anteojos, comer alubias, llegar a fin de mes, fingir gastritis, hacer yoga, leer un libro de respuestas, componer una balanza.
El hombre y la mujer, de eso se trata, el principio, el nitrógeno, las antenas, la fe de erratas, las remolachas, los corticoides, las declaraciones juradas, los chalecos antibalas.
Expuesto lo anterior el dicente se pone de pie saluda las sombras, se quita los dientes, lanza arroz al techo, firma original y duplicado, se retira y cae antes de salir, muerto en cumplimiento del jabón en polvo, del arte ingrato, de la ternura, del maldecir en silencio, del primer hombre y la última mujer, que de eso se trata todo, siempre, de eso se trata.
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Ensayo
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Ensayo de los 5 Ctvs. ( 6 entregas) 6 de julio de 2015 ·
HOMO HOMINI LUPUS (1) El lobo no es un guerrero, es un emboscado solitario que agudiza la astucia ante la relación desequilibradas de fuerzas. El lobo es un sobreviviente tenaz, satisfacerse es sobrevivir y sobrevivir es satisfacerse. Por sobre cualquier otra cosa está su supervivencia y su satisfacción. La sujeción a la manada le es utilitaria, el lobo es pragmático e individualista, el pacto a la manada no le resta su propia individualidad ni amplia su conciencia hacia nada ni nadie que no sea él mismo. La manada depende de una fuerza mayor, la del líder, el más fuerte; pero aún en el conjunto el lobo compite contra sus pares, incluso contra el líder que sólo retiene el poder por su fuerza. La fuerza es el poder y a eso se reduce toda forma de organización de la que es capaz el lobo. El hombre es un lobo que aspira a dejar de serlo. Una posibilidad a realizarse. El hombre apela a la organización por medio de la inteligencia y su hermana menor: la razón. Asume ante el desequilibrio de fuerzas la necesidad del otro, y en esa mutua necesidad reciproca, instaura el principio de una posible y concreta igualdad. El hombre no reduce el poder a la fuerza queriendo evitar la condición destructiva (salvaje) de esta simplificación. No lo hace exclusivamente por clemencia, sino también por miedo. Intuye alguna forma de justicia que equilibre la relación fuerza-poder. El hombre abona un valor mayor de la existencia que el sobrevivir y satisfacerse y para ello está, y obliga a la conciencia completa, ese otro (otredad) que hace de reflejo y certeza de la mismidad. La aspiración del hombre, por necesidad, es transformar el sentido de su existencia individual al amparo, y con competa conciencia, de la existencia colectiva. El conjunto es más valioso, vital e importante, que la unidad. La unidad no puede sobrevivir y sostener su condición humana sin la suma, sin la suma sólo puede caer en el salvajismo. El pacto con la manada implica ahora otros valores, empezando por la exigencia de la justicia, y anclando en el concepto de solidaridad. Sin solidaridad no tiene sentido humano la sociedad de los hombres, no se distingue de una manada de lobos. La organización social humana presupone la cesación de la fuerza como poder, al menos dentro de la propia especie. Lleva al fin de la lucha entre pares, puesto que los mismos han cesado su individualidad para la construcción de la generalidad donde impera una justicia colectiva y la solidaridad que ha remplazado a la fuerza. Si es necesaria la fuerza, ahora es hacia fuera de la comunidad, ante los enemigos comunes a todos, sea, básicamente, la influencia de la naturaleza, el entorno, que debe ser dominado para asegurar la supervivencia del grupo. Asegurada una regular seguridad de subsistencia el hombre va por más. Con la certidumbre de sobrevivir, sin necesidad de lucha interna, se abren las puertas a la inmensa posibilidad de la satisfacción. La satisfacción romperá el pacto colectivo y el principio de igualdad reciproco y necesario. El hombre, al amparo de esa hermana pobre de la inteligencia que es la razón, impondrá todo tipo de fuerza-poder contra el otro, ese otro que ahora es aquel que restringe su capacidad de placer. El hombre vuelve a ser lobo cuando supedita al otro a su supervivencia y goce. Mucho más al goce que a la supervivencia. En su isla, en solitario, Robinson Crusoe había logrado por sí mismo un perfecto sistema de vida y abastecimiento. Se satisface completamente y sin riesgos mayores. La llegada de Viernes no le representa la llegada de un igual con el cual hacer un pacto reciproco de necesidad. Viernes es negro, por tanto algo menos que humano. Viernes se convierte en un sirviente para placer del hombre que ha dejado de ser un solitario para convertirse en un poderoso. Porque el poder, o la vana ilusión del poder, suministra placer. 147
Si el lobo intentó ser hombre, el hombre rápidamente volvió al lobo. El lobo no debió disfrazarse de oveja, sino ponerse la apariencia del hombre y retorcer esa hermana pobre de la inteligencia que es la razón con su natural y primitiva astucia. La ley es hecha para que alguien encuentre en ella una trampa, y la astucia se ocupa de eso. Cuando el hombre aspira a serlo, el otro es un igual en la necesidad reciproca; cuando el lobo se disfraza de hombre el otro es un subalterno que, por medio del poder o la astucia, debe obedecer para sobrevivir. El “otro” debe sobrevivir, mientras que el poder del lobo ya se ha asegurado de sobra su vida. Y ese otro se convertirá inexorablemente, sin piedad, exactamente en eso: el otro.
EL LOBO DEL PODER (2) 7 de julio de 2015 · Poder significa que las cosas son como yo quiero cuando lo quiero. La sublimación absoluta de mi deseo y la respuesta sublime a cualquier necesidad de satisfacción del deseo. Hacer que el “otro” haga lo que yo quiero, cuándo y cómo lo quiero es la propiedad y aplicación perfecta del poder. Como todos quieren satisfacerse hasta el peor de los excesos, el poder estará siempre en litigio. Por lo cual el único aumento posible de poder es llevarlo al punto en que no sólo puedo obligar a que el otro haga lo que yo quiero cuando lo quiero, sino que puedo eliminar, hacer desaparecer, a aquellos que ansían y disputan mi poder, o simplemente reniegan de cumplir con el mandato de lo que yo quiero cuando lo quiero. El poder salvaje es la razón originaria de cualquier guerra (y no hay guerra que no sea sucia). Exterminar al enemigo es exactamente, y sin eufemismos, la aplicación más aberrante del poder. Siempre hay otro. Un diferente, sea por color de piel, de credo, de sexualidad, la edad, por pobreza o cualquier manifestación de debilidad. Otro que tiene algo que yo necesito o deseo tener. Sea por lo que fuera siempre hay otro al que someter, porque sin sometimiento el poder no puede realizarse, no puede ser poder. Ya no me impongo al otro para comerlo y satisfacer la necesidad primaria de mi propia subsistencia, lo someto para mi satisfacción. Y quizás llega el punto en que sin nada más que me satisfaga la última satisfacción que puedo anhelar es la satisfacción del poder que destruye todo antagonismo. Toda otredad. Cuando el lobo ha viciado con su astucia la hermana pobre de la inteligencia: la razón, no será posible ninguna forma de organización que se sustente en principio básico de la interrelación entre hombres como tales: la igualdad. Cuando la organización tribal, luego sociedad, admite que alguien tiene alguna forma de “derecho” a detentar el poder, lo que significa la fuerza y no la administración de la solidaridad, ya ha perdido toda posibilidad de igualdad, y con ello pierde la realización de toda justicia. No hay ahora frontera entre la amenaza externa y la interna en la concepción de que alguien tiene derecho a la fuerza y por tanto poder. No la hay porque el poder se realiza en someter, y someterá tanto a los de adentro como a los de afuera por imperio de su propia esencia. La igualdad entre los hombres es ilusión de la anarquía. No es una idea absurda, aunque sí, en exceso, bienintencionado. Instaurado el poder sólo se podrá librar uno de él, tomando el poder. La insurgencia para combatir al poder se ha vuelto un nuevo aparato de poder que utiliza los medios, y actúa en el terreno, que el poder le impone. Venza quién venza el resultado será el mismo. Lo primero que hace toda revolución victoriosa es crear un formidable cuerpo de policías y delatores. El lobo soporta la mugre y se ensucia placenteramente con la sangre. El hombre, aspiración a realizarse en el abandono de la bestialidad, desespera en las intuiciones éticas donde pretende limpieza y descree de verter la sangre del otro. La igualdad, la consideración de que el otro es un semejante, será la mayor debilidad de hombre 148
ante el lobo. Cuando el hombre derrama sangre, cuando hay un otro que es el enemigo, el lobo ya ha tomado su lugar en la escena histórica y ha desplazado para siempre cualquier aspiración del hombre como tal.
HOMBRES HÉROES Y DIOSES (3) 8 de julio de 2015 · Los dioses son inmortales, el poder de la eternidad les permite divertirse mirando a los hombres masticarse entre sí. Ni les importa intervenir pues tienen una gran confianza, o inacabable desinterés, en que la naturaleza resolverá lo que le acontezca por sí misma. Los hombres son una aspiración, lobos que no logran dejar de serlo. Enajenados ahora en esa eterna contradicción e imposibilidad contra la que lucharán en vano, apelando a la razón, al andamiaje de sistemas razonables, antes que inteligentes, donde nunca pueden evitar el poder para instaurar definitivamente la igualdad. No puede haber igualitaria satisfacción para todos puesto que el poder es la mayor satisfacción y únicamente puede darse donde otros son sometidos. Los héroes son la zanahoria delante del burro. La promesa ética puesta en la nariz de los hombres. Condenados a la mortalidad jamás alcanzarán la perfección (y el desinterés) de los dioses, tampoco podrán tolerarse la irresolución humana. Se impondrán la conciencia de sí mismos (que define una ética) y la extenderán a la tribu como objeto de noble inmolación. Ya que no alcanzarán nunca la inmortalidad son capaces de forzar la forma en que mueren. Santidad (cómo máxima virtud ética) y martirio (como resultado de la desobediencia) van de la mano. La invitación, no carente de inteligencia, es que si no puedo matar al otro sin convertirme en el otro, puedo morir con mis botas puestas para salvaguardar el que aspiro a que seamos. El héroe y no el hombre, es la perfecta figura contrapuesta al lobo. El lobo sólo se importa a sí mismo y por ello sobrevivir es satisfacerse. Al héroe le importan otras promesas o posibilidades por encima de su propia vida. La vida no tiene sentido sin un acuerdo y realización con los otros y para con los otros. El heroísmo, o inmolación si se quiere, es una propuesta para pocos y es origen de bastante confusión. Una de esas confusiones es cuando se la asocia a la piel con que se disfrazan muchos lobos con astucia: Si caen sin conseguirlo son héroes, si consiguen tomar el poder, ellos mismos o sus sucesores, vuelven a ser lobos. La otra confusión es aceptar que las cualidades del héroe son producto de alguna entidad cósmica o por fuera de lo humano. El ideal que prefigura el heroísmo es la voluntad y capacidad de desobedecer a la autoridad, de negar el poder y el sistema de mandatos que impone a los otros. El heroísmo, tal como se lo refiere aquí, puede interpretarse como una forma de aproximarse a un anarquismo donde no se aspira a tomar el poder, sino a realizar la autodeterminación negando el poder cuya razón ha caducado. Los hombres, que ya han fracasado sistemáticamente en dejar de ser lobos, no tienen otra cosa, para soportar su fracaso, que anhelar el heroísmo que no poseen y que por tanto los disculpa. El heroísmo o ejemplaridad se convierte en alguna forma de esperanza o estereotipo de culto, de lo que el hombre sigue sin conseguir pero que es, aparentemente, posible lograr. Al mismo tiempo el “ideal” de heroísmo destruye sin estrépito el pacto de solidaridad humana. No hay tal posible solidaridad en tanto debemos ser lo que no somos: héroes. No podemos concretar un pacto de fraternidad porque el lobo sigue aquí, y el único modo de vencerlo es ser un héroe, los hombres apenas intentan ser humanos. Al héroe le corresponde la muerte como inevitable confirmación de su ser. Al lobo la supervivencia y la satisfacción de su naturaleza de sobreviviente. La situación del hombre se ha vuelto ahora más terrible, el 149
sufrimiento y el desconcierto aumenta porque no pudiendo ser lo uno o lo otro en plenitud, donde logre llegar sólo obtendrá la culpa y la neurosis.
LUCHA (4) 9 de julio de 2015 · Para que se sostenga la razón de que el poder debe existir, y alguien detentarlo y ejercerlo, debe existir el contexto de lucha. Sin ese contexto la obediencia interna sería objeto de interminable cuestionamiento de conciencia. El concepto elemental de “lucha por la supervivencia” deberá prolongarse aunque no haya necesidad de ello, aunque el hombre pueda asegurarse producir lo suficiente habiendo dominado el entorno. El orden que debiera surgir de la aspiración humana, con su ley y su solidaridad, cederá su lugar y la lucha pasa al terreno de la propiedad y distribución, que siempre están en manos del poder. Esa lucha se prolongará tanto como el mandato de que ganaras tu pan con el sudor de tu frente. El poder se asegura el pan por la fuerza capaz de exprimir el sudor del otro que obedece. Los pilares incuestionables de las organizaciones sociales muy desarrolladas son la producción y acumulación de riqueza bajo la promesa eterna de una mejor y más justa distribución. Estos pilares intocables se establecen en el modelo de organización laboral de hace casi dos siglos atrás. No es el poder como aparato, ni la guerra como aplicación de la máxima fuerza, lo que sostiene el sistema. Lo que lo sustenta es la máquina de la organización laboral con todo su entramado en funcionamiento, tan corrupto y perverso (o simplemente absurdo) como toda la maquinaria social. Entre la idea del individuo con respecto a su trabajo (y a su vida), y la realidad del trabajo en la organización comunitaria, hay tal desequilibrio, que toda idea de la realidad que podamos inferir de esa maquina en actividad entraña la posibilidad de ser completamente falsa y deshabitada de toda ética elemental. Cuando ya no sea el alimento y demás necesidades básicas, será un nuevo lugar en el orden de la sociedad; y con ello un nuevo objeto de satisfacción, un candelabro, un espejo, un Ipad, más ropa, más comida, más libertad para consumir más y así asemejarse al ideario de inmensa satisfacción a saciar, la gran satisfacción que remeda al poder. Pero sin detentarlo, sin tener poder alguno, luchando cada día para parecerse a los poderosos, pero sin serlo. La vida no es lucha. La lucha es el sistema de trabajo, la alienación productiva, el negocio, la ganancia, la cosificación del individuo, el reparto arbitrario, la competencia para resolver cualquier necesidad o satisfacción y su derivación en el consumo patológico, el pánico a la pérdida de pertenencia. Basta pensar que cuando el “ser” se convierte en un “recurso humano” del sistema laboral, es porque la deshumanización alcanzó el completo consentimiento de todo el conjunto social. Nunca habrá equilibrio posible en ese vértigo de la necesidad y satisfacción que debe ser saciada. Una de las causas más recónditas es la culpa y neurosis que no puede esconderse: la frustración a la aspiración humana de la igualdad irrealizada y la solidaridad desvanecida. En el vértigo y persecución de la satisfacción, el hombre, que ya se ha cosificado a sí mismo y deshumanizado al “otro”, bordeará la peligrosa cornisa de la más abrumadora soledad. Esa soledad desconfiada y materialista que tan bien le viene al poder a los efectos de la obediencia que necesita. Establecida la “verdad” de que la lucha es el contexto ineludible (como sentido mismo de la vida), el hombre, obediente y razonable, luchará por el derecho de pernada y por su lugar en el sistema de trabajo, que cifra su lugar en la sociedad. Quién no obtiene su parte es porque no ha sabido -carece de habilidad o tenacidad- luchar. 150
Allí el punto de inestable convivencia del hombre y el lobo. La sociedad, que no ha logrado ser humana, replicará de mil modos, y a su elección, el modelo natural de cadena alimentaria –a la que algunas veces llamará lucha de clases: clasificando seres humanos-. La astucia estará en que ya no solo se lucha para comer (sobrevivir), sino para subir un eslabón en esa cadena (pertenecer). Incluso se admitirá la falsa premisa de que mientras más subimos en esa cadena alimentaria mejores somos, cuando en realidad más cerca del lobo solitario, pero sin su sangrienta, descarada y confesa ferocidad, estamos. Que no tengamos que lamer la sangre de nuestras víctimas, de los que están debajo de nosotros, los más débiles, permite convencernos mejores. Lo cierto es que el poder se ha encargado de derramar esa sangre por nosotros, de establecer la distribución y la satisfacción a su conveniencia e insano arbitrio. Las cosas son así y el hombre no es un héroe para hacer de su responsabilidad individual aspiraciones idealizadas o idealistas, contratos más equitativos y ejercicio pleno de la solidaridad entre iguales, porque ciertamente no hay iguales, hay seres cosificados y obedientes que aspiran, pero sin entusiasmo o sin confirmación de una ética plausible y aplicable, a ser hombres; y lobos que aspiran a ser más lobos. Los últimos llevan la ventaja de que ya han impuesto su astucia en la construcción del orden social.
CONTRATO SOCIAL (5) 10 de julio de 2015 · Si las ideologías, como actitud, y su correlato doctrinario, como plan de acción, tienen algo de humano -en el papel escrito antes que en la praxis de la historia- es que no pueden eludir de sí mismas el componente ético (actitud) que nutre la aspiración humana de dejar de ser lobo. Algunas vez, en posesión del poder, y cuando el otro, que siempre es la razón del conflicto, sea convencido o derrotado, quizás, seguramente, por qué no, esta aspiración de ser hombres se realice en el la realización del estado ideal. La anteposición de un sistema ideal que logre hombres ideales (hombres nuevos) es otro de los fracasos que se cuentan entre las fantasías muy razonables de la épica histórica. El fracaso anunciado obedece a que los hombres nuevos deben, sin opción, hacerse de los hombres viejos. Presuponer un hombre ideal es conjeturar un hombre protegido, o escindido, de las constantes contradicciones éticas, como de las contradicciones del deseo de satisfacción. Algo que no es, ni será nunca, humano en modo alguno. Ética no es moral, sino una decisión más ajustada y concreta de lo que se acepta como bien y mal. Las ideologías, con todas las torpezas de la razón y aún sosteniendo que el aparato del poder es inevitable porque hay otro al cual dominar o suprimir, han consentido alguna forma de ética que por un lado las certifique y que por el otro mantengan el curso de la aspiración humana a la irrenunciable solidaridad en un marco de justicia. Por supuesto que de la doctrina a la acción de la historia “real” dejamos muchas paginas en el cesto del papel higiénico ya usado. Lo que importa aquí, es que a pesar de todos los fracasos doctrinarios, de las promesa y decepciones de U-topos (aquel maravilloso ningún lugar), de su irreversible impotencia ante la realidad del poder como fuerza, las ideologías ponen al hombre en la encrucijada de una ética, de un bien y un mal que depende de su conciencia en sus actos individuales para la realización del contrato social colectivo. Señalemos muy al pasar que el principio de democracia no se limita al derecho u obligación de delegar poder en un representante, sino definir individualmente a qué tipo de intención se aspira, constituir en torno a esa intensión una forma organizada, determinar el mejor representante para llevarlo a cabo y conquistar un espacio de inclusión dentro del aparato del poder. Si alguien cree que las democracias modernas funcionan con tal 151
conciencia y participación individual es sólo por completa negación al manoseo de la opinión individual y colectiva por esas cajas de resonancia que son los medios (incluyendo Internet). Cuando en los 90 se declaró ampulosamente la instauración del dogmatismo y la caducidad de las ideologías como actitud (y hasta como esperanza), lo que se hizo fue permitirle al lobo obrar sin necesidad de seguir prometiendo esa aspiración a realizarse: ser humanos. Capitalismo salvaje no es otra cosa que la instauración, con el aplauso incluido, de aquellos que estén dispuestos a llenarse la boca de sangre para triunfar. Ya no hay que fingir, el objetivo es ahora comerse al más débil para volverse más fuerte y siendo más fuerte que ayer, comer al nuevo débil de hoy. La obediencia se consigue dándole a la manada el resto de las sobras y la fantasía de sujeción a un sistema que asegura velar por ellos, y con tal se les permite la ingenuidad de que son auténticos lobos capaces de prescindir -porque ya han prescindido de toda perspectiva ética- de la aspiración de llegar a hombres. A los últimos en la cadena apenas les queda resistir sin nada en qué creer y menos que nada a que aspirar. Todo ha quedado en manos del poder y ya es imposible, incluso, disputarle el poder al poder. Eso es la más irrealizable de las viejas fantasías con la cual se alimentó la hipótesis del permanente conflicto. Eso se llama globalización y la ley de la globalización es el dinero (la razón del dinero es únicamente el dinero). Postmodernidad es darle suficientes juguetes de satisfacción, a cambio de dinero, a un grupo tolerable de la población para así poder fagocitarse a otro grupo que ni juguetes tiene. No es de extrañar entonces que donde hay menos distribución y más necesidades insatisfechas la violencia absoluta sea la respuesta natural y al mismo tiempo la única posible. Tampoco debiera causar asombro que esa violencia se vuelque sobre los que están, o parecen estar, en el eslabón inmediatamente superior del sistema. ¿Por qué pedirle a los que el sistema más ha marginado que se comporten con humanidad? Este peligroso contrato social casi nada le importa a los que consumen, a los que pueden consumir bastante y más allá de las necesidades primarias de subsistencia, porque ahora están entretenidos, aletargados, persiguiendo una ilusión de felicidad que no tiene nada que ver con un principio de igualdad y solidaridad al amparo de un sistema de leyes o conceptos éticos. Todo eso ha quedado muy lejos del ser humano que paulatinamente se distanció de la ética, renegó completamente de cualquier credo o compromiso reciproco con la comunidad -que tampoco tiene mayores compromisos con el individuo al que ha cosificado o deshumanizado, y en su paso efímero por esta existencia aspira, por necesidad y por un inmenso vacío y envilecimiento en las cláusulas del contrato social, a lo mismo que el lobo: sobrevivir. El héroe, aquel desobediente, cuya idealización es tan difícil de imitar, ha sido remplazado por la celebridad, ese mamarracho mediático que se sospecha que coquetea con el poder; y es plausible que así sea, ya que los medios son consorcios del poder. Ahora el contexto de lucha es real y declarado sin atenuantes, la lucha es por los emblemas del éxito y el éxito es satisfacción. La carencia de resultados en este argumento de lucha se llama fracaso, y lleva a caerse del sistema, a no poder consumir primero y a padecer ese hambre que padecen los que son exprimidos por las mandíbulas que se deleitan con la sangre y que vemos, sin ensuciarnos, por televisión. El miedo a tales cosas tiene perfecto sustento en la imposibilidad de equilibrar esa lucha por medio de la solidaridad (que en esta instancia, y en este contrato social, ya es completa desobediencia). No hay solidaridad posible en el modelo de libre competencia en la cadena alimentaria: tratar de ayudar a otros -otro acto de rebelión- nos arriesga a ser captura del más fuerte de turno. Pragmatismo es el permiso para fracturar todos los convenios sociales que marcaron el siglo XX. Esos convenios que nos daban la ilusión de alcanzar alguna forma de equilibrio entre los lobos y los humanos. Ese pequeño compromiso que los lobos les concedieron a los hombres para salpicar menos sangre si no era autoritaria o despóticamente necesario. 152
LA MENTIRA (6) 11 de julio de 2015 · La memoria atávica nos mantiene en el miedo de la supervivencia. Miedo a carecer de lo necesario para sobrevivir, miedo al sufrimiento que impone la escasez. Miedo a que otros más fuertes nos quiten lo imprescindible. Ese recuerdo que no se borra con el paso de los siglos, que persiste en la acción del hombre y su sagrada y astuta mezquindad, atestigua como condición real algo que es completa mentira. Hoy el hombre produce –acumula y dilapida, literalmente- mucho más de lo que necesita consumir, produce incluso mucho más de lo que es necesario para una justa distribución; pero si esa distribución se hace efectiva, cae a pedazos el sistema, la mentira, se hace completamente evidente que el poder, y su fuerza, ya no tiene sentido de ser. Desaparece la ilusión de un objeto de lucha a vencer. Desaparece la mentira en la que se sustenta el sistema porque ya no hay qué o quién conquistar. En algún lejano futuro quizás se llame a este estado actual: “psicosis post capitalista”. ¿Por qué seguimos luchando? ¿Cuál es el objeto de lucha? ¿A quién atacamos y de qué nos defendemos? ¿Qué miedo ancestral nos obliga a la aceptación de este orden completamente injusto y falto de solidaridad cuya juicio de la ley está completamente viciada por la corrupción propia de un sistema de fuerzas? ¿Qué producimos, qué acumulamos, qué repartimos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida? Habrá alguna razón, si se la busca, para que los hinchas de un equipo de fútbol no se conformen con el resultado del partido y deban exterminar al adversario matándolo, literalmente. Habrá una razón para que tengamos necesidad de otro con el cual combatir y, mejor, si podemos experimentar la satisfacción vencer. La razón, en estos y otros casos, no es algo que tenga inteligencia alguna. La destrucción del planeta, la acumulación toxica de basura, el hambre en África o Sud America, el trabajo en negro y casi esclavo, las burocracias ineficientes y kafkianas, nada de esto y más nos demuestra ninguna inteligencia. Habrá, si se las busca, interminables razones para la crueldad brutal, pero no inteligencia. La más significativa muestra del capitalismo salvaje, del modelo de sociedad que se nos propone como producto de cientos de años de evolución, es la cultura del Shoping: ese majestuoso, de ser posible, templo donde se inmola el consumo, la voracidad sangrienta y el absurdo de nuestras vidas (y nuestro trabajo) y donde ha fracasado la aspiración a ser humanos. Hace menos de cien años atrás, existía una forma perfectamente legal y razonable de esclavitud. Los obreros o peones rurales trabajaban en grandes estancias donde se les pagaba con unas chapitas acuñadas por el patrón. Con ellas podían comprar en el almacén de la estancia, que era del patrón y que tenía los precios que el patrón imponía. Por supuesto que lo que se les pagaba a los peones era mucho menos de lo que estos gastaban en el almacén de la estancia, de modo que cada quincena ampliaban su deuda con el patrón y por tanto debían seguir trabajando para él hasta pagarle. La situación no tenía fin y si el peón intentaba escaparse de la estancia era “cazado” como un delincuente o animal, regresado a la estancia, y obligado a seguir trabajando para pagar. Esta cultura del Shopping que nos signa, con su comparsa mediática y los intelectuales entre pautas publicitarias, no deja de ser la sublime perfección de aquella esclavitud legal y razonable de los peones rurales. Las chapitas han sido remplazadas con rectángulos de plástico. Los ricos son cada vez más ricos, los pobres son insensatamente muy pobres, y las clases medias, medias-altas, deben defender cada vez con más violencia su lugar en el sistema. ¿Cuál sistema? No trabajamos -refiero a ese trabajo al cual atamos nuestras vidas - para producir bienes que aseguraren nuestra subsistencia individual y colectiva, menos que ello para compartir un pacto reciproco entre iguales, 153
anclados en la solidaridad con un marco de justicia. Trabajamos por la cosificación masiva en el ritual de deslindarnos del otro como parte y pertenencia de nuestro existir. El trabajo moderno es la más excelsa manera de esclavizar, ya no el cuerpo, sino la psiquis o, peor aún, la conciencia y la verdad. Si el “modelo” de nuestra sociedad actual es el fracaso de un millón de aspiraciones donde se sospechaba y proponía la posibilidad de alguna ética humana, simple y modestamente humana, ese fracaso no es producto de un acto mágico. Hemos perdido de vista al hombre como aspiración ha realizarse creyéndolo realizado en su harta satisfacción egoísta. Hemos perdido de vista al otro necesario para que esa aspiración se realice. Hemos sepultado la inteligencia bajo la razón, para luego sepultar el sentido común bajo la astucia que obtiene beneficios. Hemos culturizado el consumo para mentirnos el carácter depredador de nuestros actos que nada tienen que ver con “sobrevivir” ni con la construcción de un “estado ideal”. Nos hemos convencido que ser anónimos en ésta colección de consumistas eleva nuestra individualidad cuando lo que realmente ocurre es que nuestra individualidad es lo primero que hemos perdido. Remplazamos la posibilidad laboriosa de ser, por el hecho de pertenecer, y pertenecer es consumir hasta no ser. Consumir hasta la más nefasta soledad. No se trata exclusivamente de que nos mientan y nos atonten, de que nos hipnoticen con espejitos y cuentas de colores. Se trata de que participamos, por comisión, omisión o necedad, de este contrato social viciado de mentiras. Cada mentira necesita de otra mayor y otra más luego. Las mentiras, para poder tragarlas sin vomitar, deben ser razonables. Tanta razonabilidad nos ha llevado a un discurso que va por un lado mientras la realidad va por otro, inevitablemente separados y sin puntos de encuentro. Si esa incoherencia entre realidad y el discurso no es una forma patológica de alienación, entonces no hay locura, pero tampoco cordura. No existe un momento histórico idílico, ni una sociedad perfecta, ni un hombre concluso. No existe un dogma infalible, un sistema eterno, una verdad para todos. Existe una aspiración dinámica, donde el otro – que al mismo tiempo es uno- debiera estar por encima de cualquier diferencia, de cualquier motivo particular. No por bondad, sino porque la existencia del otro realiza mi propia existencia. Lo que el “otro” me proporciona no es utilitario, sino desde algo mucho más profundo y volátil; confirma mi capacidad a realizar la aspiración de humanizarme. Olvidar al otro, sujetarlo a un trato de desigualdad, es deshumanizarme sin atenuantes. Quizás no podemos, ni sinceramente queremos, renunciar a la fútil satisfacción de los objetos, de los pequeños placeres del consumo, de la atracción que nos causa los símbolos del poder y su versión sin poder llamada éxito. Quizás no hay mejor anestesia que trabajar, trabajar y trabajar sin sentido, para ello. No hay nada de malo en que sí sea, de hecho así es y así ocurre. Lo penoso y alienante, es la mentira. El fingimiento de que si no se visualiza sangre no hay aplicación de fuerza bestial. El montaje teatral donde desarrollamos la gran parodia donde nadie cree ya en nada ni espera creer. Lo triste es esta pérdida de la inocencia con que se aspira a la verdad, algo que ya a nadie le importa. Cada uno de nosotros sigue siendo uno entre millones de esos otros. Quizás, alguna vez, en algún futuro, nos propongamos sinceramente, con dedicación, ejerciendo la libertad de desobedecer la mentira, ser un hombre para con el hombre.
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Mallerta Filozofion sur Graso Milanga (Torpe filosofía sobre la grasienta milanga) 22 entregas Del 13 de Enero al 3 de Febrero 2017
A Don Lorenzo Matías Bertero Ompa Lompa de los muy buenos y amables capaz de la ternura de una abuela y de los chistes más tontos en el momento más desafortunado
Cero – Hombre interrogado Pienso, desde hace dos o tres días, sin poder poner en orden narrativo el desorden de mis ideas. Pienso y vuelvo a pensar si mis pensamientos no son una forma de cifrar mis sensaciones, intuiciones, estados de ánimo. Pienso sin rigor científico. Pienso por efecto de las circunstancias, del contexto, o de los contornos siempre imprecisos de aquello que me incita a pensar. Pienso y no por ello existo, ni el pensamiento es otra cosa que algo semejante al vapor sobre un espejo. O la inacción física que me demanda enfrentarme a los pensamientos e intentar organizarlos. Hay una realidad simple, concreta e irrefutable. Es aquella que ocurre, se realiza en sí misma e inmediatamente se transforma. Una realidad de hechos que podemos presumir concatenados, pero que tiene todo su sentido en cada suceso particular y parcial. El carbón no es el fuego, ni el fuego la ceniza, ni la ceniza el carbón, aunque una observación atenta pueda llevar a esa línea “lógica” de organización de la realidad. Hay otra realidad que se funda por la voluntad de apropiarse de ella. Una realidad explorada en la sumatoria de marcas más o menos significativas y la subjetiva interpretación -más o menos racional- que se hace al reconstruir. Se expresa como un discurso, pero no es, simplemente, un discurso. Hay una realidad absurda hasta la demencia que es simplemente discursiva y se compone de la contra argumentación como elemento de la confrontación. La realidad, así vista, no es más que confrontación. Por ejemplo, increpada la esposa por cierta infidelidad comprobada, sin apelar a la reconstrucción subjetiva (causas, circunstancias, antecedentes, mitigantes, etc.) arguye: “Es cierto, me acosté con tu amigo, pero bien que a vos te gustan las milanesas grasientas”. Entre la esposa infiel y el esposo cornudo, se inicia ahora una nueva percepción de la realidad que infaliblemente creará algo que, para estar acorde al lenguaje de estos tiempos, llamaremos “brecha”. A los cinco o seis años comencé a preguntarme qué era la realidad, dónde estaba y cuál era su forma. A esa edad Tarzán era real en un mundo completamente irreal llamado -por fórmula de fantasía-: Continente Africano. Detrás de cada puerta de ac-ceso a una casa vecina, había una realidad para mí inexistente, o simplemente imposible. Por supuesto que en mi mente de niño yo estaba excluido de toda realidad, pues ésta era una realización externa a mí mismo. El que hablara con las arañas o con los tantos amigos invisibles que supe tener no formaba parte de ninguna realidad -territorio de los adultos- aunque yo lo viviera como mí única e íntegra pureza de cada día. Para mí, como para muchos mayores -según descubría después- la realidad eran los otros y el “yo” como entidad pasa a pronombre en tercera persona. 155
Algo antes de la adolescencia, quizás a los 13 o 14 años, desarrollé la intuición de que la realidad era una fenomenología so-cial que impactaba en la vida de los individuos. Los sujetos y su “realidad doméstica” eran una mera circunstancia que reflejaba la realidad social. En mi mente infantil, y sin claridad -sobra decirlo- el hombre era producto del acontecer histórico, y la incidencia del hombre en éste acontecimiento crónico era producto de las causas de la misma historia. Los seres humanos, como personas, no eran algo muy importante para ese mocoso al que hoy me parezco poco. La suma de individualidades daba sentido y cuerpo a la historia, y por esa sumatoria, a la composición de la realidad. Le dediqué muchas horas entusiasta a la segunda guerra mundial y a la guerra de Viet Nam. Me sumergí perplejo en la lucha por los derechos civiles de los negros americanos, la revolución Cubana. Cuando entré de lleno en la historia Argentina supe, sin saberlo intelectualmente, como una brillante corazonada, que entraba a la mejor novela del realismo mágico jamás escrita. Por otra parte y en simultaneo, el relato histórico llega a parecerse, cuanto más entusiasta y atado a la racionalidad, a las milanesas grasientas o, si se me permite el contra argumento o revisionismo histórico, a mein kampf. La historia me llevo de la mano a la política. La realidad, sea esta lo que fuera, sólo puede ser intervenida por la acción política; que viene a ser como una “super” visión e interpretación de la historia devenida realidad. La política, como tal, se adelanta a los resultados de la historia para crear una nueva realidad, siempre y cuando, nunca hay que olvidarlo, estén dadas las condiciones históricas. Tener 16 años bajo un gobierno militar de facto, dictadura de facto, terrorismo de estado de facto, sociedad de miedo de facto, y pensar, o suponer que pensaba, cosas tales, no iba a llevarme a ningún lugar saludable. La política no puede hacer nada de nada “con y en” la realidad sin antes procurarse una plataforma de poder para conquistar “todo” el poder. Y allí se llega al sujeto, personita hedionda y banal, necesitada del estímulo y guía de los jóvenes como yo supe creerme y ser joven, a fin de que educadita y con conciencia de clase, nadie lo maltrate y lleguemos alguna vez a una realidad que si no idílica, al menos soporte y ejecute una organización eficiente en cuanto a justicia y equidad. Como fui y me sentí joven, glorioso, preocupado y responsable, realmente llegué a creer que esa era la realidad sin que me pusiera a meditar sensatamente que Liberté, égalité, fraternité era una consigna no precisamente nueva y que la declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano se datan el 26 de agosto de 1789, bastante antes de cualquier realidad que yo pudiera comprender o intervenir. Ya se sabe que los jóvenes adolecen de creer que han inventado todo y los adultos de ignorar, por donde el Coloso de Rodas se pasaba los barcos, todo lo que se ha inventado. No falto de imaginación ya en ese lejano tiempo, llegué a disponer -como el mismísimo Comandante Guevara- de un yo que nunca supe en qué realidad vivía y de un yo histórico al que me debía con convicción de kamikaze. Sea como fuera, la realidad no me incluía sino por un personaje inserto en una tramoya, y yo seguía sin saber dónde o cómo era la realidad. Conocida mi sensibilidad poética, la política, que no necesaria-mente es la lucha armada, resistencia violenta o resistencia no-violenta y/o civil, y que tal como demuestra irrefutablemente cualquier libro de historia referido a cualquier momento del ser humano en éste planeta, termina fagocitándose a la lucha armada, la resistencia violenta o no-violenta sean una o la otra o ambas, civiles o no. Y de llegar al poder se transforma siendo muy diferente a lo que proclamaba cuando no tenía poder… Digo: la política que no llegué a ver (y cuánto me apena!) que cumpliera con la “representatividad” que le da sentido a la pro-posición de democracia como organización, llegó a cansarme y a no representarme ni mí ni a la realidad que tanto he ansiado en mi larga búsqueda. Muy por el contrario, se me volvió profundamente irreal. Y en la medida en que la política se me volvió irreal, a los 30 ya era un viejo descreído y resentido de este mundo y, especialmente, de estos gloriosos suelos patrios. La realidad se fue pareciendo cada vez más a los individuos, a sus males y sus bienes, su mediocridad y su ternura, su desesperación y sus charlas indómitas de café, al libro bajo el brazo para la cultura del sobaco, al boca-river al que todo se reduce como azules y colorados, federales y unitarios. La realidad llegó, incluso, a parecerse a mis fracasos, a mis malos sueldos, a mí no comprender una realidad tan parecida a la perfecta disociación entre el pensamiento, la teoría y el discurso -podríamos decir: sentido común-, del acontecer de los hechos cotidianos.
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La realidad era eso que cada día ocurría, es cierto… pero la gran puta, como no iba a ser así si a esos hijos de puta, tantísimos ellos, infradotados todos, bien que les gusta las milanesas grasientas.
Uno – De Pensar a reflexionar Pienso que pienso. Entonces me obligo a la reflexión. Cuando pienso en esa palabra “reflexión”, imagino, a velocidad violenta, que pongo mis pensamientos frente a un espejo para poder mirarlos fuera de mí. Cuando veo lo que imagino, el “espejo”, pienso que en latín es “espéculo” y que cómicamente, por asociación sonora, me encuentro en el proceso de especular respecto de los pensamientos que pienso y lo que colateralmente imagino. Hace muchos años asumí que pensar no es tener una idea, sino un proceso lento, personal e intransferible, con las ideas que tengo, me ceden, robo o surgen o imagino, en el propio proceso de pensar. Pienso que siendo tan rico el procedimiento de pensar, ante la pregunta de Facebook, poca gente, realmente, diga qué está pensando. Quizás debiera preguntar ¿Sabe usted lo que está pensando?... y si es muy larga pregunta para estos días dónde la síntesis impera, preguntar ¿Usted piensa? Pienso que nuestra realidad, sea cual fuera esa entidad que denomino realidad, está bombardeada por supuestas ideas sintéticas o, por elegancia, minimalistas. Incluso la información, que no es más que eso, un dato, tiende a confundirse con el pensamiento o con las ideas. Pienso en una sociedad de conclusiones en pocas líneas, verdades de Pero Grullo. Pienso entonces en la demanda inconmensurable de pensamientos prefabricados, apenas sostenidos por noticias, recortes de los opinadores de turno, carne sangrante, milanesas grasientas. Pienso en pensar qué o cuál es la realidad, la de quién o quiénes. La mía si llega el caso. Pienso que está muy bien pensar la realidad, si realmente se trata de ese proceso arduo, severo, personal e intransferible. Pienso que antes de sentarme a escribir ya había concluido que junto a esa realidad domestica que a cada uno nos pertenece sin salida, hay otra realidad que se compone de un nosotros. Que en ese conjunto está su condición de realidad, merecedora o necesitada, de ser pensada. Pienso que pretender, infantil o insensatamente, pensar la realidad desde la tercera persona, excluyendo a los demás y autoexcluyéndose uno mismo, con cada domestica realidad, es absurdo, nefasto. La realidad nunca fue sólida aún antes de que se la definiera líquida. La realidad no es ajena a nadie, su fluir toca de un modo u otro a todos. La realidad no está fuera de lo cotidiano y su ubicación, a la hora de pensarla, está en centro de lo social. La realidad que podemos pensar es comunitaria. Tribal, si intentamos ser precisos. Y posiblemente sea el único modo de pensarla, obligados a pensarnos a nosotros mismos. A reflexionarnos en el espejo de las otredades que concurren y participan en lo que fuera que denominamos realidad. Es en la dinámica de las interrelaciones donde la realidad se realiza, acontece y transforma. No hay comprensión ni cambio posible de la realidad sin comprensión y cambio del individuo, sin una conciencia de participación y necesidad en la tribu. No hay sentido en pensar la realidad sin la el pleno asumir “yo soy otro tú” / “tú eres otro yo” (IN LAK'ECH / HALA KEN –saludo cotidiano entre los Maya-). No hay sentido porque sin esa reciprocidad la realidad es menos que líquido, es una entelequia incomprensible, simplemente una irrealidad o inhumanidad.
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Dos – Humano pensar Pienso, tan humano como irremediablemente puedo serlo, en mí condición humana. Pienso qué soy, y a partir de mí dilucido, por aproximación, a los demás. Pienso en un registro atávico-cultural que nos es dado a cada uno como un mapa de ADN. Pienso que llevamos miles de años con el problema de la coexistencia. Pienso que el problema de fondo de la realidad es ese. No podemos vivir en soledad, ni nos conforma (o sirve) los límites de la familia. Necesitamos al otro y organizamos sistemas para ese convivir. Si en miles de años se contabilizan logros al respecto, no deja de pesarnos la frustración al respecto. La idea de la justicia habrá de perturbarnos tanto como cualquier forma de pensar la realidad. Justicia, en el centro de lo social, nos impondrá la ética, luego ese vago o peligroso arbitrio del “principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde”. La realidad, de por sí inasequible, en algún punto habrá de separarse de la verdad, porque la verdad será cuestionada, discutida, imputada de subjetividad más que la realidad misma. Rivalizada la verdad, de toda cosa donde pretendamos alguna precaria verdad, también será puesto en duda el otro, ese ser tan semejante y tan distinto a mí mismo. Pienso que cada vez que ponemos en duda el carácter “hu-mano” del otro, nos estamos poniendo todos en duda. Esa in-soportable duda de ser, o no ser, o no saber qué somos y el no lograr comprender o balbucear la realidad que nos afecta tanto como nos involucra y vincula. Pienso en la disociación que se llega a entablar entre eso que llamo humano y esa entidad tan frágil como voluble que pienso como realidad. Pretensión de una verdad externa más veraz y estable que nosotros, que lo que nos sobreviene, vemos, sentimos, o entretejemos. Nosotros, esos que pasamos del intento de alcanzar la realidad a aferrarnos a los rezagos rotos y podridos de realidades que ya no son, que han ocurrido tal vez, pero que no son ésta fluctuación constante donde no hallamos un dogma de justicia que nos sacie. Pienso que en el intento de organizar la bastedad y conflicto del pensamiento, creo un discurso como quien marca una referencia o planta una señal de sus dudas. Por alguna parte dije que hay una realidad simple, concreta e irrefutable. Es aquella que ocurre, se realiza en sí misma e inmediatamente se transforma. El discurso puede ser un modo de aproximarse a la realidad, pero no más que eso. Hemos llegado a la enfermedad de creer que el discurso, por tal, es “la realidad”, esa que yo sigo sin saber. La incongruencia es cada vez más atroz, y su resultado es la violencia y el rencor saludándose de esquina a esquina. Buscamos explicaciones fuera de nosotros mismos, de nuestra cotidianeidad, y no las hallamos. La realidad finalmente nos excluye, no se condice con lo que somos, pensamos, sentimos, vemos o tocamos, somos el pronombre en tercera persona que no corta ni pincha, que sobrevive en las reglas del juego sin reglas, juego de palabras finalmente. Como un infantil personaje colorado, a lo más que llega nuestra indignación es a gritar “y ahora quién podrá ayudarnos”. Como si yo no fuera otro tu, como si esa idea -que ya ni discurso- de una organización comunitaria no se convirtiera ante nuestros ojos y nuestra impotencia en la aberrante desorganización de locos matarifes y sobrevivientes manchados de sangre. Mientras escribo estas palabras y luego, con suerte, cualquiera las lee, la realidad es: alguien va a su trabajo, alguien trota, alguien muere, alguien roba, alguien empuja, alguien escribe y alguien lee. Cada uno de esos no es un pronombre en tercera persona, es “otro yo”.
Tres – La realidad confunde El intento de pensar la realidad peligra ante la costumbre de utilizar los recursos con que nos han escrito y contado la historia. El pasado está quieto y dispuesto a todo escrutinio, la realidad sucede, nos ocurre. Somos exageradamente contemporáneos de la realidad que intentamos comprender. Somos los afectados por los 158
fenómenos que pretendemos traducir y cambiar. Estamos intoxicados de presente y, con buena fe o ignorancia, nos damos sobredosis de pasado. Recurrente vicio de querer resolver el hoy con las recetas del ayer. La realidad siempre está un paso, o diez kilómetros, delante del hombrecito ocupado en sobrevivir e interrogar. Todo esto, ya lo sabemos, por culpa de las milanesas grasientas. Liberté, égalité, fraternité ¡las pelotas! En la dialéctica viciada de contradicciones: hay que luchar para vivir. Ese sacrosanto concepto, con rango de virtud, puesto en nuestras infantiles mentes, junto con el registro atávico-cultural, nos va a mantener en el giro interminable que pretendemos comprender mientras nos mareamos y perdemos el sentido. La culpa, ya lo sabemos, es del sistema giratorio, la fuerza centrífuga y centrípeta en equilibrio de atracción y rechazo. El sis-tema es un bolillero donde giramos golpeándonos unos a otros. Acusamos, junto con el mareo, la pertenencia al sistema. Todos somos, indeclinablemente, sus víctimas coparticipes mientras una mano negra empuña la manija. Crear cualquiera organización con intenciones de justicia obliga la necesaria concesión del poder de hacernos girar. Antes de cuestionarnos los intereses del que tiene la manija, habría que deliberar sobre nuestros más sinceros e íntimos intereses. Es decir, pensarnos humanos para pensar la realidad de ese bolillero que nos contiene. Ese bolillero al que le exigimos una contención tierna y protectora y que una y otra vez termina semejando en una cárcel donde, dependiendo de la suerte, de la capacidad de adaptación y lucha, nuestra realidad domestica condiciona toda interpretación que podamos inferir de la realidad. La idea de lucha, fermentada hasta la acidez en nuestras cabecitas, nos infectará del más demencial individualismo, esa preciosa condición que en alucinaciones se equipará a la libertad. Una libertad donde los otros que se arreglen como puedan mientras yo mismo no puedo arreglarme solo. La incoherente contradicción del individuo llevará al gran contrasentido del sistema irreparablemente incomprensible, paranoico, brutal. La realidad ya no es líquida, es violenta y la mayor parte de nosotros asiste a ella como un espectador. La realidad trasmuta, delante de nuestra nariz, en una estupidez mediática que desafía ya no cualquier idea que tengamos de la realidad, sino cualquier idea que tengamos de lo humano y la capacidad que tenemos de crear algo fraternalmente (fraternité ) humano.
Cuatro – Exceso de palabras Hasta aquí, mientras pienso, llevo escritas cinco (5) carillas de Word. Una monstruosidad para Internet en general. Un error brutal para la cultura del iPhone y una herejía completa para Facebook, único lugar donde puedo improvisar una risible tribuna que ni me conforma ni emociona, pero que es todo lo que tengo. Pensar no es breve. Preferimos las sentencias simples que nos eximen del agotador y mareante autointerrogatorio. Ya bastante marea vivir en este bolillero donde estar informado o apenas manifestarse, es mucho más importante que pensar la información o aquello que manifestamos. La reducción conceptual, modo peligrosísimo de pseudoverdad enzipada, comprimida y carente de peso, adquiere la tosquedad de un aforismo del pobre José Narosky. Así, rápidamente, podemos “compartir” tanto nuestra sensibilidad virtual como inteligencia virtual con un millón de amigos virtuales. Por caso, y con una imagen de cajón pero de oportuna estética: “el perro mueve la cola porque la cola no mueve al perro”. Pero Grullo, con total complacencia, nos propone en una ingesta de LSD que la realidad es una lamentable convención colectiva. La realidad, buscándola con la vista, es lo que todos hacemos porque eso es lo que se hace ya que lo hacen todos. La abstención o falta de integración es -como mínimo- incómoda y solitaria. 159
Que lo que hagan todos, sea en suma y claramente, aberrante, miserable, absurdo, cruel o simplemente idiota, es un problema que sobrellevaremos con indulgencia, no faltos de perspicacia y patente reparo o reproche… haciendo, claro está, lo que hacen todos. Miles de mosca, insectos poco proclives a la soledad, saben que la mierda tiene gusto a mierda, pero la realidad de las moscas es comer mierda y acompañarse. Y llegado aquí me vale la honestidad para conmigo y para cualquier lector que me encuentre, si es que me encuentra. Sigo sin saber qué es la realidad, la de quién, quienes, o mi propio acontecer que quizás sea este insuficiente pensar y escribir. No me embarga el enojo, ni los pensamientos apocalípticos. No soy un tercer pronombre con los pies fuera de este charco, capaz de una revelación de la que los demás carecen. De eso se ocupaba el viejito Zygmunt Bauman y lo hacía encantadoramente bien. Soy un observador renegado de ser espectador, con el oficio (o vicio) de escribir. Dudo, pienso, y trato de provocar a los demás a eso y a sentirse a sí mismos. Pedante designio, lo acepto, pero si vamos a intentar algo con tan magros medios y talentos ¿para qué ser mezquinos con los propósitos? Hasta donde sé, y tanta es mi superlativa ignorancia, nadie que haya pensado la realidad de su tiempo, a lo largo de la historia, fue optimista. Esa realidad que yo ando rondando con inhabilidad, es una constante crisis, una aspiración irrealizada, como aspiración es esa condición humana que no logra concluir una organización fraternal de igualdad, libertad y justicia. Los hechos y los conceptos pocas veces coinciden con ternura. Por sobre todas las cosas, lamento la sobreabundante falta de ternura en nuestra vida comunitaria, en nuestra convivencia, en esa inasible realidad que ocurre y mucha veces percibimos me-jor con las sensaciones o los sentimientos que con las significaciones y las menesterosas palabras. El viejito Bauman dijo en un reportaje: “En nuestros tiempos, la gran pregunta no es ¿qué hace falta (qué debería o es deseable) hacer?', sino ¿quién (qué persona, qué institución) puede hacerlo?” El pasaje de lo definido como sólido a esta liquidez que nos mata (nos liquida, ahoga en insatisfacción existencial y exclusión social) es la falta de confianza. No en el sistema como tal y merecedor de toda la desconfianza, sino la falta de un quién o quiénes -en los cuales incluirnos- que no represente la idea del sistema, sino la idea de lo humano (Liberté, égalité, fraternité ) como aspiración posible. Digo yo, por mi cuenta y riesgo, que nuestra incapacidad para la ternura con ese otro yo con el que compartimos alguna forma de realidad, es el glifosato que rociamos sobre cualquier débil brote de confianza que podamos encontrar. En la artificial algarabía audiovisual de muestras vidas liquidas, virtuales, dónde cada vez son más los "residuos humanos" de la globalización, tenemos miedo, mucho miedo, furia, intolerancia y casi nada de ternura. Todos sabemos el gusto de la mierda. Sin poder dejar en lo in-mediato de comerla, podríamos tener la franca ternura de con-fesar que sabe a mierda. No tiene mucho sentido acusar a nadie de su deleite por las milanesas grasientas.
Cinco - ¿Qué Ves? Un genio de la propaganda alemana dictaminó que una mentira repetida la suficiente cantidad de veces se convierte en una verdad. Agregó en otra oración, que una mentira, para ser creída necesita un 5% de verdad en su composición. La gran cantidad de miembros de la cultura del IPhone dirán que ellos no pueden ser tan sencillamente engañados, al fin de cuentan tienen acceso a internet, Google y Wikipedia. {Por si no se entendió: Si la esposa infiel, ante la demanda del marido cornudo, insiste la suficiente cantidad de veces con que sí, es infiel, pero bien que a él le gustan las milanesas grasientas, logrará que su argumento sea una verdad con su cuota del 5% de verdad.} 160
“¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves? / Cuando la mentira es la verdad”. Internet no ha agravado los problemas eternos de eso que lla-mamos ser humano y que yo prefiero decir aspiración de “ser” humano. Lo que sí hace es demostrar, amplificadamente y sin atenuantes, los problemas del presente de ese eterno bicho humano. Internet es el emblema de la liquidez de la realidad, de la despersonalización, de la fantasía de niños atroces que han convertido sus juguetes en la realidad y sin siquiera un 5% de verdad. Es también la mejor muestra de ese bolillero donde giramos dando tumbos hasta el mareo existencial, la soledad profunda y el individualismo salvaje u oligofrénico. Black Mirror es una serie de Netflix , brillante en la inteligencia de su concepción, estructura y niveles de mensajes e interrogantes, que pone el dedo en la llaga. A los eternos problemas de la realidad hay que sumar ahora una tecnología peligrosa, adictiva, capaz de vulnerar toda intimidad y sentido común. Internet no fue pensada como esto en lo que se ha convertido. Podría haber sido una plataforma plural, democrática en manos de sus usuarios libres y responsables. Los usuarios no supieron hacerlo y los interesados en otra cosa vieron pronto la posibilidad de convertirlos en rehenes de sus intereses y en algo peor: producto. Internet es gratis porque el objeto que comercializa es el tráfico de personas (números consumistas) en la red. Muchos siguen creyendo en la proclamada “interactividad” como un valor libertario, especialmente en las redes sociales. Pero esa interactividad está controlada y encausada y a la gran multitud de usuarios nunca les importó emplearla para otra cosa que volver más absurdos sus absurdos. Finalmente, y a grandes rasgos, la interactividad se reduce a las selfies, memes, me gusta y compartir. Ningún aporte relevante a la libertad, igualdad y fraternidad. ¿Cuál es nuestra responsabilidad en internet? ¿En las redes sociales? ¿En la sociedad en la que vivimos? Hace unos días alguien repitió una foto de la golpiza a los manifestantes mapuches en el sur, agregó el texto: “compartan por favor, esto está ocurriendo ahora”. Conmovedoramente candoroso, dolorosamente inútil. Hemos hecho tan mal uso de la interactividad virtual que lo único que hemos obtenido es un reflejo estridente, dinámico y sin distinción de la realidad donde nos anestesiarnos hasta la completa insensibilidad o impotencia. Sea lo que fuera la realidad según su reflejo en Internet-, nuestra participación en ella no es ni de cerca la que queremos creer. Ni la que nos quieren hacer creer. “¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves? / Cuando la mentira es la verdad”. Sigo sin saber dónde está o cómo es la realidad. No dejo de sentir que estamos todos dentro de una masa liquida donde nuestros movimientos se vuelven lentos y pesados, la realidad nos ocurre mientras estamos allí sumergidos, a punto de asfixiarnos.
Seis - Premisa Si me atuviera a una realidad compuesta de lo que ocurre, se realiza en sí mismo e inmediatamente se transforma, una reali-dad en eterno acontecer que circula como la vida misma -o como este escrito que se me va de las manos- poco sentido tiene intentar ninguna comprensión al respecto, Siempre llegaríamos tarde. Escribo y pienso sobre una realidad que si bien no puedo asegurar intuyo o presiento. Una realidad en el centro tribal de la vida del hombre y la hembra, una realidad signada por las contradicciones de la especie humana. Podría pensar que esa especie, de la que soy parte, es una variedad enferma y degenerada, una forma de cáncer extendiéndose por este planeta. Si lo hiciera así, entonces tampoco tendría sentido hacer demasiadas cuestiones. Los trastornos degenerativos tienden a enfermar todo lo que los rodea y, finalmente, matan al cuerpo que los hospeda. Tan simple como forzoso, afirman los que estudian el estado del planeta. 161
Por algún motivo no intelectual, como tantos otros seres del mismo parentesco, parto de la premisa (posiblemente falsa) de que se nos ha concedido la capacidad, individual y luego colectiva, de optar entre destruir y construir. Que poseemos, además de la conciencia racional, ciertos sentimientos, sensaciones, impulsos, cuya preferencia es hacia un bienestar general. Que somos capaces de la ternura, en definitiva. Indago una realidad de una especie que se ha propuesto hace mucho -quizás lo ha intentado o intenta- vivir en una organiza-ción social, comunitaria, en libertad, igualdad y fraternidad. Y por favor: estemos atentos y reflexivos al peso, sentido y significancia de esas tres palabritas. Si la especie ha llegado a tal proposición, la esperanza me empuja al abismo del desconcierto. No he elegido el enunciado caprichosamente ni al azar. A lo largo de nuestra historia hubo muchas maneras de proponer más o menos lo mismo con diferentes consignas. Pero a las palabras las carga el diablo y las vacía la falta de reflexión, la deshonestidad, el egoísmo, la ignorancia, las instituciones y la humana codicia del poder. También diré, por el complejo asunto entre significado y significancia, que esa antigua consigna “Liberté, égalité, fraternité”, de las muchas posibles, es una de las muy pocas y populares donde pude suponer algo de ternura. Que la guillotina me desmienta es algo que me consiento desatender El hombre y la hembra se interpretan a sí mismos y se concede derechos (lo que impone pactos y obligaciones) a su condición de ser (Humano) y luego en su condición de ciudadano, miembro de la tribu recíproca. No es poca cosa y vamos a conceder-nos la paciencia de comprender indulgentemente las vueltas, revueltas y revoluciones que le siguieron a tal postulado y su siempre insegura y parcial realización. La aspiración es histórica y el fracaso llega a nuestros días. A este tiempo donde la evolución en el dominio y transformación del entorno nos confunden groseramente. Con mayores recursos y posibilidades, mayor confort, educación, salud, transporte e Internet, no llegamos a vivir en comunidad con libertad, igualdad y fraternidad. De alguna manera muy extraña hablamos y pensamos - casi nos comportamos- como si éste bolillero que nos contiene y hace girar fuera aquel donde las proposiciones se han cumplido y lo que se discutiera es algún mal manejo u error en la administración de un estado conquistado. De una organización lograda y efectivizada. Ciertamente abolimos algunos modelos de esclavitud, el rey no gobierna, dejamos a las mujeres votar, la lectoescritura ya no es privativa de pocos, y contamos con una buena cantidad de vacunas para viejas pestes y varias pestes nuevas sin vacunas aun. Pero con todo eso apenas construimos una realidad tortuosa, cuando no completamente arbitraria, con nuevas formas (nunca somos muy creativos al respecto) de esclavitud, desigualdad, egoísmo e injusticia, sin haber acabado con las muy viejas. No se trata entonces de algo que se deba arreglar con una corrección, un parche, una soldadura, tres clavos, un nuevo plebiscito y dos caras juveniles en algún gobierno. Se trata de don-de no hemos llegado nunca, de lo que jamás hemos logrado y por tanto: no hemos experimentado ni nos pertenece. Algunas premisas donde se fundamenta la realidad que tratan todos los discursos, desde los manuales sociológicos y políticos, los opinadores mediáticos, redes sociales, hasta la charla de ascensor, equivoca por completo aquello de lo que está hablando, intentando asir, quizás comprender y luego modificar. Por eso yo sigo sin saber qué es la realidad y dudo, dudo mucho, de todos los que están discutiendo y de lo que discuten. Me importa muy poco que les gusten las milanesas grasientas.
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Siete- Matrix En el film Matrix, Nemo, el pescado, vive en una cómoda pecera artificial climatizada. Un día se encuentra con Jackson Samuel -que siempre hace de negro, al igual que Laurence Fishburne - quien le ofrece dos grajeas, una roja y otra azul. Si toma la píldora azul se asegura una erección y mantenerse en la línea de trabajo, horas extras, consumo, familia, acceso a internet, IPhone, vacaciones y posibilidad de cambiar de auto. Eso impone que acepte el orden de la pecera tal como está sin hacer demasiadas preguntas y memorizando reconfortantes frases budistas, sin leer libros, publicando diariamente en Facebook y twitter su indignación ante la putrefacción televisada. Si toma la píldora roja, se vuelve humanitario y experimenta la ternura, comprende que el sistema es una fachada. Que los políticos no pueden ser menos que corruptos y mentirosos por razones de oficio. Que los ricos son cada vez más ricos y que los pobres, aun con acceso a internet, son unos perejiles, números de consumo. Que la información es espuria y huele a pescado podrido. Que con sólo estar en su pecera climatizada alimenta un sistema viciado e injusto. Nemo traga la pastilla roja, se va por el inodoro hasta las cloacas, donde unos zaparrastrosos muertos de hambre, intolerados y perseguidos escritores de muchas páginas, lo educan en la guerra de fantasía, con marchas, quema de neumáticos y reclamos en cadena vía mail. Mientras Memo se entrena la pasa mal. Salir de la pecerita tiene su costo, su dolor, su sufrimiento. En la pecera se es parte de una irrealidad, pero se está cómodo y se come regularmente. En la pecera se sobrelleva la alienación de la soledad post-moderna y global por incremento del egoísmo, en las cloacas únicamente es posible resistir por efecto de la fraternidad, si la hay o se la encuentra. Pocos de los que habitan su pecera de seamonkey están dispuestos a dejarla. Los de las cloacas, cansados, con sus ropas y zapatos rotos, perseguidos por la desesperación y con hambre en las tripas, bombardeados en Siria, rechazados en las playas de Europa, marginados por toda Sud América, otros terceros mundos y el continente de fantasía donde mora Tarzán, no quieren otra cosa que una pastilla azul: su derecho a que el sis-tema los engañe, pero les de confort. Desde que la tribu le concedía -por las buenas o las malas- al rey el poder de tomar la manija y hacer girar el bolillero hasta el día de hoy, los seres humanos no hemos cambiado mucho en lo que refiere a nuestros problemas con la realidad comunitaria. La evolución de la historia, que no debe confundirse con la evolución humana, relata la larga anécdota de como todo cambió para que todo siguiera igual. De cómo a cada nuevo escenario la especie persiste en sus pobres ideas sustentadas en ecuaciones materialistas sin fraternidad ni ternura. Haciendo que cada individuo luche y sude por el pan tal como los animales van y matan su presa para darle de comer a su prole, mientras los reyes y los cortesanos se ocupan de la organización de la jungla y el reparto de beneficios. Si en algo educa la historia es en la capacidad de estupidez del hombre y la hembra. Basta mirar con un poco de humor. La permanente duda en que pone al ser por su color, preferencia sexual, religión, región natal o género. La lentitud con que le concede derechos y garantías. La injusticia matemática con que dispone los repartos y la equidad. El hombre y la hembra son maravillosos a la hora de escamotear, por una u otra causa, libertad, fraternidad e igualdad. Y siempre hay un argumento, una milanesa grasienta, para sostener este necesario escamo-teo por el bien de unos pocos que así lo disponen y nos lo hacen creer de tanto repetirlo. Hay una anécdota histórica más que demostrativa de ese ab-surdo que a veces puede ser la realidad; me conmueve hasta las ganas de suicidarme. En 1863 se proclama la libertada de los esclavos en el gran país de Hollywood, entra en vigencia en 1865 de mala gana y peores modos. Lo verdaderamente interesante es que los hermanos del norte estaban bien influenciados y en absoluto conocimiento de esos franceses que proclamaran 163
“Liberté, égalité, fraternité” para todos los hombres del color que fuera. En un acto altruista, que evidencia como piensan los que tienen la manija del bolillero, con sesudos argumentos y luego de mucha sangre vertida, los esclavos dejaron de serlo. Pero no pasaron a ser ciudadanos ni en la letra de la ley ni en los hechos. Eran libres sin reglamentación, segregados sin la menor posibilidad de égalité, fraternité y, por supuesto, de verdadera libertad. Esta anécdota se ha repetido tantas veces como se consideró necesario para que lleguemos a creer que fue “un paso para el hombre y un salto para la humanidad” y no una bestialidad que bien nos describe como bichos sociales (e injustos). Lo cierto es que las personas pueden aceptar como razonable un sistema de tal absurdo y acatar la ley del sistema porque es así como son las cosas (y lo son por fuerza bruta, horca o disparo). Los afromorochos de allá arriba tardaron otros cien años, masticando mierda, hasta que les concedieron sus derechos civiles. En el Film “La Terminal” Tom Hank, que es blanco, se convierte en víctima de una “brecha jurídica” del sistema, por tal queda varado en un aeropuerto del que no puede salir. Pero la película tiene carácter de comedia y a Tom Hanks le pagan por fingir. Miles de miles de personas reales, humanos todos ellos, están en una brecha semejante del sistema o realidad postmoderna. Son los que el viejito Bauman denominó los "residuos humanos" de la globalización. Hombre y hembras técnicamente libres, pero sin derechos y sin fraternidad. La población mundial de Hollywood asiste a éste espectáculo como si fuera el film “La Terminal”. Sigo sin saber dónde o cuál es la realidad; no creo en casi nada de lo que me proponen. No creo en el estado de las cosas como algo natural ni como algo sensato. Creo en la ternura antes que en las ideas. Si bien es posible que estemos locos, no deja de ser cierto que muchos prefieren las milanesas grasientas.
Ocho – Poder/Riqueza El ser humano, basándome en los que (me) conozco, no es un bicho fácil. No hace falta el experimento de Milgram ni el de la cárcel de Standford para convencernos de eso. La concesión del poder para que alguien haga girar la manija es un mal inevitable y no hay “Era de Acuario” que vaya a resolverlo. Ese es otro gran problema que ha signado todas las realidades en cada escenario que se estudie. Los anarquistas fueron furiosos inocentes y es una verdadera pena que no nos contagiaran. A la cesión de poder se le sumó otro concepto más peligroso aun: la riqueza. Producir y distribuir riqueza. Cosa que más allá de la básica y saludable supervivencia puede convertirse en una desproporcional fantasía o aberración, ha envenado todos los contratos bilaterales entre el hombre y la sociedad. Entre el poder y los hombres. Entre los hombres y las mujeres. Entre los hombres y los hombres. Entre los hombres y el medio ambiente. La riqueza que lejos de ser un bien común, uno de los factores para el bienestar general, inevitablemente se pervierte y nos pervierte. Eso ya ocurría cuando la riqueza era muy poca para satisfacer a todos y empeoró mucho más cuando comenzó a sobrar, cuando fue más de lo necesario, cuando produjo millones de toneladas de basura de aquellos que consumen afanosamente para que la gran maquinaria siga produciendo. La riqueza, su persecución obsesiva hasta la alienación, puso al ser humano en el lugar de un recurso, factor una ecuación economicista. Las matemáticas y las aspiraciones humanas tendientes a la ternura nunca se han llevado bien, ni han logrado cuajar.
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Riqueza y poder son asuntos que suelen tomarse la mano y ca-minar en el mismo sentido. La obsesiva idea de la riqueza (su creación) y el poder irritable que otorga su reparto (o retención y acumulación, especialmente), se enfrentan, sin que nadie quiera saberlo ni que se lo hagan saber, a una pregunta dónde no hay nadie para responder. Esa pregunta incontestada es el cimiento de la alienación posmoderna: ¿Cuánto y cuándo es suficiente? ¿Cuánto y cuándo es suficiente para el individuo y su condición de ser? ¿Cuánto y cuándo es suficiente para el exclusivo club de los muy ricos y el tan exclusivo club de los menos ricos? ¿Cuánto y cuándo es suficiente para las instituciones de poder y sus empleados de turno? ¿Cuánto y cuándo es suficiente para que la comunidad se sienta satisfecha y se aboque a la libertad, la fraternidad y la igualdad entre sus miembros? Al parecer “NUNCA” será el momento oportuno ni la cantidad suficiente. Unos y otros (finalmente todos) siempre quieren un poco más. Para producirlo y obtenerlo se mantienen las leyes de la jungla y el amoroso postulado sigue esperando mejores día. Una onza de oro u otros minerales, hoy, no 200 años atrás, esclaviza aldeas completas, niños incluidos, si se aplica el método artesanal; o contamina reservas de agua y destruye el hábitat de aldeas completas si se aplica el método industrial. La lógica y la justicia de shylock y su media libra de carne humana. Si en algo coinciden las teorías economicistas de la izquierda y la derecha es en la creación de riqueza, y fingen diferir en el sistema de reparto. Querer que todo cambie para que todo siga igual es pretender un torpe maquillaje mientras se sigue produciendo riqueza in-necesaria a un costo esquizofrénico que se distribuye muy mal y concede poder a muchos pocos. Ese es el sistema se lo nombre como se lo nombre, se intente alguna prebenda popular para casi todos o se decida ajustar el Estado hasta constreñirlo en la inoperancia. Y en el juego de los pocos muy grandes y sus decisiones, los que tiene suerte siguen trabajando para ese sistema y consumiendo cuanto pueden, mucho más de lo que necesitan en lo posible. La palabra Utopía, hace mucho tiempo atrás, trasmitía la significancia de un imposible. Pero en el empeño en ese imposible estaba la gracia o la grandeza de sernos humanos. Los 90 fueron la fecha de deceso de las Utopías. Entre las muchas enterradas por fracaso crónico o reconocimiento de su inaptitud en los nuevos escenarios, estaba esa ya vieja y olvidada consigna Liberté, égalité, fraternité. Convencidos en tan festivo funeral que no había otra cosa que crear riquezas y ver cómo se las repartía, enterramos también la palabra Utopía. No hemos sido capaces de crearnos una nueva. Muy posiblemente porque no es posible pretender o perseguir ninguna Utopía sin solidaridad (y riesgo) y la vez manteniendo en funcionamiento la máquina de generar riqueza. La lógica economicista caló muy hondo en varias generaciones, las viejas que tuvieron que rendirse por recurrente fracaso, las nuevas que nacieron en el confort que lógicamente no quieren perder. El escenario ha cambiado y según dijo el Viejito Bauman es líquido. El presente es de una dinámica volátil y nadie nos preparó para esto. Algunos pocos aspiran a una Utopía, a un verdadero cambio, pero sólo tienen los recursos del pasado y por eso se obligan a que deben (y podrán) tomar la Bastilla. Otros asumen que no hay nuevos discursos, ideas que cuestionen y a la vez propongan por fuera de ese “producir riqueza”. Yo insisto en Liberté, égalité, fraternité como un principio para el dialogo. Nada muy importante, yo no comprendo la realidad y el tema de las milanesas grasientas sigue estando en primer lugar de la lista.
Nueve – Banalidad del mal La “banalidad del mal” es un concepto interesante para reflexionar sobre él. Si uno recorre sin imaginación los libros de his-toria, puede darse cuenta de lo que es capaz ésta especie para consigo misma. Por ejemplo, si se 165
vive en una comunidad donde se impone que hay que torturar lentamente y hasta la muerte a las personas que no pueden decir con rapidez “Mariana Magaña desenmarañará mañana la maraña que enmarañará”, se organiza un aparato de administración, control, seguimiento, tortura y sepelio. Los miembros de la sociedad se convencen y confirman en que no es admisible esta lamentable falla en ciertos individuos y se complacen de la solución sin pudor y sin culpa. “Así es el sistema”, dijo el empleado administrativo Adolf Eichmann, y le dio “solución final” al problema que estaba abocado. La comunidad no incluye, segrega. La comunidad no se propone, aunque le parezca una linda aspiración, la libertad, igualdad y fraternidad. Nunca sabremos muy bien por qué, pero sí sabemos que así ocurre aunque luego todos digan que nadie fue. Al mismo tiempo, si uno recorre los mismos libros de historia con un poco de imaginación y, quizás, si indaga un poco en su interior y sensibilidad, se puede ver que a pesar de esa banalidad recurrente y monstruosa, a la especie la ha empeñado, contra todo fracaso, la intención de reparar o solucionar tan demencial tendencia a banalizar el mal. El triunfo del capitalismo salvaje y su fórmula de globalización metió bajo los escombros del muro de Berlín todas las ideas so-bre comunidad y diversidad que con sacrificio y buena fe se mantuvieron por siglos. Absorbió el concepto de estado, como eje de la comunidad, a su lógica mercantil y economicista… ¿el hombre y la hembra? bien gracias. Que comprendan que quien no produce, genera rentabilidad y devuelve energía por medio del consumo merece la extradición al infierno. Que los dueños de la riqueza creyeran eso como un acto de fe es lógico y no censurable. Que el individuo se pensara a sí mis-mo dentro de ese dogma, lo aceptara e impusiera la indiferencia como castigo al que no se adapta o encuentra lugar en tal sistema, es otra de las tantas banalidades del mal de las que somos capaces. Ya no se trata de ¿para quién generamos riqueza?, pregunta que indignó a Marx; sino de ¿para qué? Destruida la idea de comunidad, de responsabilidad coparticipe, de solidaridad y pertenencia, la riqueza ¿para qué sirve? ¿Para que el hombre sea más feliz? ¿Pleno? ¿Íntegro? ¿Para que satisfecho de sus necesidades primarias tenga tiempo para el ocio, la familia, el arte, la fraternidad, la libertad, la igualdad? ¿Para la justicia? ¿Para incluir a los menos favorecidos? ¿Para reducir la jornada laboral? Humanamente, en esa aspiración a “ser” humanos que hay, en más o en menos, en cada uno de nosotros ¿para qué sirve la riqueza? Esa riqueza cuyo obsesiva producción se ha puesto al tope de nuestras pobres razones y paradigmas hasta convencernos que somos un aparato destinado al recupero y beneficio, a la eficiencia, al logro de resultados, a la acumulación de bienes (materiales, por supuesto). Según las fuentes diversas que he consultado, esta obsesión por la riqueza apenas presenta el problema del agotamiento de los recursos naturales y el envenenamiento del planeta, apenas eso. Sobre el individuo y su torpeza, su sufrimiento psíquico, existencial y exclusión, sobre la alienación colectiva, sus manifestaciones violentas y decadencia intelectual y ética no he encontrado mucho material. A nadie le importa, ni siquiera a pobre tipo o fulana que lo padece en todo su ser pero sigue repitiendo, también obsesivamente, que hay que trabajar, producir, comprar, tener, correr, estrés, psicoanálisis y el que no se escondió que se joda.
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Por qué escandalizase entonces cuando una persona con cuatro títulos universitarios y una maestría en ciencias económicas, parte del FMI y de apellido Lagarde, dice que los viejos viven demasiado tiempo, viven de más. Y lo hacen sin ser productivos, aumentando costos, reduciendo las ganancias, obstaculizando la creación de riqueza. No sólo los viejos son un inconveniente, los son los muchos que en exceso han poblado el planeta y pretenden respirar, comer y dormir bajo techo entre mantas. Esos otros, que son tantos, son una dificultad terrible para la producción de la riqueza y está muy bien que se los haga desaparecer de un modo u otro. No hay comunidad que los contenga e integre, y de hacerlo se corre el riesgo de que disminuyan el estándar de vida y confort de los que sí producen y consumen cada vez un poco más. Por qué escandalizarnos si para eso sirve la riqueza y esa es su lógica y funcionamiento. Por supuesto que no sé dónde está la realidad ni cuál es, pero no por eso mi pensar y reflexionar es tan naíf como bien podría suponerse. La profunda infelicidad existencial individual y co-lectiva empieza en los discursos cruzados que contradicen más la eterna contradicción del ser, en los conceptos muertos, en las ideas no cuestionadas, en los mandatos de Pero Grullo, en las palabras que ya no nos dicen nada y nos adormecen, en la falta de nuevos propósitos o el recuperar viejas aspiraciones, en el creer que sabemos lo que en verdad apenas conocemos, en el esfuerzo absurdo de imponerle al ser humano una lógica sistémica como si se tratara de un objeto estable y siempre predecible, en no incitarnos renovadamente a sernos humanos antes que ninguna otra cosa. Es muy posible que volvamos a fracasar, a engañarnos, a que el miedo nos paralice, o los que detentan la riqueza y el poder nos lances náufragos a costas donde no van a recibirnos. Estamos anquilosados, rotos, quizás desesperados, y la creación de riqueza no nos cura ni va a curarnos. Eso ya es algo como para empezar.
Diez – Todos saben A mis muchas ignorancias, incomprensiones y perplejidades se impone una de la que no encuentro forma de deslindarme. Me vuelve humilde y llega incluso a robarme la autoestima. Aunque resulta un hecho concretado por la tangente menos graciosa y gregaria, políticamente incorrecto hasta el tuétano, e intelectualmente pedestre, yo vivo, existo y ocurro en una comunidad y tengo trato con algunas personas de mi misma especie. También uso redes sociales y cada tanto intento informarme y fracaso en el intento. No me he largado a escribir en la protección de mi alta torre de ajedrez, la certeza del claustro universitario, o desde el resguardo medicado de un pabellón psiquiátrico. Nada de eso, que no queden dudas. No solo pienso, también veo, también camino por las calles, también vivo. En mi indagar nunca he encontrado a alguien que no tenga res-puestas. Nunca jamás. “las cosas son así” / “es lo que hay” / “esta no es la realidad de Dios” / “hay que meter bala” / “estamos pagando por la mitad más uno que vive equivocada” / “hoy estamos mejor que mañana” / “Acabemos con el patriarcado”/ “cuando dejen gobernar y vengas las inversiones” / “los precios están por las nubes y así estamos todos: fumados” / “si no se aplica el marxismo esto no va a ser Rusia” / “que se vayan todos” / “hay que meterlos presos” / “ya lo dijeron en la televisión” / “que vuelva Fidel” / “el yoga y el yogurt ayuda mucho” / “en la serenidad interior está la paz universal” / “dictaduras eran las de antes!” / “a las cuatro empieza la guerra y lo trasmiten en vivo pos SPN”/ “hay que educar a las masas en su peso específico” / “bien que a vos te gustan las milanesas grasientas” Me es tan extraño que todos tengan respuestas, que todos comprendan acabadamente lo que yo no descifro. Que todos sepan las causas, el mes en curso, los números primos, la genealogía y la geodesia, hasta llegar a la 167
conducta apropiada. Que todos, esclarecidos, confiesen la certidumbre de entender qué nos pasa y, al mismo tiempo, se acreciente la concurrencia a psicoterapeutas, gurúes holísticos y marchas de protesta, indignación y rabia. Escribí en alguna parte de este " Mallerta filozofion sur graso milanga " que el yo pasa a tercera persona que se excluye y ex-cluye. Algo así como quien habla desde su torre de ajedrez, o pabellón psiquiátrico. Sabiduría que no es para todas ni todos. Y supongo que quién así piense o hable es alguien sumergido en una soledad sin fraternidad posible, porque no hay igualdad y diálogo que sostenga esa fraternidad Hasta los años 80, para todos os sectores de la sociedad, izquierdas o derechas, militares o religiosos, sociedades de fomentos o clubes, estaba instaurado, sin diferencias, el concepto de integración. El mundo (humano) debía resolver los problemas de la pobreza y de equidad entre los seres humanos. Se discutían los modos pero no el hecho de que la comunidad, con acuerdo de sus individuos, aspiraba al equilibrio y la inclusión. Paradójicamente, la idea de globalización, de gran aldea, eliminó este postulado tribal. Luego de las promesas triunfalistas y nunca cumplidas del libre comercio, gradualmente se empezó a aceptar que la pobreza era irresoluble y que la igualdad, justicia, o mero equilibrio, quedaba postergado a las ganancias y creación de riquezas. La comunidad dejó de ser tal, se convirtió en el escenario de la lucha donde la primera víctima fue la fraternidad. Concluido eso, ya no hubo más que dialogar. La gente que tiene las respuesta (previo las razones y exquisitas aplicaciones de la lógica) está terriblemente sola y perturbada. Esa si es una realidad que comprendo. Como comprendo a las personas que van a su trabajo con desgano, cargando el “sacrificio” como un ineludible castigo. Como comprendo a los que no pueden controlar su compulsión (pulsión) de comprar algo que sacie parcialmente el vacío de las promesas consumistas. Como comprendo a los jóvenes revolucionarios a un click de cualquier realidad y revolución. Como comprendo a los afortunados y a los que fracasan. Como comprendo a los que tienen miedo y a los que se aferran a un lugar en el orden establecido. Como comprendo a los que no se inmutan cuando golpean otras puertas hasta que llegan a la suya. Como comprendo a tantos otros con los que estoy en desacuerdo y quizás les temo. Como comprendo que en cada uno de nosotros a igual estimulo distinta respuesta. Puedo comprender muchas cosas, incluso la banalidad del mal, no sin tristeza, y también sin soluciones. Puedo comprender y sentir ternura por esos otros yo que por allí andan. Como comprendo, porque lo sé de sobra, que sin fraternidad el transcurso de la vida es ingrato y poco o nada fértil. Y en mi desconcierto e ignorancia hay algo que me causa una sonrisa torcida. Todos sobrevivimos en estas comunidades. To-dos somos parte y, a grandes rasgos, -eruditos, sociólogos, chamanes, psiquiatras, técnicos en refrigeración e historiadores incluidos- sentimos o suponemos, que la realidad, cualquier cosa que así llamemos, está jodida, desquiciada de mangas, fruncida de busto, brusca de cuello, revirada de sin sentido. Y aun en esa percepción básica, antes de sentarnos a dialogar amablemente y ver, o adivinar, de qué, cuál, dónde, realidad estamos hablando, y si de necesitamos o no esa humana fraternidad con el otro, enseguida vienen las sentencias, las claras comprensiones, las verdades de Pero Grullo. Porque todos saben, porque todos comprenden. Ciertamente, todo hacemos lo que hacen todos porque lo que hacemos todos es no escuchar a nadie. Sigo sin entender esa entidad, cualquiera que sea, que es la realidad que nos reúne e involucra. Sigo sin entender y por eso me aburro escribiendo cosas que tal vez, con suerte, aburran a algún otro yo de los tantos que rondan por ahí. Pienso sin rigor científico. Pienso por efecto de las circunstancias, del contexto, o de los contornos siempre imprecisos de aquello que me incita a pensar. Lo que también sigo sin entender, es que tendrán que ver las milanesas grasientas con la infidelidad.
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Once – El Hombre Gris Hace mucho tiempo atrás existía una figurita simbólica que se llamaba El Hombre Gris. Un tipejo socialmente insertado, empleaducho ya no en la gran maquinaria de los obreros especializados – obligados a la solidaridad de la conciencia de clase-, sino en la maquinaria administrativa y comercial. Condenado a una vida reiterativa cuyo desenlace estaba más o menos estipulado. Muy pequeño burgués sin méritos, a la sombra absoluta de un sistema que si bien concedía insertarlo, no iba a concederle más que eso. Hasta las vacaciones anuales del Hombre Gris eran tristemente gris. El hombre Gris se conformaba en la frontera que le habían dispuesto porque el orden mayor del bolillero donde giraba le resultaba lejano, muy lejano, y las mejoras de la organización tribal parecían progresivas y se expresaban infinitas como el Gran Sueño Americano del Norte. Las promesas del consumo no eran tan frenéticas y urgentes y con paciencia y algo de demora El Hombre Gris alcanzaba los pequeños emblemas del confort y los distintivos de su clase de pantalones de fundillo brillosos y hombros con caspa. Gente modesta que se reunía en el club para jugar a las cartas. Dícese que El Hombre Gris sufría una gran insatisfacción, una profunda represión interna, una apatía que sin llegar al egoísmo lo distanciaba de la solidaridad revolucionaria. En los tiempos del hombre Gris no estaba instaurada la promesa publicitaria de la eterna juventud. Sin necesidades domesticas pronunciadas, las grandes ideas y los cambios nunca le agradaron demasiado. A pesar de que aspiraba todo el tiempo a un cambio mágico, a una existencia menos gris. Muy distinta hubiera sido la vida del Hombre Gris de haber te-nido Tv. por cable, un IPhone, Internet, Redes Sociales. Podría haber hecho imagen de momentos memorables y públicos de un café en compañía de sus compañeros de ministerio. Podría haber comprado zapatillas en Noruega. Podría haber consumido mucha pornografía con facilidad. Podría haber alimentado pensamientos positivos sin ir los domingos a la misa de 11. Po-dría haberse vestido de otros colores que no fuera gris. Podría haberse sentido cercano del poder que mueve el bolillero al contar con la interactividad virtual. Podría ver series en Netfllix y buscar en Google. Hubiera podido engañarse con que su vida no era gris, ni intrascendente, en una frontera dispuesta por otros. Por sobre todo, y fundamentalmente, hubiese podido engañarse, vía chat, una y otra vez, la pertenencia a una sociedad que estaba más allá del club y el barrio. En ninguna parte. Aquella figura simbólica, hoy olvidada, tuvo la mala suerte de vivir en tiempos donde la velocidad era sólida y las prácticas holísticas del pensamiento positivo no habían alcanzado la difusión que hoy han logrado. En el famoso concepto de la riqueza enferma hay dos extremos. Los muy ricos y los residuos humanos. En el medio hay una gran maquinaria funcionando, es la que sustenta el sistema y la realidad sea cual fuera eso que llamo realidad. El trabajo dejó de cumplir hace mucho una función social, comunitaria. El trabajo adoptó los preceptos de los ricos: ganar más y un poco más para consumir un poco más. Los empleados, la mano de obra calificada, el concepto de clase, concluyó sin agonías en la máxima del Sr. Burns: “Daría todo lo que tengo para tener más”. El Hombre Gris carecía de agresividad y era paciente. El hombre del IPhone ha asumido para sí, lo sepa o no, la velocidad líquida y la violencia del capitalismo salvaje. El hombre gris era un poco triste y lo aceptaba, que escuchara tangos, boleros y jazz es una prueba irrefutable de eso. El hombre del IPhone está obligado a estar contento, a escalar posiciones, a dar un codazo o cruzar una zancadilla en pos de su alegría y autorealización. Los buenos preceptos como Liberté, égalité, fraternité que al hombre gris le preocupaban (pero poco) al Hombre del IPhone se le convirtieron en un discurso disociado de
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cualquier forma de realidad. Porque la realidad es frenética, multimedios, y sin una utopía nueva sobre los paradigmas en que se ha afirmado cualquier cosa que entendamos por realidad. El hombre del IPhone es un esclavo del sistema y de sus propias pulsiones. Trabaja para sí mismo y adolece la más terrible incomunicación que pueda sufrir un alienado. La libertad que le han propuesto es un desierto de arena sin bordes, lo recorre ansioso (es una patología) e indispuesto a hacer ningún trato con nadie que no sea él mismo en el espejo, después de la sesión de Crossfit y fumando un porrito. Efectivamente, para él y ella la vida es lucha sin fraternidad alguna. También un continuo desencanto, frustración y más soledad. La culpa es de los otros, de alguien, de a los que bien que le gustan milanesas grasientas.
Doce – Holística Cauto y astuto estuvo el hijo del carpintero cuando lo apremia-ron para autoinculparse y dijo: “para Dios lo que es de Dios y para el César lo que es del César”. La interpretación de esa res-puesta en malas manos llevó a una falsa “brecha”, como todas las modernas, entre el cielo y la tierra. La aspiración de “ser” humano parece acabar derrotada en la organización comunitaria, sus leyes y los que mandan. El César. Ningún maestro espiritual ni gurú de los tantos que hemos tenido contestó nada distinto. Cualquiera que sea esa aspiración que se cifra en el cielo hay que realizarla entre los hombres, aquí en la tierra, en el terreno de la tribu. Ningún maestro o gurú incitó a las masas ni al individuo a la riqueza. Tampoco ninguno de ellos negó que hubiera que trabajar un poco y solidariamente por el pan. Todos propusieron sobrellevar con amabilidad y alegría las “restricciones” en esta vida y avisaron el peligro de creer demasiado en las fantasías del materialismo. Especialmente si era salvaje. ”Restricción”, por otra parte, es el hexagrama 60 del i-ching y alude en la economía, el ahorro y límites en los gastos; a la mesura en los actos del hombre noble, a los límites fijados por la lealtad y la abnegación. Cualquier forma de “espiritualidad”, sea lo que sea que se propone en ese concepto, ha insistido, nombrándola de un modo u otro, con la fraternidad y cierta frugalidad. La espiritualidad, antes de convertirse en institución religiosa, le presentó a las contradicciones del hombre (y la dama) recetas simples; no muy distintas de la libertad, igualdad y fraternidad. Y siempre supo que el hombre necesita vivir con otros hombres por lo que no está mal obligarse a cierta “empatía” entre ellos. Dios y César no están separados por una brecha, a cada uno hay que darle lo que corresponde. La aspiración de “ser” humano, nunca ha estado muy lejos de cualquier idea de espiritualidad oriental u occidental. No sé, en mis tantas ignorancias, si algún Maestro o Gurú propuso la mezquindad, la acumulación o el vértigo como sistema de vida. Me permito creer que por el contrario, instaron al silencio, la calma, la piedad, compasión, reciprocidad, bondad, generosidad, paciencia, caridad y otras tantas palabras del arsenal humanístico. Luego vinieron las instituciones religiosas que se integraron al sistema de organización social, con su cuota de lucha por el poder y la riqueza. La historia llegó hasta donde es-tamos nosotros y dónde yo ignoro cuál o qué es la realidad de la que los demás están hablando. La crisis de la religiosidad es la misma crisis que licúo el concepto de comunidad, sociedad, estado, integración, responsabilidad coparticipe, Liberté, égalité, fraternité. Esa crisis, más o menos, a puesto al individuo y a la fulana en una soledad neurótica que la gran gama de la farmacopea moderna, asociada con las psicoterapias, no logra ni curar ni sedar. La insatisfacción existencial para unos es la expulsión del sistema, para otros es la inclusión o permanencia allí.
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¿Dónde metería el instaurado y sacralizado concepto de lucha algunos de los tantos términos de la humanística o espiritualidad? Cualquier maestro moderno (por actual) podría decir sin que se nos moviera un pelo, que hemos dejado de vernos a nosotros mismos, que perdimos la relación profunda con el entorno, ese religarnos con la bastedad de la vida (los otros yo), el cielo y la tierra. Que no tenemos ni nos damos tiempo para reflexionar-nos, ni sentirnos, y que buscamos esa promesa de felicidad posmoderna y global como el burro que persigue una zanahoria. Y tal maestro no entraría en dicotomía alguna con Noam Chomsky, Saskia Sassen o el tan querible Viejito Bauman. La razón es simple: el cielo ya tierra no están separados. La espiritualidad, sea lo que fuera que por ella se entiende, también ha sufrido la transformación de lo sólido a lo líquido. Ahora es “Holística” y en muchos y muy peligrosos casos asume los mismos síntomas de la neurosis global. El individualismo, la búsqueda de autosatisfacción, el deslindamiento del otro yo, la solución mágica o alegórica y la fuga de esa realidad que yo no sé dónde está ni cómo es pero sobre la que todos tiene una certeza. La espiritualidad, que siempre está, y ha estado, al borde de ser un “negocio” donde se compra el perdón, la libertad de culpas y el lavado y enjuague de conciencia, hoy se ofrece como éxtasis ramplón con olor a pachuli y cierto exotismo oriental de consumo; cuando no se da el caso del adorno étnico presentado en una fuente de antigua herboristería. La espiritualidad postmoderna es la panacea inmediata a los gimnasios y el crossfit, a la cultura de lo externo y de la apariencia con sus espejos, selfies y pantalones babucha. Se parece a la solución en manos propias, a la exigencia de bienestar egoísta, a verdad (iluminación) adquirida en un libro de autoayuda. Al pago en cuotas y con tarjeta de crédito. Pretende realizarse en un entramado social roto, bajo las premisas del consumo, en la alienación de producir riqueza, sin salpicarse. Como si tal desunión fuera realmente posible. La holística, tal como la venden en tantas vidrieras, concluye en ser completamente deshumanizante, un verdadero opio para los alienados y un excelente negocio donde no hay respuestas ni utopías y el ego y la soledad neurótica se consuelan con un sahumerio y la imagen de Buda. Del que se dice que murió intoxicado por una milanesa grasienta.
Trece – Las palabras Llevo días pensando, tratando de poner orden y escribiendo. 21 carillas de Word, 10.780 palabras para rondar una realidad que sigo sin sabes dónde está, cómo es, en qué consiste. Sigo sin precisiones y sin convencerme de que lo que hablan y discuten los demás mencione alguna realidad, efectivamente, colectiva. Algo que me llevó a sentarme y escribir es el conglomerado de discursos que me rodea y me aplasta. Ese ruido tumultuoso que me asedia y me da golpes en la cara, en el sentido común, en la sensibilidad de bípedo gregario, aspirante a “ser” humano en alguna tribu. Ese gran escándalo de una inclemente confrontación cotidiana, donde las noticias, las opiniones, las redes sociales, aportan un poco más de insensatez, un poco más de espanto, un poco más de soledad. Ese inmenso e imparable discurso contrapuesto, estridente y cargado de tanta violencia visceral antes que intelectual; junto a tanta banalidad, impotencia e indiferencia. Ese abrumador discurso hecho de partes, fragmentos sucios, astillas oxidadas, acusaciones vox populi, verdades de Pero Grullo, axiomas periodísticos, pasiones de multitudes, esperanzas new age. Ese ensordecedor discurso donde las palabras se han viciado y vaciado para no decir, para correr presurosas como el agua de un tsunami que arrasa todo lo que encuentra a su paso y destruye, destruye sin dejar posibilidad alguna de construir algo fraternal. 171
Ese discurso, que quizás nadie está escuchando con atención porque nos aplasta a su paso, es una poderosa manifestación de esa realidad que no comprendo, que no puedo asir y no sé dónde está. Ese discurso está deslindado de la humanidad de aspirar a “ser” humanos, de la libertad, de la fraternidad y de cualquier forma de igualdad entre individuos de la misma especie. Ese discurso está completamente desquiciado del hombre (y la fulana) de su día a día, sus miedos, sus contradicciones y precariedades, su pudor o su ternura, su trabajo, su desconsuelo, dolor de pies o espalda, necesidad de amor, pan y fuego. Ese discurso no es el de una comunidad, sino el de un manicomio donde cada loco grita un poco más fuerte, hasta la afonía. La realidad ha mutado tal su temperamento, es otra y las viejas palabras, conceptos, significancias, ya no sirven para entender-nos, comunicarnos, encontrarnos en el desconcierto y las disidencias. La realidad es ésta que inventó su propio lenguaje para imponerse y romper con el pasado, con nuestras certezas, con la solidez que creíamos que tenía nuestro entorno, sociedad, pequeño mundo. “Postmodernismo”, “aldea global”, “fin de las Utopías”, “fin de la historia”, fueron algunas de las tantas expresiones con que ésta realidad se nos impuso a veces con seducción, a veces como algo inevitable. Y no pudimos o supimos crear un lenguaje con el cual entenderla y afrontarla. Ese cambio brusco, líquido e inasible de la realidad ha afectado a varias generaciones y las ha dejado sin puente lingüístico de lo concreto a lo abstracto, de lo objetivo a lo subjetivo. Si no fuera así, no hubiera razón para que el viejito Bauman y tantos otros nos concedieran ideas y palabras nuevas para interpretar lo que nos ocurre. No podemos comunicarnos. Si hay alguna brecha, por sobre cualquier otra, es esa. Indivisible de la aspiración a la condición humana está, precisamente, la capacidad humana de la palabra y del diálogo. Quizás un modo de lograr pensar ésta realidad que nos aplasta, confunde y se nos escapa, es empezando por las palabras. Re-significarlas, no darlas por sobrentendidas, asegurarnos de lo que signan, reconstruir nuevas acepciones sociales, repensarlas y darles el silencio necesario para que tengan peso y profundidad. Tal vez debiéramos poner empeño en dejar que las palabras se acerquen a lo que “es” sin importar si nos gusta o no. Miedo, furia, depresión, egoísmo, y también ternura, solidaridad, libertad. Todas incluidas y necesarias en esa aspiración a ser algo mejor que lo que paradójica e inevitablemente somos en realidad, en la realidad. Las palabras debieran expresarnos y signarnos en esa valía de” ser” humanos, capaces del dialogo, la coincidencia, la comprensión y la compasión de lo que somos. No sólo las hemos depreciado de su significado y simple utilidad, sino que dejamos de escuchar su musicalidad, sus connotaciones, su carga sensorial. Hemos hecho acto de fe en una lógica que se desmiente a sí misma como si de una mentira se tratase; las palabras no son culpables de eso, es nuestro modo irresponsable de usarlas, de no reflexionarlas, de lanzarlas sin la atención y el cuidado que se merecen. Hay una realidad que se funda por la voluntad de apropiarse de ella. Una realidad explorada en la sumatoria de marcas más o menos significativas y la subjetiva interpretación -más o menos racional- que se hace al reconstruir. Se expresa como un discurso, pero no es, simplemente, un discurso. Es el modo de vernos e interpretarnos a nosotros mismos y a los demás, de compartir y participar en un mundo concreto que se influencia recíprocamente con un mundo abstracto. Ese es el mundo, con su realidad, completamente humano, porque por medio de la palabra todo se tiñe de las contradicciones y aspiraciones humanas. La realidad que no sé dónde está ni cómo es, puede ser entre-vista en ese gran discurso lleno de ruidos opresivos. Por allí ha-bría que empezar no la discusión, si el diálogo. Quizás antes, el silencio.
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Catorce - Enfermedad El tabaquismo es una enfermedad que hasta muy avanzada no presenta indisposiciones. Mata con paciencia y lentitud mientras suministra satisfacción y placer. Su cura nunca es grata, li-bre de malestares residuales, incomodidades y fastidios. La mayoría de los fumadores preferimos morirnos de un anunciado y pendiente cáncer de pulmón que padecer la tortura de dejar de fumar. Más o menos lo mismo ocurre con esta postmodernidad líquida que contiene esa realidad que yo no sé. Nos aísla, nos aliena, nos incomunica, nos revuelca presurosos y violentos por la vía rápida y de colores, nos estimula, nos proporciona juguetes y nos deja pretender que somos libres cuando en verdad somos dependientes, tóxica y tristemente dependientes. La negación se convierte en el vicio con el que pretendemos ocultar los demás vicios y abusos. También nuestra inexcusable inestabilidad. Esa tan humana inestabilidad. Los fumadores sueñan un método mágico, con poco o nada de trabajo y padecimiento, que les permita dejar de fumar, mucho mejor si instantáneo. Lo mismo ocurre con todo individuo bípedo de carácter humano que sabe o siente o sospecha la realidad. Junto a Luca Prodan grita: no sé lo que quiero, pero lo quiero ya. Quizás lo más frustrante, lo más terrible, es ese deseo de magia que siempre fracasa y se vuelve contra nosotros mismos y nuestra risible credulidad. Como la mismísima realidad, sea cual fuera. No hay soluciones mágicas y somos dependientes de un sistema desquiciado que nos contamina sin excepción, nadie puede sacar los pies de éste plato. Dicen los que saben que asumirse enfermo es el primer paso para poder curarse, pero aquí nadie quiere estar enfermo porque la negación, ya se ha dicho, es otro exceso que nos consume y que bien le hace al sistema para seguir funcionando tal como funciona. El sistema nos necesita enfermos y declara que la enfermedad es un maravilloso estado de salud. Llegamos a creerlo y a sentirnos mal, muy mal, cuando a pesar de haber adquirido muchos de los satisfactorios emblemas del consumismo seguimos sintiéndonos grises, tristes y fracasados. Apenas humanos demandando el amor, la amistad, el pan y el fuego. Urgidos de una solidaridad que no encontramos y que olvidamos cómo ofrecer, hay que fingir una salud, positivismo y alegría que nadie, o muy pocos, tienen. En esa realidad que yo no sé dónde, ni cómo, todos están contra todos. Es un modo excesivamente pueril de negarnos la compartida patología, de mirar los síntomas como si fuera la enfermedad. Por supuesto, cada individuo, cada grupo de individuos, tiene destinos síntomas que los demás, lo que no quiere decir que no padezcan todos el mismo desarreglo de origen. Pero ya se sabe de lo que somos capaces para con nosotros mismos y que las mentiras repetidas la suficiente cantidad de veces se convierten en una verdad; especialmente cuando el sistema se encarga de eso. “…Hay una realidad absurda hasta la demencia que es simple-mente discursiva y se compone de la contra argumentación como elemento de la confrontación. La realidad, así vista, no es más que confrontación. Por ejemplo, increpada la esposa por cierta infidelidad comprobada, sin apelar a la reconstrucción subjetiva (causas, circunstancias, antecedentes, mitigantes, etc.) arguye: “Es cierto, me acosté con tu amigo, pero bien que a vos te gustan las milanesas grasientas”…” La confrontación, alimentada por el sistema y por nosotros, tiende a convertirse en una negación constante e irresoluble. Es la negación del otro como “otro yo” y la negación de una raíz, condición, contexto, historia y realidad compartidos. Negación de mutualidad que obliga a alguna responsabilidad copartícipe.
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Si hay algo que el ser humano -aspire a serlo o no- no puede eludir por necesidad y urgencia (como los decretos presidenciales) para su propia confirmación, realización y subsistencia física y emocional es, inexorablemente, del otro yo. Al concepto sacralizado de “lucha”, propio de una sociedad economicista, se le funde ahora el de “confrontación”, esa negación absoluta de todo. Vicio que oculta la enfermedad y se ensaña con las sintomatologías. Lucha y negación nos incapacitarán de cualquier humanidad, empezando por la del otro y siguiendo por la nuestra propia. Precisamente esa reacción, casi química, hará más violenta la enfermedad y completamente imposible cualquiera de las curas. No hay remedio sin igualdad y, mucho menos, sin fraternidad. No hay modo de intentar ni soportar el proceso curativo, de sostenerlo en el tiempo de la terapia, si no es en mutualidad y solidaridad. La idea del self made man es una excepción, jamás la regla. Es otro de los conceptos fantasiosos y egoístas de una sociedad que nos alienta a ser depredadores cuando la mayoría de nosotros, la gran e inmensa mayoría, somos extremadamente frágiles, contradictorios y volubles antes que ninguna otra cosa. La íntima, profunda y vital soledad del ser es saludable única-mente cuando estamos bien acompañados. Sin el otro yo se transforma en la insoportable levedad del ser. Tal la padece el Hombre del IPhone. La soledad liquida no es libertad. Es la desvalorización del otro necesario, la negación a las negociaciones y pactos recíprocos con su cuota de responsabilidad solidaria. La transferencia de la autodeterminación a alguna entidad fantasma o mágica o virtual. La soledad liquida es aquella donde el yo, en una alta torre de ajedrez, ha pasado a tercera persona inconsecuente, víctima de su propia paranoia y neurosis individualista. ¿La sociedad, la tribu, el otro? Bien, gracias. Dejar de fumar y salir de este sistema y encontrar la realidad no es, ni será, fácil. En ambos casos la comodidad de morir lentamente es mucho más tentadora que la de curarse. El futuro y la muerte siempre parecen estar lejos hasta que dejan de estarlo. Asumirse enfermo y no aducir que se trata de las milanesas grasientas, podría ser nuestra primer gran victoria (si encontramos otro yo que nos ayude).
Quince - Vivir Ya son 12.640 palabras. 25 carillas de Word. Incontables cigarrillos. Muchos días de exigirme una síntesis, un punto de partida, una figura de referencia. De repetir ciertas palabras para fijar su concepto o proposición. De descartar analogías, y esquivar -tanto como sea posible- trillados lugares comunes y huecos. Dónde, cual, cómo, de quién, quienes, es esa realidad que ron-do sin encontrarla. Yendo del individuo a la colectividad y ha-ciendo el viaje inverso sin perderme ni adherirme a algún postulado demasiado cómodo y rústico. Sé que la realidad es plural y que dos individuos que miran una taza no pueden ver la misma taza. Quisiera llegar al punto en que al menos podemos asegurarnos que estamos mirando una taza, sin discutir si no es un jarro o una escupidera. Esos pequeños matices que la inteligencia mediocre exaltan para su enano y risible orgullo y que concluyen en el desconcierto y la desordenada trifulca. Dónde iría a husmear la realidad si no fuera en el individuo, ese ser pequeño que nace algo colorado. Dónde si no en sus contradicciones, pulsiones, sueños, ansiedades, conjeturas metafísicas, necesidad de amor, pan y fuego. Y con certeza que en eso soy arbitrario y siempre parcial. Cada individuo es un universo en creación, aspiración a “ser” humano, siempre a punto de realizarse y mutar a otro estado nuevamente impreciso de
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infinitas posibilidades. Por algo Spinoza diría algo como que el hombre es posibilidad inmanente y Deleuze le seguiría los pasos. De la solidez a lo líquido hay otros dos estados que merecerían un pensador mucho más capaz: “vivir” y “sobrevivir”. ¿Dónde se juntan, dónde se separan? Dónde el animal humano se satisface de lo elemental y primario que realmente necesita y cuándo comienza un proceso interno donde se “recrea” como “ser” humano. Cuándo se confunde, hasta lo irracional por completo, lo externo y la satisfacción como tal, de la pretensión ética y de lo gregario que presupone -o realmente necesita- para la realización del ser. En algún momento, la mediocre racionalidad -que no es ni se parece a la profunda introspección que por fuerza busca ayuda o aceptación en alguna metafísica- es una excusa para que el animal humano deje de aspirar a “ser” humano. Ya saciado no espera más que saciarse otro poco, y luego, mañana, otro poco más. Aturdido de una saciedad que en definitiva, y según las pruebas más simples, no lo sacia. Muy por el contrario, lo aliena y embrutece. La realidad, que por otra arbitrariedad busco tribal, no es manejada por una oscura conspiración secreta que bestializa y hace luchar a los individuos entre sí por efecto de una hechicería auxiliada en los psicofármacos. Simplemente tiende a facilitar algo que al “animal” humano le es difícil como cualquier trabajo que demanda tiempo y paciencia (como leer estos escritos): le facilita dejar de pretender “ser” humano. Adjudica el vivir al sobrevivir. En una sociedad mercantilista y economicista quién pensaría en vender un producto que obligue al comprador a resolver sus propios problemas éticos pudiendo venderle algo fácil y rápido para que crea que ya los ha resuelto, para que olvide que aún existen, o para que culpe a otros por no resolverlos. La realidad que yo no sé dónde, ni como, quizás es un perfecto engaño y negocio. Esa realidad acaso le está trasfiriendo al individuo la creencia de que ya está hecho y realizado en la medida que se sacia de lo elemental y de lo superfluo. Apenas eso. Lo vital que ha sucumbido bajo lo líquido quizás no sean las certezas solidas en las que creíamos haber establecido un orden social, sino las aspiraciones que ese orden social prometía mantener para todos y que nos alivianaba, tanto como nos sostenía, esa difícil y laboriosa aspiración a “ser” humanos. El postmodernismo no necesitó siquiera fingir alguna ética, se declaró impunemente salvaje, global y sin utopías. No supimos ver qué significaba eso hasta que los síntomas de alienación fueron estos que hoy, en más o en menos, estamos padeciendo. Lo que cuesta mucho más asumir, es que ha fracasado la aspiración a “ser” humanos tal como la sostuvimos por cientos de años, que formalmente hemos sido derrotados por el animal humano y que éste, en posesión de la victoria, no se soporta a sí mismo. Tal como era de esperarse, pues sólo sabe sobrevivir y ni capaz es de dudar en cómo vivir. Aspirar a “ser” humanos jamás fue algo fácil y rápido, algo exento de dedicación y constancia, algo ajeno a la ternura o la conciencia del otro yo ahí al ladito. Religiones, filosofías, jurisprudencias, sociologías y manifiestos políticos y artísticos han estado lidiando con eso desde hace mucho. Pero llegamos a esta ignorancia virtual e ilustrada, a esta victoria del animal humano, a este vacío que ni nihilismo quiere ser. En la desesperada confusión, habiendo olvidado qué aspirábamos y desconociendo tanto, queremos que las cosas se arreglen como en el pasado. Una revolución, una guerra, un cambio de mando, un teorema caduco, un socialismo limitado a sacarle algo a los ricos y a dejarnos consumir tranquilos.
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Nadie quiere el trabajo, la paciencia, de volver a replantearnos vivir a sobrevivir. De exigirnos la labor de construir lazos, domesticarnos y compartir ritos. Nadie sabe ya cómo es la auténtica solidaridad que empieza en alguna abnegación y sigue en compartir lo que es poco y no ceder lo que sobra. Nadie quiere esa responsabilidad solitaria de realizarse “ser” humano y es comprensible. Funciona como el tabaquismo, es más cómodo morirse lentamente, con algo de placer, que curarse con fastidio y esfuerzo. Aquí, en éste sistema signado por la victoria del animal humano, por lo rápido y fácil hasta lo banal y superfluo, no hay posibilidad alguna de encontrar la realidad, sea cual fuera. Creer eso, o decir que se cree eso, es seguir fumando opio frente al monitor y la webcam encendidos.
Dieciséis - Vaciado La idea de escaparse del sistema buscado qué o cual realidad, lo que impone anticipadamente el haber asumido que en el sistema no hay realidad posible; Incluso salir del sistema como si allí no hubiera probabilidad de “verdad” plausible, no es una idea para nada novedosa ni sin antecedentes. La han tenido todos los locos, santos, místicos y maestros espirituales desde los más lejanos tiempos. No vale polemizar que es el modo más solitario y que necesita de una determinación -convicción o fe- de acero inoxidable. Ni que pocos, poquísimos, son capaces de tal cosa. Menos vale dialogar sobre el miedo paralizante que causa pensar su ejecución, especialmente en estos días del presente, cuando poca ternura se les tiene a los locos, a los santos y demás mendicantes, y cuando menos voluntad solidaria de darles una limosna habrá de encontrarse. Algunos tuvieron algo de suerte y lograron conformar una tribu de menesterosos nómades. Otros, más organizados, crearon monasterios o cosas semejantes. En conciencia de las dificultades de esa soledad indigente, también han existido muchos intentos de salir del sistema en forma colectiva y solidaria, en proyecto de tribu. Alcanza recordar a los candorosos hippies contraculturales de los 60/70, o a los laboriosos Kibutz de Israel más o menos por las mismas fechas. Los menonitas, entre otros, aún persisten en el empeño. Algo interesante que tiene esa idea de salirse del sistema es que al hacerlo se lo “vacía” de poder. Se le quita su condición contaminante como si del cigarrillo se tratara. Tan interesante como eso es que se evita la violencia de querer enmendarlo. Llegados aquí estaría bien contabilizar los fracasos que han sumado todas esas experiencias, y sería necio negar que han sido muchos y muy estrepitosos algunos de ellos. Ni los kibutz lograron sobrevivir. Puede pensarse, sin atenuantes, que no vale la pena indagar al respecto, o tomarse el trabajo de reflexionar un poco. Lo que cualquiera de estas formas comunitarias ha impuesto para disgusto popular es la “restricción”, la aceptación y reparto de la carencia. En esas pequeñas tribus la persecución de la riqueza nunca puede ser el objetivo, tampoco, y hay que prestar mucha atención a esto, la saciedad permanente. Y eso teniendo al lado el poderoso aparato del sistema que se ha dejado, pero no tan lejos como sería deseable. Peor aún: necesitando un canal de comunicación entre uno y el otro. Es inevitable que tales empresas se parezcan a la lucha de un David sin honda contra un Goliat con una Glock en cada mano.
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Lo otro que es sugestivo de reflexionar es que las comunidades, por ceñir las llamaré “artificiales”, que han logrado resistir el paso del tiempo -sin ahondar la perversión o no de sus iniciales propósitos- son aquellas de carácter militar o religioso. Ambas comparten una férrea disciplina e inviolables costumbres rituales. Al parecer, por simple deducción y dándole la razón a Hoobbes, sin una dura disciplina y sin el carácter ritual, el animal humano rápidamente se desboca y se vuelve un lobo para con el hombre. Como fuera, salir del sistema significa carencia, disciplina y rituales colectivos. Y si se quiere: solidaridad, ternura, tolerancia, diálogo, abnegación, compromiso, coparticipación y cuanto más se quiera agregar. Nada, por supuesto, para lo que esté preparado ni dispuesto el Hombre del iPhone ni el fumador promedio. Aun así, y en el medio de ésta realidad que no sé dónde, ni cómo, quien haya experimentado compartir la disciplina, la carencia y el rito, sabe perfectamente que no hay mejor ni más profundo modo de conectarse con el otro yo (quién no lo ha experimentado que no especule al respecto). A nadie le gusta el sabor del jarabe, pero ciertamente cura. También es cierto que muchas veces una enfermedad debe exteriorizar sus peores síntomas para convencernos de tragar el jarabe Si hay ahí, ahora, algún lector se la da por argumentar o discrepar la solución fascista, totalitaria o policial, cumplo en pedirle que ponga un poco, o mejor dicho: bastante más, imaginación. Lo cierto es que “Salir del sistema” no es una opción para nadie, no figura en ningún menú. A lo más que llega alguna forma de contracultura es a reclamar su aceptación y su derecho de pernada dentro del sistema. Sin la fuerza, siquiera de una contracultura, se escuchan algunas proposiciones: Decrecimiento, variados “ecosustentables”, diversos “auto-sustentables”, un montón de cosas “alternativas”, economía circular, y otras tantas. Algunos pensadores han llegado a proponer, sin mucha repercusión, que la verdadera rebelión al sistema es “no trabajar”, yo mismo, que no soy un pensador a sueldo, he dicho por vocación poética que el acto más revolucionario que podemos hacer hoy en día es ser solidarios. Pero éste conjunto desarticulado y tímido de arreglos, parches, enmiendas y propuestas, esperan ser absorbidas por el sistema como tal, lo que implica que serán contaminados e integrados a la lógica economicista y de producción de riqueza. Por eso no serán ni soluciones, ni parches, ni alternativa alguna por mucha buena fe que se ponga en ello. Incluso podría decirse que tenemos ya respuestas que simplemente aún no han logrado canalizarse como negocio. Como ha ocurrido desde siempre, y tal lo han sostenido tantos santos y mártires (que no son la misma cosa pues algunos mártires de santos no tenían mucho) o simples humanistas, el cambio real es aquel que se produce en el corazón y la cabeza del individuo. De lo contrario luchemos para que todo cambie para que todo siga igual. Tampoco seamos peligrosamente inocentes y crédulos, la con-versión siempre es del tipo: David sin Honda y escaso pan duro, contra Golian con una Glock en cada mano y apoyo de la CIA, el MOSAD, el MI5 y la Banana Fruit company and chemical and bank and manufacturing & Co. No hay modo de hacer tortilla sin romper los huevos, no hay nada que no tenga su precio, ni sus terribles riesgos y auténticos (no virtuales) dolores y penurias. No por nada, en relación al total de la población, los santos, los mártires y los humanistas han sido tan pocos. En el caso específico de los mártires, han llegado a serlo, precisamente, porque murieron todos de forma penosa e inclemente. De buenas intenciones, decía mi padre, está empedrado el ca-mino al infierno. Buscar la realidad en alguna parte, donde sea, como sea, obliga a comprender al ser humano y a aquello a lo que realmente se enfrenta. A los límites de sus fuerzas, a lo voluble de su carácter, a sus contradicciones. Incluso a que la realidad por muy líquida que se la exponga, es un líquido con fuerza, peso, temperatura, capaz de mortificar, lastimar, extenuar y matar. No es una abstracción, como no lo es el hambre, ni la guerra, ni la exclusión.
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Por todo eso, quizás, y bajo el peso de un conglomerado discursivo agobiante, es que cuando no tenemos respuestas y tampoco sabemos qué hacer, respondamos, en vez de hacer silencio, cosas como: “Bien que a vos te gustan las milanesas grasientas”.
Diecisiete - Soñar Digno de una profunda y pausada reflexión es que el Reverendo Martin Luther King, Jr. no dijera: “yo tengo la verdad y el dogma que la expresa” / que no dijera: “Aumentaremos la producción y repartiremos como me parezca conveniente”/ que no dijera: “yo soy la voz del pueblo y no la de los cipayos y traidores” / que no dijera: “Yo tengo el mejor equipo de la historia de Wall Street / que no dijera: “ yo a aquella otra mitad le voy a romper los meniscos” / que no dijera: “yo tengo la receta del crecimiento económico y la felicidad” / que no dijera: “Yo voy a levantar el muro más alto y más largo del universo para separar a estos de aquellos. El Reverendo Martin Luther King, Jr. dijo: “Yo tengo un sueño” “hoy tengo un sueño”. Lo dijo mientras a sus seguidores los golpeaban, encarcelaban, incendiaban y segregaban. Y ellos, nunca hay que olvidarlo, no respondían con violencia. Momentos antes de decir “yo tengo un sueño” había dicho: “…No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma…” (Por si se pasó por alto reléase: “protesta creativa”/ “…encuentre la fuerza física con la fuerza del alma…”) John Lennon no nos invitó a arreglar el mundo desde la lógica, desde la definición doctrinaria. Nos invitó a IMAGINAR: “…Imagina que no hay posesiones/ Me pregunto si puedes /Ninguna necesidad de codicia o hambre /Una hermandad del hombre /Imagina a toda la gente /Compartiendo todo el mundo...” Y fue claro con la convocatoria: “…Puedes decir que soy un soñador /Pero no soy el único. /Espero que algún día te nos unas…” No encuentro cuál, ni cómo o dónde es o está la realidad. Pero sé que a Lennon y a Martin Luther King los mataron. Y quizás no cuando les dispararon con un arma. El economicismo y la incapacidad de sobrellevar las carencias, o su contrapartida: el consumismo hasta la saciedad de lo superfluo, nos ha puesto en una época donde ya no somos capaces de soñar ni imaginar. Una época donde la violencia se nos ha hecho costumbre, hasta en lo cotidiano y doméstico. Una época carente de ternura. Enfermos del miedo a la pérdida, y acaparando con ese miedo individualista hasta la soledad, SOLIDARIDAD ya ni siquiera es el nombre de un sindicato Polaco. No es cierto que “…a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasa-do fue mejor...” No es cierto, pero sí es cierto que en algún pa-sado próximo había instituciones cuya fórmula social era “de socorros mutuos”. Sí es cierto que hemos olvidado o hemos desaprendido con desaprensión. Sí sé que si mucha, mucha, gente no se hubiera unido al sueño del Reverendo Martin Luther King, Jr no podrían haber reclamado el cheque sin fondos que la sociedad les había dado. 178
Sí sé que sin el compromiso individual, consiente, reflexionado, y puesto a prueba en las peores circunstancias, no hay socorros mutuos. Sí sé que sin imaginación ni sueños, no se puede aspirar a “ser” humano. Sí sé que el hombre es capaz de eso porque muchos otros hombres antes de nosotros lo hicieron. Pagando el precio de la solidaridad. Quizás, pagando con la más valiente de las ternuras.
Dieciocho - Corporal Que no sepa qué, cuál, dónde, es la realidad no quiere decir que no reconozca que la realidad es una posibilidad múltiple en la organización o desarticulación de infinitos eventos. O que la realidad es una interpretación sensorial e intelectual siempre individual e intransferible. O que la realidad es la permanente combinación accidental o fortuita de causas, consecuencias e imprevisibles no conmensurables. E incluso que la realidad es sólo éste instante en permanente transformación. Lo que puedo o no saber, sospechar o intuir, no me salva de interrogar y reflexionar. La razón es de sobra evidente y absoluta; en éste cuerpo y en ésta vida no habré de dejar nunca de ser un hombre aspirando a “ser” humano. Hay una frase atribuida a Bernard Shaw que quizás separe y clarifique –figurativamente- muy bien: “Algunos ven las cosas como son y se pregunta ¿por qué? Yo veo las cosas como no han sido nunca y me pregunto ¿por qué no?” No estaría mal agregar una tercera opción: Algunos hombres simplemente aceptan lo que sea sin preguntar nada mientras puedan comer. Ese último grupo habría que separarlo entre los que no tienen opción y entre los que teniéndola no tienen ganas o les sobra miedo y confort. No hemos convertido en una especia que ha sobredimensionado su sistema cerebral sin relación directa con el intelectual. El cuerpo ha sido postergado a un paradójico segundo plano. Hemos creado máquinas para que cada faena, por amorosa que pudiera ser, se realice fácil y rápida, evitando el desgaste físico y la profunda relación corporal con los hechos de nuestra vida. Luego nos hemos obligado a salir a caminar, correr e ir a gimnasios para tener un cuerpo acorde a la cultura de lo externo pero no acorde a la vida cotidiana. No tenemos tiempo pero pasamos mucho tiempo como periféricos de aparatos que nos mantienen “conectados”. Quizás más que nunca en toda la historia nuestro sistema cerebral de deslinda de la vida palpable, y entre nuestros pensamientos y nuestros actos se ensancha una brecha de insoportable incongruencia. Sacar el cuerpo de la escena y no tener que dar la cara, le quita densidad (consistencia) a ese líquido de violenta velocidad que parece ser, según Bauman, la definición de la realidad. Puedo permitirme con completa impunidad decir que nuestro sobredimensionado sistema cerebral no tiene relación directa con el intelectual. Sobre estimulados y con acceso libre y gratuito al pensamiento y la cultura, la vieja consigna de “educar al ciudadano” hoy es jocosa. Lo que hoy parece que se debe hacer es convencer al ciudadano de que es un ignorante idiota antes que otra cosa. Y aquí será una de las pocas veces en que me escude en la opinión de alguien con méritos que no poseo: "…Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas…" dicho por Umberto Eco. Me detengo en éstas palabras: “sin dañar a la comunidad” y vuelvo a pensar en el último capítulo de Black Mirror (serie de Netflix). Dele usted una herramienta de poder a mucha gente que ni sabe qué es el poder y siéntese a ver qué pasa. 179
Dele usted a un idiota el modo de ser idiota sin tener que poner el cuerpo o la cara y verá hasta donde se extienden los límites de la estupidez. De nuestras mejores y más auspiciosas ideas a la acción corporal hay mucho “no tengo ganas” y “estoy cansado”. Mover el cuerpo se ha vuelto un sacrificio mientras crece la búsqueda de pareja vía Internet y el sexo virtual es la bendición que Onan distribuye sin censura. Quizás, en esa realidad que no sé dónde, cómo, cuándo, lo incorpóreo es un terrible síntoma que los gimnasios, las patinetas, el parkour y el yoga no pueden remediar. Mucha de la violencia cotidiana tiene que ver con esta desafección al cuerpo, esta mala relación entre el cuerpo y un cerebro desequilibrado. Lo incorpóreo es una de las expresiones más poderosas de la perdida de pertenencia a la tribu, al próximo, a un interrogante compartido frente a lo que es, o a una proposición nueva a lo que nunca ha sido. ¿Qué podríamos hacer sin cuerpo? ¿Sin el abrazo? ¿Sin la cara frente a la otredad? ¿Sin el pudor o pasión del cuerpo? ¿Sin el miedo o coraje orgánico? En la incorporeidad las ideas son menos que números de una sucesión binaria, apenas gotas en el torrente de miles de ideas que nacen y mueren como ideas. No es libertad, ni fraternidad, ni igualdad, ni solidaridad, ni pertenencia, ni ternura. No lo es en la condición concreta, sólida, de alguna posible realidad corpórea. Es un gran discurso sin alma y sin chance de remedar una pequeña, pequeñita, frágil e imprecisa verdad. La realidad, sea esto lo que fuera, sigue su curso mientras un torrente de unos y ceros no son nada hasta volverse mentira. Cuando busco qué, cuándo o cómo es la realidad no busco una idea o paradigma, una tesis o un proyecto intelectual. Busco algo con cuerpo, sangre, tendones, sudor, forma y sombra. Busco el polvo y las pelusas, los papeles arrugados, el pan, el fuego y el amor donde las palabras o los pensamientos, en su gran diversidad, encajen, con peso y hondura. Corporalmente, para que quede claro.
Diecinueve – Hacer humano No me está dado saber si la especie humana entrará el jueves 9 a las 15:28 en el colapso que preparará su desaparición de la faz de la tierra. Tampoco es algo que me importe. Ésta sorprendente especie, capaz de crearse una Carta Internacional de Derechos Humanos para pasársela por donde el Coloso de Rodas los barcos, ha sobrevivido una y otra vez a su propia brutalidad. ¿Por qué no tener esperanzas? Me está dado oler, sentir o sospechar la realidad que no sé dónde, cómo o cuál es. Incluso permitirme suponer que no soy el único que no sabe. Que hay algún otro aplastado por el peso del conglomerado discursivo que aturde y violenta. Quizás muchos no saben que no saben y no estaría mal encontramos para hablar de lo que no sabemos, lo que tiende a dejar de creer y exigirnos que sabemos algo. Me está dado seleccionar la información y procesarla con mis propias ideas. Me están dados los libros, los de literatura, filosofía y el de doña Petrona C. de Gandulfo. Me está dado dudar y ejercitar mis propias palabras, componer mi propio discurso sin cortar y pegar. Me está dado compartir con otros y alimentar el diálogo (no la charla ni la polémica ni el debate), incitar a la duda, ejercitar, si se diera, la reflexión compartida. Me está dado decidir cómo uso los medios que dispongo, cómo relaciono mi vida a la vida de algún otro yo que por allí ande y me soporte cerca suyo. Me está dado decidir qué respondo a la pregunta de Facebook en un casillero en blanco. Me está dado ponerle el cuerpo a mis circunstancias, mis manos en el teclado, mi ternura a lo que creo necesario, mi fastidio -carente de todo poder y sin violencia- a lo que me desagrada. Me está dado recordar la 180
libertad, fraternidad e igualdad como proposición posible; la ternura y la solidaridad como actos necesarios. Me está dado seguir a alguien que no he encontrado -y ya no creo que vaya a encontrar- por una causa que sienta justa y bien expresada. Me está dado ofrecerme a otros que quieran acompañarme mientras leen, en un taller, una tertulia o exposición de mis saberes de autodidacta que se sienta día a día en zazen. Me está dado poner la cara frente al otro. Me está dado aspirar a “ser” humano y a ser coherente en ello, sin excluir las contradicciones. Como no soy filósofo ni sociólogo, no me está dada la erudita respuesta con su gramo de docta precisión. Como no soy político no me está dada la arenga de barricada, ni la mentira mesiánica. Como no me gusta la violencia no me está dada la furia de estos contra aquellos. Como he llegado a vivir con poco no me está dado sentir preocupación o ansiedad por la producción de riqueza. Como no tengo otro oficio que ame más que éste, el de la palabra, las doy a quién las quiera como un agricultor regala su excedente de lechuga. Me está dado, insisto, aspirar a “ser” humano e intentarlo una y otra vez con persistencia, con paciencia, con amorosidad, cada día, en lo domestico y en lo social. Me está dado comprender por la propia experiencia que sin adhesión no hay causa, idea, propósito ni persona que pueda realizarse. Que sin adhesión nadie puede hacer nada más que lo que hace. Y que en ese hacer sin ayuda, sin la participación de un solidario coparticipe, quedamos reducidos a hacer lo que hacen todos, porque eso es lo que todos hacen. Me está dado vislumbrar que lo que todos hacen es un abismo de soledad. Que el hombre (y la ninfa con sus kilos de exceso) sin el otro yo, tiene, y con razón, mucho miedo, mucha duda, de hacer zig cuando todos hacen zag. Me está dado ver que en el panorama nadie nos alienta ni estimula a “hacer” algo de verdad distinto, o renovado como ese aspirar a “ser” humano. Muy por el contrario, todo tiende a aturdirnos. Aceptando los resultados como pruebas empíricas, algo estamos haciendo mal. La realidad se difumina y no sabemos cuál, dónde o cómo o qué estamos llamando “realidad”. Las exclusión, los residuos humanos desperdigados, no en la costas de Europa, sino en las esquinas de nuestras ciudades y provincias, la voracidad consumista y la lucha como sistema rabioso de vida y supervivencia, el abandono del compromiso tribal; no son na-da que yo haya inventado para asustar a los niños que no se duermen. Todo eso existe aunque a unos los afecte de un modo y a otros no los afecte y a los restantes los esté matando lentamente, se den cuenta o no, tal le ocurre al fumador promedio. No he inventado que estemos liquidando al planeta, ni que el uno por ciento de la población se lleve la riqueza del otro 99 %. Comprendo que estas cosas son de tal dimensión que nos cuesta verlas como algo más que una idea, que no podemos dimensionarlas a nuestra medida cotidiana y doméstica y por ello tampoco entenderlas y aceptarlas como parte de nuestras vidas. Son cosas tan grandes que parecen un concepto semejante a las distancias astronómicas. Pero todo eso ocurre y ciertamente tiene impacto en cada uno de nosotros. El aletear de un una mariposa en California causa el Tsunami de Tokio. La globalización lleva ya 30 años y no podemos dimensionar ni lo que es, ni los cambios aberrantes que nos ha impuesto, ni todo aquello que ha destruido. No tengo dudas que lo sospechamos, que en nuestra intuición no dejamos de saber; que esa atomización de miles de protestas e inconformismo son los gestos torpes de lo que no pudimos aun formular. Esa hosquedad permanente sin dirección segura que se ensaña con los síntomas de la enfermedad pero no contra la enfermedad misma. No, no hay en el horizonte una nueva utopía, una intención limpia, una voluntad encausada y sostenida en la aspiración de “ser” humanos antes que ninguna otra cosa. No, no hay aún nada que nos agrupe, adhiera, y nos disponga a ninguna verdadera mudanza o intención de transformación. De uno u otro modo la mudanza sucederá porque así es la historia del ser humano y porque estamos haciendo muchas cosas mal. Por las buenas, por las malas, por guerras o pestes, por las ideas de algunos hombres o el momento históricos de algunos líderes (que no políticos presidenciables) el cambio habrá de ocurrir, aunque no
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sepamos qué día a qué hora y en qué dirección. Sería muy triste, muy estúpido, que cuando llegue por las buenas o las malas, nos encuentre discutiendo sobre a quién le gustan las milanesas grasientas.
Veinte - Mudanza Aquella concepción sólida de nuestra organización tribal y de todo lo que nos prometía sostener se transformó en este presente líquido. La torpe certeza de la costumbre, y la pereza o la indiferencia, dejaron que se fosilizaran nuestros mejores postulados. Conceptos ya sin alma y sin vida se desfiguraron sin que sepamos por qué, cuándo o cómo. Y al damos cuenta anhelamos la que ya no será, lo que hemos perdido y no podemos aceptar por perdido. La negación es una etapa propia de todo duelo. Probablemente no tenga mucho sentido indagar cómo hemos llegado a éste estado de las cosas. Buscar culpables donde sólo hay error colectivo y plural. Cómo tantas veces antes, nos equivocamos. La producción de riqueza y la democracia, esos baluartes y promesa del occidente libre, se fueron por el mismo resumidero que la promesa comunista-socialista del otro lado de la cortina que alguna vez fue de hierro. El ser humano, en su modesta medida humana, dejó de cuestionar y aspirarse a “ser” como tal. Arrastrado y aturdido por el curso del fin de la historia y las utopías. Puede especularse, por el ejercicio de la reflexión, que aquello que ha caído bajo el torrente líquido ya estaba muerto y listo para caerse aunque no lo supiéramos. La mudanza ocurre, de un modo u otro ocurre, de eso se trata la dinámica de la historia. En 1453 las personas no se levantaron de la cama y se dijeron: “estamos en la Edad Moderna, Constantinopla cayó en manos de los turcos” y con ese dato sus vidas, sus realidades, su cuestión doméstica se vio transformada. No es así como funciona la tribu. La historia es la reconstrucción del ayer con lo que sabemos hoy. Aldea Global es un número astronómico, un concepto inmenso e inasible. Nosotros, en éste cuerpo, apenas y con suerte llegamos a ser un nosotros. Apenas eso. Ese poco, a la vez, es una inmensa posibilidad y responsabilidad. Ese poco es la vida en nuestras manos, el pan y el fuego, el amor y la amistad, en intento de alguna justicia, la voluntad de cualquier solidaridad, la posibilidad del dialogo, el ejercicio de la ternura, la cesación de la violencia. Ese poco es “yo soy otro tú” / “tú eres otro yo”. O ese poco es una alienación solitaria y materialista donde de-jamos de aspirar a “ser” humanos para canibalizarnos de los más exquisitos modos al amparo de una razón enferma y postulados muertos. Toda mudanza es traumática, toda mudanza es pérdida, toda mudanza es ruptura con lo asegurado por la costumbre, toda mudanza es incertidumbre, toda mudanza es adaptación, Toda mudanza propone imaginación en el reacomodo. No por eso las mudanzas están condenadas a no ser beneficiosas, necesarias y saludables. Toda mudanza es aprendizaje No hay una proposición clara y limpia para contrastar a ésta realidad que no sé cómo, dónde o cuando. Aún no la hay mientras todo decrece, se debilita y comienza a morir. Prepararse para una mudanza talvez nos imponga pensar, dialogar, acordar entre muchas diferencias y discrepancias, qué debemos dejar por inútil o falta de espacio, qué es imprescindible, qué es accesorio, cómo haremos un lugar para todos, cómo nos inventaremos nuevos hábitos y ritos, cómo fundamentaremos nuevas premisas, cómo compartiremos nuevas costumbres, dónde pondremos las antiguas aspiraciones y con qué nueva palabra vamos a resignificarlas para insuflarles nueva vida.
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Es mucho trabajo prepararse para una mudanza. Es una transición incomoda, y no tenemos más que esa pequeña medida corporal y aspiración de “ser” humano para empezar por el principio, como corresponde. Deberemos reencontrarnos, tal vez, en torno a la hoguera, sabernos frágiles e inseguros, entendernos lentamente, reconocernos en la otredad con paciencia, con serenidad y sin violencia, volver a la ternura sin brusquedades. Y nadie puede asegurar que no sea engorroso, que no cause fastidio, que no nos aburra o nos canse o desconsuele. Que no parezca mejor seguir enfermos que intentar curarnos. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer? Las milanesas grasientas ya han dado todo lo que pueden dar.
Veintiuno - Saber Hay una diferencia, grande como tres elefantes comiendo trigo en un trigal, entre “saber” y “tener conocimiento”. Tengo conocimiento de que Juan cada día despacha tomates a metros de mí puerta. No sé nada de Juan. Tengo conocimiento de que existe algo dentro de cada automóvil que se llama motor a explosión, de cuyas reglas básicas también tengo conocimiento. No sé nada de mecánica motriz y soy incapaz de cambiar una bujía. Tengo conocimiento de que una ralea de funcionarios son sospechados de fraudes y otros delitos. No sé nada de la causa, el expediente, las investigaciones ni las pericias, tampoco sé nada de las normas procesales ni la tipificación de tales posibles delitos. La ignorancia ilustrada y el gran conglomerado discursivo que aturde y aplasta se encuentran allí donde se confunde “saber” con “conocer”. En esta terrible confusión comienza a germinar la irrealidad. Esa conjetura que crece hasta la afirmación rabiosa primero, intransigente después. Esa conjetura, como la mentira, para sostenerse debe alimentarse de más conjeturas, de más datos basura, de más opinadores de café o ascensor. Hasta convertirse en un gran ruido vacío que a la realidad, sea esta cómo y cuál sea, le importa muy poco. Disponerse a la mudanza es disponerse a la declaración de va-riadas ignorancias e incluso desconocimientos. Vale más atenerse a la experiencia, esa pequeña experiencia corporal y existencial del hambre al amor, de la alegría a la nostalgia, del fuego al pan. No sé dónde, cuál o cómo es la realidad de la que todos hablan y discuten, no sé cuáles son sus firmes saberes que yo, clara-mente, no poseo y no me enoja no poseer. Pienso, reflexiono, especulo, me atengo a la experiencia, el dolor de pies y espalda, el sabor del caldo de verduras, la necesidad de la amistad… y lo irremediablemente humano que soy. Para explicar un paradigma hay una historia muy graciosa sobre 5 monos en una jaula. Sometidos a un experimento, los monos concluyen que las cosas son así pues siempre lo fueron, aunque desconozcan las razones. Muchos de nuestros paradigmas responden al mismo modo de no pensar y no saber. La razón es muy útil para construir puentes, aviones, jugar al ajedrez y organizar el sistema bancario. No es infaliblemente necesaria para aproximarse al ser humano. Para eso hace falta, quizás, un poco más la intuición, algo de poética y empatía. Para dialogar sobre la mudanza, seguramente hace falta más saber al hombre y la hembra en sus contradicciones, su volubilidad, su temor, que en la gráfica entre ejes cartesianos. Hace falta, también, un poco de confianza o bona fide, si se prefiere. Imaginación y sueños, al decir de Lennon y Luther King. Sin ello, sin dudas, no hay nada que hacer salvo matarnos unos a los otros. Hay que creer un poco, es cierto; tanto como asumir que nadie está fuera de éste circo donde no hay modo posible de lavarse las manos. He escrito 18.536 palabras que quizás nadie lea. O que leerán, parcialmente, muy pocos. Palabras que han pretendido, insuficientemente, arañar la fría y durísima e inmutable superficie de ese conglomerado discursivo 183
que aplasta, irrita y confunde. Lo he hecho sabiendo lo absurdo del intento y del resultado. La desproporción entre los recursos y el antagonista. Este tonto acto en Facebook (vaya paradoja), previo pensar, reflexionar y dedicarle la ternura de escribir, es mi módico modo de intentar “ser” humano. Nada extraordinario, ni mejor o peor que cualquier otro intento de otras personas. Ni más ni menos que el albañil que cede algunas horas de su trabajo para un amigo o alguna causa sin beneficios personales. Ni más ni menos que aquel que prepara una comida para darle consuelo al que está solo. Ni más ni menos que aquel cede su lugar en una fila por-que se siente mejor dando que exigiendo. Disponer la mudanza es ceder lo que tengamos. Tener la con-ciencia de perseguir un bien común por el cual no nos darán premios ni medallas, ni cinco segundos de fama televisada. Se trata no gritar tanto, de competir menos, de no parecerse a na-die, de no comprar todo hecho. Se trata incluso de saber que seremos derrotados en este cuerpo y que ese riesgo vale la pena aunque nadie se entere. Se trata, y cada quién hará su discurso con sus propias palabras, de aspirar a “ser” humanos y para eso hay que saber -no tener conocimiento- que eso es imposible sin el otro yo, sin la adhesión, sin el pan compartido en la mesa ritual donde también se debe compartir la carencia. Nunca concluimos esa organización social en libertad, fraternidad e igualdad. No hay por qué no seguir intentándolo. Tampoco hay por qué seguir cometiendo los mismos errores. No hay por qué empeñarse en buscar esa promesa de felicidad consu-mista donde ya sabemos que no la hallamos a pesar de que muchos insistan en que allí, efectivamente, y en cómodas cuotas, está. No hay por qué seguir empeñados en que el trabajo es sacrificio cuando debiera ser fraternidad. Disponer la mudanza no será fácil en modo alguno, llevará tiempo, paciencia y perseverancia como la vida misma. Pero de eso se trata aspirar a “ser” humano. Y no hay cosa más interesante a la que dedicarle la vida. Estas 18.919 palabras ya no son mías, ni hablan de mí, ni de mis ideas o torpes interpretaciones. Son ahora el llamado fraterno a todos los otros yo para están dispersos y quizás las encuentren. Y si nadie las encuentra, no tiene importancia. “…Puedes decir que soy un soñador /Pero no soy el único./ Espero que algún día te nos unas…”
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