Un año Socialmente enredado ¿En qué estabas pensando? 2014-2015
Hace un año (2014) me di de alta en facebook pensando que era una herramienta que me podía ayudar. Lo hizo a su modo y hay que agradecerlo. Antes lo había usado como eco de un blog que administro LaNada–Ku y que refiere a la práctica de zazen. Nunca tuve necesidad de exponerme mientras hacia eso, bastaba y sobraba con administrar contenidos creados anónimamente, como la serie de podcasts Aquí y Ahora, u otros recolectados aquí y allá. Luego se me dio por editar algunos libros. No hubo más remedio que mostrar al escritor y su obra a fin de venderlos. Hice otro blog: Sí-Mismo Editores y abrí el Facebook como parte de las estrategias que podía realizar. He utilizado el “muro” con obstinación para hacer publico lo que mejor hago. A contra corriente, fiel a mi costumbre. En solitario, por fuerza mayor que terminó haciéndose costumbre no deseada. Como autor y editor, no me ha servido de mucho, hay que decirlo sin amargura. Como ser humano no ha dejado de darme sorpresas, me ha acercado a buenas personas. Incluso a unos cuantos que en el rigor de lo rápido y tumultuoso de Facebook se detienen y me leen, contra la corriente ellos también.
Fastidiado por mis propios pensamientos, influenciado por algunos comentarios que me han hecho, estuve haciendo barrido y limpieza del muro… y de pronto me dio tristeza lo pronto que todo se hace pasado. Como todo pierde valor y desaparece en el vértigo de Internet y sus usuarios. Me asombró ver cuánto he ido poniendo en esa pared virtual y decidí rescatarlo al menos un poco; más no fuera como precario testimonio en más pulcra presentación. De eso se trata esto… y quizás de entender que en alguno de esos muros no sólo se pierde el tiempo; sino que se hace con lo que hay, con lo que se puede, la obra que las circunstancias nos permiten.
Fabio Morasso Sí-Mismo Editores Santa Clara del Mar 24 Julio 2014
El hombre que escribĂa, editaba y firmaba libros
Los galanes del “verde mate” Presentando Libros
19—Julio—2014 / Ilusiones Libros / Mar del Plata (click y vídeo)
Ese Hombre. El Monje Zen / Semblanza Biográfica de Jorge Bustamante
06 — Septiembre — 2014 / Ilusiones Libros / Mar del Plata
Al parecer (no estoy seguro) haciendo Click aquí se puede ver el vídeo sin salir de ésta publicación)
Nueva Presentación: CABA – PARADIGMA LIBROS – 27 – Septiembre - 2014
El Hombre que intentaba vender sus libros / Mar del Plata - enero-febrero –2015
CLICK 多?
ILUSIONES LIBROS — La rioja 2379—Mar del plata
Y entre esto y aquello fui escribiendo cosas que se publicaron en el muro. Luego las compilé e hice una presentación en Issuu, anterior a ésta. Se puede leer aquí Y no pudiendo parar porque no había otra cosa qué hacer, seguí escribiendo para Facebook, con más o menos o muy menos gracia, los textos que siguen.
HÁGASE SABER: [Creo que esto, inconcientemente, fue una declaración de insalubridad que explica el conjunto compilado] Hace muy poco un querido amigo se animó a preguntarme con fiera violencia lo que otros amigos apenas insinúan o tratan de darme a entender con pacientes indicaciones o solidarias charlas conductistas. La pregunta fue: ¿Cómo es posible que siendo “tan” inteligente, culto y creativo, puedo ser, al mismo tiempo y en forma recurrente, “tan” pelotudo? Lejos de herirme, la pregunta me llevó a larga indagación, reflexión y análisis. Me di cuenta entonces de que en muchas charlas y momentos con otras personas parece que hablamos de lo mismo y en el mismo idioma, pero no es así en lo absoluto. No nos daríamos cuenta de esta sutil distorsión si las palabras y conceptos no se resistieran tan estruendosamente contra la realidad concreta y mundana, asunto que frustra y deja perplejos a los que me quieren, y me hace a mí culpable de un delito que nunca logro entender. Hay una gran mayoría de personas que ante ciertos asuntos concretos hablan, piensan y actúan en razonable y justa concordancia. Parece que yo soy uno de ellos, y yo mismo lo creía hasta hace poco, pero no es cierto en modo alguno. Hay en mí alguna forma de distorsión interpretativa y actitudinal con respecto a la realidad que se cree común a todos. Digo, a modo de comparación que facilite el entendimiento,
que así como algunas personas tienen problemas para interpretar las formas espaciales o temporales, así como algunos ven letras invertidas donde otros ven letras en su lugar, yo adolezco de algo semejante. Más complejo o más inexpresable quizás. Yo no veo lo que otros ven como todos lo ven y actúo en consecuencia. Por supuesto, no puedo pedir que otros vean lo que por alguna “Dis” (en griego) yo veo. Es lógico que me crean pelotudo, “tan” pelotudo incluso. Dan por sentado que viendo lo que entienden por evidente procedo mal por empecinamiento y capricho. Y yo creía, hasta hace poco, que eran unos idiotas que no entendían un carajo de nada y que obraban con la sola intensión de confundirme, de lo que hoy me arrepiento por completo y sinceramente. Se trata de que adolezco alguna anormalidad de la que no estaba enterado. Una diferencia tenue y casi imperceptible. Comprendí de pronto que llevo una vida tratando de hacer las cosas como los demás y fracasando en una permanente confusión interna. No sabia, realmente no sabia, de esta brecha, de esta deformación que me separa del resto, incluso de mis queridos amigos. Comprendo que nadie pueda darse cuenta que a pesar de que en apariencia estoy sano, no lo estoy del todo. Por otra parte lo peor de esto es que yo no me siento enfermo. Tan incomprensible como es mi mundo para ajenos, es el mundo de los otros para mí. No
se trata de una patología que me enaltezca ni que tenga ganas de defender o justificar. Se trata de algo que no elegí ni puedo evitar. Se trata de algo que me pone en absurda minoría e incapacidad, aunque aparente y engañosamente sea, en varios aspectos, más apto que otros. Así como un niño disléxico no puede leer lo que es muy simple para otros niños, yo no puedo actuar en el mundo real del mismo modo tan “natural” de los otros. Asumo con claridad este asunto sin saber cómo curarlo y sospechando que tal vez no tenga definitiva cura… y aclarando que para peor de males me encanta ser como soy, que para mí es tan natural ser así de enfermo como para otros ser colectivamente sanos. Lo bueno de esto es que comprendo que no puedo enojarme con nadie porque no hablamos de lo mismo ni terminamos haciendo cosas semejantes. Soy yo el que se sale de sistema y de orden. Soy yo la discrepancia o el error. Quizás ahora pueda orientar mejor mis esfuerzos para insertarme. Seguramente que ya no me quejaré tanto. Acaso, sin ningún mérito, valor o apología, sea algo semejante a ser artista, o loco, o estúpido, o disléxico, o levemente autista. Una pequeña y casi imperceptible falla de fábrica que puesto en funcionamiento genera errores inmensos y sin evidente causa o explicación. No, yo estoy contra el mundo, ni el mundo en contra mía. Es muy bueno saberlo. Es muy
12 de junio Ayer llegamos al fin del mundo y al último día. Llegamos tarde, pasadas las diecisiete horas. Ya no quedaba nadie y quizás todos los que llegaron a tiempo fueron juzgados según el libro de la vida: premiados y castigados según sus obras. Nosotros éramos pocos y nada nos unía. Perfectos extraños en un mundo muerto, reunidos por la tardanza y porque no supimos temer lo suficiente esta absurda soledad que ahora va de aquí para allá con el viento que se queja no sabemos de qué. El gordo se sienta sobre sus bártulos, saca un paquete de cigarrillos del bolsillo de la camisa, lo mira como si estuviera pensando que son los últimos, extrae uno con pausada indecisión, lo lleva a la boca y lo enciende. Tres mujeres se alejan un poco y se ponen a hablar entre ellas, tienen algo de gallinas dando picotazos en la tierra. Un larguirucho sin carnes y con lentes nos mira a todos esperando que alguien diga algo; al verlo se me ocurre que este principio que nos corresponde no será el verbo. El más viejo revuelve entre todo lo tirado que nos rodea y rescata algo cada tanto, cuando tiene la brazada lista va y la suelta donde se va formando un cúmulo. Libros, papeles, ramas, resto de muebles. Nos rodea todo lo que ha sobrado, todo lo que an-
tes se acumulaba codiciosamente, con la voluntad de coleccionistas obsesivos. Ahora todo esto es la basura por la que ayer unos pisoteaban a otros. Tengo hambre. De mi morral extraigo queso y pan. Los otros me miran curiosos o dudando. Les hago una seña con la cabeza y se van acercando. Cada uno presenta lo que puede sumar a ésta comida, la primera que realizaremos juntos. El viejo nos grita que esperemos, pide paciencia y se ríe de nosotros, de él mismo y de lo que nos está ocurriendo. Extraña felicidad la del viejo al que miramos sin entender. Con pocos movimientos separa cosas del cúmulo y algunos pasos más allá vuelve a hacer, con mucho más cuidado, otra pila. En ella inicia el fuego. Lo primero que comprendemos, con y sin palabras, es que el otro es necesario. Nuestra libertad, exagerada, sobrevalorada, reclamada libertad, no tiene demasiado sentido ahora. La libertad de vivir es toda la libertad que tenemos. No nos presta mayor servicio si no contamos con el otro, si no hay otro con el cual compartir el esfuerzo y la fatiga de seguir viviendo. Lo segundo que intentamos comprender sin lograrlo enteramente, es que todo lo que sabemos, todo lo que puebla nuestra mente, no hay forma palmaria de aplicarlos en este presente. Una de las mujeres, la de mirada bella, dice que debiéramos desaprender todo lo que sabemos en un acto de defensa propia. Nos reímos cuando lo dice. La risa espontánea, impensada e imprevista, es un reflejo que nos nace como parte de esta nueva condición de liberados. Nos reímos sabiendo que tiene razón. La que claramente discrepa es la otra mujer, la robusta de corta altura. Invoca la exactitud de algún dios que nos ha dejado aquí varados, la razón moral de nuestras vidas y la responsabilidad que se nos ha endilgado de preservar el pasado del que venimos. Se hace un silencio cargado después
de que lanza su apasionada perorata. El tipo que nunca ha separado la escopeta de sus manos la mira con dureza, la mira con dedicación excesiva, la mira con un poco de asco y un poco de compasión. El gordo se lleva, lentamente, la mano a los riñones. El larguirucho corta la tensión hablando con calma, una calma que no sé de dónde le sale. No hay dios, no hay autoridad, no hay nada más que nosotros junto al fuego; mejor entenderlo así y ayudarnos. Más tarde o más temprano igual vamos a morir. El de la escopeta sonríe con franqueza, aliviado como si se hubiera liberado las tripas de mucha mierda. Dice que está bien, sin autoridad, sin pasado, sin otra obligación que estar vivos. No tenemos que hacer historia, ni reproducirnos, ni crear un imperio. Tenemos que vivir hasta que nos llegue la muerte y eso debe ser bien claro para todos. No hay nada del pasado que debamos, ni podamos, defender aquí. La mujer robusta y de corta altura llora discretamente. La comprendemos y la dejamos llorar en paz. Todo lo que debemos y podemos hacer depende de nuestros cuerpos. No hay energía para las maquinas. Nuestra energía es la única que poseemos y no es poderosa. Nos vamos acostumbrando a planificar con cuidado las tareas que acometemos. A mantener una regularidad que el cuerpo sobrelleve. Se nos va el apuro, la ansiedad. No hay más que hacer lo que hacemos, concedernos un alto, beber, comer, volver a empezar. Lo que no concluyamos con la luz de este sol nos esperará hasta mañana. Las mujeres nos cuidan, naturalmente, sin acuerdos previos. Sabiduría ancestral de hembras que les surge fácilmente, con placer incluso. Nos preparan pequeños obsequios que no pedimos: agua caliente para bañarnos, comida, y el justo y precavido reparto de mantas para la noche. Les
facilitamos tanto como podemos las faenas. Somos más ordenados o prácticos. El larguirucho de anteojos nos supera a todos, rápidamente nos propone cómo solucionar algo y no se equivoca. El viejo tiene un gran sentido de lo simple: nos ha dicho que no hacemos nada para embellecer la eternidad, sino para el uso necesario. Tiene razón, basta que cualquier cosa que hagamos dure lo suficiente para cumplir su cometido. ¿Cuánto es lo suficiente? No tiene importancia. Hay muy poco pero no nos falta nada. Con mesura nos apropiamos de lo que nuestras urgencias reclaman. Se comparte lo poco sin que nadie se haga responsable de repartir. El gordo ya no es tan gordo. Anda tonteando con la del cabello corto y ella está contenta con el juego. La robusta de baja estatura ha convertido su tristeza en determinación de maquina exacta. Le gusta el orden y la limpieza. La toleramos sin inconvenientes, hallando que su insistencia, en un momento u otro, nos sirve a todos. La de los ojos bellos se ríe mucho, de cualquier cosa. También tiene muchos momentos de inescrutable seriedad que la ponen distante, como si no estuviera aquí, entre los demás. El de la escopeta parece divertirse como un niño. Tiene muchas ideas y se sonríe de ellas mientras las narra. Es entusiasta para trabajar y trabaja como si jugara. Hemos hablado de realizar una expedición atrás para conseguir cosas que no tenemos. El viejo no está de acuerdo. Dice que cada cosa que traigamos traerá nuevas necesidades. El larguirucho de anteojos está preocupado por los extraños cambios del clima. Tiene miedo y lo podemos oler. Chist es mediano y de pelaje mixturado: negro y gris ceniza. Apareció una tarde en que
estábamos almacenando agua en cuanto recipiente pudimos encontrar o forjar. El viejo fue el primero en verlo. Se golpeó la pierna varias veces con la palma mientras decía chist, chist, chist. El perro se acercó con cautela y de ahí el nombre. El viejo y yo lo compartimos según sus humores. Normalmente anda detrás del viejo, pero a la noche se tira cerca mío, lo suficientemente cerca como para que cada tanto le acaricie la cabeza. No sabemos de donde salió y sé que no queremos hacernos esa pregunta abiertamente, que la evitamos aunque la sabemos rondando. A la noche de su llegada el de la escopeta dijo que Chist venía huyendo de los zombies que están infectando Estados Unidos. No pudimos evitar las carcajadas. El larguirucho de anteojos afirmó que era un Lycan rebelde, harto de la guerra del inframundo. Luego de eso fue irremediable que siguiéramos diciendo tonterías peores. Cada vez que el mundo viejo nos retorna es para sentirlo más absurdo e irreal, el invento de una imaginación enferma. Una mañana el gordo se puso a silbar durante el trabajo. Lo hace de manera grata y delicada. Mantiene sonidos agudos y saltarines y de pronto aparecen otros graves y precisos. Nos detuvimos a escucharlo sorprendidos y embelezados. Al ver que tenía público se esmeró en la larga tonada que nos retuvo en un tiempo sin tiempo. Aplaudimos cuando terminó y el de la escopeta no puedo evitar darle un abrazo conmovido. Le pregunté qué era esa melodía y me dijo que la inventaba al tiempo que la silbaba. Fue un momento extraordinario que nos conmovió de un modo inexplicable. Esa noche el viejo dijo que extrañaba los pájaros, verlos cruzar el cielo. El de la escopeta le dijo que de haberlos estaríamos tratando de incorporarlos a nuestra dieta. La de cabello corto es feliz con el gordo. Es evidente y ella se esmera en manifestarlo. Sin que admita comprensión alguna ella nos da un poco de su felicidad a todos. Nos propor-
ciona un gesto amable y desinteresado a cada uno. No un gesto cualquiera, sino uno especifico que no sabemos cómo descubre o adivina, pero del que sentimos completa dedicación y bondad. Su preferido es el viejo y está bien que así sea. La de los ojos bellos ocupa tiempo en hacer cosas que no sirven para nada, pero que nos gustan. Con piedras, tuercas oxidadas y trozos de botellas, unidos por largos alambres, ha creado unos cuantos colgantes que dispuso aquí y allá. No puedo explicarme por qué siento que esos objetos inútiles nos dan calor. Pero no alcanza para el frío que cada día es más intenso. El larguirucho de anteojos nos impuso rescatar el tapizado de los automóviles abandonados y todo material apto para confeccionar abrigos resistentes. Las mujeres fueron hábiles y creativas. También pacientes con nuestra poca habilidad como sastres. El frío sigue recrudeciendo, como si a cada nueva medida que tomamos contra él sólo lográramos indignarlo más. Ya estamos seguros que eso que apenas sospechamos lejos, muy lejos, a veces a la izquierda, a veces a la derecha, son gigantescas tormentas de polvo. Las presagiamos creciendo en altura, revolviéndose dentro de sí mismas como inconmensurables paredes vivas. Siempre están muy lejos, apenas podemos adivinarlas. Las horas de luz se reducen. Y la luz que recibimos es pálida y fría. Cada vez hay menos pero sigue sin faltarnos nada. La robusta de corta estatura ha hecho buena amistad con el larguirucho de anteojos. Son opuestos complementarios y se favorecen mutuamente con el intercambio. Acostumbran apartarse para hablar entre ellos sin que los incomodemos con nuestro desinterés. Se hace largo el tiempo en que no podemos salir a hacer nada, tardes lentas y oscuras, ma-
ñanas interminables y oscuras. Nos mantenemos en el refugio tratando de acumular calor en los huesos. El de la escopeta se masturba para cansarse y dormir. Es tan franco al hacerlo, tan familiar, que a nadie le molesta. No cuesta comprenderlo y a él no parece hacerle falta ninguna comprensión. Me divierte bastante ver su pequeño goce, verlo como se olvida de nosotros, se alivia y se queda tendido bajo su manta. Una noche la de los ojos bellos lo ayuda. Nos sorprende apenas por un instante y luego nos parece tan natural que todos nos reímos cómplices y forzando una compostura que no podemos lograr. No tardan mucho. Más tarde y cuando ya estoy dormido ella llega hasta mí, me despierta y también nos ayudamos mutuamente. Siento algo como una dolorosa nostalgia detrás de la sensación física. Algo como amor por esa mujer amable y por todos los otros que nos rodean. Quiero llorar y sonreír al mismo tiempo y no puedo. Poco después ella se va y yo dejo de importarme por completo. El viejo no está nada bien. El frío le duele en todo el cuerpo, lo desbasta lenta e perseverantemente. Chist está siempre su lado, siempre. Realizamos apenas las tareas indispensables. Salir del refugio es cada vez más penoso e infértil. Vivimos en una noche casi constante, apenas rajada por alguna hebra de luz gris. Cada vez hay menos y sigue sin faltarnos nada. Juntamos todos nuestros cuerpos para no perder nada de calor, o de eso que ahora llamamos calor para no decir que compartimos el frío y los temblores. El gordo suele silbar cada tanto y eso, vaya a saber cómo o por qué, nos alivia. El de la escopeta se ha llenado de un humor triste, de una felicidad apagada y apacible de la que él mismo se sonríe. Se va transformando en alguien más dulce, más amable, más despojado que
intenta darnos con ternura lo mejor hay dentro de él. Algo parecido, pero no igual, pasa con la de ojos bellos. Sus ojos son ahora de una belleza imposible y apaciguadora. La de pelo corto es una con el gordo, parecen hermanos. La robusta y de corta estatura junto con el larguirucho de anteojos tratan de mantener una moral en la que ellos mismos no creen. No molestan, a su modo ayudan y hacen un poco menos penoso nuestros actos. No podemos evitar sentir ternura por el empecinamiento que nos ofrecen a costa de toda la fuerza de la que son capaces. Hace días que la lluvia marrón se desploma inacabablemente. Golpea con fiereza todo lo que se le opone. Frío y brutal agua marrón es todo lo que hay fuera del refugio. El viejo agoniza o algo semejante y nos complace rodear su cuerpo, hacerle sentir que estamos ahí con él. El gordo ha dicho que deberíamos comernos a Chist y sus palabras no penetraron en ninguno de nosotros. El perro es huesos y mirada seca y se ha ganado el lugar que ocupa. El gordo repara su error silbando por un buen rato algo de belleza cariñosa. Ya no hay nada y no nos importa. El agua que cae es pesada, barro un poco más denso cada día, un poco más brutal de instante a instante. Hemos apuntalado tan bien como pudimos el refugio, sabiendo que no resistirá mucho. No son gotas de barro, son pequeñas pelotitas violentas que impactan como lanzadas por una gomera. Hacen un ruido atronador que nos atonta, que nos libera de pensar. La de pelo corto se incorpora y todos la miramos. Nos sonríe con fraternal picardía, va hasta un rincón donde se hay algunas cosas que ya no distinguimos y luego de revolver un poco se vuelve con dos botellas de vino, una en cada mano.
Nos reacomodamos con una voluntad inusitada, sin dejar los abrigos pero buscando donde apoyar las espaldas. El de la escopeta se para a buscar lo que sirva de copa o vaso según lo opte la imaginación. Nos reacomodamos y el gordo asume descorchar las botellas. Es maravilloso el color del vino tinto. La de ojos bellos y la robusta de corta estatura parecen dos niñas que han escapado de la escuela. La de pelo corto se encarga de servirle a cada uno con estricta justicia. El viejo ha renacido, vuelve de una infancia lejana con ojos afiebrados. La de los ojos bellos levanta su lata llena y dice: “Por la vida que no es supervivencia”. Nos quedamos suspendidos de sus palabras, confusos e indefensos. La robusta de corta estatura es la más rápida de todos, alza su taza y dice: “por este principio, por todo fin”. El larguirucho de anteojos no puede retener las lagrimas tras sus vidrios, sube el resto de su botella de plástico y dice: “por la amistad”. La de pelo corto llora con los ojos y ríe con la boca, eleva su frasco de mermelada y dice: “por el amor”. El viejo, a media voz que se mezcla con la violencia de las pelotitas de tierra dice: “por el fuego y por los perros”. El gordo silba unas notas que se pierden porque se ha hecho la primera perforación en nuestro techo, después grita: “Por los sonidos, por las palabras”. El de la escopeta ríe como debe reírse un ángel, como si de su boca saliera la última luz del universo y dice: “por la libertad”. El agua marrón estalla por todos lados, rompe y aplasta luego de romper. Me apuro a decir gracias y me llevo el jarro a la boca.
18 de junio Desde septiembre la ciudad de Mar del Plata contará con el primer Zootipológico de la región. Tras firmarse el acuerdo con el Gobierno Municipal comienzan las obras para este importante e interesante proyecto que ya cuenta con una importante colección de especímenes. Con la participación del Gobierno municipal y el aporte de la provincia de Buenos Aires ya ha tomado carácter formal el Zootopológico Urbano Mario Russak. Un proyecto surgido de la inquietud y la tenacidad del Diplomado Arístides Stella Artois y el Profesor Adjunto Bernabé Smirnoff. En dialogo exclusivo con este medio, ambos nos ponen al tanto de los destalles de este emprendimiento sociocultural pionero en la región. P – Para empezar por el principio ¿cómo surge el concepto de Zootipológismo Urbano? A. S. Artois – No es la primera vez que la ciencia avanza por gentileza de la casualidad. Con Bernabé estábamos realizando un trabajo de campo y nos llegan testimonios de la
existencia en la zona de un Flogger en perfecto estado de conservación. Fuimos reticentes ante este dato que tenía mucho de novelesco. No obstante, al realizar los primeros sondeos, damos con el domicilio de un matrimonio de jubilados que nos explican que desde hace años tienen un muchacho instalado en los fondos de la casa. Solicitamos que nos permitan conocerlo y ante nuestra sorpresa nos encontramos con un Flogger de unos treinta años de edad, chupines color lilas y el peinado característico. Los ancianos nos informan que un día lo encontraron en la puerta y lo alimentan desde entonces. En un principio consideramos que era una variable sin posibles conexiones, incluso cuando las pruebas antropométricas y los análisis de conducta concluyeron que era un Flogger en estado puro. B. Smirnoff – Nos mantuvimos muy cautelosos porque la extinción de los Floggers había sido inestimablemente documentada. Los ancianos nos donaron el espécimen para que siguiéramos haciendo estudios en los que fuimos ayudados por especialistas de otras áreas. En el proceso de cuestionar los procedimientos que estábamos realizando nos enteramos que una familia del barrio Chauvin que tuvo relación biológica directa con una Elmo de género femenino. Nos contactamos con esta familia y para nuestra sorpresa nos informan que la Elmo se mantiene en buenas condiciones a pesar de que hace más de una década que no sale de su cuarto. Cuando nos relacionamos con este espécimen, particularmente asustadizo, hacemos las pruebas preliminares y empezamos a considerar esta biodiversidad desde el concepto propuesto por Stevie Wonders: Perturbación Maltusiana Re-
generativa. Pero a los primeros pasos que damos por esa línea comprendemos que estamos ante algo de una amplitud mayor y nos vemos en la necesidad de encontrar otros biotipos que permitan ensanchar el enfoque de la investigación. A.S.A – En esa instancia ya contábamos con la colaboración de otros colegas y amigos, con los cuales, y tras varias tormentas de ideas, pudimos hacernos de una camada tardía de Pibes Chorros y dos parejas Wachiturros. En estos casos concretos que te estoy contando se daba la particularidad de que las muestras habían avanzado en edad manteniendo una completa pureza de clase, algo que hasta el momento nadie había considerado como posible. B.S – Lo que se creía un fenómeno de transición degenerativa-evolutiva nos aparece ahora como una constante pasible de permanencia, pasible incluso de incorrupción ante otras tipologías más agresivas o favorecidas por nuevas tendencias. Hasta el momento se creía que estas formas de vida mutaban para no desaparecer, ahora podemos afirmar que esto puede ser una simple apariencia externa y que lo cierto es que las características de clase se mantienen intactas en más de un caso probado. Lo que nos impone reconsiderar no la pluralidad de variaciones tipológicas, sino su permanencia solapada, digamos parasitaria incluso, entre las formas observadas por metodologías sociológicas más teóricas que prácticas. Allí se asientan la base de la zootopología urbana, de la que podemos decir que ya está dando sus primeros pasos firmes.
P – ¿Que son, concretamente, las características de clase? B.S - Para decirlo de una manera sencilla hay que pensar que lo que creemos un agregado, una variación pasajera, en un biotipo establecido, en realidad establece un nuevo biotipo independiente. No un subtipo, como se pensaba hasta hace poco, sino un tipo con propiedades y características exclusivas, regenerativas y adaptables. Antes podíamos decir: somos todos humanos, algunos humanos son noruegos, otros son caminantes empedernidos. Hasta allí señalábamos una manifestación particular no disociativa del concepto humano. Ahora debemos dudar de si nos referimos a humanos como tales, o simplemente pasar a considerar nuevas especies. Esto ha fecundado muchas disputas e incluso acusaciones de discriminación, pero lo irrefutable es que un zombie no es un humano, un vampiro tampoco. Podemos convivir con ellos, mezclarnos socialmente, realizar cruzas de sangre, pero no podemos decir que nos referimos a una misma clase. Un Flogger, un Elmo, un Wachiturro nunca fueron socialmente considerados como humanos, aun cuando no existían estudios serios al respecto. Qué ahora pongan el grito en el cielo no es más que una negación al rigor científico. A.S.A – Me parece que una de las cosas que ha molestado mucho, es que a partir de nuevas constantes que han sido probadas, la zootopología ha cambiado por completo el mapa en el que leíamos nuestra realidad. Es un error pensar que la nueva lectura discrimina, cuando, por el contrario, abre las puertas a una comprensión mucho más efectiva. Si-
guiendo con los ejemplos de Bernabé, a nadie se le ocurriría obligar a un vampiro a tomar leche; se sabe cuan delicado es su aparato digestivo, se comprende el daño que se le puede causar. Tampoco se le pide a un zombie que razone una melodía de Vivaldi, para la que no está naturalmente dotado. Del mismo modo nadie podría proponer que un Motochorro (fur duo rotae -en Latín-) dicte clases de ética. Yo creo que cuando nos apropiemos de esta nueva comprensión, de la comprensión profunda de la biodiversidad de clase vamos a tener una sociedad más justa, más comprensiva incluso. P – ¿Como surge el “Zootopológico Urbano Mario Russak” en nuestra ciudad? B.S - Para nosotros fue una sorpresa el interés que nuestra investigación ocasionó en la gleba política y, especialmente, en el despacho Municipal. Hubo una perspicacia penetrante y una ayuda desinteresada que no podemos dejar de mencionar. Como ocurre de frecuente en las investigaciones de avanzada, la falta de financiamiento genuino es un obstáculo embarazoso de soslayar. Gracias a la disposición de la administración pública se pudo llegar a una síntesis útil a todos los actores. Empezando por crear una colección estable que a la vez sea de alcance público y de interés turístico. Lo que permitiría seguir avanzando y compartiendo con la sociedad. A.S.A – Vemos en este paso una forma de propiciar esa comprensión que te mencionaba antes. Hoy cualquiera puede dejar la duda, la teoría y la especulación para ver cómo son y cómo se comportan en sus microhábitat, para estudiarlos en forma viva. Hemos manteni-
do el mayor respeto por las características especiales de cada zootipo, incluso los hemos favorecido para el mejor desarrollo de sus particularidades. P – ¿Cómo se reunió la colección de ejemplares? A.S.A – Recibimos muchas donaciones de familias particulares. Un gran desapego y contribución de estas familias que nos cedieron especímenes de manera generosa. Rápidamente sumamos Guachines, Raperitos, Skaters, Fumones, Villeritos, Cumbieros. Los “Bro” no son una clase pura, sino que se integra a otras muy disímiles. Con más dificultad, pero con ayuda de coleccionistas privados, sumamos luego Familias de Trapitos, Malabaristas de semáforos, Rastas, Barras Bravas, Asesinos de Taxistas, Mujeres Golpeadas y Hombres Golpeadores, Empleados Humillados, Travestis Enanos, Empleados de Comercio y Artesanos. B.S. – Hubo Clases que, si bien resultaban claras de acuerdo al protocolo de constantes que manejamos, no se encuentran fácilmente en estado puro. Fue difícil conseguir un incontestable Corredor Costero y debimos evitar confusiones sutiles con el confirmado Trodador de Cinta. También tuvimos dificultades en conseguir un Garca clase ” La Fonte D'oro”, un ejemplar muy, muy, particular y escurridizo. P - ¿Cómo se proyecta el “Zootopológico Urbano Mario Russak”? A.S.A – Fue muy oportuno, inteligente me animaría a decir, que por gestión del gobierno-
provincial se nos cedieran los terrenos cercanos al Museo de Arte Moderno. Allí vamos a instalar los distintos microhábitat de cada clase, se ha pensado en un recorrido educativo que a la vez sea divertido y ameno. Por ello se han organizado grupos y sub-grupos de hábitat muy coloridos en su disposición e ingenieria. provincial se nos cedieran los terrenos cercanos al Museo de Arte Moderno. Allí vamos a instalar los distintos microhábitat de cada clase, se ha pensado en un recorrido educativo que a la vez sea divertido y ameno. Por ello se han organizado grupos y sub-grupos de hábitat muy coloridos en su disposición e ingenieria. B.S – Aunque problemática en el significación, pusimos gran énfasis en lo que llamamos “La Isla de la Fantasía”. Un gran sector donde logramos hacer convivir diversas clases. Hay allí Budistas, Yoghis, Veganos, vegetarianos, Astrólogos, Calendaristas Mayas, Lanzadores de runas, de Jogo do Buzios… Fue muy complicado a pesar de la aparente, y recalco lo de aparente, falta de hostilidad de estas clases. En más de una oportunidad la militancia activa de algunos especímenes nos hizo dudar de la viabilidad de éste proyecto en particular, pero finalmente se está logrando. No dudamos que antes de la apertura, con la ayuda de coleccionistas privados, podremos contar, incluso, con un ejemplar de político honesto y una o dos jugadoras compulsivas de Candy Crush.
18 de junio Hemos muchos los que no tuvimos padre. No refiero a un padre como Charles Ingalls, ni uno algo borrachín, violento y de escasas luces. Hablo de carecer por completo de esa figura siempre contradictoria del progenitor. Hombre bondadoso, estoico o mediocre según el caso, contra el que tarde o temprano hay que rebelarse para revelarse uno mismo hombre. Recuerdo que de muy niño escuché un expresión propia de un ambiente por fuerza matriarcal: “Padres hay en cada esquina, madre una sola”. Afirmación cruel y despechada que no evita, ni quiere evitar, la injusticia de las verdades que no lo son. Incluso hoy hay un gran y propicio escenario para hablar mal y peor de los padres. Las mujeres lo explotan con convicción y tenacidad, con tal entusiasmo que se llega a creer que, salvo muy escasas excepciones, las mujeres, especialmente las madres, son seres todo amor y sacrificio, mientras que esa especie ruin y sojuzgadora de los hombres es una recua incoherente sin salvación posible. Tal como madres hay padres buenos, regulares, malos, incompetentes, crueles, intolerantes, amorosos y hasta abnegados. La paternidad o maternidad nos son fáciles y cada quién hace lo que mejor puede sin un manual infalible que evite terribles errores. Ser hijo tampoco es fácil.
Sin poder mentir sufrimientos que no he padecido, sería necio negar que la carencia no dejó su huella en quién soy. No encontré un padre en cada esquina y mi abuela, mi madre y mi hermana, no eran, y absurdo sería pedirles que fueran, entes luminosos de sabiduría, comprensión y ternura infinita. No hubo un padre en cada esquina, no. Pero hubo hombres buenos, con sus virtudes y yerros, sin los cuales no hubiese podido construirme hombre. Hubo un hombre que se llamó Raúl y que fue lo mejor y más parecido a un padre que tuve. Si él no hubiese pasado por mi vida no hubiese podido intuir dónde llevar mi naturaleza, mi curiosidad y mis ganas de aprender. Raúl corrió las ventanas y abrió la puerta de mi cabeza y mi alma para que yo sospechara, con bastante imaginación de niño, un mundo que no estaba limitado por las esquinas de mi cuadra ni por el gris de la vida domestica. Debió ser mi padre y el universo nos jugó una broma pe-
sada a los dos. Si algo me enseñó, por sobre todo lo que me enseño, fue el amor de hijo. Aún hoy, cuando quiero encontrar una imagen para la ternura, invoco mi pequeña mano dentro del calor de la suya mientras caminamos quien sabe a donde. Lo sigo extrañando y cuando me confundo en mis muchas dudas imagino que haría él y trato de hacerlo yo. Si me preguntan por mi padre, sin que me importe explicarlo, hablo de él. Hubo otros hombres, escasos y especiales, que también me dejaron sus huellas para que yo encontrara mis pasos, me dieron referencias para armarme y destruirme en un mapa siempre cambiante. Hubo un almacenero Osvaldo Pertuzzatti. Hubo, lo supe mucho más tarde, un profesor de Educación Física de apellido Barco… Hubo hombres, no en cada esquina, que obraron un poco como padres. A cada uno, en mi memoria y allí donde hay una memoria del cuerpo, de las vibraciones, les agradezco ya que sigo siendo un niño. ¿Qué es un padre a fin de cuentas? ¿El que nos vela la fiebre? ¿El que trae el pan cada día? ¿El que nos lleva a patear una pelota a la plaza? ¿El que nos impone un oficio? No lo sé y ya no me preocupa saberlo. Me conformo diciendo que debe haber tantas formas de ser padre como tantas formas hay de amor “reciproco” entre un hombre y un niño o un adolescente. No obstante el saber que es un terreno imperfecto donde toda certeza es injusticia, he llegado a saber que un buen padre, si el hijo es buen hijo, no puede fallar en algo esencial: En ser un Maestro. Un verdadero maestro no es aquel que vuelca un contenido cualquiera
en nuestras cabezas o en nuestras costumbres para que repitamos lo que se nos ha cedido, un buen maestro es aquel que vacía nuestra cabeza y nos enseña a llenarla por nosotros mismos. Un buen maestro es aquel que no nos hace de un modo determinado, sino el que nos da la libertad y la guía para hacernos quienes verdaderamente somos. Un buen maestro no enseña nada especifico, sino que nos enseña a aprender. Definitivamente un buen padre es un buen maestro sin que se pueda renunciar a que un buen maestro es un buen padre. Es simple pero no se encuentran en cada esquina. No son perfectos, no lo saben todo con una respuesta para cada caso. No tienen paciencia infinita, a veces les duelen los pies, a veces tienen mal humor, pero con dolor de pies, con mal humor, carentes incluso de respuestas están ahí, y ese estar enseña. Ese estar indica y advierte. Están ahí y ese estar enseña, si se es buen hijo, un alumno aplicado. Siempre me ha sorprendido que ese palito que le ponen a los árboles nuevos para que el viento no los tuerza se llame “Tutor”. A los Maestros se los solía llamar igual. Enseñar es más o menos lo que hace ese palito, ayudar a que el árbol se haga fuerte, que crezca recto y un día sus ramas y follajes se abre acorde a su naturaleza, a sus circunstancias, el árbol se vuele más alto que su tutor y crece como crece; crece como es. Hemos muchos los que no tuvimos padre. Afortunados aquellos que tuvimos la suerte de encontrar, porque no están en cada esquina, algún Maestro.
Homo homini lupus (I) (y por si llega a funcionar: donde se vea la imagen de un video, hacer click sobre ella)
El lobo no es un guerrero, es un emboscado solitario que agudiza la astucia ante la relación desequilibrada de fuerzas. El lobo es un sobreviviente tenaz, satisfacerse es sobrevivir y sobrevivir es satisfacerse. Por sobre cualquier otra cosa está su supervivencia y su satisfacción. La sujeción a la manada le es utilitaria, el lobo es pragmático e individualista, el pacto a la manada no le resta su propia individualidad ni desarrolla su conciencia hacia nada ni nadie que no sea él mismo y su supervivencia. La manada depende de una fuerza mayor, la del líder, el más fuerte; pero aún en el conjunto el lobo compite contra sus pares, incluso contra el líder que sólo retiene el poder por su fuerza. La fuerza es el poder y a eso se reduce toda forma de de interrelación de la que es capaz el lobo. El hombre es un lobo que aspira a dejar de serlo. Una posibilidad a realizarse. El hombre apela a la organización por medio de la inteligencia y su hermana menor: la razón. Asume ante el desequilibrio de fuerzas la necesidad del otro, y en esa mutua necesidad reciproca, instaura el principio de una posible igualdad. El hombre no reduce el poder a la fuerza queriendo evitar la condición destructiva (salvaje) de esta simplificación. No lo hace exclusivamente por clemencia, sino también por miedo. Intuye alguna forma de justicia que equilibre la relación fuerza-poder. El hombre abona un valor mayor de la existencia que el sobrevivir y satisfacerse y para ello está, y obliga a la conciencia completa, ese otro (otredad) que hace de reflejo y certeza de la mismidad.
La aspiración del hombre, por necesidad, es transformar el sentido de su existencia individual al amparo, y con competa conciencia, de existencia colectiva. El conjunto es más valioso, vital e importante, que la unidad. La unidad no puede sobrevivir y sostener su condición humana sin la suma, sin la suma sólo puede caer en el salvajismo. El pacto con la manada implica ahora otros valores, empezando por la exigencia de la justicia, y anclando en el concepto de solidaridad. Sin solidaridad no tiene sentido humano la sociedad de los hombres, no se distingue de una manada de lobos. La organización social humana presupone la cesación de la fuerza como poder, al menos dentro de la propia especie. Lleva al fin de la lucha entre pares, puesto que los mismos han cesado su individualidad para la construcción de la generalidad donde impera una justicia colectiva y la solidaridad que ha remplazado a la fuerza. Si es necesaria la fuerza, ahora es hacia fuera de la comunidad, ante los enemigos comunes a todos, sea, básicamente, la influencia de la naturaleza, el entorno, que debe ser dominado para asegurar la supervivencia del grupo. Asegurada una regular seguridad de subsistencia el hombre va por más. Con la certidumbre de sobrevivir, sin necesidad de lucha interna, se abren las puertas a la inmensa posibilidad de la satisfacción. La satisfacción romperá el pacto colectivo y el principio de igualdad reciproco y necesario. El hombre, al amparo de esa hermana pobre de la inteligencia que es la razón, impondrá todo tipo de fuerza-poder contra el otro, ese otro que ahora es
aquel que restringe su capacidad de placer. El hombre vuelve a ser lobo cuando supedita al otro a su supervivencia y goce. Mucho más al goce que a la supervivencia. En su isla, en solitario, Robinson Crusoe había logrado por sí mismo un perfecto sistema de supervivencia. Se autoabastece completamente y sin riesgos mayores. La llegada de Viernes no le representa la llegada de un igual con el cual hacer un pacto reciproco de necesidad. Viernes es negro, por tanto algo menos que humano. Viernes se convierte en un sirviente para placer del hombre que ha dejado de ser un solitario para convertirse en un poderoso. Porque el poder, o la vana ilusión del poder, suministra placer. Si el lobo intentó ser hombre, el hombre rápidamente volvió al lobo. El lobo no debió disfrazarse de oveja, sino ponerse la apariencia del hombre y retorcer esa hermana pobre de la inteligencia que es la razón con su natural y primitiva astucia. La ley es hecha para que alguien encuentre en ella una trampa, y la astucia se ocupa de eso. Cuando el hombre aspira a serlo, el otro es un igual en la necesidad reciproca; cuando el lobo se disfraza de hombre el otro es un subalterno que, por medio del poder o la astucia, debe obedecer para sobrevivir. El “otro” debe sobrevivir, mientras que el poder del lobo ya se ha asegurado de sobra su vida. Y ese otro se convertirá inexorablemente, sin piedad, exactamente en eso: el otro. [Continuará Mañana]
Poder (II) Poder significa que las cosas son como yo quiero cuando lo quiero. La sublimación absoluta de mi deseo y la respuesta sublime a cualquier necesidad de satisfacción del deseo. Hacer que el “otro” haga lo que yo quiero, cuándo y cómo lo quiero es la propiedad y aplicación perfecta del poder. Como todos quieren satisfacerse hasta el peor de los excesos, el poder estará siempre en litigio. Por lo cual el único aumento posible de poder es llevarlo al punto en que no sólo puedo obligar a que el otro haga lo que yo quiero cuando lo quiero, sino que puedo eliminar, hacer desaparecer, a aquellos que ansían y disputan mi poder, o simplemente reniegan de cumplir con el mandato de lo que yo quiero cuando lo quiero. El poder salvaje es la razón originaria de cualquier guerra (y no hay guerra que no sea sucia). Exterminar al enemigo es exactamente, y sin eufemismos, la aplicación máxima del poder. Siempre hay otro. Un diferente, sea por color de piel, de credo, de sexualidad, la edad, por pobreza o cualquier manifestación de debilidad. Otro que tiene algo que yo necesito o deseo tener. Sea por lo que fuera siempre hay otro al que someter, porque sin sometimiento el poder no puede realizarse, no puede ser poder. Ya no me impongo al otro para
comerlo y satisfacer la necesidad primaria de mi propia subsistencia, lo someto para mi satisfacción. Y quizás llega el punto en que sin nada más que me satisfaga la última satisfacción que puedo anhelar es la satisfacción del poder que destruye todo antagonismo. Toda otredad. Cuando el lobo ha viciado con su astucia la hermana pobre de la inteligencia: la razón, no será posible ninguna forma de organización que se sustente en principio básico de la interrelación entre hombres como tales: la igualdad. Cuando la organización tribal, luego sociedad, admite que alguien tiene alguna forma de “derecho” a detentar el poder, lo que significa la fuerza y no la administración de la solidaridad, ya ha perdido toda posibilidad de igualdad, y con ello pierde la realización de toda justicia. No hay ahora frontera entre la amenaza externa y la interna en la concepción de que alguien tiene derecho a la fuerza y por tanto poder. No la hay porque el poder se realiza en someter, y someterá tanto a los de adentro como a los de afuera por imperio de su propia esencia. La igualdad entre los hombres es ilusión de la anarquía. No es una idea absurda, aunque sí, en exceso, bienintencionado. Instaurado el poder sólo se podrá librar uno de él, tomando el poder. La insurgencia para combatir al poder se ha vuelto un nuevo aparato de poder que utiliza los medios, y actúa en el terreno, que el poder le impone. Venza quién venza el resultado será el mismo. Lo primero que hace toda revolución victoriosa es crear un formidable cuerpo de policías y delatores. https://youtu.be/iT6oviO0lTw
El lobo soporta la mugre y se ensucia placenteramente con la sangre. El hombre, aspiración a realizarse en el abandono de la bestialidad, desespera en las intuiciones éticas donde pretende limpieza y descree de verter la sangre del otro. La igualdad, la consideración de que el otro es un semejante, será la mayor debilidad de hombre ante el lobo. Cuando el hombre derrama sangre, cuando hay un otro es el enemigo, el lobo ya ha tomado su lugar en la escena histórica y ha desplazado para siempre cualquier aspiración del hombre como tal. [Continuará Mañana]
HOMBRES HÉROES Y DIOSES (3) Los dioses son inmortales, el poder de la eternidad les permite divertirse mirando a los hombres masticarse entre sí. Ni les importa intervenir pues tienen una gran confianza, o inacabable desinterés, en que la naturaleza resolverá lo que le acontezca por sí misma. Los hombres son una aspiración, lobos que no logran dejar de serlo. Enajenados ahora en esa eterna contradicción e imposibilidad contra la que lucharán en vano, apelando a la razón, al andamiaje de sistemas razonables, antes que inteligentes, donde nunca pueden evitar el poder para instaurar definitivamente la igualdad. No puede haber igualitaria sa-
tisfacción para todos puesto que el poder es la mayor satisfacción y únicamente puede darse donde otros son sometidos. Los héroes son la zanahoria delante del burro. La promesa ética puesta en la nariz de los hombres. Condenados a la mortalidad jamás alcanzarán la perfección (y el desinterés) de los dioses, tampoco podrán tolerarse la irresolución humana. Se impondrán la conciencia de sí mismos (que define una ética) y la extenderán a la tribu como objeto de noble inmolación. Ya que no alcanzarán nunca la inmortalidad son capaces de forzar la forma en que mueren. Santidad (cómo máxima virtud ética) y martirio (como resultado de la desobediencia) van de la mano. La invitación, no carente de inteligencia, es que si no puedo matar al otro sin convertirme en el otro, puedo morir con mis botas puestas para salvaguardar el que aspiro a que seamos. El héroe y no el hombre, es la perfecta figura contrapuesta al lobo. El lobo sólo se importa a sí mismo y por ello sobrevivir es satisfacerse. Al héroe le importan otras promesas o posibilidades por encima de su propia vida. La vida no tiene sentido sin un acuerdo y realización con los otros y para con los otros. El heroísmo, o inmolación si se quiere, es una propuesta para pocos y es origen de bastante confusión. Una de esas confusiones es cuando se la asocia a la piel con que se disfrazan muchos lobos con astucia: Si caen sin conseguirlo son héroes, si consiguen tomar el poder, ellos mismos o sus sucesores, vuelven a
ser lobos. La otra confusión es aceptar que las cualidades del héroe son producto de alguna entidad cósmica o por fuera de lo humano. El ideal que prefigura el heroísmo es la voluntad y capacidad de desobedecer a la autoridad, de negar el poder y el sistema de mandatos que impone a los otros. El heroísmo, tal como se lo refiere aquí, puede interpretarse como una forma de aproximarse a un anarquismo donde no se aspira a tomar el poder, sino a realizar la autodeterminación negando el poder cuya razón ha caducado. Los hombres, que ya han fracasado sistemáticamente en dejar de ser lobos, no tienen otra cosa, para soportar su fracaso, que anhelar el heroísmo que no poseen y que por tanto los disculpa. El heroísmo o ejemplaridad se convierte en alguna forma de esperanza o estereotipo de culto, de lo que el hombre sigue sin conseguir pero que es, aparentemente, posible lograr. Al mismo tiempo el “ideal” de heroísmo destruye sin estrépito el pacto de solidaridad humana. No hay tal posible solidaridad en tanto debemos ser lo que no somos: héroes. No podemos concretar un pacto de fraternidad porque el lobo sigue aquí, y el único modo de vencerlo es ser un héroe, los hombres apenas intentan ser humanos. Al héroe le corresponde la muerte como inevitable confirmación de su ser. Al lobo la supervivencia y la satisfacción de su naturaleza de sobreviviente. La situación del hombre se ha vuelto ahora más terrible, el sufrimiento y el desconcierto aumenta porque no pudiendo ser lo uno o lo otro en plenitud, donde logre llegar sólo obtendrá la culpa y la neurosis.
Lucha (IV) Para que se sostenga la razón de que el poder debe existir, y alguien detentarlo y ejercerlo, debe existir el contexto de lucha. Sin ese contexto la obediencia interna sería objeto de interminable cuestionamiento de conciencia. El concepto elemental de “lucha por la supervivencia” deberá prolongarse aunque no haya necesidad de ello, aunque el hombre pueda asegurarse producir lo suficiente habiendo dominado el entorno. El orden que debiera surgir de la aspiración humana, con su ley y su solidaridad, cederá su lugar y la lucha pasa al terreno de la propiedad y distribución, que siempre están en manos del poder. Esa lucha se prolongará tanto como el mandato de que ganaras tu pan con el sudor de tu frente. El poder se asegura el pan por la fuerza capaz de exprimir el sudor del otro que obedece al orden establecido. Los pilares incuestionables de las organizaciones sociales muy desarrolladas son la producción y acumulación de riqueza bajo la promesa eterna de una mejor y más justa distribución. Estos pilares intocables se establecen en el modelo de organización laboral de hace casi dos siglos atrás. No es el poder como aparato, ni la guerra como aplicación de la máxima fuerza, lo que sostiene el sistema. Lo que lo sustenta es la máquina de la organización laboral con todo su entramado en funcionamiento, tan corrupto y perverso (o simplemente absurdo) como toda la maquinaria social. Entre la idea del individuo con respecto a su trabajo (y a su vida), y la realidad del trabajo en la organización comunitaria, hay
tal desequilibrio, que toda idea de la realidad que podamos inferir de esa maquina en actividad entraña la posibilidad de ser completamente falsa y deshabitada de toda ética. Cuando ya no sea el alimento y demás necesidades básicas, será un nuevo lugar en el orden de la sociedad; y con ello un nuevo objeto de satisfacción, un candelabro, un espejo, un Ipad, más ropa, más comida, más libertad para consumir más y así asemejarse al ideario de inmensa satisfacción a saciar, la gran satisfacción que remeda al poder. Pero sin detentarlo, sin tener poder alguno, luchando cada día para parecerse a los poderosos, pero sin serlo. La vida no es lucha. La lucha es el sistema de trabajo, la alienación productiva, el negocio, la ganancia, la cosificación del individuo, el reparto arbitrario, la competencia para resolver cualquier necesidad o satisfacción y su derivación en el consumo patológico, el pánico a la pérdida de pertenencia. Basta pensar que cuando el “ser” se convierte en un “recurso humano” del sistema laboral, es porque la deshumanización alcanzó el completo consentimiento de todo el conjunto social. Nunca habrá equilibrio posible en ese vértigo de la necesidad y satisfacción que debe ser saciada. Una de las causas más recónditas es la culpa y neurosis que no puede esconder-
se: la frustración a la aspiración humana de la igualdad irrealizada y la solidaridad desvanecida. En el vértigo y persecución de la satisfacción, el hombre, que ya se ha cosificado a sí mismo y deshumanizado al “otro”, bordeará la peligrosa cornisa de la más abrumadora soledad. Esa soledad desconfiada y materialista que tan bien le viene al poder a los efectos de la obediencia que necesita. Establecida la “verdad” de que la lucha es el contexto ineludible (como sentido mismo de la vida), el hombre, obediente y razonable, luchará por el derecho de pernada y por su lugar en el sistema de trabajo, que cifra su lugar en la sociedad. Quién no obtiene su parte es porque no ha sabido -carece de habilidad o tenacidad- luchar. Allí el punto de inestable convivencia del hombre y el lobo. La sociedad, que no ha logrado ser humana, replicará de mil modos, y a su elección, el modelo natural de cadena alimentaria –a la que algunas veces llamará lucha de clases: clasificando seres humanos-. La astucia estará en que ya no solo se lucha para comer (sobrevivir), sino para subir un eslabón en esa cadena. Incluso se admitirá la falsa premisa de que mientras más subimos en esa cadena alimentaria mejores somos, cuando en realidad más cerca del lobo solitario, pero sin su sangrienta, descarada y confesa ferocidad, estamos. Que no tengamos que lamer la sangre de nuestras víctimas, de los que están debajo de nosotros, los más débiles, permite convencernos mejores. Lo cierto es que el poder se ha encargado de derramar esa sangre por nosotros, de establecer la distribución y la satisfacción a su conveniencia. Las cosas son así y el hombre no es un héroe para hacer de su
responsabilidad individual aspiraciones idealizadas o idealistas, contratos más equitativos y ejercicio pleno de la solidaridad entre iguales, porque ciertamente no hay iguales, hay seres cosificados y obedientes que aspiran, pero sin entusiasmo o sin confirmación de una ética plausible y aplicable, a ser hombres, y lobos que aspiran a ser más lobos. Los últimos llevan la ventaja de que ya han impuesto su astucia en la construcción del orden social. [Continuará Mañana]
Contrato Social (V) Si las ideologías, como actitud, y su correlato doctrinario, como plan de acción, tienen algo de humano -en el papel escrito antes que en la praxis de la historia- es que no pueden eludir de sí mismas el componente ético (actitud) que nutre la aspiración humana de dejar de ser lobo. Algunas vez, en posesión del poder, y cuando el otro, que siempre es la razón del conflicto, sea convencido o derrotado, quizás, seguramente, esta aspiración de ser hombres se realice en el la realización del estado ideal. La anteposición de un sistema ideal que logre hombres ideales (hombres nuevos) es otro de los fracasos que se cuentan entre las fantasías muy razonables de la épica histórica. El fracaso anunciado obedece a que los hombres nuevos deben, sin opción, hacerse de los
hombres viejos. Presuponer un hombre ideal es conjeturar un hombre protegido, o escindido, de las constantes contradicciones éticas, como de las contradicciones del deseo de satisfacción. Algo que no es, ni será nunca, humano en modo alguno. Ética no es moral, sino una decisión más ajustada y concreta de lo que se acepta como bien y mal. Las ideologías, con todas las torpezas de la razón y aún sosteniendo que el aparato del poder es inevitable porque hay otro al cual dominar o suprimir, han consentido alguna forma de ética que por un lado las certifique y que por el otro mantengan el curso de la aspiración humana a la irrenunciable solidaridad en un marco de justicia. Por supuesto que de la doctrina a la acción de la historia “real” dejamos muchas paginas en el cesto del papel higiénico ya usado. Lo que importa aquí, es que a pesar de todos los fracasos doctrinarios, de las promesa y decepciones de U-topos (aquel maravilloso ningún lugar), de su irreversible impotencia ante la realidad del poder como fuerza, las ideologías ponen al hombre en la encrucijada de una ética, de un bien y un mal que depende de su conciencia en sus actos individuales para la realización del contrato social colectivo. Señalemos muy al pasar que el principio de democracia no se limita al derecho u obligación de delegar poder en un representante, sino definir individualmente a qué tipo de intención se aspira, constituir en torno a esa intensión una forma organizada, determinar el mejor representante para llevarlo a cabo y conquistar un espacio de inclusión dentro del aparato del poder. Si alguien cree que las democracias modernas funcionan con tal conciencia y participación individual es sólo por completa negación al manoseo de la opinión
individual y colectiva por esas cajas de resonancia que son los medios (incluyendo Internet). Cuando en los 90 se declaró ampulosamente la instauración del dogmatismo y la caducidad de las ideologías como actitud (y hasta como esperanza), lo que se hizo fue permitirle al lobo obrar sin necesidad de seguir prometiendo esa aspiración a realizarse: ser humanos. Capitalismo salvaje no es otra cosa que la instauración, con el aplauso incluido, de aquellos que estén dispuestos a llenarse la boca de sangre para triunfar. Ya no hay que fingir, el objetivo es ahora comerse al más débil para volverse más fuerte y siendo más fuerte que ayer, comer al nuevo débil de hoy. La obediencia se consigue dándole a la manada el resto de las sobras y la fantasía de sujeción a un sistema que asegura velar por ellos, y con tal se les permite la ingenuidad de que son auténticos lobos capaces de prescindir -porque ya han prescindido de toda perspectiva ética- de la aspiración de llegar a hombres. A los últimos en la cadena apenas les queda resistir sin nada en qué creer y menos que nada a que aspirar. Todo ha quedado en manos del poder y ya es imposible, incluso, disputarle el poder al poder. Eso es la más irrealizable de las viejas fantasías con la cual se alimentó la hipótesis del permanente conflicto. Eso se llama globalización y la ley de la globalización es el dinero (la razón del dinero es únicamente el dinero). Postmodernidad es darle suficientes juguetes de satisfacción, a cambio de dinero, a un grupo tolerable de la población para así poder fagocitarse a otro grupo que ni juguetes tiene.
No es de extrañar entonces que donde hay menos distribución y más necesidades insatisfechas la violencia absoluta sea la respuesta natural y al mismo tiempo la única posible. Tampoco debiera causar asombro que esa violencia se vuelque sobre los que están, o parecen estar, en el eslabón inmediatamente superior del sistema. ¿Por qué pedirle a los que el sistema más ha marginado que se comporten con humanidad? Este peligroso contrato social casi nada le importa a los que consumen, a los que pueden consumir bastante y más allá de las necesidades primarias de subsistencia, porque ahora están entretenidos, aletargados, persiguiendo una ilusión de felicidad que no tiene nada que ver con un principio de igualdad y solidaridad al amparo de un sistema de leyes o conceptos éticos. Todo eso ha quedado muy lejos del ser humano que paulatinamente se distanció de la ética, renegó completamente de cualquier credo o compromiso reciproco con la comunidad -que tampoco tiene mayores compromisos con el individuo al que ha cosificado o deshumanizado-, y en su paso efímero por esta existencia aspira, por necesidad y por un inmenso vacío y envilecimiento en las cláusulas del contrato social, a lo mismo que el lobo: sobrevivir. El héroe, aquel desobediente, cuya idealización es tan difícil de imitar, ha sido remplazado
por la celebridad, ese mamarracho mediático que se sospecha que coquetea con el poder; y es plausible que así sea, ya que los medios son consorcios del poder. Ahora el contexto de lucha es real y declarado sin atenuantes, la lucha es por los emblemas del éxito y el éxito es satisfacción. La carencia de resultados en este argumento de lucha se llama fracaso, y lleva a caerse del sistema, a no poder consumir primero y a padecer ese hambre que padecen los que son exprimidos por las mandíbulas que se deleitan con la sangre y que vemos, sin ensuciarnos, por televisión. El miedo a tales cosas tiene perfecto sustento en la imposibilidad de equilibrar esa lucha por medio de la solidaridad (que en esta instancia, y en este contrato social, ya es completa desobediencia). No hay solidaridad posible en el modelo de libre competencia en la cadena alimentaria: tratar de ayudar a otros nos arriesga a ser captura del más fuerte de turno. Pragmatismo es el permiso para fracturar todos los convenios sociales que marcaron el siglo XX. Esos convenios que nos daban la ilusión de alcanzar alguna forma de equilibrio entre los lobos y los humanos. Ese pequeño compromiso que los lobos les concedieron a los hombres para salpicar menos sangre si no era autoritaria o despóticamente necesario. [Termina Mañana]
LA MENTIRA (6) La memoria atávica nos mantiene en el miedo de la supervivencia. Miedo a carecer de lo necesario para sobrevivir, miedo al sufrimiento que impone la escasez. Miedo a que otros más fuertes nos quiten lo imprescindible. Ese recuerdo que no se borra con el paso de los siglos, que persiste en la acción del hombre y su sagrada y astuta mezquindad, atestigua como condición real algo que es completa mentira. Hoy el hombre produce –acumula y dilapida, literalmente- mucho más de lo que necesita consumir, produce incluso mucho más de lo que es necesario para una justa distribución; pero si esa distribución se hace efectiva, cae a pedazos el sistema, la mentira, se hace completamente evidente que el poder, y su fuerza, ya no tiene sentido de ser. Desaparece la ilusión de un objeto de lucha a vencer. Desaparece la mentira en la que se sustenta el sistema porque ya no hay qué o quién conquistar. En algún lejano futuro quizás se llame a este estado actual: “psicosis post capitalista”. ¿Por qué seguimos luchando? ¿Cuál es el objeto de lucha? ¿A quién atacamos y de qué nos defendemos? ¿Qué miedo ancestral nos obliga a la aceptación de este orden completamente injusto y falto de solidaridad cuya juicio de la ley está completamente viciada por la corrupción propia de un sistema de fuerzas? ¿Qué producimos, qué acumulamos, qué repartimos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vida?
Habrá alguna razón, si se la busca, para que los hinchas de un equipo de fútbol no se conformen con el resultado del partido y deban exterminar al adversario matándolo, literalmente. Habrá una razón para que tengamos necesidad de otro con el cual combatir y, mejor, si podemos experimentar la satisfacción vencer. La razón, en estos y otros casos, no es algo que tenga inteligencia alguna. La destrucción del planeta, la acumulación toxica de basura, el hambre en África o Sud America, el trabajo en negro y casi esclavo, las burocracias ineficientes y kafkianas, nada de esto y más nos demuestra ninguna inteligencia. Habrá, si se las busca, interminables razones para la crueldad brutal, pero no inteligencia. La más significativa muestra del capitalismo salvaje, del modelo de sociedad que se nos propone como producto de cientos de años de evolución, es la cultura del Shoping: ese majestuoso, de ser posible, templo donde se inmola el consumo, la voracidad sangrienta y el absurdo de nuestras vidas (y nuestro trabajo) y donde ha fracasado la aspiración a ser humanos. Hace menos de cien años atrás, existía una forma perfectamente legal y razonable de esclavitud. Los obreros o peones rurales trabajaban en grandes estancias donde se les pagaba con unas chapitas acuñadas por el patrón. Con ellas podían comprar en el almacén de la estancia, que era del patrón y que tenía los precios que el patrón imponía. Por supuesto que lo que se les pagaba a los peones era mucho menos de lo que estos gastaban en el almacén de la estancia, de modo que cada quincena ampliaban su deuda con el patrón y por tanto debían seguir trabajando para él hasta pagarle. La situación no tenía fin y si el
peón intentaba escaparse de la estancia era “cazado” como un delincuente o animal, regresado a la estancia, y obligado a seguir trabajando para pagar. Esta cultura del Shopping que nos signa, con su comparsa mediática y los intelectuales entre pautas publicitarias, no deja de ser la sublime perfección de aquella esclavitud legal y razonable de los peones rurales. Las chapitas han sido remplazadas con rectángulos de plástico. Los ricos son cada vez más ricos, los pobres son insensatamente muy pobres, y las clases medias, medias-altas, deben defender cada vez con más violencia su lugar en el sistema. ¿Cuál sistema? No trabajamos -refiero a ese trabajo al cual atamos nuestras vidas - para producir bienes que aseguraren nuestra subsistencia individual y colectiva, menos que ello para compartir un pacto reciproco entre iguales, anclados en la solidaridad con un marco de justicia. Trabajamos por la cosificación masiva en el ritual de deslindarnos del otro como parte y pertenencia de nuestro existir. El trabajo moderno es la más excelsa manera de esclavizar, ya no el cuerpo, sino la psiquis o, peor aún, la conciencia y la verdad. Si el “modelo” de nuestra sociedad actual es el fracaso de un millón de aspiraciones donde se sospechaba y proponía la posibilidad de alguna ética humana, simple y modestamente humana, ese fracaso no es producto de un acto mágico. Hemos perdido de vista al hombre como aspiración ha realizarse creyéndolo realizado en
su harta satisfacción egoísta. Hemos perdido de vista al otro necesario para que esa aspiración se realice. Hemos sepultado la inteligencia bajo la razón, para luego sepultar el sentido común bajo la astucia que obtiene beneficios. Hemos culturizado el consumo para mentirnos el carácter depredador de nuestros actos que nada tienen que ver con “sobrevivir” ni con la construcción de un “estado ideal”. Nos hemos convencido que ser anónimos en ésta colección de consumistas eleva nuestra individualidad cuando lo que realmente ocurre es que nuestra individualidad es lo primero que hemos perdido. Remplazamos la posibilidad laboriosa de ser, por el hecho de pertenecer, y pertenecer es consumir hasta no ser. Consumir y trabajar hasta la más nefasta soledad. No se trata exclusivamente de que nos mientan y nos atonten, de que nos hipnoticen con espejitos y cuentas de colores. Se trata de que participamos, por comisión, omisión o necedad, de este contrato social viciado de mentiras. Cada mentira necesita de otra mayor y otra más luego. Las mentiras, para poder tragarlas sin vomitar, deben ser razonables. Tanta razonabilidad nos ha llevado a un discurso que va por un lado mientras la realidad va por otro, inevitablemente separados y sin puntos de encuentro. Si esa incoherencia entre realidad y el discurso no es una forma patológica de alienación, entonces no hay locura, pero tampoco cordura.
No existe un momento histórico idílico, ni una sociedad perfecta, ni un hombre concluso. No existe un dogma infalible, un sistema eterno, una verdad para todos. Existe una aspiración dinámica, donde el otro – que al mismo tiempo es uno- debiera estar por encima de cualquier diferencia, de cualquier motivo particular. No por bondad, sino porque la existencia del otro realiza mi propia existencia. Lo que el “otro” me proporciona no es utilitario, sino algo mucho más profundo y volátil; confirma mi capacidad a realizar la aspiración de humanizarme. Olvidar al otro, sujetarlo a un trato de desigualdad, es deshumanizarme sin atenuantes. Quizás no podemos, ni sinceramente queremos, renunciar a la fútil satisfacción de los objetos, de los pequeños placeres del consumo, de la atracción que nos causa los símbolos del poder y su versión sin poder llamada éxito. Quizás no hay mejor anestesia que trabajar, trabajar y trabajar sin sentido, para ello. No hay nada de malo en que sí sea, de hecho así es y así ocurre. Lo penoso y alienante, es la mentira. El fingimiento de que si no se visualiza sangre no hay aplicación de fuerza bestial. El montaje teatral donde desarrollamos la gran parodia donde nadie cree ya en nada ni espera creer. Lo triste es esta pérdida de la inocencia con que se aspira a la verdad, algo que ya a nadie le importa. Cada uno de nosotros sigue siendo uno entre millones de esos otros. Quizás, alguna vez, en algún futuro, nos propongamos sinceramente, con dedicación, ejerciendo la libertad de
desobedecer la mentira, ser un hombre para con el hombre.
19 Julio Si se hubiera llamado Maurice y nacido ciego, habría aprendido a tocar el acordeón en las esquinas, para morir tuberculoso a los 23 años, a poco de terminar la gran guerra. Si se hubiera llamado Ramón habría sido republicano y combatiente; llegando hasta hoy día con una pierna menos y odiando a Franco. Si se hubiera llamado Cemal, habría tenido muchos hijos y heredado el oficio de imprentero por tradición paterna. Si se hubiera llamado Bartholomäus habría comprado, a los 35 años, una granja donde aun vive con Dörthe, encantadora compañera e insuperable cocinera. Si se hubiera llamado Rose le habría negado el asiento del bus a un hombre blanco, el resto sería historia de los derechos civiles. Si se hubiera llamado Aaron habría crecido con Internet, convenciéndose de que era una herramienta igualitaria y de poder social, lo habría acorralado el sistema del gran país del norte y se hubiera suicidado a los 26 años. La mayoría nace un día entre tantos, del vientre de una madre, en una clínica donde otros nacen antes y después. Se nace como las cosas que nacen, surgidos de quién sabe dónde o por combinaciones fortuitas de la física y la química. Se nace pequeñito, generalmente; y podría suponerse, sin errores, que asustado. De las muchas elecciones posibles se nos concede un nombre al que nos terminamos pareciendo. Se aprende a caminar, a articular palabras, a tirarse panza abajo y a usar crayones, a subir árboles y a mirar televisión. A veces hay un perro amarillo o un gato indiferente en el
paisaje. O mudanzas y escuelas. Tal vez griteríos y furias familiares. Tíos, seguramente, o hermanos. Fiebre, moco y demás padecimientos. Y una relación inevitable entre el nombre y ese cuerpo que toma sus formas, que adquiere costumbres, que impone su particular constitución e idiosincrasia. A todos, en desigual manera pero con el mismo sentido, les llega la compactadora –previo picado de niños tal como se ve en el film de Pink Floyd-. Igualar, cuadricular, ensamblar, pertenecer y ser parte. Hacer algo de alguien, convencer al alguien que es algo o que debe serlo. Clasificar, cosificar, estereotipar. Se organiza un sistema de igualdad de equivalencias, se asume la generalidad como vector y la particularidad como un desarreglo que puede ser admitido o no, según el caso o las circunstancias. Se proponen e imponen modelos; se asume la verdad de los paradigmas insuperables, la explicación lógica lineal del presente y la historia, y se ocurre en éste mundo y en ésta vida mientras uno mismo ocurre. Se afirma que nuestra vida, o quienes somos, está en nuestras manos. El gran poder individual de decisión o libre albedrío. Tú eres tu obra y tú destino. Entonces, con tal premisa, podemos elegir ser altos, o inteligentes, o caprichosos,
o heterosexuales, o guerreros, o bancarios, o asesinos. Podemos superar las tormentas, fortalecernos, lograr nuestros sueños, no darnos por vencidos, vengarnos de quiénes nos humillan, curarnos el cáncer, amar a los elefantes, agradecer las hojas del otoño, buscar a dios en el ancho de la noche o entre los mercaderes del templo. Vivir o morir como mejor nos parezca. Estaría bien dudar de todo, principalmente de las afirmaciones. Después de la idea que tengamos de nosotros mismos. Nuestra grandeza o miseria es relativa. Nos toca vivirnos y sernos con este nombre y estos huesos, en dónde nos corresponda, entre todo lo que nos dicen y nos quieren hacer creer. Es muy poco lo que elegimos y siempre está signado por nuestras circunstancias. Nuestra mayor y más sincera elección es la acción, simple y elemental acción, en el efímero presente. El resultado de esas elecciones no siempre corresponde a una premisa indeclinable y exacta. Tratar bien al prójimo no impone que al prójimo le importe en nada, no obstante esa simple elección del acto sigue siendo nuestra. Esa breve elección quizás no sea, en verdad, una iniciativa operable. Nadie elije enojarse, ni sufrir, ni ser –neta y espontáneamente- mezquino o altruista. Apenas se es, la mayor de las veces sin conciencia cierta de lo que se está siendo. Pero hay que parecer, entrar en algún molde, esquema, pertenencia. Incluso, en este preciso ínstate, hay miles, o millones, de personas más preocupadas en parecer que en ser. Les va bastante bien, nadie les llama la atención sobre esto. Ser o parecer es la cuestión.
Ser por alguna razón o explicación plausible. Porque Dios lo dijo, porque siempre ha sido así, porque dónde fueres haz lo que vieres, por cuidado de la salud, o porque como están las cosas no serlo trae problemas. Ser de afuera para adentro es el mandato práctico de nuestra educación. Lo que está fuera, ese préstamo que las circunstancias nos hacen, tampoco responde a reglas inviolables. Las circunstancias obedecen a la gran ruleta inescrutable donde el tirador a veces se llama Dios o energía universal. Hay quienes se creen grandes jugadores porque la suerte les ha concedido sus gracias; o prudentes, u oportunos, si el balance de apuestas y resultados está en relativo equilibrio. Con eso se intenta disimular que la casa jamás pierde. Somos dueños de arrojar los dados, el resto ya no es cosa nuestra Si se hubiera llamado Arturo estaría galopando un unicornio. No habría escrito éstas palabras, menos aun las hubiera leído.