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Rarajípari

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Cada año se corre en las barrancas de Guachochi, Chihuahua, en la reina de las barrancas, La Sinforosa, el Ultramaratón de los Cañones; es una carrera de 42, 63 y 100 kilómetros donde participan corredores de varias partes del mundo, incluyendo a los rarámuris. Para darnos una idea del recorrido haremos un bosquejo del estado y de la región donde habitan quienes corren con el viento.

Chihuahua se encuentra al sur de la frontera México-Estados Unidos, fue erigido como estado el 6 de julio de 1824 y es a la fecha una de las más grandes entidades federativas del país, con una superficie de poco más de 247 mil kilómetros cuadrados; es decir, 12.5 por ciento de la superficie nacional.

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Esta vasta extensión está formada en el oriente por bellos desiertos de aspecto singular; su territorio central tiene poblaciones y zonas cultivadas e industrializadas, actualmente en auge económico; la región montañosa y barranqueña se encuentra en el suroeste y es conocida como la Sierra Tarahumara, donde prevalece la injusticia en contra de los rarámuris, propietarios originales de la tierra, así como el deterioro ecológico, que comenzó desde la época de Porfirio Díaz con la primera “rapa” a los bosques, para exportar la madera al país vecino.

La Sierra Tarahumara forma parte del enorme macizo montañoso que es la Sierra Madre Occidental; abarca aproximadamente 45 mil kilómetros cuadrados y es una de las regiones más intrincadas de América. Es una zona llena de cumbres, surcada por barrancas escarpadas, algunas de las cuales alcanzan poco más de mil 800 metros de profundidad. La carrera se lleva a cabo pre-

cisamente en una de estas barrancas, La Sinforosa, que es como decíamos, la reina de las barrancas por lo abrupto del terreno, por su vegetación y sus ríos. Es más profunda e impresionante que el Cañón del Colorado, en Estados Unidos, y su temperatura puede descender hasta menos de cuarenta grados centrígrados e incluso más, en las zonas altas.

La Sinforosa tiene ciento veinte kilómetros de longitud y se encuentra a 16 kilómetros del poblado de Guachochi. Se llega ahí por un camino de terracería en buen estado cuyo tiempo de recorrido es de 20 minutos, aproximadamente. Esta barranca tuvo su origen hace unos 30 millones de años durante la Era Terciaria, cuando un intenso vulcanismo levantó a la Sierra Madre Occidental. Durante un lapso de casi 10 millones de años, miles de volcanes arrojaron grandes cantidades de lava y millones de toneladas de ceniza que al irse depositando conformaron las grandes mesetas de la Sierra.

El mirador más espectacular de la barranca, Cumbres de Sinforosa, tiene mil 400 metros de profundidad; en su punto más profundo se encuentra el Mirador Cumbres de Guérachi, con unos mil 800 metros. Su constitución geológica se basa principalmente en rocas volcánicas de entre 20 y 30 millones de años de antigüedad. De todo el complejo, la más conocida de las barrancas es la del Cobre, al fondo de la cual fluye el Río Urique.

La Sinforosa es también conocida como Barranca San Carlos o Cuchubéachi. De ella se ha hablado muy poco, quizá porque no ofreció los grandes beneficios de minerales que las barrancas de Urique o Batopilas. En 1676, José Tardá y Tomás de Guadalaxara, misioneros jesuitas que viajaban por la zona, la refirieron así:

[...] pasamos por cerca de otro pueblo llamado Guérachi [seguramente se trata de lo que ahora se conoce como Cumbres de Hué-

rachi]; y por no estar tan profundos como los pasados, nos dijo Nicolás [el guía] que nos detuviésemos para hablar con la gente. Ya comenzándose a una profundidad, comenzó a dar voces llamando a los que estaban abajo. Nosotros no veíamos más que árboles, ni alcanzábamos con la vista a ver lo de abajo; ni parecía casa ni otra señal de que hubiese gente. Pero de ahí a rato fueron saliendo de aquella profundidad muchos indios. (en González, 1987, 323).

Los españoles realizaron algunas incursiones en la barranca buscando a los indígenas que encabezaron las rebeliones de 16441652 y de 1690. El primer explorador que la menciona explícitamente es Carl Lumholtz, quien descendió para presenciar la pesca entre los rarámuris; su trabajo sigue siendo uno de los más importantes sobre el tema.

Otra de las barrancas que en buena parte se menciona en este libro es la de Batopilas, la que también es muy bonita e impresionante. De ésta se extrajo plata por más de dos siglos sin que llegaran a agotarse los yacimientos; además, fue en su viejo pueblo minero donde la energía eléctrica se usó las primeras veces, por órdenes del presidente Porfirio Díaz. Obviamente, dicha infraestructura no buscó beneficiar a la comunidad sino a la transnacional que explotaba el mineral. Es un sitio muy hermoso donde parece que el tiempo se detuvo.

Sobre la fauna de la zona, en ésta abundan los coyotes, pavos, ardillas, víboras y conejos; los pumas son escasos, como también los venados, pues las personas no indígenas han acabado con buena parte de éstos. Precisamente por estos lugares, en una ocasión cuando pardeaba la tarde vimos a lo lejos a un animal de uña color negro quien al escuchar el ruido del motor del auto corrió en forma impresionante, en zigzag,; se perdió a lo lejos con su figura esbelta, no supimos si era un puma o una pantera negra pero quedamos gratamente impresionados.

Por otra parte, Guachochi significa en rarámuri “Lugar de Garzas”, debido posiblemente a la cantidad de estas aves que existían ahí cuando el lugar era tan sólo una zona pantanosa. El municipio se encuentra a una altitud de 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar y colinda al norte con los municipios de Bocoyna y Carichí; al sur con Guadalupe y Calvo y Morelos; al este con Balleza y Nonoava, y al oeste con Batopilas. Tiene 793 localidades, todas rurales.

Cuenta con varios afluentes pero entre los más importantes está el Río Guachochi, que entra a Sinaloa con el nombre de Río Fuerte y se encuentra con los ríos Urique y Batopilas, que nacen en su jurisdicción y sirve de límite meridional con Guadalupe y Calvo. El clima de Guachochi es semihúmedo, extremoso, con una temperatura media anual de unos 13 grados centígrados, si bien desciende hasta menos 15 grados y, en ocasiones, hasta 40 grados bajo cero.

El municipio tiene hermosos bosques de pino, ahilé, abeto, chamal, táscate, ciprés y diferentes encinos; así como madroños de color rojizo, los cuales se descarapelan dando la impresión de que la corteza fuera hojaldra; cuando cae la tarde, con los rayos del sol se forman figuras caprichosas generadas por las ramas retorcidas de estos árboles de no gran tamaño. Tales bosques no han escapado a la tala inmoderada y clandestina.

Como municipio, Guachochi es joven, fue creado por decreto de la Legislatura estatal el 31 de diciembre de 1962, integrado por las secciones municipales de Guachochi, Rocheachi, Tónachi y Norogachi, que se segregaron de Batopilas y los pueblos de Basíhuare, Guaguachichi y Samachique de Urique, mismos que constituyeron otra sección municipal con el propósito de atender los problemas específicos de la población tarahumara de la región. Como población, fue fundado a mediados del siglo XVIII por

los religiosos de la Compañía de Jesús, con carácter de pueblo de misión y bajo el nombre de Casas Quemadas. Tenía categoría de sección municipal desde 1825, cuando pertenecía a Balleza; en 1847 pasó a Guadalupe y Calvo, y el 22 de octubre de 1897 fue agregado al Distrito Andrés del Río. Hoy es la cabecera municipal y es también Cabecera del Distrito Judicial Andrés del Río.

Durante la Guerra de Intervención, en 1868, llegaron a Guachochi fuerzas francesas procedentes de Parral. Miguel Aguirre Portillo, autoridad local, solicitó sin éxito ayuda a Guadalupe y Calvo, por lo que agrupó a los vecinos para la defensa derrotando a los soldados invasores, algunos de los cuales lograron escapar y esconderse en la región, dando origen a la población con características raciales francesas.

En 1920 se estableció ahí la primera tienda local, cuyo propietario era don Alberto Aguirre López; también en esta década abrieron sus tiendas don Francisco Bustillos, en Lagunitas, y don Francisco Yáñez, en El Ojito. Más tarde, durante la gestión del gobernador Gustavo L. Talamantes, el poblado recibió una planta hidroeléctrica que funcionó entre 1946 y 1972. La represa que se construyó para su instalación sirve ahora de estación a muchas aves palmípedas emigrantes, entre ellas las zanconas garzas grises que dieron nombre a Guachochi y que todavía persisten en el municipio.

El primer aparato telefónico de Teléfonos del Estado se instaló en Guachochi en 1948 y en 1952 fue edificado el edificio que alberga el Cuartel Federal; por estos años se estableció además, el primer hotel. Dos años después Aserraderos González Ugarte, S.A., inauguró el primer aserradero en las inmediaciones del poblado. En 1959 fue creada la Asociación Local de Pequeños Propietarios de Guachochi. Desde dicho año funciona en Agua Escondida, con gran éxito, una embotelladora de refrescos que

surte a la región. El primer periódico semanal local salió a la luz pública en 1960, con el nombre de El Piyaca.

Para 1962 comenzó el servicio de transporte público hacia Parral y en 1963 se establecieron la primera gasolinera y la primera farmacia. En 1965 iniciaron las funciones de un cine local. La Administración de Correos se estableció en 1972, sustituyendo a una agencia anterior. Ese año también comenzó a dar servicio la Comisión Federal de Electricidad.

Hacia 1974 la Secretaría de Salud estableció el Hospital Rojo; así también, se inauguró la primera fase de la línea de drenaje, cuyos trabajos habían comenzado en 1964. Ese mismo año inició la introducción de agua potable en la Cabecera Municipal y un año después se estableció la primera sucursal bancaria. El 16 de marzo de 1976 fue inaugurada la línea telegráfica y de radio y en 1982 se constituyó el Club Rotario Guachochi, mismo que ha aportado grandes beneficios a la comunidad.

El Cabildo Municipal, previa convocatoria pública, decretó el 30 de septiembre de 1983 la creación oficial del escudo municipal, resultando ganador el diseño de Francisco Guerra Peña. El 25 de enero de 1994 se erigió ahí la nueva Diócesis Católica, en sustitución del Vicariato de la Tarahumara que tenía su asiento en Sisoguichi.

En la actualidad se está gestando un proyecto “ecoturístico” en las barrancas del municipio que incluirá un funicular que pretende atravesar la barranca de un lado al otro; según sus constructores se hará respetando el entorno y la ecología. Quisiera creerles pero mucho me temo que se va a acabar esa belleza natural y que dentro de poco la zona estará llena de hoteles ecológicos cinco estrellas y gran turismo, obviamente fuera del alcance de los bolsillos connacionales y en beneficio de las grandes empresas extranjeras.

Eso sí, crearán –dicen– fuentes de empleo para los nativos del lugar pero con sueldos miserables, posiblemente.

Ya hemos descrito lo impresionante de las formaciones rocosas en la Sierra Tarahumara; se encuentran por doquier, como en el Valle de los Frailes, en el de Las Ranas, Los Hongos y Los Relices, donde las piedras forman figuras caprichosas y hay árboles que nacen entre las piedras. Todo un entorno mágico y misterioso, como si lo hubieran creado ex profeso para esa formidable raza de los rarámuri. Antonin Artaud escribió un interesante análisis sobre ello:

He visto repetirse veinte veces la misma roca proyectando en el suelo dos sombras; he visto la misma cabeza de animal devorando su propia figura. Y la roca tenía la forma de un pecho de mujer con dos senos perfectamente dibujados; he visto el mismo enorme signo fálico con tres piedras en la punta y cuatro agujeros sobre su cara externa y vi pasar, desde el principio, poco a poco, todas esas formas a la realidad.

Esta sierra habitada que despide un pensamiento metafísico por su roca, los tarahumaras la han sembrado de signos, de signos perfectamente conscientes, inteligentes y concentrados.

En cada recodo del camino se ven árboles en forma de cruz, quemados voluntariamente, o en forma de seres humanos con frecuencia dobles, uno enfrente del otro, como para manifestar la dualidad esencial de las cosas; otros árboles ostentan lanzas, tréboles y las mismas puertas de la casa tarahumara muestran el signo del mundo de los mayas: dos triángulos opuestos con los vértices ligados por una barra; esta barra es el “árbol de la vida”, que pasa por el centro de la “realidad” (1984, 275).

Pero no todo es belleza en la Sierra; en el presente se la está depredando con daños irreversibles no sólo por la tala de árboles

sino también por la presencia de grandes empresas mineras que trabajan a flor de tierra con la consecuente contaminación de los ríos, arroyos y todo cuanto está a su alcance; se le ha llamado “la nueva fiebre de oro”, tal como lo menciona Miroslava Breach en su artículo del 23 de septiembre de 2011:

Compañías transnacionales que operan proyectos de minería a cielo abierto afectan a miles de hectáreas de zonas boscosas, pobladas de pino y encino en la Sierra Tarahumara, donde se ubican manantiales y arroyos que alimentan los ríos y corrientes de agua subterráneas que bajan de las montañas a los valles de Chihuahua, Sonora y Sinaloa […] las compañías mineras extranjeras cuentan con más de 50 proyectos para nuevas minas a tajo abierto, debido al alto potencial de la región para la extracción de oro y plata.

Lo anterior me hizo recordar lo que el maestro Fernando Martínez Cortés escribio en La mina ahuyentó los pájaros:

Huyeron los pájaros de árboles que ocultaban el cielo y detenían en sus copas el sol; de pinos quejosos al menor soplo del viento; de cedros con troncos esbeltos y de robles con hojas acucharadas, buenas para beber agua de manantiales a flor de tierra. Se acabó la música, el rumor y el silencio del monte. En cambio chirriaron carretas, rechinó el ferrocarril y tronaron los camiones Ford primitivos. Se oyeron palabras desconocidas –imprecaciones, maldiciones– y, a lo lejos, perenne golpear de hachas que día y noche talan el bosque.

En la Sierra Tarahumara están huyendo los pájaros, los venados, las zorras, conejos y reptiles… hasta los rarámuris, por esas minas que dejan como desecho final de la extracción del oro nada menos que cianuro y lo dejan a flor de tierra. Por si fuera poco, también existe otro azote en la Sierra Tarahumara: el narcotráfico, que ha involucrado a los indígenas y a su tierra de manera impresionante.

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