Prólogo
China: ese país eternamente exótico. Al mismo tiempo fascinante y estigmatizado, evocador de sueños románticos y de vagas amenazas, fue tocado por Occidente desde hace más de un milenio y permanece aún, con el resto de Asia, tras un velo de otredad proveniente del activo desconocimiento. Parece increíble que fue en 1565 cuando la primera Nao llegó de Oriente al puerto de Acapulco: 456 años de comunicación que fue interrumpida durante un par de generaciones (de principios del s. XX hasta 1972) para que nos olvidáramos el uno del otro. Y si bien las relaciones se han restablecido poco a poco, y en este 2022 celebramos 50 años de ese reencuentro diplomático, el desconocimiento del Reino del Centro por nosotros, su “Oscuro Hermano del Oeste” (como se dice “México” en chino) sigue siendo generalizado. Esto es en verdad una lástima, ya que ambos países gozaron de más de tres siglos de una polinización cultural de dos vías que trajo a nuestras tierras cosas tan mexicanas como las peleas de gallos, la talavera de Puebla y muchos coloridos estilos de bordar vestidos. Mientras, México aportó el tomate, el maíz y el cacahuate que se convirtieron en parte fundamental de la cocina china, y para el s. XIX había introducido el peso mexicano de plata como moneda estándar en el antiguo imperio oriental. La historia de los ires y venires de la Nao, también llamada Galeón de Manila, es larga y riquísima: pero a ambos lados del Pacífico, tan sólo un puñado de gente está consciente de este maravilloso y largo intercambio. En pleno siglo XXI, quienes conocemos a China debemos seguir despejando las dudas de que en China no hay samuráis, ni geishas, ni sushi, ni sumo. No hay teriyaki, kamikazes, sake, kimonos, ni señorita Cometa. Esto no es tan trivial como pudiera parecerlo: cuando llegué a China en el año 2000, no había sino un puñado de mexicanos en todo el país, estudiando o trabajando. Desde entonces China ha explotado en el escenario mundial y las relaciones con México han 11