Instrucciones para comer un libro
Desde hace tiempo, a propósito de las varias técnicas ideadas para asimilar el contenido de un libro (comúnmente se cree que la mejor es leerlo), está tomando importancia la idea de que una de las más eficaces y prometedoras es la técnica que prescribe comérselo, el libro, cubierta y sobrecubierta incluidas. No es una idea nueva: el diplomático flamenco Ogier Ghislain de Busbecq (1522-1592) cuenta, sobre la base de noticias proporcionadas por los turcos, que los tártaros se comían los libros convencidos de absorber la sabiduría que estos contienen. El retorno al mercado del libro de la bibliofagia (práctica que tiene orígenes lejanos, al menos desde que Dios ordenó a Ezequiel comerse –aunque quizá en sentido metafórico– un largo rollo lleno de palabras que se deshicieron como miel en la boca del profeta) ha sido saludado casi por todos con gran entusiasmo: editores, librerías, puestos de periódicos, supermercados... se regocijan viendo aumentar las ventas de libros; incluso las bibliotecas se alegran, obligadas como están por decreto ministerial a volver a adquirir el libro una vez comido por el usuario al que se lo han dado para leer en sala o en préstamo (los únicos disgustados –y es para entenderlo, pobrecitos– son los coleccionistas, que a menudo ni siquiera abren los libros, para conservarlos por más tiempo). De cara a la amplia e incontenible difusión del fenómeno de la bibliofagia, puede ser útil la consulta de este pequeño manual de instrucciones, publicado de forma anónima por Ediciones Bartleby, que aborda el tema de cómo ingerir y disfrutar de la mejor manera la exquisitez de un libro.
9