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El auténtico librero

Entro en la librería El Espacio de mi amigo Mauro, en la calle del Hospicio (creo que eligieron ese nombre para hacer un juego de palabras) en Pistoya. El nombre completo de su razón social es El Espacio de la calle del Hospicio; si luego añadimos la calle tenemos este trabalenguas: El Espacio de la calle del Hospicio en la calle del Hospicio número 26-28. En su sitio de Internet se lee: «El Espacio de la calle del Hospicio es un lugar, un lugar de palabras, un lugar de señas, un lugar de sueños, un lugar de páginas, un lugar de encuentro, un lugar de creación, un lugar de descanso, una plaza, un cruce de historias, de resistencias y de multitudes...».

El Espacio es una librería independiente, muy activa; hacen presentaciones, acogen iniciativas culturales de distinto género, seminarios, performances, etc.; una librería que da espacio, precisamente, a pequeños editores, a escritores noveles y a las novedades no comerciales; en fin, que aquí no encontraréis el último libro de Vespa o de Moccia. Mauro la gestiona junto a su mujer Alicia. Hay también galería de arte (he visto exposiciones con ilustraciones originales de Gianluigi Toccafondo y de Guido Scarabottolo, por ejemplo) y tienen una buena sala de té.

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En ese momento la librería está desierta, no hay clientes. Saludo a Mauro, que como siempre está trabajando en la computadora, y le digo en frío, sin preámbulos, porque hace días que la idea se agita en mi cabeza («se arrastra», habría dicho Manganelli con expresión más eficaz): –Para ser un auténtico librero, no deberías limitarte a recomendar los libros que estás seguro que interesarán a tus clientes más asiduos y apegados. No, yo creo que eso ya no es suficiente

–le digo a Mauro–; deberías también recomendarles, y esto es lo que hace la verdadera diferencia, los libros que todavía están por... ¿salir? No –me contesto a mí mismo, aunque odio este modo retórico de conversación, hacerse las preguntas para de inmediato darse las respuestas–; eso ya forma parte de tus funciones, es una tarea sencilla: basta con consultar en la computadora el catálogo de las novedades que van a salir; además tienes la información que te dan los representantes de las editoriales. Y por tanto no tienes ninguna dificultad para decir que, en un mes, dos meses o lo que sea, saldrá el libro X del escritor tal y cual. –Y ¿entonces? –me pregunta Mauro, que me mira con aire perplejo, distrayendo por un momento la mirada de la pantalla de la computadora, como queriendo decir: «Pero qué quieres de mí, Arbani» (Mauro es romano, y se nota). –Deberías señalar a tus clientes –sugiero a Mauro– los libros que todavía no ha escrito un autor determinado, que no ha ni siquiera pensado, ideado, pero que antes o después seguramente pondrá en marcha, que empezará a escribir en un futuro no muy lejano, es solo cuestión de tiempo.

Mauro no dice nada. Ha vuelto a mirar la pantalla; parece que no me escucha. –En fin –le digo a Mauro–, hoy en día para ser un auténtico librero, de los que desgraciadamente ya no hay (las grandes librerías son ya supermercados: cuántas veces hemos oído esta triste queja), tienes que trabajar en lo potencial, eso es, ahí está el punto importante, la distinción. –¿En lo potencial? –masculla Mauro de improviso (creía que no me escuchaba) sin apartar la mirada de la pantalla–. Y ¿eso qué quiere decir? –Tienes que ocuparte de los libros potenciales –insisto–, esos que todavía no existen, que deben llegar, de los cuales nadie sabe nada.

–¿Por ejemplo? –pregunta Mauro, escribiendo algo en la computadora; imagino que está haciendo una búsqueda o respondiendo un correo. –Te pongo un ejemplo; banal, si quieres –le contesto de inmediato–. Tarde o temprano Emmanuel Carrère escribirá algo sobre un delito de sangre, una historia truculenta, quizás relacionada con la inmigración; es fácil preverlo. Me preguntarás, ¿qué delito de sangre? –pregunto yo mismo, sin esperar a que lo haga Mauro, usando de nuevo una forma retórica que detesto, y añado–: Basta con seguir atentamente la crónica en los periódicos y la televisión.

Después le cito algunos textos: Por qué no he escrito ninguno de mis libros, de Marcel Bénabou; Los libros que nunca he escrito, de George Steiner; Mis traspiés favoritos, de Hans Magnus Enzensberger. –Tienes que enfocarte en el área indicada por estos autores… De acuerdo, ellos hablan sobre todo de libros frustrados, no realizados, pero no importa. El hecho es que un libro no realizado permanece como un libro posible, justamente potencial, que podría ser escrito en un futuro cercano, por qué no. El auténtico librero, a mi juicio, y lo digo porque lo creo en serio, debe ser un vidente, un mago que sabe mirar en la bola de cristal en la que se revela aquello que un escritor no ha escrito todavía; y, ojo –le preciso a Mauro–, uso el término mago no en el sentido de chamán, de brujo, que ahí estamos al borde de la estafa (no me interesa), sino en el sentido de una persona que es hábil en su campo específico. Mi consejo es que tú como librero, si quieres destacar y ser competitivo, tienes que prever los libros no escritos y recomendárselos a tus clientes; es así como podrás vencer a los colosos como Amazon, IBS o Mondadori Store, y llegar a ser en el mundo de la venta de libros el David que vence a Goliat.

Me tomo un momento de pausa. Mauro sigue trabajando en la computadora, como siempre. En el mostrador de la librería, dispuestos de modo desordenado, hay algunos libros publicados y estandarizados de la forma más previsible y ordinaria de la edición en papel. Agarro uno al azar. –¿Ves este libro? –le digo a Mauro, que ni siquiera se voltea a mirar el libro que acabo de agarrar y que agito delante de él–. Este libro lo puedes encontrar en todas las librerías, grandes y pequeñas, además de librerías online, claro: estas últimas no lo ofrecen con descuento, pero lo mandan en pocos días y sin gastos de envío. ¿Por qué entonces debería venir alguien a comprarlo precisamente aquí? Lo haría solo, creo yo, si tú le ofrecieras un servicio extra, excepcional, incomparable, que no encuentra en ningún otro punto de venta. –¿Libros potenciales? –dice Mauro, que parece despertar de un estado de apatía romanesca–. ¿Eso es el futuro? –Exacto –le contesto. –Ya –dice Mauro, todavía pegado a la computadora–. Nos vemos, Arbani...

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