REALIDAD E IMAGEN DEL MUNDO (avance de lectura)

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Este libro fue evaluado por pares académicos entre los meses de enero y marzo

de 2021 a solicitud del Consejo Editorial del Instituto de Investigaciones

Filosóficas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, entidad que resguarda los dictámenes correspondientes.

Realidad e imagen del mundo José Alfonso Villa Sánchez Silla vacía Editorial

Primera edición, mayo mmxxi Colección: Filosofía

ISBN: 978-607-99259-3-2

Características gráficas y tipográficas Silla vacía Editorial Corrección de estilo Sr. Tarántula

Maquetación Julissa de la Torre Bucio Diseño de portada Noé Martínez

Derechos reservados conforme a la ley © José Alfonso Villa Sánchez, texto y fotografía de p. 92 © Fernando Alberto, fotografías

La publicación de este libro ha sido apoyada por la Coordinación de la Investigación Científica de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Impreso en México - Printed in Mexico


A mi mamá, Rosa.



Contenido

Introducción

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1. La imagen como representación

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2. Liberación de la imagen

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3. Realidad como suficiencia constitucional

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4. Mundo como respectividad de lo real

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5. El empalme de tiempo y eternidad en la imagen

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Bibliografía

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INTRODUCCIÓN



…para clasificar imágenes del mundo es necesaria la idea explícita de mundo. Heidegger Ser y Tiempo, 77

E

sta es una investigación sobre la esencia de la imagen.

Ante la comprensión dominante de que una imagen es una representación, la hipótesis de esta meditación sostiene que una imagen condensa la realidad del mundo. Cada uno de estos conceptos precisa un rodeo reflexivo que demuestre el carácter condensatorio de la imagen, que la libere de su comprensión representacionista. Especialmente importante en esta tarea es la comprensión del concepto de realidad como formalidad y como sustantividad, antes de que quede distribuida entre los contenidos materiales que pueblan las cosas del mundo. El concepto de realidad como formalidad lleva consigo una transformación del concepto dominante de mundo, entendido como la totalidad de lo que hay. Frente a esta comprensión material del mundo debe sostenerse una que, volviendo al pensamiento griego, entienda el mundo como la respectividad de lo real en tanto real: mucho antes de estar relacionadas entre sí –y para poder estarlo–, las cosas son respectivamente reales. Lo que significa que la realidad de una cosa es formalmente también la realidad de las demás, siendo sus contenidos diferentes; y que esa respectividad de lo real en tanto real es lo que conforma el mundo real, el mundo de la realidad. El mundo real –la realidad como formalidad– es irrepresentable. Se puede representar un ente; o un estado de entes. 11


Pero no se puede representar la mundanidad de lo real, su esencial ser respectivo. Pero, entonces, ¿la imagen no tiene ninguna “relación” con el mundo? Sí; tiene una. Una imagen condensa la realidad del mundo; y lo hace de varias maneras: de una manera densa en la obra de arte; y de otras maneras en los otros modos de la realidad. En esa condensación de la imagen respecto del mundo hay un empalme de tiempo y eternidad, diferente en cada caso, según sea la densidad que logra la imagen cuando emerge de la profundidad de la realidad y del mundo.

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1 La imagen como representación



A

l epígrafe de Heidegger con el que empezamos y nos ayudamos para esta investigación sobre la esencia de la imagen, hay que hacerle una corrección radical inmediatamente añadiendo que la inteligencia correcta y verdadera de la esencia de la imagen precisa una idea explícita de la realidad del mundo, por tanto no sólo de la idea de mundo, por cuanto ésta es por su propia esencia una idea fundada y no fundante, como habremos de demostrar mediante la explicitación de la cadena de conceptos que aparecen en el título. Dicho esto, empecemos preguntándonos qué es lo que suele entenderse, tanto en la comprensión cotidiana como entre los expertos, por una imagen: ¿qué es una imagen? Una imagen es la representación sensible –en la inteligencia o en la realidad– de algo que hay en el mundo, de algo que acontece, que se da en el mundo. La clave de lectura en esta comprensión es que se trata de una representación sensible, no de una representación conceptual. ¿Cuál es la diferencia? Que la primera es particular, individual, concreta; mientras que la segunda es una idea universal, abstracta, desposeída de los caracteres que le dan identidad a tal o cual individuo. En el primer caso se trata de la imagen de este perro, de esta persona; en el segundo caso se trata de la idea de perro, del concepto de persona. Dado que en el mundo hay algo ya presente –este o aquel 15


Alfonso Villa

ente, esta o aquella cosa, tal o cual asunto, tal o cual problema–, la imagen lo que hace es llevar esa individualidad a una presentación en la inteligencia imaginativa, o en un soporte físico diferente a ella. Lo ya presente en el mundo de suyo se re-presenta, vía la imagen, en la inteligencia y luego en el propio mundo como sucede, por ejemplo, en la pintura. Así, Las Meninas de Velázquez es un cuadro que representa a la infanta Margarita de Austria rodeada de sus sirvientes y de otros personajes. De este modo, lo que hay en el mundo, vía la representación de la pintura, es colocado de nuevo en el mundo, es llevado de vuelta a él. El “llevar a” le da nombre al misterioso camino que se instaura “entre” el ente del mundo y el ente en cuanto imaginado en la imaginación. Más allá de todos los claroscuros que envuelven ese camino, lo que esta afirmación de término medio sostiene sin dudar es que la imagen es radicalmente una representación de algo para alguien en el mundo. Con ser mínimamente verdadera, esta respuesta es superlativamente insuficiente. ¿Por qué? Porque si bien es verdad que la imagen es una representación no es esto, sin embargo, lo que constituye su realidad radical. Y en una investigación como la que realizamos aspiramos a dar con aquello que constituye la realidad de algo, su esencia, en este caso de la imagen, de manera radical. ¿Por qué la caracterización de la imagen como representación está falta de radicalidad? Porque hay una suficiencia constitucional en la realidad, tanto de la cosa presente físicamente en el mundo, como de la cosa imaginativamente presente en la inteligencia imaginativa –también presente en el mundo–, que queda desnivelada bajo la idea de que la imagen, puesto que sólo es una representación, tiene esencialmente un rango de realidad menor respecto de aquello de lo que es representación. Tener algo en una imagen sería como tener ese algo disminuidamente: cuando Platón sostiene que este mundo es mero εἰκών, mera imagen, del mundo de los εἴδη, lleva aparejada la afirmación de que el mundo verda16


La imagen como representación

dero es el de las ideas y de que el de las imágenes es más bien ψεύδος. Los conceptos sobre las ideas parecen estar simpre más cerca de la veradera realidad de las cosas que los conceptos sobre las imágenes, pues estos llevarán en su seno el estigma de una representación mediada sólo por la astucia engañadora de la sensibilidad. Lo que aquí vamos a sostener, sin embargo, es precisamente una tesis contraria a estas filosofías de la disminución de la imagen y vamos a afirmar que la imagen es tan real como aquello de lo que es imagen, que la densidad metafísica de una imagen es la misma que la densidad metafísica de aquello de lo que es imagen. Ahora bien, como no pocas veces lo mínimamente verdadero se impone como lo verdadero sin más, como mera provocación radicalicemos la expresión y digamos que la teoría que sostiene que una imagen es una representación es falsa. Ya lo diga Platón o Kant, los antiguos, los modernos o los mismos contemporáneos. La tesis sostenida en estas páginas es, pues, que una imagen condensa la realidad del mundo y no sólo representa un ente o unos entes: de forma densa si se trata de una obra de arte; de forma pública y propagandística en la publicidad, por ejemplo en la imagen de una marca comercial; de forma rigurosa si se trata de conocimiento científico, como sucede por ejemplo en los diagramas sobre tal o cual teoría sobre el universo, o sobre la conformación molecular de la vida; de forma individualista, lúdica y egocéntrica –no pocas veces narcisista– si se trata de las fotografías de las redes sociales subidas a propósito por los internautas; de forma ideológica en la propaganda de los partidos políticos en el actual sistema democrático predominante en nuestro tiempo; de forma deliberadamente falsa en las fake news, etc. Dado que la imagen se dice de muchas maneras –como gustaba pensar Aristóteles casi respecto de todas las cosas–, no podremos ocuparnos 17


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ahora, sin embargo, de todas estas formas de condensación imaginativa sino sólo de la naturaleza condensante de la imagen respecto de la realidad del mundo. Una imagen no es, pues, una cosa que representa otra cosa; una imagen es una realidad que condensa la realidad del mundo de una determinada manera. Es preciso hacer tres observaciones antes de acometer la tarea de explorar lo que sostiene esta tesis. En primer lugar debe decirse que, aunque para el apoyo de esta reflexión echamos mano sobre todo de la filosofía primera de Xavier Zubiri, es importante apuntar, sin embargo, que en el trasfondo de esta meditación sobre la imagen y el mundo están varios textos de Heidegger, como Ser y Tiempo, “El origen de la obra de arte” y “La época de la imagen del mundo”; la ontología de la imagen de Gadamer, desarrollada en Verdad y Método; el estudio de Walter Benjamin titulado La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y el agudo diagnóstico de Kierkegaard en La época presente. En segundo lugar ha de quedar constancia de que, aunque varios de estos textos tratan su asunto en relación a la clarificación sobre la naturaleza de la obra de arte, esta meditación no se ocupa de la imagen en relación al arte sino de la imagen en relación a la realidad del mundo, sea arte o no lo sea. Y en tercer lugar habrá que decir que esta exploración quiere ser no sólo una reflexión filosófica sino una meditación. ¿Cuál es la diferencia? Una reflexión filosófica es una verdadera meditación cuando logra poner la mirada, no en lo que es visto generalmente, en lo que viene al ojo de cualquiera que vive inmerso en el mundo, sino en los presupuestos de ello, en los fundamentos de lo que aparece, en eso que en sentido positivo todos llamamos pre-juicios, pre-supuestos. De modo que no interesa en primer lugar el mero dato empírico de que las calles, las ciudades, las instituciones, los espacios cerrados y los espacios abiertos, las carreteras, internet y las redes sociales, etc., estén invadidas de imágenes; sino que lo que importa –lo que nos lleva consigo–, es abrir 18


La imagen como representación

las puertas a la comprensión de la raíz del estado actual de las cosas –en este mundo saturado de imágenes como no hubo nunca otro–, de los juicios que elaboramos sobre el tema de la imagen, de lo que se esconde actualmente en la presencia inundatoria de imágenes de todo tipo en nuestro mundo. La meditación se instala en lo empírico, ciertamente; se deja envolver por ello como condición de posibilidad para remontarlo, como plataforma de apoyo para alcanzar el fundamento permanente desde el que florece esa realidad farragosa de imágenes, aparentemente desconectadas entre sí, independientes unas de otras; un fundamento que, si somos capaces de conducirnos adecuadamente, se mostrará como el mismo para la exuberancia y superabundancia de todas y cada una de las imágenes que asaltan este mundo. La meditación no sólo hace reflexivamente por las cosas para llegar a demostraciones contundentes sino que, sobre todo, se dispone en el ánimo de tal modo frente a la realidad del mundo de suerte que ésta pueda entregar escorzos y perspectivas que le niega a la argumentación. ¿Qué quiere decir la afirmación de que una imagen condensa la realidad del mundo?, ¿qué es una imagen?, ¿qué es realidad?, ¿qué es el mundo?, ¿en qué consiste la “relación” de condensación de la primera respecto de la realidad del segundo? Estas paradas de la investigación no son independientes entre sí, sino que, dado que conforman una sola estructura, al tratar sobre una se trata ya sobre las otras, al invocar una son convocadas ya también las otras. De este modo, nuestra investigación tendrá las siguientes paradas: liberación de la imagen de su carácter de representación; realidad como suficiencia constitucional; mundo como respectividad de lo real; el empalme de tiempo y eternidad en la imagen. El problema que nos proponemos investigar no es cómo llegamos a generar imágenes en la inteligencia, ni cómo producimos las que ocupan un lugar en el mun19


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do. Lo que nos importa investigar es el hecho de que, dado que hay imágenes, cuál es su esencia, cuál su naturaleza, en qué consiste su realidad más propia en el mundo.

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2 LiBERACión de la imagen



E

n este apartado vamos a mostrar que, desde finales del siglo XIX, la comprensión de la imagen entró en un proceso por el cual recorrió un largo camino de liberación de su carácter vicario, de mera representación, que conservó prácticamente desde la época de los griegos. Los argumentos para mostrar que una imagen no es representación sino condensación de la realidad del mundo nos los ofrece, pues, el camino de liberación de la propia imagen respecto de su ser disminuido en relación con la verdadera realidad. Así que empecemos por acercarnos, no directamente sino mediante rodeos y tanteos, a la pregunta sobre la naturaleza de la imagen. En la tradición escolástica de la edad media, que conecta, vía largas y complejas mediaciones, con la concepción griega antigua, una imagen –εἰκών en griego, imago en latín– es una representación sensible y particular de algo, sea que se trate de una representación mental (un caballo particular, por ejemplo Bucéfalo o Rocinante) o una física (como un dibujo, una pintura o una escultura, sea de una cosa, de un hombre o de un dios); es una representación que no ha llegado al λόγος, a la ratio, que trata sobre representaciones de lo universal y necesario. En el proceso del conocimiento –tanto en la edad media (siglos V-XV) como en la época moderna (siglos XV-XVII)–, 23


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que da inicio en la impresión sensible y culmina en un concepto abstracto sobre la esencia de algo, la imagen sensible es colocada por la tradición en los primeros momentos, después de las impresiones sensibles, como un mero punto de apoyo, como un momento de paso hacia el concepto, meta del verdadero conocimiento. Pero, ¿es suficiente decir que la imagen sensible es un mero lugar de paso para dar cuenta, de ese modo, de su esencia y de su verdadera naturaleza? Esta es, al menos, la respuesta que desde los griegos se dio a la pregunta sobre la naturaleza de la imagen, colocándola en ese sitio, y que se mantuvo sin cuestionar a lo largo de muchos siglos, hasta prácticamente finales del siglo XIX, en que la crítica a la representación –fuera sensible o intelectual– como esencia de todo conocimiento, alcanzó en sus rendimientos también un replanteamiento sobre el papel, la naturaleza y el lugar de la imagen en ese proceso –o estructura, según las perspectivas adoptadas por Descartes, Hume, Locke, Kant o Hegel–, sea en la fenomenología de la conciencia intencional de Husserl, en la ontología fundamental de Heidegger, en la hermenéutica de Gadamer o en la noología de Xavier Zubiri. A partir de las investigaciones de estos pensadores, la idea de que el conocimiento empieza por impresiones sensibles e imágenes parece cada vez más insuficiente porque, entre otras razones, la fenomenología de Husserl ha podido demostrar que la naturaleza intencional de la conciencia es anterior a toda representación –aún conceptual– y a toda imaginación. Heidegger, con su ontología del ser-en-el-mundo, ha demostrado también que el estado de abierto del ser humano es ya comprensor, antes de la presencia de imagen alguna, de un modo del ser de las cosas en el mundo. Zubiri sostiene, por su parte, que para que algo venga a imagen, eso que es imaginado se hace presente como realidad en la inteligencia sentiente, de modo que el estar presente de las cosas en la inteligencia es formalmente anterior a la generación de imágenes sobre ellas. 24


Liberación de la imagen

De esta forma, el asegurado sitio que la imagen tenía en el proceso del conocimiento entra en crisis y con ello el propio concepto de imagen como representación –sensible o conceptual– de una cosa individual. Siendo verdad que la comprensión de la imagen ha entrado en crisis en la filosofía desde principios del siglo XX, hay que reparar, sin embargo, en que la modernidad racionalista, tan ácidamente crítica con el constructo que se inventó bajo la categoría de edad media, y a la cual pretendió rechazar en bloque, en ese rechazo dejó entrar –y no pocas veces sin crítica– una cantidad enorme de categorías, ideas, costumbres, prejuicios, etc. En este caso está precisamente la categoría de representación como esencia y fundamento del conocimiento: un pensamiento verdadero y correcto es aquel que lleva a cabo representaciones verdaderas y correctas de la realidad. Ni el genio de una razón que hace crítica de ella misma, como en el caso de Kant, logró sustraerse al peso de esta tradición que pervive en la cotidianidad media aún de nuestro siglo y que hace de la verdad adecuación de la razón con las cosas vía representaciones correctas. Ahora bien, y yendo todavía un poco más lejos, ha de decirse que la época moderna es una época –mucho más que la edad media– especialmente “representacionista”, que siente la necesidad de llevar a imagen los descubrimientos científicos que va construyendo de manera conceptual absolutamente sobre todas las cosas. Ya no basta el concepto como θεορία –la contemplación de lo divino–, que acaba siendo una representación abstracta de la realidad, sino que tiene que ser posible hacer representaciones sensibles y físicas de esa realidad, tanto a nivel micro como macro: imágenes de una célula –de su estructura, de sus funciones–, de un átomo; imágenes del territorio donde uno vive, mapas del país, del continente, del planeta, del sistema solar, de la galaxia, de los sistemas de galaxias, ¡del Universo! Hasta imágenes y 25


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diagramas de las emociones, de los sentimientos, de las pasiones; de cómo se ve el cerebro cuando sufre, cuando se excita, en la depresión, en el aburrimiento anodino de la cotidianidad, etc. La época moderna pretende, pues, hacer visible todo, pretende hacer imágenes de todas las cosas, porque ha hecho del ver el conocer mismo y la visión ha invadido no sólo el mundo de todos los demás sentidos sino el mundo de todo lo que es susceptible de ser conocido: para esta época conocer es ver, tener representaciones de las cosas. La propia ciencia moderna generará los principios racionales del desarrollo tecnológico que lleven a la creación de herramientas, aparatos y dispositivos de todo tipo para lograr representaciones cada vez más acabadas, sofisticadas, rigurosas y fidedignas de la realidad. Convertida en empresa, en negocio, y ya muy alejada e independiente de los principios científicos racionales que le dan origen, tanto como de la finalidad originaria, el mercado de la tecnología al servicio de la representación, cual agua colándose silenciosamente, permea en nuestros días la vida política, social e individual de la historia de los seres humanos: por todos lados aparece la estadística que lleva registro de cuando acontece para visualizarlo gráficamente. Lo que en los tiempos que corren no pasa por una imagen que queda ante la vista atenta que todo lo mira, aunque no pocas veces sólo de reojo y con la rapidez de quien tiene muchas cosas que ver, pertenece a regiones ontológicas disminuidas en su ser. Ser solo tiene lo que se ve, lo que ha pasado la prueba de llegar a convertirse en una imagen para ser vista. Así, por ejemplo, la enfermedad cancerosa en un órgano o en un hueso del paciente, no se ve directamente en el órgano o en el hueso enfermo, sino en los soportes técnicos que presentan las imágenes de la enfermedad, de tal modo que, por ejemplo, el médico ya ni siquiera necesita ver el paciente: le basta ver las imágenes electrónicas que representan la enfermedad del paciente. Y sólo cuando el médico ve y revisa con cuidado 26


Liberación de la imagen

los resultados de los estudios de laboratorio que ordenó realizar al paciente, puede mostrarle de manera directa y fehaciente qué es lo que le aqueja. Son estos los síntomas más exteriores de una época moderna representacionista que extiende sus ímpetus hasta cubrir nuestros días con sobrado brío. Sin embargo, los cuestionamientos epistemológicos de los que se había salvado en la propia modernidad alcanzaron a la representación –por lo tanto, a la imagen– ya hacia finales del siglo XIX, y decididamente en el siglo XX, cuando, paradójicamente, mediante la fotografía y el cine, la imagen como representación parecía haber alcanzado su carta definitiva de naturalización: representar de manera fidedigna, sueño de todo aquel que aspirara a llevarlo a cabo, parecía estar cada vez más al alcance de la mano de muchos y no sólo de los grandes maestros de la pintura o de la escultura. Con los crecientes avances de la técnica devenida tecnología digital, en nuestros días los términos de esta paradoja se agudizan: la imagen pierde su lugar secundario, de mero paso, en el proceso del conocimiento; pero su presencia empírica, cada vez más inundatoria en el mundo del siglo XX, compensa con creces esa pérdida y hace pensar que el lugar de la imagen en el proceso del conocimiento debe ser replanteado, pues la sospecha es que en la abrumadora presencia empírica se ofrece la verdadera realidad de la imagen, realidad que precisa pensarse de modo diferente a como se la había hecho hasta la fecha, pues aunque abunden las representaciones, la realidad no parece dejarse agotar por ellas, sino que las rebasa y las engulle en su propio abrirse paso. De modo que, además de las razones aducidas desde los argumentos de los filósofos del siglo XX para quitar a la imagen sensible de un lugar secundario en el proceso epistemológico, hay otras razones de carácter histórico, técnico y práctico en relación con las imágenes físicas, para sospechar que ya no son un mero punto de camino hacia el con27


Alfonso Villa

cepto, que no guardan respecto de la idea un carácter sólo de mero paso, un carácter vicario. En nuestro tiempo tenemos capacidades técnicas en relación a la producción de imágenes que han rebasado con mucho las posibilidades que se tuvieron, al menos, hasta mediados del siglo pasado: en la posibilidad ofrecida por la tecnología digital que cualquier persona tiene el día de hoy, con una facilidad impensable hace apenas unos pocos años, de hacerse una selfie y de grabar un video –que casi siempre acaba en el maremagnum de las redes sociales–, se esconden unas claves de interpretación y explicación muy iluminadoras para la comprensión de nuestro mundo, heredero de una modernidad que incubó desde el inicio el prurito de llevar todas las cosas –incluido el mundo, también tratado como cosa– a la hipóstasis de una representación. La evolución de la cibernética y de internet parece alcanzar su madurez cuando se pasa de introducir conceptos vía un sistema operativo binario meramente conceptual (MS-DOS) a manipular imágenes de ventanas (Macintosh, Windows) a las que se asoma el usuario sin necesidad de pasar ya por la parte conceptual: las imágenes de ventanas y el modo intuitivamente lúdico con el que funcionan, generalizado hoy día para prácticamente todos los dispositivos móviles y cualquier sistema operativo, diluyen las fronteras entre trabajo y entretenimiento. Las imágenes digitales que podemos hacer hoy tienen lo que tenían las anteriores –las mecánicas y las manuales–, pero tienen mucho más. Es la presencia inundatoria de la imagen en el estado actual del mundo, venida de su liberación del carácter vicario al que estuvo sometida por siglos, lo que solicita una reflexión diferente dada la relación de mutua pertenencia entre imagen y mundo moderno, tal como Heidegger lo demuestra: la época moderna no sólo quiso hacer imágenes de todo –¡y lo logró!–, sino que quiso hacer imágenes del todo en tanto todo, es decir, del mundo, aunque en esta tarea parecen sucederse los fracasos, 28


Liberación de la imagen

dado que no hay manera aún de representar la totalidad sino como suma de partes y no como mera totalidad. Pero no siempre fue así, no siempre el mundo tuvo necesidad de representarse a sí mismo recurriendo a una multiplicación de imágenes que, saturando su cometido, parecen dejar siempre la tarea por hacer, fracasar en su intento, pues no se logra la imagen que agote de una vez aquello que se quiere representar de manera definitiva como un todo: ni en el mundo de lo microscópico ni tampoco en el abismo de que se ocupa la gran astronomía. Hubo un tiempo en que, habiendo imágenes, éstas no asaltaban la vida humana, la historia, la naturaleza, la cultura, por todos los flancos, tal como lo encontramos testimoniado en el siglo pasado y de manera redoblada en lo que va de éste. Liberada de su papel vicario, la imagen se ha puesto muchos pasos por delante del lugar que se le tenía asignado, desplazando no pocas veces al propio concepto, al que en épocas pasadas inexcusablemente precedía. Hoy sucede al revés: logrado un concepto, éste debe ser llevado, mediante complejos algoritmos, a la representación de una imagen que quede en principio accesible potencialmente para cualquiera, ignorante la mayoría de las veces del algoritmo que sustenta la representación y su posibilidad. El papel secundario asignado a la imagen por siglos no le impidió dar un paso seguro al frente, un paso de desplazamiento: hasta la didáctica ha venido a descubrir la importancia de los mapas conceptuales en la formación intelectual de los estudiantes. Las cosas, pues, han cambiado y la imagen, tanto sensible como física, de tener un papel secundario y hasta periférico, se ha colocado, por el peso de su propia realidad, en un punto central de este mundo, un mundo que no se entendería a sí mismo, que se vería desorientado en su autocomprensión, si por un artilugio imposible fuéramos capaces de dejarlo sin imágenes en este momento –¡un 29


Alfonso Villa

mundo sin imágenes!–: sería tanto como quitarle los espejos con los que ha ido construyendo, a lo largo de muchos años, la imagen con la que cree identificarse. Ni el mundo de la edad media, ni el de la época antigua, tenían esta necesidad de imágenes sensibles, este prurito de llevar todo a imagen, tan característico del mundo moderno, todavía mundo nuestro. Cuando el mundo era grande, la imagen representaba algo del mundo; ahora que el mundo se ha multiplicado y con más propiedad debemos hablar de varios mundos, de varios órdenes de cosas que se recubren casi al infinito, lo que tenemos en toda imagen es, ya no una representación, sino una condensación de alguno de esos mundos. Este asunto alcanzará la claridad que requiere cuando podamos explicar cuál es la esencia del mundo de lo real. Sirva por ahora esta alusión sólo para ir mostrando la emancipación de la imagen de su carácter históricamente secundario. La imagen representa algo de lo que hay en el mundo, representa entes del mundo; pero hace mucho más que eso: condensa un determinado mundo. La prueba está en aquellas imágenes –pero no sólo en ellas– que literalmente no representan nada de lo que hay en el mundo, sino que ellas mismas son la realización de algo en ese mundo que antes de esa realización no se encontraba entre las cosas del mundo. Las vanguardias artísticas del primer tercio del siglo XX suelen ser ejemplares en este sentido. Pero hoy sabemos con certeza que incluso las imágenes que pretenden ser realistas, aquellas en las cuales un pintor como Velázquez o Goya parecen sólo tener intención de retratar lo que está frente a sus ojos, son esencialmente interpretaciones y comprensiones de la realidad de un mundo condensado en sus imágenes, más que calca de objetos, animales o personas. La imagen más realista es siempre la idealización de un mundo determinado. A fin de orientarnos en un esfuerzo que deje en suspenso por un momento los hilos casi imperceptibles que asocian 30


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