Los tres árboles

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Los tres árboles (Cuento)

Leyenda alemana recopilada y publicada por Sara Cone Bryant en su libro “El arte de contar cuentos”y adaptada por Silvia Alvarado Cerdán.


A la entrada de un establo reposaban tres bellos, altos y frondosos รกrboles: una coqueta palmera, un robusto olivo y un delgado pino. Todo era tranquilidad y silencio.

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De pronto, la gente del pueblo comenzó a gritar con mucha emoción: “¡Ya nació Jesús!, ¡ya nació el Niño!”. Todos se llenaban de alegría, se abrazaban, se besaban, daban saltos y hasta bailaban felices. Empezaron a llegar al pueblo muchos visitantes trayéndole regalos al Niño.

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Al ver a tantas personas que iban y venían, los amigos árboles se sintieron aturdidos. No sabían hacia dónde mirar y se preguntaban: “¿Quién será el recién nacido? ¡Vean cómo todos le llevan regalos!”. “¡Ah, debe ser muy importante! ¡También nosotros deberíamos darle un regalo!, pero ¿qué le podríamos obsequiar?”. Entonces, se les ocurrió algunas buenas ideas.

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—Yo —dijo la coqueta palmera —voy a desprender una de mis ramitas, la colocaré muy despacito y con sumo cuidado cerca del pesebre y, cuando el Niño tenga calor, suave y dulcemente, le abanicaré para refrescarlo. ¡Creo que ese será un maravilloso regalo!

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—Pues yo —dijo el robusto olivo — pienso preparar aceite con mis frutos y dárselo a su mamá para que la comida que le prepare con él sea la más deliciosa y sana. ¡El Niño y su papá se chuparán los dedos de lo rica que estará! Estoy seguro de que mi regalo los hará felices a todos.

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El delgado pino los escuchaba con tristeza, no sabía qué ofrecerle al Niño. Estaba pensando, muy concentrado, cuando la coqueta palmera y el robusto olivo comenzaron a mofarse de él. Señalándolo con sus ramas le dijeron: —¡No, qué va! Tú no tienes nada que regalar… Con tus hojas que parecen agujas, pincharías al pobre Niño. Nadie te aceptaría ni como regalo, ¡no sirves para nada! —rieron burlones. El pino, al escucharlos se sintió tan pero tan triste, que se puso a llorar, con su corazoncito muy pero muy afligido, apachurradito de pena. ¡Pobre pino!

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De pronto, una estrella, la más bonita de todas, que estuvo escuchando la conversación con mucha atención, saltó presurosa del cielo de un solo brinco. Era la estrella que había guiado a todos hasta aquel establo. Se acercó al pino y le dijo dulcemente:

—No tengas pena, yo te voy a ayudar. Llamaré a mis amigas y nos posaremos en tus ramas. ¡Verás qué lindo quedarás! ¡Serás el regalo más bonito que el Niño reciba hoy!

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Y así lo hicieron. Bajaron muchas, muchísimas estrellas y se acomodaron sobre el pino, llenándolo de luz. ¡Los ojitos de Jesús brillaron mucho al contemplar luces tan bellas! Se sintió tan feliz viendo al delgado pino iluminado por tantas estrellas... El pino se veía reluciente, centelleante, deslumbrante, resplandeciente, radiante, luminoso, fulgurante, esplendoroso y chispeante. Además, los visitantes lograron verlo desde lejos y así llegaron más rápido al establo. El pino se sintió tan lleno de luces como de alegría.

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Las otras personas que llegaron a Belén vieron al delgado pino tan bonito y adornado, que, al llegar a sus casas, quisieron poner un pino igual de lindo para recordar el nacimiento de aquel Niño. El delgado pino sonreía muy orgulloso por lo que había logrado y por lo bien que se veía, y se sintió muy contento porque había descubierto quién era aquel Niño tan importante al que todos llamaban Jesús.

FIN

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