Ser un muppet: ni hombre ni mujer
Tak Combative Filósofo de la Universidad Nacional, profesional en Estudios Literarios de la Javeriana y Máster en Escrituras creativas. No se de ne ni como hombre ni como mujer, profesor y practicante de yoga kundalini y performer.
Publicado en Sep 10, 2015
Descubrí que la palabra muppet me de ne mejor que muchas otras, pues al no sentirme ni hombre ni mujer encuentro difícil identi carme con lo ya existente.
Foto: Chris Goldberg con Creative Commons.
Empecé a llamarme muppet cuando formaba parte del Colectivo Entre-Tránsitos. Según entendí, ellos habían acuñado este término en broma tras haber visto la película de Los Muppets en la cual los personajes principales Gary y Walter cantan: “¿Soy un hombre o un muppet? Si soy un
muppet, entonces soy un muppet muy masculino”. Preferí llamarme en broma (pero en serio) muppet que “hombre”. Era consciente de que parecía el momento (es el momento) de crear nuestras propias palabras para nombrarnos, y hasta ahora no hay una para esos queers (palabra que tampoco es nuestra), “raritos” que no nos identi camos ni como hombre ni como mujer. La primera vez que cuestioné mi identidad de género fue cuando conocí a los activistas Camilo Rojas, Nikita Vargas y Sebastián Cifuentes en una charla que daban como invitados en la clase de Andrea García en la Universidad Javeriana. En ese entonces, ellos tres formaban parte del Colectivo Entre-Tránsitos. Cuando, a raíz de su discurso potente, comprendí que ser hombre no es tener un pene ni ser mujer es tener una vagina (la bien conocida diferencia entre sexo y género que yo desconocía), entonces ya nunca más pude llamarme hombre ni mujer, porque lo único que podía considerar “esencial” en ambos géneros era ahora lo que debía llamar “sexo” (hembra, macho o intersex). Todo lo demás parecían meros estándares culturales. Entonces, si no se trataba de tener un cuerpo u otro, una vagina o un pene, un útero o unas gónadas masculinas,
¿DE QUÉ SE TRATABA SER MUJER U HOMBRE VERDADERAMENTE, ESENCIALMENTE? Mi mente losó ca de la Universidad Nacional me lo dijo rápidamente: nada. Hay roles, apariencias, maneras asociadas al hombre y la mujer en cada cultura, en cada contexto, en cada grupo social, pero nada de ne verdadera y esencialmente a la mujer y al hombre. Esto no quiere decir que, por un muy corto tiempo, yo no tratara de construir una apariencia de hombre trans como la de quienes me rodeaban, como cuando un adolescente descubre a los rebeldes de su barrio y se deslumbra con ellos.
Pero, luego del delirio varonil, de nitivamente me seguí dando cuenta de que no, no me siento hombre ni mujer y debo lidiar con esta sencilla verdad, la cual comprende ciertos aspectos políticos que me parece vale la pena comentar. En primer lugar, como ya lo mencionaba, está el asunto de que no tenemos una palabra propia para llamarnos, así que por ahora contamos con lo gringo escrito en castellano de “cuir” y algunos usos alternativos de palabras ya existentes como “tortillera” (que usa la investigadora y escritora argentina Valeria Flores para nombrarse fuera del binarismo de género). En realidad, habría que preguntarse el porqué de esa necesidad de tener una palabra, una etiqueta para que “los raros” se condensen en una categoría. Porque, es cierto que, como dice el activista y escritor Raven Kaldera, “donde sea que se traza una línea, ella atraviesa siempre la carne tierna de alguien”. Por ahora creo que, simplemente, se trata de una necesidad de agruparnos, llamarnos de una forma u otra para poder juntarnos unos con otros, reconoceros a distancia. Esto no signi ca que la palabra que vayamos a elegir no se use críticamente o borre las diferencias que sobre todo se presentan con personas con una posición tan singular cuando a género se re ere. En segundo lugar, pero conectado con lo primero, a veces se considera que los muppets no son lo su cientemente políticos, cómodos raritos que desconocen los problemas de derechos que presentan personas con identidades más “sólidas” como las mujeres y los hombres trans. Porque un muppet puede manejar, desde su posición liminar, su identidad según su conveniencia para escapar de alguna manera de las violencias hacia lo trans. Así, por ejemplo, yo iba con mi nombre de pila al trabajo, disfrazándome de niña, pero exigía en los espacios comunitarios habitados por población LBGTI que me fuese tratado en masculino, lo cual resulta más cómodo para mí. Sí, estoy de acuerdo con que las identidades “sólidas” son más efectivas en el plano de lo jurídico y en ciertas luchas de exigencias de derechos. Es por eso que, cuando debo identi carme como “hombre sin pene” en los medios de comunicación o en espacios de representación política, así lo hago, sin sentir que estoy usurpando un lugar que no me corresponde. Porque uno sabe que este mundo no es justo y, en pie de lucha, busca la estrategia. Valeria Flores lo dice claramente cuando a rma: “Siempre las políticas del nombre (im)propio son situadas, contextuales, contingentes, problemáticas, a la vez que turbulentas y tumultosas. Desde
mi perspectiva, las políticas identitarias tienen que ser agitadas pero en permanente tensión crítica, y eso no sucede habitualmente, más cuando el único y excluyente horizonte que se percibe como político es el lenguaje de derechos y su inscripción jurídica”. En todo caso, los muppets también sufren de violencias de género y transfobia, porque así queramos “normalizarnos” para no ser atacados, nunca tendremos completamente éxito en esta tarea y, desde luego, nuestra rareza se saldrá por los poros, generando dudas. Tan es así que recuerdo varios chicos trans que simplemente se han hormonado y se han ido al espectro de lo “muy masculino” para dejar de levantar sospechas, como los hizo en su momento el activista y escritor Leslie Feinberg en Norte América. Adicionalmente, es muy básico pensar que lo político solo tiene que ver con hablar de derechos o reclamos jurídicos. Creo rmemente que la cultura y la educación son espacios muy políticos, y en esto hay mucho que aportar desde una perspectiva de alguien que no se considera como hombre ni como mujer a la hora de cuestionar los roles de género, identi car las violencias asociadas y construir nuevos mundos posibles. Pero, si esto es así, si la educación y la cultura es quizás nuestro campo preferencial como
muppets, ¿con quién asociarse? En Bogotá no hay una comunidad fácilmente reconocible y organizada de personas cuir, o como queramos llamarle. Los grupos o personas que conozco han llegado a ser lo que son a través del feminismo, y el feminismo y los hombres trans no se la llevan de maravilla. Así, luchas políticas que en verdad son personales (lo cual condeno profundamente) o reticencias feministas contra lo masculino (que también condeno) impiden la articulación y la conspiración mágica de ideas y proyectos entre las personas que, como yo, llegamos a ser muppets pensando que éramos hombres. Así las cosas, ¿qué pasará con nosotrxs?
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