3.2.2 ÂżQuĂŠ pueden hacer los responsables de infantes en la familia?
Educaci贸n para el cuidado
El cuidado lo entendemos como aquello a lo que dirigimos nuestra atención y esfuerzo, aquello que nos ocupa y preocupa. Hace referencia al desarrollo pleno de las personas en el ámbito afectivo, familiar, personal, intelectual, laboral o de ocio. El cuidado se plantea como el conjunto de actividades sociales e individuales que contribuyen al bien público y a la sostenibilidad de la vida. De manera que la educación para el cuidado tendrá por objeto el desarrollo de competencias para la vida en todas sus dimensiones: personal, laboral, comunitaria, técnica, cultural, doméstica, recreativa y espiritual.
Las competencias relacionadas con el cuidado facilitan la existencia pacífica y constructiva desde las unidades más pequeñas de convivencia. La práctica del cuidado supone una contribución indispensable en la supervivencia física, emocional y económica no solo de los individuos, sino también de sus comunidades y del planeta en su conjunto.
Cuando se pone el cuidado en el centro de la educación, todos los procesos implicados en la misma se ven afectados. Educar para el cuidado supone formar en una cultura que tiene una preocupación sincera por responder a las inquietudes vitales de los seres humanos como individuos y como colectivo que convive en un mundo natural y construido. Educar para el cuidado permite a niños y niñas, hombres y mujeres hacer usos de otros valores y otras formas de representarse el mundo y manejarse en él, lo que facilita la sostenibilidad social, económica y medio ambiental. Las personas mayores forman parte fundamental de la educación para el cuidado:
Los adultos como modelos La mayor parte de los aprendizajes que se realizan sobre c贸mo comportarse y c贸mo relacionarse los hacemos inconscientemente (o a veces muy intencionalmente) reproduciendo lo que se ha visto que hacen otros.
En la propuesta educativa de la educación para el cuidado, el modelado es el primer componente de la educación moral. Es a través de la propia relación de cuidado como mostramos a un niño la forma en cómo es mejor dirigirse hacia la vida. El modelado es el elemento que permite enseñar lo que significa cuidar, como mostramos a un niño el modo en que ha de dirigirse hacia su mascota. Las palabras que explican cómo cuidar de la mascota son importantes, pero más aún lo es la demostración práctica. El propio ejercicio del cuidado supone para los demás un ejemplo de cómo ha de ofrecerse y recibirse el cuidado. Por eso, no se debe focalizar en exceso la atención hacia la tarea de modelado ya que, de este modo nos distraeríamos del verdadero sentido de la práctica del cuidado.
Normalmente, se ofrece el mejor modelado posible cuando se cuida sin ser conscientes de ello, es decir, cuando se cuida como una forma de ser y estar en el mundo. Si hemos de reflexionar sobre algo mientras practicamos el cuidado, ha de ser sobre la propia relación de cuidado: cómo es recibido nuestro cuidado, si es adecuada la respuesta, si nuestras acciones ayudan o entorpecen.
El ejercicio del diálogo
Al estar en familia, nos relacionamos y participamos de significados culturales ya afectivos que se comparten a través del diálogo. Padres e hijos comparten muchos momentos de conversaciones, en los que dirigen su atención a la exploración compartida, la búsqueda de significado o la solución de un problema. El auténtico diálogo, cuando se lleva a cabo desde un referente ético, no se guía por una racionalidad meramente analítica ni por una racionalidad interpersonal, que está al pendiente de no hacer sufrir al otro. Por eso, si de lo que se está dialogando causará dolor, se cambiaría de tema, se le recodarían al otro sus fortalezas, se expresaría preocupación o se ofrecería una buena y pertinente sonrisa. Y, por eso, aunque el diálogo puede tener ciertos momentos de debate, de intercambio de opiniones donde no estén totalmente de acuerdo, siempre debe darse paso a desarrollar la capacidad de escucha y de apertura para desde una postura crítica favorecer la relación por el bien común.
Prácticas de acciones de cuidado
Los padres han de ofrecer oportunidades para que los niños puedan practicar el cuidado de los hermanos o primos más pequeños, el hacer compañía a los abuelos, el responsabilizarse de alguna tarea o el compartir los juguetes o la ropa. La capacidad para la atención interpersonal ha de ser practicada para ser aprendida. Como ocurre con la mayoría de aprendizajes, como las matemáticas o la música, es necesario practicarlos para hacerlos propios e incorporarlos en el propio repertorio. Si explicamos a los niños la necesidad de ejercitar los nuevos conceptos para culminar el proceso de aprendizaje, no será necesario el uso de premios y castigos. La propia práctica de las competencias que se deben desarrollar para calcular, solucionar problemas o tocar un instrumento musical nos ofrece experiencias lo suficientemente graficantes para reforzarnos.
Para desarrollar la capacidad de cuidar y de ser sensible a las necesidades de los demás, hemos de ocuparnos en actividades en las que se ofrece cuidado y atención del otro. Cuando los niños participan en actividades de cuidado en el hogar y les vamos dando progresivamente responsabilidades, aprenden, además de a poner la mesa o la lavadora, el sentido de vínculo entre las personas y la renovación del compromiso con la atención receptiva. En los hogares se dan unas condiciones ideales para practicar el cuidado de los pequeños y los grandes detalles. Las tareas domésticas o de cuidado del jardín, la toma de decisiones en común o los tiempos compartidos son excelentes oportunidades para ejercitar la generosidad y la atención receptiva.
Autoestima en familia
En las interacciones entre los miembros de la familia se intercambian muchas cosas, entre ellas los reflejos de nosotros mismos que nos dan los demás y con los que vamos construyendo la propia identidad. La imagen que las personas reciben sobre sí mismas tienen el poder de ir reforzando ciertos comportamientos y de ir dando informaciones con las que construir la narración de la propia vida. Las expectativas que los demás tienen sobre nosotros acaban muchas veces cumpliéndose. Quien no se ha visto en la situación de escuchar que tal niña era muy coqueta, por ejemplo, y acaba siéndolo. Se le han regalado ciertos objetos o s ele han presentado atención cuando se comportaban según las expectativas de los demás; en definitiva, se ha alimentado una creencia sobre sí misma.
La imagen que las personas reciben sobre sí mismas tiene también la capacidad de mejorar y nutrir el ideal ético o de destruirlo. Por eso, no es lo mismo corregir a un hijo devolviéndole una imagen positiva de sí mismo que una negativa. No es lo mismo decir a modo de amable invitación: “Sé que estás cansado, y eres muy bueno y también sé que me puedes ayudar” que reprimir diciendo: “Eres un egoísta, ya sabía que no podía contar contigo”. Si cuando respondemos ante los actos, poco o nada éticos, mostramos que el acto en cuestión no es un reflejo competo de quien lo cometió y ofrecemos al otro una imagen mejor de sí mismo, estaremos reforzando lo positivo del otro.
Reforzar consiste en atribuir al comportamiento de los demás la mejor motivación posible. Si al relacionarnos con los demás les devolvemos imágenes positivas de sí mismos, estaremos en el camino hacia una identidad ética mejor y facilitaremos que se implique en la práctica del cuidado. El acto de reforzar a una persona le evita la vergüenza y le conduce de forma ascendente hacia una visión de sí mismo.
Reforzar los aspectos positivos en educación es la acción de devolver imágenes positivas. La fórmula que usemos ha de estar relacionada con una inclinación real de esa persona y además suponer una expectativa accesible para el otro. No se trata de un ritual mecánico que pueda sr aplicado a cualquier persona; al contrario: ha de crearse en casa situación concreta y para esa persona particular con la que nos encontramos. Para que este componente de la educación sea eficaz, se requieren relaciones interpersonales lo suficientemente profundas como para conocer bien la realidad, las motivaciones y los intereses de las personas a las que queremos.
Construyendo en familia