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Alejandro Noguera -- El exilio imposible
“Creo que la obra no fue más mala porque era corta. Pero si el autor la alargaba podía ser mucho más mala todavía. El único mérito es la brevedad. ” Rodolfo Zalim
La televisión devuelve una imagen inconfundible. Apoyados los dos codos sobre la mesa, acercando el torso superior a su interlocutor, como si estuviera a punto de revelar un secreto, la mirada iluminada, algo cínica, algo altanera, y el bigote, grueso, entrecano, espeso, como si fuera una marca de agua sobre ese rostro aceitunado, herencia del Medio Oriente. La voz sale de su boca como un susurro. –Macri se picó el boleto.
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El conductor, rubio y acelerado, sonríe, algo pícaro, a la vez que intenta mostrar asombro y desconcierto ante lo que acaba de oír. –No, pará, Turco, pará –balbucea, mientras Jorge Asís se vuelve a recostar sobre la silla, ahora su cuerpo se dobla hacia atrás, sus manos, con delicadeza, acomodan las puntas de su bigote y una sonrisa escapa, arrogante, de su boca. Uno, como espectador, observa la escena con una mezcla de admiración y rechazo. Cada concepto político que ha vertido Asís es rebatible, pero el modo en que lo ha hecho resulta hipnotizante. Puede verse un gran sentido de la teatralidad en sus gestos, en sus manejos del tono de voz, en la forma de mover los brazos. No en vano es acusado de vendehumo. En el barro de la discusión coyuntural, se requieren precisiones, datos, certezas y Asís ofrece ornamentos. Tal vez sea porque, antes de ser funcionario del menemismo, candidato a vicepresidente y denunciador serial del kirchnerismo, Asís era escritor. Y un escritor famoso, respetado, leído por mucha gente en la Argentina de fines de los 70. Sin embargo, el paso de los años y su devenir en las aguas de los cargos públicos fueron achatando, difuminando, esa faceta.
Fue bastante sorpresivo para mí encontrarme con la lectura de Flores robadas de los jardines de Quilmes (Losada, 1980). La sabia –y misteriosa– mayoría que lo eligió como siguiente novela para El Clú –club de lectura del que participo– me dejó atónito y con algunas preguntas dando vueltas por mi cabeza. ¿Será un escritor interesante Asís? ¿Qué ha pasado que su carrera como escritor ha desaparecido dentro 32
del amperaje de la literatura argentina? Y, sobre todo, ¿por qué leer a este filomenemista ahora, en este presente tan alejado de todo lo que Asís parece representar? Para colmo, el ingreso a la novela es complejo. Un narrador demasiado consciente de sí mismo nos va contando que eso que leemos es una novela, mezcla presente y pasado verbal, nos mueve en el espacio y el tiempo de la historia y, llegado cierto momento, nos sentimos como si estuviéramos aferrados a una rama quebradiza en medio de un río torrentoso. Es un estilo sobrecargado, tal vez intento infructuoso de imitar a Cortázar, tal vez era lo que estaba de moda en aquellos años, y que ahora se nos presenta como demasiado pretencioso y algo antiguo. Ya no se escribe así, es lo primero que uno se ve tentado a pensar. Cuando se empieza a desmalezar, aparecen Rodolfo y Samantha, dos treintañeros de Quilmes, que se reencuentran, por casualidad, en una Buenos Aires agobiada por la dictadura militar. Mientras se toman un café, ella comenta sus intenciones de irse del país, mientras él, socarrón, intenta convencerla de que es fútil hacerlo. En tanto, se intercalan episodios del pasado de ambos, de sus historias que fueron cruzándose en diversos ámbitos y de diferentes maneras, pero que siempre parecen ir un poco pegadas, como si fueran compañeros y testigos de todas las desgracias individuales y colectivas que ocurrieron durante los años setenta en Argentina. Las páginas pasan y todo parece una película argentina de la posdictadura. Las reflexiones declamativas, el costumbrismo burlón, la sexualidad sucia. Nada parece despertar interés. Sin embargo, Asís comienza a sofocar sus ánimos de escritor virtuoso y comienza a relatar otra cosa. La vida de Samantha y de Rodolfo empieza a aparecer frente a nosotros como si fuera el recorrido circular e interminable de un micro. Ambos nacieron y se criaron en Quilmes. Ambos reniegan de la vida preestablecida que les espera y buscan irse del barrio. Samantha se dedica a la poesía, a la música, a la actuación, a la militancia política, incluso prueba con ser maestra y hasta tiene fecha para casarse con un verdulero, pero todo parece ser insuficiente para ella. Su entusiasmo se encien-
Ahí es donde entra la idea del exilio. Se ha agotado la búsqueda en el país. Eso que falta debe estar afuera. Se explica, sí, que mucha gente se ha ido por necesidad, pero ahora la moda parece ser el exilio. Rodolfo, sin embargo, descree. Es que el exilio está dentro de ellos. No es político, no es ideológico. Es existencial.
de y se apaga a cada año. Rodolfo la acompaña, la escucha en cada uno de sus periplos, siempre con algo de cinismo, como si entendiera algo más que la flaca –como le gusta decirle, histérica como todas las flacas– y es que tal vez algo más entiende. Una aclaración pertinente: sí, en este libro los hombres saben más que las mujeres, no tengo que andar explicando los motivos. Pero Rodolfo también navega en ese mar de diletancia: escribe, saca fotos, la política lo repugna, vende electrodomésticos en las 33 villas, va de la casa de la madre a Capital y termina casado y con hijos. Transita la vida como si no perteneciera a ningún lado y es que, acaso, así es. Samantha y él no pueden vivir en donde nacieron, pero tampoco pueden transcurrir en otros lugares. Corren detrás de las modas y el sentir de la época, pero nada parece ser para ellos. Han visto la sencillez de los barrios y se han tratado con la alcurnia intelectual. Han tomado algo en un puesto de comidas de la estación del ferrocarril y han discutido la alta política. Pero siempre están buscando algo más. Como si el vacío se abriera dentro de ellos, en sus corazones, en sus cabezas. Ahí es donde entra la idea del exilio. Se ha agotado la búsqueda en el país. Eso que falta debe estar afuera. Se explica, sí, que mucha gente se ha ido por necesidad, pero ahora la moda parece ser el exilio. Rodolfo, sin embargo, descree. Es que el exilio está dentro de ellos. No es político, no es ideológico. Es existencial. No hay modo. Hay algo dentro que se ha roto y no puede sanarse. Funciona para estos personajes que surgen de estos barrios alejados dado que su propio origen los veda de todos lados. Como si fuera la tristeza una marca en la piel que no pueden borrarse. Tal vez pueda leerse como un retrato de la sociedad en aquellos años. La esperanza de tiempos mejores fue ahogada por la violencia y ahora no queda otra que tomarse el palo. Debe ser este el punto más interesante de la novela y, quizás, donde resida su mayor logro. Los protagonistas no son personas de clase media alta sobreescolarizada, no son pobres retratados como animales. Pertenecen a esa clase trabajadora a la que el peronismo le dio la posibilidad del ascenso social y que ha quedado
huérfana. No hay lugar para ellos ahora. La
Buenos Aires que nos retrata Asís es un páramo. Una ciudad donde todos se han muerto o se han ido y los protagonistas están viendo qué hacen. Samantha cree que todavía puede existir ese lugar, ese paraíso perdido. Rodolfo no, descree. Sabe que el exilio lo llevan consigo, que Ale ese vacío nojandro Noguera va(Saan irse yCarlos que los que vivede Bariloche, 1987)n cse argan c cononsidera las culpaplatense, s a depe losars que murieron.de haber nacido N eno seRío puede Neg exro. iliar unoEstudió C deine uno mismoy Letras en la y todoUNLP, p seero redno uce a te la r seguir buscando o detenerse. minó ninguna de las dos carreras. Publicó una titulada Un dios paranoico y obtuvo una menci noveón en el conc Mieurso ntras avade novela nzacorta la delecla tura, unoFundación va noMaría tando Elena Walsh. Paga las cuentas trabajando de cartero en el Correo Argentino. que Asís, a pesar de todo, es un escritor de recursos, alguien que sabe cómo manejar las palabras, cómo tensionar las situaciones que cuenta, cómo volverlas atrapantes para los lectores. Es entonces que otra pregunta surge. ¿Qué pasó con Asís? ¿En qué sendero dobló para pasar de ser un escritor sólido y leído a un vendehumo profesional? Ya mencioné que el texto es demasiado consciente de sí mismo. Todo el tiempo el narrador nos recuerda que somos lectores de una novela y mezcla constantemente su figura con la del autor y con la del personaje principal. Pareciera querer dejar muy en claro que lo que narra es su vida y que, cuando se le termine la vida, no tendrá nada
que contar. Fantasea con vivir muchos años y solventar una trayectoria prestigiosa basada en no haber muerto. Luego, va contando cómo ha escrito novelas en las que lo único que ha hecho es intentar escribirse a él mismo, ha tratado de entenderse y de entender a todos los que lo rodeaban, a ese barrio, a ese país, ha trazado una línea por cada tema que, de algún modo u otro, lo interpela, lo atraviesa, lo constituye. Fue entonces que algo hizo click en mí. Como si, de pronto, se prendieran todos los faroles de la calle bajo el influjo de una tormenta matinal, mi cerebro volvió a aquellas charlas de Asís en Animales Sueltos. Recordé todas sus apariciones en diversos ámbitos a lo largo de años. La literatura de Asís perdió peso en los libros 34 porque él la encarna. Asís ha decidido hacer literatura por otros medios. No es un analista político, ni un ensayista, ni un periodista, ni nada de eso. Asís es un escritor que interpreta su propio personaje. Es ese porteño piola, canchero, de verba florida, que se las sabe todas, pero que, en realidad, está solo, muy solo y angustiado y que no puede más que escapar de sí mismo únicamente para llegar a sí mismo. Es un exiliado en su propio cuerpo, en sus propias decisiones, en su propia historia partida y doliente. Su grado de reflexión ha llegado al punto de entender que no era necesario escribir para hacer literatura, que eso es sólo el comienzo. Tal vez por eso ha perdido relevancia como escritor y tal vez por eso mismo a él no le interese obtenerla.
Mi mirada vuelve a la pantalla y Asís está ahí, la sonrisa que se asoma, apenas, por debajo del bigote, las cejas que caen sobre los ojos entornados, el cuerpo que se inclina sobre la mesa y se apoya sobre los brazos, las manos decoradas con anillos de oro, abre la boca y las palabras salen con una áspera delicadeza: –Si tu enemigo se está equivocando, no lo distraigas.
Y vuelve a recostarse sobre la silla, satisfecho de continuar escribiendo otro capítulo de su novela interminable.