PARTE II
XIII enudo se nos presenta en la historia, audaz y emA m prendedor, el gran diletante, más osado que el especiaonocimiento de todas las dificultades previlista, pues el c 1 sibles no le aminoran la energía de su determinación. spar ar un Bolívar a los veinte años no había visto di en ares d e cañón y a los treinta condujo, durante cent leguas, a través de llanos y de montañas, una columna egade aventureros reunida casi de milagro. Sin ce sar callo ban nuevos voluntarios a engrosar su tropa; alde eses, algunos cientos de hombres se habían transseis m formado en varios miles, y con igual ritmo se acrecenta, ron sus conocimientos generales del arte de la guerra según sin fundamentos precisos, aquí y allá, adquiridos ha sido parte hasta el prey el azar; lo cual la ocasián sente a que la mayoría de los críticos le nieguen conocimientos de estrategia atribuyéndole un genio capaz de instinto y experiencia, a proceder como obligarlo por is decivo. ento debía en cada momento obra de su temperam s e Pero no: esto, en parte, sopesar, con la curiosidad que, al y sensible, ficiencia de un arma, imaginativo5:11.1.2tiva de un poeta, la e tri , I eacción causada por el temor humana y esencias de una el carác xos v alcanza sin estu-P ao c91-1:oc)rrápidamen o el e, ocirnier,ios, bastantes ' la penetració te 11.1e n y el domitee°-1:01\e Arcunstancias, análogas a las anteriores y 01,sv „le-gqieblos y ~meclimas iguales. Por parejas razones, tia° ae:das .spués de su primera campaña a través de emprende r en 1819 una expedició n semej fuella, pero en sentido inverso, el diletant ha transformad e se o en especialista, el capitán de partida en jefe de ejército. Así aparece a principios del año, mientras instituye el congreso y el gobierno, dictando continuamente órdenes para preparar el ejército que va a necesita r— en leve, eve. ha de disponerse de cada arma, cómo debe for-
PEQUEÑAS ATENCIONES
' orarse la caballerí a en diversos escuadrone apretadas s, ya en filas , ya en una sola sobre tinelas se requieren los flancos; cuántos cenexperiencia para estar seguros, de acuerd o con la de lo ocurrido aquí o allá; res precauciones contra los espías, có cuáles son las mejoa las tropas el obj oro se ha de oculta r expresado eto final de la expedición, y todo ello el mismo día, en dos cartas aun mismo genela sazón debía atender también a las ventajas y aral. losA tropiezo s fiados, y consider de arlos numerosos extranjeros recién Iledia, si era mejor enviarlos en la vanguarpuesto que no conocía n las dificultades como los total rales del país, y además, en medio de la carencia natude estadísticas, calcular cuáles serían las condiciones meteorológica s en lo alto de la Cordillera, durante determinados meses parte, ordenoasemanas. En una nota detallada anexa a tire los pliego al mensajero: un s que en caso de desgracia al agua, o se tire él mismo con ellos antes que dejarlos tomar". Se impuso, de añadidur a, la cual le había cedid traba de un gobiern o la mitad de o al sus lassei.....\.dose en lo adelant e a dirigirl derechos, ob/igáne sus solicitudes sobre asuntos que antes dependían exclusivamente de su criterio, tales como el reemplaz o vz„..porqu e de Mariño en la plana administratino se llevaba bien con Bermúde.riT34heo antes de la nlarcha trató Páez de reteneu aus • siso mucha hallit:-.L..-3-. ir de'...e• , Prepósitos. g obierno y pr,;,gpal, instalaba el OroMientras 4 rnh„„'ha cióA, Bolívar seguía viviendo en su advertericjas ,: ciu: \ tt'oci: -o je ... donde extrajo m odelos y ig. zo,Pec(N vida. En cierta oportunidad, hablando de `stl„, ser más fuerte que el inflexible Catón, p to el poder; en otra, menciona a Midas, o, 77: ::es,sli textualmente: "Todo me aconseja la conducta de Fát., dese veo obligado a seguir que, con harta pena mmuy distante del carácter de aquel graciadamente estoy gran general romano: él era prudente y yo soy impeEn una ocasión se acusa de una debilidad, la mistuoso". ma "de que acusa Montesquieu a Pompeyo, de querer ser aprobado en mis operaciones. Pero desde que sé que 192
UN UNIFORME DE FANTASIA
ésta es debilidad, me he determinado a corregir este defecto". Frase tal, dicha por un hombre en el pináculo del éxito, basta a hacérnoslo amar. En cambio, en esta época de su vida y durante esta campaña, parece menos dominado por el recuerdo de Napoleón. Éste vivía aún y su gloria se hallaba muy disminuida, pues la leyenda napoleónica no comenzó a formarse sino después de su muerte solitaria. En suma, para Bolívar, su segundo paso de los Andes sólo era comparable al primero, y tenía por móvil íntimo, como la otra vez, la misma circunstancia perentoria de no serle posible su propia salvación y la de su causa sino acometiendo una empresa audaz, loca, si se quiere. Una batalla victoriosa, al comienzo de la expedición, despejó el camino a través de las sabanas desiertas. Eran, pues, más de temerse los elementos que los españoles. En esta ocasión era menester mayor rapidez, porque el buen éxito dependía de la sorpresa. En dos meses recorrió con cuatro mil hombres las dos tercias partes de la anchura del continente: la misma celeridad de un mensajero que hubiese querido llevar a Nueva Granada la noticia de aquella marcha. Tomó como principio un axioma militar que hoy parecería grotesco: Por donde pasa una cabra, puede pasar un ejército ; y, sin embargo, al cabo de un siglo, el general Mangin, crítico verdaderamente experto, hawnsiderado el paso de los Andes por Bolívar corno 4. el episodio más imponente de la historia militar". Bolívar realizó como jinete la mayor hazaña física de su vida. En uniforme de fantasía: una casaca militar azul con brandeburgos rojos y botones dorados, cubierto con un casco a la inglesa, caballero en un potro blanco; sus tropas lo reconocían a la distancia. Pronto, como los demás, perdió todo su esplendor entre el agua y el barro; pero conservó sus botas bien cuidadas, negras como su corbata de seda, siempre correctamente anudada, costumbre tan arraigada en él, que en quince años de campaña y hasta la muerte no se desprendió nunca de ella, como tampoco de su caballo. A sus soldados se les ha descrito corno casi desnudos, tal estaban de rotos. Quienes vestían sólo calzones, quienes calzaban viejas botas,
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EL PASO DE LOS ANDES
unos con cascos dorados, con sombreros de paja los más, algunos los llevaban de penachos, naturalmente, caídos o quebrados. Bolívar estaba en todas partes, atento a todo, daba consejos o exhortaba a sus hombres; a veces montaba a la grupa a alguno de ellos, rendido por la fatiga, y ayudaba a todos en el esguazo de los ríos. Un soldado alemán escribió: "Se reúnen en el centro, mediante anillos, las cuatro esquinas de un cuero de buey, de modo de formar una especie de artesa. Un hombre se acurruca en ella. La rápida corriente del río a la vez que la cuerda muy tensa mantienen en la superficie este aventurado esquife". Y así marcharon y cabalgaron durante nueve días, por entre el agua, antes de hallar lo que más falta les hacía: sal. Nadie como un testigo ocular puede describir con su justo relieve la existencia de aquel corto ejército. Por esto dejamos la palabra al edecán de Bolívar, el irlandés O'Leary, temperamento seco y más bien frío, cuyos agudos rasgos excluyen cualquiera exageración. "Los llaneros contemplaban con asombro y espanto las estupendas alturas, y se admiraban de que existiese un país tan diferente del suyo. A medida que subían y a cada montaña que trepaban crecía más y más su sorpresa; porque lo que habían tenido por última cima no era sino el principio de otra y otras más elevadas, desde cuyas cumbres divisaban todavía montes cuyos picos parecían perderse entre las brumas etéreas del firmamento. Hombres acostumbrados en sus pampas a atravesar ríos torrentosos, a domar caballos salvajes y a vencer cuerpo a cuerpo al toro bravío, al cocodrilo y al tigre, se arredraban ahora ante el aspecto de esta naturaleza extraña. Sin esperanzas de vencer tan extraordinarias dificultades, y muertos ya de fatiga los caballos, persuadíanse de que solamente locos pudieran perseverar en el intento, por climas cuya temperatura embargaba sus sentidos y helaba su cuerpo, de que resultó que muchos se desertasen". "Las acémilas que conducían las municiones y armas caían bajo el peso de su carga; pocos caballos sobrevivieron a los cinco días de marcha, y los que quedaban muer-
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EL PASO DE LOS ANDES
tos de la división delantera obstruían el camino y aumentaban las dificultades de la retaguardia. Llovía día y noche incesantemente, y el frío aumentaba en proporción al ascenso. El agua fría, a que no estaban acostumbradas las tropas, produjo en ellas la diarrea". "Un cúmulo de incidentes parecía conjurarse para destruir las esperanzas de Bolívar, que era el único a quien se veía firme, en medio de contratiempos tales que el menor de ellos habría bastado para desanimar un corazón menos grande. Reanimaba las tropas con su presencia y con su ejemplo, hablábales de la gloria que les esperaba y de la abundancia que reinaba en el país que marchaban a libertar. Los soldados le oían con placer y redoblaban sus esfuerzos". "El 27 la vanguardia dispersó una fuerza realista de 300 hombres...". "En muchos puntos estaba el tránsito obstruído completamente por inmensas rocas y árboles caídos, y por desmedros causados por las constantes lluvias que hacían peligroso y deleznable el piso. Los soldados que habían recibido raciones de carne y arracacha para cuatro días las arrojaban y sólo se cuidaban de su fusil, como que eran más que suficientes las dificultades que se les presentaban para el ascenso, aun yendo libres de embarazo alguno. Los pocos caballos que habían sobrevivido perecieron en esta jornada". "Tarde en la noche llegó el ejército al pie del páramo de Pisba y acampó allí; noche horrible aquélla, pues fué imposible mantener lumbre por no haber en el contorno habitaciones de ninguna especie y por que la llovizna, constante acompañada de granizo y de un viento helado y perenne, apagaba las fogatas que se intentaban hacer al raso, tan pronto como se encendían". "Como las tropas estaban casi desnudas y la mayor parte de ellas eran naturales de los ardientes llanos de Venezuela, es más fácil concebir que describir sus crueles padecimientos. Al siguiente día franquearon el páramo mismo, lúgubre e inhospitalario desierto, desprovisto de toda vegetación a causa de su altura. El efecto del aire frío y penetrante fué fatal en aquel día para muchos
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EL PASO DE LOS ANDES
soldados: en la marcha caían repentinamente enfermos muchos de ellos y a los pocos minutos expiraban. La flagelación se empleó con buen éxito en algunos casos para reanimar a los emparamados y así logró salvarse a un coronel de caballería". "Durante la marcha de este día, me llamó la atención un grupo de soldados que se había detenido cerca del sitio donde me había sentado abrumado de fatiga, y viéndolos afanados pregunté a uno de ellos qué ocurría; contestóme que la mujer de un soldado del batallón Rifles estaba con los dolores de parto. A la mañana siguiente, vi a la misma mujer con el recién nacido en los brazos y aparentemente en la mejor salud, marchando a retaguardia del batallón. Después del parto había andado dos leguas por uno de los peores caminos de aquel escabroso terreno . .". ... El 6 llegó la división de Anzoátegui a Socha, primer pueblo de la provincia de Tunja; la vanguardia le había precedido desde el día anterior. Los soldados, al ver hacia atrás las elevadas crestas de las montañas cubiertas de nubes y brumas, hicieron voto espontáneo de vencer o morir, antes que emprender por ellas retirada, pues más temían ésta que al enemigo, por formidable que fuese... Mas al paso que disminuían los trabajos del soldado, se multiplicaban las atenciones del general". "La caballería había llegado sin un solo caballo, y las provisiones de guerra yacían en el tránsito por falta de acémilas en que transportarlas; a duras penas conservó la infantería secos sus cartuchos en medio de las lluvias, y las armas en su mayor parte estaban descompuestas y se hacía necesario limpiarlas pronto". "Las tropas estaban sin vestido, los hospitales llenos y el enemigo se encontraba a pocas jornadas. Pero no era la grande alma de Bolívar para apocarse ante estos embarazos, que por el contrario sólo servían para hacerla cada vez más grande y poner a prueba lo inagotable de sus recursos. ...Grande fué la sorpresa de los realistas al oír la nueva de que tenían de huésped un ejército enemigo; como que les parecía increíble que Bolívar hubiese 196
UNA *GRAN VICTORIA
emprendido operaciones, superando tantos y tan ingentes obstáculos, en una época del año en que pocos se arriesgaban ni a las más cortas jornadas. .". La sorpresa había dado resultado. Bolívar contaba con ella principalmente, y su efecto fué doble, pues por una parte debilitó al enemigo, y por otra inflamó el entusiasmo de los granadinos. En la batalla decisiva de Boyacá, librada casi inmediatamente después del descenso de las montañas, tres mil de sus "alpinistas", extenuados por una marcha de setenta y cinco días, vencieron a cinco mil españoles, bien descansados y equipados, e hicieron mil seiscientos prisioneros, cifra inaudita en aquella época. El virrey de Nueva Granada huyó en seguida, abandonando en la capital medio millón de pesos en plata. Bogotá cayó sin resistencia en manos de Bolívar, quien entró en la ciudad y por segunda vez recibió el título de Libertador. El efecto de la victoria y de la sorpresa fué inmenso. Miles de neogranadinos se unieron a los patriotas y, principalmente, las autoridades y los demás jefes. Sólo con esto y de pronto, Bolívar se colocaba en el rango del mayor adversario legítimo de España. Su primera proclama a los soldados tiene ecos de la profecía de un poeta: "Desde los mares que inunda el Orinoco hasta los Andes fuentes del Magdalena, habéis arrancado catorce provincias a legiones de tiranos enviados de Europa, a legiones de bandidos que infestaban la América. Ya estas legiones destruidas por vuestras armas preceden al carro de vuestras victorias. "¿Soldados! Vosotros no erais doscientos cuando empezasteis esta asombrosa campaña; ahora que sois muchos millares, la América entera es teatro demasiado pequeño para vuestro valor. Sí, soldados, por el norte y sur de esta mitad del mundo derramaréis la libertad. Bien pronto la capital de Venezuela os recibirá por la tercera vez y su tirano ni aun se atreverá a esperarnos. Y el opulento Perú será cubierto a la vez por las banderas venezolanas, granadinas, argentinas y chilenas. Lima quizás abrigará
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FUSION DE DOS PAISES
en su seno a cuantos libertadores son el honor del mundo moderno". ¡Cuatro años solamente y todo aquello se habrá alcanzado! A partir de ese instante, el general Morillo, consciente de la magnitud de la derrota, escribió al Ministerio de Madrid: "El sedicioso Bolívar ha ocupado inmediatamente la capital de Santa Fe, y el fatal éxito de esta batalla ha puesto a su disposición todo el reino y los inmensos recursos de un país muy poblado, rico y abundante, de donde sacará cuanto necesite para continuar la guerra en estas provincias, pues los insurgentes, y menos este caudillo, no se detienen en fórmulas ni consideraciones. Cuenta con la disposición de los habitantes, y no son responsables a ninguna ley de sus procederes. .. Bolívar continuó sus marchas, engrosando siempre su ejército con nuestros desertores, los descontentos y los hombres de todas clases y condiciones que fué sacando de los pueblos que invadía, y pudo presentarse con fuerzas tan respetables al frente de nuestras tropas, que logró derrotarlas completamente". En todo el tono de este escrito, se transparenta la admiración de Morillo por su adversario. Bolívar veía llegado el momento de la unión de ambos países. En sus proclamas exhorta a los dos pueblos, Llamándolos ya colombianos, y pide la convocación de una asamblea nacional para la Nueva Granada. Pero, mientras continuaba hacia el norte en su marcha de conquistador, recibió noticias de las intrigas urdidas contra él en Angostura. Quería seguírsele un juicio por haber conducido el ejército a territorio extranjero. Con el ímpetu que adquiría a cada nuevo peligro, decidió regresar a Angostura, a toda prisa, con alguna tropa, y llegar allí por sorpresa, como dictador y no como acusado.
XIV El proyecto de Bolívar de unir los dos países y hasta el de añadirles luego un tercero, idea predilecta suya durante muchos años, se compenetra con la de una unión personal, representada por él mismo, como ocurre con
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empresas similares llevadas a cabo por algunos reyes. Si los dos países hubieran formado juntos, durante tres siglos, una colonia de la monarquía española, y, libertados por dos hombres y dos ejércitos distintos se separaran luego, ello no asombraría a nadie; pero unir, durante la contienda por la independencia, a dos colonias distintas, no era posible sino gracias a un proyecto personal, y éste, a su vez, no lo podía realizar sino el libertador de ambos países. ¡Cuánto prodigio acontecido! Un venezolano derrotado, expulsado con su partido, llega a Nueva Granada, conquista a Venezuela con tropas neogranadinas; de nuevo lo derrotan y lo expulsan, pero vuelve y liberta a los neogranadinos con tropas venezolanas. El que ambos pueblos tuviesen un enemigo común no era razón suficiente para fundirse en uno solo, y cuando ninguno de los dos, en su territorio, había alcanzado todavía su propia unidad de gobierno y de orientación, ¿cómo establecer una sola para países de carácter y clima tan distintos? Pero su ideal político no era objeto de duda en el momento: extender al sur la libertad de América. La unión había hecho la fuerza de los pueblos del norte, y Bolívar en persona, como jefe de la unión, representaría una autoridad más alta. Su historia personal en los ocho años anteriores reforzaba su voluntad de hacer de los dos países uno solo. Ello nos permite ver en la fundación de Colombia el sueño de un solo hombre. La idea poética de honrar a Colón, concebida años atrás en su mente de hombre consagrado a la gloria, es, en su ejecución, hija del cálculo realista, que en ese instante procede también objetivamente y en forma inesperada. Comprendía Bolívar que a un venezolano no le era posible emprender la fundación de Colombia sino en su propio país, e hizo sus preparativos inmediatamente después de los triunfos en Nueva Granada, volando en algunas semanas al otro extremo del continente hacia Angostura, donde, a pesar de todo, mientras estuviera ausente, no se hallaban seguros su poder y su situación. Y realmente... en el congreso creado por él se levan-
EL PRESIDENTE DE COLOMBIA
taran en seguida voces reprochándole el haber abandonado con las tropas el territorio del país. Era menester intervenir rápidamente, por sorpresa. Como un aparecido, Bolívar regresa al este cuando apenas se acababa de saber su llegada al oeste. Con prodigiosa prontitud, como corresponde a su ritmo de hombre habituado al caballo, funda en algunos días el nuevo estado de Colombia. En esto, se parece al fundidor de campanas: trabaja largos meses el molde, pero, cuando todo está listo, realiza la fundición en una hora. "¡Cundinamarqueses! —dijo al pueblo de Bogotá— Quise ratificarme si deseabais aún ser colombianos: me respondisteis que sí y os llamo colombianos!". Y luego: "El plan en sí mismo es grande y magnífico ; pero además de su utilidad deseo verlo realizado, porque nos da la oportunidad de remediar en parte la injusticia que se ha hecho a un grande hombre, a quien de ese modo erigiremos un monumento que justifique nuestra gratitud. Llamando a nuestra república Colombia y denominando su capital Las Casas, probaremos al mundo que no sólo tenemos derecho a ser libres, sino a ser considerados bastantemente justos para saber honrar a los amigos y a los bienhechores de la humanidad; Colón y Las Casas pertenecen a la América. Honrémonos perpetuando sus glorias". El nuevo estado reunía los actuales territorios de Venezuela, Colombia y Ecuador, una extensión casi igual a la de Europa. Bolívar fué su primer presidente. Difícil es adivinar sus secretos pensamientos de aquel día; pero a juzgar por su carácter y por el testimonio de sus luchas en los años siguientes, nos parece seguro que no pensase en adquirir un poder vitalicio, para transformarse en una especie de funcionario supremo. Desde luego no se veía a sí mismo mandando desde un palacio, sino en el campo de batalla, avanzando cada vez más hacia el sur, ganoso de libertar nuevas regiones del continente. Su inquietud innata lo colocaba tras las huellas de Alejandro. Carecía de paciencia y de frialdad marmórea para ser un César. En verdad, quedó instituida una presidencia vitalicia
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SENTIMIENTO DEL TRIUNFO
como él lo propuso al congreso a principios del año, naturalmente, para él mismo. Pero su ser, impelido siempre hacia adelante, la inquietud de su temperamento, que nunca conoció la saciedad y siempre quiso ir más lejos, le hicieron imposible una existencia concentrada, aunque fuese la más elevada en el país, y por esto es perfectamente sincero cuando le escribe a Santander, poco después de ser elegido presidente por toda la duración de la guerra: "El primer día de paz será el último de mi mando: nada hará cambiar esta determinación. Se podrán amontonar sobre mi cabeza todas las tempestades del cielo, abrírseme a los pies todos los abismos, convidarme la fama con un templo en la última posteridad, ofrecerse el Paraíso a mis delicias; pero yo, más fuerte que el inflexible Catón, quedaré inexorable como él. Por fin diré: si no me queda otro camino que el de la fuga, ése será el de mi salvación". La imagen de la fuga deja ver cómo se violenta a sí mismo para permanecer fiel a los ideales de Robinson. La realización de ese sueño mantenía a Bolívar en un estado eufórico ; pocas veces sus palabras son tan triunfales, alegres y chispeantes. Algunos pasajes de sus cartas, las más de ellas dirigidas a Santander, quien por ese tiempo en Bogotá trabaja en acostumbrar a las gentes a la fusión, atestiguan un humor travieso y decidido, raro por demás en la vida de Bolívar: "He venido como un rayo y todo se ha hecho como he deseado. El señor Zea es vicepresidente de Colombia y el padre de esta república porque él ha sido el principal autor de ella. La actividad de Arismendi la empleo en el Oriente. Mariño está aquí enfermo y marchará después al Occidente adonde yo lo destine, y aun no sé qué hacer con este hombre. Pasado mañana parto de aquí aunque es víspera de Pascua y de la gran solemnidad, pero yo no estoy para perder un momento... Yo mandaré 10.000 fusiles a Cundinamarca, o me vuelvo loco. Los enviaré a pesar del mundo entero antes de un mes... Todo esto es cierto y ciertísimo, pues nada digo de exagerado en esta carta, que todo es lo que llaman la pura verdad, y dicha con la franqueza que le profesa de
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VEA USTED SI TENGO BUEN HUMOR
corazón su amigo...'."Mas yo estoy manejando el destino de dieciocho provincias ya libres, y no debo jugarlas a los dados. . . La fortuna es generalmente ciega, y yo me he hecho perspicaz: éste es un presagio muy fausto al buen éxito de nuestra causa. No sé si me equivocaré, pero yo tengo más confianza en esta prudencia que en todas las profecías de los santos...". "En cuanto a observaciones, raya. En cuanto a esclavos, raya. Jamás he pensado que Ud. haya negado nada al ejército... Esto merecía una raya sin discusión.. El asunto de la dimisión se raya también, porque ya lleva tres discusiones, y si se hace una cuarta, lo condeno a Ud. a ser presidente de Colombia". Otro día escribe también a Santander, a propósito de un clérigo que ha redactado ciertas pastorales de tono equívoco: "Tengo tres puntos que tratar: el padre Cuervo, el padre Cuervo, y el padre Cuervo... Respeto mucho su ministerio sagrado, pero como su reino no es de este mundo, por desprenderlos de los bienes mundanos debemos aliviarles la conciencia... Dios aprueba la creación de un gobierno cuyo fin es el bien de la comunidad . . . Es tan diferente el derecho, de la fuerza, como es el sacrificador, de la víctima, como es la España con respecto a la América .. . De estas cosas, que digan muchas, más bonitas y con la unción de su compungido lenguaje. Es preciso pronto una nueva pastoral. La que se ha dado es una anfibología oracular". Postdata de su puño y letra: "Perdone Ud. amigo los desatinos que tiene la carta; pues aunque muchos los he dictado yo, muchos los ha dictado el amanuense . .. ¡Qué pastoral!! ¡qué pastoral! Yo la estudio noche y día para admirar sus hórridas bellezas. ¡Éste sí es el diluvio de palabras sobre el desierto de ideas!!!", Algún tiempo después le vuelve a escribir: "Hay un buen comercio entre Ud. y yo; Ud. me manda especias y yo le mando esperanzas. En una balanza ordinaria se diría que Ud. era más liberal que yo, pero esto es un error. Lo presente ya pasó, lo futuro es la propiedad del hombre; pues éste siempre vive lanzado en la región de las ilusiones, de los apetitos y de los deseos ficticios. 202
EL PARTO DE LOS MONTES
Pesemos un poco lo que Ud. me da y lo que yo le envío. ¿Cree Ud. que la paz se puede comprar con sesenta mil pesos? ¿Cree Ud. que la gloria de la libertad se puede comprar con las minas de Cundinamarca? Pues ésta es mi remisión de hoy. Vea Ud. si tengo buen humor. De corazón. Bolívar". Como Santander deseaba una casa y se la pide en lugar de tomarla, le responde: "Sobre su asunto particular digo que no tengo facultades para ceder bienes nacionales, pero que puedo hacer algo que valga más, si Ud. me pide una cosa que valga la pena: las fechas nada cuestan; servir a los amigos cuesta menos, y aun mucho menos recompensar el mérito con los bienes comunes. Junto con la casita de Córdoba se puede pedir lo que valga diez veces la casita. Ud. se acordará que yo fuí omnipotente en esto de bienes nacionales cuando no había legisladores: ¿Ud. me entiende? Pues si me entiende, rompa Ud. mi carta y acuérdese de lo que digo". A un camarada, el general Montilla: "Al eterno amigo: Si yo fuera loco como Tomás Montilla, diría: ¡Cuánto 5 5 podría responder! ¡Qué reconvenciones haría! ¡Qué disculpa me darían!? ? ¡Qué! ... Nada amigo, Ud. es el mismo siempre y yo más mismo que nunca. Vénte para acá y nos abrazaremos. Si quieres dinero pide doce onzas a don Domingo y vénte". O bien, nuevamente a Santander, sin transición alguna: "Estoy esperando por momentos y con mucha ansia el gran parto de nuestra madre la revolución. ¿Si será un ratón?" En esta época supo Bolívar de los breves instantes de la dicha; parece excitado por una ligera embriaguez de champaña, y apenas si nos damos cuenta de ello en sus cartas. Los motivos y aún la mayor parte de los personajes van quedando en el olvido; pero el encanto de su carácter rápido en sus transiciones, que ahora a los treinta y seis años, como antes, a los veinte, en París, pasa insensiblemente de la clara risa del vencedor al abatimiento y a la decepción, al cabo de un siglo todavía nos aprieta el corazón. Nos habla de un espíritu victorioso, superior y elástico a la vez, y oímos cómo atempera con elegancia francesa lo patético puramente español de sus
EL LIBERTADOR PRESIDENTE
proclamas exageradas. Y todo ello conmueve más aún, cuando sabemos por anticipado esta dicha seguida de depresiones realmente trágicas, de las cuales, a pesar de lo fabuloso de su carrera, no se repondrá sino en cortos instantes. ¿No las adivina ya? El parto de la Revolución: ¡un ratoncillo! Una vez más es Don Quijote, pero sabe que lo es.
En aquel año de 1820, el buen humor de Bolívar tenía otro motivo además del entusiasmo romántico por la fundación de Colombia, otro motivo práctico al cual quizás convenga atribuirle mayor importancia aún. Las cosas marchaban mal para los españoles, y Bolívar tenía razones para ver como posible obligarlos a firmar la paz y a reconocer la independencia, lo cual valdría mucho más que la victoria militar. La calma interior quedó inmediatamente restablecida por el momento. Arismendi, el último de los jefes rebeldes, fué depuesto por las tropas de Bolívar y confinado en Margarita. En Nueva Granada, Santander representaba a Bolívar, quien entonces confiaba en él y, durante diez años, le dirigirá sus cartas más importantes, gracias a las cuales hoy tenemos una viva imagen de Bolívar en aquella época. Se convocó para el congreso de la Unión. Quien no estuviese conforme con la fusión, recibiría su pasaporte y quedaba en libertad de emigrar. De regreso a Bogotá recibió Bolívar, en medio de brillantes solemnidades, el título de Libertador Presidente. Al mismo tiempo, en el extranjero maduraban los frutos de su victoria. Los asuntos europeos, que, tanto para él como para sus predecesores, habían sido a menudo obstáculos en el camino de la libertad, ese año le fueron favorables. En España estalló una revolución contra el absolutismo de Fernando, la de Riego, cuando debía zarpar de Cádiz un gran ejército de 25.000 hombres, cuya mitad se destinaba a sojuzgar a la recién fundada Colombia. El general Morillo, con largos y sobrados motivos, ansiaba por esas tropas y, ante las nuevas cir-
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GUERRA DE NERVIOS
cunstancias no tuvo otro remedio sino el de apelar al gesto de avenencia, al cual suelen recurrir los dirigentes no cuando dominan la situación, sino siempre demasiado tarde, al sentirse constreñidos por la necesidad. Morillo le propuso al congreso de Angostura un armisticio de un mes, y le ofreció a Bolívar el grado de general español. El rechazo oficial era de esperarse; pero en uno y otro bando se expresaron opiniones en favor de la avenencia, y, al mismo tiempo, ambos jefes fueron criticados por algunos de sus propios partidarios. En España los insurgentes obligaron al rey Fernando a jurar una constitución liberal, la cual debía extenderse a las colonias. En vano trató Morillo al principio de mantener en secreto la noticia; ésta no tardó en recorrer la América entera. Entonces comenzó la última batalla: la de nervios, como al final de toda guerra larga. Bolívar, como suelen hacerlo los temperamentos nerviosos, conservó su impasibilidad mejor que el español y que muchos de sus amigos. Lejos de dejarse sugestionar por la constitución española, sin tornar en cuenta la índole de ella, puso su voluntad, como diez años antes, al principo de la revolución, en la absoluta libertad y la perfecta independencia, en la existencia de Colombia. Nunca cejó en su actitud, ni aun cuando recibió por primera vez del enemigo, de un general encargado de tantear el terreno, una carta dirigida "A Su Excelencia el Presidente de la República", aunque, en verdad, faltaba la expresión "de Colombia". Al mismo tiempo, aguardaba impaciente la tregua. En efecto, con su pequeño ejército, frente al español compuesto aún de 15.000 hombres, su posición le parecía tan precaria que escribió a Santander: "Mi incertidumbre es tal que me desvelo todas las noches sin poder fijarme en una resolución ... Mucho me terno un descalabro ... Temo el hambre, la peste, la pobreza, el fastidio de los pueblos y el descontento de las tropas en la inacción. Pero si nos baten sin tener armas ¿con qué reparar nuestras pérdidas? ¿qué hacemos?" Además teme la alianza de Inglaterra, Francia y España. Necesita una tregua, pero también que el enemigo no se entere de esta necesidad. En ocasiones se le ha reprochado el haber aceptado
EL ARMISTICIO
el armisticio, en lugar de desbaratar a los españoles y economizar cuatro años de nuevas efusiones de sangre. Ya en aquella ocasión hubo miembros del congreso que se indignaron contra él porque no exigió de antemano el reconocimiento de Colombia y llevó todas las negociaciones según su propio criterio. Para hacer esta objeción es menester olvidar el desacuerdo existente en el seno del congreso y que éste jamás hubiera obtenido de Fernando VII el reconocimiento de Colombia, al paso que el armisticio era un reconocimiento de hecho. Sólo cuando se sabe el resultado final, es posible juzgar si convenía continuar la guerra o aprovechar la tregua de seis meses, y este resultado es favorable a Bolívar. Ocho años más tarde, él mismo refirió los motivos que lo impulsaron a ello: "Qué mal han comprendido y juzgado, algunas personas, de aquella célebre entrevista. Unos no han visto por mi parte ninguna mira política, ningún medio diplomático y sólo el abandono y la vanidad de un necio; otros sólo la han atribuído a mi amor propio, al orgullo y a la intención de hacer la paz a cualquier precio y condiciones que impusiera la España ... Jamás, al contrario, durante todo el curso de mi vida pública, he desplegado más política, más ardid diplomático que en aquella importante ocasión y en esto, puedo decirlo sin vanidad, creo que ganaba también al general Morillo, así como lo había ya ganado en casi todas mis operaciones militares... fuí además armado, de cabeza a pies, con mi política y mi diplomacia bien encubiertas con una grande apariencia de franqueza, de buena fe, de confianza y de amistad... El armisticio ... no fué para mí sino un pretexto para hacer ver al mundo que ya Colombia trataba como de potencia a potencia con España-. Para lograr el armisticio de 1820 Bolívar desplegó todas las cualidades de un gran diplomático: reserva, sentido de su dignidad, flexibilidad y hasta el -bluff-. En las conversaciones preliminares que corrieron a cargo de Sucre, Bolívar parecía insistir ante todo en el aspecto humanitario: seguridad y cambio de los prisioneros, extinción de la pena de muerte para los desertores, protección de
AUN CONTRA LOS INMORTALES
la población. Pero al mismo tiempo conviene ver cómo su contestación a proposiciones que juzgaba insuficientes trasluce al esgrimista: "Al recibir S. E. la nota de US. de esta mañana, 29 de agosto, arrojó la pluma que tenía en la mano y me ordenó contestarla: Es el colmo de la demencia, y aún más, de lo ridículo, proponer a la república de Colombia su sumisión a la España; a una nación siempre detestablemente gobernada; a una nación que es el ludibrio de la Europa y la execración de la América... ¡Cómo! ¿Podríamos olvidar centenares de victorias obtenidas contra las armas españolas? ¿Podríamos olvidar nuestra gloria, nuestros derechos y el heroísmo de nuestros soldados? ¿Cree US., señor gobernador, que la vieja y corrompida España pueda dominar aún el Nuevo Mundo? ... Diga US. a su rey y a su nación, señor gobernador, que el pueblo de Colombia está resuelto, por no sufrir la mancha de ser español, a combatir por siglos y siglos contra los peninsulares, contra todos los hombres y aun contra los inmortales, si éstos toman parte en la causa de la España. ¡Prefieren los colombianos descender a los abismos eternos, antes que ser españoles!...". Y cuando le preguntaron si se retiraría a Cúcuta: "Diga usted al general Morillo de mi parte —contesta el Libertador irritado— que él se retirará a sus posiciones de Cádiz antes que yo a Cúcuta; dígale Ud. también que cuando fugitivo de mi patria mientras él la estaba oprimiendo a la cabeza de un ejército numeroso envanecido con sus triunfos, yo, acompañado por unos pocos proscritos, no temí buscarle; y que cuando apenas tenía a mis órdenes unas pocas guerrillas, jamás me retiré sino disputando el terreno palmo a palmo, y por último, que hacerme semejante proposición, ahora que cuento con un ejército más disciplinado y numeroso que el suyo, es un insulto que yo devuelvo con desprecio". Pero en la misma época escribe una carta confidencial a Santander: "Ésta es la verdad: la digo para que no hagamos castillos en el aire, aunque en esto nadie será mejor arquitecto que yo". Y en otra, al mismo, y pocos días después: "... yo
PREFIERO LA POLITICA A LA GUERRA
prefiero la política a la guerra, aunque tenernos con qué hacerle frente a esos señores. Morillo se muestra muy adicto a la paz y a mí ... Muchas cosas tengo que decir: pero la cabeza la tengo llena de paz y de guerra, de cosas de Europa y de América, de Sur y Norte, y últimamente estoy medio malo". Al mismo tiempo se hace dirigir alabanzas públicas: "Envío a Ud. dos cartas de Santomas para que haga Ud. un extracto para la Gaceta; y una de París. Haga Ud. un compuesto de todas ellas para entretener a los ociosos de Bogotá. Añada Ud. que un oficial principal de Morillo, en su presencia, ha brindado por mí, comparándome con Bonaparte y añadiendo que aquél había hecho la guerra con recursos, y yo sin ningunos; esto indica paz, pues si no, no hablarían así los señores godos". Sin embargo, a pesar de toda su astucia, en aquellas enervantes semanas, entre la paz y la guerra, impulsado por su corazón, suelta la vela al sentimiento, cuando aparece en la comisión de negociaciones Juan Rodríguez de Toro, pariente de su difunta esposa, y escribe a éste, militante en el campo enemigo: "Hoy he tenido una emoción tiernamente agradable al recibir tus letras. Ellas reunieron en un punto muchos recuerdos y sentimientos de mil especies. Al saberte al alcance de mi vista he olvidado que vienes empleado por el enemigo; y sólo he sentido que eres el antiguo, bueno y compasivo Juan Toro". Y a Iturbe, el español que antaño tras de la caída de Miranda se ofreció en garantía de su persona, le procuró un pasaporte y le salvó la vida, le escribe Bolívar espontáneamente desde que queda abierto el camino hacia el enemigo: "Mi adorado amigo 'turbe: Tengo más gusto en estar en paz con Ud. que con toda la nación española, porque yo amo más a Ud. que a la paz. ¿Por qué no me escribió Ud. con los comisionados? ¿En qué podré servir yo a Ud.? Ud. debe saber que yo debo a Ud. cuanto Ud. me pueda exigir... Soy su muy reconocido, Bolívar". ¿No han de considerarse semejantes cartas como documentos dignos de todas las épocas? Perduran por sobre los planes de batalla, las astucias, las perfidias, la exaltación y la desesperanza, cuyos motivos y consecuencias
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111.1..;
UNA CARTA PARA SIEMPRE
se desvanecieron tan rápidamente que apenas si vemos aún algunos nombres temblar como sombras ante nosotros. Aquí se yergue el jefe de la revolución, abajo está un oficial del enemigo. Pero Bolívar no espera a que se le acerque en las negociaciones; le escribe inmediatamente preguntándole ¿por qué no se ha dirigido a él? ¿Cómo puede servirlo ya, hoy mismo, cuando el hielo se ha roto entre ambos? "Ud. debe saber que debo a Ud. cuanto Ud. me pueda exigir". Se convino una tregua de seis meses "entre los gobiernos de España y de Colombia". Los dos generales pueden, pues, reunirse. La entrevista tuvo lugar en una pequeña ciudad de la vertiente occidental de los Andes. Al aproximarse las dos comitivas, quiso Morillo saber cuál era Bolívar. Al señalárselo exclamó: —"¿Cómo, aquel hombre pequeño de levita azul, con gorra de campaña y montado en una mula?" Pues, como cuenta O'Leary, Bolívar se informó de que Morillo llegaba a caballo, de riguroso uniforme, a la cabeza de un escuadrón de húsares, y se vistió adrede con la mayor sencillez, haciéndose acompañar solamente de algunos edecanes. Era lo que en Milán le había admirado en Napoleón. Morillo hizo retirar inmediatamente su escolta, para no aparecer como desconfiado, y cuando ambos echaron pie a tierra, apretándose las manos, se perdonaron y en un abrazo olvidaron las atrocidades cometidas durante largos años. Los papeles parecían invertidos. El español de humilde cuna, llegado a general y con el título de Conde de Cartagena, era el defensor de los nobles, de los ricos, de la corona. Bolívar, el criollo de noble y rico nacimiento, había renunciado a sus títulos y privilegios, vivía con el ejército y representaba al pueblo. Después de la primera conversación, parecían experimentar ambos jefes sentimientos iguales a los de los hermanos enemigos de Schiller, uno de los cuales dice al otro, en el momento de la reconciliación: "Si antes hubiera yo sabido que eras tan justo, "Muchos males se hubieran evitado". Luego, en el banquete, Bolívar ofreció un brindis, que
Bolívar-14.
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MOMENTO CULMINANTE DEL ACTO TERCERO
puede aún servir de modelo a soldados que hagan la paz en una situación análoga: "A la heroica firmeza de los combatientes de uno y otro ejército: a su constancia, sufrimiento y valor sin ejemplo. A los hombres dignos, que al través de males horrorosos, sostienen y defienden su libertad. A los que han muerto gloriosamente en defensa de su patria o de su gobierno. A los heridos de ambos ejércitos, que han manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter. Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente". Morillo: "Castigue el cielo a los que no estén animados de los mismos sentimientos de paz y de amistad que nosotros". Cuando se han presentado coyunturas como aquélla, la posteridad distingue al poeta del general. Morillo, indudablemente, no carecía de culpa en las muertes e incendios cometidos año tras año por los jefes de sus hordas de caballería, pero antes en España había triunfado sobre las tropas de Napoleón y esto último ha debido impresionar a Bolívar, quien en su romanticismo histórico quizá se sintió en cierto modo el vengador de Napoleón. En tales instantes, cuando importan ante todo el tacto más exquisito, la finura, no solamente en las palabras sino en los sentimientos, triunfa el genio, porque, sin ejemplos, sin consejos, encuentra algunas palabras para compendiar toda una situación y aún, en el fondo, el espíritu de todos aquellos combates, cuya conclusión debía celebrarse. En toda situación positiva --ceteris paribus— el temperamento poético se revelará superior al frío y calculador. Luego, los dos adversarios pasaron la noche en la misma habitación; en la mañana, Bolívar se levantó más temprano y esperó a su huésped para el desayuno, pero no hubieran sido dos generales si en el último momento, a pesar de los abrazos y de las firmas, no se dirigieran mutuamente ciertas reticencias; Bolívar por su parte invoca el pretexto de no publicar todavía la noticia del armisticio, el papel podía perderse o enfermarse quien lo llevara. Poco después, Morillo abandona el servicio,
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RECOMIENZA LA GUERRA
regresa a su país, se casa con una mujer rica en España, y como en los cuentos de hadas, vivió feliz y satisfecho, pero si no hubiera sido el adversario de Bolívar, hoy estaría olvidado su nombre. Bolívar ansiaba levantar el suyo hasta las estrellas. En aquella época, próximo ya a los cuarenta años, desplegaba una fuerza vital verdaderamente soberbia, lleno de proyectos, de inspiración y de verbo. Nos aproximamos, sin embargo, al momento más patético del tercer acto, en el drama de su vida.
XVI De nuevo estalló la guerra, aún antes del plazo para la expiración del armisticio. En los meses de calma. Bolívar manifestó en muchos documentos su voluntad de reconciliación ; pero, naturalmente, de acuerdo con los intereses de su causa. Hasta se decidió a escribir una carta al rey Fernando, contra quien, veinte años antes, había lanzado su anatema. "Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, no abrumada de cadenas..." Sólo en forma simulada podía decir semejantes verdades al rey, pues en realidad era una carta abierta, destinada al pueblo. En cambio, dirige a La Torre, sucesor de Morillo en el mando del ejército realista, una verdadera carta a la española: "Me doy la enhorabuena, mi querido general, de que sea Ud. el jefe de mis enemigos, porque ninguno es más capaz que Ud. de hacer menos mal y mayor bien. Ud. es el que debe estancar las heridas de su nueva patria. Ud. que vino a combatirla debe protegerla; Ud., que se ha mostrado siempre noble enemigo, será aún más noble amigo". Cuando al fin se rompió la tregua, cada quién atribuyó públicamente la culpa al otro • el pretexto fué la ocupación de la ciudad de Maracaibo. Para Bolívar llegaba en hora oportuna la reanudación de las hostilidades, y escribe a su adversario: "¿Pretenderá V. E. que esperemos la muerte sobre nuestros fusiles, por no hacer uso de ellos?" El ejército tenía hambre, era imposible impedir que avan-
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YO TEMO MAS LA PAZ QUE LA GUERRA
zara. "Como la necesidad es la ley primitiva y la más inexorable, tengo el sentimiento de someterme a ella", expresión completamente napoleónica, salvo que el emperador, cuando ejecutaba su voluntad, prefería hablar de "la naturaleza de las cosas". Hasta dónde corresponde esto a una verdadera necesidad y no a deseos de un conquistador, lo esclarecen los escrúpulos expresados por Bolívar en diversas ocasiones: "No pueden Uds. formarse una idea del espíritu que anima a nuestros militares... hombres que han combatido largo tiempo, que se creen muy beneméritos, y humillados y miserables y sin esperanza de coger el fruto de las adquisictones de su lanza. Son llaneros determinados, ignorantes y que nunca se creen iguales a los otros hombres, que saben más o parecen mejor. Yo mismo, que siempre he estado a su cabeza, no sé aún de lo que son capaces. Los trato con una consideración suma y ni aun esta misma consideración es bastante para inspirarles la confianza... Estamos sobre un abismo, o más bien sobre un volcán pronto a hacer su explosión. Yo temo más la paz que la guerra, y con esto doy a Ud. la idea de todo lo que no digo ni puede decirse". La nación entera le parece tan poco segura como sus soldados. Tras de la reciente entrada a Caracas, después de una gran victoria, refiriéndose a sus compatriotas, habla de un pueblo que despierta de un profundo letargo: "y nadie sabe cuál es su estado, ni lo que debe hacer, ni lo que es. Todo está en embrión, y no hay hombres para nada; y a todo esto tengo sobre las costillas un grande ejército, que no sé cómo mantener". Esto lo escribe en los mismos términos a dos jefes del gobierno, y llega hasta aventurar el concepto de que cierta suma se emplearía mejor en el congreso que en el ejército, pues no es justo que aquél se disuelva por falta de dinero; los soldados, en cambio, pronto o tarde se hallarán muertos o vencedores. Las dobles funciones de jefe del gobierno y del ejército comenzaron a pesarle, y, a la larga, le fueron funestas. Lo que Napoleón podía resolver con toda comodidad, porque el gobierno, el estado, el poder, reposaban en su espada siempre victoriosa, fué un gran problema para
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JEFE DE ESTADO
Bolívar, quien sólo por gobernar tomó las armas, aprendió a manejarlas, y, sin embargo, se vió continuamente envuelto en la guerra. La finura de espíritu, la responsabilidad de su educación según los preceptos de Rousseau, fueron trabas para él. A veces, a caballo o bajo la tienda de campaña, de noche, en el llano o en marchas temerarias por los desfiladeros, sus disposiciones románticas lo promovían a una vida exaltada y, entonces, detestaba del mando y del gobierno; así, escribía: "Mi vida es demasiado activa, y ya veo con repugnancia los trabajos sedentarios..." "El bufete es para mí un lugar de suplicio "Sepa Ud. que yo no he visto nunca una cuenta, ni quiero saber lo que se gasta en mi casa: tampoco sirvo para la diplomacia porque soy excesivamente ingenuo, muchas veces violento, y de ella no conozco más que el nombre. En nada sé nada, pero como gusto por inclinación de la libertad y de las buenas leyes, pelearé con el mismo gusto por mi patria, defenderé en un congreso las leyes que en mi opinión crea mejores". A menudo aspira solamente a ser un soldado, no el presidente. Entre sus tropas, gozaba por el momento de una relativa independencia, mientras en el congreso se veía combatido por constantes intrigas. Así comienza y se establece el juego de Bolívar con su dimisión y lo continuará durante los diez años siguientes, hasta el fin, tomándolo a veces muy en serio. Antes de su elección definitiva como Presidente de Colombia, sustenta su negativa con esta soberbia serie de razones: "Primero, porque estoy cansado de mandar; segundo, porque estoy cansado de que me atribuyan miras de ambición; tercero, porque el mundo creerá que no hay quien sirva en este país para tal magistratura; cuarto, porque yo no sirvo sino para militar; quinto, porque el gobierno estará siempre en orfandad, como ha estado hasta ahora, no hallándome con disposición alguna para desempeñar sus funciones; sexto, porque mejor sirvo yo en los departamentos a la cabeza de las tropas sosteniendo al gobierno; séptimo, porque es necesario que yo pacifique a Venezuela y haga una visita a Quito; últimamente, porque estoy resistido y si me fuerzan deserto".
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VEJEZ PREMATURA
Pero cuando sus disposiciones eran otras, el humor despierto se le cambiaba en un profundo conocimiento de sí mismo y de su situación. El caballero elegante se tornaba en el Don Quijote abatido, y entonces escribía: "Estoy cansado de que me llamen usurpador, tirano, déspota . . "Persuádase Ud. que no sirvo sino para pelear, o, por lo menos, para andar con soldados, impidiendo que otros los conduzcan peor que yo. Todo lo demás es ilusión de mis amigos. Porque me han visto dirigir una barca en una tempestad, creen que yo sirvo para almirante de una escuadra ... Ud. me dice que la historia- dirá de mí cosas magníficas. Yo pienso que no dirá nada tan grande como mi desprendimiento del mando, y mi consagración absoluta a las armas para salvar al gobierno y a la patria. La historia dirá: "Bolívar tomó el mando para libertar a sus conciudadanos, y cuando fueron libres, los dejó para que se gobernasen por las leyes, y no por su voluntad" ... Uds. han querido intimidarme con temores vanos; yo no veo más peligro que en las fronteras. Sólo los godos son nuestros enemigos ; los otros son enemigos del general Bolívar, y a éstos no se les presenta batalla; se les debe huir para vencerlos". Estas sorprendentes y magníficas confesiones, que han de oírsele de nuevo, hacen comprender por qué en Sus retratos hechos entre los treinta y los cuarenta años, parece un hombre de más de cincuenta, y, quizás es la única vez en la historia que se le escuchan a un personaje dueño de la victoria y del poder. Semejantes a un monólogo, descubren los motivos íntimos del alma de Bolívar y los errores y los aciertos del hombre de acción cuando se juzga a sí mismo. Y aquí se nos muestra a uno de ellos, partido a alcanzar la gloria en su más elevada esfera. No es que todos sus actos los haya ejecutado pensando en el juicio de la posteridad, pero siempre, al realizar uno, apartaba su vista de la tierra hacia el espejo de las nubes o buscaba en lo alto su reflejo. Cuando,r,se agolpaban en su corazón joven los ideales de libertad e igualdad, cuando al principio, desde un plano filosófico, miraba en Napoleón los principios del poder, y luego, después de la caída de aquél, los contemplaba de un modo práctico, cuando
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ESTAR EN TODO
se moldeaba a sí mismo constantemente sobre los modelos de la antigüedad, Bolívar no sabía dominar su desprecio por la envidia y la intriga, sino mediante una gran interpretación de su propia actitud. El deseo de gloria, origen de toda su actividad, lo obligaba a transportarse constantemente al pasado y en ello hallaba una fuerza de muy superior valía a la que otros dictadores encuentran en la aprobación barata de las masas. Pero mientras tanto, su anhelo de grandeza histórica se ha fundido con la magnitud de su responsabilidad. Ha aprendido a sentir la miseria de miles de individuos, la inseguridad de un pueblo todo, y termina por hacer suyo y aceptar como un deber, como una carga, lo que había comenzado para él como un juego espléndido. Ni en una victoria ni en otro acontecimiento puede fijarse el punto de su vida donde aparece esta orientación interna; pero ella se manifiesta claramente en algunos pasajes de sus cartas y en el cambio de su fisonomía; a menudo se nos presentará como interrumpida, contradicha por cien momentos de audacia y de esplendor. Sin embargo, ha de tomarse en cuenta la vejez prematura de Bolívar, a partir de sus treinta y ocho años más o menos, diferencia importante con Napoleón, quien, para esa edad, se hallaba más saludable, menos abatido y también, en conjunto, era más ingenuo. Por lo múltiple de su actividad y también por su elemental y rápido poder de decisión, Bolívar puede hombrearse con Bonaparte. Grande era el peso de la carga, pero mayor era la rapidez de Bolívar. Deja la impresión de que descansaba al pasar de un trabajo a otro, porque, como poeta, de ellos cogía principalmente el sentido simbólico. A orillas del Orinoco, al fundar a Colombia, no solamente será político y jefe del ejército, sino al mismo tiempo, médico, juez, comprador, agente, inventor. Falta pan en algún momento para la tropa, y hará prepararlo con cierta raíz indígena. Se declara un epizootia en los ganados y transformará un convento en hospital, y haciendo recoger en las casas abandonadas los restos de jabón y velas, pondrá de médico principal a un fraile versado en el arte de curar. Además con él estaba el padre Blanco, quien siempre
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GALOPE
tenía inspiraciones. ¿Dónde hallar más mulas para transportar los víveres, cuando de mil que eran, faltan varios centenares? ¿Quién podrá construir canoas nuevas? Como en el límite de la selva virgen faltaba todo, como lo poco que había antes quedó destruido por la guerra, no era posible prescindir de la iglesia, antigua depositaria de la cultura; Bolívar constituyó una especie de consejo eclesiástico, pero nunca tuvo una idea patética de la iglesia. Cuando durante una marcha, unos monjes que venían delante de él echaron pie a tierra, ofreciéndole sus servicios con muchas ceremonias, les respondió: "El más grato servicio que podéis hacernos ahora, reverendos padres, es someteros a la privación temporal de esas buenas mulas en que habéis venido; hemos hecho una larga jornada y nuestros caballos están tan cansados como nosotros; no os molestéis, os lo suplico, en acompañarnos a pie al paso de vuestras mulas". Cuando un sacerdote poco afecto a los patriotas solicita sus sueldos atrasados, Bolívar le escribe insinuándole que se dirija al rey para obtener su dinero. A una solicitud semejante hecha por un médico, contesta que se considere satisfecho con cuanto ha robado. Comienzan a leerle una petición e interrumpe: "¡Ah! ya sé, solicita un ascenso, pero lea Ud." Es preciso conmutar centenares de condenas a muerte, pero cuando cae prisionero el oficial que lo traicionó en Puerto Cabello, obligándolo a huir, principio de la tragedia de Miranda, Bolívar lo hace comparecer: "¿Te acuerdas aún de Puerto Cabello? No mereces morir como un soldado" y lo manda ahorcar. A partir de aquella época el estilo de Bolívar refleja todos los matices de su espíritu. Entre los jefes, difícil será hallar otro cuyos documentos varíen tanto de tono. A menudo se lanza al galope, como gustaba hacerlo a caballo; ¿no se le ve pasar a grandes saltos cuando se le oye dictar: "Ofrezca Ud. del modo más fino y sagaz hasta el valor de cien mil duros al individuo que proporcione la toma de la plaza de Cartagena, o un grado militar hasta coronel; y si el sujeto es coronel, el de general de brigada, siempre dándole una propiedad de cien mil pesos"? O todavía: "Dios está muy alto, y la diputación
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GRATITUD
muy lejos, y el congreso de Colombia, muy cerca, para que dé su voto entre Catón y el Senado, mientras que César duerme y nuestro Cicerón se fué a su legación". Si un general confundido al recibir una súplica en lugar de una orden, no alcanza la elegancia de la intención, le responde: "¿No es una prueba de amistad y aun de cariño suplicar que tal o tal cosa se haga? Crea Ud. que si no tengo la confianza que tengo con Ud., mi lenguaje sería otro; sería el de oficio y no el de corazón. Mucho celebro, por otra parte, que los sentimientos de Ud. se hallen en un estado tan delicado, que se ofendan de la menor sospecha de falta de confianza". No le es posible a un bravo militar comprender tan sutiles palabras. Pero si se trata de alguno de los pocos hombres con quienes tiene deudas de agradecimiento, su elegancia se transforma en el calor de un corazón lleno de gratitud. Por la gratitud difiere Bolívar de casi todos los poderosos. Iturbe, su salvador en 1812, había abandonado al país junto con el general Morillo, y sus bienes fueron confiscados. En vez de ordenar la restitución, el fundador de Colombia escribe al presidente del congreso: "Permítame V. E. que ocupe, por la primera vez, la bondad del gobierno de Colombia, en una pretensión que me es personal". Y después de referir la escena ocurrida entre 'turbe, Monteverde y él: "¿A un hombre tan magnánimo puedo yo olvidar? ¿Y sin ingratitud podrá Colombia castigarlo? Si los bienes de don Francisco Iturbe se han de confiscar, yo ofrezco los míos como él ofreció su vida por la mía; y si el congreso soberano quiere hacerle gracia, son mis bienes los que la reciben, soy yo el agraciado .. . Don Francisco Iturbe ha emigrado por punto de honor, no por enemigo de la república". Cuán pocos de los soberanos de la historia han escrito cosas semejantes.
XVII En el verano de 1821, con una gran victoria obtenida cerca de Valencia, en Carabobo, en el mismo lugar donde había triunfado ocho años antes, Bolívar libertó por segun-
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COMO ENTRE ESPECTROS
da vez su país. En esta jornada disponía de más de 6000 hombres, el mayor número de tropas que hubiese reunido hasta entonces. Después de la batalla los generales españoles se refugiaron no lejos de allí, en Puerto Cabello, punto central del destino de Bolívar, y última plaza fuerte que se mantuvo algunos años aún por los españoles, como para recordar al vencedor una de sus más tristes jornadas. Parece que las tropas extranjeras que formaban la Legión Británica decidieron la lucha en Carabobo, de la cual no se salvaron sino cuatrocientos españoles. Una vez más, la consecuencia fué decisiva. Allí Venezuela quedó libre para siempre. Pero ¡cómo fué su entrada a Caracas! Cuando Bolívar ocho años antes llegó victorioso a su ciudad natal, una agitada multitud de hombres libres afluía a su presencia, y lo aclamaban hermosas mujeres. En esta ocasión no encontraba sino una ciudad desolada, vacía de humanidad, pues todo ser viviente había huido a la salida de los españoles. Sólo enfermos, hambrientos, mendigos y muertos halló en su camino. Al pasar a caballo no vió ningún rostro conocido, y cuando algunos centenares de voces dieron el grito de "¡Viva Colombia!", su sonido hueco y agudo impresionó al vencedor más que el silencio. Hubo ciertamente iluminaciones; pero no espectadores, y en las ventanas, en vez de las hermosas de antaño, sólo algunas ancianas, las últimas aristócratas, le dieron gracias casi silenciosamente. Bolívar, viendo que todos habían huido, expresó su decepción en una proclama: "Vuestra fuga, el abandono total de vuestros bienes, no puede ser una obra espontánea: no puede ser sino el efecto de un terror pánico, sea a las armas colombianas, sea a las armas españolas... Yo os conozco patriotas y habéis abandonado a Caracas; pero ¿podéis de buena fe alejaros de las armas de Colombia? No, no, no". Las cosas no marchaban mejor para él en el congreso de Cúcuta, donde se habían reunido los representantes de los estados federados. De nuevo, en plena victoria, el conflicto elemental de su corazón lo privaba de las dichas de la conquista. De nuevo en él estalló el desacuerdo entre el demócrata y el dictador, transgrediendo espiritual.
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DICTADURA O DEMOCRACIA
mente el círculo de los diputados, a quienes, en teoría, estaba dispuesto a someterse, cuando en realidad los superaba a todos sin excepción. El discípulo de Rousseau rechazaba la dictadura, el de Napoleón la solicitaba. Las cartas verdaderamente espléndidas escritas en aquellas semanas son trasuntos de los combates de su alma: "...estoy resuelto a dar el ejemplo de un gran republicanismo, para que este mismo acto sirva a otros de precepto. No conviene que el gobierno esté en las manos del hombre más peligroso; no conviene que la opinión y la fuerza estén en las mismas manos, y que toda la fuerza esté concentrada en el gobierno; no conviene que el jefe de las armas sea el que administre la justicia; porque entonces el choque universal será contra este individuo; y derrocado él, será derrocado todo el gobierno. Es menos peligroso que haya dos potestades que una sola; y siempre se me debe suponer una potestad en este país, teniendo un mando militar que, probablemente, debo conservar. Todo el inundo sabe que yo tengo enemigos; muchos piensan que aspiro al poder absoluto; ¿no será un gran golpe para la república que las enemistades y los celos, conspirando contra mí, derriben el gobierno? Mandando el ejército, Colombia me tendrá siempre en la reserva y el gobierno en la vanguardia. Sufro una derrota, el gobierno reparará las pérdidas. Suponiendo lo contrario, la cabeza del ejército es la cabeza del gobierno. Sufriendo todos los tiros, deberá al fin caer y arrastrar con su caída la suerte de la sociedad. Estas consideraciones son fuertes, profundas, y exactas..." ...Ud. me dice que la historia dirá de mí cosas magníficas. Yo pienso que no dirá nada tan grande como mi desprendimiento del mando". Aquí vemos a Bolívar agitarse como potro ansioso de partir en carrera y obediente, sin embargo, al freno; pero no es un jinete quien lo doma, sino una idea y ésta lo persigue aún en sus antiguos sueños de gloria, de una gloria a la cual lo sacrificaría todo, hasta el poder. ¿Es acaso sorprendente que quien sólo por voluntad propia renuncia al poder procure en seguida restringirlo en aquellos a quienes él mismo se lo ha concedido?
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DE NUEVO DON QUIJOTE
Sí, ocurrió como él lo había pedido. Lo invistieron de poderes dictatoriales sólo mientras durase la guerra. Santander quedó encargado de la administración. Peto las advertencias morales de Bolívar fueron acogidas con tanta rapidez, sobre todo por sus amigos, que éste no pudo menos de ver en ello una señal de desconfianza. Los diputados, por dogmatismo, continuaron ateniéndose a la imitación de la América del Norte. Bolívar se sintió herido cuando la nueva constitución recortó aún más el alcance de los principios modificados ya dos años antes, desposeyendo del derecho de voto a casi todos los negros y a muchos indios, y para colmo, su idea fundamental de un senado aristocrático, hereditario, se redujo a un mandato de ocho años, destruyendo el contrapeso de la democracia absoluta. ¿Qué habían hecho de sus ideas? Impresas al final de la constitución, se invitaba a todos los filósofos a meditar sobre ellas y a expresar sus opiniones. Un hombre nacido para el mando, superior en todo a sus compatriotas, ¿no debía lamentarse ahora de no haber sido un tirano, en el sentido clásico de la palabra, en vez de un discípulo de Voltaire? Todo aquello forzosamente lo entristecía. Cuando sonó la campana del pueblo, anunciando la nueva constitución, dijo Bolívar: "Están doblando por Colombia". ¡Don Quijote una vez más! ¿Cómo encontrar de nuevo equilibrio? ¿Qué hacer para que no perezcan los ímpetus de su alma? En estos momentos, Bolívar se nos aparece en el punto máximo de su firmeza interior. Si en torno suyo imperaban la torpeza y la mezquindad, si con ruindad y pequeñas leyes se amenguaba su concepción de un gran estado, no le quedaba más recurso sino clavar la mirada en la lejanía. Por una espléndida paradoja, el mismo hombre que oía doblar por Colombia, en el preciso instante de constituirse el estado, daba comienzo al engrandecimiento de la nación. Como jefe del ejército no se le imponía traba alguna, al sur se extendía otro país. En la frontera de Nueva Granada, Quito era el complemento natural de Colombia, además se obedecía al ideal de no dejar españoles en América. Ya otro general, San Martín, venía de la Argentina y avanzaba hacia el Perú. ¿No debía
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OTRO LIBERTADOR
Bolívar ir a su encuentro? ¿No se llamaba el libertador? ¡El Continente era inmenso! Ardía siguiente de ser nombrado por el congreso, Bolívar salió de la ciudad hacia el sur, a completar su nuevo estado. "Este hermoso país tiene tres o cuatro cosas muy buenas: ser muy patriota y muy colombiano; ser muy poblado de indios y de blancos; estar muy bien cultivado; y estar tan lejos!!!" De un solo impulso, el Libertador se lanzó en esta nueva y temeraria empresa: "No iré —escribe a Santander— si la gloria no me ha de seguir, porque ya estoy en el caso de perder el camino de la vida, o de seguir siempre el de la gloria. El fruto de once años no lo quiero perder con una afrenta, ni quiero que San Martín me vea si no es como corresponde al hijo predilecto. Repito que mande Ud. todo lo que tenga al sur para que allí se forme lo que se llama un ejército libertador". "Haga Ud. prodigios, mi querido Santander, si Ud. ama mi gloria y a Colombia como me ama a mí ... Porque es un necio el que desprecia las bendiciones que la Providencia derrama sobre él. Somos queridos de Dios en este momento y no debemos dejar infructíferos sus dones". Con parejos sentimientos radiosos, aquel hombre, apenas salido de horas tenebrosas, se lanzará a una nueva empresa más audaz aún, a la cual nada lo obliga ni nadie lo llama, sino sólo su amor a la libertad y a la gloria. Cuando abandona su doble patria para expulsar del sur al enemigo, ya casi barrido de Colombia, un segundo móvil se manifiesta en él. Allá no sólo estaban los españoles, sino también otro libertador que desde el Plata parecía acercarse rápidamente a las nuevas fronteras. Aquel también había atravesado la cordillera. La fama de esta expedición repercutió en toda América y en cierto momento pareció pálida ante ella la de la campaña de Bolívar a través de los Andes. Sin duda, ambos hombres ansiaban la misma cosa, pero estaban fijados el día y el lugar donde habían de unirse ligados solamente por la común hostilidad a España. Pertenecían por cuna y educación a pueblos diferentes; se encontrarán y se cruzarán. Por aquel hombre, Bolívar
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OTRO LIBERTADOR
quiere presentarse como el hijo predilecto. Tales eran el día y el lugar que él preveía al salir de la ciudad del congreso, situada al norte, para ensanchar su nuevo país hacia el sur. Sería una campaña de libertad como las dos precedentes, pues no tenía por objeto esclavizar, pero también una conquista espiritual, porque el fundador de Colombia ansiaba consolidar su nueva creación. Para él Napoleón no era sólo una advertencia, sino además un modelo. Bolívar, el poeta, tendía sus sueños sobre el continente.
EL DICTADOR
La independencia de Sur América parece una guerra de coalición de veinte años, por cuanto media docena de estados diferentes luchan a un tiempo contra un mismo enemigo y acaban por vencerlo; pero no lo es porque en ella falta por completo la unidad en el mando y en la acción. Las victorias de Bolívar repercutieron fuertemente en el movimiento revolucionario argentino; así mismo, sus derrotas en Colombia influyeron sobre los combatientes chilenos, no obstante lo enorme de la distancia, no acortada entonces por la radio, como sucede hoy; sin embargo, a pesar de la comunidad de razas de los americanos, la diversidad de la naturaleza, el hallarse separados por mares y montañas, los obligaron a desenvolverse y operar aisladamente, y ni siquiera el enemigo común, el ejército español, pudo obrar de acuerdo con un plan general. En la historia de Colombia y de la Argentina, los dos hogares de la revolución, se entrecruzan las fechas; pero sería inconducente investigar dónde principió la lucha. La primera junta independiente se reunió en Buenos Aires algunas semanas después de haberse efectuado la de Caracas. Nuestro propósito en este libro es narrar la historia del Libertador, no la de la guerra; dejaremos, pues, en la penumbra cuanto no concurra a nuestro objeto principal; por otra parte, no hallaremos en sitio alguno a alguien comparable a Bolívar por el genio y por el dominio de los problemas. 223
LA JUVENTUD DE SAN MARTIN
Sólo surge un hombre cuya presencia en el camino de Bolívar está cargada de destino y solicita la comparación. El encuentro de ambos adquiere carácter dramático a causa de la similitud en los propósitos que los animan, en contraste con la diversidad de temperamentos de estos dos personajes. Lo reviste un interés tanto histórico como psicológico y tanto humano como político, y en la vida de Bolívar tiene una importancia comparable sólo a aquella otra coyuntura que lo puso frente a Miranda. Pero mientras el encuentro con Miranda se remontó hasta la tragedia para robustecer el carácter de Bolívar, éste de ahora, ocurrido cuando Bolívar se halla en el apogeo de sus victorias, no puede sino proporcionarle ánimo para acometer nuevas y más temerarias empresas. Coincide con sus resueltos pasos para alejarse de su patria por un gran camino extranjero y con el trastorno que produce en su corazón la vista de la mujer más hermosa de su existencia. Así, como si fuera una *ntensa novela, las fuerzas de vida, de amor y de combate del héroe alcanzan su culminación en un mismo momento, durante el verano de 1 822, y levantan hasta el ápice a un hombre de cuarenta años.
II José de San Martín nació en 1778, cinco años antes que Bolívar, pero no en un palacio, ni en la capital siquiera, sino en una cabaña de tablas, en un oscuro lugar de las pampas argentinas, y el escaso sueldo de su padre, oficial de baja graduación con cinco hijos, no pudo proporcionarle ninguno de aquellos dones de la vida que colmaron la niñez de Simón Bolívar. Criollo también, pero no de clase rica y privilegiada, su infancia discurrió entre indios y mestizos; mas por eso mismo le fijé menos duro sufrir la altivez de los españoles, pues ni siquiera aceptado a medias se hallaba libre de tentaciones de hacerse aceptar del todo. Cuando contaba siete años, sus padres se trasladaron a España, y entró en una escuela de Madrid. Sus aptitudes físicas y morales dejaban presentir en él un futuro soldado, pero un soldado a quien su inclinación al dibujo
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AL SERVICIO DE ESPAÑA
y a las matemáticas parecía destinarlo sólo a oficial de estado mayor. En la pintura y en la música desahogaba sin duda secretas inclinaciones románticas, que durante toda su vida se ocultó a sí mismo y a los demás; pero, como cadete a los once años y poco después como oficial joven, no tuvo tiempo para cortejar a las musas, pues en África y en España combatió primero contra Francia, y luego, bajo Napoleón, contra Inglaterra. Por necesidad y vocación, de los veinte a los treinta años su vida fué sólo la de un soldado, al paso que la misma etapa fué para Bolívar de ocios y elegancias de dilettante en Madrid, París, Roma y Viena, entre mujeres, juego y hastío. Lo serio de la existencia se le impuso pronto a San Martín y maduró su alma; sin embargo, como a Bolívar, sólo a los treinta años un acontecimiento personal lo sacó del camino que se había trazado. El uno, en un acceso de indignación, abandonó a Miranda, su jefe y amigo, a la sombría suerte que lo esperaba; el otro vió a su amigo y superior perecer a manos de las turbas en Cádiz, sin que él, oficial de guardia, pudiese socorrerlo. También San Martín se halló, pues, ante la hora de poner en la balanza de un lado el deber militar y del otro la simpatía humana, y parece que, tan profundamente como Bolívar, meditó luego sobre este suceso. En verdad, no lo desterraron en seguida, pero él mismo optó por el exilio. Grande amargura le produjo la catástrofe en que, como cficial español y sin culpa alguna, se encontró envuelto a consecuencia de la confusión reinante en aquella época; sin embargo, no fué éste su único motivo para aborrecer el servicio de España. No obstante, el incidente de Cádiz lo separó definitivamente de la causa del rey. San Martín durante aquellos diez años llevó el uniforme del rey, en la propia España, como hijo de un oficial español. Era, pues, realista, pero realista a medias. Su infancia entre los indios, sus humillaciones como criollo, el sentimiento creciente de ser en el fondo un americano, a pesar del uniforme azul y blanco: todo ello lo impulsó a recibirse en la misma logia de Cádiz, donde, casi al mismo tiempo, se le acogía a Bolívar, principalmente a causa de su riqueza. Allí tuvo conocimiento de los proyectos revolucionarios de Alvear,
EL TUNEL
de Carrera y de otros jóvenes argentinos, quienes alcanzaron más tarde lugar prominente en la guerra de independencia. Pero, lo mismo que Bolívar, San Martín no preparó la revolución sino la aceptó. Sólo cuando le llegaron noticias de los sucesos de su patria abandonó el servicio y se trasladó a Londres para entrevistarse con Miranda; pero ya ni éste ni Bolívar se encontraban allí, y sólo pudo ver a sus representantes. Quizás deba considerarse como algo simbólico el azar de que, en un breve intervalo, Bolívar y San Martín pasaran por Londres. En todo caso, los dos hombres comenzarían bien pronto, al mismo tiempo y a veces con el mismo ritmo, a luchar contra un mismo opresor en sus patrias respectivas, situadas en un mismo continente, y aquel azar obligó a cada uno de ellos a forjarse, según referencias, la imagen del otro; pues a la larga ninguno de los dos podía dejar de preocuparse por su camarada y rival del extremo opuesto de la América del Sur. Parejos en valor y resolución, en ardor bélico y odio al enemigo común, lo eran también en el buen éxito, y cuando San Martín libertó a Chile con una batalla decisiva, Bolívar exclamó, al saber la noticia: "El día de la América ha llegado". Sin embargo, no se canjeó entre ambos acuerdo alguno, ni siquiera una carta. Cada uno, a su manera, venció a los españoles y trató de reorganizar el estado; y forzosamente el de Caracas había de marchar hacia el sur, como hacia el norte el de Buenos Aires, de suerte que ambos podían prever el tiempo y el lugar donde habrían de encontrarse, semejantes a dos ingenieros que proceden a abrir un túnel de parte a parte de un monte y presienten, al acercarse uno a otro, la emoción del instante en que oirán el golpe del compañero en la roca; sin embargo, la ausencia total de plan les impedía estar seguros de encontrarse a mitad de camino. Indudablemente, ambos podían comparar algunas circunstancias de sus campañas. Los dos abandonaron su patria para luchar contra los españoles. En el curso de ese período de diez años, lleno para ellos de los mayores peligros y de los más altos éxitos, con poca diferencia de tiempo, libertaron a sus respectivos países vecinos, pues
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BOLIVAR Y SAN MARTIN
la independencia de Chile por San Martín precedió en poco la de Nueva Granada. Luego, uno y otro continuaron sus campañas en la dirección establecida y pasaron de sus primeras y segundas empresas a una tercera, cuyo objeto los acercaba. En 1820, San Martín salió de Chile en dirección del Perú; un año más tarde, Bolívar resolvió marchar hacia el mismo país. Mientras Bolívar constituía y gobernaba el nuevo estado de Colombia, San Martín comenzaba en Chile un trabajo análogo. Durante estas campañas, fueron en su propia tierra perseguidos por la envidia y combatidos por los celos; sus compatriotas les infligieron las mayores amarguras, y ambos jefes se alejaron de ellos igualmente. Pero diferían tanto por la evolución de la personalidad como por el nacimiento. La naturaleza y la historia no pueden en manera alguna conducir al mismo tiempo y hacia un mismo objeto dos caracteres tan opuestos. Cuanto Bolívar sabía de San Martín y cuanto éste supo de aquél por oficiales, viajeros y gacetas, era para causar asombro en ambos, y, sin embargo, nada sería tan absurdo como colocar todo ello en la balanza de la historia, en vez de comparar sin prejuicios a estos dos hombres - en la plenitud de la vida y de la energía. Les era común el valor personal, el orgullo decidido, la consagración total a su causa, el perfecto desinterés, la fe inquebrantable en la justicia de su propósito y en el significado de su misión. Igualmente poseían un afinado sentido de las buenas maneras y cierta educación a la antigua que les inspiraba ideales clásicos. Pero, puesto todo ello aparte, bastaba verlos para comprender que un mundo los separaba. Al continente de caballero elegante de Bolívar, se opone el porte grande y macizo de San Martín, como el tipo de un viejo prusiano al de un latino. El uno jamás está en reposo, a caballo siempre, cuando no balanceándose en la hamaca; como dijo él mismo, en su juventud había concebido sus mejores pensamientos entre danzas y bullicios; esgrimista, jinete, apasionado por el baile, nada lo cansaba tanto como el reposo. El otro, aplomado, musculoso, con el sentimiento de la responsabilidad siempre por
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BOLIVAR Y SAN MARTIN
delante, sombrío a menudo y rara vez sonriente. Al lado de un espíritu radioso, vivaz en la conversación y en la correspondencia, a quien todos querían halagar y capaz siempre de conquistar a los mejores, se coloca un pensador taciturno, lento para hablar y escribir, que, con su tez sombría, sus grandes orejas, su mirada escrutadora y su voz opaca, no trataba de agradarle a nadie, y, en realidad, más inspiraba respeto que entusiasmo. Si Bolívar en su juventud conoció y perdió su primer amor y vivió luego rodeado de mujeres, sin casarse con ninguna, San Martín sólo a los treinta años contrajo matrimonio con una criolla a quien abandonaba durante sus largas campañas, sin mostrar a pesar de ello inclinación por otras mujeres. La estirpe de Bolívar se extinguió con él, no quiso dejar tras de sí sino su gloria; San Martín, agriado en la vejez por las injusticias que pesaban sobre su fama, se consagró por entero a la educación de su hija única, para quien compuso preciosas máximas. Bolívar, brillante, gustaba de verse en cada cosa: en la libertad, en la antigüedad, en las mujeres, en Napoleón; su contrarresto supremo era la representación de la gloria, a la cual se daba por entero, y, ansioso de consagrarse a este ideal, sacrificó la ambición exterior, que llegó a veces a ofrecerle la corona. Sus numerosas entradas triunfales en las ciudades, el laurel y el favor de las mujeres, eran para él símbolos del heroísmo antiguo, que en medio de la oscura vida de los campamentos, lejos de toda alegría espiritual o estética, debían reemplazarle el brillo de París, el colorido y el gusto de la gran sociedad europea. Sin el pensamiento de la posteridad, Bolívar no se hubiera considerado a sí mismo sino como un jefe de ejércitos favorecido por el éxito, y ello lo habría cansado rápidamente, como en su juventud se hasti5 del dinero. A San Martín sólo lo impulsaban exigencias morales. Como era más lento y más prudente en todos sus movimientos, la gloria exterior carecía de sentido para él, y, por consiguiente, se hallaba menos expuesto al Besen. canto. La vida de Bolívar fué como el fiel de una balanza; subía alta y rápida, pero también caía rápidamente, de suerte que sus depresiones se equiparan a sus éxtasis. San
BOLIVAR Y SAN MARTIN
Martín, formado en el servicio del estado, poseía un concepto religioso del deber, y, como colocaba muy en lo alto esta idea, más allá de la medida, ella misma lo sujetaba a tierra y lo obligaba a dudar, aun en los instantes más grandiosos. El uno era poeta sobre todo; el otro, soldado. Conocernos las geniales improvisaciones de Bolívar como general, y si de sus hazañas no quedaran sino sus grandes expediciones en las montañas, sus marchas a través de los llanos y sus aventuras en los ríos, siempre su nombre sería inmortal en los fastos militares. Pero si se yergue en los anales del mundo, entre Napoleón y Washington, es sólo a consecuencia de su intuición poética y de su poder visionario para comprender y determinar los encadenamientos del devenir histórico. Por otra parte, así se consideraba a sí mismo en sus últimos años. Sobre todo, se esforzaba en combinar el impulso del pensador positivo con el talento del diplomático y con un certero conocimiento de los hombres. Esta ciencia del corazón humano y este sentido poético de las fuerzas en acción le dieron a Bolívar sus victorias espirituales. Amó la libertad y conoció sus límites; amó la gloria y le sacrificó su ambición; con energía y fuerza de persuasión incansable venció la apatía de sus contemporáneos y de sus compatriotas, y ha dejado proyectos que, al cabo de un siglo, están ahora en camino de llevarse a cabo. Si San Martín ignoraba tales impulsos del alma, en cambio se encontraba protegido contra las exageraciones que lanzan a menudo en la retórica los discursos y manifiestos de Bolívar. Si éste se hizo soldado tardíamente, para realizar sus propósitos políticos, San Martín, que desde los doce años llevaba el uniforme, sólo a pesar suyo les dió a sus victorias el carácter de resoluciones políticas, y sólo entre dudas y desconfianzas se aventuró en la vida pública. El contraste con Bolívar, fundador de estados nato, fué un general victorioso llevado por sus hazañas al poder político, aunque nunca sintiera entusiasmo por él. Bolívar emprendió su primera campaña con doscientos hombres, y si, cinco años más tarde, preparó con lentitud su paso de los Andes, dejó a la improvisación una parte
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BOLIVAR Y SAN MARTIN
de esta hazaña, quizás la mejor de ella. San Martín instaló al principio una fábrica de armas en Mendoza, al pie de las montañas, y preparó durante dos años, con toda meticulosidad, la marcha para libertar la costa occidental que se extendía a algunos miles de millas al sur. Su conciencia del deber le impedía contar con aquellas disposiciones y sugestiones que sabía despertar Bolívar; era un matemático, a quien la serenidad de su ser no le permitía relámpagos geniales. Y, sin embargo, el huraño San Martín poseía, según par,.ce, más profundas disposiciones místicas que su luminoso rival. Era afiliado a la masonería con mucho mayor convicción íntima que Bolívar. Amaba los misterios, amaba la música; pero no el baile. Mas en vez de buscar en el fondo imaginativo de su ser un refuerzo a sus sentimientos positivos, como solía hacerlo Bolívar espontáneamente, el severo soldado separaba a piedra y lodo esos dos mundos, sin dejar entre ellos intersticio alguno. Por eso, sólo escondiéndolo y en secreto daba suelta a su benevolencia; así, cuando, arrepentido cierto tesorero jugador le confesó su culpa, puso en la caja del regimiento el dinero robado, conminando al culpable a guardar silencio, porque si él, como general, se enteraba de la cosa, lo fusilaría en seguida. Suya es esta hermosa frase: "Si mi mano derecha supiese lo que hace mí mano izquierda, me la cortaba". A pesar de ello, mantenía la más estricta disciplina en el ejército, exigía la mayor exactitud en las cuentas, y, como hubiera ordenado que nadie entrase en la enfermería del ejército sino de blusa blanca y sin botas, recompensó al centinela que, cierta vez, le impidió a él mismo entrar de uniforme. La precisión de su vida en campaña, su continencia, su reserva en el trato, patente en su correspondencia y en sus notas, están en franca oposición con las maneras mundanas y agitadas de Bolívar. Por otra parte, San Martín raras veces sufría accesos de cólera, y le era más difícil que a Bolívar separarse de sus amigos y colaboradores; pero, cuando lo hacía, era de una vez para siempre. Bolívar, en quien la capacidad para dirigir corría a las parejas con la de seducir, sabía ganarse a sus adversarios a fuerza de títulos y cargos. Posiblemente 230
BOLI' VAR Y SAN MARTIN
ese aspecto del carácter de San Martín se relacione con la enfermedad que, a los treinta y cinco años, se le presentó en forma de vómitos de sangre y motivó la única irregularidad de su austera vida: el empleo del opio durante mucho tiempo para apaciguar sus dolores. Sin embargo, su vida metódica le dió una resistencia mucho mayor que la de Bolívar, a quien parecía devorar un fuego interno; pues éste murió a los cuarenta y siete arios, cuando se hallaba en plena actividad, y aquél abandonó el servicio a los cuarenta y cuatro, prolongando su vida otros treinta. Los padecimientos físicos de San Martín quizás expliquen también otro rasgo de su carácter —que constituye una diferencia radical con el de Bolívar —: la renunciación después de la victoria. San Martín, en diversas ocasiones, a raíz de un éxito importante, caía en una especie de aletargamiento, y algunas veces hasta en el abandono del poder. Después de haber libertado a Chile, confió el gobierno a su amigo y subalterno el general O'Higgins, haciendo luego que éste le diese el nombramiento de general. En el Perú observará una actitud semejante; pero de manera tan elevada, que el hecho pertenece a la historia universal. Esa disposición de su temperamento lo hará más tarde preferir la táctica al combate, lo cual suscitará desavenencias entre él y su más inmediato colaborador. Parece que nunca se sintió tan feliz en su tierra corno en aquellos arios de preparación secreta al pie de la Cordillera, durante los cuales, a fuerza de cálculo y de método, resolvió una gran conquista. No es mera casualidad que San Martín acostumbrase jugar ajedrez en las mismas horas de la noche que Bolívar solía dedicar al baile. En su desconfianza por todo cuanto brilla, llegará hasta censurarle a una señora, durante una fiesta en Chile, su elegancia no muy cónsona con lo duro del tiempo. Enemigo de la pompa, entrará de incógnito a Buenos Aires, después de una gran victoria. Dseconfiaba también de cualquier entusiasmo de las turbas, y un día, atravesando una muchedumbre de la cual surgían tumultuosas aclamaciones, pronunció esta clásica frase: "La patria necesita de estos locos". En ocasiones hará servir la mesa para sus oficiales y él comerá de pie en la cocina. Tales rasgos,
BOLIVAR Y SAN MARTIN
le valieron sin razón más reputación de original que de héroe. La severidad y la sencillez que San Martín le impuso a su ejército no era para granjearle una popularidad semejante a la de Bolívar, quien tenía en su favor el brillo y la gracia. Como no pretendía reinar sino gobernar, les dejaba ver a sus hombres que él no era un soberano nato. La rectitud de su carácter no le permitía emplear la amenaza de presentar su dimisión, como lo hizo Bolívar, pero en cambio muchas veces dimitió efectivamente. Cuando se lo llame de su patria para que ponga fin a la guerra civil, se negará resueltamente, diciendo: "Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean en contra de los españoles y en favor de la independencia". Mientras Bolívar, agitado por ideas contradictorias, buscó durante toda su vida, sin encontrarlo nunca, un término medio satisfactorio entre la dictadura y la democracia, San Martín permaneció fiel a su pensamiento de soldado leal, seguro de que era necesario un rey. Ambos aspiraban a derrocar el poder español, pero no creían de modo igual en la conveniencia de una república libre; mientras Bolívar pensaba solamente en esa república, San Martín deseaba reemplazarla por un monarca, pues carecía de los impulsos revolucionarios y dictatoriales de Bolívar. Según su proyecto, un príncipe español, quizás un Borbón, debía gobernar, con una constitución moderna, estos países sobre los cuales el rey de España había ejercido siempre su tiranía. La divergencia de propósito en ambos libertadores recuerda el conflicto de ideas de Cromwell, a quien San Martín se acerca más, por estar hecho de una sola pieza, soldado y hombre de honor, y haber tratado de preservar la corona, tanto como le fué posible. Y ello fué parte a hacerle sufrir la desconfianza de muchos de sus compatriotas, quienes atribuían a la ponderación del carácter mesurado de San Martín un doble juego que en realidad no existió nunca. Y por ello, en 1819, no regresó a la Argentina, donde para colmo de confusión se le aguardaba para que estableciese la monarquía. Lejos de obedecer al llamamiento oficial, marchó hacia el Norte y penetró en el Perú, en lugar de dirigirse a su patria. Al paso que Bolívar, nutrido en su juventud por la cultu-
SAN MARTIN EN LIMA
ra europea, y, sin embargo, expulsado de Madrid por los españoles, se conducía en todo como un americano, San Martín no renunció jamás a sus simpatías europeas y buscó el equilibrio entre las dos culturas. Bolívar había realizado este equilibrio en sí mismo, pero lo combatía como programa político. Si el destino logró reunir a dos hombres tan fundamentalmente distintos para decidir el resultado de un conflicto, este encuentro no podía conducir sino a una guerra o terminar por un desistimiento. La posición de los caracteres permite prever el desenlace.
III Cuando en julio de 1821 entró en Lima, San Martín tenía cuarenta y tres años, estaba enfermo, decepcionado, cansado. Con el apoyo de Chile, no de la Argentina, había marchado hacia el norte, a libertar el Perú, no a conquistarlo. Por otra parte, el país no se hallaba en modo alguno libre de españoles, y sus proyectos eran resolver la cuestión por tratados, sin hacer de ella asunto de vida o muerte. Se hallaba lejos de los sentimientos de triunfo que en otras ocasiones habían exaltado a Bolívar en Caracas y en Bogotá. En aquellas circunstancias tuvo las expresiones siguientes: "Al fin, con paciencia y movimientos, hemos reducido a los enemigos a que abandonen la capital de los Pizarros; al fin nuestros desvelos han sido recompensados con los santos fines de ver asegurada la independencia de la América del Sur. El Perú es libre. En conclusión, ya yo preveo el término de mi vida pública, y voy a tratar de entregar esta pesada carga a manos seguras, y retirarme a un rincón a vivir como hombre.... ... He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a derramar sangre, sino a fundar la libertad y los dere chos de que la misma metrópoli ha hecho alarde al proclamar la constitución del año 12". Entró luego en negociaciones con el fugitivo virrey y le dijo: "Si V. E. se presta a la cesación de la lucha estéril y enlaza sus pabellones con los nuestros para pro-
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DIFICULTADES EN EL PERU
clamar la independencia del Perú, los dos ejércitos se abrazarán sobre el campo". En un banquete, San Martín brindó: "por la prosperidad de la España y de la América", pronunciándose otros brindis "por la unión y la fraternidad entre europeos y americanos". Sí, la esperanza de un entendimiento lo hacía entonces tan feliz, que en un tranquilo rincón abrazó a su edecán; lo cual, en un hombre como San Martín, era algo insólito. Pero cuando los españoles, tratando de engañarlo, lo invitaron a ir a España a escoger un monarca, rompió en seguida con ellos; se hizo proclamar entonces Protector del Perú, título semejante al que se dió Cromwell; procuró también esta vez abreviar todo lo posible la ceremonia, y como Bolívar, fundó una nueva orden. En semejante situación, San Martín hubiera continuado la guerra, de no impedírselo su desacuerdo con el principal de sus oficiales: el almirante Cochrane. En apariencia, se trataba sólo de una disputa sobre puntos de estrategia. El Almirante insistía en atacar en seguida por tierra y por mar a los españoles en el Callao, mientras San Martín quería sitiarlos y evitar una batalla. Pero por encima de ello estaba una herida en el amor propio de Cochrane, quien, sintiéndose chileno, veía en el título de Protector de su amigo y jefe algo como una traición moral. Además, San Martín había olvidado citar la flota en la medalla de la Libertad del Perú. Por otra parte, el Almirante, quizás un poco interesado, promovía escenas a causa de los atrasos de su sueldo, y se dice también que trató de vender la flota chilena a los peruanos. La nobleza de San Martín aparece entera en la correspondencia que precedió a la ruptura con su viejo amigo. Como toda la expedición carecía de base jurídica oficial, ya que un argentino, después de libertar a Chile, penetraba en el Perú con fuerzas chilenas, la obediencia tenía que ser exclusivamente la consecuencia de una obligación moral, y de.,-pués de la disputa con el Almirante el Protector se encontró solo, sin las naves necesarias para vencer definitivamente a los españoles. En tal situación, su único recurso era dirigirse a Bolívar, su hermano y rival del norte, quien estaba a punto de marchar al Perú.
SOCIEDAD DE NACIONES AMERICANAS
Pero Bolívar, a su vez, se hallaba quebrantado en su espíritu cuando partió para el sur. Los cambios radicales introducidos por el Congreso en su Constitución lo habían herido profundamente, y su frase sobre el tañido fúnebre por Colombia, lo pinta como un analista dotado de la mirada incorruptible con que rara vez los padres contemplan a sus hijos amados. Muchas cosas sucedieron en seguida para devolverle a Bolívar las fuerzas del ánimo. A principios de 1822, Monroe y Adams obtuvieron del congreso de Washington el reconocimiento del nuevo estado. En Méjico se festejó la fundación de Colombia, y Santo Domingo se unió a esta nación. Inglaterra se opuso al intento de la Santa Alianza de sostener a España en América. Al enviar a Chile y a Argentina los primeros embajadores de Colombia, Bolívar veía su labor extenderse a lo infinito, y volvió a la idea de una sociedad de naciones americanas, esbozada ya durante su refugio en Jamaica. Dirigió a sus embajadores las siguientes instrucciones: "Mas repito a Ud que, de cuanto llevo expuesto, nada interesa tanto en estos momentos como la formación de una liga verdaderamente americana. Pero esta confederación no debe formarse simplemente sobre los principios de una alianza ordinaria para ofensa y defensa; debe ser mucho más estrecha que la que se ha formado últimamente en Europa contra las libertades de los pueblos. .. Es indispensable que usted encarezca incesantemente la necesidad que hay de poner desde ahora los cimientos de un cuerpo anfictiónico o asamblea de plenipotenciarios que dé impulso a los intereses comunes de los estados americanos, que dirima las discordias que puedan suscitarse en lo venidero entre pueblos que tienen unas mismas costumbres y unas mismas habitudes y que por falta de una institución tan santa pueden quizá encender las guerras funestas que han desolado otras regiones menos afortunadas". Bolívar, al principio, aspira a esta unión entre los países anteriormente españoles: deliberación en los conflictos importantes, tribunal de arbitraje, interpretación de tratados; es decir, exactamente lo mismo que cien años después llamamos Corte Internacional de Arbitraje . . . sin acabar de realizarla,
SOCIEDAD DE NACIONES AMERICANAS
Semejantes proyectos de importancia mundial se agrandan siempre en Bolívar cuando se halla ante un peligro cercano y amenazador. Parece como si se evadiera entonces de la opresión de las complicaciones del lugar o de las personas, para tomar aliento en la atmósfera pura de las especulaciones importantes. También esta vez lo llamaban de una parte y de otra. Mientras en Venezuela los españoles ocupaban a Coro, y Morales se movía dejando tras de sí la devastación, Bolívar triunfaba en el sur, en la batalla de Bomboná, que le abría las puertas del Ecuador. Después de pasar nuevamente la Cordillera con pérdida de un tercio de sus escasas fuerzas, alcanzó esta victoria en un país montañoso, luchando cuerpo a cuerpo, a la bayoneta y a puñaladas. Sucre se reveló entonces como un gran capitán, y avanzando precipitadamente con un puñado de hombres libró un combate decisivo al pie de los volcanes. Quito, la antigua ciudad incaica, cayó en su poder. Al cabo de trescientos años de dominación española, en pocas semanas todo un gran territorio pasó a manos de un extranjero, de un venezolano que reunía estados bajo el nombre de Colón. Allí sólo existían algunas escasas tropas españolas; pero parte de los habitantes protestó contra la anexión. La premura desarrollada por Bolívar y su teniente el general Sucre se debía a la actividad del nuevo protector, quien había emprendido la libertad del Perú. La idea de que aquel remoto argentino, a quien no conocía, estuviera moviéndose libremente hacia la frontera meridional de Quito ha debido incitar a Bolívar a posesionarse del territorio intermedio, que desde tiempo atrás, según sus proyectos, formaba parte de Colombia. Era lo más probable que el otro, el libertador del sur, incluyese también en sus propósitos a aquella fértil comarca, y, sobre todo su costa, en donde al cabo de centenares de millas se encuentra Guayaquil, único puerto de importancia en ese litoral. Por este motivo, Bolívar se apresuró a llegar a Quito, capital de la región. Cuando un día de junio entró solemnemente en la ciudad, no podía imaginarse lo que había de encontrar allí.
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IV / En el tumulto de la entrada, entre flores y repiques *de campanas, cortejo de doncellas, soldados y las músicas siempre nuevas, honores con los cuales se había familiarizado ya en jornadas anteriores, Bolívar, al pasar bajo el balcón de una esquina, vió descender sobre él una corona de laurel. Una mujer, deseosa de atraer sus miradas, le ofrecía ese romántico trofeo. Era una belleza meridional de poco menos de veinte años, esposa de un médico extranjero. Cuando volvió a verla en el baile del palacio, comenzó un amor que para ella fué el único y para él la pasión más importante de su vida. Bolívar llegaba entonces a los cuarenta años y hasta la última hora no amó verdaderamente a otra mujer; sin duda antes había amado a su esposa, pero entonces tenía apenas diecinueve años. Esta mujer, la primera en influir verdaderamente sobre Bolívar, ¿cómo era? No parece que tuviera semejanza alguna con aquella niña soñadora tan pronto agostada entre los brazos de su esposo, ni tampoco con la afectada literata que en París quiso adornarse con el amor de un interesante indiano. Nacida en el Ecuador y casada ya a los diecisiete años, ella, cuyo laurel fué el primer saludo, era una criolla en la flor de la juventud, hábil en el caballo como en el manejo de las armas, y versada, sin embargo, en Tácito y Plutarco. Ha debido parecerle a Bolívar el símbolo viviente de sus sueños; el orgullo en su forma más graciosa, la gloria junto con la sonrisa más mundana, la habilidad, el ingenio personificados en una mujer de extremada belleza, la frescura, la risa, la audacia; la primera mujer capaz de montar a caballo como él, amazona de dolman rojo y ancho pantalón que lo acompañó en sus campañas, sin retroceder nunca ante el peligro y segura, como un cazador, en la puntería: así era Manuela Sáenz, a quien gustaba más tarde llamar Manuelita, como para reducirla a su feminidad con el cariñoso diminutivo. Y para darle un sentido simbólico a la aventura, esta bella joven vivió algún tiempo en Lima con su marido y había cono-
CARTAS DE MANUELA
cido al general San Martín; pero al ver a Bolívar, su gran rival, lo olvidó rápidamente. Son quizás tan numerosas las leyendas acerca de ella como escasos los documentos que expresan su carácter y la esencia de su amor. Tal vez la percibamos más claramente, si antes de oír su voz escuchamos la de otras dos mujeres, amantes de Bolívar, a través de sus cartas: "Como Ud. conoce el temple de mi alma, se ha dignado Ud. curar la llaga de mi corazón; Ud. es la misma equidad: Ud. que todo lo abraza a golpe de vista... Pero qué dulce sorpresa la que recibí con la inestimable carta de Ud.". O: "Mi caro y dulce amigo:... Mi Libertador, Ud. semejante al sol naciente hace renacer cuanto pisa . .. Ud. es para nosotros como la primavera en la naturaleza... En Y otra casa resuena el nombre de Ud. a todas horas vez: "Mi Glorioso: Yo estoy fuera de mí... no me entiendo cuando considero que Ud. estará ya fuera de Colombia. .. Ud. que conoce mi entusiasmo y todo lo que Ud. es para mí aún no puede persuadirse de cuanto siento . . Le oigo, le abrazo, le admiro y yo finalmente me lisonjeo con la confianza de que Ud. en todas partes es quien es: en todo el mundo es admirado". Al lado de estos balbuceos infantiles ¡qué distinta suena la voz de Manuela! Solamente se conservan cinco cartas suyas; pues, por irónica injusticia, las parejas más unidas y más tiernas en su amor son las que menos documentos han dejado: sin duda, porque casi nunca se separaron. He aquí una de esas cartas, escrita inmediatamente después de su primero e impetuoso encuentro: "Incomparable amigo mío: En la apreciable de Ud. fecha 22 del presente me hace ver el interés que ha tomado en las cargas de mi pertenencia. Yo le doy a Ud. las gracias por esto, aunque más las merece Ud. porque considera mi situación presente. ¿Si esto sucedía antes que estaba más inmediata, qué no será ahora que está a más de sesenta leguas de aquí? Bien caro me ha costado el triunfo de Yaquanquer. Ahora dirá Ud. que no soy patriota, con todo lo que voy a decir, Mejor hubiera querido triunfar yo de él y que no haya diez triunfos en Pasto. Demasiado lo considero a Ud., lo aburrido que debe estar en 238
CARTAS DE BOLÍVAR
ese paeblo; pero por desesperado que Ud. se halle, no ha de estar tanto como lo está la mejor de sus amigas, que es Manuela". Parece que a menudo surgieron crisis, unas veces a causa de las aventuras galantes de Bolívar, otras a consecuencia de las protestas del marido. En una de estas ocasiones, escribió Bolívar: "Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y del honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación por ti ; porque te debes reconciliar con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro!!!! Sí, te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo". "Cuando tú eras mía yo te amaba más por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece que una eternidad nos separa porque mi propia determinación me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor, y tu corazón justo nos separa de nosotros mismos, puesto que nos arrancamos el alma que nos daba existencia dándonos el placer de vivir. En lo futuro tú estarás sola aunque al lado de tu marido. Yo estaré solo en medio del mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro consuelo. ¡El deber nos dice que ya no somos más culpables!! No, no lo seremos más". Entre los abundantes claroscuros de esta carta de adiós se mezclan los sentimientos del amante rendido y la gracia del favorito de las mujeres, pues sabiendo a Manuela resuelta a arriesgarlo todo por él es preciso ver en estas líneas rasgos de liberación, en la cual Bolívar siente un regocijo íntimo, aunque tal vez inconsciente, al substraerse a una pasión peligrosa. Bolívar, al principio, no se llevó a Manuela al Perú. Sin embargo, en Quito, ella se mezcló decididamente en los acontecimientos y reprimió un motín, poniéndose a la cabeza de un escuadrón que había permanecido fiel. Más adelante, él le rogó que fuera a su encuentro, y en el Perú la trataron como
CRISIS
esposa del Libertador, honrada por todos los oficiales... aunque no por las damas. Pero Bolívar tenía siempre nuevas aventuras, y hubo también nuevas crisis, como lo muestran estas líneas, impregnadas de violenta emoción, que dirigió a un ayudante de Bolívar: "Las desgracias están conmigo, todas las cosas tienen su término. El general no piensa ya en mí, apenas me ha escrito dos cartas en 19 días. ¿Qué será eso? Ud. que siempre me ha dicho que es mi amigo ¿me podrá decir la causa? Yo creo que no porque Ud. peca de callado! Y que yo le pregunte a Ud. ¿pero a quién pues, le preguntaré? a nadie, a mi mismo corazón que será el mejor y único amigo que tengo. Estoy dispuesta a cometer un absurdo, después le diré cuál y Ud. me dará la razón si no es injusto ... Adiós, hasta que la casualidad nos junte, que yo estoy muy mala y puede que muera de ésta porque ya no quiero tampoco vivir más". Un año después, a Bolívar: -Señor: Estoy muy brava y enferma. Cuán cierto es que las grandes ausencias matan al amor y aumentan las grandes pasiones. Ud. que me tendría un poco amor, y la grande separación lo acabó, pero yo que por Ud. tuve pasión, que ésta la he conservado por conservar mi reposo y mi dicha, que ella existe y existirá mientras viva Manuela. El general Sandes llegó y nada me trajo de Ud. ¿tanto le cuesta el escribirme? Si tiene Ud. que hacerse violencia no lo haga nunca. Yo salgo el 1 9 de diciembre (y voy porque Ud. me llama) pero después no me dirá que vuelva a Quito pues más bien quiero morir que pasar por sinvergüenza, Manuela. P. S. Estoy con un gran dolor de cabeza y en cama me vió el general Sandes". En Lima, un ario más tarde, una simple esquela para Bolívar, en la cual se estremecen en confusa mezcla el orgullo, el sentido del decoro, la ironía y la pasión, nos descubre una escena de esta vida semiconyugal: "Señor: Yo sé que Ud. estará enfadado conmigo pero yo no tengo la culpa, entré por el comedor y vi que había gente, mandé llevar candela para sahumar unas sábanas al cuarto inmediato, y al ir para allá me encontré con todos. Con esta pena ni he dormido, y lo mejor es
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POCAS LINEAS
Señor que yo no vaya a su casa sino cuando Ud. pueda o quiera verme. Dígame si come algo antes de toros, Manuela. P. S. Va un poco de almuerzo que le gustará, ¡coma, por Dios! ¿No?" Líneas fugaces conservadas por aquel hombre tan solicitado, porque en sus palabras arrogantes y burlonas, tan pronto imperiosas como sumisas, podía percibir la gran pasión que había despertado, imposible ya de desterrar de sus corazones, aunque él como mimado Don Juan aprovechase no pocas oportunidades de diversión. Pero Manuela, demasiado fuerte y orgullosa, intervenía siempre vigilante, cuando llegaba el momento necesario. Mientras él se dirigía al sur, ella descubrió una conspiración en Lima, hizo apoderarse de cartas, verificar arrestos, trató además de conducir nuevamente un batallón contra los traidores, esta vez sin éxito. Se hallaba absolutamente desprendida de cuanto significaba matrimonio, marido, reputación, seguridad. A su esposo, no siempre dispuesto a devolverle la libertad, sólo podía oponerle una pasión que, como él seguramente lo sabía, no le reservaba a ella ni la menor probabilidad de un segundo matrimonio. Habían discurrido siete años de tempestuosa unión entre ambos cónyuges, tan pronto anudada como rota, cuando la mujer escribió lo siguiente a su marido: "¡No, no, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme Ud. escribir faltando a mi resolución? Vamos ¿qué adelanta Ud. sino hacerme pasar por el dolor de decir a Ud. mil veces no? Señor, Ud. es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es Ud.; pero mi amigo, dejar a Ud. por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de Ud. sería nada". "Y Ud. cree que yo, después de ser la predilecta de este General por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o de la Santísima Trinidad? Si algo siento es que no haya sido Ud. algo mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que Ud. llama honor. ¿Me cree Ud. menos honrada por ser él mi amante y no por mi
Bolívar-16.
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DE MANUELA A SU MARIDO
marido? ¡Ah! yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente". "Déjeme Ud., mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree Ud. malo este convenio? Entonces diría yo que era Ud. muy descontento. En la patria celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritual (pues como hombre Ud. es pesado); allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores, digo, pues en lo demás ¿quiénes más hábiles para el comercio y marina? ). El amor les acomoda sin placeres, la conversación sin gracia y el caminado despacio, el saludar con reverencia, el levantarse y sentarse con cuidado, la chanza sin risa; éstas son formidables, divinas, pero yo, miserable mortal que me río de mí misma, de Ud. y de estas seriedades inglesas, etc. ¡qué mal que iría en el cielo! tan mal como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres aunque no lo fué Ud. conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero yo: ¿no tengo buen gusto?". "Basta de chanzas: formalmente y sin reírme, con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me juntaré más con usted. Usted anglicano y yo atea es el más fuerte impedimento religioso: el que estoy amando a otro es mayor y más fuerte. ¿No ve Ud. con qué formalidad pienso? Su invariable amiga, Manuela". Semejante lenguaje no puede proceder sino de un temperamento de amazona, en el cual se aúnen el abandono femenino y el orgullo viril, el ingenio y la ironía con la perdurabilidad de los sentimientos. Quien sepa cuán poco frecuente es ese tipo de mujer, no se sorprenderá de que Bolívar jamás conociese otra de tan asombrosas cualidades; pero en realidad tampoco había encontrado un hombre comparable a ella; y, como, en medio de un verdadero torbellino, llevaba una vida solitaria y sin amigos, halló también en esta mujer un amigo de espíritu superior. Esto último lo supo o lo reconoció claramente en el transcurso de los años, pues, cuando ella le envió una
ENTRE DOS LIBERTADORES
copia de la carta de ruptura con su marido, la respuesta de Bolívar fué el sello de una alianza definitiva: "Mi amor: ¡Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta! Es muy bonita la que me ha entregado Salazar. El estilo de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable. Lo que me dices de tu marido es doloroso y gracioso a la vez. Deseo verte libre pero inocente juntamente; porque no puedo soportar la idea de ser el robador de un corazón que fué virtuoso, y no lo es por mi culpa. No sé cómo hacer para conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío; no sé cortar este nudo que Alejandro con su espada no haría más que intrincar más y más; pues no se trata de espada ni de fuerza, sino de amor puro y de amor culpable: de deber y de falta: de mi amor, en fin, con Manada la
bella".
Mientras los dos libertadores se aproximaban, los habitantes del puerto de Guayaquil buscaban ansiosamente la libertad. En aquella ocasión, como suele ocurrir en nuestros días, los partidos y las intrigas ocultaban los grandes propósitos. En efecto, como la ciudad, situada al sur de Quito y por lo tanto un poco más abajo del ecuador, estaba realmente en la región fronteriza entre Colombia y el Perú, existían allí partidarios de la anexión a uno y otro país, y quienes solicitaban la erección de su patria en un estado independiente. Dos años antes las tropas de Bolívar —quien podía fundar en ello un justo argumento— habían despejado ya de realistas esta comarca. Sin embargo, cuando Sucre llegó a Guayaquil con escasas tropas, anticipándose a Bolívar, pero obrando en su nombre, se encontró con varias personas importantes favorables al Perú. Parte de los ciudadanos había dirigido ya una invitación a San Martín, incitándolo a anexar la ciudad a aquel país. Bolívar, que para realizar su sueño de la Gran Colombia necesitaba de Quito y del Ecuador, había inventado con toda precisión, para animar la opinión pública, memo243
- SIN REPARO EN
LOS MEDIOS
rándums, cartas de París y de Londres, y hasta una del general español La Torre al general Páez, según la cual aquél había recibido órdenes de las Cortes de entenderse con Colombia mediante un tratado de paz. Todo ello tuvo lugar en el curso de aquellas críticas semanas con el fin de intimidar a los españoles y de aumentar la fortaleza de los colombianos. Bolívar escribió a sus confidentes: "La firma de Páez es muy fácil de fingir, lo mismo que la de Zea: estas dos firmas como también la del secretario de Páez deben ser muy bien imitadas". Llegó a concertar una clave que le permitiera distinguir más tarde las cartas auténticas de las falsas. Esta falta en la elección de los medios se explica por los temores de Bolívar cuando partió hacia el sur; sentía y comprendía que no se trataba únicamente de reunir a Quito a su país, sino que en su camino hacia el Perú podía llegar más lejos... ¡quién sabe hasta dónde! El sueño del monte de plata del Potosí, en el límite meridional del Perú, continuaba en el fondo de su corazón. Bolívar entonces experimentó, según parece, algo semejante a los sentimientos de Napoleón al abandonar a Europa en su marcha sobre Rusia, hacia los dominios de lo fantástico y lo desconocido, pues escribió en un momento de excitación poco habitual en él: "Estoy noche y día en las mayores angustias, atormentado mi espíritu para sacarle los medios de realizar mi campaña... No sé, amigo, si a Ud. le parecerá esto exagerado; lo que le puedo asegurar es que yo quisiera tener tanta fe en el Evangelio como tengo en esta epístola". Bolívar, además, no podía dejar de oír sin cierta mezcla de diversos sentimientos opuestos las noticias del ejército de San Martín: las tropas ociosas en Lima, depresión general, falta de dinero y de comercio; intrigas urdidas entre los oficiales a punto de alcanzar al propio general y de culminar en un atentado contra su vida. Si era grande su odio contra los españoles, se sentía también a sí mismo como el único predestinado a expulsarlos. Ya ocho años antes le había sucedido lo mismo con sus rivales, justamente antes de su primera entrada en Caracas. 244
RECIBIMIENTO AMBIGUO
Los informes del sur insistían en que San Martín se disponía a concluir un acuerdo con el virrey del Perú. Si esto se realizaba y las fuerzas enemigas se reforzaban con el Perú, ¿qué iba a suceder en Quito? ¿Y cuál sería la suerte de Colombia, estado que él consideraba como fundamental, pero cuya debilidad no podría soportar en ninguna forma tan fuerte presión semiespañola? Alcanzó entonces su más alta expresión la táctica política de Bolívar. En lugar de alarmar con un ultimátum a aquél cuya actitud podría decidir tal vez, en esta crisis, la suerte de toda su obra, le invitó con una carta de halagadora retórica a venir a la disputada ciudad de Guayaquil, donde pronto llegarían ambos a un acuerdo. Todo esto lo hizo inflamado por aquel ardor que se apoderó de él en Quito, después de todas sus preocupaciones, y al cual no era ajena la llama de su nueva pasión. Sin duda, hubo de separarse en seguida de Manuela, pero precisamente en el curso de estas semanas un rápido intercambio de cartas parece lanzarlos a ambos en la emoción de haberse elegido, con todas las consecuencias anexas a tal elección, es decir, la unión de sus vidas. En Guayaquil Bolívar encontró, como ya lo esperaba, la opinión dividida, y si pudo leer sobre los arcos de triunfo a su entrada en la ciudad: "Al rayo de la guerra. Al iris de la paz", también escuchó a menudo en las calles el grito de "¡Viva Guayaquil independiente!" Cuentan que, al oír estas exclamaciones, levantó la vista hacia los balcones, de los cuales no caían coronas de laurel, se encasquetó el sombrero y condujo su caballo con aire taciturno. No obstante, llevaba un uniforme de vivos colores, galoneado de seda y sombrero con plumas. Todo estaba dispuesto para conquistar al pueblo. Seguidamente, no vaciló en izar la bandera de Colombia, como dando a entender que hacía caso omiso de cualquier problema. No hubo ni sombra de resistencia; hasta el alcalde modificó en un sentido más amistoso el discurso cuyo texto le había mostrado la víspera. Pero cuando en el banquete Bolívar dió el "abrazo de paz a los que con tanto valor como decisión habían sabido sostener los derechos de la libertad", poniéndose de pie uno de los ofi-
LA ENTREVISTA
ciales superiores de Quito pronunció un brindis por los que no han necesitado "auxilios extraños para conservar la emancipación". Según se cuenta, Bolívar, con la cabeza baja, escuchó pensativo estas palabras. ¿Dónde se hallaba San Martín? Un año antes Bolívar le escribió una carta hábil, desbordante de admiración y de amistad, pero cuya íntima frialdad no había debido pasar inadvertida a su misántropo destinatario. Había sido invitado y ahora se le esperaba. Las comunicaciones en estas comarcas eran inseguras, y, como debía llegar por vía marítima, se ignoraba cuándo llegaría. En realidad, se perdió la carta donde anunciaba su llegada, y un día, con sorpresa para todos, su nave entró en el puerto mientras las autoridades le daban una fiesta al general Bolívar. Éste improvisó todos los honores debidos a su huésped, pero la población estaba tan confusa y dividida que, en presencia de Bolívar, le ofrendaron una corona de laurel al argentino, pues muchos creían que venía a libertarlos de Colombia. Ante dos testigos, ambos generales sostuvieron largas conversaciones sobre las cuales se supo poca cosa y aun esto mucho tiempo después. No se discutió en absoluto la cuestión de la bandera, es decir, de la atribución de la ciudad y del territorio de su jurisdicción. Para ello, San Martín hubiera tenido que exigir sin vacilar ruptura y combate, pero no estaba dispuesto a hacerlo ni como jefe del ejército, ni por su carácter, ni por su estado de ánimo del momento. En realidad, el Perú fué puesto en seguida sobre el tapete, y todo versó sobre la cuestión de la forma del estado, república o monarquía. Éste fué el punto de disensión entre estos dos hombres, cuyas propuestas no habían sido establecidas ni con precipitación, ni por azar, ni por interés personal, sino como consecuencia de una larga evolución. Como sabemos que Bolívar hizo alusiones a Iturbide, recientemente coronado emperador de Méjico, y a su primer fracaso, podemos darnos cuenta de los argumentos que expuso entonces a San Martín, valiéndonos de una carta suya personal, en la cual escribió irónicamente poco después: "Iturbide ya sabrá usted que se hizo emperador por la
CUESTION MONARQUICA
gracia de Pío, primer sargento ... Mucho temo que las cuatro planchas cubiertas de carmesí que llaman trono cuesten más sangre que lágrimas, y den más inquietudes que reposo ... Y yo creo que el tiempo de las monarquías fué y que, hasta que la corrupción de los hombres no llegue a ahogar el amor a la libertad, los tronos no volverán a ser de moda en la opinión". En este sentido debió discutir Bolívar los proyectos monárquicos de San Martín. Pero contribuyó aún más a separar a estos dos hombres la aversión de Bolívar por cuanto viniera de Europa, mientras San Martín no soñaba con un príncipe americano sino español, para el Perú por lo menos. Bolívar reclamó ante todo la completa libertad de aquel país, el aniquilamiento de los realistas, prometiendo para ello la ayuda de sus tropas. Lo encontramos aquí en la cima de su conocimiento del trato humano. Estaba ante un hombre falto de cuanto a él mismo lo hacía irresistible en sus mejores momentos, y. seguramente halló en San Martín rasgos de fuerza y aspectos que él no poseía. Se dió cuenta de que a este hombre taciturno, positivo y metódico, le era imposible, en aquel instante, formular una exigencia perentoria o llegar a una ruptura. Con la seguridad hija de su penetración psicológica, le ofreció mucho más de lo que hubiera aceptado. No podía oponerle un obstáculo mayor que el ofrecimiento de su ayuda. San Martín, a quien producía un efecto extraño este espíritu brillante, luminoso y alado; a quien todo en Bolívar, desde las plumas del sombrero hasta el abrazo en público, debió incitar primero al asombro, y después a una secreta oposición; este militar acostumbrado a pensar en la disciplina y en los planes de batalla, y nunca en los cumplidos, ni en las palabras persuasivas, al bajar de su nave y penetrar en la zona de seducción de su rival, ya estaba perdido. Como americano y libertador, no quería de ningún modo combatir contra su igual, y su rígida gravedad había de sucumbir bajo la flexible amabilidad del otro. Sus decepciones en el Perú, la depresión que sucedió a su ruptura con el almirante, su larga e íntima
EL DIPLOMATICO Y EL SOLDADO
resistencia a tomar parte, como político en la política, todo ello se unió a la angustia de esta hora. En este punto, obró como sólo saben hacerlo los caracteres nobles, como un gran soldado que se retira voluntariamente de una posición: en lugar de aceptar con toda naturalidad las tropas de refuerzo de Bolívar, le ofreció combatir a sus órdenes como simple general. Bolívar poseía un sentimiento demasiado profundo del orgullo y del honor, para no inclinarse ante un gesto de tanta grandeza. Su conocimiento de la antigüedad, cuyas anécdotas eran su espejo preferido, debían mostrarle la cúspide a donde su huésped, mayor en edad y menos feliz que él, acababa de remontarse al hacerle esta proposición. Naturalmente, se negó a ello. Si preveía la retirada de San Martín, no dijo una palabra al respecto. En resumen, no llegaron a un acuerdo. San Martín, saludado por el Libertador, se levantó y dijo: "Por la pronta conclusión de la guerra; por la organización de las diferentes repúblicas del continente, y por la salud del Libertador de Colombia". Quien pronuncia semejante brindis en tal situación está perdido, pero entra en la historia. Inmediatamente comenzó el baile. San Martín se despidió discretamente de Bolívar, hizo una seña a su edecán y, tras de una estancia en Guayaquil de treinta y seis horas, volvió a bordo de su nave y al día siguiente por la mañana emprendió la ruta hacia el sur. Mientras San Martín, agobiado por penosas ideas, permanecía silencioso en la cubierta, Bolívar pasó gran parte de la noche bailando.
VI No la política, sino lo opuesto de sus caracteres, separó a estos hombres. Lo poco que dijeron confidencialmente denota en ambos la decepción. Más tarde, la honradez de San Martín lo impulsó a manifestar públicamente: "Puede decirse que sus hechos militares le han merecido con razón ser considerado como el hombre más extraordinario que haya producido la América del Sur. Lo que
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OPINIONES DE BOLIVAR SOBRE SAN MARTIN
lo caracteriza sobre todo, y le imprime en cierto modo su sello especial, es una constancia a toda prueba a que las dificultades dan mayor tensión, sin dejarse jamás abatir por ellas, por grandes que sean los peligros a que su alma ardiente le arrastra". Al regresar al Perú, pronunció frases sin importancia de eterna gratitud hacia el inmortal Bolívar que iba a enviarle tropas y armas. Pero dijo privadamente a O'Higgins: "El Libertador no es el hombre que pensábamos". Como vencedor, le era más fácil a Bolívar hacer el elogio del otro, y pronunció esta alabanza lacónica y embozada: "El general San Martín vino a verme a Guayaquil, y me pareció lo mismo que ha parecido a los que más favorablemente juzgan de él, como Francisco Rivas, Juancho Castillo y otros". Es muy instructivo el informe oficial dictado por Bolívar a su secretario para el Ministerio: San Martín había declarado espontáneamente que no se inmiscuía en la cuestión de Guayaquil. En el asunto del príncipe europeo para el Perú, Bolívar no habló tanto contra el príncipe como contra Europa, y luego prosigue: "Es de presumirse que el designio que se tiene es erigir ahora la monarquía, sobre el principio de darle la corona a un príncipe europeo, con el fin, sin duda, de ocupar después del trono el que tenga más popularidad en el país o más fuerzas de que disponer. Si los discursos del Protector son sinceros, ninguno está más lejos de ocupar tal trono. Parece muy convencido de los inconvenientes del mando... Pero de todos modos, nada desea tanto el Protector como el que subsista la federación del Perú y de Colombia, aunque no entre ningún otro estado más en ella, porque juzga que las tropas de un estado al servicio del otro deben aumentar mucho la autoridad de ambos gobiernos con respecto a sus enemigos internos ... Esta parte de la federación es la que más interesa al Protector y cuyo cumplimiento desea con más vehemencia. El Protector quiere que los reclutas de ambos estados se remitan recíprocamente a llenar las bajas de los cuerpos. .. Mucho encareció el Protector la necesidad de esta medida, o quizás fué la que más apoyó en el curso de sus conversaciones". En lo concerniente a las nuevas fronteras esta-
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LOS MOTIVOS DE SAN MARTIN
ba dispuesto a hablarle al congreso en favor de ellas; pero no comprometería en nada al país sin consultar antes al poder ejecutivo. Se trataba de una visita particular, sin ningún empeño político ni militar. Más tarde Bolívar podía reclamar del Perú cuanto deseara, seguro siempre del asentimiento de San Martín. "La oferta de sus servicios y amistad es ilimitada, manifestando una satisfacción y una franqueza que parecen sinceras". En carta a Santander amplía algunos puntos importantes de ese relato: "Su carácter me ha parecido muy militar y parece activo, pronto y no lerdo. Tiene ideas correctas de las que a usted le gustan, pero no me parece bastante delicado en los géneros de sublime que hay en las ideas y en las empresas..." A pesar de sus ambigüedades, tales escritos hablan principalmente en favor de San Martín, pues el único punto donde puede parecer sospechoso, el referente a la corona, queda retractado en la segunda carta, y, además, lo contradice toda su conducta. Aquí vemos como nunca la preponderancia del soldado en San Martín, y, al mismo tiempo, la superioridad de Bolívar como hombre de estado, sobre aquél, que era soldado y nada más. Casi parece como si Bolívar hubiera sentido piedad por su rival y quedara un poco desilusionado del desenlace del duelo. Durante toda su vida buscó en vano la espada de un adversario de igual empuje. San Martín lo encontró sin buscarlo. Su retirada ante Bolívar, semejante a los aletargamientos a que ya nos hemos referido, la rapidez y la tranquilidad con que, pocas semanas después de su entrevista, entregó en Lima el protectorado en manos de los partidos enemigos, no puede explicarse sino porque considerara esto como el mejor modo de resolver lo complicado de la situación. San Martín era demasiado soldado, demasiado hombre de conciencia, en una palabra, demasiado valiente, para huir ante la anarquía del Perú; pero las intrigas de los jefes de los partidos de allí le repugnaban; contra ellas se hallaba menos protegido que Bolívar. Además, se sentía deprimido por un atentado frustrado contra él, y también debía estarlo por la separación de su amigo Cochrane.
SEGUNDO DESTIERRO
Pero lo que lo abatió en realidad, y poco después lo destrozó, fué la aparición de este favorito de las mujeres, con la frente ceñida de laurel, a quien precedía la fama y seguía la victoria. Lo que en Bolívar le causaba asombro también lo debilitaba, .porque a este impulso no sabía oponer sino silencio y renunciación. Con un soldado de su especie, San Martín, sin duda, hubiera pensado en medir su espada; pero Bolívar se salía de su alcance, pues poseía personalidad, es decir, un talento innato que, corno una hermosa voz, no puede adquirirse. Ante un hombre tan extraordinario para él, la lucha interior que precedió al abandono tal vez no duró sino algunos minutos. Además, la energía de San Martín se hallaba entonces debilitada por el sufrimiento. Poco después dijo: "Tendría necesidad de fusilar algunos jefes; y me falta valor para hacerlo con compañeros que me han acompañado en los días felices y desgraciados". Justamente, de este valor Bolívar había dado pruebas cuando la ejecución de Piar. La dimisión de San Martín puso en peligro su situación, y hasta la hizo insostenible desde el punto de vista de sus derechos políticos, pues no era ni peruano ni chileno, y tanto lo odiaban en su país en aquella época, que apenas podía llamarse argentino. Cuando un año después, su mujer, gravemente enferma, lo llamó a Buenos Aires, hubo de retornar a mitad de camino, pues querían arrestarlo para impedir su intervención en la guerra civil. Su mujer murió lejos de él. Al advertirle sus amigos una vez más los peligros de su regreso, pronunció estas bellas palabras: "No puedo creer en tal proceder. Iré, pero iré solo, como he cruzado el Pacífico y como estoy entre mis mendocinos. Pero si la fatalidad así lo quiere, yo daré por respuesta mi sable, la libertad de un mundo, el estandarte de Pizarro, y las banderas de los enemigos que ondean en la Catedral, conquistadas con aquellas armas que no quise teñir en sangre argentina. ¡No! Buenos Aires es la cuna de la libertad. El pueblo de Buenos Aires hará justicia". En Europa, a donde llegó dos años después de su dimisión, anduvo errante entre París, Londres y Bruselas, pues
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DE AQUI NOS ECHAN
en todas partes hallaba dificultades. Allí educó con esmero a su hija, y con la ansiedad del desterrado escuchó sin cesar todas las noticias que llegaban atravesando el mar; cuatro años más tarde, cuando la guerra entre Brasil y Argentina, después de ofrecer en vano sus servicios, se pone en camino junto con su anciano criado y hace la travesía bajo un nombre falso. ¿Qué encuentra al atracar el barco? La guerra ha concluido, se ha hablado de su viaje, los periódicos publican informaciones burlonas y amenazadoras, diciendo que, adrede, había venido demasiado tarde. Lee, escucha, se niega a descender a tierra y dice a su criado: "Vamos, José, que de aquí nos echan". Abandonó el continente sin pisar siquiera el sueloide su patria, a la que había prestado más servicios que cualquiera de sus hijos. Tenía entonces cincuenta años. Algunos años más tarde, casó a su hija con un general argentino y participó en la evolución de su patria por intermedio de la joven pareja, que no tardó en regresar a París, donde el general había sido nombrado embajador. Cinco años después de su primer regreso frustrado, se negó a mezclarse en una nueva revolución, declarando que prefería el destierro voluntario a esta especie de libertad. A un amigo que, tardíamente, le reprochó su dimisión, le respondió: -¿Ignora usted por ventura que de los tres tercios de habitantes de que se compone el mundo, dos y medio son necios y el resto de pícaros, con muy poca excepción de hombres de bien?" Doce años después de su muerte, se inauguró su monumento en Buenos Aires; diez años más tarde, repatriaron sus cenizas.
VII Cuando se vuela sobre el Perú, se ven tres llanuras estrechas, muy diferentes en calidad y color, separadas por dos altas cadenas de montañas de innumerables cimas. La cadena del suroeste, franqueable por muchos desfiladeros, cae bruscamente sobre un litoral amarillo, plano y angosto, de dos mil kilómetros de largo. Allí se encuen252
VUELO SOBRE EL PERU
tran Lima, el puerto del Callao y una docena de ciudades más pequeñas, puertos casi todas ellas. Al territorio intermedio, más ancho y más solitario,. encajonado entre altas montañas, lo animan un gran lago y algunos largos ríos. Otra de sus particularidades consiste en unas extrañas manchas, casi todas en forma de media luna, orientadas y abiertas en el mismo sentido, semejantes a verdes cúpulas enterradas. La fuerza del viento hace avanzar cosa de treinta metros por año por estos oasis. Allí los alisios soplan siempre en la misma dirección, de suerte que estas medias lunas regulares se forman donde, gracias a un poco de humedad, llega a nacer aunque sea un tamarindo. Luego, al este de las montañas rojizas, en las mesetas de la cordillera se extienden las estepas y los grandes pastizales verdes. Es un país de pastores, con inmensos rebaños de llamas y grandes yeguadas, dominado por volcanes cubiertos de nieve, que del otro lado caen, cortados a pico, hacia otro enorme país, el Brasil. En medio de estos tres colores, llaman la atención del aviador manchas blancas en la arena amarilla del litorial: son las colinas de guano, formadas por un número infinito de aves. Como en estas costas nunca llueve, y, sobre todo, cuando se piensa en que en los oasis naturales se recogen tres cosechas al año, como en Egipto, se recuerda el ingenio de aquel pueblo, cuya canalización de las corrientes de agua transformó en fértiles unas comarcas semejantes a éstas. Pues, aunque en el Perú, tan vasto como Francia y España reunidas, no haya todavía sino cinco millones de habitantes y existan grandes extensiones totalmente despobladas, se encierran inmensas riquezas y una gran fertilidad. Padre de la papa, del tabaco y del maíz, abunda en lanas, en caucho, que de las plantaciones sale al Amazonas por sus afluentes. ¿Por qué, pues, se des. pertó tan tarde este país? Despierto y desarrollándose estaba cuando vinieron los españoles y destruyeron la cultura de los incas. Aun tratando de no exagerar por simpatía romántica la fuerza y la belleza de' un mundo cruelmente esclavizado, el conocimiento de los incas nos muestra una de las dos o tres
EL IMPERIO INCAICO
grandes civilizaciones autóctonas de América, cuyo refinamiento primitivo no tiene comparación sino con el egipcio. Cuánto crearon los incas con sus propios recursos, el desarrollo de su civilización desde el siglo XI hasta el siglo XV, es tanto más sorprendente cuanto que ese pueblo llevaba una existencia pastoril, como si hubiera vivido sólo en una de las islas del Titicaca, de donde salió el sol. Las doctrinas de Osiris, de Platón, de Jesús, no habían penetrado en aquellas salvajes comarcas, y, sin embargo, no se practicaban sacrificios humanos en aquella comunidad, donde todos, excepto los esclavos, poseían iguales derechos y recibían una parte de los dones de la vida, proporcionada a su trabajo personal. Sin conocer a los egipcios, a semejanza de éstos, instituyeron un culto a los muertos y regían sus cálculos por el sol. Los principios morales del estado eran más o menos los mismos que Moisés había establecido, dos mil años antes, en otro rincón del globo. La agricultura y la cría estaban sometidas a una organización comunista y colectiva; habían reglamentado el matrimonio y la educación, y repartiendo los artesanos en todas las aldeas, procuraban a cada familia su casa propia y lo necesario para los niños y los ancianos. No toleraban ni el comercio privado ni el capital, y conservaban en almacenes públicos provisiones de reserva para los años de malas cosechas. Aunque rara vez acometieran empresas guerreras, mantenían un ejército capaz de rechazar cualquier ataque. No conocieron a ninguno de los médicos desde la antigüedad hasta Paracelso, y, sin embargo, sabían matar los nervios de los dientes con una aguja al rojo y llenar la cavidad con oro, y, ocho siglos antes de Lister, empleaban cocaína para calmar el dolor. Sin conocer nada de los trabajos de Arquimedes o de Galileo, construían puentes de piedra, tiraban puentes colgantes y trazaban acueductos para irrigar las pampas. Crearon una escritura en la cual figuraban los caracteres con hilos de colores diversos y nudos a determinadas distancias, y, gracias a esta escritura, ha llegado hasta nosotros la historia de los incas. Inventaron una 254
EL IMPERIO INCAICO
especie de telegrafía sin hilos, sirviéndose del sonido de troncos de árboles huecos con diversas aberturas y de la sonoridad de maderas cortas y elásticas, como las utilizadas en la construcción de violines, cuyas curvas estaban cuidadosamente calculadas; como además los quipos, introducidos en tubos de bambú, se transportaban rápidamente mediante una cadena de mensajeros, una verdadera red de informaciones se extendía por este país de más de 4.000 kilómetros, que desde el Amazonas y la región de Quito hasta la frontera de Chile estaba administrado por un gobierno central. Sus reyes, los incas propiamente dichos, de cuyo nombre se derivó más tarde el del pueblo, hacían remontar el origen de su estirpe hasta la hija del sol. Como los Faraones, conservaban la pureza de su sangre por el matrimonio entre hermano y hermana. Al mismo tiempo eran también sacerdotes, y como tales, tan codiciosos de riquezas como sus antecesores egipcios y sus sucesores españoles. En el Cuzco, la capital, ciudad tan populosa como Tebas, mantenían una corte espléndida que les aseguraba la veneración del pueblo y les proporcionaba las delicias de la vida. Una población, según ciertos cálculos, de once o doce millones de habitantes vivió y prosperó en el Perú. Su origen no está aún del todo averiguado; quizás fueron mongoles venidos a América por el estrecho de Behring; sólo se sabe cómo perecieron. Con las atrocidades cometidas en sus expediciones desde California hasta la Tierra del Fuego, al penetrar en un territorio de ocho mil millas y dominarlo, los conquistadores españoles destruyeron más y construyeron menos que los ingleses en todas sus empresas coloniales. La destrucción de los incas del Perú será siempre un espantoso ejemplo. Aun causan asombro las gigantescas murallas del palacio de los incas en la capital, del templo de la isla del Titicaca, y cuando se compara el arte de los peruanos en trabajar la piedra de sus templos, en representar pictóricamente sus llamas o en construir caminos a través de las sierras, con las fortalezas y conventos dejados allí por los altamente civilizados españoles, se comprende más el hechizo del oro que los impulsó a venir a este
REBELIONES INDIAS
país, sin deseos de cultivar metódicamente ni su suelo ni a sus habitantes, tal como lo hicieron poco después franceses e ingleses en el norte del continente. Si éstos encontraron en el país un pueblo salvaje, al cual desposeyeron de sus selvas y praderas para hacerlas fructificar luego con su trabajo, los españoles destruyeron cuanto encontraron, obligando a los indios a trabajar en las minas de oro y de cobre, y tratando de ennoblecer este régimen por medio del bautismo, con el cual les prometían a los llamados salvajes el consuelo para después de la muerte. Nada tiene de sorprendente, pues, que millares de indios, sobre todo durante el primer siglo, huyeran a los valles de la Sierra y establecieran allí nuevas tribus y nuevos pueblos, donde vivir tranquilos, puesto que ningún camino llegaba hasta aquellos lugares. Cuando en 1525, justamente tres siglos antes de San Martín y de Bolívar, desembarcó Pizarro en el Perú, con ciento setenta soldados y algunos caballos, sus armas de fuego y sus corazas les permitieron el triunfo. Dieciséis años más tarde murió asesinado; pero él y sus sucesores fundaron pueblos y universidades. Sin embargo, siglo tras siglo, la pérdida de la libertad, la imposición por la violencia de una cultura y de una religión extranjeras y la ruina total de las instituciones indígenas, condujeron a nuevas conspiraciones. El descuartizamiento de los revolucionarios de 1661 no le impidió, sesenta años más tarde, a un orfebre indignado, provocar junto con los suyos una nueva tentativa, y su sacrificio entusiasmó en 1780 a sus hijos y nietos para levantar una insurrección, cuyos promotores perecieron también descuartizados. El mismo San Martín no era el primer libertador. En 1 8 1 O, a raíz de la revolución de Caracas, estalló una en Lima; pero ésta fué reprimida prontamente y por mucho tiempo; hasta 1816, cuando un congreso proclamó la libertad de la Argentina y del Perú. San Martín se declaró protector de un país que se hallaba arruinado, donde reinaba una anarquía tan grande que un coronel pudo a su vez declarar la independencia del Alto Perú, acontecimiento cuyas consecuencias fueron luego de mucha importancia para Bolívar. 256
EN EL CONGRESO DE LIMA
Esta anarquía, que facilitó la salida de San Martín, se agravó con su intervención. Aquí, corno en todas partes, se desconfiaba del extranjero, aunque trajese la libertad. También aquí los criollos eran casi los únicos representantes de la revolución; pero, divididos por las intrigas, no estaban en capacidad de oponer unidad interior al gobierno español, que preparaba una expedición de veintitrés mil hombres para marchar contra el Perú y Chile. La opinión de los indios y de los mestizos era favorable al virrey, pues si aborrecían a los españoles temían también la república y San Martín había alentado sus inclinaciones monárquicas. El emperador de México, cuyo reinado duraba desde hacía cosa de un año, era un ejemplo incitador; sin embargo, nadie parecía dispuesto a seguirlo. De esta suerte, combatían entre sí los partidos y los tribunos de la capital y de las provincias; uno de ellos entró en negociaciones con los españoles; su sucesor les entregó simple y llanamente el país. El comercio estaba muerto, reinaban el hambre y las cuadrillas de salteadores, y, mientras tanto, en el pequeño congreso de Lima, abogados e intrigantes, discutiendo sobre Montesquieu y Licurgo, reconocieron la necesidad de tropas extranjeras, pero, asustados por el ofrecimiento de Colombia, no admitieron la entrada de sus tropas sino cuando nadie pudo dominar el desorden, y un tratado dejó protegido al país contra la tendencia fatal de los libertadores a permanecer en él. San Martín, llamado una vez más, se negó de nuevo, pero, en medio de la discusión, sus hermosas palabras tuvieron un eco profundo y tal vez provocaron un cambio en la opinión; ellas fueron: ¡ "Dios proteja el Perú! Pero yo temo que ni su altísimo socorro baste para libertar a este desgraciado país. ¡Solamente Bolívar con su fuerte ejército puede realizarlo
VIII Pero Bolívar se hallaba muy distante de poseer una absoluta libertad de acción. Si al principio el Perú había rechazado su ayuda, ahora su propio país, Colombia, se negaba a concederle autorización para acometer la empre-
Bolívar-17.
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CON UN POCO DE DELICADEZA
sa. Los movimientos de lo. españoles parecían hacer necesario su regreso a Venezuela, además brotaban repetidamente sublevaciones en Pasto, región intermedia entre Quito y Bogotá, y en una y otra parte los colombianos triunfaban sin la intervención personal de Bolívar. En cierto sentido le era grato volver al sur; pero también lo mortificaba la idea de dejarle toda la gloria a Sucre, vencedor en el país de Quito. Encargó a Santander de publicar en la Gaceta la forma en que quedaban repartidos los méritos: "Yo creo que con un poco de delicadeza se le puede hacer mucho honor a la Guardia sin deprimir la división de Sucre". Bolívar tenía entonces razones para considerarse como la personificación de su país, y, fundándose en ello, le escribió a su amigo: " . porque sería inútil toda fuerza de Colombia sin mi dirección ... Todos ofrecen sus servicios con tal que yo los emplee; hasta el comercio ofrece su dinero con esta condición . Las perturbaciones interiores del Perú duraron largos meses, antes de que aquel país se decidiera a llamar a Bolívar. Mientras éste permanecía a retaguardia, de acuerdo con los deseos del congreso, y se redoblaba su inquietud por no formar parte de la expedición, mandó a Sucre al Perú con un ejército. La separación de los poderes, solicitada por él mismo, fué luego fuente de rozamientos. Santander en la capital era su otro yo, y aun más, un mejor otro yo, a quien honraba con los monólogos de sus cartas más íntimas. Este Santander, respecto al cual Bolívar se engañaba tan profundamente, encontró demasiado autocrático cierto decreto en favor de los soldados del Perú, y Bolívar le escribió irritado: "No hay dos gobiernos, sino uno, ejercido por usted en la capital y por mí en el territorio de mi mando. Yo no he sabido hasta ahora que no tuviese las facultades del poder ejecutivo en ejercicio de este mismo poder; si estoy privado de este ejercicio de la suprema autoridad como gobierno no lo he visto aún declarado, o, a lo menos, no lo he entendido. A mí me parece que para evitar esta duplicidad debería nombrarse un presidente que lo fuese y lo quisiese ser". Y así, Bolívar en la cumbre de sus éxitos se veía envuelto en el conflicto entre la dictadura del jefe del ejército, 258
DE NUEVO EN LA LUCHA CONSIGO MISMO
fundador de estados, y el régimen democrático, que con tanta pasión se había esforzado en implantar. Como no se resolvían a consentir en su salida del país con tropas y se le llamó repetidas veces a Bogotá, durante algún tiempo pareció dispuesto a regresar a aquella ciudad; dijo entonces hallarse resuelto a vivir fuera de la población, como un enfermo, y a gobernar desde allí. Le encargó a Santander la compra de una vajilla para su uso personal; pero no debía preparársele ninguna recepción solemne, llegaría de noche y destinaría solamente un día a recibir a las personas de la ciudad: ".. . después de estar ya viejo y muy falto de robustez ... constantemente estoy sin dormir, procurando adivinar adónde irá a estrellarse la nave de Colombia, cuyo timón yo manejo a presencia de la posteridad. Me duele mucho que después de tantas penas nuestra obra se nos desbarate entre las manos: pasaremos por unos miserables pólíticos y administradores, gozando ya de alguna reputación militar". En pleno dominio del poder, se hallaba Bolívar atormentado por presentimientos, y por toda clase de dudas. La insurrección de Pasto vino a cambiar la situación: permaneció en el Sur y reprimió a los insurrectos con su propia mano. En el curso de los últimos años, fué ésta la única ocasión en que, según las memorias de su edecán, se le vió combatir personalmente, pues, a la cabeza de algunas docenas de lanceros, rechazó a los rebeldes. Soberbio espectáculo, dado muy raras veces por los dictadores, después de haber cumplido los cuarenta años, y que a Napoleón, a esa edad, le hubiera sido imposible realizar. Sin embargo, en sus conmovedoras cartas de esta misma época se acumulan síntomas de amargura y de cansancio. La repetición de sus quejas a muchos de sus amigos deja ver que no se trata de sentimientos más o menos vagos. Quedarse o partir, contribuir a la formación de la nueva nación, débil todavía, o ganar nuevas glorias lejos de allí, tales son las preocupaciones que turban a Bolívar cuando presiente llegado el término de sus años de salud. Quiere huir de las mezquinas disputas de los jefes de partidos y cambiarlas por la vida libre del jefe único del ejército; se encuentra, sin embargo, irresistiblemente atraído por la
EN BUSCA DE MAS GLORIA
verdadera política, y muy pronto su organismo, prematuramente debilitado, no podrá soportar las fatigas de la guerra. Sin duda la idea de la gloria determinó su decisión. Procuraba, por todos los medios. presentarse a sí mismo su anhelo de nuevos laureles, envuelto en la lógica de los motivos reales. Como en las páginas de un diario íntimo, bajo la fría argumentación, se escucha el rumor de la profunda excitación de Bolívar en aquellas semanas decisivas. A Santander: "Se debe escribir un volumen en consideraciones de una y otra parte... Es una cosa fuera de duda que dos grandes intereses se chocan directamente... Parece que la razón aconseja que yo entre en la balanza del más débil para contrapesar al más fuerte. En esta decisión no considero ni el peligro de mi reputación, ni la desaprobación de Colombia; como si fuese un juez extraño, peso los intereses. En fin, el correo que viene entrará en la balanza ... Nadie sueña... que puede existir el Perú sin mí. Por el contrario, yo no tengo la menor duda de que Colombia puede existir con usted en el gobierno, con Páez en Venezuela, Montilla en el Magdalena y Sucre en el Sur, y por adición Carreño en el Istmo Gira y vuelve a girar en torno a la misma disyuntiva: quedarse o partir, sintiéndola como una decisión vital. Algún tiempo antes, había escrito a Bricerio Méndez: "Yo, en Venezuela, no haré más que correr embarcado en la tempestad en que puedo naufragar con mi nave, mientras que aquí navegando en el Pacífico puedo anclar cuando quiera y asegurar la nave en el mejor puerto y con las mayores seguridades. En fin, esto puede servir para tabla de salvación". Al mismo tiempo emplea otra imagen, dirigiéndose a un pariente suyo que quiere retenerlo: "Yo pertenezco ahora a la familia de Colombia y no a la familia de Bolívar; ya no soy de Caracas sola, soy de toda la nación... Yo imagino que Venezuela es nuestra vanguardia, Cundinamarca nuestro cuerpo de batalla y Quito nuestra reserva. La filosofía de la guerra dicta que la vanguardia sufra, pero que exija refuerzos de los otros cuerpos; que el centro auxilie a la vanguardia con todo su poder, y que la
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YO P?RTENEZCO AHORA A LA FAMILIA DE COLOMBIA
reserva, cuidando de su espalda, deposite en sí la salud y las esperanzas del ejército En seguida, dice a otro de sus parientes: estoy cansado de mandar y de servir. Iré a Caracas y mi autoridad servirá para los casos graves, y para intervenir como mediador entre los que me quieran consultar o me quieran oír". En otros momentos, considera los peligros de la empresa, comparándolos con ejemplos de la antigüedad y con el más reciente y cercano de sus colegas y de sus rivales. Allí está el emperador de Méjico, próximo ya a caer de su trono: "Eso mismo me debilita el deseo de ir al Perú, no sea que vaya a sufrir una caída como la de mis compañeros los jefes americanos. Mucho me intimida la suerte de esos caballeros, y si algo me retiene después de recibir el permiso del congreso, es la aprensión de seguir el ejemplo que nos dió San Martín con todos los héroes argentinos, chilenos y mejicanos... -. Súbitamente hay un cambio en su ánimo pensativo, y continúa en seguida: "Esta consideración bien merece un bello y soberbio artículo en la Gaceta de Bogotá; los contrastes deben ser Colombia, sus héroes y sus generales, por una parte, y por la otra el resto de la América independiente, con sus gobiernos absolutos y disolutos, con sus héroes... emperadores, directores, protectores, delegados, regentes, almirantes, etc.... la consecuencia debe ser que no hay cosa mejor que nuestra constitución y nuestra conducta-. Algunas veces, vuelve a caer en sus dudas y no sabe si desea verdaderamente la autorización del congreso, cuya negativa lo pone fuera de sí: "Hubo un Bonaparte, y nuestra propia América ha tenido tres césares. Estos perniciosos ejemplos perjudican a mi opinión actual, pues nadie se persuade que, habiendo seguido la carrera militar como aquéllos, no me halle animado de su odiosa ambición. Ya mis tres colegas: San Martín, O'Higgins e Iturbide, han probado su mala suerte por no haber amado la libertad, y, por lo mismo, no quiero que una leve sospecha me haga padecer como a ellos. El deseo de terminar la guerra en América me impele hacia el Perú, y me rechaza al mismo tiempo, el amor a mi
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GLORIA Y REPOSO
reputación; de suerte que fluctúo y no decido nada, porque los dos motivos opuestos me combaten con igual fuerza. Sin embargo, me inclino a pensar que si es indispensable, el amor a la patria vencerá, como ha dicho un antiguo". "De miedo de mandar un poco más, tengo repugnancia de ir al Perú, no sea que lo lleven a mal, suponiéndome más ambicioso de lo que realmente soy". En otras cartas de esta época, se propone más claramente aún la interrogación que brota del fondo de su ser: "Debo dedicar el último tercio de mi vida a mi gloria y a mi reposo . .. Yo no sé si el reposo que tanto anhelo me sea tan necesario; pero puedo asegurar que mis sentidos me piden descanso, y que cierto intervalo puede volverme la actividad que empieza a faltarme. Puede ser que cuando vuelva a la clase de Simón Bolívar, quiera desear de nuevo la presidencia. Siquiera se me debe conceder este capricho en recompensa de mis servicios". Y sin embargo, no son nuevos caprichos, sino sentimientos profundos, que expresa en forma diferente algunas semanas más tarde: "Los dos tercios de mi vida se han pasado ya, y el tercio que falta lo quiero emplear en cuidar mi alma y mi reputación; porque yo tengo que dar cuenta a Dios y al mundo de mi vida pasada y no quiero morir sin dejar antes mis cuentas corrientes. Que cada ciudadano sirva doce años a su patria, y entonces deberé yo entrar de nuevo en turno, para volverle a servir, antes no, porque yo no he nacido esclavo y he dicho que quiero ser ciudadano para ser libre". Y en la misma época escribe: " . Hemos mandado 6.000 hombres al Perú; no los he llevado yo mismo por no faltar a la ley... Si el congreso me permite pasar al Perú iré a emprender una obra inmensa para evitar a Colombia sacrificios nuevos que acaben de arruinarla ... Yo he llegado al término de mi carrera y ya es preciso que decline, y por lo mismo es preciso que yo me proporcione una caída honrosa y suave, porque si yo no me la proporciono a mi gusto, la puedo recibir con violencia y con pérdida de todas mis adquisiciones". Pero si lo contraría cualquier suceso de la capital o si 262
EL TONO DICTATORIAL
lo critican, salta como un caballo nervioso: "La constitución de Colombia es sagrada por diez arios; no se violará impunemente mientras mi sangre corra por mis venas y estén a mis órdenes los libertadores". En otra ocasión se compara con el Cid, cuya sola presencia garantizaba la victoria. Por tercera vez usa con Santander, que está en la capital, el tono de un verdadero dictador: "Dígales Ud. que yo no necesito de amenazas, que yo tengo poder para hacer lo que mejor me parezca en el momento que turben el orden público, y entablen las reformas, porque entonces el ejército y el pueblo me pedirán que los salve de la cruel imbecilidad de sus reformadores. .. Dígales Ud.... que Constant dice que sólo un malvado pretende reformas en una constitución nueva que aún no se ha experimentado su efecto". En fin, este gran crescendo va aumentando con el curso del mes y concluye con un canto demoníaco, dirigido a su amigo Santander, inmediatamente antes de partir para el Perú. En él, Bolívar es a la vez el poeta y el hombre a quien el destino ha levantado hasta las nubes: "Esta guerra es como la escultura del diamante, que cuanto más golpes recibe más sólido y más brillante se pone, por una y otra parte. Verdaderamente como espectáculo teatral nada es más espléndido. Estoy por decir que jamás contendientes han aguzado mejor sus armas al fin como en esta vez .. . Cada uno se obstina más y más "Todos los elementos contra el hado inexorable... están allí reunidos, pero únicamente un golpe falta". "Mi corazón fluctúa entre la esperanza y el cuidado.. ¡Lo peor es que no estoy en ninguna parte, pues ocuparme de los pastusos es estar fuera de la esfera de la gloria y fuera del campo de batalla!". "Cada día tengo nuevos motivos de agradecer a la suerte sus favores, mas cuanto me elevo, tanto más hondo se ofrece el abismo. Tengo mucho miedo mental, y sin embargo mi audacia se aumenta de continuo. Mi marcha al Perú es un salto prodigioso que no me espanta". "Yo voy a imitar a Curcio, entregándose a las llamas por la salud de la patria". "Ud. téngase duro para que no se le queme el pan a la puerta del horno". "Tengo que 263
despedirme de Ud. como un hombre que va para el otro mundo . .. que también puede llamarse caverna horrible donde van a sepultarse de todas partes el bien, el valor y la libertad". "No puede Ud. imaginar cuanto temo esta marcha al Perú.. . También temo alguna gracia como la de Cartagena ... Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida; Ud. me vió partir de Cúcuta a la cabeza de una empresa desesperada y ahora volvemos a los diez años a la misma, después de no haber dado un paso que fuese fácil, y muchos casi imposibles. Esto quiere decir que si salgo bien, un buen genio me guía y si salgo mal es un demonio mi custodio ... Ya están tratando de llamar a San Martín, desesperando de mi ida... por supuesto San Martín no añade nada al bien del Perú, porque él mismo es un principio de división". Estas conmovedoras confesiones, de las cuales nunca se habrán citado bastantes pasajes, pues son soliloquios mantenidos en presencia del amigo más inmediato, con la menor retórica posible, dejan entrever los sentimientos secretos de Bolívar a sus cuarenta años, justamente antes de emprender la última y más lejana de sus campañas. Mientras tanto, los españoles habían sido completamente expulsados de Venezuela e igualmente de los otros países. Colombia, la soñada unión de los tres grandes países, era ya un hecho, y apenas había vagos temores de un nuevo ataque de los españoles. ¿No es ésta situación semejante a la de Napoleón, más o menos por 1811, cuando sentía, en ciertos momentos, la necesidad de darse un poco de reposo, y vivir con su mujer y su hijo, gobernando a Francia? Lo impulsó entonces a la nueva aventura la vieja ley de los dictadores: conquistar territorio tras territorio, hasta vencer al último rival. Los fantasmas de su juventud se levantaron detrás de él y lo lanzaron hacia Rusia, quién sabe si hacia la India. Ninguna necesidad lo impulsaba a arriesgarse, sino solamente su demonio interior. Y, al mismo tiempo, se sintió oprimido por la inquietud del usurpador. Padecía la necesidad de ofrecerle siempre algo al pueblo de París, ávido de novedades, y no podía, al igual de un heredero legítimo, descansar sobre sus laureles. 264
EL DEMONIO DE LA GUERRA
Estos motivos no obraban sobre Bolívar. Su objeto no era conquistar sino libertar. Pero también a él lo empujaba hacia adelante la fuerza de la guerra, que no sabe de reposo, ni aun cuando el jefe del ejército lo quiera. Consideraba de suma importancia dar ocupación a sus tropas, y le explicaba a Santander la necesidad de esto para mantener la libertad; más tarde, expresó una terrible verdad: la derrota del último español será la ruina de Venezuela, pues ya entonces el ejército no tendrá razón de existir. Sí, en fin de cuentas y tras de todos sus sueños, ante él como ante Napoleón, se erguía la gloria de vencer al amo del continente, a quien ya había derrotado en tres países. ¿Por qué no en otro más? ¿Tal vez avanzaría poco a poco hasta llegar a la Argentina? Esto se hallaba en contradicción con la experiencia de diez años, durante los cuales el sur se había emancipado por sus propias fuerzas, sin solicitar auxilios del norte. Entonces ¿por qué el Perú? Los llamamientos venidos de allí eran muy débiles, algunos ordenados por él mismo. ¿Quería engrandecer a Colombia con este gigantesco país? Su promesa formal y su política ulterior contradicen esta opinión. Es fácil encontrar móviles de orden político. El fundador de Colombia no quería en sus fronteras un ejército español dispuesto a irrumpir en sus dominios y a deshacer toda su obra. Sin embargo, en más de una oportunidad, al analizar la situación, no le ha dado importancia a este peligro. El pensamiento de San Martín, el deseo de superarle en hazañas, también es un motivo muy humano. No obstante, estas razones no llegan hasta el fondo de las cosas. No, aquí se trata ante todo de la ley de los hombres expansivos, ya sean conquistadores, libertadores o industriales: pero en el caso de Bolívar, esta ley se ennoblece porque él la contempla con la mirada del poeta que se regocija en el espectáculo en el cual toma parte, y la ennoblece también la visión con que él, conocedor de su papel histórico, se mira a sí mismo a la luz del presente. ¿No es un gran riesgo para un vencedor penetrar en un país extranjero y anarquizado, jugándose su gloria y su
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EL CAOS PERUANO
vida? ¿Qué lo atraía, pues? ¡El peligro mismo! Después de tan grandes éxitos, un hombre ha de considerarse a sí mismo como un elegido, y siempre debe aspirar a más, sin ser por esto un jugador. Cada quién tiene fe en el altruismo de sus impulsos y cree también que debe mejorar su condición recorriendo el mundo para modelar, con dedos de escultor, la blanda arcilla, según la forma soñada, según los anuncios de su imaginación. Si este deseo de dar ser a las ideas se confunde muy fácilmente con el afán de gloria, bajo ambas formas, no es sino la inmortalidad, que el hombre activo busca, sintiéndose empujado lejos, siempre más lejos, como si aspirase a la muerte.
IX En septiembre de 1823, cuando llegó al Callao, donde San Martín, al dimitir, se había embarcado un año antes, Bolívar encontró al Perú en pleno caos, y al general Sucre entre victorias y derrotas. Solamente la dictadura, ejercida por un hombre famoso, podía en un instante restablecer el orden y la libertad. La disposición de Bolívar para la dictadura convenía perfectamente con la situación, más aún, era condición necesaria para el éxito. Después de las vacilaciones dolorosas de los últimos meses, durante los cuales esperaba incesantemente lo que no obstante, a veces, maldecía, su paciencia estaba agotada: actuando por cuenta propia, sin autorización del congreso, escribió a éste notificándole su decisión. Cuando el mensajero iba a partir, llegó la autorización y rompió la carta y escribió con gran alivio: "Yo tenía facultad para todo, pero no quería usar de esta facultad en un caso semejante para no dar que decir a nadie... No puede Ud. imaginar qué agradecido estoy a Ud. y al congreso por esta gracia ... La cosa de América no es un problema, ni un hecho siquiera: es un decreto soberano, irrevocable, del destino; este mundo no se puede ligar a nada, porque los dos grandes océanos del mundo lo rodean, y el corazón de los americanos es absolutamente independiente. La Europa no es ciega para ver esto como nosotros lo sentimos: 266
TODO POR TRIPLICADO
así, no tenga Ud. cuidado por el reconocimiento de la independencia y la paz; ello será bien pronto, mal que le pese a la Europa y a España". Después de estas frases patéticas, pide, como todos los generales cuando escriben al gobierno, refuerzos inmediatos, consistentes esta vez en tres mil hombres. Halló al Perú en un estado completamente anárquico: al presidente en lucha contra el congreso, a otros tratando de asaltar la presidencia y, unido a todo esto, el hambre, el saqueo, la bancarrota; mientras los españoles dominaban aún la mayor parte del país. Escribió al presidente en funciones una carta amenazadora, y no tardó en hacerlo arrestar; pero con los diputados, a quienes despreciaba cordialmente, empleaba la mayor amabilidad: "La sabiduría del congreso será mi antorcha en medio del caos..." La pequeña burguesía del país tenía miedo del terrible general extranjero que iba a llegar, y cuando, antes de su entrada en un pueblo, el intendente envió la orden siguiente: "Para S. E. el Libertador cómodo y decente alojamiento, con buena mesa, buena cama, etc., etc., etc.", los ediles se reunieron en consejo: ¿qué significan estas tres etcéteras? ¡Evidentemente, el gran Moloch quiere todo por triplicado! Y de acuerdo con dicho razonamiento, se apoderaron de tres de las muchachas más bonitas del lugar, para entregárselas al extranjero. A su llegada, Bolívar dejó en libertad a las muchachas y destituyó al alcalde. Investido del poder civil y militar, intervino con energía, constituyó un ejército, del cual sus propios hombres eran lo más escogido, pero no pudo impedir la deserción de ciertas tropas argentinas; requisó los tesoros de las iglesias, organizó escuelas, y, mientras representaba el papel de salvador, entre fiestas y arengas ampulosas, dijo en una proclama: "Yo hubiera p-eferido no haber jamás venido al Perú y prefiriera también vuestra pérdida misma al espantoso título de Dictador". Y meses antes había escrito: "Todos esperan la libertad del Perú de mis manos; pero, amigo, ¡cuánto se engañan estos señores!..." "La diferencia es
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MANUELA
que esto no es Colombia y que yo no soy peruano"... "Este país requiere una reforma radical, o más bien una regeneración absoluta. El congreso tiene la voluntad de hacerlo y, sin embargo, yo no creo que se hará. Yo, por mi parte, no me atrevo más que a proponerla, como se proponen proyectos teóricos, para que nadie o pocos a lo menos se quejen de mí. Éste es un caos para un hombre caído del cielo como yo . . . He llegado a arrepentirme de haber venido, porque temo que mi poca reputación padezca por los infaustos sucesos de nuestras armas en alguna parte". Para esta campaña llamó a Manuela, quien acudió rápidamente y permaneció a su lado durante la mayor parte de los dos años siguientes. La continuidad de estas relaciones es única en la vida de Bolívar y podemos ver claramente la naturaleza extraordinaria de esta mujer, si consideramos que en aquella época el general y su estado mayor disfrutaban de los dones de la vida en medio de una existencia totalmente aventurera. En el Perú, entre conspiraciones y derrotas, entre la anarquía, las batallas y las sublevaciones, se desarrollaban numerosos episodios galantes, que hacían aparecer a Lima, hasta en la descripción oficial de un secretario, como "una Babilonia donde al parecer todas las bellas mujeres se han conjurado para hacernos perder la cabeza. ¡Qué cuadro de tipos, bellezas y coqueterías!" Sin embargo, según un informe: "Todos los generales del ejército, sin excluir a Sucre, y a los hombres más prominentes de la época, tributaban a la Sáenz las mismas atenciones que hubieran acordado a la esposa legítima del Libertador". Muchas veces fué Manuela el alivio de Bolívar, que pronto comenzó a sufrir de los pulmones, se vió acometido por accesos de fiebre durante semanas enteras y hubo de retirarse al campo, donde permanecía en constante relación con sus generales. Su inquietud crecía: "Ud. no me conocería —escribió a su amigo— porque estoy muy acabado y muy viejo .. . Además, me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia, aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor... Me voy para Bogotá a tomar mi pasaporte. . . o sigo el ejemplo 26'8
RESOLUCION
de San Martín". En pleno período de depresión, le llegaron importantes noticias de su patria: la lucha por el poder era tan violenta que sólo quedaba una solución: el regreso de Bolívar y su coronación; si en realidad no quería volverse a casar, se designaría en seguida a un Borbón como sucesor. El grande hombre está en el extranjero, en cama, consumido por la fiebre, en una pequeña casa de campo. Sabe muy bien que, cerca de la capital, cientos de voces taimadas murmuran de él, y, mientras lo celebran como "el inmortal Bolívar", muchos serían capaces de asesinarlo, como quisieron hacerlo con San Martín. Obrando con prudencia, ha devuelto al congreso su brillante escolta de honor. Aunque vivía casi sin recursos personales, rehusó más tarde, con verdadera hidalguía, el millón que quiso regalarle el Perú. Sin amigos, sin poder confiar sino en su amante, quien, en verdad, hubiera podido ser la esposa del Libertador, llamado de Venezuela por personas de importancia, para ceñirse la corona que, en su innata elegancia, concebía mejor sobre las sienes de su querida, al aproximarse a los grandes sueños de su juventud, rechaza sin embargo la corona, lo mismo que el dinero, y cumple su juramento de no volverse a casar: y todos estos contrastes se deben solamente a que, nacido con una naturaleza hecha para reinar, no quiere envilecer su poderío con la violación del derecho, su gloria con la violencia. ¡Qué romántica existencia! ¡Qué realidad tan sombría después de tantas esperanzas maravillosas, y cuánta poesía ilumina toda esta situación, si se la vive también como un espectáculo! Pero cuando, en medio de sus quiméricas renunciaciones, recibe la noticia de la formación de un nuevo ejército español de 25.000 hombres; cuando un confidente, con aire de espanto, lleva esta noticia al enfermo y le pregunta: "¿Y qué piensa Ud. hacer ahora?", Bolívar responde: "¡Triunfar!" Al día siguiente está en pie. Su táctica, llena de astucia, consiste en hacer proposiciones al enemigo, parlamentar para ganar tiempo, mientras llegan de Colombia 8.000 soldados. Prescribe con 269
DEPRESIONES
exactitud cuanto los enviados del Perú deben proponer en sus negociaciones: "Todo esto debe ponerse literalmente como yo lo digo aquí .. . pero no hay que quitar nada... El oficial que vaya a Jauja que sea sumamente sagaz y escogido entre todos los que existan en esa capital... Este hombre debe ser escogido como un ramito de romero". Este hombre ha de quejarse a los españoles de la intrusión de Bolívar, mostrar que quiere concertar la paz y prolongar las conversaciones lo más posible. Pues su situación militar le parece tan comprometida que: "Yo mismo estoy sorprendido del inmenso abismo que nos rodea. Digo que yo mismo, porque soy el más veterano en la carrera de los peligros, de la revolución y de la anarquía". Las depresiones de Bolívar se explican por el aumento día tras día, de su decepción, con respecto a las fuerzas y a la confianza que encuentra en el país. Se siente como un enemigo aborrecido por todos, y escribe a su patria: "Quince o veinte individuos empleados en el Perú están con nosotros; todos los demás se han quedado con el enemigo". "Así, me había figurado que esto era como todo el mundo ... Este mundo es otro mundo. No hay un hombre bueno, si no es inútil para todo; y el que vale algo e:: como una legión de diablos. De suerte que nosotros estamos aquí como aquellos volatines que se montan sobre las puntas de las espadas y de las bayonetas, montados sobre nuestras armas, y fuertes del miedo que nos tienen amigos y enemigos. Esto llamo yo vivir de hecho, lo mismo que los españoles, que están apoyados sobre la misma base y por los mismos principios que nosotros. Cualquiera de los dos partidos que sea batido lo es absolutamente y para siempre". Y, sin embargo, no puede marcharse, pues se trata de que: "Mi respuesta es la misma que siempre he dado: que al perderse el Perú se pierde todo el Sur de Colombia". Al mismo tiempo su espíritu se reconforta viendo con mejores ojos a sus conciudadanos, detrás de él, allá en su patria, y comparándolos con aquellos con quienes debe ahora convivir aquí, en el extranjero. Los venezolanos, a quienes no ha mucho condenara amargamente, los considera ahora y dice: "Son unos santos en compara-
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RECONOCIMIENTO DE COLOMBIA POR INGLATERRA
ción de estos malvados... Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos... — . Bajo la impresión del momento, censura la situación presente, a fin de ennoblecer a los ausentes. Pero cuanto más se embrollan las circunstancias, tamo más los pensamientos de Bolívar, hoy como ayer, vagan en la lejanía. Siempre, al encontrarse ante un mañana nebuloso, construye para el día siguiente un castillo en las nubes. Se produce un hecho importante en el nuevo año de 1824: Inglaterra ha reconocido a Colombia. La política mundial preocupa al general asediado en el extranjero, y, mientras se dirige a Bogotá, pensando en su nuevo embajador, le parece ver un incendio general en Europa, a los monarcas destronados de España y de Portugal avanzar hacia las colonias que han permanecido fieles, a Inglaterra luchar contra ellos, y luego escribe sus predicciones sobre el continente: "Soy liberal por egoísmo; deseo la independencia de todo el continente por evitar una guerra en lo futuro, que puede sernos ruinosa entonces por la superioridad de los españoles en hombres y elementos militares que, de un modo u otro, saldrán de la Península después de esta guerra. Además, el ejemplo de Buenos Aires nos impone un deber americano, que no podemos quebrantar sin vergüenza. Como los españoles duren en el Perú, el Sur de Colombia sufrirá una ruina total por el peso de inmensas guarniciones que no puede mantener... En cuanto a Venezuela, siempre seré de dictamen que su ruina será sellada el día que no le quede un enemigo en su territorio: ojalá que Puerto Cabello quedase siempre en manos de enemigos". Aquí se nos muestran una vez más aunadas la amplitud y la audacia del pensamiento político de Bolívar. Cuando se encuentra en el extranjero, en precaria situación, y en peligro de perderlo todo de un día para otro, edifica en su cerebro la seguridad de su patria, con la paradójica condición de que los españoles permanezcan en el país. Aquí, la amargura de un hombre, a menudo decepcionado de sus compatriotas, se mezcla con la cien-
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EL ENEMIGO NECESARIO
cia del historiador y con el cinismo del espíritu del conocedor del mundo. Si en el curso de este cuarto acto de la vida de Bolívar se conoce ya el quinto, provoca explicar su asombrosa predicción como el resultado de una especie de voluptuosa misantropía que visiblemente se intensificaba de año en año. En un grado muy superior, el nihilismo del elegante de veinte años comienza a reproducirse en el nihilismo del dictador de cuarenta. Si en otro tiempo todo le pareció vano porque nada había intentado, comienza ahora a alimentar sentimientos análogos, precisamente porque lo ha intentado todo en vano. Después lo vemos surgir de nuevo rápidamente de sus depresiones, y, cuando ya ha representado bastante a Don Quijote, se transforma en Don Juan. A menudo tiene choques con la orgullosa Manuela. Estas dos nobles criaturas son demasiado indómitas para vivir juntas en tranquilidad. Entonces él le escribe: "Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de setiembre. No sé lo que más me sorprende: si el mal trato que tú recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez admiro y compadezco. En camino a esta villa, te escribí diciéndote que, si querías huir de los males que temes, te vinieses a Arequipa, donde tengo amigos que te protegerán. Ahora te lo vuelvo a decir. Dispénsame que no te escriba de mi letra: tú conoces ésta". En semejante esquela, rápidamente dictada, ¡qué maravillosamente se mezclan los sentimientos reales con los medios del poderoso! Mientras rechaza un reproche, lo admira y al mismo tiempo expresa otro. Su forma de dictar en lugar de escribir, de hacer por lo tanto al secretario confidente del enredo, la humilla, pero al mismo tiempo le da la seguridad de que comparte sus sentimientos, ofreciéndole así la preciosa garantía de un duradero amor. Puede mezclarse algo de remordimiento, pues en el Perú tuvo infinidad de aventuras galantes. Las cartas siguientes, cuyas destinatarias son tan desconocidas como sus fechas, pertenecen tal vez a esta época, y nos facilitan datos importantes: "¡Señora! Anoche encontré la carta que usted ha tenido
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NUEVOS AMORES
la bondad de escribirme y tanto me ha dado que pensar. "Desde luego que mi primer deseo ha sido el de complacer a usted en oír cuanto tiene usted que decirme: ¿pero de qué me serviría esto? De nada, nada absolutamente. "En la situación de usted, en la mía, yo no encuentro otro recurso digno de usted, de su honor, de su reputación y de su familia, que el de olvidar cuanto ha pasado, que aunque de ninguna consecuencia al fin podría serle a usted funesto y a mí deshonroso. Medite usted un solo instante los resultados que podría tener un mal paso dado por mí o por usted. "Medite usted un momento si a mí me fuera permitido tener otro objeto con respecto a usted que el de obtener su mano y medite usted un momento si esto podría suceder. No, mi señora, no podría suceder, por razones que usted no dejará de penetrar. "Así, mi señora... yo ruego a usted que se tranquilice, que vuelva a su familia aquel reposo, aquella dicha que podría escapársele si todo no vuelve a su antiguo estado, así como estaba antes. "Si usted o yo hiciéramos un escándalo, ¿qué se diría de usted, qué se pensaría de mí y qué no sufrirían aquellas personas que la conocen y la estiman? "En una palabra, no sería usted ni yo tan sólo los que padeciésemos, sería su honor, su reputación, su familia y sus parientes. Por mi parte, no hay género de sacrificios que yo no hiciere por tal de verla a usted tranquila, tan amena como antes. "Y por qué no, si usted es buena, si usted es virtuosa y si conoce que lo demás sería sumergirse en un abismo de desdichas que aún se puede evitar. "Evitémoslo, pues, y yo prometo no abandonar una casa que amo como mía. Yo iré todos los días como antes, y mi conducta nada cambiará. Bolívar". He aquí al hombre de mundo, al parisiense que, en lugar de sentirse dictador al desembarazarse de una aventura ya importuna, y sembrar la confusión en el seno de una familia distinguida, le hace ver a la dama, con juicio y nobleza, cuán inútil y doloroso para ella sería el escándalo. Pero podemos escucharle cómo galantea a otra desconocida:
NUEVOS AMORES
"Mi adorada Bernardina, lo que puede el amor!!! No pienso más que en ti y en cuanto tiene relación con tus atractivos. Lo que veo no es más que la imagen de lo que imagino. ¡Tú eres sola en el mundo para mí! Tú, ángel celeste, sola animas mis sentidos y deseos más vivos. Por ti espero tener aún dicha y placer, porque en ti sola está la que yo anhelo. "Después de todas estas y otras muchas cosas que no digo por modestia y discreción, no pienses que no te amo. "No me acuses más de indiferente y poco tierno. Ya ves que la distancia y el tiempo sólo se combinan para poner en mayor grado las deliciosas sensaciones de tus recuerdos. Es justo no culparme más con tus vanas sospechas. Piensa sólo en lo que no puedes negar de mi pasión y constancia eterna. "Escríbeme mucho; ya estoy cansado de hacerlo y tú, ingrata, no me escribes!!! Hazlo, o renuncio a este delicioso alivio. Adiós. Tu Enamorado''. ¡Quién diría estas líneas escritas por un hombre de más de cuarenta años! Un joven alocado, impelido como una pelota en todos los sentidos por sus aventuras, deseoso en un momento de retener a su amante de ayer sin privarse de la de mañana, un ocioso sin objeto ni obligaciones, podría muy bien escribir así, y sin embargo, se trata de la carta de un hombre todopoderoso, cuya sola escritura bastaría a darle pie a su desconocida destinataria para crearle numerosas dificultades. En estos asuntos, Bolívar era más sencillo que Napoleón, más juvenil, más fogoso, más ingenuo; sin duda, no se veía entorpecido por la pesada coraza de una corte imperial; fué toda su vida un pisaverde despreocupado, como cuando cabalgaba en otro tiempo por la puerta de Toledo, durante sus paseos por Madrid. Así lo vemos, cuando su humor se exalta, divertirse en Lima, tomando cuanto se le ofrece, mujeres, belleza, instante: "Los hombres me estiman y las damas me quieren: esto es muy agradable; tienen muchos placeres para el que pueda pagarlos. Todos nuestros colombianos se han quejado mucho de Lima, mientras que yo estoy encantado; por supuesto que no me falta nada. La mesa es exce-
DESPRECIO AL DINERO
lente, el teatro regular, muy adornado de lindos ojos y de un porte hechicero: coches, caballos, paseos, toros, Te Déums, nada falta, sino plata para el que no la tiene, que a mí me sobra con mis ahorros pasados. Se entiende por ahora". Bolívar despreciaba el dinero, primero porque poseía demasiado, más tarde porque tenía muy poco. Sus bienes ya estaban desconfiscados, pero no producían nada, y no recibió los de su hermano porque, diez años después de haberse ahogado éste, no existía prueba concluyente de su muerte. Bolívar, a quien le hubiera bastado dictar un decreto en su propio favor, jamás dispuso de esta heren'• cia; más bien le dió lo necesario a su familia. Cuando tenía algún dinero, no hacía uso de su sueldo. Como eran tantas sus pensiones para viudas de generales muertos en la guerra y de otros militares, o para las mujeres de éstos, su edecán trató en vario de remediar el desorden, previendo cómo habría de terminar. Cuando, finalmente, antes de salir para el Perú, quiso Bolívar asegurar sus sueldos atrasados, escribió: "Yo estoy pobre, viejo, cansado y no sé vivir de limosna... Lo poco que me queda no alcanza para mi indigente familia que se ha arruinado por seguir mis opiniones; sin mí, ella no estaría destruida y, por lo mismo, yo debo alimentarla. Yo preveo que al fin tendré que irme de Colombia, y, por lo mismo, debo llevar un pan que comer, porque yo no tengo paciencia ni el talento de Dionisio de Siracusa, que se metió a enseñar niños en su desgracia". En seguida, dió orden de no tomar en cuenta esa carta, y de que no se hablase más de sus sueldos atrasados. Pero, en el curso de los años siguientes, volvió a tratar este punto en cartas confidenciales, donde hablaba del cansancio y la enfermedad y pregunta cómo podrá vivir si se retira. Su familia también ocupaba su pensamiento, y su escasa correspondencia con su hermana se refiere casi toda a cuestiones de dinero y a pleitos con arrendatarios. También aparece — como en la novela de un genio sin hijos — un sobrino disoluto, único heredero varón, quien en Bogotá perdía dinero en el juego, libraba letras contra su madre, y recibía cartas amenazadoras de Bolívar, que
NOBLEZA VERDADERA
en medio de sus campañas le escribía con el tono de un padre ofendido. Muy pronto se dió Bolívar cuenta de su situación y la expresa en estas palabras: "No tengo con qué vivir, siendo a la vez presidente de Colombia y dictador del Perú. Por no ponerme a gajes de este país, no cobré el sueldo que me asignaron, y no teniendo autoridad en Colombia ya no puedo pedir sueldo allá. Así es que estoy pidiendo dinero prestado, y tendré que vivir de prestado hasta que vuelva a Guayaquil". Situación típica del genio en el mundo, sobre todo, cuando jamás ha sufrido penuria, ni ha vivido del trabajo de sus manos. Pero, al asignarle cierta suma el congreso de Bogotá, manifiesta la irritación del gentilhombre que pone tan poco precio a su gloria como una noble dama a su amor, y que, no obstante, jefe enfermo y aborrecido, debe pensar en el porvenir. Escribió entonces estas hermosas frases: "Siempre he pensado que el que trabaja por la libertad y la gloria no debe tener otra recompensa que gloria y libertad. Crea usted con franqueza que me ha herido hasta el alma la lectura de este decreto y que lo he escondido hasta de Pérez, Ibarra y los demás de casa. Mi desesperación en Tulcán al ver triunfantes a los destructores de la unidad me hizo pedir mi haber a fin de poderme ir muy lejos y de poder vivir algunos años más en la rnát, completa oscuridad. Siempre estoy resuelto a irme y para esto no tomaré más que mi haber, pues me sobra para ocho o diez años si es que tanto puedo prolongar mi vida".
X En medio de toda su ansiedad, pues esta gran aventura podía aniquilarlo a él y a su gloria, avanzaba hacia el sur como general y miraba constantemente hacia el norte como presidente. En este instante, poco más o menos a los seis meses de haber desembarcado en el Perú, acumuló sin cesar nuevas quejas, advertencias, amenazas, casi siempre dirigidas a Santander, pero en realidad eran. naturalmente, para todo el gobierno y a veces para la opinión
VIENDO HACIA EL NORTE
pública de Colombia. Es una combinación de verdadera depresión, tristes presentimientos y una especie de frío chantage moral, mediante la cual trata de obtener tropas de sus colegas de la capital, que con frecuencia le son hostiles, o de asustar a los intrigantes. Estos temas aparecen hoy en sus cartas revueltos con lo verdaderamente humano, y se irán confundiendo unos con otros más y más, a medida que Bolívar envejezca, tal como le sucedió a Bismark, quien, ya viejo, amenazaba siempre al rey con su dimisión cuando quería obtener algo. La consecuencia era entonces, las más de las veces, el espanto de ver al jefe más capaz y, a pesar de todo, el más popular en el país, tomar de pronto el barco y hacerse a la vela hacia Europa, en una de aquellas decisiones rápidas, propias de su temperamento nervioso e irritable. Por esto, si se quiere conocer su carácter, es menester no empeñarse en la cuestión moral de discernir en sus cartas el sentimiento verdadero de lo dictado por intenciones hábiles. Estos dos elementos cambian en ellas con frecuencia, y, seguramente, para él mismo no existía un límite claro, pues, desde sus comienzos en la presidencia, alimentaba realmente el pensamiento de dimitir, y hasta la muerte no prescindirá de él. El ardor levantado de pronto y de pronto calmado en el alma de Bolívar es la causa de estas oscilaciones, y sus cartas lo confirman de nuevo: "También es tiempo . .. de poner a salvo mi único tesoro, mi reputación. Yo, pues, renuncio, por la última vez, la presidencia de Colombia: jamás la he ejercido; así no puedo hacer la menor falta. Si la patria necesitare de un soldado, siempre me tendrá pronto para defender su causa. .. El Protector del Perú me ha dado un terrible ejemplo: y sería grande mi dolor si tuviese que imitarle". Otra vez a Santander: "El mismo Washington no pudo aceptar noblemente la tercera; y como yo no me creo menos liberal que Washington, no aceptaré, por cierto, la tercera reelección... Me parece que catorce o quince años es lo más que un demócrata puede mandar su patria. Esto mismo pienso decirle al senado en respuesta; y yo ruego a usted diez millones de veces el que haga un hermoso discurso y lo haga poner en un diario particular, dicien-
OPUESTO A LA RFELECCION
do que yo no quiero ser tercera vez reelegido y que yo fundo mi orgullo en ser más liberal que Washington... No debo, no puedo ni quiero más gobierno; y el que menos quiero es el de Colombia a causa _de mis queridos compatriotas de Venezuela. Si la Nueva Granada estuviera aislada de Venezuela, llenaría un deber y un placer en servirla; pero no quiero nada con esos abominables soldados de Boyes; con esos infames aduladores de Morillo; con esos esclavos de Morales y de Calzada. A ésos obedecían y querían esos fieros republicanos que hemos libertado contra su voluntad, contra sus armas, contra su lengua y contra su pluma, para no querer obedecer a nuestras leyes y a la severidad de nuestros principios. No, mi querido general, no seré más presidente de Colombia, ni de otra parte. Veré reunido el congreso del Istmo y ojalá me muera para que no me obliguen más". Éste es el acento del gentilhombre herido, del libertador decepcionado, del ciudadano indignado contra su pueblo. Deseoso de desprenderse de su obra, se exalta hasta preferir no haber hecho nunca nada ni de haber realizado la unión de los países. Si así hubiera sido, ahora podría ofrecer libremente sus servicios al extranjero. Todo ello porque se siente flotante y sin apoyo entre ambos países y abandonado de ambos, mira vacilar su conquistada gloria: "¿Podrá usted creer que es ésta la situación maestra de mi vida? Pues no se debe dudar. Si salgo bien de ella podré tomar con justicia el epíteto de fausto que se tomó Sila". Otra vez y siempre en el curso de pocos meses o semanas, la cólera aparece como razón de la amenaza de dimisión, y los temas se confunden en forma curiosa y conmovedora a un tiempo: "Ningún daño le haré en irme... Todo el mundo me está quemando con que soy ambicioso; que me quiero coronar; lo dicen los franceses; lo dicen en Chile, en Buenos Aires; lo dicen aquí ... Con irme respondo a todo. No quiero más glorias; no quiero más poder; no quiero más fortuna, y sí quiero mucho, mucho mi reposo. No se me podrá tachar de egoísta, pues bastante he servido durante la revolución. Me queda un tercio de vida, y
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MISANTROPO
quiero vivir. Como el congreso me ha quitado toda autoridad colombiana, creo que debería usted autorizar a Sucre y a Castillo para que les den dirección a las tropas de Colombia que están en el Perú". Poco después, se ofrece para ir a Europa como embajador. De estos estados de irritación, cae de pronto en profundas y verdaderas depresiones, tal como aparece en una magnífica carta escrita a Santander a principios de 1 82 4, en la cual comieza por la amenaza de seguir el ejemplo de San Martín: "No será extraño que yo tome tan bello modelo, cuando el gran Napoleón no encontró otro más hermoso que seguir que a Temístocles.. . Que otro sirva catorce años, como yo, y sin duda bien merecerá un retiro .. . Hasta ahora he combatido por la libertad, en adelante quiero combatir por mi gloria aunque sea a costa de todo el mundo. Mi gloria consiste ahora en no mandar más y no saber de nada más que de mí mismo; siempre he tenido esta resolución, pero, de día en día, se me aumenta en progresión geométrica. Mis años, mis males y el desengaño de todas las ilusiones juveniles no me permiten concebir ni ejecutar otras resoluciones. El fastidio que tengo es tan mortal, que no quiero ver a nadie, no quiero comer con nadie, la presencia de un hombre me mortifica; vivo en medio de unos árboles de este miserable lugar de las costas del Perú; en fin, me he vuelto un misántropo de la noche a la mañana. Mas entienda usted que no estoy triste y que no es un efecto ni de causa física ni de una gran molestia personal; este hastío de los hombres y de la sociedad me viene todo de la reflexión más profunda y del convencimiento más absoluto que jamás he tenido. La edad de la ambición es la que yo tengo. Rousseau dice que a cuarenta años la ambición conduce a los hombres; la mía, al contrario, ha terminado ya. Usted que es joven, Sucre que es joven, deben seguir aún por diez años más la carrera que yo dejo. ¡Dichosos ustedes que están ahora en la edad de la esperanza!, en tanto que yo nada espero y todo lo temo. A mí me han dado tales elogios y me han atribuído tales maldades, que no quiero más ni de unos ni de otras; bastante son ambos para colmar la medida de
PRESENTIMIENTOS
cualquier mortal; por mi parte, nunca pensé merecer tan grandes atributos de bien y de mal, porque sé muy bien que no soy digno de tales alabanzas, ni de tales improperios; y puesto que yo he obtenido más de lo que yo puedo esperar o temer, no quiero más; pues el desengaño y la realidad pueden quitarme en lugar de añadirme. Las cosas falsas son muy débiles". "Echando la vista por otra parte, observe usted esos trastornos de las cosas humanas: en todo tiempo las obras de los hombres han sido frágiles, mas en el día son como los embriones nonatos que perecen antes de desenvolver sus facultades. Por todas partes me asaltan los espantosos ruidos de las caídas, mi época es de catástrofe: todo nace y muere a mi vista como si fuese relámpago, todo no hace más que pasar, ¡y necio de mí si me lisonjease quedar de pie firme en medio de tales convulsiones, en medio de tantas ruinas, en medio del trastorno moral del universo! No, amigo, no puede ser: ya que la muerte no me quiere tomar bajo sus alas protectoras, yo debo apresurarme a ir a esconder mi cabeza entre las tinieblas del olvido y del silencio, antes que del granizo de rayos que el cielo está vibrando sobre la tierra me toque a mí uno de tantos y me convierta en polvo, en ceniza, en nada. Sería demencia de mi parte mirar la tempestad y no guarecerme de ella. Bonaparte, Catlereagh, Nápoles, Piamonte, Portugal, España, Morillo, Ballesteros, Iturbide, San Martín, O'Higgins, Riva Agüero y la Francia, en fin, todo cae derribado, o por la infamia o por el infortunio ¿y yo de pie?, no puede ser, debo caer". "Adiós, mi querido general, reciba usted con indulgencia y paciencia mi íntima confesión .. Si esta carta, más preciosa que una página de diario, se coloca al lado de un retrato de Bolívar a los cuarenta años, se comprenderá más claramente cómo la precocidad de un adolescente inactivo se refleja y se venga en el nihilismo de una vejez prematura. Aquí, donde la acción, el movimiento y la actividad creadora no se desarrollaron como en Napoleón en el hombre joven ni se esparcieron impetuosamente en la estación de ascender la savia; la duda sobre lo que ha intentado o esperado entre los treinta
DE NUEVO DON QUIJOTE
y cuarenta arios, la desolación, se manifiestan tan pronto, precisamente, porque la ilusión fué también muy corta. La manera como el amo de medio continente, en el apogeo de su poderío exterior, se mira como un hombre ya vencido, constituye casi la seguridad de su caída. Al considerarse un Don Quijote y al tomar a veces todo cuanto combatió por molinos de viento, se coloca sin duda en una zona más luminosa desde el punto de vista filosófico, pero más sombría en realidad, y precisamente, en esas horas de escepticismo expresa la verdad más profunda sobre sí mismo. Se conoce mucho a sí mismo. Él lo sabe. A Toro: "Mis tristezas vienen de mi filosofía . . . soy más filósofo en la prosperidad que en el infortunio". Se ve, pues cómo se analiza constantemente; y pocas veces se hallará el problema del poder y del deber tratado de un modo más significativo, como en la ocasión de la muerte de aquel arriesgado emperador de Méjico. Bolívar escribió entonces: "Bonaparte estaba llamado a hacer prodigios. Iturbide no; y por lo mismo los hizo mayores que Bonaparte... Su vida sirvió a la libertad de Méjico y su muerte a su reposo". En aquel tiempo, Bolívar también suele desprenderse de las alturas de sus graves pensamientos y volver a la inocencia de la acción; así, a raíz de esta larga carta, escribe otra llena de detalles a propósito de los clavos de herradura que debe comprar Sucre. Abandona entonces todos los ideales de Rousseau o de Robinson, y sintiéndose un ser elegido exige: "La soberanía nacional debe crear un dictador con facultades ilimitadas, omnipotentes; y que este dictador declare la ley marcial . . . Sólo este dictador puede dar un rayo de esperanza a la salud de la república— . "La guerra se alimenta del despotismo y no se hace por el amor de Dios... Despliegue usted un carácter terrible, inexorable . .. Le suplico se apropie estas ideas como suyas y las adopte como hijas queridas. .. El tiempo de hacer milagros ha llegado". "La orden del día es terror; por este medio he contenido la propagación del crimen en este país". "En definitiva, como dicen los franceses, diré una receta para curar a Colombia, y si no hay farmacéu-
¡MAGENES ESPLENDIDAS
tico que la sepa componer, que se mande hacer la mortaja para la enferma: 1 er. ingrediente, 16.000 hombres; 2?, una eacuadra respetable en el Pacífico; 39, dos millones de pesos en Guayaquil; 49, cuatro meses de tiempo por todo plazo. Con estos simples bien administrados se debe esperar la salud del enfermo, y si TI.), no... No sé todavía lo que me haré, porque me hallo nadando en el caos y Dios no me ha prestado su palabra mágica para desenvolver sus elementos". Inmediatamente después: Infinitas herraduras con sus buenos clavos". "Los cla Jos sólo han destruido este cuerpo... ¿Ha de creer usted que puede ser que no podamos ejecutar el movimiento general por estos malditos clavos? Ruego a usted, por Dios, que haga examinar el hierro de Vizcaya, si es dulce e no ... que se solicite a precio de oro el tal hierro de Vizcaya dulce; pero que sea bien reconocido por los mejores herreros". XI En el verano y el otoño de 1824, la guerra del Perú llegaba a su fin. Bolívar, a caballo y enfermo, emprendía una vez más el paso de la Cordillera. Durante esta marcha le escribió a Santander: "En medio de l)s Andes, respirando un aire mefítico que llaman soroche, y sobre las nieves y al lado de las vicuñas, escribo a usted esta carta que deberá estar helada, si un cóndor no se la lleva y la hace calentar con el sol". Cuando Bolívar, en sus proezas, desafía a la muerte, cuando se halla nuevamente ante el gran juego, su estilo se eleva en imágenes tan espléndidas CD/Y10 las anteriores. Mientras su mirada domina €1 dudoso país cuya libertad intenta; aunque allí, como e.71 su patria, le sea hostil la mayoría, llega en la misma carta a este shakespeariano concepto de su situación: "Al Perú le va bien como a don Carlos de Austria cuando le ponían el cordel al cuello; si es que puede ir bien un edificio que está desplomado y contra el cual están apuntando muchas baterías de grueso calibre... pero ¡y mi honor ... Yo, con la paz o el armisticio, salgo del paso, pero Colombia queda en la estacada. 282
Apunte usted esta sentencia, y si quiere, mándela grabar en letras de oro y póngala en la puerta del palacio, para que todos la sepan y no puedan decir jamás que los he engañado. Añado que si salgo de ésta con bien, no vuelvo a entrar en otra guerra y que me voy del pais en el momento". En tan magnífica aunque endiablada disposición sano Bolívar para su última guerra. Flotaba continuamente ante sus ojos la imagen histórica que se había forjado de sí mismo, y sin embargo, sólo el cinismo podía sostener su valor. Durante aquellas semanas, pasadas en las altas montañas sin caminos, entre fantásticos desfiladeros, nunca vistos por el jinete, se exaltan sus sentimientos, coron,.,dos de rasgos audaces, y, a menudo, resuena el nombre de Dios. Aun en medio de su humor patibulario, nienudea solicitud de refuerzos, como el único salvamento posible para él y para la situación: "Que Dios me ayude o me ayude usted con 6.000 soldados, si no vienen tarde . .. Por fin haré uno y otro, y pt r consiguiente todo lo haré mal...' "Me parece que le veo a usted saltando, como si 12.000 hombres fueran muchos para contener a los vencedores de la América Meridional... Si Colombia no quiere hacer este nuevo sacrificio, hará otro mayor perdiendo su libertad y su fortuna... Este es el último sacrificio que voy a hacer por Colombia, que no puede ser mayor, pues que voy a exponer a una pérdida cierta mi reputación ganada en trece años, que se pueden contar por siglos!" ... que no duerman, que no coman, que no descansen, hasta ver a las tropas salir. De otro modo: ¡adiós Colombia! ¡Adiós libertad!" Al mismo tiempo, anima a Sucre; los 6.000 hombres están ya en camino y, además, ha exagerado los peligros. De esta suerte, a los del norte les presenta un cuadro sombrío y uno risueño a los del sur. Sólo el 25 de agosto revivió definitivamente su esperanza: Había .vencido en Junín. Algún tiempo después convocó un consejo de guerra, al cual se le vió tomar una de las decisiones más extrañas de la historia militar: por respeto personal, sus generales le rogaron no arriesgase su gloria en circuns-
AYACUCHO
tancias tan difíciles y confiase el alto mando a une de ellos. Se daba cuenta clara de los motivos de este paso, y, quizás él mismo lo suscitó. Designó a Sucre, su teniente favorito, para el cargo de comandante en jefe. Sucre tenía entonces veintiocho años. Bolívar conservó en realidad la dirección de las operaciones. Sin embargo, Sucre en persona libertó el sur del país. En la alta llanura de Ayacucho ganó una batalla decisiva, en la cual con seis mil hombres derrotó a diez mil españoles, y puede decirse que allí no sólo el Perú quedó libre, sino toda la América Hispana. El último resto del poderío español se deshizo con la captura de su ejército. Trescientos años de dominación quedaron destruidos en una batalla de setenta minutos. Pero ¿cuáles fueron los sentimientos de Bolívar al recibir la noticia? ¿Qué corazón en un momento semejante puede cerrarse a toda envidia? Dos años antes, Bolívar había elogiado públicamente al bravo y joven militar, a quien le había dicho: "Yo preveo que usted es el rival de mi gloria, habiéndome ya quitado dos magníficas campañas". Pero también antes de la batalla hubo un delicado cambio de correspondencia entre el autocrático jefe y el subalterno, altamente susceptible, que no juzgaba suficientes sus honores oficiales; son cartas cuyo tono y nobleza superan todo lo habitual en las relaciones jerárquicas. Quizás Bolívar, en su anhelo de ser siempre el más noble, y, estimulado quizás también por el recuerdo de la severidad de Miranda para con él, se obligó, como jefe, a conducirse en esa ocasión de un modo verdaderamente magnífico. Y así, durante esta contienda, le escribió a Sucre: "La comisión que he dado a usted la quería yo llenar; pensando que usted la haría mejor que yo, por su inmensa actividad, se la conferí a usted más bien como una prueba de preferencia que de humillación. Usted sabe que yo no sé mentir, y también sabe usted que la elevación de mi alma no se degrada jamás al fingimiento ... Si usted se va no corresponde usted a la idea que yo tengo formada de su corazón. Si usted quiere venir a ponerse a la cabeza del ejército, yo me iré atrás".
"USTED ES TODAVIA MUY JOVEN"
En horas de depresión, con una franqueza difícil de hallar en otro jefe militar, le confiesa su desaliento al general que actúa bajo sus órdenes y que pudiera ser un día su rival: "Estoy pronto a dar una batalla a los españoles para terminar la guerra de América, pero no más. Me hallo cansado, estoy viejo y ya no tengo que esperar "nada de la suerte, por el contrario, estoy como un rico muy avaro, que tengo mucho miedo de que me roben mi dinero: todo son temores e inquietudes; me parece que de un momento a otro pierdo mi reputación, que es la recompensa y la fortuna que he sacado de tan inmenso sacrificio. A usted le ocurrirá otro tanto; sin embargo, puedo observarle que usted es todavía muy joven y tiene mucho a que aspirar". Sin embargo, o mejor, a causa de su rivalidad con el subalterno por un lugar en la historia, lo irrita esta batalla ganada sin él. Según relata su edecán, al recibir la primera noticia de la acción, arrojó su dolman al suelo, luego se puso a bailar, dándoles a los circunstantes la impresión de haberse vuelto loco, y por fin, a gritos, les comunicó a sus oficiales el contenido de la carta. Sabía, sin embargo, que el éxito, preparado por él, era obra suya, y hasta se dijo lo mismo del plan de batalla; pero también sabía que el mundo lo ignoraba. En aquellas circunstancias, ambos hombres dieron pruebas de lo que en Europa llamaríamos espíritu caballeresco puramente español. Sucre terminaba su carta con estas palabras: "Adiós, mi General, esta carta está muy mal escrita, y embarulladas todas las ideas ; pero en sí vale algo: contiene la noticia de una gran victoria, y la libertad del Perú. Por premio para mí pido que usted me conserve su amistad". En retorno, Bolívar lo nombró mariscal y libertador del Perú, le obsequió su espada más preciosa y lo colmó de honores en las fiestas del triunfo. En toda la América el nombre de Bolívar quedó unido a esta victoria, pero no a consecuencia de su táctica, sino por el poder de la leyenda, cuyo profundo sentido hizo del verdadero libertador el héroe de una batalla donde no se había encontrado. Los peruanos levantaron una estatua ecuestre a Bolívar, colo-
FRASES INMORTALES
caron su retrato en todas las alcaldías, lo nombraron Padre de la Patria, concediéndole de por vida los honores de presidente; su fama se esparció por todo el continente con mayor auge que después de todas las campañas y batallas donde realmente había vencido; en Europa se ignora de tal modo el nombre de Sucre que un historiador contemporáneo ha escrito que se lo han dado a una ciudad de Bolivia, a causa de las plantaciones de caña de azúcar existentes allí. La primera consecuencia de la gran victoria fué el sometimiento a Bolívar de todos los partidos peruanos; pero su alcance se extendió hasta inducir a la mayor parte de las potencias europeas a variar su política en sentido favorable a la independencia de América. Una guerra de catorce años había costado la vida a un tercio de la población de Venezuela; se calcula en novecientos mil el número de víctimas en todo el Continente. Las guerras de la Revolución Francesa y las de Napoleón consumieron un millón doscientas mil vidas humanas. Alcanzado su objeto, la de América ha concluido; el dominio español no existe ya, pero en cambio llega el instante más temido de Bolívar. ¿Qué hará? ¿Retirarse como lo ha prometido siempre? ¿Volar hacia su patria, donde para millares de asuntas necesitan de su inteligencia? Bolívar va a permanecer dos años aún en el Perú. Es la ley de los dictadores.
XII En verdad presentó su dimisión oficial, y lo hizo en frases verdaderamente inmortales: "¡Legisladores! Al restituir al congreso el poder supremo que depositó en mis manos séame permitido felicitar al pueblo, porque se ha librado de cuanto hay de más terrible en el mundo, de la guerra, con la victoria de Ayacucho y del despotismo con mi resignación. Proscribid para siempre, os ruego, tan tremenda autoridad ¡esta autoridad que fué el sepulcro de Roma! Fué laudable sin duda que el congreso, para franquear abismos horrorosos y
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MAR DEL SUR
arrostrar furiosas tempestades, clavase sus leyes en las bayonetas del ejército libertador; pero ya que la nación ha obtenido la paz doméstica y la libertad política, no debe permitir que manden sino las leyes. .. ¡Señores: el congreso queda instalado!. .. Mi destino de soldado auxiliar me llama a contribuir a la libertad del Alto Perú, y a la rendición del Callao, último baluarte del imperio español en la América meridional. Después volaré a mi patria a dar cuenta a los representantes del pueblo colombiano de mi misión en el Perú, de vuestra libertad y de la gloria del ejército libertador". Más que todas sus batallas es perdurable este discurso de Bolívar. Si no existiera ningún relato de sus haza ñas, bastaría esta sola página para hacerle un sitio entre los antiguos héroes, cuya magnanimidad superó su valentía en el arte militar. Pero ello no puede explicarse sino por la representación romántica que Bolívar se forjaba de la gloria, contrastando la ingenuidad de su ardor genial con la cínica inocencia de Napoleón. Sin embargo, los rábulas de aquella pequeña ciudad peruana comprendieron al poeta y al idealista tan escasamente como lo habían comprendido sus colegas de Angostura. No sólo lo impulsaron a continuar en el gobierno sin el título de dictador, sino votaron inmediatamente en su favor la recompensa de honor de un millón de pesos Bolívar las respondió: "Jamás he querido aceptar de mi patria misma ninguna recompensa de este género. Así, sería de una inconsecuencia monstruosa si ahora yo recibiese de las manos del Perú lo mismo que había rehusado a mi patria". Luego le rogaron dispusiese de la suma para obras sociales en su patria. Pero, al salir del Perú, propiamente dicho, Bolívar no se encaminó a su patria, sino avanzó hacia el sur, hacia territorios más y más lejanos. A medida que se internaba en esa dirección, sin combatir, como libertador aclamado en todas partes, las alegorías y las fiestas se hacían más fantásticas. El destino parecía empeñado en oír favorable y magníficamente al poeta. Allá, en el antiguo Perú, su imaginación se sintió atraída por la antigua capital, el Cuzco, donde antaño reinaron los incas. Aquellas calles
BOLIVIA
y aquellas piedras habían visto, siglo tras siglo, a los monarcas indios presentar a la adoración de las gentes su propia divinidad, como los Faraones, y ahora veían un cortejo de mil mujeres presentar una corona de perlas y diamantes al general extranjero. No tuvo Bolívar que rechazarla tres veces, como César. Sonrió y se la envió a Sucre, vencedor de Ayacucho y verdadero libertador del país. Por este mismo tiempo, aquella tercera parte del Perú, región montañosa y pintoresca, quedó constituida en provincia independiente, y cuando Bolívar, de ciudad en ciudad, sin encontrar enemigos, llegó a La Paz, las autoridades locales le sorprendieron con el ruego de que dietase una constitución para el nuevo estado, ál cual que. rían llamar Bolivia, en honor del hombre a quien debía la libertad. Al cabo de veinte años, Bolívar, que a la sazón contaba cuarenta y dos, veía realizarse el gran sueño de su juventud, el mismo que soñó en el Aventino, al lado de Robinson, su maestro: ¿Dónde perpetuar mejor la gloria, sino en el nombre de un pueblo? ¿No durará más Washington que el propio Napoleón? ¡Y ahora todo un país quería tomar su nombre, una nueva república ansiaba aplicar sus ideas mejor maduradas á la estructura de un estado moderno! A Bolívar, al principio por lo menos y en aquella época, no podía serle duro rechazar la corona; y si se comparaba a Napoleón, cuya fama se hallaba en el momento oscurecida, debía, sin duda, sentirse afortunado. Tal como pudiera hacerlo un rey de cuentos de hadas, escribió: "Ya me tiene Ud. comprometido a defender a Bolivia hasta la muerte como a una segunda Colombia: de la primera soy padre, de la segunda soy hijo; así mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará hasta las márgenes del Río de la Plata. Mil leguas ocuparán mis brazos". Al mismo tiempo, el profeta negado en su país descargó un golpe, escribiéndole a Santander: "Si Ud. se desagradó por la Ciudad Bolívar ¿qué hará Ud. ahora con la Nación Bolívar? Éste sí que es golpe a la gratitud colombiana". 288
LEGISLADOR
Por el contrario, veamos los términos empleados al escribir a un general boliviano: "Si Bolivia dice que es mi hija, yo digo que Ud. es mi primer nieto... No puede Ud. imaginarse la gratitud que tengo por esos señores por haber ligado un nombre perecedero a una cosa inmortal. Yo moriré bien pronto, pero la República Bolívar quedará viva hasta el fin de los siglos. Rómulo fundó una ciudad, y esta ciudad dió su nombre a un imperio. Yo no he fundado ciudad alguna, y, sin embargo, mi nombre lo lleva un estado que tiene en su seno hombres amantes de la libertad y entrañas de oro y de plata". Poco después de tales ditirambos, vuelve a su tono ingenuo y, comparando los nombres de Bolivia y Colombia, le dice a su amigo: "que aunque el último es muy sonoro y muy armonioso, lo es mucho más el primero . Bo suena mejor que co; /i es más dulce que /om, y uta, más armonioso que bid'. Tan poeta era Bolívar, como soñador y jugador... Pero al mismo tiempo nunca manifestó tanto verbo ni tanto genio como en su tarea de legislador, en la cual, por lo menos al principio, pudo obrar más libremente que Solón. Al cabo, hallaba el idealista la ocasión de concretar sus experiencias y el práctico la de realizar sus ideales. Su empeño era lo que se venía intentando desde hace tres milenarios: fundir el interés del estado con la libertad del ciudadano, y así dice que en "el proyecto de Constitución para Bolivia ... he conservado intacta la ley de las leyes — la igualdad: sin ella perecen todas las garantías, todos los derechos. A ella debemos hacer los sacrificios". Aplicando en forma sublimada, aquí, en el extranjero, cuanto no pudo realizar en su patria durante la fundación de Colombia, se vengó de sus conciudadanos al cabo de cinco años. Quizás disfrutaría de ese fugaz estado de ánimo que a veces nos domina durante el viaje, cuando en una mañana clara, sintiéndonos sanos de cuerpo y de espíritu, contemplamos ingenuamente lo nuevo y lo desconocido, como si todo ello nos perteneciera. En sus detalles, la Constitución Boliviana está colmada de ideas que pudieran adoptarse hoy y que, tal vez, se ,adopten
solfear-19.
LEGISLADOR
mañana. Bolívar la señala como "un término medio entre el federalismo y la monarquía... Esta constitución reúne los extremos". Al frente del estado se encuentra un presidente vitalicio, éste elige al vicepresidente, quien es también su futuro sucesor. Añade, por vía de explicación: los moscovitas, antes de transformarse en grandes-rusos, acostumbraban también elegir sus sucesores. En vez del peligro de confiar esta misión a un hombre viejo, rodeado de pretendientes y quizás agonizante, se tendrá la ventaja de que el sucesor ha podido ejercitarse durante varios años. Auguste Comte propicia estas ideas una generación más tarde, inspirado quizás en la Constitución Boliviana. El presidente, que designa y reemplaza a los ministros, convoca también la asamblea legislativa, manda el ejército y la policía en tiempo de paz o de guerra, dirige la política exterior y ejerce el derecho de poner veto suspensivo a las leyes. Es, pues, un rey muy libre aunque no hereditario. En lo concerniente al derecho de voto, Bolívar restringió también la igualdad, excluyendo de él a los analfabetos, a los sirvientes domésticos y a los obreros agrícolas, lo cual representaba el 70 % de la población. Con semejante limitación se proponía evitar la dictadura, que siempre sale de las masas populares democráticas, como en París, donde, en cincuenta años, el pueblo votó siete veces por la monarquía. Al lado de los tribunos elegidos, instituyó los senadores hereditarios, y también los censores, encargados de mantener el temple moral del gobierno, siguiendo en esto el ejemplo de Solón, cuando distribuyó los derechos del Areópago entre diversos poderes. Esta vez, las modificaciones sufridas por el proyecto de Bolívar fueron insignificantes. Se añadió simplemente que el estado sería católico. Ello era contrario a los principios de Bolívar, quien escribió: "Porque según las mejores doctrinas sobre las leyes fundamentales, éstas son las garantías de los derechos políticos y civiles; y como la religión no toca a ninguno de estos derechos, ella es de naturaleza indefinible en el orden social, y pertenece a la
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LA CONSTITUCION BOLIVIANA
moral intelectual. .. La religión es la ley de la conciencia. Toda ley sobre ella la anula, porque, imponiendo la necesidad al deber, quita el mérito a la fe, que es la base de la religión". La Constitución Boliviana, cuya sabiduría hace pensar en los más altos espíritus de Europa, fué adoptada en seguida por el Perú, donde se nombró al propio Bolívar presidente vitalicio. Éste abrigaba designios más amplios aún, y entonces trató de realizar el proyecto concebido cuando se hallaba desterrado en Jamaica, una unión de todos los Estados del Continente en Panamá. El primer congreso se debía reunir el año siguiente, pero de una vez probaba por sí mismo y le daba a probar al mundo por anticipado el sabor de semejante unión, adelantándose cada vez más hacia el sur, de suerte que los argentinos creyeron oportuno hacer un gesto para dejar establecidas las fronteras del nuevo estado. Con el impulso de su alma, Bolívar arrastraba entonces tras sí todos los pueblos. Una exaltada fuerza vital lo levantaba más y más alto, cuando veía el ave inmensa de su gloria venir hacia él desde una gran distancia. Los herederos de Washington le enviaron, con una carta de Lafayette, un mechón de cabellos y un medallón del libertador de los Estados Unidos. Bolívar, hasta su muerte, llevó ese medallón en el pecho, allí donde Fanny creyó fijada su imagen para siempre. Lord Byron le dió a su yate el nombre de Bolívar, y en París Bolívar estuvo de moda otra vez, pero ahora por sus proezas y por el sombrero que llevaba su nombre. En su ardor, se sentía impelido a dar cima a su promesa patética y a emprender la ascensión del simbólico monte de plata, en el extremo sur del Perú. Durante la cabalgata triunfal que lo condujo hasta allí, dijo a un general argentino: "Tengo 22.000 hombres que no sé en qué emplearlos con provecho y que de manera alguna conviene licenciar, porque llevarían la anarquía . .. y hoy, cuando la República Argentina está amenazada por el Brasil, se me brinda la oportunidad de realizar el pensamiento glorioso que animo de ser el dictador de la América del Sur. Le ofrezco a Ud. un cuerpo de 6.000
EN LA CUMBRE DE LA MONTAÑA DE PLATA
hombres para que ocupe la provincia de Salta". Sus proyectos se arriesgaban a veces en quimeras de este estilo, si se le presta crédito a los relatos de Ricardo Palma. Su tono deja ver de nuevo con cuánta rapidez puede un libertador transformarse en conquistador. En esa época, olvidando por algunos momentos su misión ideal, grita a sus amigos, es decir, a sí mismo: "El demonio de la gloria debe llevarnos hasta la Tierra del Fuego; y a la verdad ¿qué arriesgamos? ... Que me dejen seguir mi diabólica inclinación y al cabo habré hecho el bien que puedo. Basta de postdatas". Y Bolívar en verdad ascendió a la cima de aquella montaña. En un día de octubre de 1825, los estandartes de todas las naciones libertadas se hallaron realmente reunidos. Entre los enviados de aquellos estados hermanos, el criollo de esbelta apostura, venido de una ciudad del extremo norte del continente, irguiéndose en una de las más meridionales, exclamó "Venimos venciendo desde las costas del Atlántico, y en quince años de una lucha de gigantes hemos derrocado el edificio de la tiranía formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. Las míseras reliquias de los señores de este mundo estaban destinadas a la más degradante esclavitud. ¡Cuánto no debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo! En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad, desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del universo". "Todos nuestros trofeos —le respondió el argentino— aparecen pequeños ante vos, Señor, el padre de cinco naciones que venís desde las bocas del Orinoco, de victoria en victoria, conduciendo el iris de la libertad, hasta sellar la total independencia del Nuevo Mundo". Según el propio relato de Bolívar, la comisión argentina le ofreció entonces unir, por una alianza, a la Argen292
SIEMPRE MAS LEJOS
tina con Colombia y proclamarlo protector de la América del Sur, y él añadió: "Yo creo que esto no sólo es probable, pero no muy distante de suceder". En estas circunstancias Bolívar concibió proyectos en cierto modo napoleónicos; es el único momento en que su marcha se desvía hacia el imperialismo. A la sazón su pensamiento abarca el continente entero, y, refiriéndose a los tres países vecinos, dice que todos ellos quieren ser bolivianos. Se siente rejuvenecido, y, exaltada su alma, se promete un porvenir eterno. Escribe a Santander: "Chile y Buenos Aires están en un caso igual y ambos me desean ardientemente . .. Crea Ud. que Chiloé y Chile se perderán para siempre sin mí; crea Ud. también que quedando yo en el Sur puedo socorrer a Colombia con 20.000 hombres... En una palabra, todo se pierde yéndome yo. Por lo mismo pida Ud. al congreso un permiso para quedarme un par de años en los pueblos al Sur del Perú . . . Pues si me quiero ir por Buenos Aires, estoy en La Guaira en treinta días, lo que nunca haría en tres meses yéndome a Colombia por tierra .. . Lo mismo sucedería con las tropas que yo llevase, pues llegarían más prontamente, sanas y muy bien. Si por allá no hay peligros urgentes, diga Ud. a mis amigos, que serán los interesados en llamarme, que ya yo he hecho bastante por Colombia; pero que haré infinitamente más si me dejan en libertad de obrar como yo juzgo que conviene. Que no me tengan como un chiquito que necesita de ayos, puesto que nadie ha manifestado más consagración que yo a la causa de la patria. Para nada sirvo en el interior de Colombia, porque de un momento a otro puedo ser envuelto en una facción, en tanto que, quedándome fuera, a la cabeza de un grande ejército, me hallo fuera del alcance del peligro y amenazo, por consiguiente, con una fuerza formidable a los partidos criminales. Cuente Ud. siempre y en todo caso con 20.000 hombres a volar a donde los llame la salud de la patria. César en las Galias amenazaba a Roma, yo en Bolivia amenazo a todos los conspiradores de la América, y salvo, por consiguiente, a todas las repúblicas. Si yo pierdo mis posiciones del sur, de nada sirve el congreso de Panamá. 293
SIEMPRE MAS LEJOS
y el emperador del Brasil se come al Río de la Plata y a Bolivia". "En La Habana dicen que hay 10 ó 12.000 hombres, que pueden ir sobre Méjico En caso que tal suceda, ofrezca Ud. 6.000 colombianos del sur y 4.000 peruanos que yo llevaría inmediatamente a donde el peligro los llamase ... Sólo en el último caso lo arrostraremos todo, y aun iremos a España". Esta extraña carta revela los sentimientos de Bolívar —sus sentimientos, no sus pensamientos— cuando se hallaba en el colmo de la agitación. Partiendo de ese punto, los radios de su acción van más allá de la misión de Washington; pues aquí no se trata, como en el Norte, de un jefe de todo el ejército, que se levanta por encima de un organismo social en pleno desarrollo, para tomar su dirección política, sino de erigir en protector de un continente, a consecuencia del pronunciamiento de ciertos cuerpos de tropas y de ciertas provincias, a un general que no tiene nada de común con las naciones del sur, en las cuales nunca ha estado, y donde existen otros generales que se consideran con méritos iguales a los de él y quienes, por lo menos en apariencia, han hecho tanto como él. Cuando Bolívar, a la sazón de cuarenta y dos años, piensa en enviar ejércitos enteros ya a la Argentina, ya al Paraguay, ya a Méjico, cuando quiere desembarazarse de su nodriza colombiana, y, en un estilo del todo napoleónico, revuelve en su mente designios de proporciones mundiales, de los cuales no será responsable ante nadie, sino ante su propio genio, abandona la tierra firme y levanta el vuelo, ignorando si ha de. desprenderse de lo alto. Nada salió de estos proyectos; fueron pompas de jabón que brillaron un instante bajo el sol, pero arrobaron la imaginación y el anhelo de gloria de este poeta. Todo cuanto resuena en tono mayor en la música de su alma irradia para nosotros en vagos y amplios designios, y a veces espei-amos ver al héroe, como en un teatro, lanzarse realmente en la asombrosa aventura. Su predisposición para tales éxtasis se aumentó visiblemente con la hora pasada en la cima de la montaña de plata.
FANTASMA DE LA JUVENTUD
Pues solamente en esa hora la realidad se acercó al desbordado ensueño de este hombre. Fué única en su vida. En la estrecha sala de Angostura, los veintinueve diputados no lo comprendieron, ni dentro de poco lo comprenderán mejor en Sucre los diputados de Bolivia; pero Bolívar se hallaba en medio de una naturaleza espléndida, simbólicamente animada: en torno suyo, los representantes de los pueblos de América; a sus pies, la misteriosa montaña de los tesoros; ante él, la rica extensión de la Cordillera, y encima, el cielo que él puede poblar con sus dioses, como un héroe de la antigüedad. Morir en este instante, aunque fuera bajo el puñal que antaño se alzó contra él, le hubiera prestado un brillo singular y nuevo a su historia. Que eso no haya sucedido, que se haya visto obligado, durante un lustro aún, a descender la pendiente de la montaña de plata, muestra cuán profundamente la suerte había fijado en él los factores de Don Quijote. Era menester que también los agostase, antes de terminar.
XIII En aquella etapa de su vida más de un recuerdo de juventud retornó al corazón de Bolívar. Ya es Fanny, enervándolo con una docena de cartas. pues cree llegado el momento de aprovechar en algo una relación de hace veinte años. Con toda la falta de tacto que el falso romanticismo es capaz de producir en una mujer, le recuerda ahora que ella lo dejó partir antaño. movida únicamente por sentimientos idealistas: "Ya el amor a la gloria se había apoderado de todo su ser, y sólo pertenecía Ud. a sus semejantes por el prestigio que les ocultaba el genio que las circunstancias han aumentado. Creo haber merecido todos los sentimientos que a Ud. inspiré, por la pureza y sinceridad de los míos. Con orgullo recuerdo sus confidencias respecto a sus proyectos para el porvenir, la sublimidad de sus pensamientos y su exaltación por la libertad. Yo valía algo en aquel tiempo, puesto que Ud. me encontró digna de guardar su secreto_ Su resolución de alejarse de mí me hirió profundamen-
EL COMPAÑERO DE HUMBOLDT
te. .. He tenido y tengo aún la confianza de creer que Ud. me amó sinceramente, y que en sus triunfos, como en los momentos en que corría Ud. algún peligro, pensó Ud. en que Fanny le dirigía sus pensamientos, e invocaba con fervor el Protector Celestial y la Divina Providencia que veló sobre Ud.... Dígame (pero escrito de su mano) que me conserva Ud. una amistad verdadera ... lo que sentiré siempre y me preocupará constantemente es la pérdida de su preciosa amistad .. „ Si Ud. se encuentra ya en el apogeo de la gloria, dígamelo, y me congratularé con Ud.". Bolívar, dándose cuenta de la falsedad del tono, sin emoción alguna, le contestó tardía y brevemente; no ha debido sorprenderse cuando después de aquella tierna retórica recibió la petición de una suma de dinero que Fanny decía necesitar para hacerle propaganda a Colombia en un brillante salón de París. Al mismo tiempo, Bonpland, el compañero de Humboldt, se hallaba preso en el Paraguay; acusado de haber entrado en el país con propósitos políticos, no se le dejaba salir de él. Fulgurante de ironía comienza la carta de Bolívar al dictador paraguayo, exigiéndole la libertad del sabio: "Sin duda V. E. no conocerá mi nombre ni mis servicios a la causa americana... Dígnese V. E. oír el clamor de cuatro millones de americanos libertados por el ejército de mi mando, que todos conmigo imploran la clemencia de V. E. en obsequio de la humanidad, de la sabiduría y la justicia, en obsequio del señor Bonpland". Y espontáneamente, con frases conmovedoras, escribió varias veces a Mme. Bonpland, ofreciéndoles asilo a ella y a su marido. Como la carta para el Dr. Francia no dió resultado, Bolívar llegó a preguntar si tendría derecho a marchar contra aquel país para obtener la libertad de su amigo. Naturalmente, las relaciones políticas con la Argentina influían en esto; pero el recuerdo de Humboldt estaba tan profundamente grabado en el espíritu agradecido de Bolívar, que, como lo dice su edecán, concibió el proyecto de libertar a Bonpland, aunque luego no lo llevase a cabo. Para entonces vino a unirse en persona el hombre que 296
SAMUEL ROBINSON
había dirigido su formación y había despertado la saludable inquietud de su alma, y cuyas postreras y lentas ondas se percibían aún en la última constitución dictada por Bolívar. En sus viajes por el mundo, Robinson —tal era el nuevo nombre adoptado por Rodríguez desde hacía diez años— se hallaba de retorno en el país de su discípulo, pero, con su soberbia independencia, no hizo nada por acercarse al hombre omnipotente; éste, sin embargo, se enteró de su llegada, y, en vez de suspirar, como suelen hacer los poderosos cuando ven reaparecer a los amigos de su juventud, le escribió a Santander: "Yo amo a ese hombre con locura. Fué mi maestro; mi compañero de viajes, y es un genio, un portento de gracia y de talento para el que lo sabe descubrir y apreciar... Yo sería feliz si lo tuviera a mi lado, porque cada uno tiene su flaco. Empéñese Ud. por que se venga... Con él podría yo escribir las memorias de mi vida. Él es un maestro que enseña divirtiendo, y es un amanuense que da preceptos a su dictante. Él es todo para mí. Cuando yo le conocí valía infinito. Mucho debe haber cambiado para que yo me engañe. Gire Ud. contra mí el dinero que le dé y mándelo. Yo tengo necesidad de satisfacer estas pasiones viriles, ya que las ilusiones de mi juventud se han apagado. En lugar de una amante, quiero tener a mi lado un filósofo; pues, en el día, yo prefiero a Sócrates a la hermosa Aspasia" (Pocos meses después llamó a Manuela a su lado) . También le escribió a Robinson: "¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo... ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener... Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso... Ud.
EL HEROE Y SU MAESTRO
fué mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera sea una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido c.,/no guías infalibles. En fin, Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna; ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos; ellos son míos. .. Mil veces dichoso el día en que Ud. pisó las playas de Colombia ... ya que no puedo yo volar hacia Ud. hágalo Ud. hacia mí". Y después de pintarle en un cuadro atrayente las bellezas de Colombia, concluye: "Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a Ud. a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte: la amistad invoco. Presente Ud. esta carta al Vicepresidente, pídale Ud. dinero de mi parte, y venga Ud. a encontrarme". ¡Con cuánta frescura y gratitud surge aquí el recuerdo de un tiempo en que los ideales poseían aún todo su valor, y la torpe realidad no constreñía al hombre de acción a desviarlos o a ponerles valla! Toda la soledad de Bolívar en medio de su poderío queda pintada en esta carta, con la cual procura atraer hacia sí al único y último compañero de su juventud, refrescar el alma y recuperar la inocencia. En ella, además, brotan con toda fuerza sus más hermosas prendas, el agradecimiento, el respeto y la incorruptibilidad, que no han dejado helar su corazón, como les ha sucedido a cuantos, antes o después de él, han ejercido la dictadura. Al mismo tiempo, resuena allí el ingenuo orgullo del discípulo que ha cumplido su palabra. Robinson, sin embargo, no lo buscó en seguida. La evolución fabulosa de la historia no lo seducía tanto como al héroe. Se mantuvo alejado de la situación y del esplendor de su antiguo discípulo. Su anhelo era educar hombres, fundar una nueva raza en América, y, desde 298
ENCUENTRO
Bogotá, le pidió únicamente los medios para ello. ¿Cómo terminará esta historia fantástica? Al dogmático aventurero lo acompaña otro, un ebanista francés llamado Bruto. ¿Qué hacen ambos con los doce primeros alumnos cuidadosamente seleccionados? Les enseñan ebanistería adaptada libremente a Rousseau; pero los padres, descontentos, retiran a sus hijos y se quejan al Ministro. Robinson quiere reemprender en grande su obra ; para ello es menester hablar con Bolívar, y, por este motivo, al año de hallarse en el continente se traslada a Lima. Los dos amigos volvían a verse al cabo de veinte años. Fué una escena de alta comedia, es decir, colindante con la tragedia. ¿No se habían dicho adiós, un poco cansados y decepcionados uno del otro, cuando el siempre inquieto maestro partió a una nueva aventura, hacia Turquía, dejando al siempre hastiado discípulo en Roma, fresco aún el gran juramento que, al parecer, era incapaz de cumplir? ¿No había renunciado el maestro a su sueño de un Emilio? ¿Y éste, no le había oído ya bastantes discursos que resonaban siempre en el vacío? De no ser así, ¿por qué se separaron? Cada uno había agotado cuanto el otro podía proporcionarle. Fué, pues, como el final de un amor entre dos seres que se conocen bien y han comprendido sus mutuas debilidades. Se separaron sin verdaderos deseos de volverse a encontrar. Pero el más joven había realizado cuanto en modo alguno se esperaba de él. De la retórica surgió la voluntad, y de la voluntad, la acción. En cualquier rincón del mundo, Robinson se enteró por los periódicos de la transformación de su Emilio en un luchador y en un profeta, y, precisamente, gracias a los grandes ideales que antaño él había despertado en el joven y aristócrata millonario, en oposición a los propios de su origen. ¡Sería posible! ¿Habrá brotado del, heredero decadente aquella chispa que el maestro atizaba entonces, sin obtener de ella una llama? Pero al leer u oír el relato de los hechos y hazañas de Bolívar se preguntaba frecuentemente si su discípulo, lan2ado a la acción, no caería en concesiones a las pequeñas
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FILOSOFOS Y HOMBRES DE MUNDO
luchas de partido, restringiendo aquí un ideal, allá interpretando otro de acuerdo con las circunstancias, y engañando más lejos a un tercero, desvirtuando de este modo sus nobles enseñanzas. Ejemplos de esto hallaba en muchos hombres de acción. Los españoles estaban vencidos, de ello no cabía duda, y si Emilio, con su esfuerzo, a pesar del huracán y el frío, había realizado aquel célebre paso de los Andes, quedaba comprobada, al cabo de muchos años, la excelencia de la educación física recibida de su maestro. ¿Pero cómo era la constitución dada por este descendiente de la Revolución a sus compatriotas independizados? Siempre se le había oído hablar de los lores y de la limitación del voto. Ahora podía contemplar su faz envejecida y ver si todavía sostiene la verdad. Ya Bolívar había evocado estos pensamientos del viejo maestro. Quizás se sintió corno un discípulo ya encanecido, llamado a responder de su vida ante un maestro anciano y venerado, y esto por primera vez, al cabo de una década durante la cual se había acostumbrado a mandar, o, por lo menos, a no darle cuenta a nadie de sus actos. La idea de que un día un viejo absolutamente independiente le opusiera sus conceptos y su cultura pudo sin duda intimidar un instante al eterno adolescente que había en Bolívar. El hombre de mundo debía encontrarse con el filósofo; pero no ignoraba que éste había adquirido algo de hombre de mundo, mientras él conservaba en sí mismo mucho de filósofo. La única separación entre amhos, cuando se abriera la puerta y aquél viniese a abrazarlo, no sería, en el fondo, sino los inmensos acontecimientos que esparcieron el nombre de Bolívar por el mundo entero, mientras el de Robinson permanecía ignorado. Sólo la generosidad podía salvar semejante valla. Robinson llega. Bolívar lo abraza y lo mima; pero como prevé las dificultades imprescindibles de este original en el mundo de la realidad, al cabo de algunas horas tiene de pronto la inspiración de proponerle la cosa más romántica y sorprendente: juntos han de ascender al Chimborazo, tenido en aquella época como el monte más alto de la tierra. "Desde tan alto tenderá Ud. la vista;
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ESCUELA MODELO DE ROBINSON
y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan... Amigo de la naturaleza, venga Ud. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas... Aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador". Con estas palabras quiere distraerlo; pero Robinson se niega en seguida. Todo ello no sería sino pasatiempo; ha venido aquí a trabajar. Bolívar, flexiblemente, cambia de propósito, en su deseo de otorgarle a este hombre único en el mundo cuanta pueda desear. Lo nombra, pues, inspector general de instrucción y de beneficencia en el país, lo tiene de continuo a su lado, honrándolo siempre en presencia de todos, y lo deja en libertad de permanecer donde quiera y de hacer cuanto le plazca. Esto le es grato a Robinson; se establece en cierto lugar de Bolivia, donde, con dinero del estado, funda la escuela modelo, preocupación suya desde hacía varias décadas. Comienza por enumerar en una exposición las cualidades requeridas para la dirección: "El director de semejante obra debe tener más aptitudes que el presidente de la república ... Cuéntese: 11 moralidad.. . 21 espíritu social... 31 conocimiento práctico y consumado de artes, de oficios, y de ciencias exacconocimiento práctico del pueblo, tas: Economista... y para esto haber viajado por largo tiempo, en países donde hay qué aprender e intención de aprender... 51 modales decentes (sin afectación). 61 genio popular, para saberse abajar a tratar, de igual a igual, con el ignorante —sobre todo con los niños—. 71 juicio, para hacer sentir su superioridad sin humillar. 81 comunicativo... 91 de un humor igual... 101 sano, robusto y activo ... 1 1 debe tener ingenio. . . 1 21 desinteresado... y en fin.. .
hombre de mundo". Bolívar ha debido sonreírse, sin duda, al leer esto, pues Robinson hacía su autorretrato al describir aquel ideal. Naturalmente, fué un fracaso. Si Robinson se presenta desnudo ante sus alumnos, para darles una enérgica lección de anatomía, las madres católicas se horrorizan, y cuando invita al Mariscal Sucre a un banquete y hace servir la comida en bacinillas, los soldados sueltan la carcajada;
EL ORGULLO DE ROBINSON
pero más tarde se burlan de él. ¿Por qué los niños deben aprender primero carpintería y zapatería? preguntan los padres. ¿Por qué ha prohibido todos los libros a los niños, y les ha enseñado a contestar, cuando les preguntan: aprendemos todo y nada? Y principalmente ¿por qué no enseña religión? Todos aquellos doscientos niños van a misa, por orden de sus padres. Si reciben instrucción anticlerical, se viola la propia constitución de Bolívar, la cual no quiere definir nada en materia de religión. Robinson se queja y recuerda a Rousseau, su maestro: ¿Por qué no serán huérfanos esos doscientos niños? ¿Por qué hay todavía en la tierra padres que no hacen sino perturbar la escuela modelo? Gasta el dinero nombrando a cada paso subdirectores, inspectores, profesores, cuando su único deseo era producir artesanos sin Dios. Funda un hospital y recibe en él a quince locos: para sanarlos, designa todo un estado mayor y se enfurece porque el congreso se niega a votar el crédito necesario. Si algún dictador existe en el país, es Robinson: "Confesaré a Ud. —dice Sucre en un informe a Bolívar— que estoy descontento del sistema de don Samuel... Escriben de Cochabamba que en el Hospicio de mendigos no pueden sostenerse sino quince mendigos teniendo 2.000 pesos de renta. . . Por supuesto que lo he desaprobado, porque el Hospicio de mendigos de aquí tiene cien pobres que sostiene con 3.000 pesos... En Cochabamba ha peleado e insultado a todos tratándolos de ignorantes y brutos, lo cual desagradó corno era natural a aquellas gentes..." Pero lo peor es que Don Samuel ha dicho que o había de poder poco o dentro de seis años destruiría en Bolivia la religión de Jesucristo. Invitado a explicarse, Robinson, indignado, se dirige a su jefe y amigo. Bolívar tarda en responderle. Entonces Robinson le escribe al edecán del Libertador: "Yo estoy en la peor situación en que puede hallarse un hombie de mi genio ... No tengo un cuarto, estoy viviendo de prestado ... Si el Libertador está ahí, muéstrele Ud. ésta... Dígale Ud. que me escriba..." Robinson es el último y el único en llamarlo simplemente "Bolívar", pues Manuela le dice "Simón". Al escribirle después a Bolí-
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EL ORGULLO DE ROBINSON
var una carta de quince páginas, se compara a Colón, cuyo descubrimiento fué también motivo de risa: "¿Quién sabe si después que yo haya presentado a los congresos de la América los rumbos de una libertad que andan buscando en vano, no sale por ahí un Vespucio dando su nombre a mi nuevo mundo!" Bolívar cuidó de que no le faltara nada; pero la guerra y los viajes se interpusieron entre ambos y nunca más volvieron a verse. ;Cuando abandona el país, Robinson no acepta dinero; no lleva consigo sino sus manuscritos. El gobierno de Quito quiso hacerlos imprimir. Un incendio los destruyó: "Este incendio —dice Robinson poseído por el pathos revolucionario— redujo a pavesas el baúl que contenía el porvenir venturoso del Nuevo Mundo". De su obra sobre la sociedad de América, sólo aparece un volumen, pues la subvención para imprimirla cesa con la muerte de Bolívar, y las cuotas de los suscriptores no eran suficientes para ello. Sin desanimarse, Robinson viaja por toda la América, preconizando la necesidad de escuelas y más escuelas. Si no halla otro modo de ganarse el sustento, fabrica fósforos, pólvora o labora la tierra. Llegado a la ancianidad escribió una defensa de Bolívar titulada "El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social". Cuando Robinson murió a edad muy avanzada, veinticuatro años después de la muerte de Bolívar, se apagó una llama clara y audaz, y, sin embargo, nunca protegida. Él se consideraba, sin duda, como el profeta y el maestro del Libertador, y tenía derecho a ello, pues, cuando el niño se hallaba en su desarrollo, él y sólo él le inculcó el ideal de libertad e igualdad y toda aquella pureza espiritual de que se ufanó siempre Bolívar. Él trató apasionadamente de conservarlos en su lucha con la realidad, semejante al nadador que en medio de una corriente torrentosa mantiene en alto, alzando la mano, la imagen de su ídolo, dispuesto a salvarla de las ondas a cualquier precio, aun el de su vida.
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PAEZ Y SANTANDER
XIV Mientras Bolívar ascendía a la cumbre de la montaña de plata y también a la cumbre de su existencia, salían de su país muchos mensajeros con cartas que sólo servirían para aumentar la exaltación de su espíritu. Hubiera convenido quizás un retardo de tres meses en su llegada, pues la traición se escondía ya en aquellos extraños papeles. Hasta la muerte de Bolívar, los dos hombres más poderosos y a la vez más difíciles de Colombia fueron Santander y Páez. El primero era el alma de las intrigas. Ambos adulaban a Bolívar; al parecer, ambos lo odiaban, por lo menos en ciertos momentos, y ambos deseaban aniquilarlo y sucederlo en el poder. Naturalmente, entre ellos reinaba la enemistad, y mientras duró la ausencia de Bolívar se combatían mutuamente, en público a veces, a veces por medio de intrigas de militares y diputados. Santander logró granjearse la confianza de Bolívar; en cambio, las relaciones de Páez con éste nunca fueren amistosas, determinadas sólo por miramientos recíprocos impuestos por las circunstancias, pues Páez, en ocasiones, llegó a ser omnipotente en Venezuela. Basta confrontar los retratos de Páez y de Santander, para adivinar la diferencia de ambos caracteres. El uno, de sangre india, presenta indudablemente, en su cabeza redonda, los rasgos firmes y brutales de un guapo; pero también algo de un taciturno, desconfiado y circunspecto, capaz de llegar fácilmente a la perfidia. Santander, el funcionario civil, no tenía de común con Páez sino aquella expresión taciturna, expectante, de quien acecha en secreto. Fuera de esto, en contraste con Páez, su fisonomía es realmente hermosa, recuerda la del poeta Schiller. Con su boca estrecha, el gesto duro, los ojos inquietos, denota un temperamento dominado por la ambición; y, como carecía en absoluto de fuerza expansiva, deseaba vengar su insuficiencia en un hombre tan extraordinariamente activo como Bolívar. Entre los dos, el más interesante era Santander, y, por consiguiente, el más peligroso. Ganarse al congreso, hacer en él un trabajo de zapa
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EL AMIGO INFIEL
contra Bolívar, le fué cosa fácil aprovechando los años de ausencia del Libertador, como ocurre en el caso de un marido siempre ausente y de un amante menos digno, pero presente y asiduo. Sus celos crecieron con saber que el general Sucre, hallándose constantemente al lado de 'Bolívar, alcanzaba su privanza. Desde esta época, en 1825, Santander comenzó su traición, al impulsar a los 'diputados a desposeer a Bolívar del derecho de conceder ascensos a sus oficiales, con lo cual lo debilitaba hasta el punto de que escribiese: "Yo no se lo puedo ordenar porque ya no soy de Colombia, según la autoridad del concilio de Bogotá". Bolívar, al hablarle con toda su superioridad a Santander, facilitaba el desarrollo de la naturaleza de éste. No procede del mismo modo cuando, después de aquel humillante decreto, escribe a su promotor: -Si yo conociese la envidia, los envidiaría. Yo soy el hombre de las dificultades; Ud. el hombre de las leyes y Sucre el hom'bre de la guerra. Creo que cada uno debe estar contento I con su lote y Colombia con los tres". El asunto se complicaba más y más porque Bolívar le transmitía a su pérfido amigo las informaciones secretas 'que recibía de Páez; todo ello a través de una distancia .de tres mil millas y con una dilación de seis meses entre el envío de una carta y la recepción de su respuesta, de 'suerte que mientras tanto las cosas habían cambiado en el Norte. Páez por su propia cuenta se declaró contra la constitución, reclutando ilegalmente tropas en Venezuela, con lo cual comenzaba a separar este país del resto de Colombia. Cuando rehusa comparecer ante el congreso de Bogotá, Bolívar le indica que no haga nada sin esperar sus consejos amistosos, que prefiera hacerse el enfermo antes de negarse. A una distancia tan grande, el fundador de Colombia opta, pues, por tomar una actitud dilatoria, ante una manifiesta traición a la causa. Semejante prudencia es más comprensible cuando se conoce el mensaje secreto de Páez, recibido por Bolívar cosa de tres meses después de la apoteosis de la montaña de plata. Visiblemente, un tercero había redactado ese mensaje, que dice: "La situación de este país es muy
EMPERADOR DE AMERICA
semejante en el día a la de la Francia cuando Napoleón el Grande se encontraba en Egipto y fué llamado por aquellos primeros hombres de la revolución, convencidos de que un gobierno que había caído en las manos de la más vil canalla no era el que podía salvar aquella nación, y Ud. está en el caso de decir lo que aquel hombre célebre entonces: Los intrigantes van a perder la patria, vamos a salvarla". Sigue la descripción del temor y de la avidez general. Se rumoraba que Bolívar pretendía refugiarse en Europa. Si regresaba como había partido, todo sería insultos contra él. La comparación con Napoleón muestra claramente lo que antes le habían dicho: era necesario volver y coronarse. Su hermana le escribe en estos términos: "Mandan ahora un comisionado a proponerte la corona .. . Detesta a todo el que te proponga corona porque ése procura tu ruina. Acuérdate de Bonaparte". Briceño Méndez, su viejo amigo, le aconseja lo contrario; pero debía seguir el camino legal. Ya se comenzaba a hablar de Simón I, emperador de América:• En toda esta empresa alimentaba Páez designios tenebrosos. Pretendía, sin duda, coger a Bolívar en un lazo, y ser, después de la caída de éste, el único poderoso, el amo de Venezuela. Pero para la posteridad estos proyectos son tan escasamente interesantes como su autor, cuyo nombre es desconocido fuera de su patria. Lo importante es la conducta de Bolívar, su respuesta, que , aun en aquella circunstancia lo presenta de cuerpo entero. Cuando adopta una actitud política, pone de manifiesto su capacidad como hombre de estado, pues ya ha penetrado las intenciones de Páez, de cuya rebelión acaba de enterarse y en quien, además, nunca ha confiado. Le escribe: "A la verdad, casi toda la carta de Ud. está escrita por el buril de la verdad, mas no basta la verdad sola para que un plan logre su efecto . .. Ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón . . . Napoleón era grande y único, y además sumamente ambicioso. Aquí no hay nada de esto .. . tampoco quiero imitar a César; aun menos a Iturbide. Tales ejemplos me parecen indignos de mi gloría. El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano. Por tanto, es imposible degradarlo . 306
"NI COLOMBIA ES FRANCIA NI YO NAPOLEON"
Un trono espantaría tanto por su altura como por su brillo. La igualdad sería rota y los colores verían perdidos todos sus derechos por una nueva aristocracia. Por lo demás, yo no aconsejo a Ud. que haga para sí lo que no quiero para mí, mas si el pueblo lo quiere, y Ud. acepta el voto nacional, mi espada y mi autoridad se emplearán con infinito gozo en sostener y defender los decretos de la soberanía popular". Pero no bastan estas verdades rayanas con la ironía. ¿Qué hace Bolívar entre dos rivales que, a miles de kilómetros de él, intrigan uno contra otro, deseando ambos su pérdida? Envía a Santander el original de la respuesta "para que Ud. la cierre después de leída con lacre y con un sello cualquiera y que no sea conocido". El mejor medio de poner a toda Colombia al corriente de aquella carta, y, también, de halagar a Santander al hacerle la confidencia de los proyectos de su enemigo, equivalentes en el fondo a una alta traición. Bolívar ha demostrado la mayor maestría en la carta a Santander: "En estos días he recibido cartas de diferentes amigos de Venezuela proponiéndome ideas napoleónicas. El general Páez está a la cabeza de estas ideas sugeridas por sus amigos los demagogos. Un secretario privado y redactor de El Argos ha venido a traerme el proyecto ... Esos caballeros han sido federalistas primero, después constitucionales y ahora napoleónicos, luego no les queda más grado que recibir que el de anarquistas, pardócratas o degolladores. .. Ellos quieren vencer o morir a todo trance en la última batalla después de haber perdido las primeras". Siguen otros motivos y proposiciones: "Para borrarles del pensamiento un plan tan fatal . .. plan que me deshonraría delante del mundo y de la historia; que nos atraería el odio de los liberales y el desprecio de los tiranos; plan que me horroriza por principios, por prudencia y por orgullo. Este plan me ofende más que todas las injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de una alma infame capaz de igualarse a la de Iturbide y esos otros miserables usurpadores. Según esos señores, nadie puede ser grande sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero supe-
"ESTE PLAN ME OFENDE"
rarlos a todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas. Mi ejemplo puede servir de algo a mi patria misma pues la moderación del primer jefe cundirá entre los últimos, y mi vida será su regla. El pueblo me adorará y yo seré la arca de su alianza". Con estas palabras patéticas, el hombre que vivió siempre por la gloria y dirigió siempre sus pensamientos a la posteridad desdeña el papel de los tres hombres más ilustres de la historia. Tal vez detrás de los dos ambiguos mensajeros que, en nombre de un ambiguo general, le ofrecían una corona aún no vista por nadie, Bolívar vió desarrollarse aquella escena profundamente grabada en su alma: la coronación de Napoleón en Milán, después, en círculo multicolor, las imágenes de los doce años de aquella fabulosa carrera, y de nuevo, París, que siempre representa para él la belleza del mundo; pero luego su imaginación evocó tal vez el día de la huída del emperador, y finalmente su figura solitaria en la playa rocosa de una isla desolada, y el odio que entonces precisamente se cernía sobre su tumba. Diversos sentimientos despertaban en Bolívar aquellas imágenes. No era el menor de ellos el convencimiento de no poder igualar nunca las hazañas de los tres héroes a quienes procuraba superar con su actitud. Tales sentimientos jamás son claros y precisos tratándose de un hombre que había comenzado con las más nobles intenciones, pero que, al cabo de haber comprendido a fondo la naturaleza de su pueblo, aprendió a apartar ciertos principios. Y, sin embargo, durante los acontecimientos decisivos que se presentaron algunos meses después, tuvo la fuerza necesaria para resistir las seducciones de un apolillado romanticismo. Como en la montaña de plata rechazó el protectorado, es decir, la dictadura disfrazada que lo hubiera hecho dueño del continente, también rechazaba ahora la-corona, cuyo brillo suele constituir el sueño de los jóvenes idealistas. Y si, en ambos casos, no se pudo sustraer violentamente a proposiciones que sólo se atrevieron a presentarle en forma embozada, jamás dió un 3 08
PANAMERICA
solo paso para activarlas con su palabra, para exigir, para aprovechar. Pues, por sobre la corona, colocaba la libertad. Por sobre el protectorado, Bolívar, el primer dirigente moderno de su siglo, veía una sociedad de naciones entre los estados del Continente: Panamérica.
XV En su grandiosa carta de Jamaica, cuando, fugitivo e impotente, daba albergue a propósitos desmesurados, resuelto a dominar el destino y a realizar sus sueños, pedía ya la formación del congreso de estados panamericanos, su idea más osada y más rica en porvenir. Ahora, en esta época de realizaciones, dueño de una influencia moral como nadie la tuvo nunca en Sur América, revivió también aquel proyecto y pasó dos años preparando desde el Perú la primera conferencia en "el nuevo istmo de Corinto". Comenzó en 1824, poco después de su llegada. Le fueron menester cinco años de espera, antes de entrar en tratos con algunas naciones de América Central. Hasta entonces, no se habían hallado los patriotas tan a punto de tomar las fortalezas que quedaban por España. Ello coincidió con el reconocimiento de la independencia, por el cual ya los Estados Unidos se habían pronunciado dos años antes, pero Bolívar le daba tal importancia a Europa, que estuvo dispuesto a modificar su nueva constitución para satisfacer a Inglaterra. Mientras se hallaba en el extranjero, en la capital del Perú, en una situación ambigua, entre el poder y la impotencia, miraba hacia París y hacia Londres, y le escribía a Santander: "Yo creo que se debe hacer entender a la Francia que yo no estoy muy distante de prestarme a combinar nuestras ideas con las que tiene la Santa Alianza. . . Yo creo que se puede salvar la América con estos cuatro elementos: primero, un grande ejército para imponer y defendernos; segundo, política europea para quitar los primeros golpes; tercero, con la Inglaterra; y cuarto, con los Estados Unidos. . Además insto sobre el congreso del Istmo de todos los
AMERICA Y EUROPA
estados americanos, que es el quinto elemento . .. Crea Ud., mi querido general, que salvarnos el Nuevo Mundo si nos ponernos de acuerdo con la Inglaterra en materias políticas y militares. Esta simple cláusula debe decirle a Ud. znás que dos volúmenes". Convenía enterar a los embajadores de que en su gobierno se mezclarían la aristocracia y la democracia. Al mismo tiempo, escribió a un inglés, amigo suyo, que Inglaterra debería "dividir luego la Rusia haciéndola perecer como un coloso amenazador que merecía estar cortado en cuartos por toda la Europa entera". Y a Sucre, en el mismo sentido: "Los Estados Unidos con la Rusia y la Francia están trabajando con España para que nos reconozca; por lo misno, no hay necesidad de levantar los batallones más que a seiscientas plazas, en lugar de mil como he dicho antes". Claramente se comprende la situación. Un extranjero presidente de la nación y jefe de un ejército, nombrado dictador por un país revuelto, sin seguridad de que mañana no le asesine o se alce contra él cualquier general del país, persigue, por en medio de un continuo guerrear, su propósito de unir en una federación los estados que le quedan al norte y al sur, y para ello necesita además gobernarse constantemente de acuerdo con los intereses nacionales y las veleidades de reyes y de zares que viven a miles de millas de América. Una gestión hecha por el zar en Madrid mueve a este solitario calculador a reducir sus regimientos. Al mismo tiempo, la mayor parte de los estados que él quiere confederar se oponen a sus proyectos. En esta situación desfavorable y sólo por su propia cuenta, sin el apoyo de su patria ni de sus vecinos, Bolívar inicia su golpe de audacia. Por otra parte, esa misma situación difícil lo estimuló, y hasta confiesa haber buscado en ello una especie de barrera donde preservarse de los manejos de sus conciudadanos. "Soy capaz — escribe a Santander — de encargarme con más facilidad de la dirección de todo el Nuevo Mundo, más bien que de Venezuela. Los porteños y los caraqueños, que se encuentran en los extremos de la América Meridional son, por desgracia, los más turbulentos y sediciosos de cuantos hombres tiene la
EL CONGRESO DE PANAMA
América entera. Solamente el congreso americano puede contenerlos. Por lo mismo estoy desesperado por que se forme". Llega hasta sugerir que sólo el congreso lo une todavía a América, pues: "Yéndome yo, ya no podrá ser, o a lo menos quién sabe cómo. El único objeto que me retiene en América, y muy particularmente en el Perú, es el dicho congreso. Si lo logro, bien; y si no, perderé la esperanza de ser más útil a mi país; porque estoy bien persuadido que sin esta federación no hay nada". En una invitación a todos los gobiernos de América, maravillosamente escrita, Bolívar establece un programa como nadie lo había formulado antes de Woodrow Wilson: "Es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos. Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al ejercicio de una autoridad sublime... Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios... reunidos bajo los auspicios de la victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español... El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal. Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo ... ¿Qué será entonces del Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?" Tal es el tono ardiente de la primera invitación de Bolívar. Pero los desacuerdos eran tan grandes en todas partes, que se necesitaron veinte meses, y no cuatro como había previsto, para la reunión del congreso. Bolívar no estaba allí, como no estuvo en la apertura del primer congreso de Bolivia. No bastaba la distancia para retener a aquel hombre alado lejos del lugar donde se iba a realizar su sueño. Su ausencia fué obra de la intuición, de la previsión del indudable fracaso de su proyecto. Viene de mucho antes el impulso con que escribe: "¿Por qué toda la
EL CONGRESO DE PANAMÁ
América meridional no se reuniría bajo un gobierno único y central? Las lecciones de la experiencia no deben perderse para nosotros. El espectáculo que nos ofrece la Europa, inundada en sangre para restablecer un equilibrio que siempre está perturbado, debe corregir nuestra política: para salvarla de aquellos sangrientos escollos". Un poco más tarde repité lo mismo, en 1815, en su carta de Jamaica, y también se lo ha escrito a los argentinos en 1818. Pero ahora se halla en 1826, tiene doce años más y ha sufrido muchas decepciones, aunque en este período vaya ascendiendo cada vez más alto. Cuando verdaderamente se abrió el congreso en Panamá, en la sala no se hallaban sino unos pocos hombres: además de los delegados de Colombia y del Perú, naciones donde él mandaba, sólo estaban allí los de Méjico y Guatemala. Después, y más bien como observadores, los de Inglaterra y Holanda. Los Estados Unidos no intervinieron sino muy tarde. Al fin de cuentas, el temor de Inglaterra de ver constituirse una gran América unida, la división en todos los estados del sur, lograron que,' en vez de la anfictionía soñada por Bolívar, se reuniera una exigua Asamblea donde se hallaba representado solamente "el dominio" de Bolívar al lado de dos amigos insignificantes. Ni siquiera Bolivia pudo concurrir, pues en el país dominaban las amenazas de revolución. Los argentinos se hicieron a un lado, llenos de resentimientos contra Bolívar porque no quería entrar con ellos en la guerra contra el Brasil. Chile se disculpó por su ausencia diciendo que su congreso no se había reunido, el Brasil se negó a asistir, deseoso de permanecer neutral entre España y sus antiguas colonias. Los Estados Unidos ni quisieron discutir sino detalles concernientes a la navegación, el derecho marítimo y a otros asuntos particulares; pero evitaron tratar los grandes problemas y más aún cualquiera acción directa contra España. El obstáculo principal fué el celo de los demás jefes de estado por el éxito y la dirección del más célebre de todos, a quien pertenecía la idea de todo aquello. _Cuanto deseaba y había proyectado Bolívar quedó, pues, en suspenso, a veces sin ser mencionado siquiera. Siete
UN MODELO DE UNION PANAMERICANA
eran sus puntos: Neutralidad perpetua, esto es: ninguna guerra entre partes. La doctrina de Monroe para toda la América y contra Europa. El derecho internacional debía introducirse en la legislación de cada país. Abolición de la esclavitud. Organización democrática en lo interior. Sanción contra cualquier miembro que violase los principios fundamentales. Ejército federal y flota federal. Todo ello contra el espíritu radical de la Santa Alianza, pero con un sentimiento amistoso hacia Inglaterra y los Estados Unidos, que eran entonces los soportes de las ideas liberales. Este magnífico programa difiere de los sueños de Suliy o de Saint Pierre en la enérgica seguridad con que la unión debía de fundarse aquí sobre la autoridad, es decir, sobre un ejército común, y sobre la aplicación de sanciones al agresor. Todo cuanto condujo después a la Unión Panamericana ya figuraba aquí, de suerte que puede comprobarse ante la historia cuánto más lejos alcanzaba la mirada de Bolívar que la de Monroe. El único error de aquél consistió en llegar con cien años de anticipación, y por esto, al cabo de tres semanas de parloteos, el lamentable resultado se redujo a una alianza con tratados de arbitraje entre las potencias representadas y la invitación de unirse a ella a los otros estados; una convención sobre el efectivo de los ejércitos y la resolución de reunirse cada dos años. El siguiente congreso tuvo lugar sesenta y tres años después. Los Estados Unidos rechazaron la abolición de la esclavitud. El punto principal, la creación de un gran ejército para la defensa de la unión, se propuso en vano. Bolívar quizás previó el fracaso por falta de participantes. Poco antes de la apertura del congreso, lo calificó confidencialmente de una representación teatral, y escribió: "El Congreso de Panamá, institución que debiera ser admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus 'decretos consejos: nada más". A pesar de ello se sentió herido: "No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones combates, la liben-
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CON UN SIGLO DE ANTICIPACION
tad anarquía y la vida un tormento". Estaba tan agriado que se abstuvo de hacer ratificar por su congreso lo poco conseguido. Dos años más tarde, en conversación íntima, se burló de todo aquello como si jamás lo hubiese tomado en serio. Tratar como bagatela un fracaso era la manera orgullosa e irónica de Bolívar. "Cuando inicié aquel congreso, por cuya reunión he trabajado tanto, no fué sino por una fanfarronada que sabía no sería coronada, pero que juzgaba ser diplomática y necesaria para que se hablase de Colombia . .. Lo repito, fué una fanfarronada igual a mi famosa declaratoria del año de 1818, publicada en Angostura ... Nunca he pensado que podía resultar de él una alianza americana, como la que se formó en el Congreso de Viena. Méjico, Chile y el Plata no pueden auxiliar a Colombia, ni ésta a aquéllos; todos los intereses son diversos, excepto el de independencia; sólo pueden existir relaciones diplomáticas entre ellas, pero no estrechas relaciones sino en apariencia". Así, en sus períodos de depresión, hablaba Bolívar de sus más grandiosas ideas. Un juicio tan profundamente irónico no revela casi nada de la cosa misma, pero sí del carácter de quien lo emite. La cosa en sí, o quizás mejor, la visión que Bolívar tuvo de ella es grande, a pesar de su propio escepticismo, pues esta posteridad procura justamente realizar con toda grandeza el proyecto del fugitivo de Jamaica, lo que esperaba el dictador del Perú. No sólo Panamérica, sino la Sociedad de las Naciones, se basó, mientras tuvo algún poder, y se basará de nuevo si resucita, sobre fundamentos de arbitraje, ejército y flota comunes, y sanciones idénticas a las propuestas por Bolívar. Exactamente al cabo de un siglo, de aquella frustrada conferencia de Panamá, en 1926, la Sociedad de las Naciones en Ginebra respondió a su cometido al recibir a Alemania entre sus miembros y en su consejo, con lo cual pudo creerse un instante realizado el sueño concebido por un genio precursor. Tan pronto como tuvo lugar el congreso, Bolívar hizo sus preparativos y abandonó el Perú algunas semanas después. Con las perturbaciones del orden en su patria, cre-
TODO VA A VOLVERSE NADA
cía su inquietud por ésta. Después de repetir sin cesar que no quería salir elegido, aceptó sin embargo, el voto que de nuevo lo llevaba a la presidencia de Colombia, e hizo saber en seguida, por una carta oficial dirigida a Santander, quien quedó de vicepresidente reelecto, que declinaba toda responsabilidad respecto a la amenazadora situación. El fracaso de Panamá, la agitación de Bolivia, la anarquía enseñoreada aún en gran parte del Perú, las noticias de Colombia, cada vez más alarmantes, todo ello fué causa de que Bolívar, diez meses apenas después del supremo instante de la montaña de plata, se hundiera en un abatimiento semejante a la desesperación, cuya profundidad correspondía a la elevación de sus radiosas semanas. Sin duda, ahora como entonces, su temperamento contribuía a la exageración de sus estados de ánimo, ¿pero eran acaso menos sinceros porque temor y esperanza alcanzaran en él proporciones por encima de lo normal? En una carta a Páez, escrita poco antes de emprender su viaje, en la cual muestra además una confianza inusitada y seguramente injustificada en su adversario, traza este conmovedor boceto: "Dieciséis años de amontonar combustibles van a dar el incendio que quizás devorará nuestras victorias, nuestra gloria, la dicha del pueblo y la libertad de todos. Yo creo que bien pronto no tendremos más que cenizas de lo que hemos hecho . . . El espíritu militar ha sufrido más de nuestros civiles que de nuestros enemigos. . . Crea Ud., mi querido general, que un inmenso volcán está a nuestros pies, cuyos síntomas no son poéticos sino físicos y harto críticos... Estábamos como por milagro sobre un punto de equilibrio casual, como cuando dos olas enfurecidas se encuentran en un punto dado y se mantienen tranquilas apoyadas una de otra y en una calma que parece verdadera aunque instantánea. Los navegantes han visto muchas veces este original. Yo era este punto dado, las olas Venezuela y Cundinamarca, el apoyo se encontraba entre los dos, y el momento acaba de pasarse... Todo va a sumergirse al seno primitivo de la creación, de la materia. Sí, de la materia, digo, porque todo va a volverse nada.. . Los odios apagados entre las diferentes seccio-
*YO
HE SIDO EL SOLDADO DE LA BELDAD"
nes volverán al galope, como todas las cosas violentas y comprimidas. Cada pensamiento querrá ser soberano, cada mano empuñar el bastón... cada toga la vestirá el más turbulento. Los gritos de sedición resonarán por todas partes... Y lo que todavía es más horrible que todo esto es que cuanto digo es verdad". Cuando, dominado por tan profundo desaliento y tan sombrías visiones, Bolívar se prepara, al cabo de tres años, a abandonar el Perú, después de libertarlo, cuantos hasta entonces lo habían temido o envidiado comprendieron que su protector los dejaba y procuraron retenerlo. Él les contestó: "Os queda mi amor... Tenéis mil derechos a mi corazón: os lo dejo para siempre. Vuestros bienes y vuestros males serán los míos; una nuestra suerte". Bolívar se hallaba con el corazón dolorido por lo que hacía y desconcertado ante aquello que casi de pronto surgía a su alrededor. Cuando al final de una fiesta, donde había bailado toda la noche, salió de Lima a caballo, lo rodeaban matronas y doncellas que no querían dejarlo partir, y él, caballero solo, y rodeado de cien mujeres jóvenes, como hubiera podido soñarlas, les dijo: "Cuando la beldad habla ¡qué pecho puede resistir! Yo he sido el soldado de la beldad, porque he combatido por la Libertad, que es bella, hechicera y lleva la dicha al seno de la hermosura donde se abrigan las flores de la vida. Pero mi patria... ¡AM ¡Señoras!..." Y no pudo continuar.
Cuando Bolívar, al cabo de cinco años, regresó a Colombia, a vivir el último acto de su tragedia, ya el anterior había suministrado todos los elementos de éste. Pero, si el conjunto posee un carácter trágico diferente al del final de Napoleón, no es tanto porque sucediese lo que había de suceder, como porque Bolívar lo sabía de antemano ... Napoleón, soldado nunca vencido, a quien sus sueños exaltados llevaban cada vez más lejos, acabó, sin embargo, por sucumbir a la superioridad de las fuerzas enemigas; de la noche a la mañana se derrumbó su poderío, en una forma tan material como había sido edificado. Sólo más tarde, en Santa Elena, recomenzó el drama. El carácter de Bolívar, más dado a la contemplación de sí mismo, y, por consiguiente, más propio de un poeta, se hallaba ahondado y, a veces, contrariado por la filosofía. Mezcla tan singular no podía mantenerse en equilibrio sino mediante una potencia reguladora, capaz de impulsar constantemente el pensador a la acción y de obligar, al mismo tiempo, al hombre dé acción a discernir constantemente el sentido y el alcance de sus hechos. Si sobre un alma semejante pesan, ensombreciéndola, los síntomas de una debilidad prematura y el presentimiento de una muerte inminente, habrá de tender, por flujo natural, a exagerar la resistencia de su época y la de todos los obstáculos exteriores, y a dudar, pronta y cruelmente, del resultado de su obra.
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PODER. Y LIBERTAD
Los sombríos presentimientos de Bolívar respecto a ésta nacieron en la hora y punto de la conclusión formal de la empresa libertadora. "Mis temores son los presagios del destino; los oráculos de la fatalidad". Ciertamente su problema no era sencillo: no consistía, como el de Napoleón, para quien el poder era el objeto y la gloria la consecuencia, en hacerle la guerra al vecino e implantar y mantener su poderío en el terreno, de la victoria. El objeto de Bolívar era más próximo y urgente: expulsar de su ciudad natal, de su patria, al opresor de su pueblo; para él, la libertad y la gloria fueron los supremos propósitos, y el poder, tan sólo una consecuencia de ellos. Pero, poco a poco, con su carrera de éxito en éxito, el hábito del poder se fué adueñando de él. Mientras más claramente miraba en torno suyo, más alto se elevaba, por el sentimiento de su propia valía, sobre las intrigas de su alrededor. Así como la transformación de libertador en dictador era el resultado de la anarquía natural de la revolución, un sendero interior debía llevar también su corazón de libertador a dictador. Con un señorío de vida y muerte sobre sus conciudadanos, hasta la última jurisdicción, sus sentimientos debían semejarse a los de Napoleón, aunque para ambos el punto de partida fuese tan diferente como el objeto. Bolívar hubo de recurrir a todas las fuerzas de su alma para asirse a los ideales de su juventud, a Rousseau y a Robinson, que cada día le dificultaban más y más el ejercicio del poder. En semejante estado de espíritu, agotado por todas las exigencias de una moral política nunca conocida por Napoleón, Bolívar hubo de darse cuenta de lo limitado de su obra, de lo inútil, si se quiere, precisamente en aquello que, al parecer, sería definitivo, después de expulsados los españoles. Si Napoleón hubiera deseado unos Estados Unidos de Europa, de los cuales habló alguna vez, con tanta pasión como Bolívar anhelaba por los Estados Unidos de Colombia o por una concepción más elevada aún: Panamérica habría llevado a cabo, al menos por un momento, ese proyecto de su madurez, como Bolívar verificó el primero de sus designios; pero, en realidad,
ABANDONO HEROICO
Napoleón no podía imaginarse a Europa sino bajo la dirección de Francia, mientras Bolívar jamás trató de colocar a Venezuela a la cabeza de Colombia, ni a Colombia a la cabeza de Panamérica. Diferencias tan radicales en el concepto del poder y de la libertad hicieron del uno, un libertador; del otro, un conquistador; pero ambos tuvieron en sus manos la poderosa unión temporal de varios países. En Napoleón privaba la voluntad de la unión personal; en Bolívar, la idea de un primas inter pares. La carrera, más bien simple, de Napoleón sé halló libre de todo escrúpulo filosófico, pues en él no había ley alguna que amonestara y refrenara su corazón, y, según la frase de Goethe, se presentaba con la impetuosidad de un elemento. La índole filosófica de Bolívar le hubiera impedido ser un mero conquistador. El brillo de su figura singular proviene justamente de esa lucha interior, a consecuencia de la cual se halla colocado entre Fausto y Don Quijote, quienes, sin cesar, se morigeraron mediante pensamientos y sentimientos profundos, y supieron oponer al mundo su idealismo moral, al paso que Napoleón solía dar rienda suelta a su condición moral, limitándose a designarla simplemente con el nombre de -la naturaleza de las cosas". Sin duda en este rasgo, uno de los más hermosos, debe hallarse la explicación de por qué Bolívar fracasó en su segunda empresa, cuando ningún obstáculo logró impedirle la realización de la primera. Siempre le fué posible independizar su país del dominio de España, sin provocar el odio general a esta nación. ¿Él mismo no era de pura sangre española, mucho más próximo al conquistador que al cacique indio? Era cuestión del momento histórico: Si un aristócrata inglés, sin odiar a los ingleses, los había expulsado de Norte América, ¿no podría un español expulsar de Sur América a los españoles? Pero luego se necesitaría sustituirlos con algo. La frase de Bolívar, de que el momento más temido para él sería el de la salida del último español, atestigua tales dudas respecto a sus compatriotas, tanta misantropía, que sólo hubiera podido dominar sus sentimientos matando completamente los sueños de su juventud, con el ejercicio cruel
AL REGRESAR A LA PATRIA
del poder personal; pero sus ideales se arraigaban en lo más profundo de su ser. Cuando paso a paso, en este quinto acto, va perdiendo cuanto había fundado en el tercero y sobre lo cual ya lo embargaba la duda en el cuarto, se transforma, como Don Quijote, en héroe pensativo. Se gana el sufragio de la posteridad, a medida que se enajena el de sus contemporáneos. Se hace más simpático a cada uno de sus nuevos errores, cuyo alcance mide, y, sin embargo, no los evita. Al salir del Perú, su camino se torna más confuso pero también más romántico.
II "El grito de vuestra discordia —dijo a los colombianos, al regresar al cabo de cinco años— penetró mis oídos en la capital del Perú, y he venido a traeros una rama de oliva. Aceptadla como el arca de la salud. ¡Qué, faltan ya enemigos a Colombia? ¿No hay más españoles en el mundo? Y aun cuando la tierra entera fuera nuestra aliada, y estuviera cubierta con nuestra raza, debiéramos permanecer sumisos esclavos de las leyes y estrechados por la violencia de nuestro amor. Os ofrezco de nuevo mis servicios, servicios de un hermano. Yo no he querido saber quién ha faltado; mas no he olvidado jamás que sois mis hermanos de sangre y mis compañeros de armas... En vuestra contienda no hay más que un culpable, yo lo soy. No he venido a tiempo. Dos repúblicas amigas, hijas de nuestras victorias, me han retenido hechizado con inmensas gratitudes, y con recompensas inmortales.. . - -El mundo de Colón ha dejado de ser español. Tal ha sido nuestra ausencia". "Descargad sobre mí vuestros golpes... Piso el suelo de la patria; que cese, pues, el escándalo de vuestros ultrajes, el delito de vuestra desunión". Nunca, a pesar de la retórica de sus muchas proclamas, había hablado en semejante tono, propio de un rey y de un padre. Su levantado orgullo se pliega hasta la benevolencia y le permite achacarse la culpa, después de inauditas victorias.
CORRUPCION E INTRIGAS
Sin embargo, casi al mismo tiempo, publicó una advertencia donde había mucho de amenaza y donde declinaba toda responsabilidad para el porvenir. Ya de regreso, Páez le envió un segundo mensajero con nuevos ofrecimientos de la corona. En Quito, igualmente, escuchó repercutir "el clamor por la monarquía". Bolívar respondió públicamente: "El voto nacional me ha obligado a encargarme del mando supremo; yo lo aborrezco mortalmente, pues por él me acusan de ambición y de atentar a la monarquía. ¡Qué! ¿me creen tan insensato que aspire a descender? ¿no saben que el destino de libertador es más sublime que el trono? Colombianos: vuelvo a someterme al insoportable peso de la magistratura; porque en los momentos de peligro era cobardía, no moderación, mi desprendimiento ; pero no contéis conmigo sino en tanto que la ley o el pueblo recuperan la soberanía". Pero aun estas frases viriles fueron mal interpretadas por algunos, y no faltó quien escribiese: "De león se ha metamorfoseado en serpiente".
a. Le horrorizó encontrar en la capital no sólo las intrigas habituales, sino una verdadera corrupción. Enriquecido su amigo Santander, favorecía el enriquecimiento de otros. Bolívar, fundador del estado, cuyo cuantioso patrimonio se hallaba exhausto casi, detestaba profundamente aquella conducta. El conocerla fué, sin duda, uno de los motivos del quebrantamiento de su larga confianza en Santander; y luego estos motivos irán multiplicándose y agravándose de día en día. Por otra parte, su empeño en comunicarle a Santander desde el extranjero sus confesiones epistolares quizás no obedeciera tanto a una simpatía personal como a la necesidad de hallar a alguien, semejante a un eco inteligente, capaz de oírlo y de responderle. Bolívar no tenía dónde escoger, si buscaba a un hombre de la penetración intelectual de Santander. Entre los amigos de sus últimos seis años, Nariño, aunque inocente, vivía complicadc' en un interminable proceso; Briceño ni descollaba mucho ni estaba suficientemente alejado del centro de los sucesos,
ADVERTENCIAS A PAEZ
y Sucre era demasiado militar, demasiado susceptible y además demasiado joven tal vez. No fué Santander el único amigo de Bolívar resuelto a traicionarlo a su regreso. También Páez preparaba su traición, pero de otra manera. Si en la capital, es decir, entre los altos funcionarios y los diputados, Santander se daba a minar la situación del dictador ausente desde hacía cinco años, Páez estaba decidido a emplear las tropas para separar a Venezuela de Colombia. Allá, actuaba el diplomático hábil; aquí, el soldado violento, cada cual según su propio modo de ser. Nada le urgía tanto a Bolívar como evitar la guerra civil, salvar a Colombia, creación suya. En un manifiesto, Páez había llamado al presidente de Colombia "el ciudadano Bolívar". Éste, en vez de ir en armas contra el general rebelde, recurrió primero a la pluma, tratando de actuar a distancia. En tres cartas, cuyo texto ocupa una docena de páginas impresas de regular tamaño, procura, al principio, obtener la sumisión de Páez, a fuerza de advertencias, donde van mezcladas la persuación y la amenaza. Iban escritas de Bogotá a Caracas, de la nueva capital a la antigua ciudad natal, y el hecho asombroso de que no fuese en el nuevo país sino en la antigua metrópoli donde se levantaran contra el libertador de ambos, puede explicar la profunda perturbación del alma de Bolívar, expresada en estas poéticas cartas a Páez: "General: Conmigo ha vencido Ud.; conmigo ha tenido Ud. gloria y fortuna; y conmigo debe Ud. esperarlo todo. Por el contrario, contra mí el general Castillo se perdió; contra mí el general Piar se perdió; contra mí el general Mariño se perdió... Parece que la Providencia condena a la perdición a mis enemigos personales, sean americanos o españoles; y vea Ud. hasta dónde se han elevado los generales Sucre, Santander y Santa Cruz. Estos ejemplos y estos consejos son inútiles para un amigo tan sincero como lo es Ud.: su corazón sólo le servirá más que toda la historia entera; yo fío en él como en mi espada, que no se volverá jamás contra mi pecho; y ambos están con Ud. con toda la sinceridad de un amigo que lo ama de corazón".
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ADVERTENCIAS A PAEZ
Y poco después, sin aguardar la respuesta a la anterior: "Estoy sumamente fastidiado de la vida pública y el primer momento dichoso de mi vida será aquel en que me desprenda del mando... Yo tiemblo de descender desde la altura en que la fortuna de mi patria ha colocado mi gloria. Jamás he querido el mando; en el día me abruma y aun me desespera... Yo me estremezco cuando pienso, y siempre estoy pensando, en la horrorosa calamidad que amaga a Colombia. Veo distintamente destruida nuestra obra, y las maldiciones de los siglos caer sobre nuestras cabezas como autores perversos de tan lamentables mutaciones... El voto nacional ha sido uno solo: reformas y Bolívar. . . ¿Quién, pues, me arrancará las riendas del mando? ¿Los amigos de Ud. y Ud. mismo? l! La infamia sería mil veces más grande por la ingratitud que por la traición. No lo puedo creer. Jamás concebiré que Ud. lleve hasta ese punto la ambición de sus amigos y la ignominia de su nombre. No es posible, general, que Ud. me quiera ver humillado por causa de una banda de tránsfugas que nunca hemos visto en los combates. No pretenda Ud. deshonrar a Caracas haciéndola aparecer como el padrón de la infamia y el ludibrio de la ingratitud misma... Sin mis servicios, sin mis peligros, y sin las victorias que he ganado a fuerza de perseverancia y de penas sin fin, Ud., mi querido general, y los bravos de aquel ejército, no estarían mandando en Venezuela, y los puestos que la tiranía les había asignado serían escarpias y no las coronas de gloria que ahora ciñen sus frentes... ¡Y ahora me quiere Ud. como un simple ciudadano!... Este título me honraría millones de veces recibiéndolo por fruto de mi desprendimiento... Yo he venido desde el Perú por evitar a Ud. el delito de una guerra civil... No hay más autoridad legítima en Venezuela sino la mía... El origen del mando de Ud. viene de municipalidades, data de un tumulto causado por tres asesinatos. Nada de esto es glorioso, mi querido general... Deseo saber si Ud. me obedece o no... Yo me comprometo con el deber y con la ley al convocar la convención nacional... Sólo quiero que la ley reúna a los ciudadanos... y me dejen ir lejos, muy lejos de
"YO CEDERE TODO POR LA GLORIA"
Colombia. Testimonio de este sentimiento es la venta de Aroa y la venta de todos mis bienes, que mi hermana negocia ., . No permita Dios que me disputen la autoridad en mis propios hogares, como a Mahoma, a quien la tierra adoraba y sus compatriotas combatían. Pero él triunfó no valiendo su causa tanto como la mía. Yo cederé todo por la gloria; pero también combatiré contra todo por ella. ¿Será ésta la sexta guerra civil que he tenido que apagar? ... Yo parto mañana para Puerto Cabello: allí espero la respuesta de Ud. Puerto Cabello es un gran monumento de su gloria". Como Páez no responde, Bolívar dama a guerra civil, pero le escribe de nuevo al traidor: "Si yo traigo tropas tengo mil motivos para ello ... Aun al mismo Guzmán lo quisieron asesinar siendo amigo de Ud. y viviendo en su casa ... Hoy mismo he visto un pasquín de Valencia en que se dicen horrores de mí .. . He debido traer conmigo una fuerza necesaria para hacerme respetar... Cumaná y Ud. le hacen la guerra a los que me obedecen a mí y a la república y yo no puedo dejar sacrificar a los que se consagran a su deber y mi persona... Unámonos, pues, para salvar a nuestros infelices hermanos..." "Yo creo que Ud. está loco, cuando no quiere venir a verme y teme que yo lo reciba mal. General ¿Ud. puede persuadirse de que yo sea menos generoso con Ud., que ha sido siempre mi amigo, que con mis propios enemigos? No crea Ud. tal cosa "Si Ud. no tuviere por conveniente hacerlo así, mande Ud. una persona de su confianza a tratar conmigo . Entendámonos, general... Espero con ansia la respuesta de esta carta . Esta acusación vacilante, este prudente manejo de las fuerzas, como disculpándose de emplearlas, hechos por Bolívar, el Libertador y héroe popular, no encuentran su explicación sino en sus temores por la obra de su vida, pues, como lo venía prediciendo año tras año, ahora se escuchaba crujir la armazón del edificio. Mientras con espanto veía de cerca el desastre ¿no habría de preguntarse por qué permaneció alejado los cinco años decisivos, persiguiendo un fantasma en la liber-
CRUJE LA ARMAZON
tad de países extranjeros? Quito y el Perú eran hermanos de Colombia, y él los había libertado; sus victorias pusieron fin a trescientos años de dominio español; de ello no había duda, pero ¿qué quedaba en su lugar? ¿Dónde estaba el sueño de un continente unido y fortalecido por tratados de arbitraje? ¿No llegaban del Perú noticias rebosantes de palabras de anarquía? ¿No se hallaba Buenos Aires amenazado por los caudillos provincianos y Chile a merced de nuevas convulsiones? En Quito millares de votos eran favorables al gobierno de Bolívar; pero no a la unión colombiana. Parecía necesario comenzarlo todo de nuevo. Allí donde no se hallara Bolívar, reinaba la anarquía. Los corsarios de Colombia aventaban el espíritu de revuelta sobre las costas de España y de África; los puertos, en plena Santa Alianza, manifestaban espíritu revolucionario; las islas Canarias no enviaban mercancías, las naves de Europa no llegaban a América. ¿Dónde, pues, maduraban los frutos de quince años de lucha? Bolívar, en aquellas horas ensombrecidas, ¿no consideraría como vanas todas sus aspiraciones, combates de un Don Quijote entusiasmado por la voluntad del ideal, pero incapaz de percatarse de la impotencia del hombre solo, aun cuando se encuentre al frente de un ejército? Finalmente ¿no obró con mejor criterio San Martín, al renunciar a todo y acogerse a aquel reposo, por el cual Bolívar enfermo suspiraba tan a menudo? Por primera vez en su vida, se sentía incapaz de tomarlo todo sobre sí, como lo había hecho ya en dos ocasiones. Ahora quedaba comprobado aquel conocimiento maduro y escéptico, que tanto le había servido en las contingencias políticas. Ahora el drama de su vida, hasta entonces impreciso, se orientaba claramente hacia la tragedia, que a veces no se decide realmente, o por lo menos no se hace palpable, sino en el último acto. Para vencer una vez más, ya no gozaba de buena salud, había envejecido demasiado pronto durante aquellos quince años vertiginosos. El haberse lanzado de nuevo al combate para salvar su gloria, de la cual habla con tanta frecuencia en sus cartas, lo envuelve en visos de
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A MANUELA
personaje trágico al final de su historia. Lo mismo se pone de manifiesto en la asombrosa carta de amor escrita entonces a Manuela. No mucho antes había realizado su ascensión al Chimborazo, el recuerdo de Humboldt y de Robinson lo acompañaba; pero, como verdadero poeta, revistió de sentido simbólico su paso por la cima más alta de la tierra. La rapsodia que escribió entonces quizás no valga la pena. Los verdaderos poemas de Bolívar están en los éxtasis, origen de sus actos, y no en sus escritos ocasionales. Pero luego, en una nueva crisis, escribía a su amiga: "Mi encantadora Manuela: Tu carta del 12 de septiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora comp a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides que te diga que no quiero a nadie. I On I no, a nadie amo: a nadie amaré. El altar que tú habitas no será profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no más. No te mates. Vive para mí, y para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante que suspira por verte. Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo para escribirte con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres. Pero en recompensa si no rezo estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo, sobre mi vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra vez. No puedo más con la mano. No sé escribir". Hoy todavía, al cabo de cien años, leyendo esta carta no se sabe si llorar o reír, ni lo supieron tampoco su autor y su destinataria. Ante la querida, quiere considerarse como un viejo, para quien el amor debe cesar; pero inmediatamente se defiende contra los celos que la han impulsado a la amenaza de suicidarse; seguramente, no le guarda una esforzada fidelidad durante su viaje, pero le reserva el primero y único sitio de su corazón; ello denota al eterno adolescente, incapaz de renunciar a la
JUVENTUD ETERNA
galantería cuando siente desvanecerse el vigor que le sirvió para recorrer a caballo y sembrar de victorias la haz de medio continente. Son los éxtasis del tísico, a quien ya denuncian las mejillas hundidas y la profundidad de las órbitas. "Mi médico me ha dicho que mi alma necesita de alimentarse de peligros para conservar mi juicio, de manera que al crearme Dios permitió esta tempestuosa revolución para que yo pudiera vivir ocupado en mi destino especial". La fiebre de su ser acabó por llevarlo a semejantes conclusiones, y su cabeza ardía también en fiebre, cuando examinaba la situación hondamente desesperada. Siempre dirigía sus confidencias a Santander, y, poco después de la enloquecida carta de amor a Manuela, le escribió a aquél una sobre política, no menos loca: "Toda la sangre se ha sacado del cuerpo y se ha metido en la cabeza: así la república está exánime y loca juntamente... Yo por servir a la patria debiera destruir el magnífico edificio de las leyes y el romance ideal de nuestra utopía... Una dictadura quiere el sur, y, a decir verdad, puede servir algo por un año, pero esta dictadura no será más que una moratoria para la bancarrota que en último resultado ha de tener lugar. El sur no gusta del norte: las costas no gustan de la sierra ... El mal será irremediable, pero no será nuestro, será de los principios, será de los legisladores, será de los filósofos, será del pueblo mismo; no será de nuestras espadas. He combatido por dar la libertad a Colombia; la he reunido para que se defendiese con más fuerza... este será mi código, mi antorcha... Perdone Ud. mis desahogos, pues no los puedo soportar y rebosan en mi pecho. Los intrigantes han destruido la patria del heroísmo, y tan sólo nosotros sufriremos, porque hemos estado a la cabeza de estos execrables tontos. Del Perú y de Bolivia me escriben que todo marcha a las mil maravillas. En ambas partes están pidiendo y estableciendo la constitución boliviana... El sur de Colombia tiene estas mismas ideas y la mayor inclinación a la unión con el Perú.. La cosa de Páez no es nada; y si es algo, no es más que el primer tropezón que ha sufrido una máquina torpemente
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ACUSACIONES PROPIAS
construída que se había mantenido firme porque no se había puesto en movimiento". ¿No se escucha en esta carta, entre todas las acusaciones, la que lanza contra sí mismo, semejante a la defensa en su carta de amor? ¡Cuán febrilmente habla de remordimientos y de una máquina torpemente construída! ¡Cómo expresa la fragilidad del estado colombiano y, al mismo tiempo, la posibilidad de una expansión de ese estado ... como a raíz de sus derrotas, cuando su espíritu solía enardecerse concibiendo proyectos más y más grandiosos! Luego, en la postdata conmina a su corresponsal a conservar secreta esa carta, ya que lo contrario "creo que es una violación de la fe de la amistad. En Europa esto es un crimen". No se trata, pues, de una carta oficial, donde el presidente, desde el extranjero, comunica al vicepresidente instrucciones sobre la política; no, sino del clamor de un hombre acosado, extenuado, que se acicatea de nuevo, temeroso de caer antes de llegar a la meta. Y sin embargo, pronto lo oiremos trazar nuevos y audaces planes, y declarar: "Éstos son, pues, los momentos que quiero aprovechar para enviar una expedición a Puerto Rico que estoy ya alistando ... Yo creo que poco nos costará apoderarnos de la isla y después veremos lo que se puede hacer sobre La Habana. Esta empresa tendrá muy buenos resultados, favorables no sólo a Colombia, sino también al Perú y Bolivia".
III ¿Le quedaba a Bolívar otra solución, fuera de la dictadura? En ella piensa ahora el hijo de la libertad. "La dictadura que me espera debe operar una reforma completa, porque la organización misma que tenemos es un exceso de fuerza mal empleada; y, por consiguiente, dañosa. Ud. sabe que yo aborrezco los negocios de administración, y que me son muy fastidiosos los cuidados sedentarios". "La dictadura está a la moda. .. En el sur están con las mismas ideas. Los militares quieren fuerza,
POR LA DICTADURA
y el pueblo independencia provincial. En esta confusión la dictadura lo compone todo .. . Pero estando yo autorizado por la nación, lo pondré todo . Vmd. me habla con alguna seriedad sobre monarquía: yo no he cambiado jamás. Yo espero que Vmd. se acordará de mis principios y de mis palabras cuando Vmd. brindó por que yo despotizara a Colombia más bien que otro, si alguno la hubiera de despotizar.. . Libertador o muerto es mi divisa antigua ... Y por lo mismo, yo no me degradaré hasta un trono .. . Respondo a esto porque me ha picado la carta en cuestión . . . Si quieren que me vaya de Colombia que me hablen más de trono". Pocos días después, al mismo: "Jamás un congreso ha salvado una república. Yo se lo repito a Ud.: este congreso traería los reclamos más agrios de Venezuela y del sur . .. En una palabra, mi querido general, yo no conozco más partido de salud que el de devolver al pueblo su soberanía primitiva. .. Ud. dirá que esto no es legítiino; y yo, a la verdad, no entiendo qué delito se cometa en ocurrir a la fuente de las leyes para que remedie un mal que es del pueblo y que sólo el pueblo conoce. Digo francamente que si esto no es legítimo será necesario a lo menos, y, por lo mismo, superior a toda ley; pero más que todo es eminentemente popular, y, por lo mismo, muy propio de una república eminentemente democrática". El discípulo de los Derechos del Hombre ha llegado a un razonamiento tan absurdo como el siguiente: lo necesario y lo popular deben cumplirse, aunque sean ilegales. La dictadura como último remedio, con la apariencia de un plebiscito, así se lo propone abiertamente a su colega. Pero si éste le habla de la corona, Bolívar se siente ofendido. En su confusión, le parece la dictadura más moral. La lucha por la libertad se disfraza de lucha por la forma del poder, como si no hubiesen existido bastantes reyes buenos y tiranos malos. El estado de los 'espíritus a que se refiere y el brindis que recuerda evocan vivamente una situación análoga a la de Francia cuando Napoleón regresó de Egipto. Ahora, como entonces, todo sería posible, si al hombre del destino no lo
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AUN LA SOMBRA DE NAPOLEON
perturbaran la moral política, su conciencia o la filosofía. Nada de esto se le ocultaba, pues se conocía a sí mismo como quizás ningún otro gobernante se ha conocido. Una vez más, el moderno Don Quijote penetra en su propia fantasía, y ve claramente, detrás del camino seguro, el de la ilusión, y así, escribe confidencialmente, poco después: "Un monarca goza de prerrogativas y derechos capaces de proporcionarle una autoridad suficiente para reprimir el mal o promover la ventura de sus súbditos. Un magistrado republicano, constituido para esclavo del pueblo, no es otra cosa que una víctima. Las leyes de un lado lo encadenan, y las circunstancias por otra parte lo arrastran .. . Yo podría arrollarlo todo, mas no quiero pasar a la posteridad como tirano". Con semejante clarividencia percibía Bolívar las ventajas de la corona; pero se negaba a ver sus encantos, manteniendo siempre ante sus ojos la imagen de Napoleón al coronarse a sí mismo, que había conturbado su juventud. Por amor a la gloria, renunció a una forma de poder para la cual su temperamento de solitario, insociable y de perfecto aristócrata, parecía predisponerlo particularmente. Los ideales platónicos de su educación, la precocidad que había cercenado el primer ímpetu de la juventud al mayorazgo rico y cansado, su filosofía, en una palabra, lo retenía, y cuando se anunciaba a un amigo, le participaba su deseo de ser acogido sin ninguna ovación: "sino como a huésped del tiempo griego; como amigo que recibe la hospitalidad santa de manos de sus compatriotas". Tal era su decaimiento espiritual cuando hubo de enfrentarse a su último conflicto, el de someter a Páez o reconciliarse con él. Éste había levantado un ejército en Venezuela despreciando la acusación de Bogotá y combatía las ciudades fieles al poder central. Una asamblea constituyente, convocada por él, se pronunció por la federación y trató de lograr la autonomía. Páez, de general en jefe, se había transformado en dictador de Venezuela. Cuando en 1827 Bolívar entró por última vez a Caracas, recordó, sin duda, el bullicioso entusiasmo y el si330
PAEZ DOMINADO
niestro vacío de su primera y su segunda entradas. Ahora lo recibían casi como a un rey, entre guirnaldas de flores, baldaquines, cantos y poemas. Una mujer le ofreció dos coronas, una de plata y otra de laurel. Él se hallaba de pie, con ambos trofeos en la mano; había un gran silencio; se esperaba su palabra, y dijo: "Dos coronas me presenta un ángel: ésta de flores representa los derechos de los colombianos: esta corona corresponde al pueblo. Esta otra es de laureles, corresponde al ejército libertador: todos habéis sido soldados del ejército: todos sois libertadores: esta corona es vuestra". En circunstancias como aquélla, Bolívar no tiene comparación. La finura con que, en el último momento, atribuye al pueblo sus ideales, su gracia, mezcla de orgullo y de modestia, su naturaleza de poeta y su gratitud, embellecen la inspiración y los gestos que nadie sino él hubiera encontrado en aquel instante. Todo ello es teatral, y, sin embargo, sincero, como en Don Quijote. De los grandes hombres de la historia, Bolívar es el único verdaderamente caballero. El zafio Páez, amargado siempre por su nacimiento y su juventud, había perdido el dominio de sus actos, creyéndose metido en la madriguera del león, y Bolívar, con la habilidad de un caballero español, supo cautivarlo, seducirlo: "Yo creo que Ud. está loco, cuando no quiere venir a verme y teme que yo lo reciba mal. General, ¿Ud. puede persuadirse de que yo sea menos generoso con Ud., que ha sido siempre mi amigo, que con mis propios enemigos? No crea Ud. tal cosa. Voy a dar a Ud. un bofetón en la cara yéndome yo mismo a Valencia a abrazar a Ud. Morillo me fué a encontrar con un escuadrón y yo fuí solo ... Ud. será adorado por todos, y, de mi parte, lo veré como al dios de la paz. La corona que Ud. se pone sobre su cabeza es más grande que la de Alejandro... Ud. y yo salvamos a Venezuela... Si Ud. quiere más garantías, las daré todas..." A un hombre de la incultura de Páez le era imposible oponerse a tanta flexibilidad y elegancia, a acentos tan insinuantes, y, precisamente, el arte de Bolívar consistía
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en ser capaz de prever todo aquello. Dominado por la impresión, el rebelde llega a Caracas, después de lanzar una proclama en honor de Bolívar, quien clausura el proceso, hace conocer su voluntad de olvidarlo todo, prohibe cualquiera publicación contra Páez y reincorpora en sus cargos a los amigos de éste. ¿Cuál es la causa de tanta indulgencia? ¿Por qué ha intervenido en favor de un traidor, lo excusa y luego lo invita a su mesa? ¿Ha perdido Bolívar aquella fuerza de decisión que ocho años antes le sirvió para fusilar a Piar y consolidar su autoridad? Sí, ya le faltaba esa fuerza. Aquellos ocho años le habían destruido no sólo el vigor físico, sino también la fe noble e ingenua en el ideal. Antaño, al comienzo de sus grandes éxitos, le fué valedera toda esperanza; ahora, pasados aquéllos, debía temerlo todo; pues ante él resplandecía la gloria, más fácil de conquistar que de conservar. No ignoraba que aquella sumisión de mera fórmula distaba mucho de salvar la unidad de Colombia, pues con tal solución provisional sus dos rivales conservaban la vida y el poder; Páez ganoso de separar a Venezuela de Colombia, entre otros motivos, porque Santander, a quien odiaba, ejercía el poder en Bogotá; y Santander, ansioso también de la separación para que Bolívar, como venezolano, no pudiese continuar en la presidencia de Colombia. Bolívar lo sabía cuando se reconcilió solemnemente con el rebelde, y si, no obstante, lo hizo, si se dedicó largos meses a restablecer el orden en Venezuela, fué con la mira política de conservar a sus dos peligrosos enemigos para neutralizar sus odios y sus intrigas, en lugar de fortificar a uno suprimiendo al otro. Si se violentó a sí mismo, no fué ni por simpatía ni por confianza, sino por todo lo contrario. Pero días después, en un banquete, como un general dejase escapar cierta crítica demasiado escandalosa respecto a la repartición del poder entre los dos jefes, el orgullo de Bolívar, tanto tiempo dominado, estalló al fin, en estas palabras dichas de punta a punta de la mesa: "Aquí no hay más autoridad ni más poder que el
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INTRIGAS DE SANTANDER
mío; yo soy como el Sol entre todos mis tenientes, que si brillan es por la luz que yo les presto..." Silencio terrible. Bolívar se levanta de su asiento y, como para mitigar el efecto de sus palabras, le ofrece su propia espada a Páez. Éste la recibe de pie y, turbado su ser lento y pesado, dice: "Ya el Libertador no puede darme más: me ha dado la espada con la que ha libertado a un mundo... Ella en mis manos no será jamás sino la espada de Bolívar: su voluntad la dirige, mi brazo la llevará... La espada de Bolívar está en mis manos: por vosotros y por él iré con ella hasta la eternidad". Escenas de esta naturaleza, de las cuales sería difícil hallar un ejemplo en Europa, después de la Edad Media, ponen de manifiesto cuán joven y cuán española es la historia de los países libertados por Bolívar.
Mientras tanto, Santander consideraba llegado su momento oportuno. ¿Podría haber, para el gobernante de Bogotá, mejor programa que el de hacerle insoportable su nueva patria a Bolívar, que en Caracas fraternizaba con el traidor? En la capital de la nación fundada por él, su viejo amigo y colega inspiraba artículos donde lo trataban de enemigo de la patria. En Cartagena, cuna de sus hazañas, pudo leer Bolívar expresiones como la siguiente: "Más hubiera valido permanecer bajo el dominio de Morillo que caer en el despotismo de Bolívar". Entre los descontentos, las disputas personales se transformaron pronto en verdadera discordia de los tres países, dispuesto, cada uno, a obtener su independencia de los demás. Dondequiera estallaron motines y deserciones de tropas de uno y otro bando; funcionarios hubo que se negaron a cumplir los deberes de su cargo, y esta onda se extendió hasta el Perú, donde se produjeron choques entre soldados granadinos y venezolanos. Cuando Bolívar con sus tropas se puso en camino de Bogotá, Santander lanzó ante el congreso esta sorpren-
EL SEDUCTOR
dente advertencia: "Que no venga; tal es su influencia y la fuerza secreta de su voluntad, que yo mismo, infinitas ocasiones, me he acercado a él lleno de venganza y al solo verle y oírle me he desarmado y he salido lleno de admiración. Ninguno puede contrariar cara a cara al general Bolívar; y ¡ desgraciado del que lo intente! Un instante después habrá confesado su derrota..." Quizás Bolívar sonrió al tener noticia de este discurso: Nada podía halagar tanto su deseo de gloria como aquella débil entrega de su adversario. ¿Habrá mayor satisfacción para un temperamento sugestivo? ¿No encerraban aquellas palabras la tácita confesión del motivo de tantos odios? Sólo un filósofo o una mujer saben perdonar el ascendiente que se ejerza sobre ellos. Pero los viejos compañeros del "seductor" se sentían engañados cuando, hallándose lejos de su influencia, los obligaba a dudar de él, una acción incomprensible para ellos. Por segunda vez, un adversario descubre un punto que facilita el análisis del carácter de Bolívar. Después de la reconciliación de Caracas, Bolívar le informó a Santander que la guerra civil se había evitado, enumerándole con la mayor candidez los juramentos de fidelidad de Páez. Causa asombro el despliegue de esperanzas que Bolívar exponía entonces a otros amigos suyos, insistiendo en que Páez quedaba apartado del poder, nombrado solamente jefe de una provincia. Sin embargo, Bolívar no podía llamarse a engaño creyendo en un "triunfo total" pues ya tenía conocimiento de muchas revueltas aisladas ocurridas en todo el país. Pero cuando el ataque de Santander comenzó del otro lado, volvió la depresión a su ánimo y escribió: "Yo estoy desesperado de todo. Me escriben de Bogotá que no tengo dos amigos en esa capital. PrueLa infalible de que, por lo menos, se trabaja contra mí, y puedo decir con franqueza que me alegro para que nada me cueste desprenderme de Colombia". Con estas palabras de doble sentido puso fin a la correspondencia más numerosa e importante de su vida. En una carta de adiós, perdida según parece, le dijo a Santander que no volvería a escribirle, porque ya no mere334
GRAVE DILEMA
cía el título de amigo. A otro corresponsal suyo le escribió: "Sepa Ud. esto para que lo diga a quien corresponda... ¡Ingrato mil veces!!!" Y poco después: "Eso es él, musulmán o etíope, ladrón o verdugo. No tiene un sentimiento que sea noble. Es lo que llaman un franco malvado" Pero tampoco podía Bolívar fiarse de Páez, aunque fuera enemigo de Santander. Parece más bien como si se desquitara de su indulgencia cuando le escribe después de la reconciliación: "Desgraciadamente vivimos en un país en que no se puede hacer el menor movimiento sin convulsiones ni respirar sin ahogarse. Estamos rodeados de la muerte. Suplico a Ud., querido general, que perdone estas expresiones de mi ingenuo corazón ... Imagínese Ud. que en Bogotá piensan algunos individuos que yo tengo la culpa de los desórdenes de la república, luego debemos inferir lo que pensarán de Ud. con respecto a Venezuela... Luego si nos perdemos no le quedará a Ud. un amigo solo que lo defienda". Estas líneas, unidas a las frases del banquete y a las mil murmuraciones de una pequeña ciudad ¿no debían despertar en Páez el mismo sentimiento de haber sido "seducido" por el espíritu superior, por las atrayentes maneras de su rival? ¿No es claro que en todo el país un número cada vez mayor de hombres influyentes experimentará rencores contra quien los irrita con sus actos y sus inspiraciones, con la rapidez de sus pensamientos y sentimientos? La mayor fatalidad de Bolívar es la de no haber nacido francés. Su situación era cada vez más insostenible, y él lo sabía. De una parte, presenta al congreso de Bogotá su formal renuncia, y de otra se siente atraído hacia allá, y escribe: "Y entre tanto, yo no sé qué hacer. Todo el día pienso el partido que debo tomar, y cada vez me encuentro más embarazado. Y Ud. quiere saber cuál es este embarazo: mis amigos y Venezuela; yo no los puedo abandonar dejándolos en manos de la anarquía y de la ingratitud..." "Considero a la república quebrada. Si deserto, salgo muy mal; y si me quedo, será para pagar los funerales de Colombia. ¡Qué desconsuelo ... 1 "Si yo
INTERESES MATERIALES
fuera un héroe y no un ciudadano, me presentaría en Lima como caído del cielo a dar la muerte a aquellos miserables con mi súbita presencia . . "¿Cómo quiere Ud. que yo vaya a encargarme de un esqueleto, en lugar de un cuerpo? "Lo que hago con las manos lo desbaratan los pies de los demás. Un hombre combatiendo contra todos no puede nada; por otro lado mis esfuerzos pasados han agotado mi energía .. ." "¿Logrará un hombre solo constituir a la mitad de un mundo? ¡y un hombre como yo!!... Me hallo reducido al más triste desaliento". Por aquel entonces dirigía sus confesiones a varios amigos suyos, indudablemente, no sin escogerles; pero sobre todo impulsado por el afán del solitario ansioso de expresar su desdicha. En esta situación, procuró nuevamente asegurar su porvenir, al menos en lo pecuniario, de manera de hallarse en condiciones de irse al extranjero. En una larga correspondencia trató de vender sus minas a los ingleses, pero éstos le exigían títulos de propiedad mejores que los de la herencia de su hermano, muerto sin duda en un naufragio, -oues no se tenían noticias de él desde hacía quince años. Como le desagradaban los negocios, dió a su hermana indicaciones detalladas sobre el último precio de las minas. Como todo gran señor dotado de imaginación, como Lord Byron, por ejemplo, en ciertos momentos se quejaba de pronto a su hermana del valor de los sellos para nuevos documentos. Al mismo tiempo, tenía que luchar contra las disipaciones de su sobrino y enviar nuevamente a Londres una letra de veintidós mil cuatrocientos pesos "tan sólo por cubrir el honor de mi firma". Durante su tardío retorno a la ciudad natal, su familia se le acercó, con esa mezcla de orgullo y timidez tan frecuente en los parientes de los genios. Su poder nunca les había servido para granjearse ventajas exteriores, como aconteció con los parientes de Napoleón; ni el mismo Bolívar se había aprovechado de ello. Cuando entró a caballo en Caracas, vinieron a su encuentro todos, menos un viejo tío, fiel a España. Pero Bolívar fué a buscarlo a su casa de campo, y riendo le dijo: "Si la mon-
EN LA CASA PATERNA
taña no viene al profeta, el profeta va a la montaña". Su vieja nodriza le da noticias suyas, y, al recomendarla para una colocación, escribe: "En mis primeros días me dió de mamar. ¿Qué más recomendación para quien sabe amar y agradecer?" Miranda también sale de las sombras. Su hijo le ha enviado un retrato suyo al Libertador, y éste responde: "Me ha sido muy apreciable ver un retrato de Ud... Él me ha recordado ideas gloriosas y tristes a la vez, porque reviven a mis ojos las facciones de su ilustre padre. Yo soy de opinión que Ud. debe venir . a esta ciudad, donde lo desean... Ud. debe contar siempre con la amistad de su afectísimo. Bolívar". Pocas de sus cartas concluyen de esa manera. Justamente, poco después, Iturbe, a quien debió la libertad cuando la prisión de Miranda, le ofrece un bastón de mando. -Recibo con sumo placer un bastón que Ud. me da: —le contesta Bolívar— es la imagen del mando, que yo aborrezco, por lo que jan ás uso tal insignia. Los pañuelos son de su señora esposa; yo los tendré en mi aprecio infinito". Su desenfado al colocar en un rincón el bastón y llevarse el pañuelo a la nariz delicada, revela al hombre capaz de dictar varias docenas de cartas al día y que, seguramente, sin gastar tres minutos en aquélla, continúa su comedia de esos momentos. Un pariente, que había comprado la casa paterna de Bolívar, lo invita junto con algunos amigos. Llegó vestido de negro, taciturno, contempló la placa de mármol conmemorativa de su nacimiento, paseó por el patio, bajo lqs granados, donde había despertado su espíritu. En la mesa, tomó un vaso, y, como un poeta, dijo: "Hermanos y amigos: ¡Con cuánto gozo me encuentro, como resucitado, en medio de vosotros! ¡Cuántos recuerdos se aglomeran en este instante sobre mi mente! Mi madre, mi buena madre, sale de la tumba y me ofrece sus brazos abiertos. Todos mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mi más tierna niñez, mis juegos infantiles, la confirmación y mi padrino con los regalos que me daba cuando era inocente, todo viene en tropel a excitar mis primeras emociones, la efusión de una sensi-
HACIA LA DICTADURA
bilidad deliciosa. Todo lo que tengo de humano se remueve en mí: llamo humano lo que está más cerca en la -naturaleza... ¿Dónde están nuestros padres, dónde nuestros hermanos... ? ¿Dónde está Caracas? ... Habéis sufrido mucho pero os queda la gloria de haber sufrido mucho por haber sido siempre fieles a vuestro deber. Nuestra familia se ha mostrado digna de pertenecernos y su sangre se ha vengado por uno de sus miembros. Yo he tenido esa fortuna... Yo los he representado a presencia de los hombres: yo los representaré a presencia de la posteridad. Mi madre... Deteniéndose de pronto, salió solo al jardín.
V Cuando Bolívar volvió a Bogotá, al cabo de nueve meses de ausencia, sintió helársele el corazón. Su estado de ánimo ha debido ser semejante al de Napoleón, en marzo de 1815, cuando en el Campo de Marte se mostró al pueblo de París como su nuevo amo, vestido con toda riqueza. Ambos habían vuelto sin ser llamados; pero también sin haber sido expulsados. Contribuía a esta semejanza de estados de ánimo el que ambos se apercibiesen para su último combate, de nuevo dispuestos al intento de retener la fortuna que huía. Ese mismo día, el propio Bolívar se vió ásperamente comparado a Bonaparte, pues un periódico de Bogotá lo acusó sin rebozo de venir a imitar el golpe de estado de Versalles. Sintiendo por adelantado la frialdad de la capital, se opuso a cualquiera recepción o invitación, de una manera harto brusca, completamente extraña en él; había zscrito a un amigo que le hiciese preparar la cena, y le reintegraba los gastos, pues quería permanecer solo. Recibió en seguida la visita de Santander, los ministros y los diputados, y al día siguiente le pintaba a un general la situación con estas singulares palabras: "Ayer entré en esta capital y estoy ya en posesión de la presidencia". Pero, al mismo tiempo, asumiendo una actitud resuelta e intransigente, proclamó una nueva Asamblea Nacional, 338
EL JUEGO DEL SUFRAGIO
y escribió largas cartas con el propósito de influir en la elección de los candidatos: "Yo lo digo altamente: la república se pierde, o se me confiere una inmensa autoridad. Yo no confío en los traidores de Bogotá ni en los del Sur ... La gran convención no se reunirá jamás si yo no destruyo antes los facciosos... El diablo está en el congreso". De esta suerte lo veremos, en los nueve meses siguientes, garantizar las formas de aquella libertad de su idolatría, asegurándose de todos modos por su propia constitución; pero, analizando al mismo tiempo esa libertad con un escepticismo cada vez mayor: "La influencia de la civilización —escribe en un soberbio paralelo de esta época— produce una indigestión en nuestros espíritus, que no tienen bastante fuerza para masticar el alimento nutritivo de la libertad". Y, sin embargo, se deja caer en singulares expresiones de éxtasis, como cuando escribe a un hombre a quien no cuenta precisamente entre sus íntimos: "¡Sea Ud. siempre feliz!!!" O bien, cuando dice: "Yo, solo en este mundo, no tengo más interés que el general". A veces acumula las comparacio.ies enfáticas, prestándole a su situación proporciones históricas o mitológicas: "El papel de Bruto es mi delirio; y el de Sila, aunque salvador de la constitución romana, me parece execrable". O, como en otra ocasión: "Después da diecisiete años de combates inauditos y de revoluciones ha venido a parir nuestra madre patria a una hermana más cruel que Megera, más parricida que Júpiter y más sanguinaria que Belona: es la anarquía!!" Esa falta de equilibrio interior refleja su lucha contra una íntima desesperanza, contra la debilidad física, contra todos los golpes que su alma ardorosa, antes confiada, ha recibido en los últimos tiempos. Serenándose un tanto, pasa revista a las simpatías que aun conserva, y tal vez exagere un poco cuando escribe: "Los federalistas son pocos, mis enemigos menos; pero la inacción de los muchos iguala a la actividad de los pocos. Las tropas me aman bastante, lo mismo el pueblo bajo y la Iglesia; los propietarios todavía más..." Cree contar con sesenta votos en la Asamblea Nacional, mientras los de San-
REVUELTAS Y VICTORIAS
tander no pasarán de veinte. De esta suerte, sus principios continúan jugando al viejo juego de los votos, mientras su espíritu desde hace tiempo se ha asido a la dictadura como única tabla de salvación. Parece como si no se diera cuenta de la paradoja: aquellos a quienes combatía al comienzo son ahora su punto de apoyo. Bolívar nunca fué piadoso, pero como político comenzó a suprimir las logias, a las cuales había pertenecido antes, porque en ellas se fomentaba el espíritu separatista; centralizaba las universidades, como lo habían hecho los españoles, y propagaba los estudios teológicos. "Desde luego lo que más conviene hacer es... reprimir los abusos ya con la imprenta, ya con los púlpitos, y ya con las bayonetas. La teoría de los principios es buena en las épocas de calma, pero cuando la agitación es general la teoría sería un absurdo.. ." Sería absurdo tratar de medir hoy con la vara del juez hasta dónde ha debido Bolívar conservar sus principios. Toda su vida de hombre de estado y de general discurrió en medio de la agitación; hay pues motivo de asombro en que su pasión por la gloria póstuma siempre lo haya hecho volver a la democracia, no en que alguna vez la hubiera abandonado. En esta disyuntiva, recibirá con placer los golpes venidos de fuera, pues podrá responderles con la fuerza. Si es preciso actuar en el interior a causa de nuevas revueltas estalladas en Quito, en favor de la desmembración de Colombia, las reprimirá, refrescándose en esta rápida campaña; se sentirá más libre y feliz, y, parodiando a César, dirá de su éxito: "Ya Ud. sabrá que mi proclama de junio ha destruido las disensiones de Colombia: partió, llegó y venció más pronto que César: primero en Bogotá, a la víspera de una conspiración; segundo, en Quito, a la víspera de otra conspiración ; y últimamente, en Guayaquil, donde a los veinte días de llegada destruyó una rebelión militar y política ya consumada". Exageración típica del hombre cuya fortuna decae y quiere multiplicar el fulgor de sus victorias, presintiendo que serán las últimas. Sabía que sus amigos, allá en la nueva república, pade-
"NADA ME IMPORTA LA CONSTITUCION BOLIVIANA"
cían las mismas aflicciones. Apenas había sido Sucre elegido presidente de Bolivia, comenzaron a agitarse los partidos en aquel país y en el Perú. ¿Por qué habrá de gobernar perpetuamente un joven extranjero, allí, donde cada abogado indígena quiere ser presidente? Durante una algarada, al entrar al cuartel, Sucre fué herido dos veces, y como de su naturaleza delicada estaba ausente cuanto forma a los dictadores, se sintió intimidado y deseoso de abandonar el país. Bolívar empleó sus más hermosos acentos para retenerlo y refiriéndose a Bolivia decía: "Es nuestra hija gratuita, de adopción; nos la ha dado la fortuna y no el acaso; diré mejor, nos la ha dado el mérito y no la suerte. No podemos negar una hija que ha salido de nuestra mente como Palas de la cabeza de Júpiter, grande, bella y armada. Yo he puesto al congreso una condición sola: la de que amen a Ud., para que Ud. los pueda mandar siempre . Ud. es un hombre impecable: tal es la opinión que he formado de su hermoso corazón". Pero cuando se multiplicaron los motines, cuando el Perú, deseoso de descartar cualquiera posibilidad de presidentes vitalicios, pidió la abolición de la constitución boliviana, Bolívar lanzó algunos meses después este patético grito: "Nada me importa la constitución boliviana. Si no la quieren que la quemen", y, al mismo tiempo, le escribió a Sucre: "Yo, en el caso de Ud. no me detendja en el Sur, porque a la larga tendremos el defecto de ser venezoianos ... Si aquí no podemos hacer nada por el bien común. el mundo es grande y nosotros tan pequeños que cabremos en cualquier parte. Venga Ud. a correr mi suerte, querido general, todo nos ha unido, no nos separará, pues, la fortuna; la amistad es preferible a la gloria". VI Libre Bolívar del tumulto de sentimientos contradictorios, recuperó su temple habitual cuando la convención nacional se reunió en una pequeña ciudad al norte de Bogotá. Ya Bolívar había estado una vez en Ocaña,
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LA CONVENCION NACIONAL
durante su primera guerra libertadora; era entonces un joven aventurero sin poder, sin mandato y casi sin armas; pero movido por la fe en su misión, en la libertad y en la gloria. Ahora era un misántropo, envejecido prematuramente, cargado de gloria y de poder; juzgaba dudosa su misión y peligrosa la libertad. Únicamente la gloria se aposeñiaba siempre ardiente en el fondo de su corazón. Orgulloso y obstinado, se había propuesto al principio abstenerse de influir sobre la convención, y retuvo su mensaje con un proyecto escrito de su puño y letra: "Este gobierno a() ha de ser como los que han prolongado la dolorosa agonía de la revolución, que si no ha terminado en diecisiete años es culpa nuestra, no de su esencia. La de Francia misma continuó bamboleando en el tumulto de agitaciones infinitas hasta que se acordaron los principios del gobierno con la naturaleza de las cosas y el espíritu de los ciudadanos. . . Ni aun la nación más ,nstruída del universo antiguo y moderno ha podido resistir la violencia de las tempestades inherentes a las puras teorías; y que si la Francia europea, siempre independiente y soberana, no ha soportado el peso enorme de una libertad indefinida, ¿cómo será dado a Colombia realizar el delirio de Robespierre, de Marat? ¿Se logrará tomar siquiera este político sonambulismo? ¡Legisladores! que no os ocurra pasar a la par de los monstruos de la Francia a las posteridades que nos aguardan con su inexorable juicio". Contiene el borrador tantas alusiones contrarrevolucionarias —hasta la frase habitual de Napoleón "la naturaleza de las cosas" figuraba textualmente en él— que, naturalmente, un mandatario preocupado por el juicio de la posteridad no podía resolverse a presentarlo. Por otra parte, sólo hubiera aumentado la confusión política, pues los ciento ocho diputados se dividían principalmente en dos partidos: el de Bolívar y el de Santander. Este último había dirigido las elecciones, y, sin duda, esperaba de la convención la caída de su rival, pero quizás no la desmembración de Colombia en tres países, aunque a veces la hubiera preconizado; mientras los partidarios de Bolívar abogaban por un gobierno cen.
LA CONVENCION NACIONAL
trofederal, y contaban con la mayoría en todas las clases; pero no en la convención, formada gracias a las habilidades electorales de Santander. Bolívar encontró un singular expediente para salir de aque;la situación: Se negó a penetrar en Ocaña, sede de la convención, procurando no influir sobre nadie, como dijo, para no manchar el final de su vida pública; pero durante los dos meses de sesiones, se instaló en un pueblecito vecino, donde dos amigos fieles, Briceño Méndez y O'Leary, lo mantenían al corriente de todo. Estaba allí, como Carmen a la puerta del circo, única de la muchedumbre que no tenía derecho a presenciar la lidia, mientras su caballero luchaba por el premio; pero, como Carmen, atisbaba por las rendijas, intentando adivinar el desenlace por las situaciones y los indicios. Bolívar permanecía en Bucaramanga, rodeado de algunos amigos, hablando de filosofía y de política, mientras hombres a quienes les había procurado la fortuna se conjuraban contra el tirano, bajo la dirección de Santander. Al mismo tiempo trataba de hacer creer a sus enemigos que "mi ánimo no es admitir más el gobierno de la república, bajo cualquiera forma o denominación que sea". "Yo me sepulto vivo entre las ruinas de esta patria por complaciente y dócil a los consejos de los tontos y de los perversos". También escribía al presidente de la convención: "Hasta la desesperación me aconseja la inactividad y la sumisión a la suerte... Cuando me hablan de valor y de audacia, siento revivir todo mi ser, y vuelvo a nacer, por decirlo así, para la patria y para la gloria". Con otros insistía en temas semejantes: "Quiero retirarme a la vida privada, a vivir con las fieras antes que encargarme de un mando sin tener los medios adecuados para sostenerlo y mantener en orden esta república". "Lo que deseo es el reposo y retirarme a la vida privada, aunque fuera a un desierto a vivir con los animales y las fieras pescando y cazando, o bien irme fuera del país a vivir lejos de estos enemigos y disturbios". Y, confidencialmente, decía: "Yo considero al Nuevo Mundo como un medio globo que se ha vuelto loco y cuyos habitantes se hallasen atacados de frenesí y que, para
EL LOQUERO
contener este flotamiento de delirios y de atentados, se coloca en el medio a un loquero con un libro en la mano para que les haga entender su deber". "Muchas veces me arrepiento de ser americano, porque no hay cosa por eminente que sea que no la degrademos". Su apasionamiento de aquellas semanas en proclamar su nihilismo, su adoración por el completo vacío que reemplazaba su obra destruída, traducen una decepción, a la cual no se le encontrará semejante en las postrimerías de ninguno de los gobernantes de los tiempos modernos. Al lado de esto ¿qué son los angustiosos sueños de la ancianidad de Bismark? Por momentos desea tomar parte todavía en el juego habitual, reúne las actas populares del país en favor suyo, afirma que de dondequiera lo reclaman y, a veces, espera una llamada directa de la convención, lo cual nunca tuvo lugar. Después, quiere de nuevo irse al extranjero, y escribe: "Y no volveré ciertamente la quinta vez a un país de donde me han expulsado indignamente tantas veces. .. Esos miserables... que me ultrajan . .. que se queden ellos con su sospecha y se ahoguen en su propio cieno. ¡Miserables, hasta el aire que respiran se los he dado yo, y soy yo el sospechado y despreciados mis amigos y mis parientes! Está bien". Y al día siguiente: "Si tenemos mayoría, debemos aprovecharla; y si no la tenemos, no debemos transigir, sino disputar el campo con las armas en la mano, y dejarnos derrotar más bien... pues de la capitulación no se saca otra cosa que entregar hasta los dispersos y perder hasta el derecho de defenderse. Triunfo absoluto, o nada, es mi divisa; si perdemos un solo artículo de nuestro proyecto, queda la república bamboleando, o más bien arruinada". Llega luego a escribir estas frases: "Pensarán sin duda que es causa mía la que se les ha cometido. ¡Qué insensatez: para qué necesitaré yo de Colombia!!! ¡Hasta sus ruinas han de aumentar mi gloria! Serán los colombianos los que pasarán a la posteridad cubiertos de ignominia, pero no yo... Quizás, quizás si alguna vez me voy, y de mi vuelta depende la vida de Colombia, la dejo perecer por no mandar y aun la condenaría a la nada para que se viera 344
OTRA VEZ DON QUIJOTE
que nada quería, tanto es lo que se ha herido mi orgullo en la parte más delicada". En esta última frase Bolívar revela la íntima causa de su agitación. ¡Dejar perecer a Colombia! Es la inacción impuesta, aunque prefiera considerarla como voluntaria, es la tensión intolerable, el temor por su obra de aquel que se va hundiendo lentamente: todo el acervo de temas trágicos se conjura para arrojar al antes entusiasmado Don Quijote, repelido hoy de todos, en el abismo de sus tormentos, que le gritan al hombre, agotado tras un esfuerzo sobrehumano: ¡fué en vano! Pero lo más extraño es que comunique semejantes confidencias a individuos incultos, a sus propios enemigos, a Páez, por ejemplo: "Y como nunca se ha convertido un pueblo corrompido por la esclavitud, tampoco las naciones han podido tener sino conquistadores y de ninguna manera libertadores. La historia ha probado esto y Montesquieu lo ha expresado. Por lo tanto, nuestra lucha será eterna y nuestros males se prolongarán en busca de lo imposible. Sería necesario desnaturalizarnos para poder vivir bajo de un gobierno absolutamente libre; sería preciso mudar nuestros hábitos y costumbres y hacernos austeros y desprendidos de nuestras viles pasiones o renunciar a la quimera de nuestros proyectos. Yo era el más iluso de todos y han sido necesarios cuarenta años de desengaño para llegar a este convencimiento, deplorable y funesto".
¡Y esto dicho a Páez! a quien juzga en secreto el hombre más peligroso de Colombia, capaz de apoderarse del mando en cualquiera ocasión valiéndose de los negros y de la canalla. El general mestizo que no había tenido tiempo ni deseos de formar su espíritu, y que precisamente acababa de derogar uno de los decretos de Bolívar, ¿qué pensaría del autor de aquellas cartas, cuyo mejor sentido estaba fuera de su alcance? ¿qué pensaría de aquel hombre de quien siempre había desconfiado y que le envía sólo una correspondencia filosófica y testimonios de amistad? ¿No era para que por todo el lugar se esparciera el eco de aquellas palabras dichas en cierta
NUEVA LLAMADA AL TRONO
ocasión por un oficial a orillas de un lagunazo: -1E1 libertador se ha vuelto loco 1” ? Cuando en una carta, uno de sus viejos relacionados le da el tratamiento de Excelencia, como corresponde al Presidente, Bolívar le contesta: "El título de amigo solo vale por un himno y por todos lós dictados que puede dar la tierra. En cuanto a la excelencia Ud. sabe que no la merezco; me contentara yo con ser_ justo; por consiguiente, no tengo derecho al superlativo de la excelencia. Tráteme Ud. por fin de Ud., y, si fuéramos romanos, el tú valdría más". Frases tan conmovedoras y tan fuera de lugar ¿no podrían hallarse en la obra de Cervantes? No lejos de allí, ciento ocho diputados se apasionan discutiendo la constitución, aunque en secreto, o por lo menos, en su inconsciente, están cansados de semejantes tentativas y persuadidos de la inutilidad de aquellos largos años de complicaciones constitucionales, a las cuales ya sería tiempo de ponerles fin. No faltó el voto en favor de la monarquía, se hizo más amenazador, y Bolívar en su soledad escuchaba y leía exhortaciones al golpe de estado, hechas por muy diversas personas. Bolívar le participa a su hermana su idea de regresar a Venezuela, y le recomienda se abstenga de hacer gasto alguno "pues bien sabes tú el estado de pobreza en que nos hallamos-. Este hombre hace pocos años despreció un millón de pesos, y ahora, casi arruinado, lee en relaciones confidenciales recibidas de los tres países de Colombia, el anhelo de que se decida a acabar con todo aquello, pero prefiere repetir la opinión expresada en París por Benjamin Constant: "Si Bolívar muere sin haberse ceñido una corona, será ante los siglos venideros una figura singular. Washington no tuvo nunca en sus manos en las colonias británicas del Norte el poder que Bolívar ha asumido entre los pueblos y desiertos de la América del Sur". No le faltaron a tan extraño idealista incitaciones a la violencia. Un oficial le propuso un golpe de mano contra Santander y sus partidarios. Le respondió con algunas frases irónicas; pero, poco después, dijo que diez años antes la ejecución de Piar había bastado a resta-
INCITACIONES A LA VIOLENCIA
Mecer el orden, pero hoy no sería suficiente la muerte de muchos centenares de hombres. Al cabo de poco tiempo, le suministraron informes de que Santander, por su parte, alimentaba intenciones semejantes, y no dudaría en suprimirlo. Bolívar ni prestó la menor atenciún a aquella noticia. Como gentilhombre, creía imposibles tales cosas. Se limitó a reírse, diciendo que no iba a la convención, porque: "la sala de convención podía ser para mí lo que el Capitolio para César; no porque ninguno de los miembros fuese capaz de un acto semejante, sino porque no faltarían esbirros para eso", pero se negó a creer en los sombríos designios de Santander. "No les sería fácil encontrar quien se encargase de dicho proyecto". Después contó el asesinato de un amigo suyo en Jamaica y cómo a él también trataron de asesinarlo durante una batalla. Sólo la suerte lo había salvado. "Dejemos a los supersticiosos creer que la Providencia es la que me ha enviado o destinado para redimir a Colombia. Las circunstancias, mi genio, mi carácter, mis pasiones, fueron las que me pusieron en el camino; mi ambición, mi constancia y la fogosidad de mi imaginación me lo han hecho seguir y me han mantenido en él". "Yo no doy a nuestra inteligencia, o si se quiere al alma, la facultad de antever los acontecimientos y de leer en lo futuro. Confieso, sin embargo, que en ciertos casos nuestra inteligencia puede juzgar que si damos tal o cual paso nos resultará un bien o un mal; pero es esto caso aparte, y por lo mismo, repito que no creo que ningún movimiento, ningún sentimiento interior pueda pronosticarnos con certeza los acontecimientos venideros, por ejemplo, que si voy a Bogotá hallaré allí la muerte, una enfermedad o cualquier otro accidente funesto . Sé que Sócrates, otros sabios, y varios grandes hombres, no han despreciado sus presentimientos, que los han observado y han reflexionado sobre ellos; y que, más de una vez, han dejado de hacer lo que hubieran hecho sin ellos; pero tal sabiduría yo la llamo más bien debilidad, cobardía o, si se quiere, exceso de prudencia . Dicen que Napoleón ha creído en la fatalidad porque tenía fe en su fortuna, que llamaba su buena estrella;
SOBRE LA FORTUNA
él se ha disculpado de aquella ridícula acusación pto. bando que no era fatalista, y que el haber mentado su estrella no era creer ciegamente en una cadena de destinos prósperos que le estaban reservados... Los verdaderos filósofos no hacen caso de los presentimientos, ni creen en los presagios, pero el que manda debe tratar de destruir sus efectos sobre los hombres crédulos, como lo hizo Julio César... Bastante hemos filosofado; ahora vamos a dormir". VII En aquellas semanas de espera, fué huésped de Bolívar un francés, que lo comprendió más profundamente y trazó su retrato con mayor finura que su propio edecán y cuantos escribieron entonces sus memorias. Un extranjero platónico, si es a la vez verdadero psicólogo y gran investigador de hombres, puede situarse en muy osados puntos de vista para penetrar en la esencia de un carácter tan complicado, y, si además sabe escribir, transmitirá sus impresiones mejor que un pariente o un colaborador. Cuanto confió Bolívar a Peru de la Croix, mientras se aburría y filosofaba en la inactividad, es tan importante como cuanto éste le arrancó, observándolo en silencio. Ese francés vió a Bolívar, cuya muerte ocurrió dos años más tarde, a veces pensativo y silencioso, luego, de pronto, presa de una vivacidad exagerada; breve en sus preguntas, calmándose rápidamente al estallar su cólera; pero con largos rencores cuando se irritaba en silencio. Si salía a caballo o a pie con un compañero, emprendía de súbito el galope o la carrera: "Quien lo viera y observara en ciertos momentos sin conocerlo creería ver a un loco. En los paseos a pie que hacemos por las tardes con él, su gusto es a veces caminar muy a prisa y tratar de cansar a los que lo acompañan; otras ocasiones se pone a correr y a saltar, dejando atrás a los demás; luego los aguarda y les dice que no saben correr. En los paseos a caballo hace lo mismo". A pesar de ser naturalmente moderado, se molestaba si alguien bebía más que él. Solía decir "que se necesita un buen estómago
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para digerir la mantequilla", mientras se servía una gran porción, como para probar la excelencia del suyo. Aun en cosas baladíes, no podía soportar que alguien lo superase ni adquiriese más gloria. Contaba una prueba de atravesar el Orinoco a nado: había prometido hacerlo con las manos atadas a la espalda y lo llevó a cabo, si bien su edecán, por prudencia, puso dos nadadores a su lado. Antes de la comida, observaba la mesa, para ver si a alguien le faltaba algo; a veces invitaba a algún oficial de origen humilde, para enseñarle buenas maneras. El antiguo dandy se ufanaba de su arte en preparar ensaladas, aprendido en París. Abusabá de la pimienta y del ajo, pero no del café; nunca fumaba. Gustaba moderadamente del vino, porque aumenta el valor, disipa la pena y fortifica todo el organismo; sin embargo, pocas, veces siguió sus inspiraciones, aunque en una ocasión, desechando sus planes anteriores, dió comienzo de pronto a la batalla de Ibarra porque las últimas botellas de Madera le habían despertado la fogosidad: "No hay duda que el vino ha hecho ganar varias acciones, pero también habrá hecho perder algunas; y aunque el verdadero valor no necesita de otro estímulo que el honor, el cuerpo y el espíritu están mejor dispuestos cuando el estómago se encuentra fortalecido". El cuidado en el aseo meticuloso de su persona no se extendía a su habitación, la cual aparece aquí y en otros lugares como sucia y casi desprovista de muebles. Allí dicta a sus secretarios, balanceándose en la hamaca, o, siempre balanceándose, silba una marcha francesa, cuyo compás marca golpeando sus botas una contra otra. Si la lluvia le impide salir, recorre la casa a grandes pasos, canta y recita versos. "Parece entonces que no hay nada estable en él. ¡Cuán diferente es Su Excelencia en una visita de etiqueta! Con sus compañeros parece igual a ellos, el más alegre, y, a veces, el más loco". Pero con todo ello los tiene en una tensión tan constante que, cuando parte el Libertador por dos días, su secretario dice suspirando con alivio: "¡Cuán dulce es la libertad!" Luego, en la mesa, habla de América, desde un punto de vista general, con una especie de verbal alegría crea-
EN EL JUEGO
dora: "¿Qué voy a hacer de este Continente? ¿Sobre qué bases colocaré este vasto escenario adonde la humanidad del porvenir acudirá a refrescarse y a pasear sus grandezas y sus victorias? ¿Hasta qué punto mi voluntad y mi pensamiento habrán de acelerar o retardar este hecho de un futuro inevitable? Aquí vendrán a resucitar las poderosas naciones que se destruyeron, las soberbias ciudades que se derrumbaron y los pueblos que se apestaron y corrompieron. Yo tengo en mis manos esta bella porción de la tierra, que no me pertenece, que pertenece a la humanidad. ¿Qué voy a hacer con ella? ¿Cuál habrá de ser el fallo que sobre mí dictarán sus futuros pobladores? Parece euforia de moribundo ese estado de espíritu, comparado al terrible nihilismo de una hora antes. Por aburrimiento juega a las cartas, quebrantando la promesa hecha en París. Si gana, está de buen humor y se burla de los que pierden. En cierta ocasión pierde mucho y se marcha, tirando naipes y dinero en la mesa; pero luego, vuelve y dice: "Vean Uds. lo que es el juego: he perdido batallas, he perdido mucho dinero, me han traicionado, me han engañado abusando de mi confianza y nada de esto me ha conmovido como lo hace una mesa de ropilla; es cosa singular que un hecho tan insignificante como el juego, para el que no tengo vocación ninguna, me irrite, me ponga indiscreto y en desorden cuando la suerte me es contraria .. . Sin embargo, mañana empezaremos de nuevo, y si pierdo les prometo que estaré más paciente que esta noche". Y al día siguiente: "La ropilla de anoche me hizo meditar; yo he tenido, por circunstancias, que mezclarme en partidas en que se ganaba o perdía mucho dinero, en juegos de azar tales como el monte, los naipes, o el paro y pinto de los dados, y me mezclaba en ellos más bien con la idea de perder que de ganar. En la ropilla no es así: no es dinero lo que jugamos, sino que cada uno de nosotros pone en el juego su parte de amor propio, cuenta con su saber, cree tener más habilidad que los demás y, esperanzado con todo eso, se halla penosamente desappointé, como dicen los franceses, cuando la mala suerte destruye todos sus 350
EN LA IGLESIA
cálculos y su saber; esto, pues, no sucede con los juegos puramente de azar, y sí en los de sociedad, donde el saber entra por mucho; así es que no puedo con sangre fría perder mi amor propio. Ustedes me ganaron anoche, mas espero tener mi revanche, o, para hablar en castellano, mi desquite". Los días feriados va a la iglesia; no se persigna jamás ni sabe cuándo debe arrodillarse o estar de pie, y lee un libro ameno durante la misa. En cierta ocasión, durante los oficios, una mujer se desvanece, la gente corre a uno y otro lado, pero él no deja de leer; sin embargo, como su médico se sentase con las piernas cruzadas, Bolívar le llama la atención. Siempre prefirió el baile a la iglesia, y, aunque está enfermo, confiesa: "Hay hombres que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba y meditaba en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas. Sí, me hallaba solo en medio de mucha gente, porque me hallaba con mis ideas y sin distracción". Tanto de sus antiguos como de sus nuevos colaboradores habla con más agradecimiento que censuras. A los oficiales, cuando vienen a recibir órdenes, suele decirles "le encargo" en lugar de "le ordeno". En esta misma época, es tanto su afán de dirigir a los demás, que escribe cartas políticas a un inglés, luego lee las contestaciones y dicta nuevas cartas, como si aquello no le interesara nada. A menudo, lo tenso de la situación le obliga a hablar de la forma del estado, pro domo, naturalmente: "Los pueblos quieren más a los que más males les hacen; todo consiste en el modo de hacerlo. El jesuitismo, la hipocresía, la mala fe, el arte del engaño y de la mentira, que se llaman vicios en la sociedad, son cualidades en política; y el mejor diplomático, el mejor hombre de estado, es aquel que mejor sabe ocultarlos y hacer uso de ellos". Pero, al mismo tiempo, el Don Quijote lleva siempre ante sí el ideal eterno, como un estandarte sagrado, y cuando confiesa que sólo un déspota sería capaz de gobernar bien en Colombia, añade en seguida: "r_o
EN LA BIBLIOTECA
no lo soy, y nunca lo seré, aunque mis enemigos me gratifican con aquellos títulos ; mas mi vida pública no ofrece ningún hecho que los compruebe. El escritor imparcial que escriba mi historia o la de Colombia dirá que he sido dictador, jefe supremo nombrado por los pueblos, pero no un tirano ni un déspota". Insiste sin cesar en la injusticia de quien lo compara con Monteverde, Boyes o Morillo. Dice seguramente la verdad cuando afirma no haber leído a Maquiavelo en más de quince años. Pero en lugar de Maquiavelo ¿cuál es su lectura en aquellas semanas? Las aventuras del más hábil de todos los diplomáticos: la Odisea. En la biblioteca de Bolívar se hallaba no sólo cuanto había podido adquirir sobre Napoleón y César, Federico, Washington y la América del Sur, sino además los libros de Madame StaIl y del abate de Pradt, a quien, en testimonio de respeto, le había asignado una renta viajera. Allí se hallaban también, trajinados por el uso frecuente, libros en español, en francés, en inglés; Osian y el Tasso representaban el lado romántico, Voltaire y Hobbes el escepticismo; Humboldt y la exploración de minas, el aspecto venezolano, e inesperadamente se juntaban descripciones de la China y tratados de estrategia. Ni se le ocultaba a Bolívar que su huésped tomaba nota de todo, ni sería arriesgado afirmar que aquello lo complacía. En su presencia, es decir, ante la posteridad, hacía a veces el papel de Mefistófeles, descubriendo sus propios artificios. Pero su tono, siempre un poco impregnado de retórica española, no adquiría en aquellas ocasiones un colorido distinto al habitual. Su profundo anhelo de justicia no se expresa nunca de manera tan hermosa como en este afán por el sufragio de la posteridad, el cual lo dominaba aún violentamente. Así, reprueba un libro sobre las guerras de independencia, porque el autor, aunque lo favorece glorificando sus hazañas, carece de sentido crítico: "Porque estoy vivo, porque estoy en el poder... no puede escribir con imparcialidad quien, como el señor Restrepo, se encuentra, con respecto a mí, en una situación política subalterna... Son 352
SOBRE LA MUERTE DE SU MUJER
los pueblos los que deben escribir sus anales y juzgar a sus grandes hombres..." Con ocasión de uno de sus realistas exámenes del pasado, que lo llevaban a burlarse de Tales y de otros filósofos, comenzó a hablar de su juventud en términos significativos. Toda la mesa oyó sus palabras: "Miren Uds. lo que son las cosas: si no hubiera enviudado, quizá mi vida hubiera sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser alcalde de San Mateo ... Sin la muerte de mi mujer, no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa, y es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que adquirí en mis viajes, y en América no hubiera formado aquella experiencia ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me han servido en el curso de mi carrera política... Vean, pues, Uds. si ha influido o no sobre mi suerte". Esta explicación, repetida en diversas oportunidades, muestra cómo estilizaba su destino. Por temperamento de poeta, suponía también que la gloria había ocupado el lugar de su primer amor; por ello juró no casarse de nuevo y cumplió su palabra. Expresa esta interpretación de su destino anterior, relacionándola con otros temas importantes: la gloria, Napoleón. Ambos aparecen en sus conversaciones; pero cuanto dice además sobre Napoleón en esas semanas constituye quizás el documento más importante para comprender la personalidad de Bolívar en los últimos años de su vida. En este caso, como en los demás, las confesiones más íntimas son dichas, no escritas. En las pequeñas y en las grandes cosas se compara a Napoleón, que es su espejo, su único espejo. En él aprendió a no conceder altos cargos a sus parientes. Admiró tanto la sobriedad de su traje en Milán, en medio de aquel cortejo soberbiamente vestido, que hubiera hecho lo mismo, si no temiera caer en la imitación: "a lo cual hubiesen agregado después que mi intención era de imitarlo en todo". Compara al general Salom con Berthier y a otros generales de Napoleón con militares colombianos; mas, al referirse al rango social de éstos, expresando
Bolfvar-23.
SOBRE N APOLEON
sus propios ideales, dice que son: los primeros, súbditos de un monarca poderoso; los segundos, ciudadanos de un estado libre; aquéllos, favoritos del emperador; éstos amigos del Libertador. Los sibaritas del siglo preferirían seguramente el lugar de los primeros, pero los Licurgos y Catones modernos preferirían haber sido los segundos". Sin embargo, Bolívar acabó por confesar dos veces, en conversación con el francés, cuán profundamente admiraba a Napoleón. La corona no lo había impresionado, pero: "Lo que me pareció grande fué la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que conquistaría el que lo libertase; pero ¡cuán lejos me hallaba de imaginar que tal fortuna me aguardaba! Más tarde sí empecé a lisonjearme de que un día podría yo cooperar a su libertad, pero no que representaría el primer papel en aquel grande acontecimiento". Cierta vez, hojeando un libro sobre Napoleón —leía cuanto encontraba— lo tiró sobre la mesa, exclamando: "¡Qué injusticia! ¡Qué falsedad!", y después de un silencio, dijo: "Ud. habrá notado, no hay duda, que en mis conversaciones con los de mi casa y otras personas nunca hago el elogio de Napoleón; que, al contrario, cuando llego a hablar de él o de sus hechos, es más bien para criticarlos que para aprobarlos, y que más de una vez me ha sucedido llamarlo tirano, déspota. .. Todo esto ha sido y es aún necesario para mí, aunque mi opinión sea diferente; pero tengo que ocultarla y disfrazarla para evitar que se establezca la opinión de que mi política es imitada de la de Napoleón, que mis miras y proyectos son iguales a los suyos, que, como él, quiero hacerme emperador o rey, dominar la América del Sur como ha dominado él la Europa; todo esto lo habrían dicho si hubiera hecho conocer mi admiración y mi entusiasmo por aquel grande hombre. Más aún hubieran dicho mis enemigos: me habrían acusado de querer crear una nobleza y un estado militar igual al de Napoleón en poder, prerrogativas y honores. No dude Ud. de que esto hubiera sucedido si yo me hubiera mostrado, como lo soy, grande apreciador del héroe francés; si me hubieran oído elogiar su política, hablar con
FINAL DE LA CON VENCION
entusiasmo de sus victorias, preconizarlo como primer capitán del mundo, como hombre de estado, como filósofo y como sabio. Todas éstas son mis opiniones sobre Napoleón, y todo lo que a él se refiere es para mí la lectura más agradable y más provechosa; allí es donde debe estudiarse el arte de la guerra, el de la política y el de gobernar". Tales palabras, de cuya autenticidad nadie duda, son tan verdaderas, que sería imposible inventarlas más ajustadas para ponerlas, en un drama, en boca de Bolívar. Dan una luz diáfana sobre el secreto de sus conatos y represiones, sobre el gran conflicto de este hombre, nacido para reinar, pero vuelto siempre hacia la libertad, corno único sol que le impidiese aterirse; son treinta años de perenne dilema: primero, execrar la coronación y luego desear imitarla. Este combate entre Rousseau y César, entre Robinson y Napoleón, llegaba a su término dos años antes de la muerte de Bolívar, llevándolo a decidirse por una tiranía benévola. Si un eterno pensamiento en la gloria no se hubiera aposentado en Bolívar, mucho antes habría recurrido a ella. Y, a pesar de todo, iba a recurrir a la dictadura.
VIII Se aproximaba el final de la convención. La tercera parte de los diputados la abandonó de pronto, impidiendo por falta de quórum la continuación de las deliberaciones. Fueron los partidarios de Bolívar, pero él se abstuvo de entrevistarse con ellos para no parecer interesado en aquella solución. Era, para él, como una victoria pacífica, o mejor, una derrota de Santander, y nuevamente brilló la ironía superior de Bolívar: "Una señal bastaría para eso, y mis enemigos, los de Colombia, no quieren ver que su exterminio está en mis manos y que tengo la generosidad de perdonarlos. Cualquiera de ellos en mi lugar no dejaría de dar la señal no sólo para mi asesinato, sino para el de todos mis amigos, de todos mis partidarios y de todos los que no profesan sus opiniones. Tales son nuestros libe355
ULTIMA DICTADURA
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rales: crueles, sanguinarios, frenéticos, intolerantes y cubriendo sus crímenes con la palabra Libertad, que no temen profanar". De modo muy distinto habló a los diputados, pues publicó entonces una proclama en que decía: "A nombre de Colombia os ruego... que nos deis... para el pueblo, para el ejército, para el juez y para el magistrado ¡ ¡ ¡Leyes inexorables!!!" Santander trató una vez más de utilizar esta apelación a la dictadura para atacar a su enemigo, pero ya era tarde: el resto de la convención se disolvió, hallándose con menos del quórum reglamentario, pero dejó en pie, por cuarenta y cuatro votos contra veintidós, la antigua constitución y resolvió que el Libertador permaneciese en el poder supremo. Mientras crecía en todo el país el movimiento en favor de la dictadura y el propio Páez se sumaba a él, Bolívar se limitaba a hacerse el inocente, del modo más volteriano: "Sí amigo, me he convertido al camino del cielo: me estoy arrepintiendo de mi conducta profana, cansado de imitar a Alejandro ando en pos de Diógenes para robarle su tinaja, o su tonel, o su casa. De todo se cansa uno en este mundo: ésta es culpa de la naturaleza, a quien no tengo derecho de improbar ni de reformar. Es tiempo, pues, de que entren otros héroes a representar sus papeles, que el mío ha terminado, porque Ud. sabe muy bien que la fortuna, como todas las hembras, gusta de mudanzas, y como mi señora se ha cansado de mí yo también me he fastidiado de ella". Ocho días después de esta carta, se encargó de la dictadura y la conservó año y medio. Durante la crisis, gran parte de la nación confiaba realmente en Bolívar. Los diputados, presentándose ante él, y su entrada triunfal en Bogotá, dieron pie a un despertar de sus esperanzas; pero el discípulo de Rousseau, persuadido de que las revoluciones no concluyen como han comenzado, insistió en la necesidad de un plebiscito para preparar el congreso de 1830. A su embajador en Londres le escribió lo siguiente: "Mas la Providencia, que no nos quiso abandonar, le inspiró al pueblo de esta capital aquello que él ha considerado como el único medio de salvación, y el 13 del corriente presentó en la plaza el
LA RELIGION
acta que Ud. verá, y me confirió su soberanía". Halagaba al general Páez diciéndole que aquella victoria era obra suya y añadía esta frase significativa: "Mi plan es apoyar mis reformas sobre la sólida base de la religión, y acercarme, en cuanto sea compatible con nuestras circunstancias, a las leyes antiguas, menos complicadas y más seguras y eficaces". En otros pasajes califica la religión de sortilegio "que yo deseo encender para oponerlo contra todas las pasiones de la demagogia". Decreta la vuelta al derecho canónico, concede facilidades al clero y nombra consejero de estado al arzobispo. Restablece las antiguas misiones católicas, suprimidas por enseñar al pueblo religión y oficios, y le escribe al papa solicitando sacerdotes. En otros terrenos rectificó también algunos de sus anteriores actos de autoridad. Los indios, a quienes había exonerado del tributo establecido por el gobierno español, soportaban impuestos tan elevados que le presentaron la petición de volver a su condición anterior. Huyendo de los impuestos y del servicio militar, miles de ellos, refugiados en las sabanas, habían retornado al salvajismo. Bolívar no solamente lo sabía, sino le parecía ver en ello la ironía de la suerte y su tragedia personal. Así, en el hermoso centro de su energía resucitada, lo asaltan sus antiguas dudas y sus antiguos sueños. Siempre Napoleón le sirve de medida de sus actos, y a uno de sus íntimos le escribe: "Ud. vió esa revolución de Francia... y, sin embargo, ocho años y un hombre le pusieron término y le dieron una dirección enteramente contraria. Y si nosotros hemos necesitado del doble y algo más de tiempo, es porque nuestro hombre es... infinitamente más pequeño que el de Francia y necesita diez veces más tiempo que Napoleón para hacer mucho menos que él: pero creo que sí hará algo que se parezca a la felicidad de Colombia; pero no todo lo que ella necesita, porque tenemos un inmenso inconveniente ¿sabe Ud. cuál es? ¿Lo ha adivinado Ud.? Creo, mi querido amigo, que Ud. lo sabe demasiado ... Colombia se va a perder por la falta de ambición de parte de su jefe; me parece que no tiene amor al mando y sí alguna inclinación a la gloria;
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DEBILIDADES
y más aborrece el título de ambicioso que a la muerte y a la tiranía. Puede ser que parezca a Ud. muy cándida esta confesión y jactanciosa además, pero qué quiere Ud., yo soy así y no me puedo contener con mis amigos". Aun en el caso de que estas palabras, escritas a poco de establecer la dictadura, fueran dirigidas a la posteridad, justamente por ello mismo contendrían la verdad más profunda. Apenas parece darse cuenta de que, con envidia, se compara al hombre que destruyó la revolución, aunque no era obra suya, como lo era la de Bolívar. Y la palabra del poeta sobre la felicidad de Colombia surge en medio de tantas negaciones, como una flor sobre la nieve. Tanta prudencia y tantas dudas, un concepto tan platónico de su propia situación, eran en realidad demasiado fuertes para no trabar a la postre a un hombre de acción. No se lleva impunemente una juventud de dandy, es decir, de hombre sin respeto por nada, sin aspiración a nada, y que, gozando de la privanza de la fortuna, lo conoce ya todo, aunque no le da importancia. El poderoso de treinta años, que nunca sintió el deseo de nada, encontró el poder demasiado tarde para amarlo, pero la gloria se le apareció al adolescente entre las ruinas de Roma, suficientemente temprano para dominar a perpetuidad en su corazón. También delata su estado de espíritu su paciencia con Santander. Si halagaba a Páez, bastantes razones había en favor de ese distante caudillo, poderoso en su provincia y, oficialmente, adepto a Bolívar. Pero ¿por qué no arresta ahora a Santander? Estuvo a punto de sucumbir a sus manejos en la convención y supo que preparaba un atentado contra él. El procurador había pedido su arresto: "Mas tan luego como venga, o antes si las circunstancias - lo exigen, se cumplirá lo que el fiscal pide y lo que la vindicta clama para su reposo. Por mi parte bien resuelto estoy a llenar la sentencia de los tribunales". Si se equivocó en ello, no cabe excusarse con la clemencia o con Rousseau, aunque Bolívar invocase con este motivo el derecho de inmunidad. Eran las debilidades propias de un hombre enfermo y envejecido, que acentuaban su escepticismo hasta hacerlo dudar de sus propios derechos.
EL VALOR DE MANUELA
Bolívar hizo más, o si se quiere, menos aún: Nombró a Santander embajador en Washington. Éste había reunido en torno suyo a los descontentos, desprovistos de cargos, que acusaban al gobierno de corrupción; en las logias masónicas, donde se tenía a Bolívar por renegado a causa de haberse hecho clerical, promovió una protesta contra la dictadura y un movimiento en favor de la democracia. Fomentaba también revueltas en varios regimientos del país, y antes de salir para su misión, ya todo estaba preparado para que un día regresase como desterrado y libertador. En el círculo de Bolívar, sólo Manuela, aunque simbólicamente, hizo lo que era preciso. En una fiesta en Bogotá quemó un Judas que representaba a Santander. Durante los últimos años había vivido mucho tiempo al lado del enfermo solitario y, sin duda, con mayor intimidad que antes. Entre los pocos fieles, sólo ella lo compren. día. Las aventuras galantes de Bolívar ya habían cesado, pero siempre ocurrían choques entre aquellos dos temperamentos orgullosos. Ninguna prueba mejor de que, al cabo de seis años o más, aún estaba vivo el amor. Bolívar le escribía: "Albricias. Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la oferta de la carta, pero no vi a Torres, y la mandé con Ur., que te la dió. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura, la otra me divirtió mucho por tu buen humor y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra más elocuente que tu Eloísa, tu modelo. Me voy para Bogotá. Ya no voy a Venezuela. Tampoco pienso en pasar a Cartagena y probablemente nos veremos muy pronto. ¿Qué tal? ¿no te gusta? Pues, amiga, así soy yo que te ama de toda su alma". yelo de mis años se reanima con tus bondades y
---gTacias. Tu amor da una vida que está espirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no
MASCARAS Y PUÑALES
verte: apenas basta una inmensa distancia. Te veo aunque lejos de ti. Vén, vén, vén luego. Tuyo de alma". Cuando Bolívar se ausenta, ella da fiestas en Bogotá, les enseña a sus amigos el idioma de los incas, y como alguien le regale un trabajo de pedrerías, se negará a aceptarlo porque no le han gustado las esmeraldas. A la sazón solía montar un potro bayo, vestida a la turca, con pistolas en la cañonera de la silla, medias botas, espuelas de plata y suelta la cabellera bajo el sombrero amarillo, adornado con una escarapela. Bolívar frecuentemente la llamaba "mi esposa"; y en otra ocasión, en una carta a un amigo, "la amable loca"; pero se enfadaba y recomenzaban las quimeras, si ocurrían escenas como aquella donde hablando delante de él con algunos oficiales de los preciosos encajes de su país se alzó un poco las faldas para enseñar el ruedo. Pero ¡hay que verla, si se acerca algún peligro! Durante los primeros meses de la dictadura, en un baile de máscaras donde el Libertador se divertía extraordinariamente, un disfraz se le acercó de pronto, en la antecámara, y le advirtió que en el interior, entre los invitados, se hallaba el doctor González con un arma oculta. La rapidez de aquello no le permitió precisar si Manuela, que indudablemente no tomaba parte en la fiesta, era quien lo ponía sobre aviso. Luego su edecán le confirmó la cosa. "Esto no se puede sufrir", exclamó, y se salió del baile.
IX Cuatro semanas más tarde, se llevó a efecto el golpe fracasado en el baile. Se urdió una conjuración para prender y matar a Bolívar. Habiéndose ido, Santander no tendría nada que temer si fallaba la tentativa. Quizás no estaba por el asesinato de Bolívar, sino por que se le arrestara. Lo ocurrido en la noche de septiembre, tres 'meses después de instalada la dictadura, puede establecerse con toda exactitud, de acuerdo con los informes: Bolívar duerme en su palacio de Bogotá. Hay fuera un oficial de guardia, pero no centinelas. Manuela, despierta,
EL ATENTADO DE SETIEMBRE
a eso de la media noche, oye pasos en la calle, ladridos de perros y el ruido de un cuerpo al caer; en seguida, puertas derribadas y gritos de "Muera el tirano", "Viva la libertad", "Viva Santander'". Bolívar despierta también, se viste precipitadamente, toma sus pistolas y quiere abrir; pero Manuela se lo impide y lo obliga a saltar a la calle por un balcón no muy alto. Cuando los conjurados fuerzan la puerta, hallan a una mujer en guardia, con una espada desnuda en la mano. En ese momento aparece un oficial y lo matan de un pistoletazo. Los asaltantes rodean a la mujer y le gritan amenazándola: "¿Dónde está Bolívar? ¿Qué se hizo del tirano?". Con la mayor sangre fría, responde: "Está en la sala del consejo". Registran toda la habitación y se apresuran a llegar a la otra puerta que conduce al consejo. Manuela está en salvo y Bolívar ha ganado tiempo. Éste logró esconderse bajo un puente y pasó allí dos o tres horas en espera angustiosa y desmoralizadora. Al fin oye pasos de tropas y gritos de "Viva Bolívar". Sale de su escondite y llega hasta el cuartel de artillería en el otro extremo de la ciudad, toma un caballo y se presenta en la plaza, frente a la catedral, a la cabeza de los artilleros. Allí tiene noticias de que las tropas se han amotinado. Bolívar entonces ordena la toma del cuartel y el arresto de todos por un escuadrón de caballería. En la plaza mayor gritan sin cesar "Viva el Libertador". Rodeado de una muchedumbre enardecida de alegría, exclama: "¿Queréis matarme de gozo, acabando de verme próximo a morir de dolor?". Luego, al ver a Manuela, le dice: "Tú eres la libertadora del Libertador". Con este rasgo de humor, quien tanto había abusado de lo patético en sus discursos, trata de disimular el patetismo de una hora trágica. La pasión de Bolívar no necesita de aquel gesto para reforzarse, pero aquella noche la abnegación de Manuela puso un sello ardiente en la unión de ambos. Ella devolvió, al gentilhombre decepcionado de sus amigos, el convencimiento de que aún le quedaba un amigo en el mundo, pues vió arriesgar la vida por él a la mujer a quien había amado más tiernamente. Pero ¿qué actitud tomó Bolívar con los conjurados?
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"AQUI ME HAN ENTRADO LOS PUÑALES"
Hizo condenar por el tribunal militar a catorce de ellos, cuyos nombres figuraban en un lista secreta; entre otros, un general, un coronel y un profesor fueron fusilados y expuestos sus cadáveres. Además, Bolívar hizo confirmar esta sentencia por el Consejo de Estado. Santander, quien casualmente o adrede no había salido de Bogotá, fué arrestado y, convicto de su culpabilidad en aquella alta traición, condenado a muerte. Bolívar conmutó esta pena en destierro. • El agotamiento de su alma era mucho mayor que cuando hizo fusilar a Piar, pues ahora se trataba de un amigo en quien, durante mucho tiempo, había depositado su confianza, y a quien, algunos meses antes, en el momento de la separación, no lo creía capaz de un acto semejante. A su memoria ha debido volver aquella escena ocurrida al principio de sus relaciones, en los comienzos de la guerra, cuando, quince años antes, le había dicho: "No hay alternativa ... o Ud. me fusila o positivamente yo lo fusilo a Ud". Hoy el poder, el derecho y la moral le ponen en las manos a su enemigo, y, sin embargo, retrocederá diciendo: "Yo estoy moralmente asesinado; aquí, señalando el corazón, aquí me han entrado los puñales. ¿Ése era el premio de mis servicios a Colombia y a la independencia de la América? ... Santander es la causa de todo; pero yo seré generoso, porque mi gloria me obliga a serlo". "La sangre de los culpables reagrava mis sentimientos. Yo estoy devorado por sus suplicios y por los míos". Los móviles de este acto, el más noble y absurdo de Bolívar, son su respeto a la posteridad, el hidalgo sentimiento del honor y la profunda tristeza que le inspira toda la humanidad. O bien ¿era debilidad? Por mucho tiempo Bolívar no pudo resolver esta cuestión. No lo atormentaba su conciencia, sino la de sus asesinos. Le agobiaba la falta de pruebas irrefutables sobre la complicidad de Santander, pues su razón le decía que éste no era capaz de cometer un crimen buscando sólo su personal beneficio. Antes del juicio se mostró dispuesto a perdonarlos a todos si el tribunal tomaba el partido de Santander. Después del juicio le escribió de su puño y letra al general Montilla:
CONCIENCI11 ATORMENTADA
"¡Con cuanto sentimiento habrá Ud. oído la noticia de la gracia hecha a Santander y sus compañeros! ... Primero decían mis juiciosos amigos que no se debía condenar sin pruebas evidentes, y después que no era conveniente ejecutarlo; últimamente, me han probado que mi gloria valía más que la patria. Yo he conservado el título de magnánimo y la patria se ha perdido. Mucho me duele, pero no lo puedo ya evitar... Yo estoy tan molesto que me voy al campo por algunos meses por no desesperarme... No soy santo ni quiero sufrir el martirio. Sólo la suerte de mis pocos amigos me retiene en este suplicio". Al mismo tiempo, a su amigo Briceño Méndez: "Las cosas han llegado a un punto que me tienen en lucha conmigo mismo ... Mi existencia ha quedado en el aire con este indulto, y la de Colombia se ha perdido para siempre. Yo no he podido desoír el dictamen del consejo con respecto a un enemigo público, cuyo castigo se habría reputado por venganza cruel. Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa ... Dirán, con sobrada justicia, que yo no he sido débil sino en favor de ese infame blanco que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria. Esto me desespera". Algunos meses más tarde, aquella gracia le hace insistir en que a la larga Santander causaría la ruina del país, que su vida es una vergüenza, que el gobierno inglés le ha manifestado al embajador colombiano su poca confianza respecto a un país donde se trata de asesinar al presidente en su cama. El efecto fué tan profundo y durable, que la participación de estudiantes en el complot lo llevó a modificar el programa de enseñanza, haciendo vigilar las lecturas, aumentando el latín y la historia eclesiástica y suprimiendo los cursos de derecho público y de política. En esto se ve un gran carácter lanzado en las mayores contradicciones, sometido al más profundo pesar de conciencia, en lucha tan violenta entre el rigor y la clemencia, entre la disciplina militar y la filosofía, que llega hasta atribuir a sus amigos y al consejo de estado aquel perdón
NUEVA GUERRA CIVIL
hijo de sus más nobles sentimientos, como si siempre no hubiera sido él, y sólo él, dueño único y promotor de sus propios actos. Y mientras se envuelve a sí mismo y a los de su círculo en reproches por aquella clemencia que será un día la ruina del país, deseoso de salvar la vida de algunos individuos complicados en el asunto, encarga a Manuela de esconderlos en su casa.
X "Estoy resuelto a marchar, y marcharé dentro de ocho días con la oliva en una mano y la espada en la otra...Es la voz del joven audaz, partido veinte años antes, a la cabeza de doscientos hombres, para destruir el imperio español. Una vez más el sol del Libertador brilla en la tinieblas de su alma ensombrecida. Pero ¿contra quién se dirige Bolívar en su última campaña? Ya no hay guerreros españoles en el continente, y si algunos quedan, son muy pocos y sólo se muestran esporádicamente. Todos fueron expulsados. Las tropas y los jefes contra quienes va a combatir son americanos, tan americanos como aquellos que algunos meses antes trataron de asesinarlo en su lecho. El Libertador no sólo de sus compatriotas, sino de cuantos moran en América hasta la lejana montaña de plata del Potosí, en su última campaña, desnuda por primera vez la espada contra los mismos americanos. En la postrera vuelta del camino, la historia del nuevo Don Quijote se enrumba hacia la alta tragedia. Los peruanos avanzan contra el Ecuador. Han penetrado en el sur de Colombia, donde, indudablemente para vengarse de su independencia, han destruído pueblos y aldeas. El derrocamiento de todos sus anhelos y previsiones, de todas sus hazañas y de todas sus victorias, la desdicha social, hija de su obra, todo aquello lo ha comprendido Bolívar y lo ha descrito durante los últimos años, en cartas desesperadas, que llenan varios volúmenes. Mas al saber que allí donde había vencido a los españoles los peruanos atacaban a Colombia, su propia hermana, sintiéndose nuevamente soldado, otra vez
"LIBERAL A LA TART ARA"
sobre el caballo su cuerpo enfermo, emprendió el camino hacia el sur, a la cabeza de las tropas. Sucre se apresuró a tomar la delantera. Cansado y decepcionado, después de renunciar a la presidencia de Bolivia, se hallaba de vuelta en Quito. Venció al invasor en la batalla de Tarqui, y según su costumbre, le ofreció una capitulación harto generosa. Bolívar, a su vez, comenzó tratando de negociar e intervino en la provincia de Pasto, siempre dispuesta a la revuelta. Bolívar escribió: "Yo estoy loco con tan faustos sucesos "Me han devuelto mi salud". Pero, en la misma época, se produjo una rebelión en el cuerpo colombiano acantonado en Lima. Poco después el general Córdoba, uno de los más destacados oficiales colombianos de la campaña libertadora del Perú, se pronunció contra el Libertador, alegando públicamente que ya estaba demasiado viejo y era preciso destituirlo del mando supremo y separar los tres países. Obraba en colaboración secreta con el norte, con Páez y con Mariño. Enviado O'Leary a someterlo, en el encuentro que tuvo lugar Córdoba quedó derrotado y muerto. Del Ecuador urgían a Bolívar a aceptar la corona, para poner fin a tantas disensiones. Todo el continente se hallaba en revolución, y dondequiera se reconocía que sólo la firmeza y la unidad de Colombia eran capaces de restablecer la calma. En México y en Guatemala reinaba la anarquía desde el año anterior. En Buenos Aires, según la expresión de Bolívar, había en el momento muchas revoluciones a la vez; en Bolivia, en un lapso de cinco días subieron al poder tres presidentes, dos de ellos cayeron asesinados; Chile estaba en manos de los insurgentes; en el Plata un rebelde hizo prender y matar al presidente legítimo y estableció un gobierno "liberal a la tártara". En medio de estos combates y de estas noticias, Bolívar halló de nuevo un amigo durante la campaña; era el último y quizás el único fiel y fuerte a la vez. Cuando encontró al Mariscal Sucre en Quito, al cabo de cinco años de separación, hubo testigos que lo vieron echarse en sus brazos llorando.
LA MALDICION DEL PODER
Esta escena sin semejante en la vida de Bolívar revela la soledad del hombre envejecido, a quien, en otra época, la muchedumbre de cortesanos y compañeros de fiestas lo obligaba a buscar el aislamiento interior. A la maldición del oro, que envolvió su juventud en el tedio y en la ociosidad, porque no amaba la fortuna material, le siguieron diez años de energía, de poder y de éxitos inauditos. En medio de sus camaradas y subalternos, su fuerza vital largo tiempo contenida, se lanzó en un movimiento audaz y salvaje, rodeándose de hombres y de mujeres, en cuya compañía realizó sus sueños de poeta. Ahora pesaba sobre él la maldición del poder, porque como no lo amaba no podía defenderlo. Por ello los impacientes se tornaron en rivales y en asesinos, rechazándolo hasta aquella soledad donde no florece sino la gloria. Y así fué como al final no le quedaban sino su amiga y el único amigo a quien amaba. Pero esta vez también su presencia y, sobre todo, lo precario de la situación, estimularon la energía vital de Bolívar, y si por una parte se daba cuenta de que, "La América entera es un cuadro espantoso de desorden sanguinario. Vivimos sobre un volcán y nos desmoralizamos hasta el punto de desconocer todo principio", por otra en una serie de cartas oficiales solicitaba continuamente naves para someter al Perú por la costa, y además escribía: "La liga de Colombia, el Perú y Bolivia es cada día más necesaria para curar la gangrena de la revolución". "Procuraremos salvarnos del naufragio de la América". Los peligros, que siempre daban pábulo a la fogosidad de Bolívar, no dejaron de aumentarle el sentimiento de su valor personal, y llegó hasta escribir: "Y además mis enemigos son unos pobres locos... todos se vuelven locos cuando me quieren hacer la guerra, porque está visto que hay una Providencia especial para mí". Pero apenas el enemigo queda vencido, hasta donde es posible vencerlo con las armas, Bolívar cae de nuevo en los abismos de su misantropía, acentuada hasta la desesperación. Durante el verano escribe principalmente cartas oficiales, dirigidas a los ministros, a sus edecanes y también a Páez. Impregnadas todas de cansancio, nin-
SIEMPRE POR. LA GLORIA
na expresa temor respecto al poder; eran simplemente _!Dpilogos. "Me han llamado tirano, y los hijos de nuestra capital an tratado de castigarme como a tal. Por otra parte, a _mí nadie me quiere en la Nueva Granada, y casi todos sus militares me detestan. Un centenar de hombres de bien me juzga necesario para la conservación de la república, considerándome más bien como un mal necesario que como un bien positivo. Esto es lo cierto, lo evidente, lo infalible. ¿Por qué he de hacer yo servicios a quien no los ha de agradecer? . .. En semejantes países no puede levantarse un libertador sino un tirano ... Yo autorizo a Ud. para que haga uso de estas ideas como tenga por -conveniente; en la inteligencia de que no las mudaré por nada-. "Jesucristo sufrió treinta y tres años esta vida -mortal: la mía pasa de cuarenta y seis; y lo peor es que yo no soy un Dios impasible, que si lo fuera aguantaría toda la eternidad. Aquí tiene Ud., mi querido amigo, mi confesión general. .. Esta fastidiosa carta es hija de una atrabilis mortal que me devora". "¡Parezco un viejo de sesenta años!". "Considérese la vida de un hombre ,que ha servido veinte años, después de haber pasado la mayor parte de su juventud, y se verá que poco o nada le queda que ofrecer en el orden natural de las cosas. Ahora, si se atiende a que esta vida ha sido muy agitada y aun prematura... entonces se debe deducir que cuatro o seis años más son los que le restan de vida; cuatro o seis años de poca utilidad para el servicio y de muchas penas para el doliente". Estas cartas las escribe un dictador a quien le hubiera sido fácil hacerse conceder cualquiera glorificación. Pero si se procura oscurecer su gloria, si Benjamin Constant, en París, lo trata de usurpador mantenido en el poder a fuego y hierro, ese artículo de periódico escrito a mil leguas de distancia le produce tanta agitación, que durante varias semanas se justifica en cartas continuamente repetidas: "Constant no puede ser despreciado. Todo ésto me molesta bastante... porque es muy desagradable sufrir vituperios por todas partes". "Me es imposible soportar el escarnio de todos los liberales del mundo". Para 367
SIEMPRE POR EL PODER
refutar a Constant quiere publicar todos los documentos relativos a la conspiración y ordena su defensa al embajador en Londres. Al mismo tiempo escribe a uno de sus partidarios: "Mi nombre pertenece ya a la historia: ella será la que me hace justicia ... No cedo en amor a la gloria de mi patria a Camilo; no soy menos amante a la libertad que Washington, y nadie me podría quitar la honra de haber humillado al León de Castilla desde el Orinoco al Potosí". Este deseo de escribir, o por lo menos de dirigir por anticipado a sus historiadores, lo impulsa a decirle espontáneamente a su embajador en Londres que cuanto se contaba a propósito de su fuga en Ocumare, doce años antes, era una calumnia: nunca el miedo lo había obligado a dar un paso. El cálculo y, sobre todo, la audacia, lo habían guiado en aquella ocasión. Fué engañado por un traidor y por los marinos extranjeros, e iba a descargarse un pistoletazo cuando uno de ellos volvió para salvarlo, llevándoselo en un bote: "Este hecho necesita de una explicación detallada". Al lado del platónico y del poeta que sueña con la posteridad, se despierta todavía el político en busca de una salida final y la encuentra en su propio poder, exento de límites temporales. Pero como su mayor deseo es no retenerlo, se orienta hacia la reforma proyectada en su constitución, hacia el congreso, el cual debe prepararse en breve, y se propone abandonar sus funciones dentro de pocos meses, debiendo sucederle Sucre en la presidencia. Renunciar voluntariamente al poder y a su situación equivale, en cierto modo, al abandono de su obra. En diversas ocasiones aconseja oficialmente al Ministro de Relaciones Exteriores la división de Colombia, porque, como venezolano, no puede obtener la obediencia de los granadinos: "No pudiéndose adoptar ninguna de estas medidas porque el congreso se oponga a ellas, en este extremo solamente debe pensarse en un gobierno vitalicio como el de Bolivia". "Serviré hasta de verdugo si nombran un nuevo magistrado; y si no, ni de Dios". "No deseo más que mi licencia, o la libertad como los soldados o esclavos". De pronto, piensa en otra solución, en la cual la figura
INCONVENIENTES DE LA MONARQUIA
de Bolívar, a punto de hundirse, despide su más hermoso fulgor. Creeríase escuchar a un adolescente resuelto a salvar sus ideales, si la risa de Mefistófeles no resonase detrás, cuando le propone a su edecán: "Allá va una idea para que Ud. le dé vueltas y la considere bien: ¿no sería mejor para Colombia y para mí, y aún más para la opinión, que se nombrase un presidente y a mí se me dejase de simple generalísimo? Yo daría vueltas alrededor del gobierno como un toro alrededor de su majada de vacas. . . El gobierno estaría sentado sobre su silla gozando de plena tranquilidad y seguro de que yo me presentaría por todas partes como un muro dentro del cual se salvarían el orden público y la paz doméstica . . . Si no se adopta este partido, o me pierden a mí, o pierden a Colombia; y en ambos casos nos perdemos todos... ¡Por Dios, O' Leary, por Colombia y por mí! propague Ud. este pensamiento. Insinúelo Ud. en el espíritu de los legisladores; y yo le autorizo, además, para que dé un papel a la imprenta lleno de fuerza y de elocuencia probando la utilidad de la adopción de esta medida". '`'Esta idea, irrealizable, por ser como eran las circunstancias, el pasado y el carácter de Bolívar, evoca las noches sin sueño, cuando, a semejanza del jugador en cuyas manos se halla la última carta y el último dinero, medita por centésima vez las probabilidades de salvarse. Una de ellas fué siempre la corona, ahora ofrecida de nuevo por ciertos círculos ecuatorianos. Bolívar, aún prescindiendo de las otras razones, estaba ya agotado en demasía para esta solución; pero la del príncipe extranjero, a la sazón sueño de millones de americanos, le parecía también imposible. Los motivos en que se funda son muy importantes: "El pensamiento de una monarquía extranjera para sucederme en el mando, por ventajosa que fuera en sus resultados, veo mil inconvenientes para conseguirla. Primero: Ningún príncipe extranjero admitirá por patrimonio un principado anárquico y sin garantías. Segundo. Las deudas nacionales y la pobreza del país no ofrecen medios para mantener un príncipe y una corte miserablemente. Tercero. Las clases inferiores se alarmarán, temiendo los efectos de la aristocracia y de la desigualdad. Y cuarto. Los
INCONVENIENTES DE LA MONARQUIA
generales y ambiciosos de todas condiciones, no podrán soportar la idea de verse privados del mando supremo ... Un país que está pendiente de la vida de un hombre corre tanto riesgo como si lo jugaran todos los días a la suerte de los dados". -Ni quiere ningún príncipe de Europa subir a un cadalso regio". Y por este estilo dice además muchas otras cosas contra la corona. Pero el convencimiento de la inutilidad de todo lo estrangula sin cesar en lo más profundo. El temor lo sacude pues "lo peor es que la Europa toda se pondrá de acuerdo con la España y conquistarán todo el país sin que puedan hacer resistencia los antiguos patriotas". Termina pensando que la culpa no es imputable solamente a celos y discordias entre rivales, sino también a su propio error, al haberle dado al pueblo una forma de estado contraria a sus inclinaciones: "Tanto más que veinte revoluciones sucesivas han atacado mis constituciones y mi autoridad. Éste es un testimonio de que mis ideas están en oposición con las inclinaciones del pueblo, y que mi administración lo desespera hasta hacerle cometer los mayores atentados para librarse de mí. Me engañaban mis amigos; o más bien, ellos se engañaban creyendo que todos los actos hostiles contra mi gobierno eran efecto de las maniobras clandestinas de mis enemigos particulares. Cedí yo entonces a sus instancias porque me dejaba alucinar, mas, desengañado ahora, y bien desengañado, no me es posible creerlos otra vez ni ceder de nuevo". Pero, a fines del año, cuando estallan revueltas en el país, reconoce de nuevo claramente la mano del instigador. Cuando Páez declara públicamente que tales insurrecciones son consecuencias de los proyectos monárquicos de Bolívar y el departamento de Venezuela decreta el destierro del Libertador, en éste aparece de nuevo el gentilhombre irritado y escribe: "Yo he perdido mucho con este movimiento, porque se me ha privado del honor de dejar el mando espontáneamente. Además, la infamia de mi país nativo me recuerda los crímenes de Atenas; y esto, unido a los desastres que terno, me despedaza el corazón. Aseguro a Ud., mi querido amigo, que nunca he
RENUNCIA
sufrido tanto corno ahora, deseando casi con ansia un momento de desesperación para terminar una vida que es mi oprobio". XI El año de 1830, último de su vida, lo comenzó presentándose ante el congreso y renunciando para siempre los poderes de presidente y de generalísimo, después de haber ejercido la dictadura por año y medio. Sucre presidía el congreso, y le prestó un resto de calor. Fuera del suyo, quizás pocos rostros expresaban amistad o emoción. La mayor parte de los diputados observaban seguramente con curiosidad y con cierta satisfacción la decadencia física del gran hombre que les hablaba por última vez. Fué un discurso quizás único en la historia moderna por su inexorable y fría verdad, por la pintura cruelmente clara de la situación; pero no contenía ningún ataque contra sus enemigos: un discurso frío y brillante, como una llanura de cristal: "Pero las lecciones de la historia, los ejemplos del viejo y nuevo mundo, la experiencia de veinte años de revolución, han de serviros como otros tantos fanales colocados en medio de las tinieblas de lo futuro ... Libradme, os ruego, del baldón que me espera si continúo ocupando un destino que nunca podrá alejar de sí el vituperio de la ambición. Creedme: un nuevo magistrado es ya indispensable para la república... Los estados americanos me consideran con cierta inquietud.. En Europa mismo no faltan quienes teman que yo desacredite con mi conducta la hermosa causa de la libertad . .. La república será feliz, si al admitir mi renuncia nombráis de presidente a un ciudadano querido de la nación: ella sucumbiría si os obstinaseis en que yo la mandara; salvad la república: salvad mi gloria que es de Colombia . Desde hoy no soy más que un ciudadano armado para defender la patria y obedecer al gobierno; cesaron mis funciones públicas para siempre. Os hago formal y solemne entrega de la autoridad suprema, que los sufragios nacionales me habían conferido". ¡Con cuánto arte se abstiene de todo reproche, clamando, sin embargo, ánte el mundo, silenciosamente, su resen-
FRIALDAD Y VERDAD
timiento, su profunda decepción! ¡Cuánta virilidad en algunas frases! Arroja sobre el pueblo la responsabilidad de su nombramiento y también de su renuncia, para que lo reemplace por el hombre que quiera. ¡Con cuánto espíritu caballeresco habla el militar de su espada, resuelto a no entregarla ni como ciudadano! Toda la floración retórica, admirada aún por el mundo hispánico, con que Bolívar solía recargar sus discursos oficiales, se encuentra ausente de éste. Ninguna de esas fáciles bendiciones, acostumbradas por los ministros renunciantes. Todo aquí es frío y verdadero, hasta la incitación al pueblo a comprobar la calma del país y la popularidad de los nuevos gobernantes. Únicamente al final surge un acento del corazón: "Compatriotas: Escuchad mi última voz al terminar mi carrera política; a nombre de Colombia os pido, os ruego que permanezcáis unidos, para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos". Durante los tres meses que pasó luego en Bogotá, se derrumbaron los últimos soportes de Colombia. El destierro de Bolívar, decretado primero por Valencia, fué aprobado por el resto de Venezuela, cuyo congreso se manifestó resuelto a no negociar con Colombia, mientras el general Bolívar estuviera en el país. Así, de su verdadera patria desterraron, como a Temístocles, al mejor de sus hijos, huésped extranjero en la capital de una nación que se desmoronaba. Sólo del Ecuador le llegó un llamado cordial que, con el tuteo nacional, lo invitaba a vivir en el país. Pero, al mismo tiempo, aquel departamento fué el primero en separarse oficialmente de Colombia, formando, con Quito y Guayaquil, el estado independiente del Ecuador, tal como existe hoy. Sin embargo, en Bogotá se formó un movimiento para retenerlo, y probablemente Bolívar fundó en él algunas esperanzas. Les manifestó a sus íntimos que su partido incluía la mayor parte del pueblo y de lo más granado de la nación; se quejaba de las intrigas, y, ya entrado abril, estaba todavía indeciso, según escribía, pero se inclinaba a dejar la revolución en ese punto, pues de no hacerlo así perdería enteramente su gloria. Sí, Bolívar no hallaba otra solución sino la de abando-
HACIA EL EXILIO
nar el país para siempre y sólo se preguntaba si iría primero a las Antillas, donde en tres ocasiones había vivido Como desterrado, para trasladarse luego a Europa. Cuando le cedió el palacio a su sucesor, el general Mosquera, elegido presidente a falta de alguien mejor, miles de personas lo acompañaron durante varias leguas. En el camino se repitieron los discursos de gratitud y los adioses; pero dominaba, sobre todo, ese sentimiento de descanso producido por el alejamiento de un gran hombre de estado, después de un largo gobierno, tal como se produjo otra vez con Bismark. En Cartagena, a donde se había dirigido para embarcarse, le ofrecieron nuevamente la presidencia. Pero se hallaba bajo el peso de un humor sombrío, presintiendo el trágico encadenamiento de los sucesos. "Yo estoy resuelto a irme de Colombia, a morir de tristeza y de miseria en los países extranjeros. ¡Ay! amigo, mi aflicción no tiene medida, porque la calumnia me ahoga como aquellas serpientes de Laocoonte", "Algunos canallas de los del proyecto de monarquía han creído poder perderme para salvarse: pero yo estoy resuelto a mantener mi dignidad, mi honor y gloria, a pesar de sus pérfidos proyectos". Y a su embajador en Londres: "Ud. es poeta y me entenderá con la imagen siguiente: éste es un navío combatido por las tempestades y las olas: sin timón, sin velas, sin palos ¿qué podrá hacer el piloto? necesita de quien remolque al buque y lo lleve al puerto. Yo soy este piloto que nada puedo". Y después, hablando con un amigo que había presenciado su primera entrada en Caracas, le recordó tristemente aquel instante glorioso. En nada se parecía el ciudadano Bolívar, en su coche, rodando hacia la costa, a refugiarse en un barco, a aquel ciudadano Bolívar que corrió antaño en su caballo, también hacia la costa, en busca de un barco donde refugiarse. Casi veinte años mediaban entre su primero y su último destierro. Otros había sufrido en ese intervalo; pero también se remontaban a una docena de años. Lo sorprendente no es que hubiese envejecido veinte ni cuarenta años, sino cómo había cambiado su moral con el conocimiento del mundo y de los hombres, de la victoria y de la derrota.
VIAJE A LA COSTA
Pero una necesidad exterior vino a recordarle cruelmente los cambios del tiempo. El rico mayorazgo jamás interesado en el dinero, el jefe del ejército, el presidente que nunca lo había necesitado, se transformaba casi de pronto en un hombre extenuado y pobre, y si hallaba tan anonadante aquel golpe del destino era porque a los cuarenta y siete años se encontraba por primera vez sin recursos materiales. Previendo esto, en los últimos tiempos había escrito un centenar de cartas tratando de vender sus minas a una compañía inglesa. Ya el gran señor acostumbrado a dar, se había visto maniatado por la pobreza, y al pedir que le den curso a una letra de cambio, estampó estas palabras dignas de un poeta: "Quisiera tener una fortuna material para dar a cada colombiano; pero no tengo nada: no tengo más que corazón para amarlos y una espada para defenderlos". Pero su tono adquiere ahora, al tratar de negocios, una violencia nunca acostumbraba cuando hablaba de dinero como rico propietario, como gran señor o como general. Los impulsos dominantes en las dos situaciones de su vida se combinan trágicamente al final, pues su pobreza se relaciona inmediatamente con sus hazañas y con sus enemigos. De la Nación no recibe al presente sino una parte de la cuantiosa pensión que siempre había rechazado, y sabe que se la suprimirán en cuanto se ausente de Colombia; por ello pone verdadero empeño en salvar y llevarse al destierro algo de su patrimonio: "Me dicen que mis propiedades no son legítimas y que no hay ley para un hombre como yo. Esto quiere decir que soy un canalla. Se me despoja de la herencia de mis abuelos y se me deshonra. Diga Ud. si tengo motivos para desear salir de esta infame vida política. Ya esto es demasiado". "Abandone Ud., pues, mi defensa, y que se apoderen de mi propiedad el enemigo y el juez. Yo los conozco. ¡Infame godo! No haga Ud. más en el asunto. Yo moriré como nací: desnudo. Ud. tiene dinero y me dará de comer cuando no tenga". A raíz de explosión tan violenta, cuyo autor podría ser Timón, recobra la calma. Escribe al embajador en
Londres que nunca podrá vivir como mendigo, aunque sólo fuera por haber sido rico antes. Todo depende, pues, de la venta de sus minas de cobre. Ahora la falta de documentos precisos sobre la muerte de su hermano lo favorece en cierto modo, pues como no es posible probar su derecho de propiedad de las minas, Páez no se atreve a quitárselas. "Por mi parte, le digo a Ud. que no necesito de nada, o de muy poco, acostumbrado como estoy a la vida militar... y después que he sido el primer magistrado de tres repúblicas. . . el honor de mi país y el de mi carácter me obligan imperiosamente a presentarme con decoro ... Me creo con derecho para exigir del jefe de ese estado que ya que he dejado el mando de mi país, sólo por no hacerle la guerra, se me proteja a lo menos como el más humilde ciudadano. Mucho he servido a Venezuela, mucho me deben todos sus hijos, y mucho más todavía el jefe de su gobierno; por consiguiente, sería la más solemne y escandalosa maldad que se me hubiese de perseguir como a un enemigo público. No lo creo, sin embargo, y, por lo tanto, le ruego a Ud. se sirva hacer presente todo lo que llevo dicho y todo lo que Ud. sabe en mi favor al general Páez". Tampoco irá a Europa antes de arreglar estos asuntos: "La desesperación sola puede hacerme variar de resolución. Digo la desesperación al verme renegado, perseguido y robado por los mismos a quienes he consagrado veinte años de sacrificios y peligros". Al cabo de una generación, vuelven a aparecer las minas de cobre de sus mayores, las siembras de añil de su hermano, las haciendas, los hatos, el ganado, el café, y detrás de ellos, alzada la mano de los abuelos en un ademán de reconvención: ¿por qué no siguió la tradición de lealtad, por qué se empeñó en ser el Libertador? Ellos, con su fidelidad y sus esclavos discurrieron por la existencia como grandes señores, y, ahora, su hermana y toda la familia gozaría en paz de cuanto habían recibido, si él no hubiera sido un vástago ambicioso, dispuesto a asombrar al mundo y a vencer a España! Así se cruzan las líneas de la vida, y el militar y fundador de naciones arruinado, al acercarse al mar, piensa
EL AMIGO Y LA AMIGA
a veces en las playas de Francia, en las noches del Palais Royal, en las cabalgatas por el Bosque de Boloña, en Humboldt, en Robinson, en Napoleón, y en el sombrero que ahora se designaba con su nombre.
XII Todavía le quedaban el amigo y la amiga, aunque no estuviesen a su lado. Manuela, como verdadera española, era vengativa y daba suelta a sus sentimientos; probablemente, pues, se complacía en su situación particular, dentro de la cual gozaba de verdadera libertad. Comenzó por no acompañar a Bolívar, a quien no vió más desde su salida de Bogotá. Cuando poco después, en unos fuegos artificiales, se presentó un grupo titulado Despotismo y Tiranía, con las caricaturas de ella y de Bolívar, se lanzó sobre los organizadores del espectáculo queriendo matarlos. Se logró apaciguarla, y los periódicos publicaron artículos contra ella. A raíz de un nuevo pronunciamiento en Venezuela, donde se exigía que Bolívar fuese desterrado de América, se trasladó a aquel país, y de palabra y por escrito se opuso a Páez, omnipotente en esos momentos. Manuela estaba entonces en sus treinta años y en toda su belleza y tanto más expuesta a las ofensas de los hombres cuanto que ella les infundía audacia con no usar anillo de desposada. Páez oficialmente elogiaba a Bolívar; pero propagaba en su círculo, con todo el alcance de su influencia, la guerra de Venezuela contra el Libertador, sin dejar por eso de ceñir la espada, regalo de aquél por quien había jurado morir, Éste ni quería ni podía luchar. Al contrario, su último acto oficial fué un decreto de gracia en favor de los autores del atentado, entre los cuales se encontraba Santander. Desdeñando negociar personalmente con Páez envió a Sucre a la frontera, quien regresó sin haber obtenido resultado algimo. Así fué cómo al final el amigo y la mujer fueron los únicos que en su patria trabajaron por Bolívar. Bolívar no llamó ni al uno ni a la otra, ni se sabe si 376
LA DESPEDIDA DE SUCRE
pretendía llevar a Manuela a Europa. Sucre pasó al Ecuador; también ansiaba renunciar para siempre a ese poder aborrecido en su alma, y sólo aspiraba a vivir en paz con su mujer y su hija. Las últimas palabras cambiadas entre los dos amigos en el momento de la separación expresan el presentimiento, tal vez la certidumbre, de no volver a verse, y, sin embargo, como ignoraban lo inmediato de sus destinos, eran como dos soldados en la mañana de la batalla: sentían al enemigo ante sí, oculto tras la espesa bruma; pero no les era posible establecer su posición exacta. Sucre le escribió: "Ahora mismo, comprimido mi corazón, no sé qué decir a Ud. Mas no son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Ud.; Ud. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Ud. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo. Adiós, mi general, reciba Ud. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Ud. Sea Ud. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo, A. J. de Sucre". Bolívar le respondió: "La apreciable carta de Ud. sin fecha, en que Ud. se despide de mí, me ha llenado de ternura; y si a Ud. le costaba pena escribírmela ¿qué diré yo? yo que no tan sólo me separo de mi amigo sino de mi patria! Dice Ud. bien, las palabras explican mal los sentimientos del corazón en circunstancias como éstas; perdone Ud., pues, la falta de ellas y admita Ud. mis más sinceros votos por su prosperidad y por su dicha. Yo me olvidaré de Ud. cuando los amantes de la gloria se olviden de Pichincha y de Ayacucho. Saludo cariñosamente a la señora de Ud. y protesto a Ud. que nada es más sincero que el afecto con que me repito de Ud., mi querido amigo, su Bolívar". Este tono mucho más frío, casi distraído, no se explica sino por la insoportable tensión espiritual de Bolívar en
LA MUERTE DE SUCRE aquel momento. Poco después, seis meses antes de su muerte, le escribió a Mosquera refiriéndose a una noticia falsa: "Acabo de saber, no sin sorpresa, que Ud. admitió la presidencia del estado, de lo que me alegro por él país y por mí mismo; pero lo siento y lo sentiré siempre por Ud.... Quizás habrán dicho a Ud. que yo no quería que se le nombrase. No los crea Ud., no los crea; porque no dicen la verdad. Tampoco es cierto que yo haya contribuido a la insurrección de los cuerpos. Tengo hoy mismo documentos de mi inocencia en todo esto. Yo he predicado el orden y la unión; he procurado dar, además, ejemplo... Soy, en fin, el hombre que Ud. ha conocido desde el año de 14, y siempre amigo sincero y leal de mi presidente, como lo fuí cuando yo lo era... No me he ido porque no he recibido el pasaporte, pero me voy sin falta cuando venga". Esta singular protesta de "inocencia", frecuente en sus cartas de aquella época, descubre la agonía mental de Bolívar en su decadencia. Allí estaba su vida, como prueba de que no se trataba de un desmayo de su conciencia. Sólo por la gloria había luchado, por levantar su nombre como un monumento, y ahora lo veía en peligro. Mejor aún que la falta de amor al poder, la falta de'poder le muestra las amenazas erguidas contra su gloria. Pocas semanas después de esta carta, recibió la noticia de la muerte de Sucre. Aún no había cumplido éste cuarenta años, cuando en camino hacia el Ecuador, atravesando una montaña solitaria, pereció en una emboscada. Al día siguiente su espaldero lo enterró en el mismo sitio. Sus asesinos estaban pagados por los enemigos de Bolívar, quienes veían en Sucre su aborrecido sucesor. De todas las figuras producidas por Venezuela:1a de. Sucre es la más hermosa. Bolívar quedó anonadado por la noticia. No hacía mucho, como en un acto de clarividencia, puso en guar dia a su amigo contra ese país, temeroso de ser acusado de unos celos absurdos; ahora el destino le daba la razón de manera terrible. Se sentía a sí mismo alcanzado por aquel asesinato, que también lo habían tramado contra
ULTIMAS ESPERANZAS
él dos años antes, y del cual se libró sólo por la abnegación de su amante. El amigo había muerto de lo que la amiga lo había salvado. A uno de sus compañeros le escribió: "Es imposible vivir en un país donde se asesinan cruel y bárbaramente a los más ilustres generales y cuyo mérito ha producido lá libertad de la América. Observe Ud. que nuestros enemigos no mueren sino por sus crímenes en los cadalsos o de muerte natural; y los fieles y los heroicos son sacrificados a la venganza de los demagogos. ¿Qué será de Ud., qué será de Montilla, y de Urdaneta mismo? Yo temo por todos los beneméritos capaces de redimir la patria. El inmaculado Sucre no ha podido escaparse de las asechanzas de estos monstruos... Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío y después de una larga maldición contra aquellas gentes concluye: "Es necesario que Ud. se cuide tanto como una niña bonita". En medio de la desesperación por su país, queda retenido en él como por un poder mágico; quizás porque Colombia no es su patria por sangre sino por el espíritu. Busca continuamente pretextos para retardar su partida, aunque desde hace tiempo la tiene decidida; unas veces espera el pasaporte, otras el dinero, luego el próximo barco llevará mujeres fugitivas y no sería justo desalojarlas. La tardanza en aproximarse a la costa, atribuible a su mala salud, depende sobre todo de la fiebre de su espíritu. Mientras se aleja de la capital, acecha con el oído atento algún grito de llamada. A su sobrino, residente en París, le enumera detalladamente los grupos que están a su favor: "Así es que se espera de un día a otro una revolución contra el nuevo gobierno... No me quieren dejar salir, por lo que no sé cómo lo haré cuando llegue el caso; mientras tanto esos canallas del congreso de Venezuela han remetido por miedo la abominación de proscribirme, cuando seis días antes habían negado esa misma proposición treinta votos contra siete". Por aquellos días, contestando a una carta de Fanny, olvidada hacía mucho tiempo, le manda un retrato, al cabo de veinte años, como si quisiera reanudar sus lazos
EL HONOR PERSONAL
con París, con las imágenes de su juventud, con el abrigo de su vejez. En seguida, por setiembre de 1830, la revolución estalla en Bogotá. El presidente huye y huyen todos los odiados ministros; el nombre de Bolívar, sin saberlo él, repercute de nuevo en los combates y en las calles. A los pocos días recibe la noticia; ya se halla en la costa, en Cartagena, donde tuvo principio su carrera. ¿Qué hará Bolívar? Sólo le quedan algunos meses de vida y casi lo sabe. Por desagrados, por sufrimientos, ha renunciado solemnemente al poder. Allá, al otro lado del mar, aunque sólo sea en las islas, florece ese reposo tanto tiempo soñado. Además, ya hizo un ensayo de dos años; pero todo fué en vano. Lo ha meditado profundamente y ha renunciado. Ahora claman nuevamente su nombre en la capital; han venido mensajeros a invitarlo a regresar y a recobrar el mando, es el viejo ritmo de marcha, que hasta un caballo aspeado procura seguir aunque no pueda trotar. Pero estamos frente a un pensador, frente a un gran moralista. Don Quijote no traicionará los ideales por los cuales cabalgó en sus aventuras, y él también, que ha comprendido su fragilidad, va otra vez a enarbolar en el último momento el estandarte en cuyo tremolar sonoro oyó antaño el rugir de la libertad. Mientras en la confusión se confía el poder a Urdaneta, viejo amigo de Bolívar, éste recobra su prestigio: "La religión y el Libertador son victoreados y el triunfo final puede ser muy completo ... Me quieren comprometer y yo rehuso, lo que ha parado todo". En su tono se comprende cómo se retiene a pesar suyo. Todos los motivos se unen ahora para obligarlo a permanecer en el país, principalmente las noticias recibidas de su ciudad natal: sus bienes han sido confiscados y sólo le espera "miseria, vejez y mendicidad, cuando nunca he estado acostumbrado a semejantes calamidades". Pero ¡he aquí cómo repercuten una vez más los viejos ideales! Envía a O'Leary a insistir en Bogotá sobre lo inconstitucional de aquel movimiento, y escribe esta frase
EL HONOR PERSONAL
soberbia: "¿qué he de hacer yo contra una barrera de bronce que me separa de la presidencia? Esta barrera es el derecho". Y también: "Si hubiera un servicio útil a la patria y conveniente, yo lo haría en el acto; este servicio no podía ser otro que el de mediador entre tan crueles adversarios; pero para esto era necesario que ambos partidos tuviesen por mí alguna consideración". Y corno se califiquen sus dudas de debilidad y cobardía, escribe a Bricerio Méndez: "También se me quiere privar del honor personal. .. Ud. sabe muy bien que el único carácter que hay en Colombia enérgico es el mío ... Me exigen que yo sacrifique mi nombre de ciudadano honrado, sólo para llevar a cuatro emigrados a sus casas. Pues bien, no lo haré y le juro a Ud. que jamás volveré a tomar el mando, para no volver a ser ingrato con mis amigos ni cobarde con mis enemigos". Así pasó Bolívar varios meses esperando ora barco, ora la llamada del pueblo, pues su antiguo fuego revo- k' lucionario estaba completamente muerto. Su obra de la juventud fué la guerra contra el dominador extranjero; 101£ anhelo, la libertad. Pero una vez independiente su país, se puso al servicio del orden y desaprobó, en las tres grandes crisis, la violencia de los comienzos. El grandioso tema que eleva de nuevo el espíritu de Bolívar muy por encima de su espada encuentra al fin su variación en la plenitud de los motivos de su vida, pues nuevamente se enfrenta al dilema: ¿gobernar? ¿irse? Irse es más fácil y se prepara a ello: algunas órdenes solamente y comenzará el fuego. Con terquedad se niega a gobernar, y con toda claridad separa de la ley la violencia. Encima de ellas ve brillar la gloria y el honor,* como estrellas eternas, a través de tantas tinieblas; pero abajo ve la fragilidad de su vida, y la defiende. En cartas de setiembre y de octubre nos muestra su estado de ánimo y nos pinta su calvario en la lucha apasionada de sus nobles contradicciones: "En la anarquía en que hemos quedado, yo estoy obligado como los demás ciudadanos y soldados a contribuir a salvar la patria, y, desde luego, ofreceré mis servicios a la república para que me emplee como soldado:
ULTIMO SUEÑO DE ELECCION
con esto ayudaré a restablecer el orden y sosteniendo al..„` gobierno actual hacemos un servicio no poco impor.::, tante hasta que las elecciones se hagan legalmente. Estoy persuadido que el general Urdaneta está muy bien a la cabeza de la administración en Bogotá: a él debemos obedecer todos y yo mismo daré el ejemplo de esta obediencia". "Dentro de quince días estaré en Ocaña y marcharé por tierra hacia Bucaramanga para atender a donde sea más necesario. Crea Ud., mi querido amigo, que hago un gran sacrificio en volver a la vida pública, porque ya yo estoy cansado de todo". "Marcho a la cabeza de 2.000 hombres". - En cambio, se niega obstinadamente a recoger la carga del estado, y le escribe a Urdaneta: "Además, el señor Mosquera no ha renunciado su título y mañana se hará reconocer en otra parte ... Entonces él será presidente legítimo y yo usurpador. Yo no puedo reducirme a esta situación... Por consiguiente, esperaremos a las elecciones. Llegado este caso, la legitimidad me cubrirá con su sombra o habrá un nuevo presidente. . . Debemos antes crear de nuevo esta patria que se ha disuelto y, por consiguiente, hasta que no esté reunida por las armas no se puede gobernar bien. Yo me ofrezco para servir en la parte más difícil y peligrosa; así evitaré que me culpen de egoísmo ... Yo marcho para esa capital, lo que debe suponer que puedo admitir el mando: también es verdad que si llego a poner los pies en Bogotá no sé qué será de mí, acosado por todas partes, con la iglesia por un lado, con el ejército por otro, y el pueblo por todas partes! Allí perdería la cabeza, mi amigo, y no respondería de mí ... Yo creo indispensabilísimo mandar un excelente jefe con oficiales, armas y municiones al valle del Cauca ... Pero repito que necesitamos de dinero en Cúcuta". "Por acá estamos todos muy alegres, aunque no tanto como Uds. pensarán, porque es la desgracia del hombre el no contentarse nunca". Y al mismo tiempo, a Briceño Méndez: "Si acaso fuere nombrado constitucionalmente por la mayoría de los sufragios, aceptaría si me convencía de que mi elec-
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LA ENFERMEDAD AVANZA
ción era verdaderamente popular . . . Sólo un prodigio de circunstancias favorables puede decidirme. Uds. dirán que es preciso vivir; y yo digo lo mismo que es preciso que yo viva: no sé si me equivoco, pero yo creo que valgo como cada uno y que debo pretender como cada uno mi honor, mi reposo y mi vida .. . Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado". -Nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones; y últimamente he deplorado hasta las que hemos hecho contra los españoles... Yo estoy proscrito; así, yo no tengo patria a quien hacer el sacrificio". Son los gritos más estridentes salidos del pecho de Bolívar; pero su timbre es el de un corazón joven herido, no el de un viejo, cuando afirma que no aceptará responsabilidad alguna como nuevo jefe supremo en la capital. No, él nunca ha renunciado; muy pronto ha vuelto a encontrarse, y esta vez como soldado. En setiembre, demorando siempre en Cartagena, a orillas del mar, le comunica a Urdaneta un proyecto de organización; le indica quién debe mandar en tal sitio, lo que conviene ordenar o prohibir, lo que se debe remitir a ciertos batallones. Pero también le escribe: "Cada remedio, o cada precaución que tomo para impedir el progreso de una de las enfermedades, perjudica a la otra -muy fuertemente . . siendo lo peor de todo que ni hay , un médico regular ni tampoco el clima me conviene. Yo ,' conozco ... que debo navegar unos días en el mar para remover mis humores biliosos y limpiar mi estómago Al mismo tiempo mi reumapor medio del mareo . tismo se opone a que vaya a percibir las humedades y fríos de esas sierras heladas. .. al paso que mis nervios sufren extraordinariamente de este inmenso calor; de suerte que, con mucho dolor, suelo menearme y dar un paseo en la casa, sin poder subir una escalera por lo mucho que sufro . .. Todo esto, mi querido general, me imposibilita de ofrecer volver al gobierno, o más bien de cumplir lo que había prometido a los pueblos de ayudarlos con todas mis fuerzas, pues no tengo ninguna que emplear ni esperanza de recobrarlas. . . Advierto a Ud. esto para 383 -
"¡QUIEN SABE SI YO ME ESTOY MATANDO!!"
que tome sus medidas para asegurar la presidencia de la república, o el poder supremo que ahora ejerce, sea para Ud. mismo, o para quien parezca capaz de dirigir la nación ... Espero que dentro de ocho días estaré un poco mejor para poder seguir a Santa Marta a tomar aires mejores y buenos baños: si allí no recibo mejoría, quién sabe lo que hago, pues no tengo un médico que me aconseje... ¡quién sabe si yo me estoy matando!. . . Adiós, mi querido general.. . ni me es fácil dictar largo tiempo porque sufro mucho". Mientras se abandona a veces y sus palabras surgen, porque "el lecho de un moribundo es un altar profético", acecha aún las señales del favor popular y participa su nombramiento de presidente hecho en Cartagena por veinticuatro votos. Sabe que el Ecuador lo ha erigido en "Padre de la Patria" y que Bolivia lo propone como embajador ante el Vaticano. Cuando se entera de haber sido desterrado una vez más, le escribe a un amigo: "Me comprometo además a no admitir la presidencia... pues estoy resuelto a vivir y morir como un simple ciudadano". Y también: "Todo esto me lo estaba aconsejando mi triste almohada . .. sin embargo, si me mejoro algo y tuviera tiempo para llegar, y viere que hay tropas con que defender el país, me iré a ()caña y de allí a Cúcuta .. Pero tengan Uds. tropas buenas y disciplinadas, pues de otro modo no puedo hacer nada". Y casi en seguida: "Necesito con mucha urgencia de un médico y de ponerme en curación formal para no salir tan pronto de este mundo, lo que no me costaría mucho, pues yo me he quedado contra toda mi voluntad en este país y no sé a punto fijo si me sería muy sensible morirme con tal de salir de Colombia". En noviembre no puede ir a Santa Marta porque hay revueltas en aquella región. Sintiendo próxima su muerte, da consejos militares en tres largas cartas. Un concurso de circunstancias, esa lucha cruel del hombre contra la enfermedad, la aflicción y el destierro, lo mantienen allí, precisamente donde no quiere estar, lejos del sitio donde busca la curación, mientras sus deseos y sus deberes antiguos lo lanzan en el hábito del mando, y sus grandes ideales, siempre vivos, aún lo
"EL QUE SIRVE UNA REVOLUCION ARA EN EL MAR»
guían y al mismo tiempo lo atormentan. Las muchas cartas donde el hombre abandonado busca un refugio parece las últimas páginas de un diario, en las cuales se sienten los espasmos de un corazón gravemente herido La falta de otros documentos acentúa el aspecto de monólogo de este análisis de un carácter que lucha hasta el fin consigo mismo. Comprendiendo a veces el cruel realismo de sus cartas, le escribe a Urdaneta: "El mal humor, la atrabilis que me devora y lo desesperanzado que me hallo... me han inspirado los pensatnientos más negros y menos cortésmente expresados... Yo deseo que Ud. le entregue todas mis cartas de esta época última al coronel Austria, pues pudiera suceder que en una revolución cayeran en manos de mis enemigos y les darían un sentido muy siniestro, aunque en todas he renunciado una y mil veces el poder supremo y he declarado que no he tenido parte alguna en esta reacción.. . También le ruego que rompa luego las cartas que le escribo, pues estoy resuelto a decirle a Ud. algunas veces lo que pienso". Mientras se halla con uno o dos oficiales jóvenes por toda compañía, debe pensar en su gloria y en su salud, y entre síncopes imprevistos y cartas militares constantemente renovadas, escribe: "Mando a buscar algunas cosas para mi mesa, pues no tenemos por aquí ni pan ni vino ni nada más que lo que da la tierra .. . Mando a buscar un poco de jerez seco y cerveza blanca. Me dicen que no hay nada de esto, pero como necesito de muy pocas botellas. puedo decentemente pedirlas a un amigo: pero yo no soy amigo de Mier, y, por lo mismo, a Ud. le toca esta impertinencia, siempre que no se encuentre en la ciudad". Y el mismo día, en estilo de testamento, a un general: "Ud. sabe que yo he mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos; 1 9 la América es ingobernable para nosotros; 29 el que sirve una revolución ara en el mar; 39 la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 49 este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos colores y razas; 59 devorados por todos los crímenes y extinguidos por 385
P419419.9)En.144141-4CA ferocidad} los europeqs np se dignarán conquistarnos,. 69 si fuera posible que una parte del mundo volviera ah caos primitivo, éste sería el último período de la América',': Un mensajero llega del Ecuador; trae una carta de. la.. viuda de Sucre y la espada, ofrenda de Bolívar. La. rechaza; pero, acordándose del amigo asesinado, surge de nuevo el antiguo gentilhombre y escribe: "Añadiré. como Catón el anciano: é,ste es mi,parecer y que se destruya a Cartago . . . Venguemos a Sucre. . . Vénguese a Colombia que poseía a Sucre, al mundo que lo admiraba, a la gloria del ejército y a la santa humanidad impíamente ultrajada en el más inocente de los hombres". Son las últimas estrofas de un alma poética, de un noble y de un soldado; pero también son golpes dados, en el vacío por un Don Quijote física y políticamente inerme. Lo comprende, y su último aliento más lo agita. que lo calma. Después de las órdenes militares que llenan dos páginas impresas, le escribe a Montilla: "No crea . que yo soy hombre que veo visiones, que lo que yo preveo son cavilaciones de un enfermo, sino los cálculos más perfectos de una razón experimentada. La revolución, de Bogotá no será más que una inmensa rueda, que estará . rodando hasta que se acabe Colombia, y si Dios no viene, nadie la para-. Surge un conflicto entre dos jefes adeptos a la buena causa, y con toda su autoridad se interpone entre ambos diciendo: "que no quería volver a tener otra lucha como la de Páez y Santander, que al fin nos ha destruido a todos . . . Mejor es una buena composición que mil pleitos ganados". Así habla desde lo alto, como un rey, aunque carezca de poder, y apartado, sin que nadie haya venido a solicitar consejo a su lecho de enfermo. Al mismo tiempo le da las gracias por la cerveza y el vino de una manera muy cordial a aquel vecino que le había ofrecido su casa. Su médico se empeña en que pase el mar y él no desea sino llegar a Jamaica; allí, al pie de las montañas azules, donde desterrado concibió el plan de la independencia, quisiera curarse o morir: "En Jamaica hay excelentes temperamentos. . . Ruego a Ud., pues, me mande un pasaporte-. Y también: "i Pero cómo 386
UNA CASA PEQUEÑA, BLANCA Y DESNUDA
llegaré! Daré compasión a mis enemigos. Es el sentimiento menos agradable que un hombre puede inspirar a sus contrarios". El primero de diciembre llega por fin a Santa Marta, donde espera embarcarse. Allí no se encuentra ninguno de sus amigos. ¿De quién es la casa donde ha de morir Bolívar? Mier, un español, se la ha ofrecido. ¿No fué también un español quien, en una terrible crisis de su vida, obtuvo un pasaporte para él? ¿Son los abuelos que vuelven a recordarle en silencio los vínculos de la sangre, a pesar de la denominación de criollo? El médico tampoco es colombiano; pero por lo menos es francés, y con esto le inspira confianza a este antiguo discípulo de Francia. Una casa pequeña, blanca y desnuda, cerca de la playa. Allí el enfermo busca la frescura de las brisas del mar. Ha llegado en camilla "sin esperanza de curarme sino en un país frío". ¿Dónde está Manuela? Se ha retirado a Bogotá, indudablemente contra su propia voluntad. Perseguida por el gobierno, ya camino del destierro, se había devuelto al tener noticia de los nuevos ataques, manifestando: "Yo les digo que todo pueden hacer, pueden disponer alevosamente de mi existencia, menos hacerme retrogradar ni una línea en el respeto, amistad y gratitud al general Bolívar". La última carta de Bolívar para ella, dice: "Mi amor: Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos perdiéndote tú. Soy siempre 'tu más fiel amante, Bolívar". Con satisfacción seguía Bolívar las noticias de la guerra civil, favorables a sus amigos. Procuraba, sobre todo, poner fin al conflicto entre los dos generales. En largas cartas, verdaderas órdenes en realidad, aconsejaba a Urdaneta respecto al sueldo de algunos oficiales, al ascenso de otro, a la conveniencia de que un general quedase como prefecto, mientras otro tomara el mando. Por lo demás, se sentía mejor y confiaba en su curación. También a un
Bolívar-1'5.
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"EN LOS ULTIMOS MOMENTOS DE MI VIDA"
Ministro: "Pero cuando mis males me redujeron al último estado quise que se persuadiera de nuestra situación. Estas han sido las causas y efectos de mi conducta, motivadas por razones que no he podido remediar. Pero Uds. creo que no han querido verla bajo este aspecto. Mis males afortunadamente han calmado un poco y esto ha sido bastante para hacerme variar del dictamen, pues había pensado hasta irme a Jamaica a curarme. Sin embargo, mis mejoras han comenzado de antes de ayer acá . . . La amistad que tengo por Ud. es más pura que la luz del sol". Su última carta la escribió seis días antes de morir, al rival de Urdaneta: "En los últimos momentos de mi vida, les escribo ésta para rogarle, como la única prueba que le resta por darme de su afecto y consideración, que se reconcilie de buena fe con el general Urdaneta y que se reúna en torno del actual gobierno para sostenerlo. Mi corazón, mi querido general, me asegura que Ud. no me negará este último homenaje a la amistad y al deber. Es sólo con el sacrificio de sofocar sentimientos personales que se podrán salvar nuestros amigos y Colombia misma de los horrores de la anarquía. El portador de ésta, que es su amigo, ratificará a Ud. los deseos que le he manifestado en favor de la unión y del orden. Reciba Ud., mi querido general, el último adiós y el corazón de su amigo, Bolívar". Nunca ningún hombre de estado terminó su vida de un modo tan hermoso como Simón Bolívar en esta carta. El valor frente a la muerte, expresado en las siete primeras palabras, se sublima con el tono y la manera del ruego, a tan alto grado que la súplica de este hombre de acción puede parangonarse con las últimas palabras de un sabio ateniense. De pronto le pregunta a su médico francés: "¿Y Ud. qué vino a buscar a estas tierras?" —"La libertad". —"¿ Y Ud. la encontró?" —"Sí, mi general". —"Pues Ud. es más afortunado que yo, pues todavía no la he encontrado. Con todo, vuélvase Ud. a su bella Francia en donde va está flameando el pabellón tricolor. Aquí en este país no se puede vivir: hay muchos canallas. . . ¿Le agradaría a Ud. ir a Francia?" —"De todo corazón". —"Pues 388
LA DESPEDIDA
bien, póngame. Ud. bueno, doctor, e iremos juntos.. ." Tiene también el siguiente diálogo con un general: "Apártese un poco, un poco más. .. más... más.. ." —"Permita vuecencia decirle que no creo haberme ensuciado..." —"No hay tal, es que huele Ud. a diablos... quiero decir, a cachimbo . —"¡Ah!, mi general, tiempo hubo en que V. E. no tenía tal repugnancia... cuando doña Manuelita. . —"Sí, eran otros tiempos..." De noche delira: "Vámonos, vámonos, esta gente no nos quiere en esta tierra. . . Lleven mi equipaje a bordo de la fragata.. ." Bolívar hizo testamento a favor de su familia: empleando en él las acostumbradas fórmulas eclesiásticas. Expresó el deseo de ser sepultado en Caracas, previendo que allí renacería su gloria. Finalmente, el vicario de la pequeña ciudad le puso la extremaunción al discípulo de Voltaire, como si nada hubiera ocurrido desde el día de su confirmación en el frío palacio de sus padres. Bolívar murió dentro de las tradiciones de su casta. Pero su última proclama a los colombianos, dictada en aquellos días, no tiene ningún acento tradicional, ni nada humillado hay en ella; es combativa, viril, agresiva: "Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la constitución de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo, y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte con-
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LOS TRES GRANDES MAJADEROS
tribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro. Simón Bolívar". Un adiós realista .. . nada de paliativo a su destino ni a sus temores; sólo una frase grave sobre la acción decisiva, madre de su gloria. Al concluir dijo, repitiendo la última palabra dictada: "Sí, al sepulcro .. . Es lo que me han proporcionado mis conciudadanos... pero los perdono. ¡Ojalá pudiera llevar conmigo el consuelo de que permanezcan unidos...!" Bolívar murió con esta duda. Algunos días antes había resumido su vida en una frase monumental: "Los tres grandes majaderos de la humanidad hemos sido: Jesucristo, Don Quijote y yo. .." Para amortajar al hombre hijo de la opulencia y padre de cinco repúblicas, fué menester la camisa limpia de un vecino. Otro habitante de la ciudad prestó el dinero para el entierro. Algunos meses más tarde Colombia se dividió en pedazos para siempre; pero para siempre quedó libre de España. Páez llegó a presidente de Venezuela, y Santander, promotor del atentado, a presidente de Colombia. El sepulcro de Bolívar, en Caracas, es hoy centro de la veneración nacional. A su lado se levanta el cenotafio de otro libertador, el de Miranda. Manuela lo sobrevivió unos treinta años. Desterrada de Jamaica, detenida luego en la frontera de su patria, pasó los últimos quince años de su vida en un pueblo del Perú. Su marido, el inglés, se suicidó, dejándole en herencia todos sus bienes; Manuela renunció a ellos y continuó viviendo de su trabajo, fabricando chocolates, jarabes de fruta y medicamentos. En las postrimerías de su vida, llegó a aquel pueblo don Simón Rodríguez, anciano ya de más de ochenta años, desamparado, empobrecido. La conversación de estos dos seres, al cabo de veinte años de la muerte del hombre a quien habían amado más que nadie, elevó la vejez de ambos a las más remontadas esferas. Finalmente, Manuela tuvo que permanecer en un carro de inválido "con la majestad de una reina sobre su trono", según la describe un visitante. Garibaldi vino a besarle la mano. Adoptó a algunos muchachos fuertes y pobres,
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LIBERTAD Y GLORIA
a quienes dió siempre el nombre de Simón. Su cadáver, tirado a la fosa común, desapareció, como desaparecieron también el de Miranda y el de Sucre. Una gran tragedia pesa sobre estos personajes. Bolívar es y será un modelo. Como su mayor amor fué la gloria póstuma, el destino, al final, le dejó entrever su luz. Pocos días antes de su muerte, su médico le leyó en las últimas gacetas francesas la canción cantada en París durante el asalto al Hotel de Ville, en la Revolución de Julio. Allí se hallaba esta estrofa:
Le feu eacré des républiques Jaillit autour de Bolivar, Les rochers des deux Amériques Des peuples sont le boulevard. 1) El libertador comprendió que su espíritu se imponía a la 'ciudad donde, dominado por el tedio, recibió un día el gran ejemplo. En este canto oyó el moribundo resonar los dos bienes inmortales, objeto de toda la lucha de su vida: la libertad y la gloria.
1) "El fuego sagrado de las repúblicas 1 Surge en torno a Bolíva-, 1 Las rocas de las dos Américas 1 Son baluartes de los pueblos".
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El dandy ..
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El sufrido .. .
El libertador ..
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El dictador El quijote ..
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OBRAS DE EMIL LUDWIG PUBLICADAS EN ESPAÑOL: BIOGRAFIAS GOETHE NAPOLEON BISMARCK LINCOLN EL HIJO DEL HOMBRE CLEOPATRA SCHLIEMANN TRES TITANES EL KAISER GUILLERMO II HINDENBURG ROOSEVELT ADALIDES DE EUROPA
HISTORIA: EL NILO JULIO 1914 HISTORIA DE LOS ALEMANES
ENSAYOS: LA SABIDURIA DE GOETHE GENIO Y ARTISTA REGALOS DE LA VIDA SOBRE EL AMOR Y LA FELICIDAD
NOVELAS: DIANA CUARTETO
DRAMAS: VERSALLES DRAMAS HISTORICOS
POLITICA: COLOQUIOS CON MASARYK COLOQUIOS CON MUSSOLINI EL CRIMEN DE DAVOS LA NUEVA SANTA ALIANZA TRES DICTADORES Y... UN CUARTO BARBAROS Y MUSICOS