Columna Lilit

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Lesbos

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june

columna de sexo

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por lilit

Las enseñanzas de Suheidy fotografía: alejandra quintero ©

Suheidy fue la primera puta que conocí. Era mi compañera del colegio y, que yo sepa, nunca lo hacía gratis. No era de aquellas que se paran en una esquina para esperar a que alguien las levante, sino de las que dan su número de teléfono para acordar citas. Su fama pasaba de boca en boca, y su mala reputación crecía como la espuma, sobre todo, porque varios de sus clientes eran los propios alumnos. Sabía de otras chicas que cobraban, pero ninguna me llamaba tanto la atención como Suheidy. Ella vivía en el suburbio, en un edificio rentero de cuatro pisos al que yo iba a visitarla con el pretexto de ayudarla con sus tareas de Lenguaje. Ahí, Suheidy me daba clases (teóricas) de sexo “para que los hombres no me vean la cara de pendeja”, decía. Como yo venía de un colegio de monjas, sí tenía cara de pendeja, y mis ideas sobre el sexo eran completamente distorsionadas. Suheidy no era guapa. Era casi enana y su rostro se parecía al de Chucky. De hecho, ese era su apodo. Su facha era, por demás, estrafalaria: pelo alborotado y pintado de rojo encendido, uñas con esmaltes oscuros, tatuajes, piercings, tetas demasiado grandes para su tamaño. Era como la villana de un mal cómic. Perdió la virginidad a los 12. A los 14 quedó embarazada y abortó. Desde esa mala experiencia aprendió cómo cuidarse. Le temía

En ese momento no entendí bien, pero cuando empecé a practicarlo con semen real, me di cuenta de que, si quería que un hombre acabara en mi boca, debía aplicar la técnica de Suheidy. más al embarazo que al diablo. Pero le gustaba el sexo y, sobre todo, el dinero. Empezó a vender su cuerpo por delivery a los 16 años. Cuando la conocí, yo todavía era virgen, pero con Suheidy fingía. Le decía que ya había estado con unos cuantos, porque ella no hablaba con mojigatas. Y yo quería aprender. Suheidy no era muy inteligente, pero era atrevida y vivaz. Siempre decía cosas que me desconcertaban. Estaba muy orgullosa

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de sus grandes pechos, los exhibía sin ningún pudor. A veces, los chicos de primer curso hacían fila para mirarlos. —Antes, mis pechos no eran así de grandes. Eran más bien pequeños, como los tuyos. Me los agrandé a punta de masajes. —¿Qué, qué? —Sí. Cuando estés con un hombre pídele que te los masajee y te los chupe bastante. Verás cómo te crecen. De esa lección pasé. Pero lo que sí practiqué como una alumna aplicada fue aquello que Suheidy llamaba “la técnica para tragarse la leche sin vomitar”. —Nunca dejes que un tipo termine dentro de ti; es muy peligroso. Te puede pasar lo que a mí —me decía con la severidad de una madre—. Por eso, debes aprender a tragarte la leche. Un día en su casa me enseñó cómo hacerlo. —Ven. Te voy a mostrar algo —dijo y fuimos a la tienda. Compró una lata de leche condensada y volvimos. Suheidy abrió la lata y me pidió que me sentara. Luego, habló como dando cátedra. —Imagina que estás tirando con tu novio de lo más bien y sin condón. Tú tienes que exigirle que te avise cuando vaya a terminar. No seas tonta, debes prohibirle que termine dentro. Nunca se lo permitas... —Ya, ya, Suheidy, me lo has dicho mil veces. —Ya. Entonces, cuando él esté por venirse, metes su verga en tu boca y chupa fuerte. Sentirás cómo un chorro de leche caliente te llena la boca. Si no sabes hacerlo, te darán náuseas y sentirás ganas de vomitar. Pero si aprendes la técnica correcta, casi no sentirás nada. Enseguida, tomó suavemente mi cabeza y la inclinó un poco hacia atrás. Sentía sus grandes pechos contra mi cara. “Abre bien la boca”, dijo, y echó un poco de leche condensada, con tal arte que la leche no se derramó sobre la lengua, sino que fue a parar directo a la garganta. Yo tragué con gusto. En ese momento no entendí bien, pero cuando empecé a practicarlo con semen real, me di cuenta de que, si quería que un hombre acabara en mi boca, debía aplicar la técnica de Suheidy. Nunca me ha gustado el sabor del semen, y si uno lo toma como si fuera un cubalibre, corre el riesgo de vomitar. Lo mejor es colocar la punta de la verga lo más profundo posible, bien adentro en la garganta y que ahí se derrame la leche. De esa manera, uno simplemente traga sin saborear. Dicen que es un excelente tratamiento para la piel.

Edición 114


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