El Assange de Bielorrusia

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El Assange de Bielorrusia

Por Luis Fernando Fonseca FotograFia: santiago caLero

el militar bielorruso alexander barankov llegó hace cuatro años a quito huyendo de su país por persecusión política. un periodista de soho estuvo con él para conocer de cerca su odisea de vivir como un refugiado en ecuador.

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Las cuchiLLas de sus patines rasgan el hielo de la pista. Alexander Barankov acelera y se inclina como si fuera una motocicleta deportiva, recibe el empujón de un adversario, choca contra una valla y vuelve a impulsarse blandiendo el largo bastón que lleva entre las manos. Entonces recibe el pase de un compañero y golpea el disco de caucho. Su cuerpo resbala y se desliza sobre la pista, su cabeza viaja a centímetros del piso. El entrenamiento continúa en el Palacio del Hielo, una cancha de hockey dentro de un centro comercial quiteño. *** “Vine a Ecuador porque leí en los periódicos que protege [a] todos los refugiados”, me dice Barankov, días antes del entrenamiento, mientras pone azúcar en una taza que parece llevar menos de lo que contiene. “En Belarus hay presos políticos, todo el mundo [lo] sabe”. Quienes nos rodean, en un restaurante al norte de la capital, dejan de fumar o beber café y tratan de adivinar de dónde proviene su acento extranjero. Alexander Mikalaevich Barankov era capitán del ejército bielorruso y pertenecía al cuerpo de seguridad de la presidencia en 2009. Ese año dijo, frente a sus compañeros de tropa, que “no estaría de acuerdo” con un nuevo periodo presidencial de Alexander Lukashenko, el mandatario que arrastra una sombra de autoritarismo y corrupción desde que llegó al poder hace casi dos décadas. Semanas después, gracias a su cercanía con el Servicio Secreto de su país, consiguió información comprometedora para el gobierno, de la que no habla por temor a represalias. Dice que desde entonces empezaron a perseguirlo. “Había escuchas telefónicas, sabía que me detendrían”. Huyó a Rusia y se ocultó en la casa de un pariente. La distancia habitual entre Minsk, su ciudad natal, y Moscú se cubre en nueve horas en auto por la vía rápida. Barankov tardó casi 24 en llegar porque temía que los policías de tránsito lo apresaran. Salió la madrugada del 15 de julio de 2009, atravesó bosques y caminos secundarios, durmió dentro de su Seat Toledo estacionado en un autoservicio, cruzó la frontera luego de comprar un seguro obligatorio a una compañía rusa y llegó durante la noche. En la capital soviética consultó en la web qué países del mundo podrían acogerlo como refugiado. Escogió Egipto por ser el más cercano. En la ciudad de Hurghada, en la puerta de un hotel a orillas del mar Rojo, un par de tipos se le acercaron, se presentaron como agentes de la CIA y lo interrogaron en un ruso impecable. Barankov sospechó que eran eslavos. Los días siguientes recorrió varias ciudades alrededor del río Nilo en un intento desesperado por escabullírseles mientras elegía una nación a la que pudiese llegar sin visa. Barankov hizo una reflexión que le salvó la vida. Los Castro (Fidel y Raúl) tienen relaciones con su país, y Hugo Chávez era amigo de Lukashenko. En Cuba o Venezuela lo atraparían. Ecuador se convirtió en el destino con menor riesgo a la vista. Se subió a un avión en El Cairo y arribó a Quito como turista el 28 de agosto de 2009. El poco dinero que consiguió por la venta en Moscú del Seat Toledo lo dividió en raciones de ocho dólares diarios, que le sirvieron para hospedarse en un hostal del barrio

La Mariscal, junto a huéspedes que variaban cada día. Lo primero que hizo luego de instalarse fue llamar a un primo, en Rusia, que lo contactaría con floricultores que necesitaran trabajadores bilingües. Barankov estudió Economía Mundial, Relaciones Diplomáticas y domina cinco idiomas: bielorruso, ruso, polaco, ucraniano e inglés. El dinero que ganó por comisiones lo gastó en unas cuantas clases de español en una escuela llamada Simón Bolívar, donde no aprendió gran cosa. La mañana del 2 de octubre de 2009, mientras intentaba comprar el desayuno en una tienda sin que el panadero lograra entenderlo, una mujer que aguardaba su turno en la fila se impacientó. —Era el típico gringo que no sabe cómo pedir las cosas, así que me acerqué y le pregunté, en inglés, qué quería comprar —me cuenta Maribel Andrade en una cafetería capitalina—. Él me indicó el tipo de pan que le gustaba, se lo traduje al vendedor para que lo despachara y me atendiera al fin, pero (él) nunca se fue. Maribel sonríe con el recuerdo. Barankov agradeció la ayuda invitándola a un café. Ese día tuvieron una larga conversación que continuó horas después por teléfono, en la que el refugiado la sorprendió hablando en español: tras el auricular, de cara a la computadora, Barankov consultó cada palabra en el traductor automático de Google. Seis meses después se fueron a vivir juntos. Cuando le preguntaban por qué había venido a Ecuador, Barankov decía que a crear una escuela de hockey. En esos días, un ruso le ofreció legalizar su situación por 2.500 dólares, con lo que pagaría un abogado ecuatoriano y, con 150 más, compraría un pasaporte mundial de ciudadanía a través de la red. Entre honorarios y engaños, a lo largo de semanas de trámite, la cuenta subió a 10.000 dólares, que fueron reunidos y enviados por sus familiares moscovitas. La cifra, sin embargo, siguió aumentando, las remesas ya no fueron suficientes ni frecuentes, y la Interpol detuvo a un indocumentado Alexander Barankov en junio de 2010. Las pruebas en su contra eran los documentos alterados que su abogado le ofreció, pero que él nunca usó: una cédula y un pasaporte con su foto a nombre del bielorruso Andrei Yenaki, un antiguo vecino del que obtuvo una recomendación laboral y quien, en medio de las sospechas de las autoridades, lo denunció por suplantación de identidad. Por eso lo arrestaron. Barankov estuvo detenido 55 días en el expenal García Moreno y la Cárcel Nº 4 hasta que la Fiscalía ordenó su libertad porque no existía una solicitud formal de extradición. Al salir a la calle, Barankov demandó a quien había intentado convencerlo de que usara papeles falsos. El proceso sigue pendiente. Durante esos meses en la cárcel, el Ministerio de Relaciones Exteriores le concedió el refugio. Eso lo salvó de un juicio injusto, según dice, en las cortes de su país. En 2008, mientras Barankov cumplía sus funciones, las autoridades de su país lo condecoraron por “demostrar un alto nivel de profesionalismo, iniciativa y dedicación”. Ahora lo acusan de sobornar a una empresa petrolera, con información que supuestamente le ocultó al gobierno, mientras integraba el Servicio Secreto. En Bielorrusia bastarían las declaraciones de dos testigos para probar esa acusación que incluye fraude al Estado.

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A fines de 2011, Barankov creó el blog en español belaruslibre.blogspot.com —al que difícilmente se puede acceder en Bielorrusia por la cibercensura—, en el que reveló casos de violación a los derechos humanos perpetrados por el régimen de Lukashenko. Bielorrusia le solicitó a Ecuador su extradición ese mismo año. La Corte Nacional de Justicia archivó esa petición, pero en mayo de 2012 los problemas del militar revivieron por cuenta del anuncio de la visita del presidente bielorruso. Este llegó el 28 de junio. Tres semanas antes, varios agentes con trajes antimotines le impidieron a Barankov entrar al parqueadero de su casa. Le mencionaron la palabra deportación, y él les dijo que desde 2010 era refugiado. Ellos le respondieron que había perdido ese estatus. En realidad nunca dejó de tenerlo, pero la Corte Nacional había dispuesto su encarcelamiento “con fines de extradición” a pedido de su país. Después de tomarle declaración, lo recluyeron el 7 de junio, por segunda vez, en el expenal García Moreno. Veintiún días después, en uno de los balcones del Palacio de Carondelet, Rafael Correa aplaudía sonriente, y Alexander Lukashenko levantaba el pulgar para las fotos de los periódicos. Esa tarde firmaron seis convenios de cooperación binacional. Barankov, mientras tanto, pasaba las duras y las maduras tras las rejas. Según él, un guía penitenciario difundió entre los presos el rumor de que era terrorista. Cinco reclusos lo intimidaron y agredieron en una celda. Las técnicas de defensa personal que aprendió durante su entrenamiento militar en Bielorrusia resultaron inútiles ante la superioridad numérica de sus atacantes. Una semana después le aparecieron en el cuerpo dos abscesos (acumulaciones de pus en los tejidos) y fue trasladado al policlínico del expenal, donde lo sometieron a una operación. Maribel Andrade lo visitaba en la cárcel tres veces por semana. Una mañana la revisaron los miembros del Grupo Especial Alpha (GEA), civiles entrenados para ser guardias penitenciarios, y le impidieron ingresar las medicinas para aliviar la fiebre que tenía su novio. De nada sirvió que ella les dijera que le habían hecho una cirugía menor ni que les mostrara la receta médica. Ocultó los analgésicos bajo sus medias, entre los dedos de los pies, y siguió caminando. Barankov suspendió el reposo de tres días que le ordenaron los médicos porque lo citaron a comparecer a una audiencia ordenada por la Fiscalía. El presidente de la Corte se dio cuenta de que no podía caminar y suspendió la sesión. “Nunca olvido eso porque fue muy duro”, dice Alexander. Un médico vio su resistencia y le preguntó por qué no lloraba. “Porque [los] hombres nunca lloran”, respondió. Lo cuenta, mira con nerviosismo a todos lados, muy pocas veces se relaja, es como si temiera que alguien lo escuchara, revuelve el café y voltea sobre su boca la taza que al fin ha terminado luego de casi dos horas de entrevista. Entonces confiesa: “en mi país es una ley que [los] hombres no deben llorar. Aunque pase algo muy feo, nosotros nunca lloramos”.

En las habitaciones del policlínico, Maribel le daba ánimos y contenía las lágrimas que derramaría camino a casa. A escondidas y sola, la mujer del ‘Hombre de Hielo’ lloraba por los dos. *** Barankov se toma unos segundos antes de levantarse de la pista de hielo. Su caída habría sido menos dolorosa si usara protección, pero no se puso ni las tobilleras ni rodilleras ni las coderas que los otros jugadores llevan desde que empezó la práctica. Con las manos hace señas que dicen que su accidente no ha sido grave. Patina sin acercarse al disco y al fin señala al suplente en la banca: Stephan Küffner ha golpeado su palo forrado de aluminio contra el borde de la cancha. En hockey este gesto significa que se tiene la intención de reemplazar a un compañero para que reciba instrucciones técnicas, se reponga del cansancio o, como en este caso, del dolor. Küffner —economista y politólogo freelance— se afincó frente a la puerta del expenal García Moreno la mañana del 29 de agosto de 2012. A pocos metros de ahí, en la enfermería, estaba Barankov a la espera de los chequeos médicos previos a su liberación, después de 84 días de encierro. Según la ley, la primera audiencia de amparo de libertad para los refugiados debe darse tres días luego del encarcelamiento, pero en este caso hubo siete audiencias fallidas por diversos motivos, y el periodo legal que le devolvería su libertad se extendió 28 veces más de lo establecido. De padre alemán y madre ecuatoriana, Stephan Küffner aprendió ruso en Europa y decidió saludar a Barankov en ese idioma. En lugar de ganarse su confianza con tal deferencia, como esperaba, le dio un susto de muerte al bielorruso. Este asoció esa lengua con los hombres que lo amedrantaron y persiguieron en Egipto y se puso alerta hasta que un sonriente Stephan lo tranquilizó extendiéndole la mano. Segundos después estaban rodeados de cables, micrófonos y cámaras de televisión. —Ahorita no voy a decir nada —aclaró el bielorruso—: tengo que ver mi estatus después del 6 de septiembre —la fecha en que caducaba su carné de refugiado—. Necesito [que] Ecuador me preste refugio. Assange está en [la] misma situación, él necesitó ayuda y Ecuador [le] prestó ayuda. —¿Va a mantener la página Belaruslibre? —se apresuró a preguntar alguien. —No. Ahora tengo que pensarlo porque no quiero más problemas por mi familia. En seguida el abogado Fernando Lara, al que contrató luego de que quisieron estafarlo con papeles falsos, dijo: “vamos a pedir que se le entregue la credencial por dos años. El refugio que él tiene equivale al asilo político”. Sonó el pito de un Jeep, y Álex —como le dicen sus amigos ecuatorianos— se abrió paso entre los periodistas. Maribel Andrade estaba tras el volante del carro. Desde ese día, Küffner, el periodista de doble nacionalidad, se hizo amigo de Barankov que hoy es su compañero en el equipo Cocks

bielorrusia le solicito a ecuador su extradicion en 2011. la corte nacional de justicia archivo esa peticion.

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hockey, y mostró su caso al mundo, a través de la publicación de varios artículos en la revista británica Time.

“El AssAngE dE BiElorrusiA” Así bautizó el periodista Fausto Yépez a Barankov en un reportaje televisivo. El 30 de agosto de 2012, la cancillería ratificó el estatus de refugiado de Alexander Barankov. Esa mañana, el abogado del bielorruso le explicó a la revista Vistazo que la visita de Lukashenko había cambiado su destino. “Solo por la presión nacional e internacional (ejercida por los medios de comunicación y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos), el presidente de la Corte Nacional de Justicia negó la petición”, concluyó. Aunque Barankov jamás ha chequeado el número de visitas de su ahora inactivo sitio web, los medios ecuatorianos lo compararon con la red WikiLeaks, de Julian Assange, el asilado australiano, refugiado desde hace un año en la embajada de Ecuador en Londres. *** Los inmigrantes se acostumbran al anonimato, pero ninguno está preparado para el ostracismo. En Ecuador, cuando una persona sin recursos es acusada de algún delito, tiene “derecho a una defensa pública gratuita”, pero a ciertos “abogados de oficio” encargados de su defensa les interesa poco o nada su vida, y en el caso de Barankov era peor porque ni siquiera sabían su idioma. Vivir ese infortunio antes de encontrar a un buen abogado postergaría su objetivo de ser entrenador de hockey. Ahora intenta legalizar un Centro de Apoyo para Presos Extranjeros. Ha recibido artículos de higiene personal, ropa, alimentos y libros que distribuyó, acompañado de su novia y colaboradora Maribel Andrade, en la cárcel de mujeres de Quito. Quiso hacer lo mismo en el expenal García Moreno, pero los miembros del GEA se lo impidieron sin darle explicaciones. Horas antes de esa prohibición, había publicado en su bitácora virtual (ayudapresos.livejournal.com) el caso de Maxim Myasnikov, quien llegó a Ecuador en noviembre de 2006, luego de que en Rusia lo declararan inocente en primera instancia por asesinato y tráfico de armas. En Quito, Myasnikov adoptó el nombre Luis Vertovsek, tuvo un hijo, fue encarcelado y extraditado el 26 de febrero de este año, sin que respondieran a su solicitud de asilo político. Para los perseguidos que no son celebridades, ser tomados en cuenta por los medios de comunicación o las cancillerías de los países que eligen como refugio puede ser una cuestión más azarosa que la misma justicia. *** A pesar de que su equipo se llama Cocks (el escudo es una cabeza de gallo con dos palos de hockey formando una X), Barankov telefoneó una docena de veces al Municipio de Quito para quejarse del gallinero de un vecino al que no le importa que sus aves le quiten el sueño al barrio entero. Se tardaron cinco meses en atender su pedido: un récord de eficiencia entre los varios pedidos que el bielorruso ha realizado a Ecuador. Hoy, Barankov duerme unas cuatro horas al día después de buscar colaboradores para su fundación y enterarse de las noticias sobre la Rusia Blanca. Siempre a su lado, Maribel Andrade y Stephan Küffner recopilan información para hacer un

El hockey es la pasión de Barankov. Durante su asilo en el país fundó su propio equipo y ahora quiere abrir una escuela.

documental sobre Julian Assange, quien todavía no se pronuncia sobre el ‘Hombre de Hielo’, al que le hizo sombra sin querer. Si concretaran una entrevista, Barankov le desearía al fundador de WikiLeaks que “pueda venir pronto a Ecuador para que tenga libertad y realice sus proyectos”. *** Alexander Barankov combate su nostalgia por la comida de su país con mariscos, un lujo que descubrió aquí y que es tan extraño para él como la nieve para los ecuatorianos. Es fanático del hockey sobre hielo desde los tres años, cuando le enseñó a patinar su padre. Este vive en Minsk, la capital bielorrusa, gracias a un catéter que le pusieron luego de dos operaciones a corazón abierto por un “microinfarto” de origen desconocido, cuyos efectos menguaron cuando su hijo salió de la cárcel. “No sé si mi papá pueda venir [a Ecuador] porque el avión tarda 17 horas, más la altura, la presión... creo que nunca lo volveré a ver”, me dijo antes de que empezara el entrenamiento la vez que lo vi en acción dentro del Palacio de Hielo. Esa noche, después de su caída, se sentó en una banca tras la valla que separa al público de la pista donde se tejen las jugadas. Vi sus pantalones mojados y le pregunté: ¿te dolió? Lo pensó por un instante. Luego remangó la bastilla de su calentador para mostrarme un moretón en la pierna izquierda. —No, [el] hockey es de hombres.

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