Más vale lagartero que dj

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humor

más vale

Por Aldo Rocco

que

lagartero

dj

Increíble a lo que hemos llegado. Si bien el

DJ y su música es una forma de arte no se comparará con el talento y el conocimiento musical del lagartero. Bohemio ermitaño de la noche que cabalga a la suerte de buscar una esquina para cantar su repertorio. Y si la esquina se resiste, entonces esta especie de Quijote contemporáneo busca un sitio y se cola en medio de una cena o de un festejo para una vez más retar al destino, y entre canción y canción ganarse su sustento a punta de rasgar viejos temas en una añeja guitarra. Es el lagartero ese eco que nos recuerda que el pasado no es tal y que las novedades del mundo que habitamos son tan efímeras como el frenesí que producen. El DJ llega en avión con previo contrato y pago. Luego de recibirlo y alimentar su cuerpo y sentidos, procede a tocar su música pregrabada, quizá en un orden, también preparado de antemano. Los europeos llegan con sus mezclas listas, engranadas en un guion que parece infranqueable; los suramericanos se adaptan a la pista, le dan al público en la medida en la que este pide. La del DJ es una industria con todo el vértigo y los lujos. Es un pasaporte para ganar bien y tener a las chicas más lindas al frente tuyo. Lo del lagartero es un oficio que se hace a pie, sin más agentes o patrocinadores que la noche y la voz al servicio de la nostalgia. No hay mánager o agente que busque la siguiente tocada. La pelea es en el ring de la calle cuerpo a cuerpo, sin intermediarios. La suerte del lagartero depende del azar, de si la moneda que surca los aires —llegado el momento— aterriza en cara o cruz. El lagartero escoge su tema en sintonía con la ocasión y lo interpreta en ese momento desde la inspiración que se materializa en la pareja a la cual le canta. Se expone a que lo callen para no pagar, para no oír en su voz el eco del desamor; se queda a merced de la euforia que lo amenaza con dejarlo sin escenario… sin piso.

50 SoHo

El DJ, si es famoso, tiene contratos comprometidos, su agenda es apretada y difícil de permear. Incluso, dependiendo de la fama que tenga, puede darse licencia para elegir los destinos a los que le place ir: Europa siempre es una buena parada. Para el lagartero, el contrato es la palabra de quien le pide que cante, su publicidad es su guitarra enfundada bajo el brazo, su voz es su único anuncio de llegada. Lo conocen por “radio bemba” y su destino fijo es el asfalto que recorre silbando su mejor melodía. El lagartero sale cada noche a jugársela, a mirar por la rendija de las posibilidades. No tiene rumbo y su performance diaria es la única que le garantiza el sustento. La entrega, el esfuerzo y sus acordes son los ingredientes del plato principal que es la noche. Mientras el DJ mezcla canciones y temas, el lagartero los toca, los canta, los siente. Son dos oficios que comparten el objeto, pero que se arman cada uno desde un terreno diverso: el uno desde las luces y los aplausos de una disco, y el

Lo del lagartero es un oficio que se hace a pie, sin más agentes o patrocinadores que la noche.

otro desde la intemperie y el ruido anónimo. Si le preguntas a los jóvenes, van a preferir el DJ. Así cómo prefieren Facebook antes que comerse un libro; ver deportes en TV antes de salir a la pelear la pelota; ver videos en YouTube, en lugar de coleccionar música; pegarse a National Geographic antes que lanzarse al campo. Ahora, si la pregunta es conmigo, yo me quedo con el lagartero, una botella de licor, una esquina, un fuego alimentado por papeles y palitos de la calle para amainar el frío, como lo hacían nuestros abuelos en un pasado no tan lejano.

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