Chichimora

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editorial



A: Camille Claudel

Con sabor a locura se va contando los dedos hablando quedito para no herir la lluvia Con sabor a locura se va cortando el cabello lloviendo despacito para no ahogar la Luna Con sabor a locura se va tragando el deseo sorbiendo a poquito todo el bar de dudas Con sabor a locura se va desnudando bailando en penumbras al que ya no la espera se ha ido en silencio robĂł su cuarto, su nombre tambiĂŠn los aplausos Con sabor a locura se dibuja la mente lagartos sus brazos serpientes sus pechos Venus, la del saurio monte pĂĄjaros sus manos amapolas sus ojos tucanes los pies sus nalgas son olas

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aluvión sus ideas quetzalcoatl su lengua de barro sus piernas cintura choques eléctricos ¡callate, loca! Su piel, sabana mármol para que el fantasma esculpa su firma escupa su semen Con sabor a locura se va escribiendo la historia con palabras mudas ciegas camisas de fuerza Con sabor a locura vamos todos por el mundo aplastando sonrisas caballitos azules.

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Tus besos no vienen, amigo mío y las orquídeas aún tienen tu nombre apresúrate a volver que otros besos podrían borrarlo mas yo no quiero, aún llueve fuego sobre Bagdad.


Cadáveres sobre cadáveres rodeados del zumbido de las moscas de las balas y el terror es lo que queda de tu pueblo, mi Dios hastiada estoy de holocaustos sitiada y asolada tu ciudad está por ladrones, prevaricadores y asesinos todos aman el petróleo y el soborno poné tus manos sobre ellos danos las murallas de amor. (Poemas inéditos de Lety Elvir, Honduras 1966)

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Tengo una tarde que se agota solo me espera el lirio ahogado en el frasco que se asoma por la ventana la noche me inunda de su insomnio me llena de pesadilla mi sangre se confunde con la sĂĄbana espera francamente que me ahogue en la resistencia que me rinda con las manos dobladas con los sueĂąos hambrientos pobres de mis sueĂąos pobres mis distancias tienen que luchar donde no aparece nadie ni una sombra ni una nube ni un sonido que me salve 3 de Julio de 2006

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Nos miramos sin sueño Incluso casi sin aliento Llegaste lamiendo tu suerte y sin amor de amantes nos metimos a la cama qué mal me enternece cuando te miro desnuda cuando me miro en tu sonrisa sin ese amor de amantes en qué mal sucumbo cuando me tocas cuando me envuelves y me llaman tus ojos y tu boca me traga para convertir en raíz eterna cada madrugada y me amas sin ese amor de amantes

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Hoy tengo que cocinar y estoy llena de una tristeza para azar.... que pica con mil agujas el centro de mi corazรณn..... Cinco deseos como cinco soles del centro a los puntos cardinales en desbocado afรกn de empujarse hasta llenarlo todo. Cinco intentos cinco placeres cinco veces del magma al tedioso orden que antecede la muerte buscando del este respuestas del norte y el sur amores del oeste la aventura de la nada conocida. Cinco soles cinco vidas cinco rumbos para el barco que se aleja. Todo estรก permitido menos quedarse Francesca Gargallo

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Ella se paró frente a la ventana para dar los últimos retoques a su máscara. No era agradable, lo sentía, pero aún esa máscara huidiza y timorata era mejor que confesar que estaba allí, en ese cuarto y sin que nadie lo supiera, con un hombre que no podía ser ni remotamente su marido. Se entretuvo en las caricias, en las palabras empalagosas, se perdió en los diseños que las sombras arrojaban sobre las paredes y se dedicó a ver los colores rojizos que despedía la lámpara del cuarto, desde donde un San Martín con su escoba, la observaba con una mirada de desconcierto. No se acordó de las miradas reprobatorias de su padre o del miedo antiguo de su madre (ella nunca se atrevería a juzgar su procedencia), solo sintió el arrullo de las voces que era como quedarse dormida, de a poquito. Esa mañana no pudo observar que llevaba la máscara puesta y nadie pareció notarlo: los ojos de los otros le devolvieron el reflejo de una mujer alegre y despreocupada, casi feliz, sin ningún vestigio aparente de culpa o de temor. Vió lo fácil que podía ser sostener una mentira si sabía hacerse bien. Mejor así. Que nadie sospechara.

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En el vidrio del baño y de puntillas se contempló despacio y cuando dió la vuelta, creyó haber visto en un reflejo tenue del espejo, los tonos escarchados de la máscara, pegados a su cara. Volvió sobre sus pasos y los miró fijamente. Allí estaban los puntos dorados y plateados, como pequeñas luciérnagas prendidas de una luz pequeña y brillante. La comparación le hizo gracia y pensó que realmente no era tan malo después de todo, los tonos le daba un aire misterioso y sensual que solo podía interpretarse como un dejo de hermosura. Sabía que el regreso a casa era comenzar de nuevo: los golpes en las puertas, las patadas a las mesas, a las sillas, a todo objeto movible que se le pusiera en medio, incluyendo personas. Esa noche fue peor que las otras, una patada zafó la puerta del cuarto y ella medio dormida, medio despierta, tratando de ponerse torpemente el vestido. Oía como una voz lejana, los susurros una voz femenina, que no lo hiciera enojar, que se portara bien, que se pusiera rápido el vestido. Solo entonces pudo distinguir en la oscuridad, las lágrimas torpes que caían como una lluvia fina de la cara de su hermana hacia su vestido. Pensó lo hermoso que sería llorar juntas, por lo menos una vez. No tuvo tiempo de pensarlo demasiado, porque una garra cruzó el aire separándolas, se sintió levantada desde el suelo, como 10


por una alfombra que la sujetaba de su pelo largo y oscuro. Lo siguiente que vió fue la sangre manando de su frente y sus rodillas, manchando sus ropas, la cama, sus manos. Nuevamente las voces la instaban a levantarse. El hombre no contaba, esa no era voz, era solo un grito lastimero de auxilio, de vorágine. Mientras se levantaba, se decía como se vería con su máscara manchada de sangre ¿Alguien lo notaría? ¿descubrirían todo? ¿acaso alguien le diría lo mal que se veía?. Si hacer caso de los gritos, corrió al baño y nuevamente en puntillas, se vió la cara. Nada había pasado, a excepción de que los colores de la máscara se habían vuelto más intensos, casi carmesí. Alguien la llamó y automáticamente, sintiéndose fuera de peligro, fue a servirle la sopa al borracho que atormentaba sus noches, sus madrugadas, su vida entera. El se sentó al frente de la mesa, mientras ella lo oía decir de la importancia de la sexualidad humana, que si se lo habían enseñado en el colegio, que si lo hablaban entre sus amigas, que si era bueno o malo. La mano del hombre se posó en su cabeza, cariñoso. De todas maneras, le dijo, ella sabía que la quería profundamente, que solo lo hacía por su bien, que algún día cuando él ya no estuviera entendería, al fin. 11


Ella se pasaba la mano por el pelo, nerviosa, tratando de ocultar el color intenso que había adquirido su cara. El para su alivio, ni siquiera lo notó. Generalmente, después seguían las lecciones de baile, él le enseñaba a bailar, como su madre decentemente, no había podido enseñarle: a bailar como Dios manda. Las lágrimas se confundían con el aliento a alcohol, mientras él la estrujaba hacia abajo y hacia arriba, dando vueltas y vueltas, hasta quedar mareada. En un rincón se oían las voces lastimeras de los Panchos, cantándole a la vida y al amor. Maldijo el momento en que inventaron los tríos, la música, las guitarras, solo quería llorar desenfrenadamente. Su hermana desde un rincón la observaba en silencio, ni un gesto, ni una palabra salía de su boca. En ese momento ella supo que su hermana había notado las primeras señales de la máscara. Eso no la asustó, más bien la sostuvo firmemente mientras bailaba sin parar. Nunca hablarían de eso, nunca lo harían y eso la aliviaba. Un abismo tácito de complicidad y silencio se extendía entre las dos, ninguna se atrevería a cruzarlo. Después de cada noche de tortura, de cada madrugada, de cada golpe, ella co-rría al espejo para ver que nuevo color, que nueva forma había adquirido 12


su antifaz. Secretamente, aguantaba en silencio, pensando en lo otro, en los susurros a oscuras, en las voces de ese otro, que si bien no amaba, tampoco despreciaba del todo. Pensaba algún día hacer una escena horrorosa de novela mexicana, donde le diría a su madre la verdad y ella caería desmayada por la vergüenza y la culpa y por no haber sido una buena madre. El golpeador, imaginaba, detendría su mano, justo antes de estrellarla en su cara, sabiendo que su hermano era el culpable de todo y con suerte, quizás se iría para siempre de la casa para no regresar jamás. Al final de todo esa sería su venganza y ella miraría altiva y triunfante, el fin de sus vidas. Hilaba los hilos de esa fantasía, cada vez más profunda mientras pasaban los días y los meses. Todo esto pensaba desde su cama, mientras buscaba sus zapatos y removía su vestido de la cama. Todas las personas están llenas de máscaras y nadie se da cuenta, o tal vez todos las ven y nadie quiere ser el primero en decirlo. Eso sería tanto como hacerse responsable y todo el mundo está sobrecargado de responsabilidades. En el espejo de su cuarto, echó una última mirada a su cuerpo, se fijó en su cara y notó que la máscara estaba allí, sin moverse. como un ojo o una boca, una segunda cara. 13


Sonrió, no era tan malo, después de todo, lo único que le incomodaba era ese ceño sobre la frente que no podía borrar y ese color violeta tan intenso que a veces le devolvía su reflejo con el sol. La tocó por primera vez, acariciando sus formas redondas y ovaladas, tocó su dureza y su fuerza. La máscara tenía vida propia. Lástima que ya no podría llorar tan a menudo, mantener una máscara exige cuidado y atención constantes. No vaya a ser que un pedazo se caiga y las lágrimas echen a perder el diseño, además ella ya no sabría como comportarse sin su antifaz. No recordó haber vivido alguna vez sin usarlo, prefirió olvidar todo lo anterior y dedicarse a pegar lentejuelas, añadir colores, inventar diseños. Algún día, imaginó, escribiré sobre una mujer sin máscara que lloraba a mares, lo que me sobra es tiempo. Con ese pensamiento, aspiró profundo y sus piernas se movieron en dirección a la puerta. Por un momento olvidó el espejo y miró su reflejo en la ventana. Nadie diría que ella poseía una máscara. Nadie diría que acababa de cumplir ocho años.

SPS, 4 de Abril 2001.

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Cada día me levanto con esta extraña opresión en el pecho, pecho de mujer que conste y cuyo malestar no tiene que ver con llevar dos senos colgando por delante, si no más bien con el exiguo sentimiento de sentirme extranjera en mi propia patria. Honduras de pliegues profundos y suaves, incitantes. Azul brillante y color de arena blanca. De corazón pequeño como su gente, abierta al mundo, tendida en una espera infinita, pequeña, pequeñísima. Ególatra y poderosa en su infinita pequeñez. Alguien en el mundo porque mi patria no es nadie en el mundo. Como una mujer tercermundista de pies descalzos y suelas frías. Nadie. Porque hay que hacer por estas honduras lo que hizo García Márquez por Colombia...pero aquí no hay droga, ni FARC y la Corporación ha cambiado el banano por el imperio de la maquila. Donde solo nos queda el aroma del café, otra vez suave, penetrante, hondo, profundamente hondo.

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Pienso eso, mientras la noche cae y estoy sentada viendo los pinos de un parque cualquiera, chapoteando en la imaginación de las limpias aguas del Atlántico, ese que nos adormece o nos


calma como una canción de cuna. Y también pienso en esa ambigüedad de paz y luces doradas, de sentimientos que se mezclan, honduras tan amada y tan repudiada por momentos, como la madre, como mi madre En esa relación ambigua y de bordes indefinidos, oscilante entre el cariño y la suprema furia, la cólera de sentir que naciste de ese vientre con el que no te identificas, al que no quieres... Y otras veces ese mismo vientre puede ser suave, delirante, profundamente tierno y esperanzador, profundamente mío... son las veces que una sonrisa de felicidad, de orgullo, de placer me llena la cara, son las veces que quisiera ser anónima para poder perderme en las profundidades de ese regazo. Nombre de mujer como diría Juana Pavón, esa poetisa con nombre y apellido que va desenmarañando las calles de Tegucigalpa con la misma frescura de hace veinte años, acompañada de alcohol y de su locura. La que le susurra los nombres indecibles, la que la hace bailar en medio de las fiestas de gala y aún sin ser invitada, la que hace sentir como una reina en medio de un salón de gente que no sonríe en lo absoluto, la que me hace reír, desenfrenada. Porque esta Honduras no puede ser grande, tiene que ser una con h minúscula, la que va todos los días al mercado 17


a regatear los precios que suben cada día más, la honduras donde la viveza es un valor y no un pecado, donde la alegría y el humor son obligados a caminar entre la desventura de la gente porque se convierte en la única posibilidad de sobrevivir. La honduras de muchos amantes y sonrisa divertida, la que es virgen, la que se prostituye, la que no miente. La honduras donde los gobernantes nos endulzan los oídos con mentiras repetidas, buenos vendedores de la nada que hasta nos ofertan la pena de muerte y estamos gozosos, dispuestos a comprarla, la oferta final que sirve para creerles. La honduras que se debate entre el suplicio y el asfixiante calor de un cardenal que ya se creía papa y la realidad de un congreso que permite a los pastores de ovejas ser pastores políticos. Y así aguardamos...entre la neblina y el humo... aguantamos porque estamos aquí y jugamos a creemos que la selección estará entre los clasificados al mundial, que ganaremos algún premio internacional, que alguien traerá e Nóbel a casa Y adentro una mujer se desnuda y un perro le ladra a la luna, antes de buscar sobras de comida en el suelo. Tierra de manadas de perros amarillos, ojerosos, lastimeros. Tierra de patrones y esclavos. Tierra de obreras y mujeres asesinadas, impune, ampliamente. ¿tierra de sueños? Puede ser, porque aunque está prohi18


bido, seguimos intentándolo, viviendo. Tierra de pregoneros, de sápatras y genios, de humanos y diosas, tierra neutra con olores definidos.

Y escribo. En medio de todo, escribo, desde esta h minúscula, muda, pero indefectiblemente visible, delatora de presencias. Escribo y estoy, a pesar de no tener voz porque simplemente no me puedo conformar, peleo con eso, como con mi madre cada vez que la encuentro habladora, tirando rayos y centellas, incapaz de hacer nada más que construir palabras, insultos contra el mundo, como si eso exorcizara los demonios, las palabras. Seguí escribiendo por el ejemplo de esas palabras, exorcizantes, divinas...que no llegan a la acción. Honduras de papel, que se incendia por los eslabones más débiles, tierra de fuego y calor, compra venta de dinero, de sexo, de inmundicia. Letras despiertas que nacen en cada noche. Letras que se mueven para todos lados, entre las calles, en las avenidas, molestas e irreverentes con los transeúntes, entre divertidas y aladas. Palabras de mujer que son demonizadas por el círculo omnipresente de los genios, de los pseudo intelectuales, los que creen tener la verdad entre sus manos y no se conforman 19


con que hayamos abandonado el marco de los cuadros, el pentagrama de las musas y nos atrevamos a decir que tenemos palabras no dichas, naciendo de nuestras manos, caminando, entrando en el mundo. Ellos, obreros de la palabra, que no se dan cuenta que son minúsculos y que también viven, al igual que nosotras en la tierra de nadie. Vuelvo una y otra vez la vista hacia esta patria, regresando a ese vientre definido, a mi casa, a la honduras de papel y fuego, como diamante, la de los árboles eternos, la depredada, la de la sonrisa cansada y los brazos abiertos. La que se deja hacer hasta la muerte, como la madre. Honduras con h minúscula, donde me nombro y soy, donde escribo y sueño con vientos cálidos, brillos de locura y pavor, esquinas rosadas. Desde donde lucho con la desmemoria y el olvido, la honduras que lleva mi sangre, la que me acoge cada día, a pesar del frío, el miedo o la lluvia.

Profunda, honda, de verdades a medias, de senos al viento. Desnuda y brillante, anónima, escribiéndose sola en mi vida, en la vida de todas las mujeres que tienen al igual que ella, una h minúscula en el pecho.

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a partir de, o influenciada por, Silencio de Clarice Lispector. O tal vez, simplemente, con-versaciones, sin-más…

Cuando la marea comenzaba a subir, las personas emprendían lenta pero rigurosamente su retirada. Bien encima del mar, ahí cuando se toca con el cielo, quedaba una energía latente que sólo ella podía percibir. ¿Por qué? No lo sé. El cerro que estaba a su lado derecho, tenía esa misma luz áurea. Las nubes cargadas, escapadas de un cuadro de Goya, gritaban y se movían lentamente. Quien pudo detenerse y observar, seguramente habrá podido apreciar que sus formas iban cambiando lentamente, en cuanto su esencia continuaba intacta. Entre las muchas personas que se iban de la playa aquel día, y las pocas que quedaban, pude distinguir a Muriel. Allí estaba, sentada en una silla, mirando fijamente el mar, o las nubes, o los cerros. Tal vez simplemente se limitaba a escuchar el sonido de las olas.

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Movimiento constante. En las calles, en la playa, en el cielo. Personas que llegaban permanentemente. ¿A dónde? ¿Al cielo o a la playa? Al mundo, respondía Muriel. Rodrigo la miraba acariciándose sus piecitos, torcía la cabeza y… -si las personas van al cielo, ¿porqué yo no las veo? – preguntaba mirando hacia arriba al tiempo que se imaginaba un montón de cabezas, personas, cuerpos juntos, cada vez más. Las nubes eran sus móviles, los rayos sus radios. Vas por la nube 4 y entre la 18B y la 21K… Se detenía de golpe. ¿Dónde estaban los carteles indicadores de calles? ¿Será que él no llegaba a verlos? ¿Existirían realmente? Con tanta gente subiendo permanentemente deberían existir… para no perderse en una nebulosa. Sin decir palabra, para no sorprender a las ánimas, Rodrigo se levantó corriendo, se dirigió de un salto a la ventana y acodándose en el marco de madera, se quedó inventando formas, encontrando respuestas, desenredando realidades en el movimiento de las nubes. Garuaba en Buenos Aires. 22


Tú no paras de ser, tu constante tictac atormenta mis ideas, incide en mis tiempos, marca cada segundo pasado e inventa el venidero. Tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac tic-tac Sveglia no paraba de hablar. Se manifestaba con la urgencia que le daba su consciencia, a cada tic - tac un segundo menos de tiempo, más próximo al fin. El tiempo se acaba. El tiempo pasaba. La finitud del tiempo es algo concreto, es real. Sveglia lo sabía. Ese conocimiento le generaba la necesidad de expresarse, de decir, de estar, de ser. Él era. Por eso llenaba cada hueco de su tiempo, cada rincón que su existencia le permitía. Sveglia no paraba de hablar, de manifestarse, de decir-me cosas. Algunas comprensibles, otras, esperables y otras realmente incomprensibles. Lo mismo da, estamos hablando del tiempo, y al hablar, lo estamos transcurriendo, transitando, como el tren ta ta ta taaan – ta ta ta taaan. Como te decía, estamos hablando del tiempo, ¿me entendés, no? Tiempo sin tiempo, yo hablo/escribo ahora, vos me escuchás/leés también ahora, pero resulta que en el medio, hay un diferido. Decíamos que el tiempo transcurre,

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como el tren, la diferencia, es que éste se dirige concretamente a alguna parte, ¿y el tiempo? ¿Irá también a algún lugar? A dónde. A – dónde – voy. ¿Qué digo? ¿Qué significado tienen las palabras? ¿Vos entenderás lo mismo que yo intento decir, o habrá otros entendimientos que escapan a mi escrita/pensamiento? MI nombre es la mar, pero yo soy las nubes.

Me dices que no entiendes. Insisto, ya no quiero escribir. A partir de tus últimas líneas, la palabra posesión ha tomado otra connotación. Cumple una función parecida a la de la canilla, algo se abre y deja pasar las lágrimas que hay en mí. También la palabra posesión se asemeja a incomprensión, incomunicación, descomunicación, acomunicación. El diccionario dice que la “A” es la falta de. ¿Si yo fuera amariana, estaría faltándome yo de mí? 24


Me dices que soy posesiva. ¿Cómo podría serlo si yo no quería poseerte? Sólo quería compartirme, compartirte. Saber algo de vos, de tu ser, por dónde caminaba tu existencia aquel día. Qué veían tus ojos, qué vestía tu cuerpo. Me pregunto porqué las personas asocian amar con poseer. ¿No es acaso el amor un intercambio, un fluir, una energía permanente? Si a esa energía la encerramos, le levantamos paredes, construimos rejas, ¿dónde queda el amor? ¿A la sombra? ¿Enjaulamos a caso a nuestras madres? Me pregunto de dónde vendrá la fantasía/necesidad de posesión. ¿De la obsesión tal vez? ¿O de la canción? Leo posesión y te pienso. Llegan rápidamente a mis recuerdos una de las últimas cartas recibidas. PENA – DESESPERACIÓN – DESASOCIEGO – PREGUNTAS. Interminables preguntas se presentan ante mí, se acomodan, me toman como por asalto y se instalan. Interminables preguntas se presentan ante mí, dentro de mí, encima de mí como hundiéndome en un pozo ciego. NO VEO. Ayudame. No veo. No puedo moverme. Como la mujer de la obra de Samuel Beckett, que dirigía Peter Brooks Tiempos felices. El tiempo pasaba y ella cada vez quedaba más enterrada. 25


¿También a ella le habrás hablado de posesión? Injustamente, arbitrariamente. Y para llegar a la anti-posesión se habrá dejado enterrar, cada vez más, por una montaña que crecía, crecía, crecía. Al principio, la presión le permitía agitar las manos, luego, tan sólo sus ojos. Sus palabras. Sus rabias y broncas. Su dolor. Su desesperación. Ella estaba viva y desposeída de la posesión de nadie. La montaña la acompañaba, era su cómplice en la acción. ¿O en la aacción? Yo ya no escribo. A mi cuaderno se le acabaron las hojas. Mi lapicera se ha quedado sin tinta, la luz eléctrica parpadea. Se va. Y yo aquí, me amariano. Pienso Hablo Respiro Intento explicar/te mi incomprensión, sobre la posesión que nunca existió. Mariana Pessah Diciembre de 2007

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Textos: Melissa Cardoza Diseño: Alesia Rivera Dibujo de interior: Cecilia Perrin Chichimora ©2008 Primera Edición

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