Magníficat, ejercicios de alabanza a maría

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Teodoro Corona Ch.

MAGNÍFICAT Ejercicios de alabanza a María

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La Anunciación (Evangelio) Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. 4


Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.» María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible.» Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.» Después la dejó el ángel. (Jn 1, 26-38) 5


Introducción El transitar por la vida mientras nuestra alma está unida al cuerpo mortal, de una forma u otra nos convoca a una espiritualidad, sentida en la profundidad de nuestro ser, y no existe en el mundo un ser humano que no sienta esta necesidad, independientemente de la posición religiosa o talante agnóstico que asuma. En este caso dedicaré mi esfuerzo, con la protección del Espíritu Santo, a rendir alabanza a la Madre de Dios, madre de nuestro salvador Jesucristo y madre nuestra. No será pues esta obra una intención de hacer valer el privilegio de María, sobre quienes se lo niegan, sino un peregrinar por su silenciosa vida, haciendo lucir sus encantos de Reina del Cielo y la Tierra. María, aquella joven en quien Dios fijó la inmensa responsabilidad desde todos los tiempos 6


para ser Madre del Hijo Unigénito del Espíritu, se entrega a la voluntad del Padre y proclama la virtud concedida por su Creador. Existe en María una fuerza indomable de voluntad y obediencia que le hacen brillar con luz propia en el sentido meramente humano, tal como queda implícito en este Cántico que me permito comentar. Nosotros podemos imitar a la Madre del Amor Sagrado, en estas dos básicas intenciones y más que intenciones, hechos..., realizaciones..., entrega, así como lo hizo María. Pidamos eso a la Madre de Dios y acometámoslo; así podremos ver un cambio radical en nuestras vidas. San Josemaría nos dijo: “Amigo mío, si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños -¿Quieres amar a la Virgen? – Pues ¡trátala! ¿Cómo? –Rezando bien el Rosario de nuestra Señora. 7


Hazte pequeño. Ven conmigo y – éste el nervio de mi confidencia- viviremos la vida de Jesús, María y José, (San Josemaría “Santo Rosario”, ediciones Vértice, Caracas, 2002) MAGNÍFICAT Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Dio un golpe con todo su poder: Deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. 8


Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre. (Jn 1, 46-55) Sorprende que un poema tan hermoso haya salido de los labios de aquella pequeña sierva del Señor, pero anima nuestra alma al saber que Ella, en pleno conocimiento infundido, se adhiera a la solicitud del Padre. Bendita eres, María, por ese ¡SÍ! portentoso. Tenemos una madre, nuestra amada madre, que nos nutrió en su vientre con infinito amor y con la savia que nos daría la vida; a ella la amamos y la adoramos en términos de una adoración que intenta ir más allá del amor filial; es decir, se produce una simbiosis inescrutable y embrionaria de nuestro ser hacia ella. Ello se convertirá en un vínculo que va a durar para toda la vida. Parecido sucede con nuestros más cercanos familiares, pues nos damos y entregamos a la afiliación que, contra toda corriente, termina venciendo 9


las controversias, desacuerdos y desamores que el avatar de la vida nos tenga asignado. Más allá de la duda es imposible desconocer en nosotros la liga consanguínea que no nos separa, por lo contario, nos une indefectiblemente en una esperanza que nos permite buscar animosos la unicidad, y si en algunos casos se da el indeseado rompimiento..., éste en cualquier momento desaparece para dar paso a la acción natural del amor filial. Tarde o temprano las corrientes del río toman sus originales cauces, reivindicando para ellas la verdad de su existencia, su irrenunciable camino. Ese músculo social que permitió convertirnos de nómadas de los desiertos en estacionarios para habitar en francos, aireados y verdes prados donde nos asimos imperturbables por el tiempo, responde a una realidad de los signos de los tiempos que debemos advertir con mucha gozo. Somos una familia humana con el contenido sagrado de permanecer en el tiempo, solamente el tiempo dirá cuán grande ha de terminar siendo esa unión, sin desconocer los difíciles momentos que vivimos que parece conspirar fuertemente contra el amor. 10


Para mí no deja de ser un misterio, el hecho de que el hombre deseche, en muchas oportunidades, el reconocerse hijo de Dios. Sin embargo, la búsqueda del corazón del hombre se inclina hacia ese amor irrenunciable. Por más que se haga oscura la noche, el alba aparece ocaso tras ocaso y se renueva la esperanza de un día diferente, y está en nosotros, y en la voluntad de Dios, hacer que brille el sol con más intensidad, sol que es luz desde el más excelso amor que todo lo vence. Ese momento es clave para que logremos soltar amarras e ir navegando a una deriva divina que se hace serena en nuestras vidas, sin encallar en las ciénagas del tormento, pues me colmaré en la serenidad y eso bastará para superar todo insomnio que quiera quitar lustre a la alegría de vivir. Dejemos, pues, en las sagradas manos de María, quien llevó en su regazo al Salvador del mundo, nuestra esperanza, fe y pasión para ver coronado el reino de Nuestro amando Jesús, en el corazón de todos los hombres. 11


Capítulo I “Proclama mi alma la grandeza del Señor” Con cuánta confianza se expresa María y eleva su propia alabanza al Padre, segura de cuán grande es su misión, en el gran plan de la Salvación del hombre. Llena de gracia, quién va a ser desposada por el Espíritu Santo, posee el don de la prudencia que le hace esperar y respetar el camino que se le ha señalado. Por eso, María, te alabamos y eres para nosotros la inmaculada que debemos seguir y aclamar como nuestra auténtica madre: ¡María, sed la salvación del alma mía! Es así, con esa misma intimidad como nos dirigimos a la Santísima Madre, haciendo de nuestra 12


alma una entrega total para ser conducidos por Ella por caminos rectos de salvación. “¡Qué preciosa señal de predestinación tienen los siervos de María! La Iglesia aplica a esta divina Madre, para consuelo de sus devotos, las palabras de la Sagrada Escritura: “En todos ellos busqué el reposo y moraré en la heredad del Señor” (Ecclo 24,11). Esta divina Madre, con sus poderosas plegarias y ayudas, con toda facilidad nos conseguirá el paraíso, si no le ponemos obstáculo. Por lo cual, aquel que sirve a María y por el que intercede María, está tan seguro del paraíso como si ya estuviera en él. Servir a María, es ser de su corte, añade san Juan Damasceno, y es el honor más grande que podemos disfrutar; porque servir a María es ya reinar en el cielo, y vivir a sus órdenes es más que reinar. Los que están privados de la ayuda de esta excelsa Madre, están abandonados del socorro de su Hijo y de toda la corte celestial” (San Alfonso María de Ligorio. Las Glorias de María.) Yo no puedo decir que María está en todos los lugares a la vez, pues la Omnipresencia está reservada para nuestro amando Padre, pero como hijo 13


que soy y llevo a mi madre en mi corazón, así Jesús lleva a María en el suyo, transfiriéndole de alguna manera, igualmente, esa Omnipresencia. Donde está Jesús, no tengo duda de ello, está María. Esa manifestación de María al proclamar la grandeza del Señor, no solamente es referida a lo que le acaba de anunciarle el Ángel; va mucho más allá. Esa grandeza estará siempre presente durante la vida terrena de María y por los siglos de los siglos, pues no cesa ni cesará jamás la majestad de Dios. El hombre puede tener la certeza de que el poder y la grandeza de Dios son inacabables, no tendrán fin. Y es aquí donde los hombres erramos, cuando estimamos que este “cuentico” del anuncio del Ángel fue hace ya mucho tiempo, y su vigencia, cuando no negamos el hecho, ha perdido actualidad. María ha tenido la misión de ser vaso comunicante entre el mensaje de Dios, su propia existencia y la vida del futuro, es decir la vida eterna. Las diversas manifestaciones de María en las apariciones y mensajes dejados a los hombres, corroboran esta misión, cada día más salvífica en la 14


presencia de la Madre de Dios, María nuestra Madre y Dulzura. “Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, “que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias” (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María “muestra el Camino” [“Hodoghitria”], ella es su “signo”, según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2674, CDLIC) Y si alguna duda nos pudiera quedar, veamos esta afirmación de “CDLIC” (2679) “María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar 15


Índice Introducción ....................................... Capítulo I ........................................... “Proclama mi alma la grandeza del Señor”

Capítulo II .......................................... “Y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, Porque se fijó en su humilde esclava.”

Capítulo III ......................................... “Y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz”

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Capítulo IV .........................................

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Capítulo V ..........................................

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Capítulo VI .........................................

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“El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: Santo es su Nombre”

“Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia” “Dio un golpe con todo su poder: Deshizo a los soberbios y sus planes”

Capítulo VII .......................................

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Capítulo VIII ......................................

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Derribó a los poderosos de sus tronos exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías “Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia. Como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre”

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