AndrĂŠs Zaca Nayotl
Historia y novena de
MarĂa Auxiliadora
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María Auxiliadora (24 de Mayo)
Hoy como ayer, las palabras de Don Bosco siguen siendo las mismas: “Quien confía en la Virgen nunca quedará defraudado” y “Tener una gran confianza en Jesús Sacramentado y en María Auxiliadora y estar seguros que la Virgen no dejará de conseguir lo que deseas, si es para gloria de Dios y salvación de nuestra alma, si no, les concederá otra gracia igual y tal vez mejor”. El 24 de mayo, la Iglesia conmemora una vez más, a la Santísima Virgen, bajo su advocación de María, Auxilio de los Cristianos. La historia del establecimiento de la fiesta de María Auxiliadora se remonta a la Revolución Francesa, la cual había propinado un duro golpe a
la Iglesia y desquiciado completamente a la religión cristiana. Cuando Napoleón Bonaparte asume el poder, restableció el catolicismo en Francia: anula las leyes revolucionarias de proscripción, permite a los sacerdotes regresar a sus iglesias y devuelve catedrales, parroquias y seminarios a obispos. Sin embargo, embriagado por sus triunfos y ambición desordenada, comenzó a exigir al papa Pío VII algunas cosas que el Pontífice no podía conceder, dando lugar a nuevos conflictos con la Iglesia. El Papa fue hecho prisionero en el castillo de Fontainebleau por el emperador francés y durante los cinco años que estuvo preso, dedicaba especialmente una parte del tiempo de sus oraciones a María Santísima, Auxilio de los Cristianos para que protegiese a la Iglesia perseguida, desgobernada y desamparada. Los ruegos del Papa fueron escuchados y en 1814 Napoleón firma su abdicación.
En 1815, cuando la Iglesia había recuperado su posición y poder espiritual, el Papa para manifestar el agradecimiento de todo el orbe católico a la Virgen María, bajo su advocación de Auxilio de los Cristianos y como un expreso reconocimiento de la infalible protección de la Madre de Dios, instituyó la fiesta de María Auxiliadora en el día 24 de mayo para perpetuar el recuerdo de su entrada triunfal a Roma al volver de su cautiverio en Francia.
Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Éfeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma griego, se denomina “Boetéia”, que significa: “La que trae auxilios venidos del cielo”. Ya san Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama “Auxilio Potentísimo” de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: “La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea, en el
año 532 llamaba a la Virgen “Auxiliadora de los que Sufren” y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora, recuperó la salud y aquella imagen de la “Auxiliadora de los que Sufren” se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María “Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles” e insiste en que recemos para que Ella sea también “Auxiliadora de los que gobiernan” y así cumplamos lo que dijo Cristo: “Dad al gobernante lo que es del gobernante” y lo que dijo Jeremías: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien”. En las iglesias de las naciones de Asia Menor, la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebra el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: “María es
Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad por nosotros”. Y repite: “La Virgen es Auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte”. San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: “Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”.
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La batalla de Lepanto
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras, y ellos donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María, convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio 11
llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88.000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran de vela es decir movidos por el viento. Pero luego - de manera admirable - el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco tiempo derrotaron por completo a sus adversarios. Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el papa Pío V, con una gran multitud de 12
fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento a tan espléndida victoria, san Pío V mandó a que, de allí en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.
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El Papa y Napoleón
El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se tenían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica”. Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: “Las excomuniones del Papa no son ca14
paces de quitar el fusil de la mano de mis soldados”, vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Se encontró con la sorpresa de que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, que lo atacó y derrotó totalmente. Fue luego expulsado de su país, y él, que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que cada 24 de mayo se celebrará en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.
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San Juan Bosco y María Auxiliadora
El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. Su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Santísima Virgen se le había aparecido en sueños, mandándole a adquirir “ciencia y paciencia”, porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora. 16
Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares. San Juan Bosco decía: “Propagar la devoción a María Auxiliadora y verán lo que son milagros”, y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, ruega por nosotros”. El decía que los que repiten muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo. 17
Novena a María Auxiliadora Oraciones para todos los días
1. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. 2. Ponerse en la presencia de Dios Creo, Dios mío, que estoy en tu presencia, que me miras y escuchas mis oraciones. Tú eres infinitamente grande y santo: yo te adoro. Tú me lo has dado todo: yo te doy gracias. Tú has sido ofendido por mí: yo te pido perdón de todo corazón. Tú eres la misericordia infinita: yo te pido todas las gracias que consideres útiles para mí. 3. Acto de contrición ¡Jesús, mi Señor y Redentor! Yo me arrepiento de todos los pecados que he 19
cometido hasta hoy. Y me pesa de todo corazón porque con ellos ofendí a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar, y confío en que, por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas y me has de llevar a la vida eterna. Amén. 4. Ofrecimiento de la novena ¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos! Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio. Te consagramos la mente con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. Tú, pues, ¡oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por piedad, siéndolo especialmente en estos días. Ilumina y 20
fortifica a los obispos y sacerdotes; promueve las vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra. Te suplicamos ¡oh dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: sé para todos ¡oh María! dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo. Amén. Rezar a continuación la oración del día que corresponda: 5. Oración final Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu presencia, con nuestras palabras y con 21
nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo, Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas. Haz, ¡oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos formarte una corona en el Paraíso. Amén. 6. Súplica a María Auxiliadora Madre amable de mi vida, auxilio de los cristianos, la pena que me atormenta, pongo en tus divinas manos. Dios te salve María... Tú que sabes mis angustias, pues todas te las confío, da la paz a los turbados y alivia el corazón mío. Dios te salve María... 22
Y aunque tu amor no merezco, no recurriré a Ti en vano, pues eres madre de Dios y auxilio de los cristianos. Dios te salve María... Acuérdate, ¡Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección haya sido abandonado; animado con esta confianza, me presento a ti. ¡Oh Madre de Dios!, no desatiendas mis súplicas; escúchalas y acógelas benignamente, ¡oh clemente, oh dulce Virgen María! Amén. 7. Bendición de la Virgen María Querida y tierna madre mía, María, ampárame; cuida de mi inteligencia, de mi corazón, de mis sentidos, para que nunca cometa pecado. Santifica mis pensamientos, afectos, palabras y acciones, para que te pueda agradar a ti y a Jesús y Dios mío, y contigo llegue al Paraíso. Jesús y María, denme su santa bendición. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. 23
Primer día
María, es auxilio y esperanza (Oraciones iniciales, págs. 19-20)
Palabra de Dios Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, Abraham y a sus descendientes para siempre (Lc 1, 54-55).
Reflexión Hoy más que nunca necesitamos de la misericordia de Dios, ya que uno de los rasgos más relevantes actuales del hombre y de la mujer es sin duda la tristeza. Sus causas pueden ser muchas. Sin embargo, lo que produce ese clima de desgana y de tristeza en la gente, es la pérdida de esperanza. Estamos desen24
cantados, desesperanzados. Por ello, recurrimos a la presencia de María que es remedio para nuestra desesperanza. Ella también conoció la duda, la fatiga, el sufrimiento y la penuria, está, por lo tanto, capacitada para entender nuestra situación. A su vez, desde siempre, la piedad popular la ha visto “como auxilio de los cristianos” y como “madre de esperanza”, y, en una de las hermosas y antiguas oraciones, la saluda como “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Su esperanza de mujer se convirtió en fuente de vida para toda la humanidad. Desde que ella dijo sí, sin condiciones, a la propuesta de Dios, su vientre fue habitado por la esperanza de una manera inédita y asombrosa. Por eso el Hijo de sus entrañas sería llamado “Emmanuel” que quiere decir Dios con nosotros. La Virgen María fue la primera persona que le vio el rostro a la esperanza. Así fue. Ella es testigo de cómo su esperanza devolvía la vista a ciegos, cómo él le devuelve el habla a los 25
mudos, y cómo pasaba alegrando a los pobres e inaugurando el tiempo de gracia de la humanidad. Por ello, es que nuestra esperanza debe traducirse en confianza en Dios.
Oremos María, entrañable madre nuestra, puerta del cielo, fuente de paz y de alegría, auxilio de los cristianos, confianza de los agonizantes y esperanza de los desesperados: pienso en el momento dichoso para ti en que dejaste esta vida para ir al encuentro definitivo con Jesús. Me consagro a ti, y me coloco en tus manos con el propósito de luchar contra mi soberbia y de mantenerme en un constante esfuerzo por superar mi defecto principal. María auxilio de los cristianos, ruega por nosotros. Amén. (Oración final y bendición, págs. 21-23)
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