Manuel DĂaz Ă lvarez
Para Confesarse Bien
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Confesarse es una necesidad
Muchas personas nos sorprenden, con frecuencia, diciendo que ellas no tienen necesidad de confesarse con un hombre (el sacerdote), porque lo hacen directamente con Dios. Esta forma de pensar se ha ido haciendo muy común en muchos sectores cristianos. De hecho la confesión ha disminuido en cuanto al número de los que se confiesan y la frecuencia con que lo hacen. Aunque son muchos también los que dicen que se ha convertido, para los que se acercan a los pies del sacerdote, en un sacramento mucho más sincero que antes. ¿Es suficiente confesarse ante Dios y en privado? Digamos que es imprescin
dible. Dios es el Juez Supremo porque es el Padre que ama, conoce y sabe de responsabilidades. Cuando se postran a los pies del sacerdote, los fieles lo hacen porque en esos momentos representa a la comunidad y al mismo Dios. Todos tenemos necesidad de pedirle perdón humildemente al Señor desde lo más íntimo de nuestro corazón. Sin engaños ni atenuantes, ya que Él nos conoce por dentro antes de que nosotros le rindamos cuentas. A los que se acercan al confesionario se les dice que antes se arrepientan ante Dios, haciendo un sincero acto de contrición y dolor de sus pecados. Pero si somos hijos de Dios somos también hermanos de todos los bautizados y miembros de la comunidad de los creyentes en Cristo. Por lo tanto, no sólo tenemos deberes para con Dios, sino también para con la comunidad cristiana.
Cuando pecamos ofendemos a Dios y ofendemos a nuestro prójimo. Al acercarnos al sacerdote que actúa en nombre de Cristo por la misma potestad que Él le dio de perdonar los pecados, y que anima y guía a la comunidad de los bautizados según las exigencias del Evangelio y de la Iglesia Universal, le estamos pidiendo perdón a Dios y a los hermanos. Si el pecado perjudicó a los demás (todo pecado crea desorden y desarmonía entre los seres humanos y en la misma naturaleza), tenemos que pedirles perdón. Como es imposible ir de casa en casa pidiendo disculpas, la Iglesia nos ofrece, en la persona del sacerdote, la posibilidad de arrepentimos ante Dios y ante la comunidad. Muchos piensan que la confesión tiene especial sentido en nuestros días. Sobre todo cuando se lleva a cabo como un encuentro con Dios, con uno mismo y con la comunidad. Todos tenemos necesidad
de revisar las propias acciones y de pedir orientaciones, a fin de no sucumbir ante el medio ambiente y ser conscientes de la propia dignidad y trascendencia. En este folleto queremos ayudarle a entender lo que significa el sacramento de la reconciliaci贸n y a practicarlo bien.
¿Hay que confesarse?
A la confesión se la suele llamar actualmente reconciliación o sacramento del perdón. Desde niños aprendimos que “es el sacramento instituido por Jesucristo para perdonarnos los pecados cometidos después del bautismo”. ¿Cuándo instituyó Cristo este sacramento? Nos lo dice la Escritura. Una vez que Cristo resucitó se les apareció a los discípulos y, después de mostrarles sus manos y costado, les dijo: “Paz a vosotros. Como mi Padre me ha enviado así os envío yo. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.
Jesucristo tenía la potestad de perdonar porque era Dios. En el Evangelio vemos cómo perdona a un enfermo (Jn 5,14); a una mujer que llevaba mala vida (Lc 7,36); a un ladrón arrepentido (Lc 23,39). Y en la oración del Padrenuestro nos manda perdonar a los demás, a fin de que Dios pueda perdonarnos a nosotros. Cuando el Hijo pródigo se arrepiente de su pecado, el Padre le perdona y le reconcilia con su hermano. Por lo tanto, Dios quiere perdonar al que cae en pecado. Pero no puede hacerlo si no hay arrepentimiento y reconciliación con la comunidad. El sacramento de la reconciliación o confesión es el medio a través del cual Dios nos perdona (en la persona del sacerdote) y nos reconcilia con la comunidad. Según las leyes de la Iglesia es obligación confesar los pecados graves al confesor de una manera individual. Y todos los creyentes deberían acercarse al 10
sacramento de la reconciliación al menos una vez al año, aún no teniendo pecados graves. No olvidemos que es el encuentro con la comunidad y con Dios a través de un acto que, siendo privado, es contemplado por la Iglesia. El Papa Pío XII decía: “Quizá el mayor pecado del mundo de hoy consista en el hecho de que los hombres han empezado a perder el sentido del pecado”. Es verdad que muchos cristianos convierten la confesión en una recitación mecánica de faltas inevitables y sin mayor trascendencia, lo que supone, hasta cierto punto, una burla de la confesión. Pero también es verdad que otros muchos han Ilegado a pensar que todo es bueno con tal de que a uno le parezca bueno. Hay actos, omisiones y actitudes que son objetivamente dañinos para el individuo y para la colectividad y de ellos debemos arrepentimos sinceramente, a fin de ser beneficiosos para la comunidad y honestos ante Dios. 11
Pero, ¿qué debemos confesarnos?
El Sínodo de los obispos suizos hizo una importante constatación. Decían en el documento final: “También el hombre de hoy tiene noción de una conciencia de culpa y quisiera verse libre de esa culpa. Sin duda, esta conciencia de culpa ha sufrido cambios importantes. Así, por ejemplo, las fallas que afectan al ámbito privado son menos sentidas que las transgresiones que tienen una mayor influencia en el ámbito social público. El pensamiento de que con el pecado se ofende a Dios, ha pasado a segundo plano frente a la consideración de que con él se comete una injusticia con el prójimo y la sociedad”. Sin embargo, nosotros decimos que el pecado es una ofensa a Dios, un atentado contra la fraternidad y una violación de la ley. 12
— Una ofensa a Dios. Fundamentalmente, el pecado es una ofensa personal contra Dios, un rechazo de Dios. Nosotros podemos modelar nuestra vida sobre la de Cristo o podemos rechazar tal modelo, para preferir otro sin valor, fruto de nuestro capricho: con esto ofendemos la santidad de Dios (sentido de “gloria de Dios” tanto en el A.T. como en el N.T.). Podemos aceptar la invitación que Dios nos hace de adoptarnos como miembros de su propia familia o podemos rechazar esa invitación. El rechazo de esa invitación se llama pecado. Consecuencia de ese rechazo, son los efectos visibles del pecado, entre los cuales está la dimensión social del pecado. — Un atentado contra la fraternidad. Todos somos responsables del mal del mundo. Dios lo creó bueno. Los hombres sembramos en él el desorden, la injusticia, el odio y la violencia con nuestros pecados. Las faltas de cada uno contribu13
Índice
Confesarse es una necesidad
5
¿Hay que confesarse?
9
Pero, ¿qué debemos confesarnos?
12
¿Cómo hacer una buena confesión? 17 Ponerse en la presencia de Dios
21
Revisar la conciencia
25
Tengamos en cuenta los mandamientos
30
Y ahora acércate
37
Rito para reconciliar a un sólo penitente Y ahora no peques más
40 43
Lo que debe creer y practicar un buen católico
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