P. Guillermo Pach贸n
Rosario
para sanar las heridas
del Vientre
Materno
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L
INTRODUCCIÓN
a maternidad es una bienaventuranza. La gestación humana es un proceso prodigioso que la ciencia ha venido develando en su vasta complejidad. Una de las cosas esenciales que hemos aprendido es que la criatura que se está formando en el vientre femenino es perfectamente capaz de “sentir” el oleaje de estímulos y vivencias, físicas y emocionales, que le llegan desde el exterior, a través de su “conexión” materna. Todo este cúmulo de percepciones marcarán, de por vida, a este nuevo individuo, hijo de Dios y prójimo nuestro. De esta manera, todos aquellos infantes que han sido deseados y bienvenidos por su madre, en primer término, y por su padre, igualmente, con auténtico amor parental, “perciben”, en el propio vientre materno, un cálido y reconfor-
tante “espaldarazo” de seguridad y autoestima que los acompañará, indeleblemente, de por vida, ayudándolos a consolidar una personalidad templada, durante el desarrollo de su existencia cotidiana. En contrapartida, aquellos bebés que perciben el hecho de “no ser deseados” se sentirán consecuentemente rechazados, generando secuelas indeseables en su conducta y temperamento. Para contrarrestar esta nefasta percepción, la madre y el padre deben exteriorizar su aceptación y su amor hacia sus hijos, estrechando, afianzando y reforzando este vínculo ineludible. La buena nueva es que no existe situación alguna que el infinito amor de Dios no pueda sanar. Y, en este sentido, el presente rosario tiene la finalidad de que nosotros, hijos de Dios, alabemos y agradezcamos a nuestro Padre Eterno por el don prodigioso de la vida, clamando sanación, y vivificando nuestro anhelo de servir a sus designios, por intercesión de María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra. El Señor te dice: “Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación” (2Cor 6, 2).
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TESTIMONIOS PARA LA GLORIA DE DIOS PRIMER TESTIMONIO
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“Permítanme contarles que, desde que yo era muy niño, mi madre me decía que yo siempre me la pasaba desanimado, demasiado triste, que no jugaba, y los médicos no hallaban nada malo en mi salud. Me acuerdo, por ejemplo, que, al cumplir nueve años, le regalé todos mis juguetes a mi hermano menor, porque yo no sentía ningunas ganas de vivir más. Recuerdo que crecí con muchas inseguridades y sentimientos de inferioridad, pues creía que era diferente a todos las demás personas. A los treinta años, tuve una crisis amorosa y me dediqué al alcohol, los cigarrillos, las mujeres y a casi todos los placeres que me ofrecía el mundo, aunque la verdad es que cada día que pasaba, yo me sentía peor, insatisfecho y sin tranquilidad. Los psicólogos que vi me dijeron que yo sufría de ansiedad y depresión, me hi-
cieron tomar un montón de pastillas sin que yo pudiese obtener ni alivio ni paz ni soluciones a mi malestar. Una de las tantas noches en que volvía a mi casa completamente borracho, me tumbé en el sofá y, al despertar, al mediodía siguiente, con un terrible dolor de cabeza, me encontré con que yo tenía la Biblia abierta en mis manos. Entre la sorpresa y la curiosidad, me puse a leer la parábola del hijo pródigo, entendiendo que se trataba de un mensaje de Dios que se estaba dirigiendo a mí. Bueno, ahí comenzó el cambio en mí y empecé a acompañar a mi madre a misa y a rezar y a dejar el alcohol y todos los demás vicios que estaban acabando conmigo. Postrado ante Jesús, el Señor me dio a entender que mi relación con mi madre no era buena y que mi infelicidad se transmitía en la vida afectiva y en mi manera de relacionarme con la imagen de la mujer. En plena oración, el Señor me señaló la causa, que era una carga negativa que recibí de mi madre durante mi estancia en el vientre materno. Al yo poder perdonar, el Señor me fue liberando de mi insatisfacción, intranquilidad, angustia, inestabilidad, haciéndome entender que estos síntomas eran consecuencia de mi repudio inconsciente hacia mi mamá.
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Comparto este testimonio para la gloria de Dios, porque no hay nada imposible para el poder sanador de su amor”. (Eusebio)
SEGUNDO TESTIMONIO
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“Mis padres querían un hijo varón y sufrieron una tremenda decepción al nacer yo y ver que era otra hija mujer, ya que, antes de mí, habían nacido otras tres hembras. De hecho, cuando era niña, muchos de mis juguetes y juegos eran de varones, buscando agradar a mi padre, que era quien siempre decía que Dios no le había querido dar hijos varones. Incluso, mis hermanas y yo jugábamos béisbol con mi papá. Yo pensé que estos recuerdos dolorosos ya habían sido superados por mí, pero me di cuenta de que no era así, pues seguía atormentándome la memoria. Gracias a la plegaria, he podido perdonar a mis padres por todo ese malestar que he sentido durante tantos años: la decepción de mi papá y el silencio cómplice de mi mamá. Pero ya he logrado reconciliarme conmigo misma, con mi condición femenina, y con mis padres, gracias al entendimiento proporcionado por el Señor”. (Sandra)
TERCER TESTIMONIO “Siempre he tenido problemas con la disciplina tanto en mi casa como en el colegio y, luego, en mi vida adulta, con mis jefes y colegas en los distintos empleos por los que he pasado. Nunca me he sentido cómodo ni con mis familiares ni con mis amigos y jamás me quedo mucho tiempo en ningún sitio. No confío en la gente, pues pienso que se quieren aprovechar de mí. Vivir de esta manera no es agradable y resulta fatigoso. Pude darme cuenta de esta perturbación gracias a un sacerdote con el que me puse a hablar, informalmente, mientras hacía un viaje en transporte público. Conversando de manera relajada, este hombre de Dios supo escucharme y, lo más importante, fue que pudo hacer que yo me escuchara a mí mismo relatándole mis recuerdos de infancia: las preocupaciones de mi padre atormentando por las estafas de su hermano en el negocio familiar. Me di cuenta, entonces, que yo crecí escuchando, por boca de mi padre, que no se podía confiar en nadie, ni siquiera en los propios familiares, que no había amigos en la vida, que todos intentan sacar provecho de los demás y, así, un montón de enseñanzas desalentadoras para
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un niño y, luego, un adolescente. Ha sido demasiado rencor con el que me han alimentado. Tras ese viaje con aquel sacerdote, entendí muchas cosas respecto a mi personalidad. Y decidí ponerle remedio a lo que podía. Comencé, ese mismo domingo, a asistir a misa, a rezar y a interesarme por la palabra de Dios. Ahora entiendo que el mundo no es como lo entendía mi pobre padre atormentado. Ahora sé que sí puede confiar en el prójimo. Y he aprendido que se puede perdonar y ser perdonado. Todo lo bueno y amable de la vida, ahora se lo estoy enseñando yo a mis propios hijos, en compañía de mi esposa”. (Martín)
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INTRODUCCIÓN En el presente rosario observaremos los misterios de la gestación de Jesús y, bajo la luz de su encarnación y nacimiento, elevaremos nuestras plegarias a Dios, rogándole la gracia de la restauración de la concepción y la sanación de cualquier efecto negativo que se haya producido en el momento de la concepción, durante los meses de gestación, y en el momento de nacer. INICIO
(+) Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. (+) En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Acto penitencial:
- Por las veces que no hemos valorado el don de la vida que recibimos. Señor, ten piedad. - Por las veces que no hemos visto la vida de nuestro prójimo como un don de Dios. Cristo, ten piedad.
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- Por las veces que hemos olvidado adorar a Dios, creador de la vida. Señor, ten piedad.
En el Primer Misterio
El Ángel del Señor anunciará a María que será madre de Dios Contemplamos el anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen Santísima y la concepción del Hijo de Dios en el seno purísimo de María.
Texto bíblico inspirador: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús... Dijo María: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumple en mí lo que has dicho” (Lucas 1, 30-31 y 38).
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Petición: Nos unimos con nuestro espíritu, nuestra mente y todo nuestro ser a ese momento tan sagrado de la encarnación, y en la fe también nosotros nos volvemos pequeños y nos refugiamos en el seno purísimo de la Virgen, suplicándole a Jesús y a María que nos colmen de amor;
y que, con el poder del Espíritu Santo, renueven el momento en que fuimos concebidos. Padre Nuestro
1. Te pedimos, Señor Jesús, que tu sangre lave y purifique el momento de nuestra concepción de cualquier perturbación que hayamos recibido en ese momento... Dios te salve, María... 2. Te entregamos, Virgen María, la incertidumbre que pudo haber sentido nuestra madre al percibir que estaba embarazada... Dios te salve, María... 3. Libéranos, Padre Dios, de cualquier desorden o concupiscencia recibidos en el vientre materno... Dios te salve, María... 4. Cólmanos, Espíritu Santo, de tu amor, supliendo el afecto que pudo haber faltado en el momento de la concepción... Dios te salve, María... 5. Libera, Jesús, nuestros corazones de toda falta de conciencia que pudo haber venido de nuestros padres cuando ellos eran instrumentos tuyos para darnos la vida... Dios te salve, María...
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Índice INTRODUCCIÓN 4 PRIMER TESTIMONIO
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TERCER TESTIMONIO
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SEGUNDO TESTIMONIO
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En el Primer Misterio
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En el Tercer Misterio
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En el Segundo Misterio En el Cuarto Misterio
En el Quinto Misterio
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Oración 29
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