Relatos del alumnado de 2º ESO de San Patricio, presentados en la 53ª Edición del Curso Coca-Cola Jóvenes Talentos (2012/2013) Este curso, nuestra alumna, Sara Gomezllata ha obtenido el 2º Premio en Guipúzcoa con su relato “El cementerio de las historias”
Premio de Relato Corto Este Premio se dirige a jóvenes de 2º de la ESO que participan a través de sus colegios. El profesor de literatura es el encargado de practicar el relato corto en clase y seleccionar a los alumnos que representarán al colegio en el Concurso. La prueba escrita, en la que participan miles de jóvenes, tiene lugar simultáneamente en toda España con un estimulo narrativo diferente en cada edición. Un jurado de especialistas selecciona los 17 ganadores autonómicos, uno por comunidad y entre ellos a los 6 finalistas. Posteriormente, un jurado Estatal compuesto por ilustres personalidades del mundo de la literatura y los medios de comunicación, es el encargado de decidir los 3 finalistas de cada edición. Todos los finalistas y sus respectivos profesores y colegios se llevan fantásticos premios.
El cementerio de las historias Me encontraba en una biblioteca, para ser más precisos, en la biblioteca más grande e impresionante en la que he estado en toda mi vida. Los libros se sucedían cubriendo paredes y ocupando estantes haciéndome sentir rodeada cuando, irónicamente, la única otra persona que estaba allí era la joven bibliotecaria cuyos rasgos recordaban a los de un hada que se encontraba enfrente de mí. ‐¿Qué busca?‐ me preguntó sobresaltándome con su suave voz. ‐Pues…‐ fue entonces cuando me di cuenta de que no buscaba nada.‐En realidad quería pedir una recomendación. La bibliotecaria me observó unos segundos como evaluándome, hasta que me señaló una puerta indicándome que entrara y que se reuniría conmigo en breve. Me acerqué curiosa hasta que comprobé sorprendida que la puerta llevaba a lo que parecía ser otro mundo. Del otro lado había un cementerio que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista. Estaba lleno de lápidas y de estatuas colocadas sin ningún orden aparente. El lugar inspiraba un aire majestuoso.
Decidí acercarme a ver una lápida cercana para comprobar que en cada una figuraba un nombre, dos fechas y títulos, títulos de libros. La estatua que la acompañaba me sonrió contenta de que hubiera venido a visitar a su dueña. ‐¿Lo entiendes?‐ me preguntó la bibliotecaria, que se había acercado silenciosamente. ‐Sí, son autores, ¿no?‐supuse y ella asintió.‐Entonces esto…¿es como un cementerio? ‐No.‐negó firmemente.‐Aunque si quieres ver un cementerio de verdad pasa por aquella otra puerta.‐dijo señalando una que había ignorado hasta el momento. Nuevamente pasé por el portal pero esa vez me quedé con un sentimiento de impotencia terrible. Si el cementerio anterior era inmenso, ese no se podía comparar. Había algunas lápidas pobremente adornadas, piedras o incluso estacas dejando libres algunos caminos que no llevaban a ninguna parte. Aterrada, le pregunté a mi guía. ‐Bienvenida al cementerio de las historias.‐ anunció con una sonrisa triste‐Historias nunca contadas, historias nunca escritas, historias muertas. Entonces me di cuenta de que cada objeto era una historia que rogaba por mi atención, con un profundo llanto inaudible que desgarraba por dentro. Pude oír uno más fuerte, el llanto de una estatua, que extrañaba por haber tan pocas allí. ‐Ya casi estaba terminada.‐ me comenzó a informar la bibliotecaria.‐Personajes tallados, trama terminada, incluso en final parecía ya cercano… ‐¿Entonces por qué? ‐Se rindió.‐respondió deprimida ella.‐Supongo que es mejor que ya regresemos. Volvimos puerta tras puerta hasta llegar a la biblioteca, donde el viaje había empezado. ‐¿Qué busca?‐preguntó de nuevo ella. ‐Nada.‐dije como respuesta.‐Pero, ¿podría darme algo de papel? Voy a terminar la historia que yo misma di una vez por vencida. ‐ Sara Gomezllata – (2º Premio en Guipúzcoa)
Una buena lección Adeline era una señora parisina, culta y refinada, un tanto especial. Dominaba unos cuantos idiomas, entre ellos el inglés, el chino y el alemán, que necesitaba saber porque viajaba mucho como ejecutiva de la gran multinacional cafés Hortaleza. Aunque su trabajo le suponía esfuerzo y estrés, en casa se lo daban todo hecho, nunca hacía la comida ni se preocupaba por hacer la compra; todo esto lo hacía su mayordomo Jean. Aunque le pagaba por todas las tareas de casa, le trataba con cierto descaro y no valoraba lo que hacía.
Adeline tenía que viajar a Los Ángeles para inaugurar allí su nueva tienda de café, y así lo hizo. Antes de una semana, cogería el avión en tierras francesas y llegaría a Los Ángeles en doce horas. – ¡Hazme la maleta, Jean!‐ gritó con voz autoritaria. Este la hizo inmediatamente. Llegó el día del viaje y Adeline tenía que poner rumbo a América. Llevaban unas cinco horas de viaje, cuando Adeline notó turbulencias y vio cómo el avión perdía altura con rapidez. Ella estaba histérica y aterrada y sentía impotencia, pues no podía hacer nada al respecto. El avión se estrelló en medio de la selva del Amazonas. Cuando se despertó de un largo sueño, no tenía heridas graves, solo unos rasguños. Lo primero que hizo fue ver si tenía el móvil en el bolsillo, pero estaba completamente rasgado y aplastado. Se vio rodeada de árboles frondosos y diversos
animales salvajes. La selva estaba oscura y decidió irse a un lugar con más luz. De pronto, se impresionó con las fantásticas cataratas que tenía enfrente. Las gigantescas fuentes de agua picoteaban las grandes rocas como si las fuesen a atravesar. Adeline se sentó y pensó que cómo iba a sobrevivir allí, si ni siquiera sabía hacerse la comida y se desesperó completamente. Pero ella, poco a poco, se acostumbró a recoger frutos de los árboles, cazar animales, buscar ríos para beber agua, pescar, hacer fuego con piedras y palos… y muchas cosas más para poder sobrevivir. Un día soleado y espléndido, cuando Adeline estaba realizando fuego para cocinar unas truchas que había pescado esa misma mañana, vio que un helicóptero estaba volando sobre ella. Se puso a hacer señales para que la viesen, y lo consiguió. El helicóptero la recogió y la llevó a Los Ángeles. De allí, volvió a París, porque, qué demonios, cafés Hortaleza podía esperar y debía preocuparse por otras cosas más importantes que sus negocios. Mejoró su trato con Jean y le empezó a apreciar por ayudarle a hacerle su vida más fácil. Al llegar a casa, Jean le preguntó si quería que le preparase un café; pero Adeline, le sorprendió contestándole que no hacía falta, que ya se lo haría ella misma.
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Elena Millán –
Pavana para una infanta difunta esencia de narciso en el cuello y se enfundó los guantes blancos. Los niños la esperaban en el cochecito, en la entrada de la casa. Helena, con su grácil y cimbreante andar, empujaba el cochecito de acero, casi arrastrando su vestido de seda blanca. Llegaron a su camino favorito, a un lado del río, y Helena colocó a los niños de forma que los últimos rayos desvaídos del sol acariciasen sus sonrosadas mejillas. Se sentó junto a los pequeños, apoyada en una roca, y de vez en cuando suspendía su lectura para echarles un vistazo. ¡Dios sabe bien cómo los adoraba! Pero entonces, ocurrió algo que a Helena nunca se le hubiera pasado por la cabeza. La sombra de un hombre robusto, con un cuchillo increíblemente afilado, se acercó a los niños y los acuchilló. Ella intentó levantarse en vano, ya que el vestido se le había enganchado a la roca. El hombre ni se dignó a mirarla, y cuando pudo levantarse, se encontró a los niños ensangrentados y con la cara lívida. Ella, sintiéndose furiosa aunque aparentemente serena, se subió a un saliente y se arrojó a las embravecidas aguas del Caldarés, chocándose contra las puntiagudas rocas y ahogándose. A la mañana siguiente encontraron a los niños y pasados unos días a Helena, que flotaba muerta en las aguas del río. Ahora, la casa solariega de los marqueses es un parador de esquiadores y albergue de estudiantes. Hay una nueva vida en esa casa, pero todo el mundo evita pasar por ella el día de los difuntos. Por la noche, un fantasma en su largo traje de seda blanco recorre los pasillos, salones, escaleras y habitaciones de la casa. Es el espíritu de Helena, que retorna al caserón de su desgracia. Incluso dicen que hace sonar melancólicas las notas de la triste pavana de Ravel.
Esta curiosa leyenda parece arrancada de las páginas amarillentas de una revista del siglo pasado o de una escena de teatro romántico. Cuando vayáis a Pueyo de Jaca, y dejéis volar la imaginación, la casa solariega de los marqueses cobrará la misma vida que tuvo hace cien años cuando ocurrió lo que voy a relataros. De todos los lugares venía gente para acudir a las fiestas de la casa. Se encontraba cerca del Caldarés, y cerca había un pequeño bosque. Las mujeres lucían sus mejores joyas, y dejaban a su paso una estela de perfumería francesa; los calzados de los hombres no eran los más adecuados para la montaña. Aquel día, los marqueses daban una fiesta para presentar sus niños a las amistades. Todo estaba preparado para alegrar los años infantiles de Ignacio y Marco, los dos gemelos, y por supuesto tenían la ayuda de Helena, su gran adquisición; cuidaría de los niños y más tarde sería su profesora de inglés y francés. También les enseñaría a tocar el piano y a tocar su pieza favorita: la Pavana para una infanta difunta, de Ravel. Helena era una verdadera virtuosa con el teclado. Después de tocar la Pavana en el gran piano de cola del salón, le avisaron que los niños estaban listos para el paseo. Se echó unas gotas de
‐ María López‐Ocaña ‐
Un sueño por cumplir Era nuestro quinto día en Londres. Yo me oriento bastante bien y ya me conocía la zona. Estábamos en un apartamento alquilado, no me gustaba cocinar, porque, con lo torpe que soy, seguro que acababa incendiando la cocina. Por eso, decidí desayunar todas las mañanas en una cafetería que estaba bastante bien.
Me compré un capuchino, para llevar. Estaba saliendo, cuando un chico se abalanzó sobre mí y me tiró el café al suelo. Me decepcioné, acababa de comprarlo y ya estaba en el suelo. No me había dado tiempo no de dar un sorbo. Me entraron unas ganas enormes de decirle unas cuantas cositas a aquel chico despistado, pero cuando se giró y me di cuenta de quién era se me quitaron las ganas. No me lo podía creer.
– Lo siento, no te había visto – se disculpó. Al ver que yo no respondía, se excusó. – Verás, es que me perseguían unos paparazzi y no te he visto. – terminó. – No pasa na… nada – dije muy nerviosa. – Ven que te compro otro – me invitó a entrar. Nos sentamos en una mesa y después de estar un rato charlando, sonó un móvil. Era el suyo. – Sí… ahá… vale, ahora voy. – colgó. – Me tengo que ir, ha sido un placer Alejandra ‐ se despidió dándome un abrazo. – Adiós y muchas gracias – contesté. – Ah, se me olvidaba, me ha gustado mucho desayunar contigo, y ya que te debo una, he pensado que tu amiga y tú podéis venir al concierto la semana que viene. – ¡¿En serio?! ¡Muchísimas gracias! – dije. Me dio dos entradas y se fue.
Subí al apartamento. Le conté a mi amiga todo lo ocurrido, le enseñé las entradas y nos pusimos a gritar como locas. El mismísimo Jake Seabrook, nos había invitado al concierto que él y su grupo darían el sábado. Fuimos de compras, nos compramos vestidos, zapatos, collares…etc. Teníamos que estar guapísimas. Llegó el día. Estábamos esperando para entrar. Jake nos había dado entradas para la primera fila. Bailamos y cantamos todas las canciones. Jake se acercó varias veces y en la última nos sacó al escenario. No me lo podía creer. Estaba en el escenario, cantando con mi grupo favorito. Era demasiado bueno para ser cierto, como un sueño hecho realidad. – ¡Alejandra! – oí gritar. Miré a los lados pero no vi a nadie. – ¡Alejandra! Eeeh! ¡Alejandra! – dijo repetidas veces aquella voz. – ¡¡Alejandra!! – me desperté. Genial. Era mi madre. Tenía que ir al instituto, era lunes. Todo había sido un sueño. ‐ Marta Carbonero ‐