Logan Schender ¿en qué puedo ayudarle? qué puedo ayudarle?”. Se quedó de piedra cuando supo la noticia, pero esa llamada le cambió la vida.
Era una mañana lluviosa de otoño, y Logan, se dirigía a su bloque de oficinas en una avenida financiera de Helsinki. Logan trabajaba en una compañía de seguros de vida, y trabajaba para los mejores empresarios del país. No le gustaba su trabajo, pero trabajaba duro para poder ganar un modesto sueldo y cubrir todos los gastos que originaba la grave enfermedad de su padre, que estaba a punto de morir. Debido a la lluvia, Logan llegó tarde al trabajo por una avería que había tenido el metro de la ciudad, transporte que odiaba cada vez más, pero por el que tenía que reemplazar su bicicleta los días de lluvia. Como todos los días, seguía su aburrida rutina. Entraba por la puerta giratoria del rascacielos, saludaba a la recepcionista, entraba en el ascensor, marcaba el piso 23 y ojeaba las noticias de portada del periódico solía estar colgado de un gancho. Cuando llegaba a su planta, “Seguros vitalicios”, se dirigía a la cafetera y llenaba una taza entera de aquel insípido y aguado café para poder aguantar la mañana entera despierto. Acto seguido se sentaba en su escritorio, colgaba del perchero su abrigo y encendía el ordenador. Sacaba de su maletín las fichas de todos sus clientes y empezaba a ojearlos uno a uno. Aquel día no llegó a ver ni a su segundo cliente ya que una llamada lo interrumpió desvaneciendo el silencio de la fría oficina. Era extraño ya que Logan se dedicaba más bien al papeleo más que a hablar con sus clientes. Nunca había hablado con ninguno de sus clientes por teléfono así que lo levantó, puso voz grave y dijo: “Logan Schender, responsable de seguros de vida, ¿en
Horas después su vida había se había derrumbado por completo y compartía celda con un ex-marine finlandés en una celda de seguridad en la prisión a las afueras de la ciudad. No sabía por qué su compañero podría haber acabado en la cárcel, pero su aspecto agresivo y gastado hacía que nadie se atreviera a hablar con él. Vestía una camisa verde con galones y bordados dorados, como si fuera su antiguo uniforme, pero no tenía mangas, por ello quedaban al descubierto sus grandes y musculosos brazos. Todo aquello hacía que Logan se deprimiera en aquel sucio y triste lugar. No podía creer que él, un exitoso empresario, estuviera en un lugar como aquel. Se “acomodó” en la cama y amargamente empezó a llorar, pensando en su familia, sobre todo en su padre. Por un lado, Logan estaba arrepintiéndose del poco tiempo que había pasado con su padre y del poco cariño con el que lo trataba, pero sentía también mucha rabia ya que la trágica noticia de su padre también le destrozó la vida. Hacía unas horas, cuando le comunicaron por teléfono la muerte de su padre entró en un ataque de agresividad, desesperación y maldad el que hizo que rompiera más de alguna mesa y agrediera a más de un empleado de su oficina incluyendo su jefe. Por ello le habían trasladado allí. Mientras sus lágrimas llenas de dolor se secaban sobre su pálida piel blanca, su compañero de celda se acercó a él. Empezaron a charlar sobre sus vidas, y fue entonces cuando Logan se dio cuenta del pequeño corazoncito que palpitaba debajo de aquella piel de monstruo. Le contaba que la cárcel era lo único que tenía en esta vida y que pronto terminaría su estancia allí y podría empezar una nueva vida. Entonces el soldado le enseñó la salvación a su amigo, con la que podría escapar de aquel lugar y poder empezar de nuevo su vida. Era un pequeño túnel bajo tierra que había cavado un antiguo fugitivo de la cárcel y que había escapado hacía unos días. Logan no sabía que hacer; se lo pensó por un instante, sabía que si escapaba nunca podría conseguir la vida que tanto deseaba. Pero cuando le sacaran de allí, sería demasiado tarde para poder cumplir sus sueños. Así que, sin pensarlo demasiado se tiró por aquel túnel