HISTORIA Y CULTURA
CUENTOS
POR: MARTÍN GARATUZA
T
engo una edición de Las mil y una noches publicada por la Editorial Aguilar en 1983 en donde dice que por primera vez son puestas en castellano del árabe original, prologadas, anotadas y cotejadas con las principales versiones en otras lenguas y en la vernácula por el escritor, poeta, novelista, ensayista, crítico literario, hebraísta y traductor sevillano Rafael Cansinos Assens. Este prólogo o presentación —un agasajo por cierto— es todo un libro que abarca 376 páginas de las más de 4,000 de la obra completa. Pero el punto es que el tal Cansinos en este prólogo nos cuenta que lo reyes orientales, abrumados por las preocupaciones de índole política o doméstica, para entretenerse y pescar el sueño acudían a las historias y cuentos como un hipnótico para tranquilizar su mente, transportarse a regiones de ensueño y prepararse para el reposo. Así, tenían a su alrededor un séquito de juglares contadores de historias encargados de amenizar sus nocturnos. Si faltaban estos narradores a los monarcas les invadía el temor de tal manera, que siempre mandaban a escribir las narraciones oídas guardándolas en sus archivos para escucharlas en condiciones de penuria o sequía intelectual de sus cuentacuentos. Ese pudo ser el origen de esa portentosa colección de relatos llamada Las Mil y una noches de la que siendo púber leí una versión reducida y “descafeinada” adaptada para señoritas decentes, es decir con erotismo excluido. Pero no sólo los reyes orientales necesitaron historias; todos conocemos la inclinación infantil por escuchar cuentos fantásticos antes de dormir, costumbre que con la televisión cayó en desuso. Dice el filósofo Kierkegaard que sin relatos viviríamos llenos de espanto. Si es que es posible vivir sin
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ellos, diría yo, pues lo que nos hace humanos es ser unos consumados chismosos. De ahí que la costumbre de enterarse de todo en el molino de nixtamal o en el lavadero público sea un clásico de los pueblos pequeños de los tiempos idos, previos a Televisa. No cabe duda que escuchar y reproducir narraciones es un “artículo” de primera necesidad, como el alimento o el agua (antes de la coca cola). Los relatos nos hacen sentir seguros, importantes, sabios o jocosos; así organizamos y damos sentido a la experiencia. Nos ubican y nos ayudan a tomar decisiones. Nos hipnotizan o nos ponen alerta; nos consuelan o nos hacen derramar adrenalina, lágrimas y risas.
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De eso se dieron cuenta los negociantes y empezaron por publicar miles de epopeyas de caballería, esas que volvieron loco al Quijote, según Cervantes. Por la misma época al teatro callejero de Shakespeare, propio de la chusma, lo volvieron un bocado para la gente acomodada. Se crearon las gacetas y los periódicos para un público cada vez más amplio. Las obras de Balzac, de Dickens de Wilde o Víctor Hugo ilustraron el siglo XIX con miles de ejemplares impresos. Vinieron después las revistas gráficas y las historietas dibujadas, los “comics” pues. Con el cine llegó la magia de las adaptaciones magistrales de la literatura universal. En la comedia nos dio a Chaplin, a Tin-Tan o a Jerry Lewis. Todas narraciones consumibles y jugosamente redituables económica y políticamente.
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sé si fue por esto, pero los polacos aceptaron el draconiano plan sin chistar. Así, la televisión mexicana ofrece a la “grandes mayorías” a Laura Bozzo para llenar el lugar del molino y el lavadero; en lugar de dormir a los niños con bellos cuentos en voz de sus progenitores se les despierta los domingos con Chabelo y en lugar de la lectura de las Mil y una noches, el mexicano promedio —dicho sea con todo respeto— tiene asimiladas a su cultura mil y una noches, pero con “chespirito” que en paz descanse.
Si, políticamente, como cuando Polonia, después de caído el régimen comunista, el partido Solidaridad tuvo que aplicar un plan económico de austeridad para lo cual solicitaron los servicios del economista norteamericano Jeffrey Sachs. Entonces puso la condición de traer con él a Mark Malloch Brown especialista en comunicación, quien sugirió que se difundieran “programas sexis de la televisión francesa”. No
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