El tacto

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TACTO

HISTORIA Y CULTURA

EL TACTO

El

POR: MARTÍN GARATUZA

Cuando nos encontramos en una situación interpersonal tensa, el consejo común es que hay que actuar con “tacto”. Esto de ninguna manera quiere decir que vamos a manosear a alguien, lo que llevaría de la tensión al desastre. Más bien se refiere a lo contrario, se deben evitar los “roces”, cosa que se refiere más que nada a usar un lenguaje comedido y amable, digamos “diplomático”. Esto nos muestra como la importancia del sentido del tacto, a pesar de estar subestimado prácticamente por viejas y nuevas costumbre restrictivas, se impone como referencia en nuestra vida de relación. Nos despedimos y decimos: “estamos en contacto”.

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EL TACTO

HISTORIA Y CULTURA

Sin embargo, el sentido del tacto ha sido el más reprimido por la llamada cultura occidental, tal vez por la creencia de que lo sensual es pecaminoso e “indecente” en un mundo de «No me toques» atravesado por el sentimiento de culpa respecto al sexo. Herbert Marcuse afirma que la civilización exige la represión de los placeres derivados de los sentidos de proximidad, el tacto, el olfato y el gusto, para asegurar la desexualización “del organismo requerido para su utilización social como instrumento de trabajo”. Por eso, en las culturas más apartadas del industrialismo el contacto táctil es más intenso e incluso puede ser una forma de vida; sus abrazos, caricias y besos nos parecen extraños y vergonzosos. En cambio, los sentidos de distancia, la vista y el oído, alcanzan su máximo desarrollo en nuestra cultura a costa de los sentidos de proximidad. Tenemos así los pecados mortales de la gula y la lujuria. “El placer que puede proporcionar un perfume, un sabor o una textura es mucho más corporal y, por consiguiente, más cercano al placer sexual”.

Helen Keller

No podemos vivir sin el sentido del tacto; se puede prescindir de cualquiera de los otros, dos a la vez, como en el caso de Helen Keller que perdiera la vista y el oído a los 19 meses de edad. Ella, bajo la tutela de su maestra Anne Sullivan y utilizando el sentido del tacto, aprendió a hablar, a leer y a escribir, incluso a máquina, estudió, aprendió alemán y francés, latín y griego, publicó varios libros y, llego al punto de a dar conferencias y a renovar los métodos de aprendizaje para ciegos y sordos. Huelga decir que este proceso debió producirse con un sentido profundo de afecto y cariño.

El niño —en nuestro medio— se desarrolla en un orden inicial de lo táctil-gusto-olfato a lo auditivo y por último a lo visual. Pero cuando va llegando a la adolescencia el orden social invierte la prioridad: puede ver casi lo que quiera y oír casi lo que quiera, pero nada de andar ingiriendo, oliendo y menos tocando “porquerías”.

Y es que “Todo el cuerpo está cubierto de piel. Incluso la córnea transparente del ojo está recubierta de una capa de piel modificada. El tacto es el padre de nuestros ojos, oídos, nariz y boca. Es el sentido que se diferenció para dar origen a los otros, un hecho que parece reconocerse en la antigua valoración del tacto como «madre de los sentidos” escribió el antropólogo Ashley Montagú. Muchos estudios ya han demostrado la capital importancia del contacto piel a piel de la madre con su recién nacido para la maduración y óptimo desarrollo de por vida. Otros estudios también han demostrado la relación entre la conducta violenta de los seres humanos y la carencia temprana y luego prolongada del afecto a través de la piel.

En algunos parques públicos he visto grupos de jóvenes dirigiéndose a la gente con cartulinas que dicen “se regalan abrazos”. Veo eso como un tímido deseo de sobreponerse a una cultura fría y hostil, a la recuperación del tacto relacionado con el afecto, como “una especie de insurrección atrasada contra la dolorosa privación de experiencia sensorial que hemos sufrido en un mundo excesivamente tecnológico” Alguna vez accedí al abrazo, pero dado el problema de la inseguridad, en el acto temí por mi cartera. Así no se puede.

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