Dos siglos de Historia

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Dos Siglos de Historia en El Siglo de Torreón Tomo ii | La Revolución Derechos reservados. © Noviembre de 2012. d.r. © El Siglo de Torreón d.r. © Alejandro Ahumada Rodríguez d.r. © Silvia Castro Zavala d.r. © Gildardo Contreras Palacios d.r. © Domingo Deras Torres d.r. © Alberto González Domene d.r. © Roberto Martínez García d.r. © Ilhuicamina Rico Maciel d.r. © Jorge Eduardo Rodríguez Pardo d.r. © Enrique Sada Sandoval Yeye Romo Zozaya Coordinadora del proyecto Gustavo R. Torres Adelantado Diseño Queda prohibida la reproducción total o de una de las partes por cualquier medio sin previo permiso por escrito de los titulares del Copyright

Impreso en México—Printed in Mexico


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o hay quinto malo, dice el refrán popular y éste es precisamente el quinto libro de las nueve décadas de

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lumen amplio y de mayor alcance, dada la importancia que la Revolución de 1910 tuvo en tierras laguneras. Nueve historiadores que con sus plumas plasmaron en nuestras páginas, el agudo recuerdo de la conmoción que vivieron nuestros abuelos, aquí en este desierto generoso.

No sólo se habla de lucha armada, se relatan también los éxitos económicos en el norte; los personajes involucrados, sus miedos y audacias; los antecedentes; la crónica de 1910; los inmigrantes y sus expulsiones y la masacre de los chinos; el agro; el exilio del dictador; la visión de plumas que la sufrieron habitando aquí como Salvador Novo y; la novelística que de ella derivó.

Introducción

Nueve décadas, nueve historiadores. Quede este libro como homenaje a los forjadores de La Laguna, a lo que tuvieron que padecer para hacer esta región próspera y legarla a las generaciones venideras, a nosotros sus herederos. Que su ejemplo nos sirva a todos, de que aún en la adversidad hay porvenir. Que solo con nuestro trabajo y esfuerzo cotidiano se transforman los desiertos y se encuentran los vergeles de la vida. Antonio González-Karg de Juambelz



| Introducción |................................................................. 5 | Alejandro Ahumada Rodríguez |...............................11 .

Sebastián Camacho, una pieza clave en la economía mexicana....................................13 Sebastián Camacho, la Rapp, Somer y el ferrocarril..................21

| Silvia Castro Zavala |.................................................................27 .

Asedio orozquista en La Laguna...................................................29 Villa en Torreón, octubre de 1913.................................................. 33

| Gildardo Contreras Palacios |............................................39

Índice

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Francisco I. Madero de carne y hueso.......................................... 41 Noticias del ataque a Parras en abril 16 de 1911..........................46 Don Francisco I. Madero y su participación en el movimiento armado de 1910.................................................. 52 Luis Aguirre Benavides, secretario particular de Gustavo A. Madero y de Francisco Villa...............................58

| Domingo Deras Torres |............................................................67 .

¡Hay que tomar Torreón!................................................................69 El ocaso del dictador........................................................................ 73 El destierro del dictador..................................................................78 Salvador Novo vivió la Revolución en Torreón..........................83 La traición a Madero.......................................................................88 Porfirio Díaz, intimo........................................................................ 93 Carranza, el primer jefe................................................................109 La novelística revolucionaria....................................................... 115

| Alberto González Domene |.................................................121 .

Francisco Luis Urquizo y el soldado desconocido.....................123

| Roberto Martínez García |...................................................129 .

La Revolución y los campesinos laguneros................................ 131 La bicentenaria Viesca y el magonismo en La Laguna.......... 134 Los guerreros de La Laguna.........................................................137 Los guerreros de La Laguna y sus nuevas armas.....................140 La educación popular: fruto de la Revolución.......................... 143


| Ilhuicamina Rico Maciel |......................................................149

Carothers.......................................................................................... 151 El 20 de noviembre de 1910 en Gómez Palacio......................... 154 Breve historia de la aviación en la Revolución..........................159 Juana Torres.................................................................................... 163 La primera batalla de Torreón de 1911....................................... 165 John Héctor Worden.......................................................................174 Francisco Villa y la expulsión de los españoles en Torreón... 177

| Jorge Eduardo Rodríguez Pardo |.....................................183 .

La coahuilense como punto de referencia.................................. 185

| Enrique Sada Sandoval |..........................................................191 .

Épica del general Felipe Ángeles................................................ 193 Febrero rojo: la Decena Trágica.................................................. 197 A sangre y fuego: La Laguna en el asedio de 1914...................201




| Alejandro Ahumada | Originario de la Ciudad de México (1963), hijo de Alfonso Ahumada Gómez y Beatriz Rodríguez Gómez. Ingeniero agrónomo por la UAM Xochimilco, con experiencia en investigación agrícola, multiplicación de cultivo de tejidos, cultivo de especias y condimentos y producción en invernaderos. Radica en la Comarca Lagunera desde el año de 1988 y desde su arribo, el gusto por la investigación, la fotografía y el tema del ferrocarril, motivaron la búsqueda de información entre los años 1870 a 1910 viajando por los diferentes archivos nacionales, estatales y locales, digitalizando los documentos pertinentes a las tres ciudades entre esos años. La participación en el espacio cultural de la Comarca comenzó en el año de 2005 con la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y al siguiente año en el Comité de Festejos del Centenario de la misma ciudad, en la Comisión de Historia. Hasta esta fecha han sido varias las publicaciones centradas en los inicios de las tres ciudades de la Comarca y el


ferrocarril, así como conferencias, exposiciones sobre este mismo tema y colaboraciones en El Siglo de Torreón. Otra participación en el ámbito turístico y cultural ha sido la creación de recorridos virtuales interactivos de museos y sitios turísticos culturales en la Comarca Lagunera, y en los estados de Chihuahua y Durango.


sebastián camacho, una pieza clave en la economía mexicana a l e j a n d ro a h u m a da

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oco se habla de la vida de los protagonistas del desarrollo de la vida económica del país antes, durante y después del Porfiriato, una serie de coincidencias,

habilidades y talento lograron hacer de Sebastián Camacho un partícipe en el desarrollo del crecimiento de México en el plano del desarrollo ferroviario, todo bajo la confianza y cobijo de Porfirio Díaz en un periodo de tiempo que comenzó con el afianzamiento del Estado liberal mexicano, desde el retorno de Juárez al poder en julio de 1867 hasta la consolidación de

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las instituciones gubernamentales durante el periodo de Sebastián Lerdo de Tejada y el fortalecimiento del poder político de Díaz, lo que provocaron que el sector social dominante estuviera compuesto por los propietarios de empresas dedicadas a la explotación de actividades como la banca, la agricultura, la minería, la industria, el comercio, la importación y exportación, las comunicaciones y el transporte, así como los bienes raíces y las operaciones fiduciarias y crediticias, las que se consolidaron a finales del siglo XIX y principios del XX, convirtiendo a esa clase social en la beneficiaria económica del país. La conformación de firmas comerciales fuertes a partir de la acumulación de ganancias de capitalistas mexicanos, así como la llegada de alemanes, españoles, franceses, ingleses e irlandeses en un principio, y la integración posterior de americanos, sentaron las bases para un desarrollo económico inimaginable para entonces. Estas oportunidades fueron aprovechadas por gente allegada al poder, uno de los más importantes fue Sebastián Camacho, personaje con una larga carrera política, la que estuvo muy ligada el gobierno de Porfirio Díaz y posteriormente a los de Francisco I. Madero, Pedro Lascuráin y Victoriano Huerta. Hijo de Sebastián Camacho (17211847), gobernador del estado de Veracruz, creció y se desarrolló junto con las firmas más importantes del sector económico del país, topógrafo de profesión ya para

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1870 comenzó a sobresalir en el sector minero promoviendo cambios en las leyes hacendarias, en ese mismo año fue presidente de una compañía minera en el Estado Guerrero, sus constantes incursiones en favor del desarrollo de esta actividad lograron captar elogios de este sector, su prestigio creció al mismo tiempo que su situación económica y social fueron bonancibles, de esta manera accedió a los círculos empresariales donde entabló amistad con personajes como: Ángel Lascuráin y Roberto Boker, los que estarían presentes a lo largo de su vida. En estos años en México se tuvo gran interés en desarrollar nuevas vías férreas, hasta entonces solo la vía MéxicoVeracruz era la que se había desarrollado, prueba de ellos fue que se otorgaron nuevas concesiones regionales a mexicanos para favorecer el crecimiento local impulsado por los rumores existentes de la llegada de capitales americanos con intenciones de establecer conexiones con México y sus costas, usando sus propias vías. La inversión americana entonces era mínima, debido a los sentimientos frescos aún de la invasión americana de 1847, siendo los capitales europeos hasta entonces los favorecidos para invertir en México. En 1871 Sebastián Camacho fue invitado para participar en el proyecto del establecimiento de la línea de ferrocarril del Pacífico, logrando ser nominado como vocal y como presidente Ángel Lascuráin. Para finales de 1873 Camacho volvió a ser noticia, pues Ramón Guzmán,

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presidente de la Comisión de Industria dio a conocer el dictamen del Ejecutivo donde a la Compañía Limitada Mexicana se le concesionó la explotación de un ferrocarril internacional e interoceánico, siendo él el representante de esta empresa. Las oportunidades para hacer negocios se siguieron presentando durante los años posteriores tanto en la minería, como en el desarrollo ferrocarrilero, la conjunción de ambos sectores le dejó entrever un negocio muy exitoso. En noviembre de 1874 se celebró un contrato entre el gobierno federal y Sebastián Camacho reviviendo una concesión otorgada en 1870, y que no había sido utilizada para la explotación de la línea de ferrocarril entre la Ciudad de México y la de León, creando así la Compañía Limitada del Ferrocarril Central. En 1875 se fundó la Sociedad Minera Mexicana donde figuraron los personajes más influyentes de ese sector, siendo integrante fundador el multicitado Camacho; a mediados de este año nació una compañía beneficiadora de metales para funcionar en los estados de México, Hidalgo, Morelos, Guerrero y Michoacán, dando de esta manera un valor agregado a los minerales. Unos meses después obtuvo una concesión ferrocarrilera más, se trató de la que unió al puerto de Matamoros con La Laguna Madre. En esa época la política del gobierno mexicano era la de favorecer a los inversionistas mexicanos con las concesiones en los estados del país de las líneas cortas de ferrocarril, y de las cuales recibió

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grandes beneficios nuestro personaje, él defendió entonces, públicamente, estos principios; pero la situación económica no era sólida y el establecimiento de las vías representaba recursos millonarios, situación ésta en la que muchos no estaban en condiciones para invertir, causa por la que en muchos casos las concesiones no funcionaron, pues se logró construir poco, o simplemente nada. Claro, Camacho era uno de los privilegiados y en condiciones positivas para acometer tal proyecto. El crecimiento y desarrollo de la industria minera necesitaba con urgencia el desarrollo de las vías de comunicación y transporte por lo que en la década de los ochenta la situación cambió bruscamente, favoreciendo a tal actividad económica el tendido de vías ferroviarias. Directamente tal hecho llevó al pequeño rancho del Torreón a entrar a una etapa de incesante crecimiento a raíz del paso por sus tierras del ferrocarril México-Ciudad Juárez. En La Laguna, las actividades más beneficiadas al principio fueron los ferrocarriles, la minería y la agricultura; ya después serían casi todas las actividades humanas, de esa manera la Región Lagunera vio llegar el desarrollo acelerado con la presencia de capitales norteamericanos y alemanes, fieles representantes de la inversión en ferrocarriles y minas.

II Para la década mencionada, México experimentó cambios muy importantes

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en todos sus ámbitos. La vida comenzó a desarrollarse a mayor velocidad, la forma de transportar y trasladar mercaderías se modificó. Los viajes que tomaban meses en realizarse, ahora solo ocupaban días, los caminos reales, poco a poco, pasarían al desuso, las producciones locales de materias primas, agrícolas y ganaderas lograron llegar a mercados más lejanos; la integración de maquinaria y elementos extranjeros ayudaron a la mecanización y desarrollo a la agricultura, minería, industria, etcétera. Entonces, la economía extranjera que predominaba era la europea y el mercado americano, en plena expansión, comenzó a integrarse en esta nueva etapa de crecimiento del país. Sebastián Camacho fue uno de los personajes clave en esta época llena de oportunidades, su participación intensa en los altos círculos sociales, políticos, industriales y comerciales le permitieron estar presente y beneficiarse de los negocios más importantes. En el último tercio del siglo XX el crecimiento del país se comenzó a planear con el trazo las nuevas rutas que unirían a las principales ciudades del país, utilizando el ferrocarril; las concesiones otorgadas a los empresarios nacionales no funcionó y la inminente entrada de los grandes empresarios americanos fue modificando la ideología vigente, que era la de evitar la entrada de capitales americanos. Sebastián Camacho fue muy criticado en este aspecto, pues al ser propietario de la concesión ferroviaria que con el

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tiempo se convertiría en la línea más importante de México, públicamente defendió en su discurso la soberanía del país, promulgaba mantenerlo lejos de los inversionistas americanos, sin embargo, cambió de opinión. En mayo de 1879 se dio a conocer el descubrimiento de un gran yacimiento de plata en un lugar remoto llamado Sierra Mojada, en Coahuila, que estaba en un lugar difícil para llegar, prácticamente en el olvido; los estados de Durango y Coahuila discutieron su ubicación y a qué estado pertenecía, en tal cuestionamiento tuvieron que participar la Secretaría de Fomento y algunas instancias de la federación como mediadores, la noticia de la enorme riqueza de esta mina se conoció en todo México llegando lógicamente a los Estados Unidos, en pocos meses los ofrecimientos de compañías explotadoras y de mineros no se hicieron esperar, en un año se llegaron a contabilizar poco más de 3,000 personas explorando. En octubre de ese año, curiosamente en la Ciudad de México, se anunció la creación de la Compañía Minera de Sierra Mojada teniendo como presidente a Benigno Arriaga y como vicepresidente a Sebastián Camacho, que igualmente plantearon la idea de formar un banco minero, la posición de Camacho y el apoyo que tenía del gobierno lo hicieron estar presente en los grandes negocios. Este año dentro de la exaltación minera se dio la ferrocarrilera, que por varios años irían muy relacionados, Sebastián

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Camacho poseía la concesión que uniría a Paso del Norte (Ciudad Juárez) con la Ciudad de México, y el gobierno mexicano con Porfirio Díaz al mando lanzó la convocatoria para que varias empresas americanas contendieran por ésta, sin embargo Sebastián Camacho cabildeó por uno de los postores y con la ayuda del presidente Díaz, sin pasar por aprobación alguna de senadores o diputados, se le otorgó a la compañía Topeka Atchison, quienes iniciaron al poco tiempo actividades en México fundando la Compañía Limitada del Ferrocarril Central Mexicano teniendo como su representante en México al citado Camacho. La columna vertebral de la economía y del desarrollo del país se comenzó a construir, continuaron las licitaciones de otras líneas en esta década y el citado personaje logró ser representante de otras más. El Ferrocarril Central tardó casi cuatro años en unir a Paso del Norte con la Ciudad de México, durante este periodo Sebastián Camacho continuó aprovechando las oportunidades que se presentaron a un grupo muy exclusivo de allegados al presidente Díaz. En la capital mexicana en 1880 se inició el entubado del agua potable y parte del financiamiento se dio con el préstamo de capitales al ayuntamiento por parte de un grupo pudiente, siendo uno de ellos el mismo Camacho, y otro que en pocos años tendría que ver con la Comarca Lagunera: la casa Agustín Gutheil y Compañía. La participación de esta compañía y de sus socios en los círculos sociales, co-

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merciales y empresariales del gobierno de Porfirio Díaz fue muy estrecha en esta década, Agustín Gutheil, Gustavo Sommer, Teodoro Rapp y Teodoro Larsenn, participaron en negocios comunes a Sebastián Camacho. La llegada a México de afianzadoras y aseguradoras involucró al grupo selecto de porfiristas. La afianzadora americana La Equitativa inició operaciones en México y el presidente de esta compañía en nuestro país era Díaz, y como integrantes a Larsenn y Sommer de la Gutheil y Compañía que participó como banco. En 1881 Sebastián Camacho retomó la idea que desde hacía tiempo se había formulado: evitar las grandes inundaciones que se daban en la Ciudad de México haciendo un gran canal de desagüe, en esta nueva aventura la firma Rapp Sommer entró al proyecto, financiando e importando las bombas necesarias para una parte de este desarrollo, también fue proveedora por muchos años del ayuntamiento de la Ciudad de México, le suministraba desde focos para el alumbrado público, equipos para bomberos hasta carros para la policía, entre otros más. En la cuestión agrícola fue de los principales importadores de maquinaria para el campo, además de ser prestamista de muchos agricultores. En 1882 se creó el Banco Nacional de México y aquí apareció en la rama financiera como consejero, un año después se creó el Banco Hipotecario Mexicano y junto con Gustavo Sommer fungió también como consejero.

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En esta década se consolidaron o multiplicaron cuantiosas fortunas, el ferrocarril continuaría en su rápida expansión por los siguientes 20 años, donde un crecimiento desmedido y desproporcionado comenzaría a crear descontento por todo el país. Para diciembre de 1880, en los primeros años del desarrollo ferrocarrilero en México, sólo existían 16 líneas en explotación con una extensión total de 1,051 kilómetros de vía, para diciembre de 1884 ya se tenían 49 compañías con una extensión de 5,897 kilómetros. El explosivo desarrollo parecía una carrera contra el tiempo y cuatro años después, al darse la unión del Ferrocarril Internacional con las vías del Central Mexicano, el país contaba con 7,940 kilómetros. La economía de la Nación se centró en el crecimiento de esta vía de comunicación, las riquezas de cada región del país en muy poco tiempo se comenzaron a explotar. En 1900 el reporte de la Secretaría de Fomento arrojaba 14,576 kilómetros construidos v en la celebración del centenario de la Independencia el número total de kilómetros transitados lo fue de 24,559. Entre los años de 1880 y 1900 fueron los de mayor éxito a través de la influencia de Sebastián Camacho, y en este periodo 4,478 kilómetros pertenecían al Ferrocarril Central Mexicano, al que representó y que éste no solamente tenía la línea principal entre Paso del Norte (Ciudad Juárez) y la Ciudad de México, sino también ramales y líneas cortas en-

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tre varias ciudades importantes, como Silao, Tampico, Guadalajara, Manzanillo y Cuernavaca. A la par del negocio ferroviario se desarrolló en las comunicaciones el tendido de cable para el servicio telegráfico, y Camacho en 1895 fue elegido vicepresidente de la Compañía Mexicana de Telégrafos. Los negocios y la vida de nuestro personaje estuvieron muy ligados a la del presidente Díaz, esta relación era atendida y procurada en cada detalle y ésta se podía ver manifestada en un sinfín de eventos sociales privados y públicos... En 1891 se formó un grupo que cada año realizaba las mismas funciones y casi siempre con los mismos personajes, era el llamado Círculo Central Porfirista que reunía a los personajes más influyentes del país o tal vez los más favorecidos y comprometidos con el gobierno de Díaz, en el cual se organizaban para ofrecer un magno festejo al presidente en honor a su cumpleaños, la junta formaba comisiones para recolectar fondos, asignando a varias personas para reunir los fondos en los sectores del ejército, la cámara de diputados, senadores, comerciantes, empleados y funcionarios públicos, empresas ferrocarrileras, estando en este último grupo Camacho, y en el de comerciantes Walterio Hermann, de la Sommer Hermann. En esta década los grandes negocios continuaron y en 1897 apareció como presidente en México de la compañía Mexican Coffee Trading and Planting

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Co. de Nueva York con más de un millón de plantas de café en el istmo de Tehuantepec, exportando café a los Estados Unidos y Europa. La política seguía siendo parte de su vida, y en 1898 fue electo como senador de la República, en estas mismas fechas amplió sus negocios a la curtiduría estableciendo una moderna planta con todos los adelantos de entonces. El siguiente año, en octubre, se preparó la reelección de Díaz y la Convención Nacional dirigida por Sebastián Camacho y el tradicional Círculo Nacional Porfirista se encargaron de hacer lo conducente para aparentar el sufragio, sin embargo a principios de este mes corrió el rumor de la formación de un grupo antagónico a los amigos de Díaz, creando expectación y cierta preocupación, entre ellos. En 1899 se convirtió en accionista del Banco Nacional de México, consolidando su carrera de banquero, aumentando su peso político y empresarial. Para 1903 los negocios de la minería siguieron siendo parte de su vida, invirtió mucho dinero en la exploración de minas de carbón en Michoacán anunciando que en algunas de ellas encontró petróleo, pero en estas zonas la transportación del producto era muy difícil debido a que aún no se contaba con vías de ferrocarril cercanas. Otro negocio se gestó y en 1904 el gobierno mexicano firmó un contrato con la Pacific Navigation Company Limited cuyo representante lo fue el senador Camacho, poniendo en funcionamiento

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siete vapores que cubrieron el tráfico de pasajeros y mercancías entre los puertos de La Paz, San José del Cabo, Mazatlán, Acapulco y otros. En este mismo año incursionó en el ámbito educativo siendo el presidente de la Compañía Mexicana de Educación Técnico- Práctica Elemental y Secundaria, siendo éste un proyecto de Justo Sierra como parte de un nuevo sistema educativo que contempló seis años de estudio de artes y tecnología. En 1906 celebró sus 84 años renovando la senaduría, dos años después anunció una nueva empresa en la que sería partícipe igualmente, llamada Compañía Empacadora Nacional Mexicana con muchos beneficios para los trabajadores, mencionando que con abonos, según la capacidad de los empleados, éstos gozarían de una casa habitación a plazos y con un porcentaje del 2% anual, seguro de vida, fondo de reserva para difuntos y otros beneficios, siendo una característica inusual en esos momentos. Sin embargo, en 1909 una de las minas de su propiedad en Angangueo, Michoacán anunció el cierre temporal, provocando el descontento y preocupación de los trabajadores, trascendiendo la noticia a nivel nacional y mostrando una serie de irregularidades que comenzaron a ser parte del descontento nacional que cada día creció. Un trabajador de uno de los más ricos personajes del porfirismo contaba en una entrevista al reportero del Diario del Hogar las condiciones en que laboraban: “no somos

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dueños de nuestra raya, porque no podemos disponer de ella en la forma en que mejor nos satisfaga, la mitad se nos paga con efectos que nos resultan con un 30% sobre los precios corrientes de la plaza, y los tenemos que vender para poder adquirir otros productos que nuestras necesidades exigen, en la reventa perdemos un 50%. Del resto se nos descuentan los gastos, valor del combustible empleado en el trabajo, la merma de la herramienta y varios, ¿cuánto ha venido a quedar?, algunas veces salimos debiendo”. La sombra del descontento se hizo aparte de los grandes negocios, que seguían creciendo y llegando al país, las suntuosas recepciones ofrecidas a los embajadores y empresarios eran continuas, y la presencia en cada una de ellas por parte de Camacho era casi obligada. La celebración del centenario de la Independencia de México en 1910 llegó aparentemente en el mejor momento del gobierno de Díaz, a casi 30 años de un revolucionado y descontrolado crecimiento económico y social del país, detonado por el ferrocarril. Un presidente con un gabinete senil comenzó a enfrentar una desmedida invasión extranjera comercial y empresarial, promovida por este mismo régimen por casi 30 años; en cada punto del país el abuso laboral estaba presente, aunado a la visible pérdida del control

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y fuerza de la imagen del presidente, la edad y algunos desvanecimientos sufridos en años anteriores preveían un cambio cercano del poder. Los primeros levantamientos se comenzaron a presentar en diferentes puntos de México y las órdenes desde la capital se ejecutaban, el ejército viajando a través del ferrocarril sobre las mismas vías que propició el desarrollo del país y que ahora eran usadas en persecución de los grupos rebeldes o subversivos. La caída del presidente Díaz solo era cuestión de tiempo, en marzo de 1911 se llevaron a cabo los ataques hacia las fuerzas de Madero en Ciudad Juárez, en la capital, en una breve ceremonia protestaba el nuevo gobierno de Díaz, estando presente su colaborador y amigo de siempre, el senador Camacho. A casi tres meses de este hecho Díaz abordó el vapor alemán Ypiranga mientras que Camacho continuaba en su carrera política al ser nombrado junto con varios personajes para participar en la Comisión Permanente del Congreso en una etapa de cambios drásticos para el país. Sebastián Camacho murió en septiembre de 1915 a los 92 años, casi hasta el final de su muerte siguió participando, influyendo en la vida política del país. Su presencia hasta el día de hoy se mantiene en la mayoría de las vías del ferrocarril que siguen estando exactamente donde se tendieron por primera vez.

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sebastián camacho, la rapp, sommer y el ferrocarril a l e j a n d ro a h u m a da

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a Comarca lagunera fue parte de los efectos de la economía del Porfiriato y sufrió directa o indirectamente del crecimiento acelerado provocado por

la llegada de nuevos negocios y oportunidades entre los años ochenta del siglo XIX hasta los inicios de la Revolución. El eje del desarrollo lo marcó el Ferrocarril Central Mexicano, la economía americana se enlazó con la incipiente mexicana, quedando unida la ciudad fronteriza Paso del Norte (Ciudad Juárez) con la Ciudad de México, formando una ruta comercial hacia el Norte, desplazando a la tradicional que iba de Veracruz a la capital mexicana. El Ferrocarril Central Mexicano se construyó a partir de dos frentes, en la frontera inició su construcción hacia el centro del país y los topógrafos fueron marcando el

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rumbo y el trazo que se debería seguir, mientras que en la Ciudad de México el rumbo lo marcaron los diferentes tramos ya construidos hasta ese momento, la concesión indicaba que la línea debería llegar a León y de ahí continuar hasta la ciudad de Durango y proseguir a la frontera. Pero en 1881 se logró una modificación y se dio la facultad de elegir el mejor rumbo a los constructores dejando a un lado a la ciudad de Durango. Camacho era el antiguo poseedor de la concesión original, y con la entrada de la Topeka Atchison como nueva dueña, ésta integró al multicitado señor como representante de ellos, quien en los años de la construcción desarrolló a la par un sinnúmero de negocios ideados por él o con la integración de oportunidades que se le fueron presentando en este cargo el que ejerció como representante del Central y de diversas compañías ferrocarrileras que llegaron al país, además del círculo de amigos y a empresarios cercanos al presidente Díaz, quienes no dejaron pasar oportunidad alguna. La inauguración del tramo completo se dio en 1884, el Ferrocarril Central celebró con grandes festejos en la Ciudad de México una magna cena con los personajes más influyentes del gobierno, donde el mismo mandatario y los grandes empresarios americanos y de las comunidades europeas estuvieron presentes. Los negocios que Camacho mantenía en ese momento se comenzaron a entrelazar con el tremendo

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potencial que el ferrocarril le ofreció. Los nuevos polos comerciales se comenzaron a perfilar con el sustento de la conexión al centro del país y a toda la Unión Americana, pero esto sólo era el comienzo. Una pequeña población que en esta época era prácticamente desconocida, comenzó a ser el nuevo punto de atracción, el norte con el sur estaban unidos y las vías del Central ya estaban en la municipalidad de la villa de Lerdo, en las tierras de Santiago Lavín. Sólo la Ciudad de México tenía confirmadas un sinnúmero de líneas ferrocarrileras, por ser el centro neurálgico del país, y un nuevo punto geográfico y económico se estaba formando de una forma natural en la villa de Lerdo, la que en 1882 ya había sido marcada como parte de una concesión ferrocarrilera que debería llegar a este punto procedente de Sinaloa, con otra procedente de Ciudad Porfirio Díaz (Piedras Negras). Esta última línea era la del Ferrocarril Internacional Mexicano, que inició su construcción casi a la par del Central, pero detuvo su construcción en la ciudad de Monclova por quedarse sin recursos y continuar hasta 1887 al contar nuevamente con capital y terminar como lo marcaba en la concesión, en la villa de Lerdo. Una serie de eventos fortuitos hicieron que la suerte que vivía la villa de Lerdo se viera afectada. La llegada de las vías del Ferrocarril Central a las tierras de Santiago Lavín,

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en la municipalidad de Lerdo se dio en la forma más recta, procedían de Huejuquilla y el punto obligado para continuar hacia el sur lo fue el lugar más estrecho del paso sobre el río Nazas, colindantes con el lado de Coahuila en las tierras de la hacienda del Torreón, donde la propietaria viuda de Zuloaga realizó un convenio junto con su sobrino Andrés Aguayo y la Gutheil para que las vías cruzaran por la propiedad; el Central Mexicano firmó y se comprometió a que, a cambio de las tierras necesarias para el paso de las vías ellos construirían dentro de la hacienda una estación completa para pasaje, carga y telégrafo. El Central cumplió a medias y construyó la estación a la que llamó Matamoros (después llamada Mieleras), en los límites de la hacienda y a unos 20 kilómetros de distancia de la estación de Lerdo, la llamó Matamoros por estar en el camino de tierra que conducía a esta población. Para estas fechas la situación financiera de la señora viuda de Zuloaga estaba casi de bancarrota, quien después de haber solicitado préstamos a la Casa Purcell y a la Casa Gutheil perdió la propiedad y la casa alemana Gutheil se convirtió en la nueva dueña. De esta manera la Gutheil, con sede en Hamburgo y oficinas en la Ciudad de México y algunas ciudades del país, se apropió de una hacienda en la línea más importante del país y que la acercaba más a Sebastián Camacho, con quien convivía en negocios, sin em-

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bargo Agustín Gutheil no logró ver los frutos de esta adquisición pues falleció en Alemania un año después, la organización de la Casa Gutheil la que en Alemania se reformó, constituyéndose la Rapp, Sommer Co., quien tomó el control de los negocios, sociedades y propiedades que fueron de la Gutheil. A la par de estos sucesos, el Ferrocarril Internacional Mexicano continuó con la construcción de la vía que debería llegar a la villa de Lerdo, esta intersección conectaría a este punto con prácticamente los Estados Unidos; así, el Central con la Sunset Route conectó al este norteamericano, al norte con Chicago y Nueva York, y a las líneas que conectaban a la Florida. La Rapp, Sommer al revisar en 1886 el convenio firmado por Agustín Gutheil y doña Luis Ibarra de Zuloaga con el Central Mexicano se dio cuenta que la empresa ferrocarrilera no había cumplido con lo establecido y entabló un juicio exigiendo la construcción de la estación y los anexos acordados. El juicio fue ganado por la empresa alemana justo antes de que el Internacional Mexicano llegara a la Comarca Lagunera, repentinamente el punto de enlace del Internacional cambió de la villa de Lerdo a la hacienda del Torreón, entonces ya propiedad de la compañía Rapp, Sommer. La línea del Ferrocarril Central llevaba desde 1883 cuatro años en función y la unión de las vías con el Internacional se esperaba que fuera en la villa de

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Lerdo, que contaba con una estación ya que la hacienda del Torreón en su punto de unión, no contaba con nada, el único antecedente lo fue la estrecha relación del representante del Central, Sebastián Camacho y su presencia en

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los mismos círculos sociales, comerciales y empresariales de los alemanes Agustín Gutheil, Gustavo Sommer, Teodoro Rapp y Teodoro Larsen en los años más intensos y estrechos del desarrollo de la economía porfirista.

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| Silvia Castro Zavala | Aunque nací en otros lares, he vivido en Torreón toda mi vida. Estudié la carrera de abogado en la UA de C, y en la Universidad Iberoamericana las maestrías de Historia y de Historia de la Sociedad Contemporánea. He participado en varios proyectos como la catalogación del archivo iconográfico de la familia Arocena y de investigación histórica para algunas exposiciones fotográficas, entre ellas: Ventanas de luz y arena, De Lerdo a Torreón, El tranvía en La Laguna y Julio Sosa, cronista gráfico de La Laguna. Soy coautora de los siguientes libros: Cimaco, historia de un esfuerzo, Llanura sin fin y Panorama desde el Cerro de las Noas. Siete ensayos de aproximación a la historia torreonense. Participé en la Comisión de Historia del Consejo del Centenario. Desde su inauguración el 2 de octubre del 2007, soy la directora del Museo de la Revolución, del cual hice la investigación. Actualmente estoy terminando la biografía del norteamericano H. H. Miller.



asedio orozquista en la laguna s i lv i a ca s t ro z ava l a

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ara las poblaciones de la Comarca Lagunera, el ascenso al poder del triunfante Francisco I. Madero el 6 de noviembre de 1911 pronosticaba el

retorno a la paz. La Revolución Maderista había logrado su propósito principal: desconocer a las autoridades federales y convocar a nuevas elecciones. Pero la ansiada paz no llegó a la Región Lagunera. A mediados de aquel mismo mes, las organizaciones obreras de Torreón y Gómez Palacio convocaron a una huelga solicitando, entre otras cosas, una jornada de trabajo de 8 horas y un aumento en su jornal. Los periódicos publicaron que cerca de 8 mil trabajadores estaban en huelga. Según El Diario los trabajadores de algunas haciendas como las de San Carlos, La Loma, Avilés, La Goma, La Partida y La Paz también secundaron el movimiento. Uno de los líderes del movimiento fue a México a buscar el apoyo de Madero, pero éste le pidió prudencia y que retornaran a su trabajo. Al conocerse la no-

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ticia los ánimos se exacerbaron pero la mediación de algunos líderes obreros logró que el conflicto se solucionara a fines de ese mes. La exaltación política nacional contaminó el clima electoral de la ciudad por lo que las elecciones municipales de aquel año resultaron muy agitadas. Los contendientes por la presidencia municipal fueron Eugenio Aguirre Benavides, el ingeniero Andrés L. Farías y Virgilio García, líder del reciente movimiento obrero. Las elecciones en un principio, parecieron dar la victoria a Farías; pero, ante los amagos de violencia lanzados por los partidarios de Aguirre Benavides, el Congreso del Estado le dio el triunfo a este último, quien tomó posesión el primer día de 1912. Aquel arreglo calmó los ánimos en la ciudad, pero la situación en el campo era alarmante pues grupos de revoltosos asolaban los alrededores. El servicio ferroviario se vio afectado por los desórdenes revolucionarios y se suspendieron las salidas hacia la capital desde el 12 de febrero. La prensa nacional culpaba de ello a la destrucción hecha por los rebeldes de los puentes entre Jimulco y Torreón. Para remediar la situación, las autoridades enviaron un tren de reparaciones hacia el lugar en que se habían dañado las vías férreas. En el campo el hambre era mucha, en tres días se presentaron, en dos haciendas, más de 500 personas pidiendo trabajo aún cuando se les pagase solamente con víveres. Dentro de las ciu-

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dades, la situación no era mejor. En Torreón, la autoridad municipal se vio obligada a pedir la intervención del gobernador para que se enviara un tren con provisiones, pues escaseaban los víveres y los que había estaban muy caros. Mientras duró la incomunicación, entre las familias necesitadas se distribuyó maíz y se les dio de comer a los más necesitados en los comedores públicos creados para ello. La colonia española estuvo alimentando a los niños de diez a 15 años pertenecientes a familias pobres, dándoles leche, pan y otros alimentos. De no haber sido por estas acciones, difícilmente se hubiera podido contener al pueblo hambriento y sin posibilidades de trabajar. La producción en las fábricas se había paralizado, pues el combustible escaseaba provocando el aumento en el número de desempleados, lo que a su vez engrosaba las filas revolucionarias. Por la misma razón se temía la suspensión del servicio de electricidad que conllevaría la paralización del servicio de tranvías. La autoridad ordenó que escoltas federales patrullaran la ciudad ante el temor a que la ciudad quedase a oscuras. En el norte, los orozquistas se preparaban para enfrentar al gobierno, mientras que el ejército federal se alistaba a combatirlos. Torreón, se encontraba entre ambas fuerzas. El corresponsal del periódico El Diario del Hogar narró para sus lectores, la situación que vivió Torreón en dicho periodo:

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“los enemigos

de la sociedad, que encuentran más cómodo apoderarse de lo ajeno que trabajar, en fin, zapatistas (…) se propusieron dar al traste, en todo el norte, desde Torreón hasta Ciudad Juárez con la tranquilidad pública. Y lo consiguieron, no cabe duda. Y en Torreón ¿qué hicieron? Sencillamente, aislar la ciudad y los poblados de sus inmediaciones del resto del país (…) interceptando el tráfico de trenes y cortando los hilos de comunicación telegráfica preparando así un asalto (…) Destruyeron la vía del ferrocarril Central hacia el sur, en Bermejillo y al norte en Picardías, incendiando los puentes. En el tramo Coahuila Pacífico, que liga a Torreón con Saltillo destrozaron los puentes de Viesca y Hornos y lo mismo hicieron sobre las líneas que conectan a Durango y Monterrey. La primera hazaña la verificaron el diez de febrero último y a partir de esa fecha continuaron su labor destructora a lo largo de las vías herradas, los días 13, 14, 19 y 29 del mismo mes. En esta última fecha quedó interceptado el tráfico férreo entre Torreón y Chihuahua (…) Terminada su labor destructora se dedicaron a la rapiña. Asaltaron los trenes que llegaron antes de que nada se supiera, a los puntos de intercepción, penetraron a las localidades desguarnecidas, despojando a sus habitantes de cuanto en casa tenían. Las autoridades (…) estaban desprevenidas, les faltaban elementos de defensa y a esto se debe que no hayan podido, desde luego, rechazar a los fascinerosos. Las primeras providencias que se tomaron fueron reparar los desperfectos de las vías férreas, enviando cuadrillas de trabajadores a los sitios respectivos; pero como las partidas de abigeos merodeaban las inmediaciones pudieron impedir la obra reconstructora y en los casos en que los puentes llegaron a ser rehechos, fueron nuevamente quemados. Fue así como consiguieron mantener incomunicado a Torreón, Gómez Palacio y Lerdo durante una cuarentena de días. Como la audacia de los bandidos fue grande, las víctimas de la zona aislada, al no darse cuenta exacta de la clase de gente que los asediaba, supusieron que tenían enfrente un ejército revolucionario numerosísimo. Las autoridades carecían de las fuerzas necesarias para intentar una salida de desafío en busca del enemigo; la impotencia engendró la desesperación y luego el terror...”.

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Según este reportaje la ciudad vivió incomunicada 37 días y en un estado de temor creciente ante la imposibilidad de las autoridades para restablecer la comunicación. Es claro el desconocimiento del autor sobre la geografía lagunera ya que situó a Bermejillo al sur y a Picardías al norte de Torreón. El corresponsal llamó zapatistas a los sublevados laguneros porque se levantaron al grito de ¡Viva Zapata! antes de que Pascual Orozco iniciara su levantamiento contra Madero. En febrero de 1912 los únicos levantados en armas eran Zapata en el Sur y Argumedo en el Norte. Fue hasta un mes después, el 6 de marzo, cuando Orozco y un grupo de generales irregulares se sublevaron, y lanzaron el día 25 el Plan de La Empacadora. Este plan retomó los postulados del Plan de San Luis y apoyó los del de Ayala. Por la situación geográfica en que operaba, el grupo la-

gunero zapatista hizo suyo el plan chihuahuense y se sumó a “los colorados” u “orozquistas”, epíteto con el que se les conoció, una vez unidos los dos grupos. La audacia de los rebeldes orozquistas los llevó a tomar Gómez Palacio durante algunas horas el 9 de marzo. Aunque las fuentes varían un poco en cuanto al día, el telegrama enviado por el general Téllez a la autoridad militar tiene esa fecha. Los generales rebeldes Cheché Campos y Pablo Lavín encabezando a cerca de mil hombres, saquearon algunos establecimientos comerciales antes de enfrentar a los federales que al mando del general Joaquín Téllez recuperaron la ciudad cerca de las tres de la tarde. La temeridad de los orozquistas llevó al general José González Salas, ministro de Guerra y Marina a ofrecer a Madero su renuncia para encabezar la ofensiva federal contra los rebeldes.

Fuentes Archivo General del Estado de Coahuila, fondo Siglo XX. Avitia Hernández, Antonio, Los alacranes alzados. Historia de la Revolución en el Estado de Durango, IMAC-CONACULTA, México, 1998. El Diario del Hogar, (periódico), Ciudad de México, 22 de marzo de 1912. Esparza Santibáñez, Xavier I, La Revolución en La Laguna (primera parte, 1910-1913), UAC, 1992. Parra Durán, Lorenzo, La Revolución en Durango, UJED, Durango, 2009.

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villa en torreón, octubre de 1913 s i lv i a ca s t ro z ava l a

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fines de septiembre de 1913, Torreón lo mismo que Gómez Palacio y Lerdo, vivió en constante zozobra por el asedio de grupos de revoluciona-

rios. El amago se había iniciado desde junio de ese año. En su libro Tulitas de Torreón, la hija del ingeniero Wulff, nos permite dar un vistazo sobre el ambiente que privaba en la ciudad aquellos meses: En septiembre de 1913, durante cuatro meses, Torreón estuvo sitiada por una especie de “istas”, quizá los verdaderos “villistas”. Había una calma chicha y los habitantes de la ciudad estaban en peligro de morir de fastidio más que de cualquier otra cosa; su único entretenimiento era el paseo diario a la estación ferrocarril para ver si de casualidad llegaba el tren. No había correo ni noticias, excepto rumores. En la comida estaban limitados a lo básico: tortillas, frijoles y café y en ocasiones, uno o más de éstos escaseaba. Previendo un ataque que se sabía inminente, el general Eutiquio Munguía había fortificado el Cerro de la Cruz; el edificio de la Jabonera, el Pajonal; las cercanías de la Metalúrgica y los cerros que rodean la ciudad. Para la defensa se contaba con cerca de 3 mil hombres, a

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más de dos carros de ferrocarril llenos de granadas para cañones y una abundante dotación de cartuchos. Los extranjeros abandonaron la ciudad para evitar los desórdenes que pudiera acarrear una victoria rebelde. Mientras se preparaba la defensa de Torreón, se tenían que tomar medidas para abastecer de víveres a la población y a mediados de septiembre se enviaron siete trenes con mercancías. La columna venía bajo el mando del general Fernando Trucy Aubert al que acompañaba un tren donde se cargaba con el material necesario para reconstruir la vía. Deseosos de intentar nuevamente el asalto a Torreón, los revolucionarios se unieron alrededor de Francisco Villa; quien parecía ser el único capaz de lograr la unidad de todos los grupos revolucionarios, incluyendo a los grupos rebeldes de La Laguna y Durango, famosos por su falta de disciplina. Según el informe del general Eutiquio Munguía el 30 de septiembre hasta Torreón se oía el fragor de los enfrentamientos entre defensores y atacantes alrededor de Lerdo. Esta última no tardó en caer. Hacia las cinco de la tarde las tropas revolucionarias iniciaron su avance hacia Torreón. Dos poderosas columnas se acercaron: una por el cañón del Huarache y otra por el cañón de las Fábricas. Como las alturas estaban fortificadas, Villa decidió atacarlas amparado en la oscuridad de la noche. Pronto cayó en sus manos el cerro de

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la Polvorera. Cuando, al amanecer del día 1º. de octubre, los revolucionarios lograron adueñarse del cerro de Calabazas, comenzaron a bombardear la ciudad y el cerro de la Cruz. El general Munguía mandó al general irregular Benjamín Argumedo a tratar de recuperar el cerro de la Polvorera y a pesar del empeño no se logró el objetivo. La tropa estaba cansada, hambrienta y desanimada debido al número de bajas sufridas por lo que algunos contingentes abandonaron la lucha y se dirigieron hacia Matamoros. Por la tarde, el norte de la ciudad comenzó a ser bombardeado desde Gómez Palacio. A las ocho de la noche, los revolucionarios atacaron con toda su fuerza la guarnición del cerro de la Cruz, única altura que continuaba en manos de las fuerzas gobiernistas. Munguía se dirigió a la Alameda donde trató de reunir a las tropas dispersas para intentar el contraataque. Pero al llegar a dicho lugar se enteró que el comandante Reyna, por órdenes del General Bravo había ordenado la retirada hacia Matamoros. Al no encontrar a sus tropas Munguía se dirigió hacia Matamoros. En el camino encontró “multitud de carruajes y automóviles, y una columna de 400 españoles que huían de Torreón… entre los que iba revuelta la mayor parte de tropas de la guarnición”. A las nueve de la noche de ese primer día de octubre, las tropas de la División del Norte hicieron el avance decisivo sobre las posiciones que man-

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tenían los federales. Tras media hora de lucha el Ejército Constitucionalista tomó la plaza. En poder de los revolucionarios quedaron 11 cañones con su dotación de granadas, entre ellos el conocido con el nombre de El Niño con su carro blindado; 39 máquinas de ferrocarril y una gran cantidad de furgones, jaulas y plataformas; fusiles tipo mauser y casi medio millón de cartuchos, además de muchos otros elementos de guerra. Las tropas derrotadas se reunieron en la estación Hornos a donde Trucy Aubert, que se encontraba en Hipólito, mandó recogerlas. Cómo en aquellos momentos la única vía libre hacia la capital era por Monterrey, desde allí salió el tren donde iban los generales responsables de la defensa de Torreón, los cuales llegaron a la capital en calidad de detenidos. El Diario logró recabar el testimonio de algunos de los españoles que huyeron con las tropas federales: “la noche del primero del actual, al tener conocimiento… de que las fuerzas federales se disponían a evacuar la plaza, en el acto se echaron de sus casas a la calle con o sin abrigos, pues no había tiempo para nada y se pusieron en seguida bajo la salvaguardia (sic) de las tropas leales. Caminaron a pie toda la noche, llegando a un punto llamado Matamoros, hacia las tres de la mañana del día dos. De allí siguieron inmediatamente el viaje a Hornos, a donde llegaron por la tarde, sin probar boca-

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do. Pero el general Munguía, con sus gemelos de campo, divisó un ganado y ordenó fuese capturado y sacrificado, para alimentar a todos. Tropa y caravana de paisanos, españoles los más, por una media docena de mexicanos, devoraron más que comieron la carne asada de aquellos animales, sin más sal ni más nada…”... Agua, afortunadamente, no les faltó pues como estaba muy llovida toda aquella región, sobran arroyos o charcos en donde apagar la sed”. En cuanto a los combates que hubo en Torreón, admirados hablaron de la heroicidad de Argumedo en la defensa de la ciudad y de la de Campa en la defensa de Lerdo. Las personas que pudieron salir de Torreón después de la entrada de los revolucionarios dieron a conocer la situación que se vivió en la misma después de la salida de las tropas federales. En su deseo de hacerse de fondos para continuar la lucha, los revolucionarios comisionaron a Rafael Arocena, dueño de la rica hacienda de Santa Teresa, para levantar la cosecha de algodón y poder venderla en beneficio de su causa. Según los testigos entrevistados por El Diario, después del saqueo, los rebeldes quemaron algunos de los ricos almacenes de la ciudad, como El Puerto de Veracruz propiedad del mexicano Santiago Troncoso y los comercios de los iberos Ricardo Zaldo, Eugenio Sáenz y García Hermanos. Según otro testimonio, también fueron saqueados los comercios El Telégrafo, La Elegan-

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cia, La Francia y la Zapatería Francesa. Algunos de ellos fueron quemados después. Villa estableció un préstamo forzoso de tres millones de pesos y la obligatoriedad para los comercios locales de recibir los billetes expedidos en Chihuahua y Durango. El gobierno huertista tardó una semana en confirmar la derrota en Torreón y fue por boca del secretario de Gobernación Manuel Garza Aldape, el cual había vivido en Torreón algunos años. Inmediatamente la autoridad militar se abocó a planear la recuperación de la ciudad, la designación de jefe de la División del Nazas recayó en el general José Refugio Velasco. Con el triunfo de las huestes carrancistas, Eugenio Aguirre Benavides volvió a hacerse cargo de la presidencia municipal de Torreón. Los

servicios públicos se reanudaron sin dificultad y pronto hasta los tranvías corrían libremente. Tan pronto como fue capturada la plaza de Torreón, Villa marchó hacia el norte con la intención de apoderarse de Chihuahua, para lo que se hizo acompañar por la mayor parte de los generales que integraban la División del Norte. Dejó la ciudad en manos de Calixto Contreras. El domingo 26 de octubre, en todo el país se celebraron las elecciones presidenciales. La fórmula oficial formada por los generales Huerta y Blanquet resultó triunfante. En Torreón, los rebeldes continuaban posesionados de la ciudad, aunque el contingente que la resguardaba seguía disminuyendo. Mientras tanto, las tropas federales al mando del general Velasco se acercaban a Torreón.

Fuentes Aguirre Benavides, Luis y Adrián (compiladores), Las grandes batallas de la División del Norte al mando de Pancho Villa, tercera edición, Editorial Diana, 1966. El Diario, (periódico), México, DF. Wulff Jamieson, Tulitas y Evelyn Jamieson Payne, Tulitas de Torreón. Recuerdos de la vida en México, Universidad Iberoamericana Laguna-Ayuntamiento de Torreón 2000-2002-Instituto Municipal de Documentación, Torreón, Coahuila, 2001.

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| Gildardo Contreras Palacios | Originario de Parras de la Fuente Coahuila, y residente en Torreón desde al año de 1963. Fue el cuarto hijo del matrimonio de don Juan Contreras Cárdenas y de Ma. de la Luz Palacios Calderón. Sus hermanos, Juan, Eduardo (+), Martha y José. Debido a la influencia de su padre, desde muy niño se aficionó por la lectura de libros, periódicos y revistas. Los temas históricos han sido siempre sus preferidos. De dicha influencia paterna, derivó su atracción por la investigación histórica, la cual cristalizó con su primer trabajo que se publicó en el año de 1990, con el apoyo, asesoramiento y consejos del ilustre historiador poblano Agustín Churruca Peláez, S.J., quien realmente fue el formador del carácter investigador de Contreras Palacios. En su persona se conjugaron la herencia de su padre y las enseñanzas del padre Churruca. Es contador público egresado de la Escuela de Comercio y Administración de la Universidad Autónoma de Coahuila. Su carrera universitaria es su profesión, la investigación histórica es su afición.


De 1990 a la fecha, ha publicado un total de siete obras de su autoría y ha participado como coautor en otras tantas. Amén de un sinnúmero de artículos periodísticos. Su labor de investigación histórica, fue motivo para que fuese invitado a integrarse al Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas, del cual es miembro de número desde el año de 2001.


francisco i. madero de carne y hueso Semblanzas y opiniones que de su persona hicieron algunos de sus contemporáneos g i l da r d o c o n t r e r a s pa l ac i o s

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o cabe duda de que la personalidad de Francisco I. Madero siempre ha sido un tema muy polémico y cuestionado, sobre todo por la opinión

de sus enemigos. El pensamiento de Juan Sánchez Azcona, que después sería su secretario particular cuando llegó a la presidencia de la República, trata el tema ampliamente y nos dice al respecto que sus críticos siempre lo han juzgado desde muy lejos, lejos en distancia y lejos en el tiempo, y que siempre le han atribuido dos características negativas principales;

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haber sido insuficiente en el aspecto cultural y una marcada debilidad de carácter. De ellas lógicamente han derivado otra serie de descalificaciones secundarias. Sin embargo en Madero hay elementos para suponer que fue poseedor de una instrucción muy superior a la gran mayoría de los mexicanos de ese tiempo y precisamente de esa instrucción derivó una cultura acorde con ella. No fue un científico ni un artista destacado de las bellas artes, pero gustaba y conocía lo necesario sobre ellas. Sobre su debilidad de carácter, sus detractores lo basan en su bonhomía, en su filantropía, en saber rectificar equivocaciones, su inclinación al perdón y el respeto a la persona humana, el saber escuchar y entender a sus contrarios, y sobre todo su exceso de confianza en las personas. Para Adrián Aguirre Benavides, “… la práctica del bien en Madero era una función biológica. Esa bondad originó que sus detractores y enemigos políticos principalmente los porfiristas reaccionarios, lo tildaran de ingenuo, inocente y tonto. Ciertamente, Madero carecía de malicia, de sagacidad, y de suspicacia, cualidades o atributos, que son esenciales en política, y sobre todo en nuestra política mexicana. No ambicionó el poder ni hizo el menor esfuerzo por llegar a la Presidencia de la República como meta de ambiciones personales; la admitió y desempeñó cumpliendo un deber patriótico”. Sin embargo algunos de sus contemporáneos como Aguirre Benavides, Sán-

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chez Azcona y otros que lo conocieron muy de cerca, han dejado sus testimonios sobre la verdadera personalidad de Madero. De aquellas familias acomodadas de la época, que deseaban un cambio en la forma de gobierno que el país tenía desde hacía casi 30 años, en manos de Porfirio Díaz; surgió un individuo, originario de Parras de la Fuente, Coahuila, que nació el día 30 de octubre de 1873, y se le bautizó con el nombre de Francisco Ignacio Madero González. Dice el periodista parrense J. Natividad Rosales en referencia a su tierra natal: “… todos los parrenses ven al norte porque los otros tres puntos cardinales se los cierra un cerco de montañas que fueron llamadas por los hispanos Sierra de los Pirineos… En Parras de la Fuente la distancia se mide en kilómetros. La noche precisa muchas sombras para hacer oscuridad y el ojo mucha pupila para abarcar semejantes distancias. A lo lejos azulean las sierras. No pueden ser verdes por lo árido y en las noches simulan silenciosos galopes de corceles fantasmales”. Agrega Natividad Rosales: “no hay duda de que la niñez de Madero fue cómoda y accesible, sus primeras letras las aprendió de las maestras Chonita Cervantes y Albina Máynez para hacer las vocales y hacer las sencillas sumas. Un poco más grande pasó al colegio de San Juan Nepomuceno de Saltillo, en donde estuvo dirigido por los jesuitas…”. Después el joven Made-

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ro fue enviado al Saint Mary’s College de Baltimore. En 1889 ya estaba en París para seguir su instrucción. En esa ciudad lo conoció y empezó una buena amistad con él, Juan Sánchez Azcona cuando también cursaba algunos estudios en la Ciudad Luz, y quien sobre su amistad con Madero dejó escrito lo siguiente “…mi padre delegó su autoridad paterna en el ilustre maestro Ignacio Manuel Altamirano (cónsul general de México en París), el maestro me recibió amablemente en su casa, pero para darme cierta dosis de libertad… arregló que fuese a vivir junto con unos buenos muchachos mexicanos, de muy distinguida familia… esos buenos muchachos eran los Madero, Ernesto, Manuel y José. Poco antes se habían regresado a México, Evaristo y Gustavo. En su domicilio los visitaba un primo… Marcos Hernández (Marquitos), quien fue muerto durante la revuelta en México en febrero de 1913. Éste a su vez tenía un sobrino que no vivía con ellos porque estudiaba como interno en la Escuela de Altos Estudios Comerciales y salía los sábados para internarse nuevamente a primera hora del lunes. Se llamaba Pancho…Llegó el sábado y hube de conocer a Francisco I. Madero. Apareció menudo y sonriente. Apuntábale apenas el bigote y usaba el ‘clavo’ muy alargado, pero aún no tenía barba. Iba pulcramente vestido con chaquet y tocado con un sombrero de seda de copa alta y de alas semi-planas y relativamente anchas…”.

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Después de terminar sus estudios en París, Madero regresó a su patria y pronto se dirigió a California para instruirse en las cuestiones agrícolas y de irrigación y perfeccionarse en el idioma inglés. Fue precisamente durante su estancia en California cuando conoció a su futura esposa la señorita queretana Sara Pérez, con quien contrajo matrimonio en 1803 en la Ciudad de México. Posteriormente pasó a radicar a San Pedro de las Colonias convertido ya en administrador. Adrián Aguirre Benavides afirmó que Francisco “era un individuo de baja estatura sin llegar a lo que los mexicanos llamamos chaparro. Sin embargo su estatura era verdaderamente más baja de lo regular… Abultada y alta la frente; los ojos pardos muy vivaces y expresivos. Desde su juventud dejó crecer su barba, hasta usarla al estilo francés, de piocha. Desmedrado, de fuerte complexión, verdaderamente vigorosa. Muy ágil de movimientos y de tipo marcadamente castizo, predominante en su familia sus ademanes eran característicamente norteños; ásperos, bruscos… Sobre el particular existe el testimonio del antiguo general porfirista Vito Alessio Robles que en cierta ocasión recibió una invitación de Adrián Aguirre Benavides para entrevistarse con Madero, cuando éste era ya candidato a la presidencia de la República. Ese día ambos personajes se presentaron en el domicilio en donde se hospedaba Madero en la Ciudad

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de México, y allí se encontró “…con un hombre de pequeña estatura, en cuya cabeza apuntaba ligera calvicie, frente amplia, cejas anchas y espesas, ojos negros y grandes, bigote grueso y barba cortada en punta, de color moreno... por su afabilidad y franqueza me inspiró viva simpatía. Sigue diciendo Aguirre Benavides que Madero “…era toda bondad y sencillez. Su hablar era fuerte y claro; su temperamento era nervioso, lo que percibían claramente los que lo trataban, y adolecía de un tic nervioso que consistía en levantar el hombro izquierdo. Era un gran caminante, gustaba de emprender largos recorridos. Como jinete a caballo, era incansable. Era además un gran nadador. Madero tenía una resistencia física inagotable… tuvimos ocasión de recorrer a caballo una distancia de no menos de cincuenta kilómetros a través de una serranía abrupta cubierta por raquítica vegetación de sotol, lechuguilla, guayule y una que otra gobernadora”. Cuenta Alfonso Taracena, que Madero aparte de ser un excelente jinete, era un destacado nadador y en una ocasión en San Sebastián (lugar del norte de España), realizó la hazaña de nadar desde la playa hasta unas islas que cerraban la bahía a una distancia aproximada de 2 millas (3.706 Kms.) sin ningún descanso. Agrega Aguirre Benavides: “…Madero era sobrio y frugal en la comida y como era vegetariano los únicos alimentos animales que

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comía eran huevos y leche; gustaba mucho de las frutas frescas y secas… pasas de higo, de membrillo y durazno, nueces y cacahuates”. Cuando Vito Alessio lo visitó, se sentaron a la mesa “…nos acompañaba su esposa, doña Sarita, señora abnegada, inteligente y buena. El desayuno fue vegetariano, tunas, manzanas, peras, y café con leche. La sobremesa fue larga...”. Aguirre Benavides continuó diciendo de Madero: “era limpio… en los días calurosos se bañaba dos veces al día. Su atuendo era sencillísimo. Cuando vivía en San Pedro de las Colonias usaba trajes blancos, o bien pantalones ajustados y camisolas, sombreros charros sin ningún adorno o casco “sarakof ” al que era muy afecto para contrarrestar el vigoroso calor de la región. Aunque era sano, padecía frecuentemente de jaquecas (migraña) que lo obligaban a recluirse en un cuarto oscuro hasta que le desaparecía el dolor... Era un hombre de buen humor, afable y bondadoso con todas las personas, ponía énfasis en su trato con los humildes, jovial, con la sonrisa a flor de labio”. Refiere Aguirre Benavides que: “En la vida de campo (Madero) se levantaba antes del amanecer, para llegar a las labores a la salida del sol… durante su vida de soltero se llevaba en la mañana su comida en un morral colgado a la cabeza de la silla de montar y gustaba comer con sus peones. Así fue como… compartió su vida entera de trabajo en comunión diaria, íntima con sus trabajadores,

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conociendo sus necesidades y miserias que siempre remedió en cuanto pudo. Madero era sumamente caritativo; en San Pedro todos los menesterosos sabían que en él encontrarían alivio. Un guerrillero anti-maderista, miembro de la acaudalada familia chihuahuense Luján, Cheché Campos, decía sobreponiéndose a su antagonismo: “No hay mejor amigo, ni hombre más bueno, ni más virtuoso, que Pancho Madero, en toda La Laguna”. Agrega Aguirre Benavides, “Tenía Francisco, en 1909, una fortuna que valía de cinco a seis millones de pesos. En San Pedro de las Colonias poseía los ranchos algodoneros del Porvenir, Buenavista, Tebas, Palmira, la hacienda ganadera de San Enrique, en el margen del río Bravo, inmediata a Laredo; el rancho del Colorado, cerca de San Pedro, negocio de leña seca de mezquite. Tenía además los terrenos guayuleros de Australia, para la explotación del ga-

nado; con este negocio organizó una sociedad anónima, que se llamó Compañía Ganadera de la Merced. Tenía una fábrica de hule de guayule en Cuatrociénegas, acciones en el Banco de Nuevo León y en la Compañía Industrial de Parras; era accionista de la Compañía Minera de la Paz de Matehuala, San Luis Potosí y tenía casas propias en Parras, Monterrey y México”. Cierra Aguirre Benavides su comentario diciendo: “Tan admirable era su honradez, por su desprendimiento. En un año que duró la campaña política acabó con sus ahorros de dieciséis años de trabajo al rayo del sol, del alba al ocaso y en cinco años que duró la lucha armada, se convirtió en cenizas la fortuna de seis millones del padre. Dinero sobradamente bien empleado, porque Madero conquistó la redención del peón esclavizado, la libertad del pueblo de México y su derecho por medio del voto público de regir sus destinos”.

Fuentes Rosales, José Natividad, Madero y el espiritismo, colección Duda, Editorial Posada, México, 1973. Varios, Francisco I. Madero ante la historia. Semblanza y opiniones, INEHRM, México, 1973.

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noticias del ataque a parras en abril 16 de 1911 Cuando los maderistas volaron la torre de la iglesia de San Ignacio g i l da r d o c o n t r e r a s pa l ac i o s

E

l sábado 15 de abril de 1911, se presentó en Parras un grupo armado de maderistas proveniente de La Laguna, bajo el mando de Enrique Adame Macías,

quien lo primero que hizo fue enviar un comunicado al presidente municipal de la población, en donde le pedía la rendición de la plaza que él presidía y le advirtió que en caso de no aceptar, haría “volar” los principales edificios sin importar la gente que en ellos se encontrase. El presidente municipal, mandó llamar al jefe de la partida militar Teodoro Hernández,

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para ponerlo al tanto de las amenazas recibidas por parte de Adame. Toda esa noche los parrenses esperaron que en cualquier momento hubiese un ataque a la población por parte de los maderistas, quienes apenas sí llegaban a un número aproximado de 100 hombres, y fincaron su campamento en lo alto del llamado cerro de La Cecación situado al sur de la población. Al despuntar el alba del día siguiente, domingo 16, a eso de las 5:40 de la mañana, los revolucionarios colocaron en lo alto del cerro una bandera nacional e hicieron estallar una carga de dinamita, lo cual fue la señal para iniciar al ataque. Para llevar a cabo su cometido los revolucionarios se repartieron en tres grupos dirigidos a atacar el norte, el oriente y el poniente de la población, con el fin de cercar a la defensa federal. Por los frentes del norte y oriente no se logró penetrar hasta el centro por lo tupido del fuego federal. El grupo que fue hacia el poniente sí pudo hacerlo y llegaron a las casas de los señores Eduardo Lobatón y de Jesús P. Valdés, en las que cometieron todo tipo de actos de rapiña. De la casa de Lobatón lograron extraer además de diversos objetos domésticos, cerca de 15 cajas de dinamita; se dice que la familia Madero los proveyó de algunas carabinas Winchester 30-30, de cajas de parque y de cerca de 50 cajas de dinamita. Para las 9 de la mañana las fuerzas de Adame Macías ya sumaban

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cerca de 600 efectivos, con la gente que se les había unido en Parras. La defensa federal de la población estaba distribuida de la siguiente manera: en el cuartel militar había 22 individuos de tropa; en la penitenciaría otros 10 militares bajo el mando del teniente Patricio Oliveros Jiménez; en la presidencia municipal estaban nueve soldados a las órdenes del sargento 2º. Trinidad Real, más otros 30 elementos de la policía auxiliar que mandaba el comandante de policía. En la iglesia del Colegio (San Ignacio) había un cabo y ocho elementos, y en la parroquia ocho gendarmes que tenían como jefe al excabo Jesús Sánchez. Entre todos sumaban un total de 87 individuos; 41 militares y 46 gendarmes y policías; estos últimos fueron los primeros en huir y esconderse o bien, se pasaron a las filas maderistas, con decir que ya para las diez de la mañana la mayoría de ellos había dejado los puestos asignados. A las once de la mañana el señor cura de Parras don Fortino Hurtado, se presentó ante el teniente Oliveros y ante don Teodoro Hernández para que trataran de llegar a un arreglo pacífico con los atacantes con el fin de evitar más muertes, ya que su desventaja en cuanto al número de combatientes era notoria. Sin embargo ambos personajes le manifestaron su deseo de seguir luchando hasta el final. Ante la deserción de los defensores y durante los combates de la mañana

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los maderistas lograron colarse hasta la presidencia municipal la cual dinamitaron y le prendieron fuego; el que alcanzó el edificio y todo lo que en su interior se encontraba. Con ese hecho el archivo municipal que procedía de tiempo inmemorial fue presa de la destrucción por parte de los maderistas. Con ello, Parras perdió mucho de su historia y de su identidad. Después de ello los ataques maderistas se centraron en el local que ocupaba el cuartel, en la parte sureste del hoy mercado 5 de Febrero, así como en la acera de enfrente en donde se localizaba la plaza de toros, en plena rúa del Comercio; en dichos sitios se tiraron muchas bombas por parte de los maderistas, allí mataron a un soldado y tomaron prisionero a otro llamado Juan Urbina. Cuando los defensores federales abandonaron el Colegio, los insurrectos tomaron posesión del mismo, pero pronto fueron desalojados por un grupo de seis individuos encabezados por el sargento Trinidad Real, quienes se sostuvieron en el sitio hasta las cinco y media de la tarde; a esa hora uno de los hombres de Real, dio muerte en forma artera y de un disparo, al civil José Rodríguez, que se encontraba platicando frente al hotel Palacio, en contra esquina de la iglesia del Colegio (Madero y Treviño). Tras de ello, un maderista parrense de apellido Castro, se acercó a la base del campanario llevando una carga de dinamita, la cual hizo explotar de

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inmediato, provocando la destrucción de tan histórica construcción, en su sector del campanario. Allí murieron el sargento Real y tres de los hombres que lo acompañaban. El sargento Real había dejado el edificio de la penitenciaría para ocupar el Colegio y encomendado su control al comandante de policía, Demetrio García, quien por temor rápidamente lo abandonó y quedaron sólo en su defensa dos soldados quienes pronto fueron muertos por los atacantes. A los defensores de la parroquia, a media mañana se les terminó el parque y el teniente Oliveros les proporcionó cerca de 400 cartuchos que les quitó a los gendarmes que custodiaban el cuartel, ya que dichos individuos no hacían fuego por no saber manejar las armas. Con ello los custodios de la parroquia pudieron sostenerse en su puesto hasta después de la explosión que voló la torre del Colegio, ya que temían que el edificio fuese a sufrir igual atentado. De allí se pasaron a la penitenciaría, que junto con el cuartel eran los únicos baluartes de los federales. Tras de ello la gente de Adame amenazó con dinamitar el cuartel, pero el capitán Teodoro Hernández, logró evacuarlo con sus hombres. Serían las 6:30 de la tarde cuando los ciudadanos parrenses Leopoldo Urbina y Alberto Durán, pidieron al teniente Oliveros que tratase de salvar su vida y la de sus hombres, porque veían que su derrota era inminente ante el crecido número

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de revolucionarios. Oliveros al cerciorarse que el capitán Hernández y su gente habían dejado el cuartel, se imaginó que o, habían muerto o habían sido hechos prisioneros y decidió acompañar a los señores Urbina y Durán con el fin de saber su paradero y lo encontraron escondido en un domicilio cercano. En dicho sitio Oliveros le informó de la propuesta de los civiles que lo acompañaban. Hernández se encontraba herido en una pierna y le pidió para que contactase al jefe de los maderistas con el fin de saber sus condiciones para lograr el cese de las hostilidades y evitar la muerte de los hombres que aún le quedaban. Al tener contacto Oliveros con Adame, este último puso como condiciones para lograr el cese total de las hostilidades: que los federales entregasen en el acto las armas y equipo de tropa, que deberían salir de la población en el menor tiempo posible y deberían liberar de inmediato a los presos. Oliveros no aceptó, por ser condiciones que iban en contra de su honor militar, y le presentó a Adame sus condiciones de rendición bajo los siguientes postulados: los federales saldrían de la población, con todo su equipo militar incluyendo las municiones; que Adame Macías se comprometiese a respetar la vida de todos los federales; que Adame Macías se hiciese cargo de la custodia y seguridad de la población y que por ningún motivo fuesen excarcelados los presos.

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En principio las tres primeras condiciones fueron aceptadas por Adame, no así la cuarta, porque él seguía con la idea de liberar inmediatamente a los presos. Tras de mucho insistir Oliveros logró que Adame aceptara, no poner en libertad a ningún preso esa noche. Fue en la alcaldía de la penitenciaría en donde se levantó un acta con las condiciones de Oliveros, y la salida de los federales sería ese día a las 12 de la noche. A las ocho de la noche se firmó el pacto y sólo darían cuatro horas a los federales para que recogieran sus pertenencias militares y levantaran sus muertos y heridos. Tras de ello el capitán Hernández se reunió con sus soldados y con ellos se dirigió al cuartel. Cuando pasaba lista, un grupo de maderistas con gran escándalo, querían entrar al recinto del cuartel, lo que causó sobresalto y temor entre los federales; tras franquearles la puerta, el cabecilla informó a Hernández que allí iban a quedarse, mientras instaba a los federales a unirse a la causa. El jefe federal les dijo que allí no cabrían por el número de caballos que traían y les señaló otro lugar en donde podrían pernoctar, a donde se retiraron ante gran escándalo, se dice que muchos de ellos andaban en estado de ebriedad. Otros grupos de insurrectos rondaban el cuartel esperando la salida de los federales para acabarlos. Hernández captó su intención, procedió a juntar las armas del cuartel, les mandó quitar el cerrojo y los enterró en un

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lugar seguro, a las armas las escondió entre un montón de leña que había en uno de los cuartos. En seguida los federales fueron saliendo del cuartel uno por uno para no levantar sospecha, el último en salir fue el capitán Hernández y se dirigió a un domicilio en el que creyó estaría seguro. Por lo tanto, la salida de la población de los federales no se llevó a cabo esa noche como se tenía pactado, por la desconfianza para con las fuerzas de Adame Macías. Al día siguiente llegó a Parras procedente del rancho de Ojuelos situado al oriente de la población, el capitán primero del IV batallón, Juan Galindo, quien después de muchas agencias, logró reunirse con el jefe Adame; entre ambos acordaron tener una reunión con el objeto de poner fin a la contienda. Si no se lograba un acuerdo, Galindo se retiraría a Ojuelos y Adame a la hacienda de San Lorenzo. Ese mismo día fue descubierto el escondite del capitán Hernández por una denuncia de la señora Juana Rodríguez de Martínez; sin embargo fue hasta otro día (18 de abril), cuando los maderistas procedieron a su captura, junto con otros individuos que lo acompañaban. Los cautivos fueron conducidos a la penitenciaría en donde Hernández, a pesar de ir herido, fue duramente golpeado por uno de los hombres de Adame. Allí permanecieron hasta las 12 del día siguiente, hora en que se firmó el cese

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de las hostilidades. La reunión de los antagonistas se llevó a cabo en la casa marcada con el número 13 de la 1ª calle de Ramos Arizpe, en ella intervinieron además de los principales jefes de ambos bandos, los representantes de la población civil de Parras. Los principales acuerdos a los que llegaron fueron: los de suspender todo género de hostilidades por un período no mayor a 30 días y para garantizar la tranquilidad de la población, Adame Macías dejaría un jefe con 25 efectivos de todas sus confianzas. Durante este lapso, el cuartel fue ocupado por un grupo de maderistas, comandado por José Martínez, quienes destruyeron todos los objetos que había en los cuartos, que eran propiedad del capitán Hernández y del teniente Oliveros. Objetos consistentes en uniformes, espadas, pistolas, libros, ropa de cama y diversos muebles de oficina y de hogar, además se llevaron los fondos de la guarnición consistente en 200 pesos, y lograron dar con las armas escondidas por otra denuncia que hizo la señora Juana Rodríguez. Firmado el acuerdo, Galindo y Adame lograron llevar al capitán Hernández al hospital, bajo la supervisión del médico Ricardo Pérez, se buscó poner al capitán bajo el cuidado de la Cruz Roja, en donde estaría más seguro de la ira de los revolucionarios. El teniente Oliveros permaneció oculto hasta la madrugada del jueves 20. Hernández dejó la población el

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viernes 21 y se dirigió rumbo a Ojuelos, en donde se encontraba la partida al mando de Galindo; se reencontró con Oliveros en la estación de General Cepeda, y de allí ambos se dirigieron hacia Saltillo para rendir cuentas a sus superiores.

En la refriega los maderistas llevaron la peor parte ya que tuvieron entre 50 y 60 muertos sin tomar en cuenta a los heridos, en tanto que los federales sufrieron 17 bajas, de los cuales hubo sólo ocho muertos, cinco heridos, dos prisioneros y dos desaparecidos.

Fuente Esparza Santibáñez, Xavier I, La Revolución en La Laguna (primera parte, 1910-1913), UAC, Nicolás Romero, Estado de México, 1992.

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don francisco i. madero y su participación en el movimiento armado de 1910 g i l da r d o c o n t r e r a s pa l ac i o s

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uando Francisco I. Madero terminó sus estudios en los Estados Unidos y con base en los conocimientos adquiridos en el extranjero, se hizo cargo de uno de

los muchos negocios de la familia, que fue el de la siembra y cosecha del algodón, en San Pedro de las Colonias, Coahuila. Madero no tuvo problemas para lograr alcanzar el éxito debido a su calidad moral y humanitaria. En él existía una combinación de espiritismo y republicanismo democrático que lo llevó a tener una concepción moral y humanitaria de la política 52


y de los negocios. Como empresario moderno, logró encabezar un grupo de hacendados y ribereños de la parte baja del Nazas, para presionar al gobierno y se hiciera una distribución equitativa del uso de las aguas del citado río, ya que la única que se beneficiaba era la compañía angloamericana The Tlahualilo River, Co., en perjuicio de los rancheros y hacendados del rumbo de San Pedro. La mano de obra en el norte mexicano y en especial en la región de La Laguna era muy escasa, lo que ocasionaba que hubiese una competencia constante entre rancheros y hacendados, quienes trataban de hacer que las condiciones laborales de los trabajadores fuesen las mejores de la región y hasta del país. La mayoría de los trabajadores que prestaban sus servicios en los ranchos y haciendas de la región era gente independiente que provenía de otras partes de la República; por lo que los trabajadores dependientes de cierto patrón eran la excepción. En este caso Madero se distinguió por el buen trato que daba a sus trabajadores en todos los aspectos, que derivaban de su relación laboral; situación que le redituó el reconocimiento generalizado de confianza entre los otros propietarios y productores, de sus trabajadores y del pueblo bajo en general. En 1903, la vida del hacendado dio un vuelco inesperado y decidió participar en la política. En San Pedro de las Colonias, patrocinó y participó en

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la campaña independiente por la presidencia municipal del lugar, sin embargo su candidato fue derrotado por la maquinaria del gobernador de Coahuila, Miguel Cárdenas. En 1905 volvió a la carga y se fue contra la reelección de Cárdenas al gobierno de Coahuila, y de nueva cuenta el candidato de Madero fue derrotado, con lo que quedó en una situación muy incómoda y vulnerable. Con esas experiencias Madero tomó la decisión de tener una participación más decidida en la política. En el año de 1908, en la Comarca Lagunera, se presentaron algunos casos del descontento de la gente. El más significativo de ellos tuvo lugar en Viesca, en donde un grupo de inconformes magonistas, capitaneados por León Ibarra y José Lugo, asaltaron la población la noche del 24 y madrugada del 25 de junio de 1908, se apoderaron de 20 mil pesos de la sucursal del Banco de Nuevo León, tomaron las oficinas de correos y las del ferrocarril, atacaron a la policía, liberaron a los presos y quemaron los puentes del ferrocarril. En el ataque murieron siete personas. En el mes de octubre de ese año de 1908, Madero publicó en San Pedro de las Colonias, Coahuila, La Sucesión Presidencial en 1910, obra que circuló en forma profusa entre la población de la región y aún en otras partes de la República. En dicha obra Madero expresó: “…que México iba directo al precipicio con la continuación del absolutismo…” y para no caer en la anarquía, hizo una

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firme invitación a la lucha democrática, aunque reconoció en Díaz, un probo estadista de costumbres irreprochables que hubo prestado innegables servicios a la patria, pero que había matado el civismo en México; y en contraparte, relató con gran entereza, la serie de crímenes que se imputaron a don Porfirio, y admitió la posibilidad de una revolución si no se respetaba el voto en 1910. Condenó la jornada “inhumana” de 12 y aún de 14 horas diarias y el salario insuficiente para cubrir las necesidades de los trabajadores. Encontró legítima la organización obrera, sin la cual no era posible la lucha entre el capital y el trabajo. Admitió el derecho de huelga. Justificó el derecho de los obreros de reclamar un trato equitativo. Condenó el paro patronal. Consideró al obrero como base de la fuerza de la República. Pidió para los trabajadores habitaciones higiénicas. Se proclamó contra la explotación de las tiendas de raya y contra las multas impuestas por los patronos. Apoyó las escuelas costeadas por las fábricas para los hijos de los obreros. Abominó la censura a la prensa obrera. Y condenó la fusilata de obreros en Orizaba y los atropellos en Cananea. El 14 de abril de 1909, se reprimió una manifestación de tipo religiosa en Velardeña, Durango, la cual fue encabezada por el sacerdote del lugar, que quiso terminar los oficios de la Semana Santa con una procesión, que las autoridades vieron como una demostración de culto externo y como motín. Al verse

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agredidos los participantes y seguidores del sacerdote, se fueron contra el destacamento militar del lugar que al final de cuentas logró restablecer el orden. Este año se celebró en Torreón lo que pudiese considerar como la primera junta revolucionaria. A dicha reunión asistieron además de Francisco I. Madero, Catarino Benavides, Indalecio de la Peña, Sixto Ugalde, Emiliano Laing Vargas, Manuel Oviedo, Mariano López Ortiz, Matías García, Leopoldo Cepeda y José María Rodríguez, como dueño del local, sede de la reunión. En este encuentro, Madero explicó a los asistentes la necesidad de presentar un candidato de oposición a la postulación de Porfirio Díaz en las elecciones de 1910, y por primera vez, se previó la posibilidad de tomar las armas en caso de que el gobierno de Díaz, respondiera con represión a la contienda en que estaba en juego la democracia. A mediados de 1909, Madero inició una serie de giras por todo el país, para hacer conciencia entre la población y crear nuevos clubes antirreeleccionistas. A Torreón llegó el 21 de marzo de 1910, en medio de un ánimo desbordante de sus seguidores. En su recorrido por los estados del Centro y Norte de México, el apoyo de la gente era generalizado por el sector perteneciente a los terratenientes liberales, por la burguesía, intelectuales y sobre todo por la gran mayoría de los trabajadores. Para mayo se encontraba de regreso en la Ciudad de México en donde logró reu-

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nir a más de 30 mil seguidores en una manifestación que se llevó a cabo frente al Palacio Nacional. En la convención nacional de clubes antirreeleccionistas celebrada en México en abril de 1910 se decidió elegir a la mancuerna Madero y Vázquez Gómez para contender por la presidencia de la República. En el programa de la política a seguir consideraron: elevar al rango constitucional la no reelección; mejorar las condiciones de vida de los trabajadores; combatir los monopolios; perfeccionar la instrucción pública; hacer crecer la agricultura, la industria y el comercio; suprimir las prefecturas políticas y se trataría de lograr un acercamiento con los países de Latinoamérica. Madero y sus más cercanos colaboradores no deseaban una rebelión popular generalizada, porque consideraban que sería muy difícil controlar, sin embargo, sí pensaron en luchas cortas que se redujera a ciertos centros urbanos del país con el mínimo derramamiento de sangre. Los miembros de los clubes tratarían de apoderarse de las oficinas públicas, entablar algún diálogo con las fuerzas militares y evitar todo enfrentamiento. Dichos planes era una más de las utopías políticas, pacifistas y democráticas de Madero. El movimiento de Madero y sus colaboradores causaron gran preocupación en el gobierno de Díaz, y bajo la consigna de estar preparando una revuelta armada. Madero fue aprehendido en Monterrey el 3 de junio de 1910 y se le

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trasladó como prisionero a la ciudad de San Luis Potosí. Como era de esperarse el fraude electoral se volvió a realizar en las elecciones del 26 de junio, y Díaz, fue reelegido como presidente de la República por un período de seis años más. Ante las protestas de los partidarios de Madero, sólo lograron conseguir que el Congreso reafirmara en forma unánime la legitimidad de la elección. Y entendieron que la única solución para quitar del poder a Díaz, era el uso de las armas. Madero logró salir bajo fianza de la prisión de San Luis Potosí, pero no podía abandonar la ciudad. Mediante argucias y con la ayuda de los lugareños, logró salvar su cautiverio y el 7 de octubre se pudo trasladar a San Antonio, Texas, en donde dio a conocer su manifiesto conocido como Plan de San Luis, en el que desconocía al gobierno de Díaz y sobre todo se mencionó que “el 20 de noviembre, desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de la república tomaran las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan”. Con aquella declaración Madero estaba convocando a todos los mexicanos a ir contra el gobierno de Porfirio Díaz por medio de una rebelión armada. Ya que las inconformidades por parte de la población de México, eran muchas y muy variadas, e iban desde el maltrato a los trabajadores de las haciendas y los abusos sufridos por los trabajadores de minas, hasta el cambio del tipo

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de gobierno existente y que fue el caso que manejó Madero; y no coincidía en forma con lo expresado por los Flores Magón, que pugnaban por la lucha armada de clases (pobres contra ricos). La rebelión convocada por Madero realmente no tuvo la respuesta suficiente por parte de la ciudadanía, los levantamientos armados que se dieron a partir del 20 de noviembre y hasta el mes de febrero de 1911, fueron muy escasos y parecería que el movimiento había fracasado. Todo aquel inicio se redujo a débiles ataques por parte de los alzados, quienes atacaban ferrocarriles y plazas con poca o nula guarnición militar, las que abandonaban tan pronto el gobierno enviaba la fuerza necesaria para recuperarlas y el movimiento se generalizó en el Norte en forma sin articular. A grado tal de que al empezar la lucha armada se pasó de la oposición electoral a la rebelión armada; hubo un cambio de escenario del urbano se pasó al plano rural, de uno nacional se cambió a uno norteño y los promotores del movimiento, que pertenecían a la clase media urbana, se cambiaron por grupos populares principalmente del campo. De esa forma surgieron Orozco, Villa y Zapata, que no habían tenido una participación significativa en el período electoral. Madero ingresó al país en febrero de 1911 para impulsar a aquel débil arranque de la lucha. El 11 de mayo de 1911 fue tomada Ciudad Juárez, contra la voluntad de Madero como una clara

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muestra de la autonomía y fuerza de Pascual Orozco, con lo que se preveía para un futuro no muy lejano la insubordinación de algunos jefes de los que participaron en el movimiento de Madero. Una muestra clara de aquella insubordinación que ya permeaba entre algunos jefes de los alzados, se dio en la triste y patética jornada del 15 de mayo en Torreón en la que fueron masacrados más de 300 individuos de origen chino por fuerzas maderistas. El 21 de mayo de ese 1911, se firmaron en Ciudad Juárez los acuerdos que ponían fin al movimiento encabezado por Madero. Fue el día 25 siguiente cuando Díaz, presentó su renuncia a la presidencia de la República. El puesto fue ocupado por Francisco León de la Barra, cuyos objetivos fueron los de convocar a elecciones y licenciar a las tropas revolucionarias; disposición esta última que encontró gran resistencia en algunos de los jefes que habían secundado a Madero. Simple y sencillamente se resistían a entregar las armas por lo que Madero llegó a romper con alguno de ellos como fue el caso de Zapata. Los problemas no eran sólo de armas sino que los puestos políticos cercanos a Madero para contender para la presidencia del país, fueron muy peleados, la vicepresidencia que recayó en la persona de José María Pino Suárez, que ocasionó el distanciamiento de Francisco Vázquez Gómez y otros políticos inconformes con esa designación. En las elecciones del 15

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de octubre de 1911, la victoria de Madero fue aplastante, no así de la vicepresidencia que fue muy peleada y discutida ya que Pino Suárez, no era aceptado por una gran mayoría que apoyaba a De la Barra. Sin embargo el resultado se mantuvo y Madero comenzó su mandato en medio de gran desilusión por parte de algunos jefes a quienes no se les tomó en cuenta para participar en el nuevo gobierno y por consiguiente los apoyos populares habían disminuido en forma notable. El 2 de noviembre de 1911, la Cámara de Diputados declaró que era presidente constitucional de la República, don Francisco I. Madero y vicepresidente

el licenciado José María Pino Suárez. Madero fue notificado en su domicilio en la Ciudad de México, a donde acababa de llegar acompañado por Pascual Orozco, Abraham González y de otros connotados maderistas. El 6 de noviembre el señor Madero protestó ante el Congreso de la Unión, como presidente electo de la República. De esta forma vio coronado su sueño de cambiar la forma de gobierno de México; sueño que terminó como pesadilla 15 meses después con un despertar muy trágico, que culminó con su asesinato y con la continuación de una lucha entre mexicanos, que cada vez se fue haciendo más cruenta y sangrienta.

Fuentes Casarrubias, Vicente C., (director), “¡Surge el caudillo!” en Revolución Mexicana. Crónica Ilustrada, cap.3, Publex, México, 1968. Esparza Santibáñez, Xavier I, La Revolución en La Laguna (primera parte, 1910-1913), UAC, 1992. Meyers, William K., Forja del progreso, crisol de la revuelta. Los orígenes de la Revolución Mexicana en la Comarca Lagunera, 1880-1911, INEHRM-IED del Estado de Coahuila-UIA Laguna, Saltillo, 1996. Taracena, Alfonso, La verdadera Revolución Mexicana. Primera etapa, 1901-1913. Figuras y episodios de la historia de México, Editorial Jus, México, 1960. Varios, “De la oposición a la lucha armada” en Gran historia de México ilustrada, t.4, Editorial Planeta Mexicana, México, 2001.

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luis aguirre benavides, secretario particular de gustavo a. madero y de francisco villa Memorias de un revolucionario parrense g i l da r d o c o n t r e r a s pa l ac i o s

D

on Luis Aguirre Benavides nació en Parras de la Fuente, Coahuila, el 27 de agosto de 1886. Fueron sus padres don Rafael Aguirre Valdés y doña Jo-

vita Benavides Hernández.

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Sus primeros estudios los realizó en su natal Parras. Para el año de 1903, don Luis ya había terminado el primer año de preparatoria en el Liceo Fournier de la Ciudad de México, pensaba seguir una carrera profesional pero cambió de parecer y estudió una carrera corta de comercio que concluyó en San Antonio, Texas. A principios del siglo XX, la situación económica de su familia no era muy boyante, por lo que muy pronto empezó a trabajar en las empresas de Ernesto Madero Hnos., y se encargó de la correspondencia de la Compañía Industrial de Parras, cuyo gerente era don Gustavo A. Madero. En el año de 1905, la familia de don Luis emigró a la villa del Torreón en donde su padre, y sus hermanos Rafael y Eugenio, formaron la sociedad mercantil Rafael Aguirre e Hijos S. C., cuyo giro era la explotación y venta de leña, ixtle y forraje; en esta empresa tenía participación don Francisco Madero Hernández. En tanto que Luis y Eugenio formaron otra sociedad comercial denominada Aguirre Hnos., aún y cuando la situación del país era extremadamente tensa, don Luis jamás se imaginó que se aproximaba una revolución. Con las primeras manifestaciones revolucionarias, la familia Madero se trasladó a San Antonio, Texas, y en octubre de 1910, su hermano Rafael, fue llamado por dicha familia para que se presentara en esa ciudad, con la creencia de que se trataba de asuntos

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relacionados con el negocio que manejaban. Sin embargo estando allá se le entregaron algunos ejemplares del llamado Plan de San Luis, editado y publicado en San Antonio, Texas, por don Francisco I. Madero, para que los distribuyera entre sus conocidos de La Laguna. Además se le hizo entrega de una buena suma de dinero para que la destinara a la adquisición de armas en Torreón. Rafael cumplió con su cometido y la compra del armamento lo fue haciendo en forma paulatina. Dichas armas las escondieron en algún rincón de la escalera que daba al segundo piso de su domicilio, situado en la calle Morelos número 1511, en Torreón. En vista de que la revolución era inminente, la familia de don Luis se trasladó a San Antonio, y sólo permanecieron en Torreón, Luis y Eugenio, quienes se habían comprometido con un grupo de comarcanos para iniciar el movimiento el 20 de noviembre, de acuerdo al plan de Francisco I. Madero. De ese grupo don Luis recordó a Jesús Agustín Castro, Orestes Pereyra, padre e hijo, Mariano López Ortiz, Lauro Andrés López, Abraham Ojeda, Sixto Ugalde y Alfonso Barrera Zambrano, entre otros. Las noticias recibidas de Puebla sobre el descubrimiento de la conspiración de Aquiles Serdán, fue el detonante para acelerar los acontecimientos, lo que causó pánico en los hermanos Aguirre Benavides, quienes decidieron marcharse a Eagle Pass, Texas dejando a sus compañeros para

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que cumplieran con el cometido. Allá se encontraron con Roque González Garza, Rubén Morales, Rafael Aguilar Olmos y otros, que habían acompañado a Madero en su entrada al país por un lugar cerca de ciudad Porfirio Díaz (Piedras Negras, Coahuila). Dice don Luis: “…de Eagle Pass, nos fuimos Eugenio y yo a San Antonio, avergonzados de haber huido al iniciarse la lucha…”. En enero de 1911, se establecieron en San Antonio, Texas, las oficinas de la revolución, bajo el nombre de Centro de Refugiados Políticos Mexicanos, en las que don Luis prestó sus servicios como mecanógrafo y su tarea junto con otros compañeros era el de difundir entre los simpatizantes y correligionarios, las noticias que ocurrían en el interior de la República Mexicana. Con la entrada de Madero al país, las oficinas se trasladaron a El Paso, y su objetivo principal era el estar en contacto con Madero que ya se encontraba en territorio chihuahuense al frente de las tropas que habían organizado Francisco Villa y Pascual Orozco. Le tocó vivir muy de cerca la toma por los maderistas de Ciudad Juárez, entre el 8 y 10 de mayo de 1911 y por consecuencia el grave altercado de Madero con Villa y Orozco, en el que éstos le reclamaron en forma violenta su proceder compasivo hacia los vencidos. Vino después la firma de Los Tratados de Ciudad Juárez, que significaba la terminación de la lucha recién iniciada y la renuncia a la presidencia de la República del general Díaz.

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Tras de ello, don Luis acompañó a Madero en su recorrido hacia la Ciudad de México a donde llegaron el 7 de junio de 1911. A su llegada la recepción de los capitalinos “...fue de tal magnitud, tan entusiasta y espontánea que su recuerdo será duradero de cuantos lo presenciaron…”. Los más cercanos colaboradores de Madero, incluyendo a don Luis, se instalaron en unas oficinas ubicadas en Reforma 99, en donde pudo conocer y saludar a muchos jefes revolucionarios, entre ellos a Emiliano Zapata. Madero quiso tomar un receso en su agotadora empresa y se retiró por unos días a la hacienda de San Lorenzo en Tehuacán, Puebla; lo acompañaron su esposa doña Sara Pérez y otros colaboradores que incluían a don Luis. Dijo don Luis: “Encontrándome en Tehuacán (Puebla), al servicio de don Francisco I. Madero, recibí un telegrama de don Gustavo (A. Madero) en el cual me invitaba que me fuera a su lado como secretario particular. Consulté con Francisco el asunto y me autorizó para que aceptara, lo que hice en seguida trasladándome a México donde Gustavo tenía su habitación…”. Después del triunfo de Madero en las elecciones presidenciales, don Luis siguió colaborando con don Gustavo, a quien la prensa capitalina tomó como blanco de sus ataques y lo llamó de todas las maneras ofensivas posibles. En ese tiempo de 1911, don Luis recibió la orden de su jefe de visitar los sábados al entonces coronel Francisco Villa en

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la penitenciaría de la Ciudad de México a donde había sido enviado por Huerta desde Jiménez, Chihuahua, por insubordinación. Sus visitas eran con el fin de estar al pendiente de sus necesidades y tratar de satisfacerlas en lo posible, “… debido a esas visitas… tuve la oportunidad de conocer y tratar íntimamente a Villa…”. Con motivo de los ataques mediáticos a don Gustavo y por las diferencias que dicho señor tenía con la forma de gobierno de su hermano, logró que se le enviara como embajador a Japón. La partida para dicho país estaba programada para el mes de febrero de 1913 y entre sus acompañantes estaba don Luis como encargado de los asuntos civiles del grupo diplomático. Sin embargo aquel proyecto no se realizó debido a los acontecimientos que tuvieron lugar en la capital entre el nueve y 18 de febrero de 1913, fecha esta última en que Gustavo fue cruelmente sacrificado por las huestes de Félix Díaz, en La Ciudadela. Avisado don Luis de la suerte de su jefe, logró obtener una orden del secretario de Guerra y Marina, Aureliano Blanquet para que se le entregara el cadáver de don Gustavo, sin embargo aquella agencia tardó varios días para fructificar y a pesar del tiempo transcurrido por la descomposición lógica del cuerpo, logró dar con los restos de don Gustavo, los cuales habían sido exhumados de La Ciudadela y llevados a la morgue del panteón de Dolores por el ingeniero Alberto J. Pani. De allí don

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Luis y otros compañeros llevaron el cuerpo de don Gustavo para inhumarlo en el Panteón Francés de la Piedad. Tras la decena trágica que culminó con la muerte de Madero, don Luis, debido a su filiación maderista y temiendo alguna represalia, por parte de los huertistas, no tuvo más remedio que dirigirse al Norte y tratar de llegar a San Antonio, para dirigirse después a Piedras Negras en donde se contactó con don Venustiano Carranza, quien lo nombró miembro de su Estado Mayor y comisionado de la secretaria particular. Posteriormente logró que se le nombrara vicecónsul en Douglas, Arizona y después fungió como secretario particular del licenciado Francisco Escudero. “A fines de noviembre de 1913, quedé definitivamente incorporado a la División del Norte, como secretario particular del general en jefe Francisco Villa…”. A mediados del mes de diciembre de 1914, Villa con su ejército salió de Irapuato, con destino a Guadalajara a donde llegó el sábado 14 de diciembre de 1914, en donde recibió el llamado del presidente provisional, Eulalio Gutiérrez, para que se presentase en México, como jefe del ejército de la Convención que era, para que lo apoyase como presidente, ya que dicho movimiento estaba muy desprestigiado por los excesos de zapatistas y villistas quienes actuaban impunemente para deshacerse de todo aquel individuo que consideraban nocivo para sus personas, aunque fuesen distinguidos miembros del mismo mo-

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vimiento. Don Luis, acompañó a Villa en estos traslados, pero cuando surgió el problema directo entre Gutiérrez y Villa, y éste se enteró de los acuerdos que Gutiérrez, había tenido con sus antiguos aliados y que ahora consideraba sus enemigos: J. Isabel Robles, Eugenio Aguirre Benavides y Lucio Blanco, quienes pedían la destitución de Villa como jefe del ejército de la Convención, y que no interviniese en los asuntos políticos del país y temiendo don Luis alguna represalia en lo personal decidió ocultarse en la Ciudad de México. Así permaneció don Luis hasta el 17 de enero de 1915, cuando Obregón ocupó la capital. Ambos personajes eran antiguos conocidos, desde su permanencia en Chihuahua, en donde según lo dicho por don Luis, ya le había comentado a Obregón su deseo de separarse de Villa, cuando su hermano Eugenio lo hiciera, cosa que ya había acontecido. Obregón lo invitó a que se le uniera, sin embargo don Luis declinó “…con toda franqueza su invitación, manifestándole que me parecía indecoroso que lo acompañara… acabando de separarme del general Villa”. Pocos días después don Luis, volvió a ver a Obregón, que le manifestó que al menos lo ayudara a desenmascarar a Villa, publicando algunos artículos en los que dijera la verdad acerca de su forma de proceder. Después de mucho insistir Obregón consiguió que don Luis publicase algunos artículos en El Pueblo, de Veracruz y en otros

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periódicos de los Estados Unidos. Artículos que “…por más que eran verídicos, desacreditaban y perjudicaban la reputación del general Villa. Aquella falta de la que me arrepentiré toda mi vida, constituye una vergüenza que reconozco con sinceridad”. Don Luis decidió retirarse a la vida privada, para ello se embarcó en Veracruz en mayo de 1915, con destino a Cuba y a los Estados Unidos, iba acompañado por su amigo Herminio Pérez Abreu. Al llegar a San Antonio, se enteró de la muerte de su hermano Eugenio, acaecida el 2 de junio de 1915. Se comunicó con su familia que residía en El Paso, y pocos días después se le unieron sus hermanos Adrián y Rafael, quienes se encargaron de gestionar ante Carranza que se ordenara al general Navarrete, quien se encargó de la ejecución de su hermano y compañeros, para que les entregara los cuerpos. Se dirigieron a Matamoros, Tamaulipas en donde el citado militar proporcionó una máquina de ferrocarril y un kaboose para que los hermanos Aguirre se trasladaron al kilómetro 130 de la vía Matamoros-Monterrey. Allá llegaron con 13 ataúdes y 13 cruces para dar sepultura a los muertos. Y así lo hicieron en el mismo lugar de su ejecución. El cadáver de Eugenio lo identificaron por una cadenita con una medalla que le había colocado su madre. Después de la muerte de su hermano Eugenio, don Luis decidió retirarse a la vida privada, no más ejércitos, no

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más marchas, no más campañas militares. En 1917, se fue a su natal Parras y allí residió el resto de su vida, en donde entre otras ocupaciones se dedicó a la fabricación de vinos en un negocio familiar llamado Bodegas del Delfín. El cual desapareció no hace mucho tiempo. Nos relata el licenciado Roberto Orozco, en uno de sus amenos relatos, que en su infancia asistía a un cine del que era propietario don Luis y funcionaba en el antiguo teatro Juárez, al lado poniente de la plaza del Reloj. En lo personal conocí de

vista a don Luis, era un señor bajo de estatura, ya entrado en años, con su pelo cano muy corto, era un habitante más de Parras, con una vida apacible, tranquila, sin ostentaciones ni lujos, y así murió el 27 de agosto de 1976, a los 90 años de edad. Creo que la comunidad parrense debe un reconocimiento pleno a estos héroes casi desconocidos como son los hermanos: Eugenio, Adrián y Luis Aguirre Benavides y no creo, con temor a equivocarme, que en Parras exista algún busto de tan insignes personajes.

Fuente Aguirre Benavides, Luis, De Francisco I. Madero a Francisco Villa. Memorias de un revolucionario, México, 1966.

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| Domingo Deras Torres | Seguramente muchas de las personas que nos dedicamos a escribir iniciamos nuestra afición a la lectura en los albores de nuestra infancia. Yo lo hice en la biblioteca que en mi hogar dejó mi padre, además de mis asiduas visitas a las del Instituto Tecnológico Regional de La Laguna y a la municipal, enclavada en la alameda Zaragoza, en esta ciudad. Cuando empecé a trabajar en los años de mi adolescencia, inicié la compra de libros, así lo he hecho a través de los años de mi vida y lo seguiré haciendo hasta concluir mi proceso existencial. He logrado formar en mi casa una interesante biblioteca donde me encierro a leer y escribir; es mi torre de marfil donde me encarcelo como un monje cartujo lo hacía en la silenciosa celda de su monasterio medieval. Ahí discurro espacios de mi vida en quieta soledad donde me asomo al fascinante mundo de las mujeres y hombres sabios, consultando y leyendo sus obras que enriquecen mi espíritu e incrementan el capital de mis conocimientos. Leer es el basamento del edificio cultural que para sí construye todo escritor. Antes de la producción de su


obra los literatos abrevan en los textos de las grandes figuras de las letras, bucean en las inmensidades oceánicas de ediciones antiguas o modernas; a este hábito le invierten largos períodos de su vida, aún en los días de su consolidada consagración. Me apasionan los temas de la historia, la literatura y la pintura, además de la música que con su virtuosismo crearon los grandes compositores clásicos; en mis ratos de descanso estudio en mi piano música mexicana en sus diversas géneros como el bolero, el vals, la balada y los tangos argentinos. Mi afición a redactar textos para la prensa escrita la inicié en la década de los ochenta del siglo pasado en el desaprecido diario La Opinión, ahora gustoso ejercito esta práctica en el periódico El Siglo de Torreón, rotativo que me abrió amablemente sus puertas y donde desarrollo temas de la historia nacional y regional. Pienso seguir escribiendo porque las vetas del tiempo pasado son inagotables, existen archivos y hemerotecas inexplorados, relevantes personajes aún desconocidos, sucesos intocados que merecen estar en los inventarios de la crónica, sitios que todavía esconden su grandioso ayer y que reclaman el escrutinio de los investigadores para su rescate. Ésta es la consigna de una tarea que tendremos que sacar adelante.


¡hay que tomar torreón! domingo deras torres

E

l 2 de abril del 2012 se cumplieron 98 años de la toma de Torreón por parte de las fuerzas villistas. Esta epopeya militar fue herida de muerte para

la dictadura de Victoriano Huerta, quien, con la posterior toma de Zacatecas el 23 de junio de aquel histórico año de 1914, no le quedó otra alternativa que abandonar el poder y huir al extranjero. Figura que aún provoca inflamadas polémicas en los párrafos de la historia nacional, para unos prócer y para otros repulsivo, Francisco Villa (1876-1923) veía en la victoria de la batalla por Torreón, un desagravio al pueblo mexicano por el magnicidio de su presidente Francisco I. Madero, acaecido el 22 de febrero de 1913. Huerta había ordenado no escatimar gasto alguno para fortificar la más importante ciudad de la Comarca Lagunera. Detener el peligroso avance villista hacia el centro del país era asunto de vida o muerte. Ésa fue la consigna. José Refugio Velasco (1851- 1919), militar de abolengo que combatió al ejército de Maximiliano durante el

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sitio de Querétaro en 1867 bajo las órdenes de Mariano Escobedo, se adhirió al gobierno usurpador y fue nombrado por Huerta general de División y gobernador del Estado de México en 1913, y el ocho de octubre de ese año, adquirió el grado de jefe de la División del Nazas con residencia en Torreón. Durante las sangrientas refriegas de La Laguna, en su papel de sitiado, peleó con fiera casta guerrera, ante lo cual Villa exclamó: “Me quito el sombrero ante la defensa de Velasco”. Con veladas amenazas, los federales advirtieron a los habitantes de Torreón la aplicación de crueles castigos en caso de que éstos ayudaran a los villistas en su intento por tomar la ciudad, un subalterno de Velasco, el general Valdés, mandó colocar unos avisos en las principales esquinas de la población que decían: “A la ciudadanía. En el remoto caso de un ataque de las fuerzas rebeldes a esta plaza, no se permitirán grupos de más de tres personas en las calles, ni que por ningún pretexto ocupe nadie las azoteas. Los infractores de estas disposiciones serán duramente castigados. Si de alguna de las casas de esta ciudad se dispara un solo tiro, esa casa será derribada con los habitantes que en ella se encuentren. Dado en Torreón, a 21 de marzo de 1914.- El Jefe de las Armas, General Agustín Valdés”. El pavor a una derrota era evidente entre Velasco y sus hombres. Las tropas revolucionarias llegaron procedentes de Chihuahua. El gran

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convoy militar llamaba la atención a su paso. Eran cerca de 10 mil hombres, caballería, armas, municiones, vehículos, víveres y equipo médico montados en trenes que irrumpían sobre el caluroso sopor del desierto norteño. El ánimo de los villistas era de pelear a sangre y fuego. Si caía Torreón caería Zacatecas, y si caía Zacatecas caerían, también, la Ciudad de México y el vicioso asesino Victoriano Huerta. Después de algunos combates tomaron Ciudad Lerdo y Gómez Palacio, en esta última se desarrolló una de las escenas más desgarradoras de la contienda el miércoles 25 de marzo, cuando Villa ordenó asaltar el cerro de La Pila, desde donde la artillería huertista causaba graves daños a las tropas revolucionarias; al amanecer del jueves 26, Velasco y su ejército abandonaron la ciudad y quedó La Laguna de Durango bajo control de los villistas. Ahora seguía Torreón. El viernes 27, el Centauro del Norte remitió desde su cuartel un recado al general Velasco, le pedía la entrega de la plaza. El cónsul inglés fue el intermediario y llevó el mensaje a Torreón. Sin obtener respuesta, los federales empezaron a atacar a los villistas, mientras éstos se encontraban incinerando cientos de cadáveres de los caídos en la batalla por el cerro de La Pila. Para el día siguiente, sábado 28, fracasadas las gestiones de los cónsules inglés y norteamericano, Villa ordenó la gran ofensiva militar sobre Torreón.

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Las fuerzas de Calixto Contreras hicieron presión sobre el cañón del Huarache, el grueso de la División del Norte se parapetó a lo largo de 5 kilómetros sobre las orillas del río Nazas, desde ahí cañoneaban a La Perla de La Laguna. Los federales se afortinaron en los cerros de Santa Rosa, Las Noas, La Vencedora, Calabazas, La Polvorera, el cañón del Huarache y en el centro de la ciudad. Antes de que rompiera el alba del domingo 29, le fue notificada a Velasco la infausta noticia de que los villistas habían conquistado los puntos ya referidos. Los soldados de la División del Norte ya estaban en las orillas de Torreón y Villa les gritaba: “¡Hagan que el enemigo esté siempre en la mira de sus carabinas. No lo pierdan de vista!”. El general Felipe Ángeles calculaba matemáticamente los blancos de la artillería revolucionaria sobre Torreón. Con estudios militares adquiridos en Francia, Villa tuvo en él a un eficiente colaborador en las estrategias de ataque, le dijo en uno de los momentos cruciales de la batalla: “Tocante al espíritu nuestro, es seguir aquí la pelea hasta que Torreón caiga o hasta que el enemigo nos entierre a todos...”. Los combates se recrudecieron el lunes 30 y el martes 31. Torreón era un infierno de incendios, desesperación y muerte. Los cerros de Santa Rosa, La Cruz, Polvorera y Calabazas que habían sido recuperados por los federales al mando de Benjamín Ar-

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gumedo, fueron reconquistados por los rebeldes durante la madrugada del 2 de abril. En las horas del amanecer de ese día, los cielos de La Laguna se tornaron nublados, el choque de una corriente de aire frío con otra de aire caliente desató una fuerte tolvanera en la llanura desértica y su mancha urbana. Era un terregal de altas proporciones, típico de la región, la vista fue nula a 30 metros de distancia, imposible ver en la lejanía los movimientos del enemigo. Al anochecer sólo se divisaban las lenguas de fuego de los siniestros, el ataque de las huestes de Velasco había cesado, algunos torreonenses se aventuraron a cruzar hacia el lado de Durango, avisaron que los sitiados habían abandonado la ciudad huyendo a Viesca al amparo de la tormenta de tierra. Villa convocó en su cuartel a sus generales y a los periodistas, expresándoles con orgullo que informaran al país y al mundo que Torreón ya estaba en su poder. Por la mañana del 3 de abril, la División del Norte hizo su victoriosa entrada a la ciudad, la gente se volcó a las calles para vitorear al Centauro del Norte y sus hombres. El saldo de la batalla fue espectacular en sus cifras y evidenció el fragor de los sangrientos combates. Los villistas tuvieron 1,781 muertos y 1,937 heridos. Lo federales padecieron 2,360 fallecimientos y 3,257 heridos, cerca de 1,500 prisioneros y abandonaron en su huida artillería, armas y municiones.

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S a lva d o r N ovo de

vivió la toma de 1914

Torreón

En sus memorias, el escritor Salvador Novo (1904-1974), narra los días de angustia que vivieron él y sus padres Andrés Novo Blanco y Amelia López Espino, así como su tío abuelo Francisco C. Espino, comerciante de semilla de algodón y quien fue asesinado por los villistas. Novo relata que primero residieron en una finca por el rumbo de la alameda, donde vivieron la toma de Torreón de 1911, cuando la matanza de chinos frente a la plaza de armas. “Las casas eran cateadas a cualquier hora, y cualquier fotografía, documento, o periódico, se consideraba prueba en contra de cualquier sospechoso, y determinaba su muerte, el saqueo y el incendio de su casa”. Tiempo después, ante las diversas tomas de la ciudad, la familia Novo López se mudó a la casa de la calle Ramón Corona 414 sur a instancias del tío Francisco, quien radicaba al lado. Ahí vivie-

ron la toma de Torreón de 1914, donde los villistas irrumpieron llevándose a su padre y al tío. “Nunca he visto a mi madre más pálida, ni más serena, que en ese momento. Me tomó de la mano y me llevó a la casa de junto, de los griegos (Giannacópoulos), a quienes ni siquiera tratábamos aún, y depositando en sus manos un pequeño bulto con dinero y papeles, les pidió que se encargaran de mí, porque ella iba a regresar a la casa, donde probablemente la matarían. Si eso ocurría; si ella no volvía por mí, y mi padre, como suponía, había muerto también, les rogaba que me enviaran a México con su familia”, escribió el excronista de la capital del país. ¿Qué me dice de Francisco Villa?, le preguntó en una entrevista el escritor Emmanuel Carballo, y Novo le respondió: “Su hordas mataron a un tío de mi madre. Ésta fue a Torreón, a platicar con Villa. ‘Ya lo mataron mis muchachitos -le dijo-, ni modo. En compensación, a tu marido le perdonaré la vida, aunque sea gachupín’”.

Fuentes

• Calzadíaz Barrera, Alberto, Hechos reales de la Revolución, t.1, Editorial Patria, México, 1961. • Casarrubias, Vicente C., (director), Revolución Mexicana. Crónica ilustrada, t.4, Publex, México, 1968. • Guzmán, Martín Luis, “Memorias de Pancho Villa”, en Novela de la Revolución Mexicana, Aguilar Mexicana de Ediciones, México, 1965. • Muñoz, Rafael F., “¡Vámonos con Pancho Villa!”, en Novela de la Revolución Mexicana, Aguilar Mexicana de Ediciones, México, 1981. • Novo, Salvador, La estatua de sal. Memorias, CONACULTA, México, 2002. 72

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el ocaso del dictador domingo deras torres

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ara algunos historiadores, el inicio de la caída del gobierno del general Porfirio Díaz fue la acumulación de los abusos de poder y la injusticia que carcomía el

tejido social del país; para otros, fueron éstos graves aspectos aunados a la séptima reelección del dictador, la que se consumó en las viciadas elecciones del 10 de julio de 1910. A Díaz se le declaró presidente electo, a sus 80 años de edad, el 21 de agosto del mismo año, junto con Ramón Corral, - quien fungiría como vicepresidente en un sexenio que concluiría hasta el 20 de noviembre de 1916. Fueron muchos 34 años en el poder, fue un período parecido a los longevos reinados de los monarcas absolutistas de la Europa medieval, quienes ejercían la autoridad a capricho. Los poderes Legislativo y Judicial, en el Porfiriato, eran camarillas de ornato al servicio del omnímodo dictador. Los magistrados, diputados y senadores fueron incondicionales y ob-

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secuentes siervos, vasallos oficiales que satisfacían la cesárea voluntad del anciano caudillo; los contrapesos a la figura presidencial eran inexistentes. El poder ilimitado narcotiza a quien lo detenta, lo enerva, lo obsesiona, lo envilece y lo hace cometer locuras y delitos. Porfirio Díaz no fue la excepción en el estilo de gobernar de los autócratas. En la larga lista de los tiranos que ha dado la humanidad, su figura sigue provocando fragorosos e inflamados debates entre los defensores de su gobierno y los atacantes al mismo. Tema controversial que no se agota, su efigie parece aún no encontrar el lugar que le corresponde en los inventarios de la historia, la que permanece sin registrar su reconciliación con las nuevas generaciones de mexicanos que continúan sin repatriar sus restos de París a México, a casi un siglo de su muerte. Díaz mostró las afiladas zarpas de su figura represiva desde los día en que accedió al poder en 1876. La fallida rebelión de los partidarios de su derrocado enemigo, Sebastián Lerdo de Tejada, ocurrida en 1879 en Veracruz, provocó el envío de un sentencioso telegrama al gobernador jarocho, Luis Mier y Terán, quien derrotó y apresó a los insurrectos. “Mátalos en caliente”, fue el escueto y macabro texto que remitió desde la Ciudad de México El llorón de Icamole, (así fue motejado cuando soltó en llanto al ser derrota-

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do por Mariano Escobedo, en Nuevo León, en 1876). Los nefandos capítulos de su gobierno como la brutal represión a los yaquis en Sonora a finales del siglo XIX, la salvaje agresión contra el pueblo de Tomóchic, Chihuahua, en esos mismos años, y la indignante masacre contra los mayas en Yucatán que culminó en 1904, son indelebles manchones de sangre que tiñen el archicondecorado traje de general también conocido como El héroe del 2 de abril. Otros trascendentales movimientos que contribuyeron al descontento social contra su mandato fueron las huelgas de Río Blanco, Veracruz, en 1907, y en Cananea, Sonora, en 1906, las que fueron sofocadas con violencia por la fuerza oficial. Las largas jornadas laborales sin límite de tiempo -algunas de sol a sol-; la discriminación salarial que otorgaba mejores sueldos para los empleados extranjeros que a los mexicanos; la insalubridad existente en fábricas, minas y haciendas para la masa trabajadora sin servicio médico; el pago del salario con vales en las llamadas tiendas de raya, aprovechando el analfabetismo de los peones a quienes se les endeudaba indefinidamente con el patrón; la sistemática práctica de represalias a la prensa opositora a la dictadura; y el reclamo de los antirreeleccionistas y la mayoría de la población para la celebración de comicios democráticos, fueron la materia prima re-

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querida para el estallido social que se detonó el 20 de noviembre de 1910. Al despuntar el siglo XX, nuestro país se componía, en su demografía, de una escala social donde la repartición de la riqueza alcanzaba altísimos índices de desigualdad. La clase alta la componían los hacendados, los dueños de los grandes negocios, casas comerciales e industrias, así como los gobernadores y los miembros del gabinete presidencial. La clase media la integraban los profesionistas y pequeños comerciantes. Y la clase baja era configurada por la masa proletaria de las áreas urbanas, los campesinos del área rural y los indígenas que vivían marginados como en los tiempos precortesianos. Esta última clase social aglutinaba 11 millones de personas, derivada de una cifra de 13.5 millones de habitantes, suma que componía el total de la población de México en 1900. La mayoría de los mexicanos vivía en la pobreza. Los defensores de Porfirio Díaz alegan en su favor que impuso una paz social de más de tres décadas, pues la historia política de México, hasta 1876, cuando asumió la presidencia, estuvo plagada de guerras civiles e internacionales, cuartelazos y golpes de estado -exitosos y fracasados que le reportaron años de atraso al país. La paz porfiriana abrió las puertas de la Nación al capital extranjero, se le dio estabilidad a la economía, la red ferroviaria se multiplicó en miles de kiló-

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metros sobre el territorio nacional, el arte y la cultura florecieron en todas sus ramas, se dio inicio a la explotación petrolera, el comercio y la industria tuvieron gran desarrollo, eran bajos los índices de la delincuencia -¡qué diferencia con el México que vivimos actualmente!-. Y las comunicaciones (caminos, telégrafo, correo y teléfono) se incrementaron por toda la geografía de la República. “Orden y Progreso”, fue el apotegma de su gobierno. A principios de 1908, de una de las terrazas del legendario Castillo de Chapultepec, el presidente Díaz concedió una entrevista al periodista canadiense, James Creelman, quien trabajaba para la revista neoyorquina The Pearson’s Magazine. “ Terminaré el presente período, y no volveré a gobernar otra vez… Doy la bienvenida a cualquier partido opositor… si aparece lo veré como una bendición, no como un mal”, tales palabras despertaron en el pueblo esperanzas de una sucesión democrática en las elecciones presidenciales de 1910. En la víspera de los comicios, el grupo denominado Los Científicos -la élite gubernamental-, lo alentó a postular su séptima reelección y fueron eliminados José Ives Limantour y el general Bernardo Reyes, como posibles aspirantes a la candidatura oficial. Díaz aceptó reelegirse, la promesa que hizo a Creelman durante la entrevista fue un engaño, lo que contribuyó a que perdiera el poder en 1911.

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Y llegó el año de 1910, año en que se reeligió y en el que se celebraría el Centenario de la Independencia de México. El presidente Díaz dispuso que se efectuaran grandes festejos en tan significativa fecha conmemorativa. Las principales fiestas se verificaron el 15 y 16 de septiembre (la noche del Grito y el desfile militar). Las naciones del orbe que tenían relaciones diplomáticas con nuestro país, enviaron delegaciones especiales y hubo, entre otros regalos relevantes, la devolución por parte del gobierno español del uniforme de capitán general de José María Morelos y Pavón. Para el día 23 de ese mismo mes, se celebró la gran cena baile que el gobierno mexicano ofreció al cuerpo diplomático e invitados especiales procedentes del interior del país y del extranjero. El régimen porfirista, en su círculo íntimo, pareció esa noche una corte imperial. Díaz lució su traje militar de gala con todas sus condecoraciones, estaba orgulloso de mostrar al mundo que la nación que gobernaba se encontraba estable. La paz social, fruto de su gobierno, florecía como nunca en esa deslumbrante y glamorosa recepción que decía al mundo que en México “todo estaba bien”. Uno de los invitados a tan fastuoso evento fue el periodista y escritor Nemesio García Naranjo, quien narró: “La procesión era majestuosa por el lujo y magnificencia de los trajes femeninos, por los uniformes vistosos de los militares y por las casacas ele-

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gantes de los diplomáticos. Recuerdo que doña Carmen Romero Rubio de Díaz, lucía un traje de seda recamado de oro y llevaba en el centro del corpiño un gran broche de riquísimos brillantes; más brillantes aún fulguraban en su diadema, mientras en el cuello cintilaban varios hilos de perlas. Pero la que más deslumbraba por sus joyas era doña Amada Díaz de De la Torre: diadema, broches, collares, brazaletes, pulseras. Todo adecuado a su hermosura y a su distinción que se pensaba en una princesa de Oriente”. El mito de la “paz porfiriana” se hizo añicos el 20 de noviembre de 1910. El levantamiento armado al que convocó Francisco I. Madero en su Plan de San Luis, tuvo respuesta. Gómez Palacio, Durango, fue una de las primeras ciudades del país en adherirse a la insurrección ese día. La brava embestida de las fuerzas revolucionarias sobre el ejército federal, hizo tambalear a la dictadura a principios de 1911. Del 8 al 10 de mayo de ese año, se desarrolló la batalla por Ciudad Juárez, en la que triunfaron los revolucionarios. Para el 21 de ese mismo mes, se firmaron los Tratados que llevan el nombre de dicha ciudad, donde cesaron las hostilidades y Porfirio Díaz aceptó abandonar el poder. Ya el día 17 el dictador había comunicado a su esposa y a su hijo su deseo de retirarse de la presidencia. Durante la noche del 23 llamó a su secretario particular, Rafael Chousal, para redactar su renuncia, a

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la que se dio pública lectura en la Cámara de Diputados el día 25 de mayo de aquel año. En Veracruz, durante la mañana del 31 de mayo de 1911, a bordo del buque de

nacionalidad alemana el Ypiranga, Porfirio Díaz Mori y su familia partieron al destierro, a París, Francia. Destierro del que nunca pudo regresar a su querido México.

Fuentes García Naranjo, Nemesio, Memorias, Talleres El Porvenir, Monterrey, 1960. Krauze, Enrique, Siglo de caudillos, Fábula Editores, México, 2004.

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el destierro del dictador domingo deras torres

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orfiro Díaz Mori partió al destierro, de México a París, el 31 de mayo de 1911, cuando levó anclas el Ypiranga, buque de vapor que zarpó de los muelles de Veracruz

hacia Europa. Seguramente vio con tristeza -conforme el barco se hacía a la mar-, desaparecer en el horizonte el puerto y las playas jarochas, último pedazo de suelo patrio que contemplarían sus ojos. Lo acompañaban su familia y sus inseparables sirvientas Juana y Nicanora, las que le sirvieron con incondicional fidelidad hasta el día de su óbito ocurrido en 1915. Ellas le fueron más leales que muchos que se decían sus amigos, los que le dieron la espalda al caer del poder. Era un viaje sin retorno, un periplo que lo llevó a un exilio a tierras de ultramar, donde viviría de recuerdos y disquisiciones, de meditados balances de lo que hizo, de lo que no debió hacer, de lo que pudo hacer y

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no realizó cuando fue mandatario por más de tres décadas. Se sabía blanco de duros ataques por los enemigos de su régimen, por los críticos de su rudo modo de gobernar, y por todos aquéllos que veían en su destierro, el retorno de la paz social que él mismo por muchos años impuso a la Nación. Díaz eligió París para vivir en el exilio. Antes había rechazado la invitación que le hiciera su amigo, el español Íñigo Noriega Laso, quien le brindó para radicar su elegante Quinta Guadalupe en Colombres, Principado de Asturias, en España. No aceptó, tampoco, el ofrecimiento de Weetman Pearson, el acaudalado propietario de la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, quien ostentaba el título nobiliario de vizconde de Cowdray y lo invitara a residir en un castillo en Sussex, Inglaterra. El ex presidente Díaz había mostrado, desde varios años atrás, su preferencia por lo francés. En 1891 llegó a México un cocinero de esa nacionalidad, Silvain Daumont, experto en platillos internacionales. Era empleado del que fuera su yerno, el magnate Ignacio de la Torre y Mier, quien lo recomendó con su suegro, y Daumont fue designado jefe de la cocina del Palacio Nacional. Este maestro en artes culinarias, hizo que Díaz fuera gran aficionado a la comida gala, lo que lo convirtió en el hombre de todas sus confianzas en cuestiones gastronómicas; prueba de ello es que lo llevó a su viaje cuando se entrevistó con el presidente norteame-

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ricano, William Howard Taft, en Ciudad Juárez en 1909. Al referido chef se le encomendó la preparación del banquete oficial que el gobierno mexicano ofreció a tan importante huésped. La mujer que influyó en el refinamiento de su personalidad fue Carmen Romero Rubio Castelló, a quien conociera como su profesora de inglés y la convirtió en su segunda esposa. Educada en los mejores colegios de los Estados Unidos, Carmelita, como fue popularmente conocida por el pueblo mexicano, lo enseñó a familiarizarse con el frac, la levita, el sombrero de copa y los guantes; le inculcó cómo manejar con destreza los cubiertos y las copas de bacará en los elegantes banquetes; le corrigió y enriqueció su vocabulario para hablar con propiedad; y lo acercó a la Iglesia, -con la que su régimen llevó una cordial relación. La señora Romero de Díaz provenía de una familia adinerada y de tradicionales costumbres católicas. Su padre, Manuel Romero Rubio, fue alto funcionario del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, quien fuera derrocado por el que después se convirtió en su yerno; el matrimonio de su hija le dio acomodo político en el gabinete porfirista, donde figuró como secretario de Gobernación. El estilo de vida parisino al que se hizo afecto, fue modelo imitado por su régimen y la sociedad a la que gobernó, por eso escogió la Ciudad Luz para vivir su exilio. Díaz llegó a la capital de Francia la noche del 20 de junio de

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1911, La Belle Epoque se acercaba a su fin y eran los años previos a la Primera Guerra Mundial que estalló en 1914, año en que Europa se convertiría en un gigantesco campo de batalla. Se instaló primeramente en el hotel Astoria, ubicado en la avenida Marceau, del que salió tiempo después para mudarse a un departamento en el número 23 de la calle Bois de Boulogne, la que cambió su nombre por el de Avenida Foch, en 1929, en honor del mariscal Ferdinand Foch. Ayer como ahora, es una arteria aristocrática que desemboca en el Arco del Triunfo y está muy cercana a la Torre Eiffel, donde tenía su residencia la acaudalada familia Rothschild, donde un día -23 de junio de 1940- la transitaría Adolfo Hitler, cuando recorrió París ocupado por sus tropas. En esa importante rúa vivirían, en fechas posteriores, personalidades del arte, la política y las finanzas como Aristóteles Onassis y María Callas. De aquellos años de su destierro, su nieta Lilia Díaz Raigosa refirió los paseos que daba con su abuelo Porfirio por las calles de París, relato que revela que su patria siempre estuvo presente en su memoria: “Recuerdo que durante sus paseos matinales, se absorbía de tal manera pensando en México, que se imaginaba que la avenida Bois de Boulogne, en que vivíamos, era el Paseo de la Reforma, y al cruzar las bocacalles, levantaba el bastón para parar el tránsito como lo hacía cuando era presidente”.

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La periodista torreonense, Magdalena Mondragón, quien trabajó como reportera para la revista “Hoy” que dirigía José Pagés Llergo, a finales de 1937 hizo una entrevista a doña Carmen Romero Rubio, cuando la viuda del general Díaz ya era una anciana que contaba con 74 años de edad; había regresado de su destierro parisino en 1935, vivía en la Ciudad de México, en la calle Quintana Roo de la colonia Roma. La señora Díaz, durante la conversación, pronunció palabras que revelaron la constante nostalgia que su esposo sentía por su tierra natal: “Desde que salimos de México, guardó un silencio doloroso. En los ojos siempre tenía una mirada de pena. Muchas veces lo sorprendí contemplando el horizonte, con la mirada perdida en el lugar donde más allá estaba la patria”. Porfirio Díaz fue objeto de homenajes y distinciones durante su destierro en Europa. Para él fueron muestras de afecto que reconfortaron su espíritu triste, sentimiento impregnado de una pesadumbre que emanaba de la incierta posibilidad de regresar pronto a México. El 2 de abril de 1912, fue invitado junto con su esposa por Alfonso XIII, rey de España, a un almuerzo en el Palacio de Oriente en el que fue recibido con todos los honores. En agosto de ese mismo año estuvo en Maguncia, Alemania, donde presenció maniobras militares del ejército germano. El kaiser alemán, Guillermo II, lo fue a saludar al enterarse que se encontraba entre el público asistente, le

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reclamó el por qué no le había avisado de su visita al evento para haberle prodigado un trato especial. Cuando recién llegó a París en 1911, visitó el edificio de Los Inválidos, donde se encuentran sepultados los restos de Napoleón. Díaz admiraba la talla militar del corzo que llegó a dominar casi todo el continente europeo. Ahí fue recibido por veteranos soldados galos que lucharon en diferentes guerras, algunos habían peleado contra él durante la Guerra de Intervención en México (1862-1867), lucían sus uniformes y condecoraciones, querían conocer al “Héroe del 2 de abril”. El general Gustave León Noix, administrador del recinto, lo acompañó hasta la vitrina donde se exhibía la espada del inmortal Napoleón. La sacó de su sitio y la puso en las manos del ex presidente mexicano, quien manifestó que no merecía esa distinción. Noix, le respondió: “Nunca ha estado en mejores manos”. Porfirio Díaz y su esposa realizaron un viaje a Egipto a inicios de 1913. Hasta allá le llegaron las noticias de la insurrección contra el gobierno de Madero durante La Decena Trágica que fue encabezada, entre otros, por su sobrino Félix Díaz, quien traía “ansias de poder”. Supo cómo fueron asesinados Madero y Pino Suárez, el 22 de febrero de ese mismo año, por órdenes del traidor Victoriano Huerta. Y también fue enterado que su yerno, Ignacio de la Torre y Mier (conocido hasta nuestros días con el denigrante sobrenom-

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bre El 41), proporcionó uno de los dos vehículos donde fueron trasladados el presidente y el vicepresidente al sitio donde fueron ejecutados. ¿De qué recursos financieros se sostuvo Porfirio Díaz en su destierro? Esta pregunta se han hecho, en incontables ocasiones, los que indagan los párrafos de su biografía. El fiero león de Oaxaca se mantuvo de las rentas que tenía en su patria, consistentes en acciones del Banco de Londres y México, del paquete accionario que poseía en la compañía petrolera El Águila, del producto de la venta de dos inmuebles -uno urbano y otro rústico- que tenía en la capital del país, y en Acayucan, Veracruz. Su esposa, Carmen Romero Rubio Castelló, recibió una estimable herencia al ocurrir el fallecimiento de sus padres. La casa de Cadena 8, donde vivió cuando casó con Carmen en 1881, y que siguió ocupando cuando regresó a la presidencia en 1884, la conservaba ante la eventual posibilidad de regresar del destierro. Las ya referidas acciones de El Águila, las perdieron sus herederos cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó la industria petrolera, en 1938. El patrimonio financiero de los Díaz-Romero Rubio, como se verá, no fue una gran fortuna como la que los ex presidentes del México de la postrevolución han llegado a acumular deshonestamente. Los defectos políticos de Porfirio Díaz estuvieron en su mano de hierro para gobernar, no en el corrupto enriquecimiento de su persona y su familia.

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Porfirio Díaz Mori falleció poco después de las 6 de la tarde del 2 de julio de 1915. Murió rodeado de su familia, su servidumbre y los médicos que lo asistieron. Días antes, el 28 de junio, como preludio de su fallecimiento, se resistió a salir de su recámara, fue asistido espiritualmente por un sacerdote. Ese clérigo ignoraba, quizá, que aquel anciano ya casi moribundo había sido masón y peleó contra la Iglesia durante la Guerra de Reforma en México. Los representantes del presidente de la República de Francia, Raymond Poincaré, se presentaron a dar las condolencias oficiales. A su embalsamado cadáver se le dio entierro en el templo de SaintHonoré d’Eylau, donde acudía con su familia a escuchar misa, sitio donde años después fue exhumado por su viuda para ser reinhumado en el cementerio de Montparnasse, donde aún se encuentra. En esa necrópolis parisina lo acompañan en el sueño eterno Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, JeanPaul Sartre, Simone de Beauvoir y los

escritores sudamericanos CésarVallejo (peruano) y Julio Cortázar (argentino), entre otras grandes celebridades de la humanidad. Carmen Romero Rubio de Díaz dejó de existir, el 25 de junio de 1944, en la Ciudad de México. Su cadáver fue sepultado en la cripta de su familia en el Panteón Francés de La Piedad, esquina de avenida Cuauhtémoc y Viaducto. El día de su funeral, la gran mezzosoprano duranguense, FannyAnitúa, cantó el Himno Nacional junto con los concurrentes. Fue una muestra de sentimental agradecimiento de la cantante, a quien el gobierno de Porfirio Díaz becó para que estudiara en Milán, educación que le reportó una carrera de fama internacional. El escritor Salvador Novo, -sobre esa fecha, apuntó en sus memorias: “Era una señora admirable… Su entierro fue una verdadera apoteosis, apenas descendió de la carroza su ataúd, no fue posible contener a la multitud que se disputaba el honor de cargarlo”.

Fuentes Casarrubias, Vicente C., (director), Revolución Mexicana. Crónica ilustrada, t.4, Publex, México, 1968. De Valle Arizpe, Artemio, Calle vieja y calle nueva, Editorial Diana, México, 1985. Novo, Salvador, La vida en México en el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho, CONACULTA-INAH, México, 1994. Tello Díaz, Carlos, El exilio. Un relato de familia, Editorial Cal y Arena, México, 1999.

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salvador novo vivió la revolución en torreón domingo deras torres

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ndrés Novo Blanco (español gallego) y Amelia López Espino (zacatecana), junto con su menor hijo de seis años, Salvador (1904-1974), en 1910

emigraron de la Ciudad de México hacia el norte del país, año en que estalló la Revolución. Por invitación de José Novo (hermano de Andrés), arribaron a Chihuahua, donde el patriarca de la familia encontró empleo, para después trasladarse a Jiménez, población donde fue contratado para trabajar en la tienda de Marcos Russek; al correr el tiempo, los Novo recibieron la oferta de Francisco C. Espino (tío

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materno de Amelia), para mudarse a Torreón. Andrés y Amelia, ante el estallido revolucionario y el temor de que la capital del país fuera a ser escenario de cruentos enfrentamientos, tomaron la decisión de buscar mejores condiciones de vida para su hijo en tierras norteñas. Francisco C. Espino era un próspero comerciante de semilla de algodón, la bonanza del mercado de la fibra blanca le dio una situación financiera desahogada, invirtió parte de su capital en la construcción de varias casas en la esquina surponiente de la avenida Hidalgo y calle Ramón Corona. Los Novo López, primeramente, vivieron en una casa por el entonces desolado rumbo de la alameda. El pequeño Salvador fue inscrito, para estudiar el tercer año de primaria, en el colegio Modelo, ubicado entonces en la acera poniente de la calle Treviño, entre las avenidas Juárez y Morelos, el que año después fue trasladado a la misma Morelos, casi esquina con calzada Colón. Dicha institución educativa fue propiedad de la maestra Finita Sánchez, quien al discurrir el tiempo la vendió a la profesora Elvira Vargas; desapareció a mediados del siglo XX. Era un colegio exclusivo para niñas, pero el año en que ingresó el menor Salvador, también fueron aceptados otros niños: Raúl López Sánchez (ex gobernador de Coahuila y ex secretario de Marina en el régimen alemanista), Fernando Hernández, Oné-

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simo Cepeda Villarreal y Napoleón Rodríguez de la Fuente. Entre las compañeras con quien más convivió, refiere en sus memorias, fueron Julieta García Garza (después de Soria), Justina Arribillaga (después de Franco Armendáriz), Otilia Alemán (después de Méndez, madre del actor Julio Alemán), Guadalupe Amador (después de Berumen) y Basilisa Galindo. Por aquellos días, Torreón era una ciudad frecuentemente asediada por los ataques de los revolucionarios, sus calles se habían convertido en sangrientos campos de batalla, donde Francisco Villa y sus tropas hicieron historia. La matanza de chinos, en la toma de 1911, fue noticia que dio vuelta al mundo. En la primavera de 1914, el tío Francisco convenció a su sobrina Amelia para que se mudara junto con su esposo, y su hijo Salvador, a una de las casas de su propiedad que tenía por la calle Ramón Corona. Les refirió que allí tendrían más seguridad, pues era un sector más poblado, vivirían a un lado de su domicilio, así se cuidarían mutuamente durante las refriegas. Novo narra en sus memorias: “Las casas eran cateadas a cualquier hora, y cualquier fotografía, documento, o periódico, se consideraba prueba contra cualquier sospechoso, y determinaba su muerte, el saqueo y el incendio de su casa”. El año de 1914 fue muy convulsivo en la vida de Torreón. Años atrás, el 15 de septiembre de 1907, había dejado de ser villa para adquirir el rango de ciu-

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dad. El Centauro del Norte se disponía, con su poderoso ejército, a tomar la población que se encontraba bajo control de las fuerzas federales del usurpador Victoriano Huerta. El general José Refugio Velasco, jefe de la División del Nazas, se pertrechó con gran cantidad de hombres, artillería, parque y armas para resistir el avasallante embate de las tropas revolucionarias. El fiero asalto sobre Torreón se inició el 28 de marzo –ya habían caído Lerdo y Gómez Palacio- , fueron cinco días de incesante fuego con un alto costo de vidas. Los torreonenses se encerraron a piedra y lodo en sus viviendas, afuera todo era olor a pólvora y muerte; el ejército de Velasco fue derrotado y abandonó la ciudad el 2 de abril, al amparo de una densa tolvanera. Villa entró triunfante a la ciudad. Precisamente, el día que los revolucionarios entraron a Torreón, la familia Novo hacía su cambio de domicilio a la calle Ramón Corona 414 sur (actualmente local de Refacciones Elfer). “El carro de mudanzas había acabado de depositar nuestros muebles en la casa del tío Francisco, como a las dos de la tarde, y él y mi padre se mostraban nerviosos. Los villistas acababan de entrar a la ciudad, con sus habituales alaridos, sus tiros disparados al aire, sus cabalgatas por las calles”, anotó en las crónicas de su infancia el ex cronista de la Ciudad de México. Minutos después, y ante el peligro, se encerraron en la casa hasta donde fue la soldadesca y llamaron a la puerta. Novo continúa con el relato: “Fue

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mi madre quien abrió… el tío Francisco y mi padre habían acabado de salir por la casa de la avenida Hidalgo, y corrían por ella. Al verles, los bandidos no aguardaron más… mi madre y yo alcanzamos a escuchar dos detonaciones, y luego les vimos regresar hasta nosotros, romper la puerta, entrar, comenzar un saqueo en que participaban ávidos todos los habitantes de los jacales inmediatos”. Ante los angustiantes sucesos, la mamá del que fuera Premio Nacional de Literatura en 1967, tomó a su hijo Salvador y lo resguardó con unos vecinos, mientras averiguaba el paradero de su tío y de su esposo. Y detalla el dramatismo del momento: “Nunca he visto a mi madre más pálida, ni más serena, que en ese momento. Me tomó de la mano y me llevó a la casa de junto, de los griegos Giannacópulos, a quienes ni siquiera tratábamos aún, y depositando en sus manos un pequeño bulto con dinero y papeles, les pidió que se encargaran de mí, porque ella iba a regresar a la casa donde probablemente la matarían. Si eso ocurría; si ella no volvía por mí, y mi padre, como suponía, había muerto también, les rogaba que me enviaran a México con su familia”. Ya por la noche de ese día, se supo que el tío Francisco había sido asesinado por los villistas. También se tuvieron noticias que el padre de Novo estaba vivo, se mantenía oculto, pues fama tenía Villa por su animadversión hacia

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los españoles, sobre todo a los adinerados, a quienes les sacaba “préstamos forzosos para la causa”. Y, a los que les iba peor, los fusilaba. La señora Novo se armó de valor y fue a encarar al Centauro del Norte, le pidió que respetara la vida de su esposo, éste le dijo que “los muchachos se habían equivocado, y habían matado a su tío. Ya ni remedio; pero en cambio, iba a perdonarle la vida a su marido el gachupín. Esto sí, a condición de que al día siguiente se largara al extranjero, para lo cual le daba un salvoconducto con su firma asquerosa, que por mucho tiempo conservamos como una curiosidad tetarológica”, escribió, el que también fuera, gran chef de la cocina mexicana e internacional. En 1917, Salvador Novo concluyó su sexto año de primaria en la Escuela Centenario, sus padres tomaron la decisión de regresar a la Ciudad de México, para inscribirlo en la Escuela Nacional Preparatoria –entonces no existía la educación secundaria- y continuara sus estudios. Ya instalado en la capital del país, y al trote de los años, en pleno ejercicio de su oficio literario, el autor de Nueva Grandeza Mexicana (1946), hizo múltiples citas de su vida en Torreón en sus memorias. De su barrio de la calle Ramón Corona recordaba a sus vecinos las familias Anaya, Eppen, Kypurós y Giannacópulos, estas dos últimas fueron propietarias de la fábrica de aguas gaseosas “La Griega”, la que se localizaba en la esquina surponiente de la avenida Hidalgo y calle

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Ramón Corona (actualmente Refaccionaria Relasa), que fue propiedad de su tío Francisco y se las vendió. Enfrente, o sea, en la esquina norponiente (actual local de Autopartes Cimaco), se levantaba la finca de la lavandería de chinos, que fue saqueada durante la toma de la ciudad por los revolucionarios en 1911. Recordó, también, sus paseos dominicales en la plaza de armas, a donde acudía con sus padres a la carpa-cine Pathé, la que se ubicaba en la esquina norponiente del crucero de avenida Morelos y calle Cepeda (actual edificio municipal, antes Banco de México). Novo señala que los médicos que lo atendieron, durante su infancia, fueron los doctores Viesca Lobatón y Diamante Mihaloglou; de este último le asombraba que tuviera ese nombre propio. Sus citas abarcaban, desde luego, sus viajes en tranvía a Gómez Palacio y Lerdo, a donde acudía a las huertas de la Ciudad Jardín, a degustar las frutas propias del verano. Día significativo de su infancia fue aquél cuando hizo su primera comunión, en la entonces capilla del Carmen, de la avenida Matamoros. Asimismo evocó que le fue ofrecida una beca para estudiar la normal en el Ateneo Fuente de Saltillo, donde hubiera egresado como maestro de primaria, oferta que fue rechazada por Amelia, su madre, quien veía el futuro académico de su hijo en las aulas universitarias de la Ciudad de México. Novo nació a las letras en aquella casa de la calle Ramón Corona. Allí es-

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cribió sus primeras poesías que fechó en el año 1915, las que guardó durante años bajo el título de Poemas de mi infancia, y que después publicaría en su libro de poesía completa (1955). El tío Francisco contaba en su casa con una biblioteca, a donde acudía el que con los años se convirtió en un prolífico y galardonado escritor, a sumergirse en las insondables aguas de la lectura, hábito obsesivo que practicó hasta el anochecer de su vida. Irreverente, lúdico, irónico y mordaz fue en el quehacer de la palabra hablada o escrita. Novo rasgó esquemas, hizo trizas los cánones de la formalidad, sus ácidas críticas encendían ánimos, se burlaba de sí mismo y de los demás. Su poesía y su prosa saetearon a grandes figuras del arte, la política y el periodismo, a quienes aguijoneó con el arpón de su pluma. Llegó a estocar a grandes figuras de la historia nacional. Así era, el que en el oficio periodístico, sentenció: “Redactó a la velocidad de 15 minutos la cuartilla”. En 1965, el periodista Emmanuel Carballo, le hizo una amplia entrevista en donde, entre otras interrogantes, lo inquirió acerca de algunas figuras de la Revolución Mexicana. Novo, con su

incomparable estilo contestatario, así respondió: -“¿Qué me dice de Francisco Villa? -“Sus hordas mataron a un tío de mi madre. Ésta fue, en Torreón, a platicar con Villa. “Ya lo mataron mis muchachos –le dijo-, ni modo. En compensación, a tu marido le perdonaremos la vida, aunque sea gachupín. -“¿Conoció a Madero? -“A los seis años me llevaron a verlo, como hoy llevan a los niños a contemplar los changos en el zoológico de Chapultepec. -“¿Y a Carranza? -“En Torreón, mi padre, y yo con él, fuimos a un desfile en el que participaba Carranza, ese precursor del cine y la televisión. Fue para mis ojos un día de fiesta: había tan pocas diversiones!”. -“¿Le interesa la novela de la Revolución? -“La novela de la Revolución es muy aburrida, y lo que es peor, nació muerta… A estos brutos, los revolucionarios como Zapata y Villa, los escritores los hicieron hombres, figuras: les concedieron la facultad del raciocinio, la conciencia de clase… En otras palabras, los inventaron”.

Fuentes Carballo, Emmanuel, Protagonistas de la literatura mexicana, Lecturas Mexicanas, SEP, México, 1986. Novo, Salvador, La estatua de sal. Memorias, CONACULTA, México, 2002. Novo, Salvado, La vida en México en el periodo presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, CONACULTAINAH, México, 1994.

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la traición a madero domingo deras torres

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odas las grandes traiciones en la historia de la humanidad han requerido de patibularios personajes que se prestan a la mentira, a la hipocresía,

al cinismo y al crimen. El ominoso asesinato de Francisco Ignacio Madero González (1873-1913) y José María Pino Suárez (1869-1913), requirió de la autoría de un sujeto que poseyera esos vicios del espíritu. Tal magnicidio fue una maniobra a sangre fría, vil, cobarde y contrarrevolucionaria, instrumentada y consumada por el tenebroso Victoriano Huerta. Cuando asumió la presidencia del país (6 de noviembre de 1911), Madero conservó la infraestructura gubernamental del Porfiriato, no llevó a cabo las reformas sociales que demandaba la Revolución que encabezó, estableció vínculos con personajes del antiguo régimen, no realizó cambios en el ejército federal y licenció al ejército revolucionario. Tales decisiones causaron el descontento de Emiliano Zapata, quien reclamaba el

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reparto de tierras entre el campesinado y se levantó en armas con su Plan de Ayala, el 25 de noviembre de 1911. Pascual Orozco convocó a otro levantamiento contra Madero, en el norte, el 3 de marzo de 1912. Victoriano Huerta fue comisionado por el gobierno maderista para combatir a los alzados. Otras rebeliones contra Madero fueron encabezadas por los generales Bernardo Reyes Ogazón (padre del escritor Alfonso Reyes) y Félix Díaz. El primero se levantó en armas con el Plan de la Soledad, en Tamaulipas, en diciembre de 1911; el segundo hizo lo mismo en Veracruz, el 16 de octubre de 1912. Ambos movimientos fueron sofocados y sus líderes fueron privados de su libertad. Reyes fue recluido en la prisión militar de Santiago Tlatelolco y Díaz en la cárcel de Lecumberri. El presidente Madero, con su excesiva buena fe y calidad humana, tomó la decisión de no ejecutarlos. Todas las conspiraciones que hubo contra el régimen maderista culminaron con La Decena Trágica, enfrentamiento armado que se suscitó en las calles de la Ciudad de México, y que tuvieron lugar del 9 al 22 de febrero de 1913, donde perecieron cientos de personas. El embajador norteamericano, Henry Lane Wilson, odiaba a Madero, pues le retiró la mensualidad financiera -soborno- que le daba Porfirio Díaz cuando fue presidente. Wilson replanteó a Rafael Hernández, secretario de Gobernación, la reanudación del em-

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bute por la suma de 50 mil pesos. El presidente no la aprobó, Wilson apoyó, consecuentemente, la rebelión y entró en negociaciones con Victoriano Huerta y sus secuaces. La revuelta antimaderista arrancó en las primeras horas de la madrugada del 9 de febrero de 1913, cuando un grupo de cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del cuartel de Tacubaya, fueron convocados al alzamiento por los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz. Los insurrectos se dirigieron a las cárceles de Santiago Tlatelolco y Lecumberri, a liberar a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, quienes ya tenían conocimiento del complot contra Madero y al que manifestaron su apoyo. Las tropas rebeldes se dirigieron al zócalo para tomar el Palacio Nacional, edificio que se encontraba resguardado por el general Lauro Villar y sus hombres; el general Reyes, montado a caballo, conminó a las fuerzas maderistas a rendirse y a entregar el inmueble. La respuesta fue una cerrada descarga de fusilería que acabó con su vida y donde quedó herido el general Villar. Madero se encontraba en el Castillo de Chapultepec, cuando fue avisado de la revuelta a eso de las 7 de la mañana, mediante un telefonema urgente; tomó la decisión de dirigirse al Palacio Nacional con un grupo de cadetes, del Colegio Militar, a enfrentar la situación. A la caminata, del presidente con sus partidarios, se le conoce

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en nuestra historia como la Marcha de la Lealtad. Al transitar por la avenida Juárez, frente al Palacio de Bellas Artes (se encontraba en construcción), se escuchó una balacera y Madero se guareció en el local de una fotografía, hasta donde se presentó Victoriano Huerta a “ofrecerle sus leales servicios”. El primer mandatario lo nombró jefe militar de la plaza, en sustitución de Lauro Villar, quien resultó herido en la refriega del Zócalo. El nombramiento a favor de Huerta, fue el más grave error que cometió Madero en su mandato, pues eso le costó el cargo y su vida. Aquél ya había entrado en tratos con los rebeldes, y era frecuente visitante a la embajada norteamericana, donde se intoxicaba de alcohol con Henry Lane Wilson. De etnia huichol y origen humilde, Victoriano Huerta fue motejado en su juventud como El chichimeca, era dipsómano, poseía un lenguaje vulgar que subía de color cuando se hallaba ebrio. En el exilio, desprestigiado, viejo, sin dinero y encarcelado por violar las leyes de neutralidad norteamericanas, falleció víctima de cirrosis en la prisión militar de Fort Bliss, Texas, el 13 de enero de 1916. Los rebeldes, al no poder tomar el Palacio Nacional, se dirigieron a La Ciudadela donde se afortinaron y lanzaron ataques de artillería a varios puntos de la capital. Durante los siguientes días, la Ciudad de México fue escenario de cruentos enfrentamientos que causaron fuertes bajas entre mili-

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tares y civiles, además de serios daños en casas y edificios. Los muertos eran amontonados en la vía pública y se les prendía fuego para evitar enfermedades, el hedor a carne calcinada que despedían los cadáveres hacía irrespirable el aire, daba a la capital un aspecto macabro y de desolación. A pesar de contar con un mayor número de armas y hombres, Huerta fingía tener sitiados a los amotinados que no eran más de 600, mientras Madero esperaba ingenuamente la victoria a su favor. El 17 de febrero, Gustavo Adolfo Madero González apresó a Victoriano Huerta, al saber que estaba “arreglado” con los alzados y lo denunció ante su hermano el presidente. Éste creyó en los alegatos de inocencia de aquél, lo liberó bajo la siguiente advertencia “le doy un plazo de 24 horas, a fin de que me demuestre su lealtad”. Cometió, así, otra letal equivocación el Mártir de la Democracia. Al día siguiente, 18 de febrero, por órdenes de Huerta fueron arrestados Madero y Pino Suárez, a quienes se les dio por celda la intendencia del Palacio Nacional. El ejecutor de la detención fue el siniestro general Aureliano Blanquet, el mismo que dio el tiro de gracia al emperador Maximiliano, después de ser fusilado en el cerro de las Campanas, en Querétaro, el 13 de junio de 1867. Durante la mañana, de ese mismo día 18, Gustavo Adolfo Madero fue invitado por Victoriano Huerta a desayunar al restaurante Gambrinus.

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Minutos después, éste se levantó de su silla alegando que tenía que ir a atender un asunto urgente; le dijo a Madero que había olvidado su pistola y que, por lo tanto, le prestara la suya. El hermano del presidente accedió y se la entregó, Huerta se despidió de los comensales y salió a la calle. Casi de inmediato, entraron unos soldados que apresaron a Gustavo Adolfo, y lo llevaron a La Ciudadela. Ya en La Ciudadela, Madero González fue sometido a un martirio despiadado y sanguinario. Los esbirros huertistas lo golpearon a culatazos, puñetazos y patadas, la víctima se arrastraba sobre el piso con el rostro desfigurado y bañado en sangre, le gritaban cobarde y Ojo Parado –le faltaba un ojo-, así lo apodaron los antimaderistas; un soldado de apellido Melgarejo, le hundió su bayoneta en el ojo sano y se lo destrozó, ante la complacencia del general Manuel Mondragón. Aquello era un festín de aves carroñeras, un acto deleznable de inconcebible bajeza sobre un hombre indefenso, que suplicaba piedad a sus crueles victimarios. La tortura culminó cuando más de 20 fusiles hicieron blanco sobre su cuerpo, luego le dieron el tiro de gracia; ya muerto, le fueron mutilados los genitales y fue sepultado en una improvisada fosa en el patio. Después de que Victoriano Huerta y Félix Díaz firmaron el Pacto de la Embajada, aquel mismo 18 de febrero, en el edificio de la representación norteame-

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ricana y ante la presencia de Wilson, donde se acordó que la presidencia la asumiría Huerta, esos mismos cabecillas acordaron usar a Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, para que obtuviera las renuncias de Madero y Pino Suárez. Lascuráin logró que éstos le firmaran en su cautiverio el documento correspondiente, lo presentó a la Cámara de Diputados que lo aprobó y asumió la presidencia por tan sólo 45 minutos, para luego cedérsela al traidor Huerta. Destacado papel de defensor de las vidas de Madero y Pino Suárez, fue el que tuvo el embajador cubano Manuel Márquez Sterling, quien personalmente solicitó a su colega Wilson ejerciera presión sobre Huerta para que le fueran entregados los detenidos y poder embarcarlos hacia La Habana. Tales esfuerzos fueron infructuosos. Lo mismo hizo Sara Pérez de Madero, el 20 de febrero, quien se presentó ante el embajador norteamericano a solicitar su influencia para salvar a su esposo, aquél la recibió borracho y la trató con despectivas ironías. De las víctimas, Wilson llegó a exclamar: “A Madero lo encerrarán en un manicomio; el otro sí es un pillo, y nada se pierde con que lo maten”. El 22 de febrero, doña Mercedes González Treviño, madre de Madero, visitó a su hijo en cautiverio y le informó del asesinato de su hermano Gustavo Adolfo. Al caer la noche, y al retirarse a dormir, el presidente adoptó

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una postura fetal y se llevó las manos al rostro; no pudo contener el llanto por la trágica noticia. Durante la noche de ese 22 de febrero, Madero y Pino Suárez fueron despertados por el mayor Francisco Cárdenas, quien les avisó que serán llevados a la prisión de Lecumberri. Los presos se vistieron y fueron conducidos en dos vehículos, los cuales fueron proporcionados por Ignacio de la Torre y Mier y Alberto Murphy, yerno y sobrino político del ex dictador Porfirio Díaz, respectivamente. Al llegar a la parte posterior de la penitenciaría, el huertista Cecilio Ocón y sus acompa-

ñantes simularon realizar un atentado para salvar a los detenidos, los que fueron “rechazados” por la escolta de Cárdenas. Acto seguido, Francisco Cárdenas ordenó a Madero que descendiera del auto y le disparó dos balazos en el cráneo, muriendo instantáneamente. Pino Suárez, quien también había descendido de su auto, al ver el artero crimen intentó huir gritando: “¡Socorro, me asesinan!”. El oficial Rafael Pimienta, quien lo custodiaba, abrió fuego sobre el vicepresidente quien cayó moribundo y recibió el tiro de gracia del mayor Cárdenas.

Fuentes Silva Herzog, Jesús, Breve historia de la Revolución Mexicana. Los antecedentes y la etapa maderista, FCE, México, 1986

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porfirio díaz, íntimo domingo deras torres

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osé de la Cruz Porfirio Díaz Mori (1830-1915), quizá es uno de los personajes de la historia de México en el que los historiadores y biógrafos –nacionales y extran-

jeros- hayan invertido más tiempo, tinta y papel para describir su controvertida personalidad, la que auguraba una fuente inagotable en los yacimientos de la investigación. Aún hoy el General Díaz, desde su sepulcro parisino de Montparnasse, sigue imantando la atención de todos aquéllos que desean conocer su trayectoria política y militar; no se diga de su vida privada, la que ha demandado la producción de películas, programas de radio y televisión que lo han hecho una figura mediática sin fecha de caducidad. Al fin mortal, el hombre que más tiempo ha ocupado la silla presidencial, sorteó dos siglos de historia en

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conflictos e infortunios en su existencia íntima. Y los enfrentó. Hijo de José Faustino Díaz y Petrona Mori, quienes contrajeron matrimonio en 1808, Porfirio fue el penúltimo de siete hijos. Su padre fue empleado de un fundo minero localizado en la sierra de Ixtlán; era herrador, veterinario y curtidor de pieles. Participó en la guerra de independencia al lado de Vicente Guerrero, quien lo nombró capitán. En sus memorias, Díaz relató que su progenitor era de origen humilde, forjó un mediano capital con base en largas jornadas laborales. Petrona le pidió a José Faustino emigrar a Oaxaca, para lo cual tuvieron que vender sus bienes y adquirieron en dicha ciudad una casa, donde establecieron una posada a la que llamaron Mesón de la Soledad (1820), porque estaba ubicado frente al templo del mismo nombre. Díaz refiere en sus escritos que su padre murió en 1833, a causa del cólera, cuando él tenía dos años y meses de edad, por lo que su madre continuó trabajando el mesón y echó mano de algunos inmuebles que puso a la venta. Se relata que cuando niño tuvo un altercado con su hermano Félix, esperó a que durmiera, le colocó pólvora en las fosas nasales y le prendió fuego; desde entonces a su consanguíneo se le llamó El Chato, fueron compañeros de armas en el ejército liberal. Al cumplir los 18 años, empezó a trabajar y se hizo responsable del gasto familiar. Aprendió

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los oficios de zapatero, armero y bibliotecario, el desempeño de estas labores revelaron el férreo temple de su carácter que siempre anheló la superación. Afecto al ejercicio físico, improvisó un gimnasio en su casa, donde entrenaba todos los días. Ingresó al Seminario Tridentino de Oaxaca a estudiar la carrera eclesiástica, la que abandonó para darse de alta en el Instituto de Artes y Ciencias de su estado, donde estudió la carrera de abogado que no concluyó. Tiempo después, el joven se enrolaría en el ejército y fue hombre de ideas liberales. Llegó a ser gobernador de Oaxaca, diputado federal, secretario de Fomento en el gobierno de Manuel y González y presidente de México.

Sus amores p r e m at r i m o n i a l e s En su juventud, Díaz fue hombre de carácter bullanguero, le gustaba bailar los sones propios de la región del itsmo oaxaqueño La Sandunga y otros más. Eso le facilitaba relacionarse con las jóvenes de su generación, lo que provocó noviazgos y fugaces encuentros amatorios. Petrona Esteva fue uno de aquellos romances, era oriunda de Juchitán, peleó como soldadera contra los franceses durante la Guerra de Intervención. Murió arriba de los cien años, una escuela primaria de aquella población lleva su nombre, el

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escritor Andrés Henestrosa la conoció en sus mocedades. Rafaela Quiñones fue otra de sus mujeres y tenía sangre indígena, era nativa de Huamuxtitlán en la sierra de Guerrero, Díaz la conoció, como a Petrona Esteva, durante la guerra contra los franceses y el Imperio de Maximiliano. Fruto de aquella relación nació una niña que fue Amada Díaz Quiñones (1867-1962), la hija consentida del ex dictador; ya siendo presidente la mandó recoger por medio de su hermano Félix, El Chato, con el consentimiento de su madre y la educó en la Ciudad de México (1879). Juana Catalina Romero (1837-1915), según algunos historiadores, fue la gran pasión de Porfirio Díaz. Relatan que la conoció en un billar, en 1858, aunque hay quienes aseguran que entre ellos existió sólo una amistad entrañable. Era chamana, sabía de hierbas y pócimas curativas, además de sortilegios; también se ufanaba de hablar con los nahuales (el espíritu protector de cada persona) y otros seres del más allá. Analfabeta, aprendió a leer y escribir en el ocaso de su juventud. Con los años se ganó el respeto de la sociedad de su natal Tehuantepec, ahí promovió la fundación de escuelas, la comunidad sabía de su relación con Porfirio. Al correr los años, Díaz le mandó construir un chalet y cuando se trazaron las vías del Ferrocarril Transístmico influyó para que los rieles pasaran a unos cuantos metros de aquella casona,

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hasta donde se “fugaba” desde la Ciudad de México para sus encuentros. Juana Catalina le enviaba regalos a la capital, viajó por Europa, Estados Unidos y Tierra Santa. Falleció el mismo año en que murió El héroe del 2 de abril, en 1915, ella en México y él en Francia. La también conocida como La Mamá Grande de Tehuantepec, nunca contrajo matrimonio ni engendró hijos, se le erigió una estatua en esa ciudad como agradecimiento por sus obras filantrópicas. Recién fallecida Delfina Ortega Díaz, su primera esposa, el ex dictador conoció a una muchacha de Tlalpan y con ella tuvo encuentros íntimos. Fruto de aquella relación nació el 1 de febrero de 1881, un niño, al que se bautizó con el nombre de Federico. No se conoce el destino que tuvo la madre de este infante, lo cierto es que Porfirio encargó su crianza y educación a sus compadres Antonio Ramos (aduanal) y Ramona Ramírez, quienes no tuvieron descendencia; “a escondidas” de Carmen Romero Rubio, su segunda cónyuge, visitaba a su hijo quien llevó el apellido de sus padres adoptivos y a los que les proporcionaba dinero para la manutención del menor. Cuando fallecieron los compadres, el presidente Díaz mandó llamar a Federico y le confesó que él era su verdadero padre biológico, por lo tanto, le ofreció llevara su apellido a lo que el joven Ramos rehusó, pues le respondió que “prefiero llevar el de quienes me entregaron

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su vida y cariño”. Federico Ramos Ramírez fue un destacado ingeniero que trabajó en las administraciones de los presidentes Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Abelardo L. Rodríguez. Fue director de la Escuela Nacional de Ingenieros en el sexenio de Lázaro Cárdenas del Río. Jamás alardeó ser hijo de Porfirio Díaz.

D e l f i na , l a p r i m e r a e s p o sa

Manuela Díaz Mori, hermana de Porfirio, se dedicó en su juventud a la venta de rebozos. Tuvo una relación pasajera con el doctor Manuel Ortega Reyes, y engendraron una hija, a la que su madre le puso el nombre de Delfina (1845- 1880). El médico Ortega no reconoció a la niña, y después contrajo nupcias con Serafina Fernández de Artega, su prometida. La bebé fue registrada como “hija de padres incógnitos”. “Esa mancha” la borró el General Díaz -ya en actuación de presidente y como esposo de Delfina- al solicitarle al doctor Ortega que la reconociera legalmente, el galeno aceptó y fue gratificado con una senaduría. Porfirio vio nacer y crecer a su sobrina Fina (así fue llamada por el clan familiar) en El solar del toronjo, la finca que adquirió su madre Petrona, cuando vendió El mesón de la Soledad. Delfina fue criada por las mujeres de su familia quienes la instruyeron en

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las labores domésticas de la cocina y la costura, también la enseñaron a leer y escribir. Esa niña fue creciendo y al adquirir anatomía de mujer, empezó a ser atractiva a su tío, quien entraba y salía de casa durante las campañas militares en su oficio de soldado. Eran los tiempos de la Guerra de Intervención Francesa y el Imperio de Maximiliano cuando se enamoraron el tío y la sobrina. Para no ser descubiertos por la parentela, utilizaron seudónimos para firmar las cartas de amor que intercambiaban, él era Crisanto y ella era Petra. En una de esas tantas cartas, Porfirio le propuso matrimonio a Delfina, donde le escribe con faltas de ortografía que “en la balanza de mi corazón no tienes ribal… no hay rason para que yo permanesca en silencio… ni para que dejo al tiempo lo que puede ser inmediatamente…”. Y Fina le aceptó la propuesta, a vuelta de correo, así: “…resuelvo con todo el fuego de mi amor a decirte gustosa recibiré tu mano esposo a la ora que tú lo dispongas…”. En aquel México decimonónico de frecuentes guerras nacionales e internacionales, era usual que los enamorados se casaran por poder, pues los novios andaban peleando en los frentes de batalla y las deficientes y lentas comunicaciones (caminos, medios de transporte y distancias) no ofrecían las facilidades de un viaje rápido al sitio de la boda. Porfirio Díaz Mori y Delfina Ortega Díaz celebraron su matrimonio civil,

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por poder, en Oaxaca, el 15 de abril de 1867. El apoderado legal del contrayente fue el presidente del Tribunal Superior de esa entidad, licenciado Juan de Mata Vázquez, quien lo representó en la ceremonia. Díaz se aprestaba, en aquellos momentos, a sitiar con el ejército republicano la Ciudad de México ocupada por las tropas imperialistas. Se afirma que el propio Benito Juárez, entonces en funciones de presidente, recomendó la dispensa por consanguinidad de los novios a las autoridades del Registro Civil para que formalizaran el enlace. Y la unión se llevó a cabo. La noche de bodas se consumaría después, cuando la guerra concluyera y el flamante marido volviera a Oaxaca, momento en que atendería su intimidad de recién casado. Con Delfina, Díaz engendró siete hijos: Porfirio Germán, Camilo, Laura Delfina, Deodato Lucas Porfirio, Luz Aurora, Camilo (el segundo) y Victoria Francisca. La mayoría murieron durante su infancia, solamente sobrevivieron dos: Deodato Lucas Porfirio (1873-1946) y Luz Aurora (1875-1965). La familia Díaz Ortega tuvo varios domicilios: vivieron en la ciudad de Oaxaca, en la hacienda La Noria (tierra oaxaqueña), en Tlacotalpan, Veracruz, y finalmente en la Ciudad de México. Al acceder a la presidencia del país, habitaron el ala norte del Palacio Nacional que tenía el número 1 de la calle de la Moneda (residencia oficial del presidente), el mismo edificio don-

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de vivió casado y viudo Benito Juárez, lugar en que falleció el 18 de julio de 1872. En su actuación de primera dama, Delfina, como sus antecesoras, desarrolló un papel discreto y distante de las decisiones políticas que tomaba su marido el primer mandatario; recibía y contestaba cartas que le remitían mexicanos de diferentes partes del territorio nacional. Momento crucial de su vida fue el que vivió durante las horas nocturnas del 7 de abril de 1880. Delfina había tenido un parto el día 2 de ese mismo mes, dando a luz una niña a la que le dieron el nombre de Victoria Francisca, misma que murió al día siguiente, víctima de anemia congénita. La señora Díaz quedó en muy malas condiciones de salud y en la noche de la fecha primeramente señalada, cayó en gravedad. Al sentir próximo su deceso, llamó a Porfirio para que trajera un sacerdote y los casara por la iglesia, temía morir en pecado de amasiato. El presidente mandó citar al arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, quien formó parte del triunvirato de la Regencia durante el Segundo Imperio. El mitrado le contestó al General Díaz que no podía casar a un tío con su sobrina como era el caso. Éste le suplicó a Labastida que lo hiciera, solamente así se salvaría el alma de su esposa; Delfina tenía pavor que su alma fuera a dar al infierno. El arzobispo accedió, agilizó los trámites, perdonó el impedimento por

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consanguinidad de los contrayentes, pero condicionó a Díaz a que abjurara de la Constitución Política de 1857, pues todos los que la habían jurado estaban excomulgados por disposición del Papa Pío IX. El mandatario tomó papel y pluma y redactó el texto donde afirmaba que su religión era la católica, y que había jurado aquella Constitución, porque creía que no contrariaba los dogmas de su fe y que también había pertenecido a la masonería, aunque ya se había alejado de ella. Firmó el documento que luego se guardó en los archivos secretos del arzobispado. Labastida y Dávalos ordenó al presbítero Paulino Figueroa, procediera a celebrar el matrimonio del presidente con su mujer; horas después se formalizó el evento religioso. Así, Porfirio y Delfina (in artículo mortis), fueron declarados esposos ante la Iglesia Católica. La recién desposada falleció en las primeras horas de la mañana del 8 de abril de 1880, víctima de metroperitonitis puerperal, a los 34 años de edad.

Díaz apoyó para que, aquél, no se enamorara del cargo. Fresca aún estaba, en la memoria del pueblo mexicano, la victoria sobre el ejército de Napoleón III y la caída del Imperio de Maximiliano. En lo político, nuestro país rompió con Francia, pero lo francés había quedado inserto en sus modos civiles y se manifestó en una corriente que influyó en la cultura nacional: la literatura, la arquitectura, la gastronomía, la educación (El Positivismo) y hasta en la moda. México entraría a lo que sería un largo período de paz. El Porfiriato, y la industrialización inició su arranque con la llegada de los capitales extranjeros; las vías ferroviarias aparecieron como serpientes de acero a lo largo y ancho del territorio nacional. Simultáneamente, la viudez del general Díaz sería efímera, como temporal fue su condición de ex presidente al retornar al poder en 1884.

•§•

Nacida en el seno de una rica familia de ortodoxas costumbres, María Fabiana Sebastiana Carmen Romero Rubio y Castellot (1864-1944), fue educada por sus progenitores en colegios aristocráticos de los Estados Unidos, donde aprendió a hablar con soltura el inglés. Su padre, Manuel Romero Rubio, fue un político liberal de la época juarista y llevó gran amistad con Se-

Al quedar viudo de Delfina Ortega, su primera esposa, Porfirio Díaz estaba al final de su primer período presidencial. Dejaría, en 1880, la silla a su compadre Manuel del Refugio González Flores, El manco de Tecoac, quien al final de su mandato fue blanco de una campaña por corrupción que el mismo

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C a r m e l i ta , s u s e g u n da e s p o s a

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bastián Lerdo de Tejada, quien lo hizo su asesor cuando fue presidente de México. Éste fue invitado por Romero para que fuera padrino de bautizo de su hija Carmen. Al ser derrocado Lerdo por la Rebelión de Tuxtepec, encabezada por Porfirio Díaz, en 1876, el oaxaqueño ocupó la silla presidencial y los Romero Rubio emigraron al extranjero por su condición lerdista; regresaron al país en 1880. Porfirio Díaz conoció a Carmen durante una recepción en la embajada norteamericana. Inmediatamente se la recomendaron como profesora de inglés, y el entonces ex presidente, junto con su amigo Ignacio Mariscal, le solicitaron les enseñara ese idioma. Al notar Mariscal que las intenciones de Díaz eran conquistar a la maestra, más que aprender la lengua británica, prudentemente se retiró. Algunos biógrafos señalan que la señorita Romero Rubio fue renuente a las pretensiones amorosas de Porfirio, pero Manuel, su padre, ambicionaba recuperar su presencia en la política y estimuló el noviazgo que terminó en matrimonio civil el 5 de noviembre de 1881; al día siguiente se celebró el enlace religioso. Él era un hombre maduro de 51 años y ella era una jovencita que apenas había cumplido los 17. La pareja nunca engendró hijos y a Carmen se le atribuyó esterilidad. Como se ve, no solamente en las antiguas monarquías europeas se efectuaban matrimonios que amarraban

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intereses políticos o religiosos, también en las repúblicas ocurrió, como en el caso de México, con la boda DíazRomero Rubio. El enlace formó alianzas y apagó pasiones políticas. Por medio de su suegro, Porfirio se reconcilió con los lerdistas y al reinstalarse en la presidencia lo nombró su secretario de Gobernación, en 1884, y tal cargo lo ocupó hasta su fallecimiento en 1895. Sus esponsales también le reportaron un acercamiento con la Iglesia que tanto había peleado contra Benito Juárez, años atrás, pues la familia de su nueva esposa llevaba amistad con importantes jerarcas ecleciásticos. Eulogio Gillow y Zavalza, quien fuera arzobispo de Oaxaca, sostuvo una relación muy afectuosa con los Díaz y tuvo gran influencia en los altos mandos del clero. Antes de formalizar su matrimonio con Porfirio, Carmen le puso como condición que no residirían en el Palacio Nacional donde su prometido había vivido con Delfina, su primera esposa, sitio donde ésta falleció. El ala norte del inmueble que da a la calle de Moneda era tradición que la ocupara la familia presidencial. Seguramente el recuerdo de Fina, su antecesora, le parecía un espectro asfixiante que deambulaba en el inmenso edificio. Aunque al momento del desposorio, Porfirio no era presidente, ella previó que retornaría al cargo en un futuro y no se equivocó. El héroe del 2 de abril alquiló, para formar su nuevo hogar,

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una amplia casa de dos pisos en la calle de Cadena (hoy Venustiano Carranza), la que después compró y ahí residió hasta su caída del poder el 25 de mayo de 1911. Fue derruida a mediados del siglo pasado, en su lugar se construyó un gran edificio que albergó oficinas de Bancomer, sobre su fachada se colocó una placa de bronce que se aprecia hasta nuestros días, y dice: “En éste sitio existió la casa marcada con el número 8 de la calle de Cadena y que fue la residencia del general Porfirio Díaz, Presidente de la República”. Los recién casados realizaron un viaje a los Estados Unidos, concretamente a Nueva Orleáns, en 1883, donde Porfirio llevó la representación oficial del gobierno mexicano a la Exposición Internacional de la que fue sede esa ciudad; de ahí fueron a Nueva York. La flamante señora Díaz quiso entrevistarse con su querido padrino Sebastián Lerdo de Tejada, quien residía en la gran urbe, pero Lerdo se rehusó a recibirla porque ella se había casado con el hombre que le arrebató la presidencia y lo desterró. Además, su compadre Manuel Romero Rubio, quien fuera su amigo y colaborador, ahora era aliado de su verdugo. En política, reza el refrán, “los amigos son de mentiras y lo enemigos son de verdad”. Desde sus felices tiempos en México, la ahijada y su padrino jamás se volvieron a ver, el pago de la factura fue muy caro y el resentimiento del derrocado jalapeño incluyó a la esposa

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del dictador; el que también fuera rector del colegio de San Ildefonso murió, soltero y solitario, el 21 de abril de 1889 en su exilio neoyorquino. Cuando el General Díaz regresó a la presidencia, Carmelita, como siempre la llamó el pueblo, había aceptado desde antes convivir con Porfirio, Amada y Luz, los hijos de su esposo y contribuyó en su educación. Si bien su matrimonio fue “arreglado”, como según se afirma, su papel de cónyuge y madrastra daba la imagen al clan de una familia normal y dichosamente realizada; así lo dictaba su espíritu permeado por un catolicismo acendrado y dispuesto al sacrificio. A su marido, lo instruyó en las buenas maneras y le inculcó un código de urbanidad, aunque nunca pudo lograr que escribiera sin faltas de ortografía; al que fuera un bronco chinaco, en los frentes de batalla, hasta “le blanqueó” el color de su tez al lado de Carmen. Los vates y músicos de sus tiempos, de primera dama, le dedicaron poemas y piezas musicales. Juventino Rosas, entre otros, le compuso el vals Carmen, el que no llegó a destacar como Sobre Las Olas, también de su autoría. Como suele acontecer en las alfombras del poder de las dictaduras, entre los cortesanos abundan los genuflexos, sujetos que reptan alrededor de la familia gobernante a quien sahuman con viles y cursis adulaciones; la camarilla de Díaz no fue la excepción. Nos dejó escrito Sebastián Lerdo de Tejada, en sus me-

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morias, que esa vida oficial de desbordantes lisonjas exasperó infelizmente a su ahijada, quien harta tomó la pluma

para redactar una carta que le envió a Nueva York, la que dice en sus partes esenciales:

Ciudad de México, 14 de enero de 1885 “Mi muy querido padrino:

“si continúas

disgustado con papá, eso no es razón para que persistas en estarlo conmigo; tú sabes mejor que nadie que mi matrimonio con el general Díaz fue obra exclusiva de mis padres, por quienes, sólo por complacerlos, he sacrificado mi corazón, si puede llamarse sacrificio el haber dado mi mano a un hombre que me adora y a quien correspondo sólo con afecto filial… el mayor castigo será tener hijos de un hombre a quien no amo; no obstante lo respetaré y le seré fiel toda mi vida… Desde mi matrimonio estoy constantemente rodeada de una multitud de aduladores, tanto más despreciables cuando no los aliento… Esta no es la exquisita lisonja de la gente educada; es el brutal servilismo de la chusma en su forma animal y repulsiva… Los poetas, los poetas menores y los poetastros, todos me martirizan a su manera… Esta calamidad me irrita los nervios hasta el punto de que a veces tengo ataques de histeria…Ay, padrino, soy muy infortunada y espero que no me negarás tu perdón y tu consejo. Carmen” (Kenneth Turner, John, México Bárbaro, Editorial Dante, México, 1984)

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Y, efectivamente, Carmen Romero de Díaz cumplió con serena dignidad su papel de esposa y primera dama de México. Ajena a los asuntos políticos que manejaba su esposo, el presidente, presidía comités que daban apoyo a instituciones de beneficencia y asistía a los eventos oficiales donde era requerida su presencia. Apoyó al patronato que erigió la iglesia de San Felipe de Jesús, la que se levanta con su estilo gótico francés en la calle Madero, en la Ciudad de México. Católica devota, introdujo el hábito de asistir a misa y comulgar a Porfirio, quien fuera al igual que su coetáneo Benito Juárez y demás liberales, masón anticlerical. La vida de ostentoso lujo y presunción de la alta sociedad de aquel México porfiriano, tenía como vértice y modelo la figura de Carmelita con sus modales refinados, con su pulcra elegancia, con su discreto papel de primera dama, con su glamour importado de París. Hasta las cartas del menú de los restaurantes que frecuentaba la “élite” estaban redactados en francés, pues era de “la gente bonita” consumir los platillos de la cocina gala; el que pudiera traducir ante los comensales el texto de la carta, adquiría una patente de persona aristocrática, culta y distinguida. Sobre el Paseo de la Reforma se construyeron residencias al estilo arquitectónico de la Ciudad Luz, habría que darle un parecido a esta arteria con la gran avenida de Los Campos Elíseos, pensaron los imita-

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dores de aquel snobismo frenético importado de ultramar. La vida de las clases privilegiadas contrastaba con la pobreza que padecía la mayor parte de la población. Carmen acompañó a su marido al destierro, en Francia, en 1911. Allá fue su compañera leal e inseparable hasta su fallecimiento, ocurrido en París, el 2 de abril de 1915. Intuyendo que algún volvería a México, dispuso la exhumación de los restos de Porfirio, el 27 de diciembre de 1921, los que inicialmente se encontraban en la iglesia de Saint Honoré l’Elyau y ordenó su reinhumación en el cementerio de Montparnasse. Ahí le mandó erigir una capilla que luce el águila mexicana sobre la puerta, lugar que es frecuentemente visitado por los turistas mexicanos que visitan París y donde se toman fotos. Ella volvió a México a finales de 1931, las refriegas revolucionarias ya habían quedado atrás, buscó la paz de sus últimos días en una casa que adquirió en la calle de Quintana Roo en la colonia Roma de la capital. Todavía le tocaría vivir en su patria los finales del caudillismo, el estreno del cine sonoro en 1932, la inauguración del Palacio de Bellas Artes en 1934, el reparto agrario de 1936, la nacionalización de la industria petrolera en 1938, el famoso “milagro mexicano” que marcó el inicio del crecimiento económico en 1940, la declaración de guerra de nuestro país a Alemania y Japón en 1942 y la funda-

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ción del Instituto Mexicano del Seguro Social en 1943. Anciana con 80 años de edad, enferma de tiempo atrás, cargada de recuerdos, rodeada de sus familiares y amigos, Carmen Romero Rubio de Díaz falleció el 25 de junio de 1944. Dispuso que su cadáver fuera vestido con el hábito de las terciarias de Santo Domingo, institución religiosa de la que formó parte, así como que colocaran sobre su pecho el escapulario de la Virgen del Carmen. Su misa de cuerpo presente la ofició el arzobispo primado de México, Luis María Martínez, y fue sepultada en el panteón francés de la Piedad, necrópolis donde la acompañan en el sueño eterno muchos difuntos que en vida la conocieron en sus casi 26 años de “primera dama”.

•§• Al despuntar el siglo XX, Porfirio Díaz se encontraba en el cenit de su carrera política, los adláteres de la dictadura publicitaban dentro y fuera del país la paz social de que gozaba México, la que argumentaban contribuyó al progreso económico que alcanzó índices de crecimiento como nunca antes en su historia. Sin desestimar las justificadas críticas que le plantean sus detractores, la administración porfirista también tuvo éxitos y benefició a poblaciones como Torreón, cuyo desarrollo se disparó gracias al ferrocarril, medio que

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impulsó en el ramo del transporte y las comunicaciones. La decisión de fijar el tendido de las vías ferroviarias sobre los terrenos que hoy conforman nuestra ciudad, fue la clave para que una ranchería se transmutara como por arte de magia y, en muy pocos años, en una gran urbe que fue elevada al rango de ciudad el 15 de septiembre de 1907. Desde entonces, y para orgullo de nosotros los torreonenses, La Perla de La Laguna está posicionada en la estadística nacional como una productiva, importante, dinámica y moderna metrópoli.

El yerno incómodo Amada Díaz Quiñones, la hija mayor y predilecta de Porfirio, casó el 16 de enero de 1888 con el acaudalado heredero y empresario Ignacio de la Torre y Mier, quien tenía propiedades urbanas y latifundios rústicos en varios lugares del país. De la Torre fue un gran productor de caña de azúcar. Una de sus hermanas, Susana, contrajo matrimonio con el conde Maxence de Polignac, pareja que entre su descendencia se encuentra el actual príncipe de Mónaco, Alberto II, su bisnieto por línea paterna; por lo tanto, el que fuera el controvertido yerno del general Díaz –el ya referido Ignacio- es tío bisabuelo del jefe de estado monegasco. Emiliano Zapata fue su caballerango

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en la Ciudad de México, cuando el caudillo del sur regresó a su tierra, expresó: “Los caballos de los ricos de la capital viven mejor que los campesinos de Morelos”. Nachito, como fue llamado popularmente, fue diputado federal y tuvo aspiraciones fallidas por sus escándalos a la gubernatura del Estado de México. Los De la Torre-Díaz fijaron su residencia en una casona estilo francés en el actual crucero de Paseo de la Reforma y avenida Juárez de la capital. Al correr el tiempo, el inmueble pasó a ser sede de la Lotería Nacional, el que fue demolido para erigir un moderno edificio que sigue albergando sus oficinas y salón de sorteos. El matrimonio fue un fracaso, pues Ignacio llevó una vida licenciosa y distante de su esposa; era una relación indiferente, gélida, carente de amor y pasión marital. Se dice que él vivía en unas habitaciones de la finca, al extremo contrario de las de ella, quien soportó con abnegación aquella ficción conyugal conocida por muchos. Solamente alternaban en los compromisos de alta sociedad y los que demandaba el protocolo presidencial. Durante la noche del 18 de noviembre de 1901, en el número 4 callejón de La Paz de la colonia Tabacalera, un gendarme avistó a varios sujetos vestidos de mujer que ingresaban a una casa. Se acercó, y con sorpresa advirtió que era una fiesta que rompía los esquemas de un convite tradicional, dio parte a sus superiores que enviaron más elementos

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policíacos y practicaron una razzia. Se reportó que uno de aquéllos “raros” sujetos era Ignacio de la Torre y Mier, quien, afirmaron, fue reconocido y desembolsó una buena cantidad de dinero para que lo dejaran huir por la azotea; entre los concurrentes había vástagos de familias prominentes del Porfiriato. Los detenidos fueron 42, pero al escapar el yerno del general Díaz la cifra quedó en 41, número que desde entonces la picardía mexicana adjudica a los homosexuales y del que Carlos Monsiváis escribió “es la cifra del choteo”. El suceso fue noticia que se propagó como relámpago de boca en boca. El general Díaz fue informado de la comprometedora situación en que fue sorprendido su yerno, evento que irritó el semblante presidencial, y De la Torre fue llamado por su suegro para una entrevista. De aquel desagradable y ácido encuentro, poco o nada se supo, aunque la lógica deduce que hubo una fuerte reprimenda por parte del caudillo. Porfirio también conversó con su hija Amada, a la que le manifestó su apoyo en caso de que optara por la separación de su esposo, ante la crisis conyugal derivada del escándalo; ella prefirió sobrellevar la pena. Eran los tiempos en que las mujeres que dejaban al marido eran mal vistas por una sociedad discriminatoria, mojigata, machista y abigarrada de prejuicios. El famoso grabador José Guadalupe Posada, caricaturizó “El baile de los 41” en la publicación La Hoja Suelta de su

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amigo el editor Antonio Venegas Arroyo, la que se repartía de mano en mano en la calle. En la parte inferior del dibujo se versificó en cuartetas satíricas el suceso, la edición desencadenó la burla pública que causó inflamado escozor en la familia presidencial. Amada tuvo que soportar las crueles murmuraciones de la vox populi. Después del destierro de Díaz, en 1911, Ignacio y Amada siguieron viviendo en México. De La Torre y Mier fue un acérrimo antirrevolucionario, durante los días de La Decena Trágica en 1913 cooperó en los asesinatos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, ordenados por Victoriano Huerta. Proporcionó uno de los dos vehículos que se utilizaron para llevar al presidente y al vicepresidente del Palacio Nacional a la cárcel de Lecumberri, trayecto en el que fueron ejecutados por Francisco Cárdenas y sus pistoleros. Años después, el yerno de Díaz fue aprehendido por órdenes de Carranza y estuvo preso en Lecumberri, donde Amada lo visitaba ante la mirada escrutadora de la comunidad de reclusos. Zapata intercedió por él para que fuera liberado, pero De la Torre lo defraudó al hacerse pasar por militar y cometer abusos, por lo que lo mandó detener y le fijó arresto domiciliario en Cuernavaca y luego en Cuautla. Al ser sitiada esta ciudad por los carrancistas, entre la confusión huyó y logró llegar a los Estados Unidos; en Nueva York fue operado de hemorroides y falleció el 1

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de octubre de 1918. Desde luego, no faltaron los maliciosos comentarios sobre la causa de su muerte.

Y Porfirio s a b í a l l o r a r ... Ha sido muy comentada la facilidad con que soltaba el llanto Porfirio Díaz, lo mismo en público que en privado. Hombre apasionado en la milicia y en la política, El León de Oaxaca era susceptible a las emociones de la vida, lo mismo las que procedían de la felicidad o la tristeza. En esta vertiente de su personalidad, contrastaba con la de otros políticos de su tiempo como Benito Juárez, José María Iglesias y Guillermo Prieto, quienes sabían controlar sus emociones en situaciones dramáticas; el metálico espíritu de Juárez hizo gala de serenidad en las horas de la tragedia. En 1874 logró ser diputado federal. Por ese entonces, el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada pretendía bajar el sueldo de los soldados jubilados y en activo; Díaz, junto con otros legisladores de origen militar, no estuvieron de acuerdo con el proyecto y formaron una coalición opositora en el Congreso. Su ex condiscípulo en el seminario de Oaxaca y quien fuera su secretario de gobierno cuando fue gobernador de aquella entidad, Justo Benítez, lo animó a que subiera a la tribuna para que pronunciara un discurso en defensa de los salarios que

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el lerdismo pretendía reducir. Accedió y su intervención fue muy desafortunada, pues no pudo hilvanar las frases más elementales de un mediano orador, titubeó, lo dominaron los nervios y derramó lágrimas ante la concurrencia. Durante la Revolución de Tuxtepec que lo llevó al poder, sus tropas libraron una batalla contra el ejército lerdista el 20 de mayo de 1876, en la localidad de Icamole, Nuevo León, donde fue derrotado por los generales Mariano Escobedo y Carlos Fuero. Narran las crónicas que Porfirio, al ver el desastre de su derrota, sollozó ante la presencia de sus impresionados soldados y esa actitud le acarreó que fuera motejado como El llorón de Icamole.

Sus

aficiones

En sus ratos libres, fuera de la vida oficial, Porifirio Díaz tuvo como pasatiempos el juego de naipes que frecuentemente realizaba con su secretario particular, Rafael Chousal, el que manejaba su correspondencia y transcribía sus escritos eliminando las faltas de ortografía de su jefe. En el Castillo de Chapultepec, donde él y Carmen su esposa pasaban el verano, mandó construir un boliche e instalar un billar y fue afecto a la calistenia (ejercitación física que estimula los músculos). También practicaba la natación y le gustaba montar a caballo; la cacería fue otra de sus aficiones, viaja-

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ba al interior del país para cazar especies silvestres en compañía de algunos de sus amigos. En la Ciudad de México, la alta sociedad le estructuró un círculo íntimo que lo invitaba a presidir bailes, eventos culturales y ceremonias conmemorativas donde se procuraba fuera acompañado de su esposa. A Díaz le agradaba acudir al Jockey Club, el famoso lugar de encuentros del jet set porfiriano, ubicado en el Palacio de los Azulejos (actual Sanborn’s de la calle Madero), donde los concurrentes podían recrearse con juegos de salón, un bar con gran surtido de vinos, disfrutar los salones de lectura, los gabinetes de fumar donde se hablaba de política y negocios. Pertenecer a este exclusivo centro social equivalía a ser un triunfador y acceder al esplendor de la riqueza del régimen; figurar en las páginas de sociales de los periódicos, era un hábito obsesivo de los vanidosos, las notas se caracterizaban por su ridícula redacción. Así se divertía aquella seudoaristocracia cursi y frívola, ajena a la injusticia social que sufría la mayor parte de la población.

En

e l l e ja n o

París

Al renunciar al poder el 25 de mayo de 1911, Porfirio Díaz se exilió en la capital de Francia. La primera década del siglo pasado, fue trágica para algunos monarcas que fueron derrocados y corrieron igual suerte que el ex presidente

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mexicano: El zar Nicolás Alejandro II de Rusia, cayó el 20 de marzo de 1917; el emperador Carlos I de Austria, el 11 de noviembre de 1918; y el káiser Guillermo II de Alemania, el 9 de noviembre de 1918. Díaz, quien ha sido el soldado más condecorado en la historia militar de México, vivió en París el arranque de la I Guerra Mundial cuya conclusión ya no vio en 1918, la que alteró el mapa político de Europa. Falleció en su casa de la calle Bosques de Bolonia (hoy avenida Foch) a las 6:30 de la tarde del 2 de julio de 1915. Siempre tuvo la ilusión de volver a su patria y finiquitar su condición de trasterrado. A su regreso del exilio, a principios de la década de los treinta del siglo pasado, Carmen, su viuda, concedería tiempo después una entrevista a la periodista torreonense Magdalena Mondragón, quien trabajaba para la revista Hoy. Relató los largos días de nostalgia que vivió su marido en París. En sus ratos de soledad, Porfirio Díaz invocaría a Petrona su madre, la recia matriarca que sacó adelante a él y a sus hermanos huérfanos; recordaría la efigie de su sobrina Delfina, su primera esposa; los campos de batalla donde venció y vio morir aliados y enemigos; las ceremonias solemnes donde fue condecorado por los embajadores extranjeros que lo colmaron de hono-

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res; los valles y las sierras de su querida Oaxaca que lo vieron crecer; sus paseos a pie y a caballo por el hermoso bosque de Chapultepec; contemplaría su banda presidencial que tuvo que guardar y que ya no pudo lucir en público; y vería, melancólico, las fotografías que consigo llevó a un viaje sin retorno y que lo hicieron revivir, con emotiva felicidad y tristeza, los grandes momentos de su vida en México. Los destierros calan y duelen a los gobernantes derrocados. Es un sórdido ostracismo que aísla, esclaviza y deprime al que lo vive. Esa lejanía de la patria y de sus seres queridos llagaron el corazón de Porfirio Díaz, al que la historia oficial le ha negado su ingreso a los altares de la patria, sitio en el que fueron alojados otros héroes a los que defendió y combatió en su vida. Así es la política: inquinosa, impredecible, desgastante, cruel e intransigente con algunos de sus protagonistas. Varios historiadores y escritores, en este año del Bicentenario de la Independencia y la Revolución, han hablado que ya es hora de la reconciliación de la figura del general Díaz con la historia y las nuevas generaciones de mexicanos. El tema es y seguirá siendo polémico, quizá tendrán que transcurrir más años para continuar con la evaluación de esa posibilidad. El tiempo lo dirá.

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Fuentes

• Casarrubias, Vicente C., (director), Revolución Mexicana. Crónica ilustrada, Publex, México, 1966. • Howe Bancroft, Hubert, Porfirio Díaz. Biografía, The History Co., California, USA, 1887. • Kenneth Turner, John, México Bárbaro, Editorial Dante, México, 1989. • Krauze, Enrique y Fausto Zerón-Medina, Porfirio. La ambición, vol. III, Clío, México, 1993. • López Portillo y Rojas, José, Elevación y caída de Porfirio Díaz, Editorial Porrúa, México, 2006. • Orozco, Ricardo, El álbum de Amada Díaz, Editorial Planeta, México, 2003. • Schlarman, Joseph H. L., México. Tierra de volcanes, Editorial Porrúa, México, 1984. • Sefchovich, Sara, La suerte de la consorte, Editorial Océano, México, 1999. • Tello Díaz, Carlos, El exilio. Un relato de familia, Editorial Cal y Arena, México, 1999. 108

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carranza, el primer jefe domingo deras torres

D

etestaba que lo llamaran general, nunca reclamó un grado militar para posicionarse en la jerarquía castrense, se sirvió del ejército para llegar al po-

der y conoció sus vicios, por eso quiso como su sucesor a un civil –Ignacio Bonillas-, lo que le costó la caída del poder y su asesinato. Las raíces políticas de Venustiano Carranza datan del Porfiriato, del que probó el autoritarismo y la antidemocracia que saetearon su figura. Inteligente, perseverante y visionario, fue empresario del giro agropecuario y después político relevante que estructuró, como primer mandatario, un nuevo estado de derecho al promulgar la Constitución Política de 1917, lo que le dio aura de estadista. Pétreo ante sus enemigos, obstinado en sus convicciones, flemático en

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los momentos difíciles, y dubitativo de aquéllos que no le inspiraban confianza, El Primer Jefe, quien también fue conocido popularmente como El Barbas de Chivo, hizo historia en la Revolución de 1910 y en el cargo presidencial.

El

político

El escritor Martín Luis Guzmán, coteja la personalidad de Carranza con la de Porfirio Díaz, fija similitudes, así lo describe: “…evocó en mí asociaciones con los hombres típicos del Porfirismo. La terquedad oaxaqueña del hombre de La Noria y Tuxtepec, guarda semejanza con la del Varón de Cuatrociénegas: Porque en nada superaba en él a su obstinación; nada en la incapacidad a reconocer sus errores. Tanto él como Díaz eran inconmovibles e impasibles”. El novelista español, Vicente Blasco Ibáñez, lo conoció durante su viaje a México a principios de 1920, así lo detalló: “… mira por encima de sus anteojos azulados. Esto hizo sospechar a Pancho Villa que tiene muy buena vista y no los necesita, y que si los lleva es para ocultar mejor su pensamiento al ocultar su mirada… Es un antiguo hidalgo del campo, un ranchero, con las marrullerías de todos los propietarios rústicos y las malicias de los políticos provincianos”. Sus inquietudes políticas afloraron en la tercer década de su vida, cuando, en 1887, fue nombrado alcalde de su na-

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tal Cuatrociénegas. Por sus diferencias políticas con el gobernador coahuilense, José María Garza Galán, renunció a la alcaldía y organizó la oposición en su contra cuando éste presentó su candidatura a la reelección en la gubernatura. Hizo amistad con el general Bernardo Reyes, quien lo reinstaló en la política y volvió a ocupar la presidencia municipal, de 1894 a 1898; logró ser diputado y senador en el Congreso de la Unión. Ávido de participar y destacar en la política, Carranza se presentó como candidato independiente a la gubernatura de Coahuila contendiendo contra el aspirante porfirista, Jesús De Valle (padre del escritor Artemio De Valle Arizpe); por su afiliación reyista, perdió la elección. Por eso, cuando logró ser gobernador se vengaría del ex dictador y expidió un decreto, el 14 de diciembre de 1911, donde acordó que la población conocida hasta entonces como Ciudad Porfirio Díaz, volvería a ser denominada por su antiguo nombre: Piedras Negras, tal y como la llamamos hasta nuestros días. Al triunfo de la primera etapa revolucionaria que llevó a Francisco Ignacio Madero González a la presidencia del país, Venustiano Carranza fue nombrado por aquél como Secretario de Guerra y Marina en el gabinete provisional. No estuvo conforme con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, que suscribió Madero con el capitulante gobierno porfirista, el 21 de mayo de 1911; por eso

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acuñó la frase que lo hizo famoso: “Revolución que transa, es revolución perdida”. El escueto e insustancial texto de tales acuerdos se reducía a la renuncia de la presidencia por parte del general Díaz, el cese de hostilidades entre los ejércitos federal y revolucionario, y el licenciamiento de este último. Las metas de la revolución –base del movimiento– quedaron relegadas en el documento. Nació, así, una subterránea antipatía del Varón de Cuatrociénegas hacia el Mártir de la Democracia. Carranza realizó, tiempo después, su sueño de ser gobernador constitucional de Coahuila el 22 de noviembre de 1911, cargo que ocuparía hasta el 13 de abril de 1913. Asesinados Madero y Pino Suárez por órdenes de Victoriano Huerta, durante los aciagos días de la Decena Trágica en febrero de 1913, el gobernador, junto con otros militares, expidió el histórico Plan de Guadalupe en una hacienda cercana a Saltillo, donde convocó a la rebelión contra la dictadura huertista. Venustiano dispuso, en la redacción del documento, que al conquistar la Ciudad de México él ocuparía la presidencia y luego convocaría a elecciones. Y así lo hizo. El movimiento fue secundado por Francisco Villa y Emiliano Zapata, del primero sintió grandes celos por su acrecentada popularidad derivada de sus acciones bélicas. Esa fama se disparó, aún más, cuando Villa tomó Torreón el 2 de abril, y Zacatecas el 23 de junio de 1914, hechos que lo hicieron mito y leyenda.

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el Centauro del Norte y el Atila del Sur, nunca se sometieron a las órdenes de Carranza. Sin embargo, El Primer Jefe hizo esfuerzos por conciliar intereses con Villa y Zapata, al convocar a una convención revolucionaria en Aguascalientes, el lo. de octubre de 1914, donde hizo denodados esfuerzos por seguir ocupando la presidencia del país, y aglutinar, bajo su mando, las fuerzas políticas y militares engendradas por la revolución. Los convencionistas lo desconocieron como primer mandatario, y nombraron, en su lugar, al general Eulalio Gutiérrez Ortiz como presidente de la República y a Villa como jefe del Ejército Convencionista; el evento fue un fracaso al no lograr la unidad revolucionaria. Carranza rompió con los convencionistas, y los militares que le fueron fieles, entre ellos Álvaro Obregón, se dirigieron hacia Veracruz y ahí estableció su gobierno. Villa y Zapata entraron a la Ciudad de México, el 6 de diciembre de 1914, se dirigieron al Palacio Nacional en donde les fue tomada la famosa fotografía donde aparece el Centauro del Norte sentado en la silla presidencial. La imagen denotó, por sí misma, que el poder de los convencionistas lo detentaban los caudillos –el duranguense y el morelense- y no el presidente Eulalio Gutiérrez, quien careció de liderazgo. Ante la falta de amarres efectivos entre ellos, saldría victorioso El Primer Jefe, quien consolidó su imagen para seguir ocupando la pre-

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sidencia al acceder –vía elecciones- a un período constitucional que inició el lo. de mayo de 1917. Villa perdería ante el Varón de Cuatrociénegas en la Batalla de Celaya, donde fue derrotado por Álvaro Obregón y su estrella militar se apagó; tronó en cólera al saber que el presidente norteamericano Woodrow Wilson, daba su reconocimiento al gobierno de Carranza y tomó venganza al atacar la población de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. El Primer Jefe autorizó, al gobierno estadounidense, a perseguir con su ejército a Villa y buscar su captura en territorio nacional, hecho que no se logró y que lo redujo a su original vida de guerrillero. Zapata fue asesinado, a traición, en la hacienda de Chinameca, Morelos el 10 de abril de 1919, por el coronel carrancista Jesús Guajardo. Así desaparecieron de la política sus dos grandes enemigos. Trabó amistad con intelectuales de su tiempo como Luis Cabrera, a quien designó como secretario de Hacienda. A Isidro Fabela lo nombró secretario de Relaciones Exteriores, y al pintor, Gerardo Murillo Dr. Atl, le encomendó la dirección de la Escuela Nacional de Bellas Artes, además de haberlo comisionado para buscar la adhesión de Zapata a su gobierno. Los tiempos de Carranza fueron los tiempos de los “bilimbiques”, aquellas falsarias emisiones de papel moneda que estaban respaldadas por la fuerza de las armas; si el grupo revolucionario que las expedía perdía, esos

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billetes dejaban de tener valor para sus tenedores al ocupar el ejército vencedor el lugar donde circulaban. Valía más la moneda metálica de oro y plata. Carranza censuraba los vicios de la bebida y el juego, decía que dañaban al ser humano, tal vez por eso ordenó clausurar la Lotería Nacional el 13 de enero de 1915, la que fue reaperturada por su sucesor Adolfo de la Huerta, el 7 de julio de 1920.

El

hombre

Venustiano Carranza contrajo nupcias, en 1887, con su paisana Virginia Salinas Balmaceda. Era una mujer poco agraciada físicamente, con ella engendró tres hijos: Leopoldo (murió a los 4 años de edad), Virginia (esposa del general Cándido Aguilar) y Julia que fue soltera. Cuando El Primer Jefe se enemistó con los convencionistas, emigró junto con su gobierno a Veracruz, entonces hubo dos presidentes: Eulalio Gutiérrez en México y Carranza en el puerto jarocho. Doña Virginia se quedó en la capital y nunca fue molestada por los enemigos de su marido. Ella falleció el 9 de noviembre de 1919, el Varón de Cuatrociénegas fue presidente viudo, meses después casó con Ernestina de la Garza (de concubina pasó a esposa) una mujer de blonda cabellera, ya tenían 4 hijos: Jesús (fue miembro del famoso Escuadrón 201 que combatió en la Segunda Guerra Mundial), Venustiano,

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Emilio y Rafael. Venustiano y Ernestina sólo duraron casados dieciséis días, pues él fue asesinado en la fatídica madrugada de Tlaxcalantongo. Como dato curioso de su vida, el documento original del Plan de Guadalupe que con gran celo guardaba en la caja fuerte de su casa de Lerma 35 en la colonia Juárez, fue buscado por sus herederos tras su fallecimiento y no se encontró. Casi cuarenta años después, su hija Julia desarmó la cama que le perteneció, y en uno de los tubos de la cabecera apareció enrollado el documento que hoy es pieza de museo; Carranza, seguramente, lo escondió días antes de su trágico final. Alguien le entregó los casquillos de las balas que asesinaron a Madero y Pino Suárez, las mandó montar sobre una base de madera y las guardó. Dicen que solía sacarlas y las observaba reflexivo. ¿Qué pensamientos lo asaltarían al hacerlo? Antes de abandonar su casa instruyó a sus hijas que si fallecía, como así sucedió, lo sepultaran en una fosa de tercera clase; “no quiero entierro suntuoso, que me entierren entre los pobres”, dijo. Al llegar su cadáver de Tlaxcalantongo fue velado en aquella casa porfiriana de la calle Lerma, la que alquiló días después de la muerte de su primera esposa, pagó seis meses adelantados de renta y regresó muerto al vencimiento del contrato. Fue sepultado en el Panteón Civil de Dolores, años después, sería reinhumado en el Monumento a la Revolución.

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Su

l e ta l e r ro r

Decepcionado del ejército y sus jerarcas, Venustiano Carranza quiso instituir el civilismo en la presidencia, no atemperó que las condiciones no estaban dadas para ello, la casta militar estaba atiborrada de ambiciosos del poder; algunos de sus miembros fueron criminales que ultimaron a sus colegas a sangre fría, en ejecuciones cobardes, masivas, precedidas de doble moral (El asesinato de Villa en 1923, La Matanza de Huitzilac en 1927, la masacre de vasconcelistas en Topilejo en 1930 y la exterminación de almazanistas en 1940). Los tiempos no fueron fértiles para el proyecto carrancista, la discordia entre los hombres de la milicia por la silla presidencial era salvaje, quienes encarnaron esas violentas disputas son parte de la historia: Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta, Francisco Serrano, Arnulfo R. Gómez, José Gonzalo Escobar y Juan Andrew Almazán. Los días de la entrega de la presidencia de los militares, a los civiles, llegarían hasta 1952, cuando el general Manuel Ávila Camacho pasó la banda presidencial a su sucesor, el abogado Miguel Alemán Valdés. Carranza quiso imponer como su continuador, en el Palacio Nacional, al ingeniero Ignacio Bonillas Fraijo, un sonorense desconocido en la sociedad mexicana. Bonillas fue educado en los Estados Unidos, dominaba con soltura el inglés, allá se graduó de ingeniero civil en

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la Universidad de Boston, fue embajador del gobierno carrancista en Washington. Se ganó la simpatía y estimación del Primer Jefe, éste se fijó en él para que fuera su candidato en las elecciones presidenciales de 1920. El pueblo apodó a Bonillas Flor de Té, el sobrenombre se originó de una canción popular de la época, la que se puso de moda en 1919, su intérprete fue una cantante española y se refería una zagala de procedencia ignota, la letra decía así: Flor de té es una linda zagala/ que a estos valles hace poco llegó/ nadie sabe de dónde ha venido/ ni cuál es su nombre, ni dónde nació”. La cúpula militar encabezada por el trío sonorense: De la Huerta, Obregón

y Calles, firmó el Plan de Agua Prieta el 23 de abril de 1920, mediante el cual se desconocía a Carranza como presidente y llamaba a empuñar las armas para arrojarlo del poder. Venustiano tomó, por segunda ocasión, la decisión de establecerse en Veracruz y no lo logró, la madrugada del 21 de mayo en el poblado de Tlaxcalantongo, Puebla, fue emboscado y asesinado en la choza donde dormía. Si no se hubiera obstinado en imponer a Ignacio Bonillas en la presidencia, y hubiera permitido las elecciones presidenciales entre los aspirantes Álvaro Obregón y Pablo González, otro hubiera sido su destino al retirarse a una tranquila vida privada.

Fuentes Blasco Ibañez, Vicente, El Militarismo Mexicano, Editorial Aguilar, tomo II, Madrid, España, 1946. Krauze, Enrique, Biografía del Poder, Tusquets Editores, México, 2009. Sefchovich, Sara, La Suerte de la Consorte, Editorial Océano, México, 1999.

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la novelística revolucionaria domingo deras torres

L

a Revolución Mexicana de 1910 fue tema recurrente que los escritores, cuando lo abordaron, lo hicieron con apasionada entrega, y algunas de sus obras

trascendieron del libro a la televisión y el cine, donde adquirieron vida mediática que universalizó al conflicto armado que transformaría las estructuras de nuestro país. Esos literatos legaron a la cultura nacional una narrativa poblada de personajes, lugares, fechas y anécdotas que con éxito trasladaron de la historia a su mundo de las letras. El México de las novelas costumbristas y románticas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que floreció en los umbrales del Porfiriato, expiraría a partir del 20 de noviembre de 1910, para dar paso al relato revolucionario de las hazañas bélicas e dos siglos de historia en

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intrigas de poder; los caudillos, los trenes militares, los juanes y sus adelitas aparecieron no solamente en la prosa novelística, también en las notas musicales del corrido.

Los

n ov e l i s ta s

Prácticamente, tales escritores vivieron de una u otra manera ese movimiento que los provocó a escribir sobre el tema. Algunos fueron militares, otros profesionistas anclados en la burocracia, los hubo escritores de oficio, también políticos de carrera, otros estudiantes; la cosecha novelística revolucionaria es estimable, lo que le reportó un importante sitial en el patrimonio artístico. La Revolución no solamente fue faena beligerante de ametralladoras, cañones, rifles y pistolas que escupieron letales proyectiles entre los ejércitos en pugna; sería también, al irse extinguiendo los enfrentamientos armados, un evento social que demandaba la atención y el trabajo de los cultivadores del género narrativo. En otros rubros de la cultura reclamaría, igualmente, el interés por parte de pintores, escultores, cinematografistas y músicos. Una de las primeras obras novelísticas fue Los de Abajo, de Mariano Azuela, publicada en 1913. Seguramente fue de las más famosas, junto con Memorias de Pancho Villa de Martín Luis Guzmán, El Resplandor de Mauricio

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Magdaleno y Ulises Criollo de José Vasconcelos. Azuela captura los mejores elogios de la crítica, su personaje central en dicha trama es Demetrio Macías, un joven campesino avecindado en el terruño zacatecano de Juchipila, quien vive junto con su familia y coterráneos las injusticias del porfiriato, que lo orillaron a participar en la bola como lo hicieron millones de mexicanos de su condición. Los de Abajo logra, en la prosa del galeno Azuela, configurar imágenes que retratan el drama del México de los desposeídos, de los vilipendiados, de los oprimidos por la dictadura. De los integrantes del Ateneo de la Juventud, que nació en la víspera del estallido revolucionario (1909), solamente Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos se dedicaron a cultivar el género. Ambos vivirían después el exilio en Europa, donde redactaron parte de su obra, Guzmán hizo incisivos comentarios sobre los episodios revolucionarios; de la personalidad de Francisco I. Madero, dijo: “De no haber ordenado Victoriano Huerta el asesinato de Madero, pongo un ejemplo, éste ocuparía un sitio distante en la historia: se le llamaría en lugar del ‘presidente mártir’ el ‘presidente iluso’. Tal vez hoy se le juzgaría más como reaccionario que como revolucionario”. Su otra gran novela, La Sombra del Caudillo (Madrid, 1929), que denuncia el asesinato del candidato opositor general Francisco Serrano, ordenado por

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el presidente Plutarco Elías Calles y el aspirante oficial Álvaro Obregón, en 1927, suceso conocido como La Matanza de Huitzilac, sería llevada a la pantalla grande por el cineasta duranguense Julio Bracho, en 1962, cinta que fue censurada por el gobierno de Adolfo López Mateos y que no fue proyectada al público hasta el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Así, el México institucional se avergonzaría, por décadas, del México revolucionario. Álvaro Obregón en su gobierno (1924-1828) refundó la Secretaría de Educación Pública a la que en sus antecedentes se le conoció como Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, la que fue suprimida por la Constitución de 1917; el cargo lo encomendó a José Vasconcelos, quien desarrolló un brillante papel en su programa educa-

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tivo y en la difusión de la cultura nacional. Fue el gran promotor del muralismo mexicano al invitar a Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Roberto Montenegro a plasmar sus obras en los muros de los edificios públicos. “El arte pictórico no debe existir solamente en los cuadros que están colgados en las casas de los ricos, también debe figurar en las paredes de los recintos oficiales para admiración y disfrute del pueblo”, dijo. Vasconcelos sería aspirante a la sucesión presidencial en 1929, cuya campaña encrespó las aguas de la política. Pudo haber convocado a la Nación a una nueva revuelta armada para defender su triunfo ante el señalado fraude electoral del candidato callista Pascual Ortiz Rubio, pero no quiso y ello disgustó a muchos de sus partidarios.

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| Alberto González Domene | Vio la luz el 7 de marzo de 1935. Hizo sus estudios en el Instituto Francés de La Laguna, en el Tecnológico de Monterrey y en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, recibiendo, más tarde, el título de clasificador de algodón en Murdoch’s Exclusive Cotton de Memphis, Tenn. Casó con Rosario Lamberta Montalbán procreando cinco hijas que han dado a los dos, hasta la fecha, 15 nietos y cinco bisnietos. Fue empresario algodonero durante 34 años y promotor cultural de la Comarca Lagunera durante cinco lustros. Ha ocupado importantes puestos directivos en empresas y asociaciones promotoras del bienestar, el desarrollo y las labores del pensamiento en la Región Lagunera. En 1970, creó en compañía de otros laguneros, el Centro Cultural de La Laguna A.C. fundando el Museo Regional de La Laguna, las casas de la Cultura de Torreón y Gómez Palacio, y en el año 2007, como impulsor de los festejos del Centenario, el Museo del Algodón, en la ex hacienda del Torreón que le dio nombre a la ciudad.


Como poeta y compositor, entre otros poemas, ensayos y canciones, compuso el hermoso Corrido de Torreón. Actuó como coordinador de diversos talleres literarios. Colaboró como articulista por más de diez años en un sinnúmero de diarios y revistas del país. Editó más de 30 libros de autores laguneros cuando fungió como director de Cultura del ayuntamiento de Torreón. Como político, fue electo regidor de Cultura para el trienio 1991-1993 contendiendo por el Partido Acción Nacional como candidato a la presidencia municipal de Torreón para el trienio 1994-1996. Fue nombrado director municipal de Cultura para el trienio 2003-2005, electo diputado local en la LIII Legislatura del Estado de Coahuila en 1994 y electo diputado federal en dos ocasiones, para la LII Legislatura Federal (1982-85) y para la LVII Legislatura del Congreso de la Unión (1997-2000). Ha llegado a ocupar, prácticamente todos los cargos internos del Partido Acción Nacional en su Estado, desde secretario y presidente del Comité Municipal de Torreón hasta secretario de Capacitación y presidente estatal del Comité Coahuilense habiendo fungido como consejero nacional y miembro del Comité Ejecutivo Nacional.


francisco luis urquizo y el soldado desconocido a l b e rt o g o n z á l e z d o m e n e

E

l general Francisco Luis Urquizo nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila, cuna de la Revolución Mexicana. Gracias al surgimiento del mo-

vimiento armado, encabezado por don Francisco Ignacio Madero en 1910, y a su propio talento como persona, escaló la más alta cima de la milicia nacional y de la literatura mexicana del siglo XX. En 1911, se alistó a las órdenes del general Emilio Madero, también lagunero, de Parras, residente en San Pedro, persiguiendo los mismos ideales revolucionarios que muchos otros de sus coterráneos perseguían. Participó

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activamente en los ataques a su ciudad natal, en la Decena Trágica y en las tomas de Torreón y Monterrey. Posteriormente, combatió en Apizaco, Rinconada, Aljibes y, finalmente, le fue leal a Carranza en la tragedia de Tlaxcalantongo. Recibió el grado de general de Brigada en 1916 y fundó la Academia de Estado Mayor, germen del actual heroico Colegio Militar llegando a ser secretario de Guerra y Marina en 1920. Como secretario de la Defensa Nacional repitió en el cargo en 1945 y 1946. Sus méritos como militar son innegables, por eso recibió del Senado de la República la Medalla Belisario Domínguez y del propio gobierno mexicano, la Legión de Honor. Por su brillante trayectoria, descansa hoy en paz en la Rotonda de las Personas Ilustres de la Ciudad de México. El general Francisco Luis Urquizo también descolló en el campo de la literatura revolucionaria destacando como escritor vivaz y ameno. Por sus descripciones auténticas y vigorosas en Memorias de Campaña, Tropa Vieja, “¡Viva Madero!, Fui Soldado de Levita… y una docena de obras más, brilló al lado de Mariano Azuela, Mauricio Magdaleno, Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos. Hoy, pensando en sus compañeros de lucha, comarcanos muchos de ellos, que cayeron en el campo de batalla sin tener su suerte ni sus méritos, sé que al General Urquizo le agradaría también honrarlos y homenajear a aquel soldado desconocido y lagunero que, a pesar de ofrendar su vida en el paredón o el

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campo de batalla, ha permanecido en el olvido sin algún reconocimiento. Cientos de miles de mexicanos perecieron en la lucha; entre ellos, muchos laguneros. Sólo en la segunda toma de Torreón, en abril de 1914, quedaron sembrados en el Cerro de la Pila de Gómez Palacio, en una sola noche, más de seis mil cadáveres. En otras batallas, soldados de la Comarca perdieron la vida persiguiendo un ideal agrario; también ellos fueron hombres valientes que lucharon bravamente con la esperanza de poseer un pedazo de tierra que les permitiera, mantener honrada y decorosamente a su familia. Hoy, permanecen en el anonimato. Algunos quizá hayan sido reconocidos en la voz de los corridos del pueblo; básteme citar al León de La Laguna, Benjamín Argumedo Hernández, originario de Matamoros, que peleó siguiendo a Madero, a Orozco y a Zapata y murió fusilado estando enfermo sin conseguir los ideales del Plan de Ayala. Sepultado en el panteón de Durango, el pueblo le cantó esta gran verdad: “…Tanto pelear y pelear, tanto pelear y pelear, con el máuser en la mano, para venir a quedar, para venir a quedar en el panteón de Durango”. Como él a muchos otros laguneros que, sin mayor retribución, cultivaron los campos de algodón y cayeron sin ver realizado su sueño, y sin ser conocidos ni reconocidos por alguien, les debemos reconocimiento y, hoy, al lado del Gral. Urquizo, les hago un sencillo homenaje dedicándoles siete estrofas de un nuevo corrido:

alberto gonzález domene


Al

s o l da d o l ag u n e ro d e s c o n o c i d o :

“Sol colorado de cobre, que sales por el oriente y que iluminas al pobre con rayos resplandecientes: por un momento ¡detente! al paso del calor, en horas de “la calienta”, cuando tu disco revienta; ¡no hagas llorar de sudores el lomo del pizcador! Los peones en las labores le llamaban “Mayoral” porque tenía la mirada, serena, de águila real, y por seguir a Don Pancho Madero en su convicción, que los llamaba a la guerra para pelear por la tierra contra las tiendas de raya de San Pedro o de Torreón. Le decían “el Mayoral” porque era apuesto y valiente y se le subía la sangre viendo sufrir a la gente. Era amigo de los peones en la cansada labor, por eso lo secundaron cuando siguiendo a Madero bajo los rayos del sol, en armas, se levantó. “Pelones” con carabina iban lanzando este grito: ¿dónde anda ese “Mayoral” que dicen que es muy maldito! Los labriegos les decían: “Pos otra vez se les fue, iba “fajao” de pistola pa’l rumbo del “Cerro Bola”, si no lo encuentran en Parras, lo encuentran en Cuencamé…”. El 22 de noviembre juntó a dos mil campesinos que se fueron a “la bola” por diferentes caminos; leal y firme en el combate muchas batallas ganó. Cayó montado en la “silla” siguiendo a Francisco Villa y solamente el caballo relinchando lo lloró. Voy a dejar mis espuelas colgadas de un pinabete, de un eucalipto, el revólver, y de un huizache mi fuete por si regreso algún día, y, antes del amanecer, una mañana de mayo vuelvo a ensillar mi caballo y me voy por los canales los ranchos a recorrer. Este soldado valiente y lagunero de entraña, fue muy querido en su tierra y respetado en la extraña. Ni en San Pedro conocieron su muerte triste y fatal, pero hoy cabalga sin duelo sobre las nubes del cielo viendo brotar las primicias de otro inmenso algodonal…”.

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| Roberto Martínez García | De raigambre netamente lagunera, nació en Picardías, Durango en el ya lejano año de 1944, fue educado en el seno familiar con valores como el de la responsabilidad y el amor a la tierra. Tuvo la dicha de estudiar, ya que muchos de sus coterráneos no lograron hacerlo, los años cincuenta fueron críticos en el campo lagunero y parecían destruir su deseo de estudiar, pero el cobijo de una institución creada por el cardenismo lo llevó al internado de Santa Teresa de donde egresó como profesor de educación primaria. Buscando la superación personal, logró inscribirse en la Normal Superior de México donde recibió el título de maestro de Historia; su afán por escalar hacia el posgrado lo hizo cursar estudios de maestría en Pedagogía en la Normal Superior de La Laguna. La temática que hasta ahora ha abordado es la relacionada con la historia del campo lagunero y sus personajes, así como las biografías de empresarios y empresas comerciales. Es cofundador del Archivo Histórico de la Universidad Iberoamericana-

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Torreón y obtuvo el premio Magdalena Mondragón en ensayo otorgado por la Universidad Autónoma de Coahuila en 1996. En 1995 se jubiló como profesor, e inició una etapa donde ha cosechado muchas satisfacciones como historiador, actividad que hoy comparte con la de disfrutar la vida familiar, en especial con su esposa María del Pilar y sus pequeñas nietas Azul y Mariana.


la revolución y los campesinos laguneros ro b e rt o m a rt í n e z g a rc í a

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os estudiosos de la Revolución Mexicana de 19101917 señalan como una de las principales causas de ese hecho a la desigualdad e injusticia, principal-

mente en el campo mexicano. En La Laguna aunque era una región con alta productividad y con salarios por sobre el promedio nacional, incidieron en el descontento rural varios factores: a) el despojo de tierras a los pueblos, b) la crisis financiera de 1907 que hizo caer el precio de la fibra y dejó sin trabajo a miles de peones agrícolas, c) la circulación de periódicos como Regeneración que repudiaban al estado de cosas y, d) la influencia de grandes propietarios que alentaron el descontento, donde la figura de Francisco Ignacio Madero es el paradigma. Varios focos de descontento en el campo lagunero y sus alrededores surgieron, como en San Pedro de las Colonias, Matamoros, Viesca y Cuencamé y originados porque a partir de 1730, algunos españoles y naturales de Parras solicitaron a la corona española, en calidad de merced

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real, las tierras del Mayrán argumentando que desde tiempo anterior se habían establecido con su caballada y ganados en aquellos lugares con el fin de crear un colchón protector de Santa María de las Parras ante los ataques de los grupos indígenas que merodeaban por el norte mexicano, eso los convirtió en guardianes de la frontera, soldadoscampesinos comprometidos con la seguridad de entonces. De esta manera fueron dotados de tierras que dedicaron a la ganadería y agricultura a orillas de La Laguna de Mayrán en lugares como Las Habas, San Nicolás, San Esteban y Mayrán. El segundo núcleo campesino en conflicto con la situación que prevaleció durante el Porfiriato fue la región de Viesca. Ahí, desde 1804 la política de colonización de la Comandancia de las Provincias Internas, creó la villa de Nuestra Señora de Begoña de la Nueva Bilbao, lugar que fue colonizado con personas llegadas del Saucillo, Viesca y Parras principalmente, ahí se establecieron 50 familias en un pedazo de tierra de forma trapezoidal conformado por más de 20 mil hectáreas y con una gran cantidad de agua de manantial. El otro caso fue el de Matamoros (entonces llamado San José de Matamoros) que desde 1862 recibió reclamos por parte del propietario de Santa Ana de los Hornos en el sentido de que estaban invadiendo su propiedad, ellos le habían comprado esas tierras al gobierno de Coahuila desde hacía varias

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décadas; el conflicto desembocó en una revolución agraria que finalmente solucionó el presidente Juárez cuando en 1864 dotó a los campesinos. Resultaron beneficiados 352 labriegos con poco más de 100 hectáreas cada uno, con esas tierras se formó el Cuadro de Matamoros. El último caso de campesinos descontentos se localizó en el municipio de Cuencamé, específicamente en el pueblo de San Pedro de Ocuila, donde los campesinos denunciaron desde 1905 el despojo de sus tierras por parte de Ladislao López Negrete, uno de los prominentes abogados de la política porfirista en el Estado de Durango. La llegada de Porfirio Díaz al poder fue funesta para todos los campesinos, pues permitió el despojo de tierras de los pueblos, así como la venta o empeño, por campesinos hambrientos, o simplemente les fueran arrebatadas por presiones, y es que a partir de 1883 el Ejecutivo inició, “en aras de la modernidad”, las acciones tendientes a colonizar las llamadas tierras baldías. La medida trajo como consecuencia que se autorizara a particulares la medición y deslinde, lo que propició que se realizaran una serie de arbitrariedades en perjuicio de los pueblos. En la villa de Bilbao, por ejemplo, los reclamos eran en el sentido de haber sido despojados de tierras y aguas de manantial, resultando favorecidas personas conectadas con el gobierno; los mismos reclamos argumentaron

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los sampetrinos y duranguenses de San Pedro de Ocuila. En Matamoros, la necesidad de tierra para el tendido de vías del ferrocarril y la demanda de fibra hicieron que aparecieran intermediarios, quienes ofrecían precios irrisorios por la tierra; muchos campesinos firmaron papeles en blanco para obtener su libertad al ser encarcelados por faltas mínimas. Acaparador de tierras lo fue Tomás Rodríguez Leos, quien durante el periodo 1879—1896 logró ser propietario de más de ocho mil hectáreas en el Cuadro de Matamoros. Madero y el Plan de San Luis vinieron a soplar en el resentimiento y, la flama agrarista ardió en el corazón de los campesinos laguneros quienes acudieron presurosos a afiliarse, primero al antirreeleccionismo y ya en la etapa armada al maderismo. No lo hicieron por las promesas de democracia, lo hicieron por las promesas de restitución de sus tierras y aguas ya que el artículo 3°. del Plan de San Luis rezó:

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3°. Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdos de la Secretaría de Fomento o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetos a revisión tales disposiciones y fallos y se exigirá la devolución de dichos terrenos a quienes los adquirieron de modo tan inmoral o a sus herederos.… Por esta causa se levantaron en armas algunos miles de laguneros, entre los que destacaron: Gregorio A. García, Pedro V. Rodríguez Triana, Juan Livas, Sixto Ugalde, Benjamín Argumedo y Calixto Contreras, principalmente.

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Antecedentes de la Revolución Mexicana

la bicentenaria viesca y el magonismo en la laguna ro b e rt o m a rt í n e z g a rc í a

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esde 1906 las autoridades tenían noticia de que en la población de Viesca se encontraba funcionando una célula del Partido Liberal Mexicano que en-

cabezaban los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón; su vocero principal era el periódico Regeneración, que era dedicado para atacar al gobierno del general Porfirio Díaz y a todas las autoridades que lo apoyaban. Seguramente los viesquenses, al igual que miles y miles, sufrían los embates del mal gobierno, la discriminación y la injusticia.

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Ese año de 1906 fue recordado porque el benemérito Benito Juárez cumplía 100 años de haber nacido allá en San Pablo Guelatao, Estado de Oaxaca, fecha que no pasaría sin ser festejada. Es necesario recordar que uno de los rivales de Juárez por la presidencia de la República fue precisamente Porfirio Díaz causa por la que la casta gobiernista local tomó el hecho en forma mesurada. Pero los liberales festejaron con entusiasmo al llamado Año del Centenario del natalicio de Juárez. El 21 de marzo de 1906 los manifestantes magonistas de Viesca portaron un estandarte blanco que llevaba el retrato de don Benito Juárez y las iniciales PL (Partido Liberal). Los atrevidos ciudadanos estaban esa vez representados por los señores Donaciano Estrada, doctor Francisco Díaz Carrillo, Epifanio Renovato, Benito Ibarra, Martín Hernández, Faustino Mata, Julián Valero, Pedro González, Maximiliano Delgado y Francisco A. González. Fue el señor Delgado quien hizo pública su filiación al PL, así como sus convicciones políticas, también condenó a quienes conspiraban contra la obra grandiosa del benemérito. De ese lugar se trasladaron al altar que habían levantado bajo un árbol histórico, y lugar donde descansó Benito Juárez en su peregrinación por el desierto norteño; ahí se cantó fervorosamente el Himno Nacional ante los gritos de entusiasmo de la multitud ahí reunida. Agazapados, y entre la multitud, seguramente es-

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taban los espías del régimen, tomando nota de todo lo que pasaba con nombres y todo lo que los esbirros acostumbran. Dos años después, en 1908, la situación económica estaba en un bache, los sin trabajo desesperaron, las plantas de guayule habían suspendido labores, los campos algodoneros igualmente, la minería suspendida y el gobierno sin hacer nada. Poco a poco, un día una pistola, otro día un rifle, y así fueron reuniendo armamento para un levantamiento; todo a costa de sus míseros ingresos: sacrificio para ellos y sus familias. La media noche del día 24 de junio de ese año se lanzaron a la lucha; como en Viesca, al igual que en todas las poblaciones pequeñas, las autoridades lo sabían, pero no hicieron nada para impedirla; además habían recibido telegramas del gobierno alertándolos de posibles levantamientos, no sólo ahí sino en todas partes. Nunca creyeron que fueran ciertos los rumores que ahí rodaban de casa en casa. Llegado el momento, no les quedó más remedio que huir. La policía pretendió resistir sufriendo una baja, los levantados abrieron de par en par las puertas de la cárcel. La Revolución tomó el pueblo sin causar violencia contra las familias y los neutrales. Proclamaron el programa del Partido Liberal y requisaron caballos y fondos de la tesorería municipal. El gobierno de Díaz respondió enviando tropas a la Comarca Lagunera y los revolucionarios tuvieron que dejar el pueblo rumbo a la cercana serranía; a la

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aventura muchos desistieron, los intereses familiares y la comodidad pudieron más que los ideales. La Revolución desenmascaró a los que eran liberales por conveniencia, dañados por el miedo o la incompetencia. El gobierno se impuso pero no vencieron; las traiciones e indecisiones sólo aplazaron el triunfo. Muchos murieron y una docena fue capturada. Éstos fueron juzgados por jueces con la consigna en el bolsillo, el resultado fue: Lorenzo Robledo 20 años de reclusión, Lucio Cháirez, Juan B. Hernández, Patricio Tolentino, Félix Hernández, Gregorio Bedolla, Leandro Rosales, José Hernández, Andrés Vallejo y Julián Cardona 15 años cada uno y Juan Montelongo tres años. Deberían cumplir su condena en las mazmorras del húmedo e insalubre San Juan de Ulúa, frente al puerto de Veracruz. Escribió Prágedis Guerrero lo siguiente: “Para José Lugo se dictó la pena de muerte. Su juventud vigorosa, su audacia, su personalidad simpática y resuelta hirieron la mente atrabiliaria de los verdugos. Fusilarían a la Revolución en el pecho de aquel joven tan valiente y altivo.

El frío de su cadáver apagaría la brasa que chispeaba; Lugo afrontó, sin inmutarse, las consecuencias de sus acciones de libertario; se negó a delatar a sus compañeros y abofeteó con su verbo de libertad y de justicia a los sicarios que le enviaron al patíbulo. La ejecución fue aplazándose y Lugo vivió largos meses en la prisión, esperando diariamente la muerte con la tranquilidad del consciente; tratando con fraternal bondad al amigo que torpemente lo entregó a los opresores. En sus labios no asomó nunca la recriminación o la queja. Era inmenso aquel joven que espantó a sus jueces con la grandeza de su carácter. Llegó al fin el momento que el despotismo creyó oportuno y José Lugo fue conducido a un corral. Quisieron ponerle una venda, pero la rechazó desdeñosamente y se colocó firme, sereno, sin alteraciones en el pulso frente la escuadra de soldados, que pálidos descargaron sus armas en pecho heroico. Luego, la plancha, la exhibición salvaje de un cadáver agujerado para causar terror en los ánimos. Una madre desolada. La tiranía más débil. La Revolución en pie. ¡José Lugo inmortal! Una fecha que no olvidaremos: 3 de agosto de 1910”.

Fuentes consultadas Prágedis G. Guerrero en Regeneración, periódico independiente de combate, “Notas del Centenario”, 5 de abril de 1906, p.4 | “La Muerte de los Héroes”, 3 de septiembre de 1910, p.1 | “Episodios Revolucionarios. Viesca”, 17 de septiembre de 1910, p.1.

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los guerreros de la laguna ro b e rt o m a rt í n e z g a rc í a

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os campesinos laguneros que se fueron a la Revolución Mexicana en 1910 eran hombres acostumbrados al uso de las armas, no en balde sus antepasados

habían servido desde la época colonial (1722) como “guardianes de la frontera” ante los ataques de los nómadas. Tal era el caso de los habitantes de Las Habas, San Nicolás, Mayrán, San Esteban, entre otros, esto en el municipio de San Pedro. En la misma situación estaban los de Bilbao por el rumbo de Viesca. A ellos se unirían los del Cuadro de Matamoros, todos ellos formaron a uno de los grupos más aguerridos de la Revolución. Los guerreros de La Laguna luchaban por la restitución de tierras, las que les habían sido arrebatadas por el Porfiriato, primero con el garlito de la medición de tierras dos siglos de historia en

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baldías, después con artimañas mercantiles. Ellos vieron en el señor Madero a la tabla de salvación y apoyaron su causa, pero no les cumplió y voltearon al zapatismo que lanzó el Plan de Ayala donde se exigía la restitución de tierras. Zapata los encauzó hacia el orozquismo y bajo esta bandera combatieron al Mártir de la Democracia. Asesinado Madero, el gobierno de Huerta los llamó para que se pusieran en paz y se dedicaran a trabajar la tierra, que era lo que querían; hasta fueron recibidos en la capital mexicana como “los héroes de la paz”. Y aún más, les reconocieron los grados obtenidos en la Revolución y pensiones para las viudas, entre otros beneficios. Pero, otra vez el maldito pero, les pusieron como condición que ayudaran a lograr la paz en caso de que hubiera levantamientos. Por esos días ya Venustiano Carranza llamaba a la rebelión, y ni modo de decir que no, había que combatirlo. ¡Nada más faltaba que dijeran que los laguneros eran rajados! En su lucha contra el constitucionalismo dieron muestras de su valor guerrero, pues sirvieron al gobierno de Huerta como carne de cañón, díganlo si no las batallas de Gómez Palacio, Torreón y Zacatecas; en todas ellas fueron quienes dieron la cara ante las decenas de miles de rebeldes villistas, carrancistas y todo tipo de “istas”. Cuando el ejército regular salía en exploración -ellos eran irregulares- los

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laguneros cuidaban la vanguardia y los flancos; cuando abandonaban una ciudad, ejemplo Torreón y Zacatecas, eran los últimos en salir. Finalmente su bravura y lealtad no bastó para obtener que se les beneficiara con lo que solicitaban: la tierra. Derrotado el gobierno de Huerta, las circunstancias no les permitieron ponerse en paz. Eran los enemigos más odiados de los triunfantes constitucionalistas, quienes los tenían por traidores. ¿A quién?, se preguntará. A sus ideales no, a los hombres sí, especialmente a los que habían dado muestras de que las necesidades de los pobres no les interesaban. Anduvieron errantes durante un periodo de tres meses, sobreviviendo en tierras lejanas a las suyas, en los estados de Puebla, Tlaxcala e Hidalgo. En septiembre de 1913 entraron en contacto con alguien que sí entendía su ideal: el general Emiliano Zapata. Al lado de él combatieron, principalmente al carrancismo que se encontraba establecido en Veracruz, esperando que los hombres de Sonora resolvieran el conflicto bélico. Unidos, Villa y Zapata, por medio del gobierno nombrado en la Soberana Convención de Aguascalientes, los laguneros supieron lo que era estar en el poder. Hasta se nombró a su líder, general Benjamín Argumedo como jefe de la División de Oriente, Villa era el de la del Norte y Zapata de la del Sur.

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Carranza buscó denodadamente el reconocimiento de los Estados Unidos y lo logró. Armas, pertrechos y todo tipo de recursos empezaron a fluir hacia él, claro, que a sus enemigos todo se les empezó a complicar. Villa fue derrotado en Celaya en abril de 1915, Carranza con todo el apoyo estadounidense atacó a la capital donde los laguneros dirigieron la defensa, teniendo que abandonarla. Derrotados completamente, se dirigieron rumbo al norte, iban Argumedo y sus laguneros, otros procedentes de La Laguna duranguense (región de Santa Clara y Simón Bolívar) que habían seguido a Luis Caro, así como villistas del rumbo de Cuencamé que estaban bajo el mando del general Canuto Reyes. Zapatistas o argumedistas, unidos a los villistas, atacaron a las ciudades de Lerdo y Gómez Pa-

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lacio a fines de 1915 y principios de 1916. El León de La Laguna fue aprehendido cerca de San José de los Reyes, rumbo de Santa Clara, y fue fusilado en la ciudad de Durango el 1 de marzo de 1916. Pareciera que todo su afán había quedado en nada, otra vez a volver a las haciendas, a trabajar como peón, es natural que el desaliento en los guerreros laguneros cundiera, pero el jefe del Estado Mayor del general Argumedo, el también general Pedro V. Rodríguez Triana, en 1920 levantó la bandera del Partido Nacional Agrarista. A partir de ese momento los guerreros decidieron entrar a la lucha política para obtener lo que había sido por tantos años su anhelo y que tanta sangre había costado. Todo, en detalle, lo podrá usted leer, con todo y evidencias, en la obra Benjamín Argumedo. El León de La Laguna.

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los guerreros de la laguna y sus nuevas armas ro b e rt o m a rt í n e z g a rc í a

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inalizada la fase armada de la Revolución Mexicana, la mayor parte de los campesinos laguneros que se levantaron en armas regresaron a sus hogares para seguir

trabajando como peones de las haciendas. Pocos fueron los que se conformaron con esa situación y siguieron levantados, sobreviviendo con lo que podían esquilmar a los ranchos y haciendas alejadas de los centros urbanos. Sentían que hacía falta que la famosa “revolución triunfante” hiciera justicia a los desamparados, y la verdad, con Carranza en el poder no se veía para cuándo. Uno de los hombres que habían sido fundamentales en la dirección de las fuerzas campesinas de La Laguna fue el general Pedro Rodríguez Triana, él fue quien retomó la bandera que su jefe Benjamín Argumedo había enarbolado: la lucha por la posesión de la tierra.

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Para 1920 el país había entrado en una fase de pacificación, los momentos cumbres de la lucha armada habían pasado, los combatientes y principalmente la sociedad civil estaban cansados de la inseguridad y la violencia. Así que a partir de entonces, el General Rodríguez visitó rancho por rancho del estado de Coahuila para formar comités agrarios que se afiliaran al Partido Nacional Agrarista (PNA), él había sido nombrado por ese partido como su delegado en Coahuila y conocía a los fundadores zapatistas de esa organización desde que anduvo combatiendo en el sur del país al lado de las huestes del General Zapata. No fue fácil su tarea, el estado de Coahuila estaba gobernado por personas allegadas a quienes poseían la tierra. Asesinado Carranza, la gestoría agraria era difícil: el líder político ahora era el general Manuel Pérez Treviño, además, La Laguna estaba convertida en el gran bastión productor de fibra de algodón y generaba muchos impuestos, colaborando con ello a la estabilización económica nacional, causa por lo que se consideraba una región intocable para acciones expropiatorias. Pero Rodríguez Triana no se amilanó y continuó con su tarea de hacer llegar a la población campesina lo que había sido un sueño ancestral y principal causa de su participación en la Revolución. Fueron años de empeño, pequeños triunfos y grandes sufrimientos. La sequía del periodo 1921-1922 caló hondo en los peones, quienes se vieron sin trabajo,

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movilizados de las fincas algodoneras y fueron trasladados a lugares lejanos de La Laguna como la hacienda de Pinos, Durango, y San Carlos, Coahuila. Salarios bajos, apenas para subsistir elementalmente y lo peor, maltrato de quienes atendían la administración de las fincas. Se vivió un virtual estado feudal con la carencia de la mínima asistencia social como casa, medicina y educación. ¡Y ya se había promulgado hacía varios años la Constitución de 1917! Lo que originalmente pidieron los campesinos no fue la posesión de la tierra sino “que les devolvieran las que les habían esquilmado”, como la parte baja del río Nazas, las tierras de Bilbao, así como el Cuadro de Matamoros. Las dos primeras les habían sido mercedadas por la Corona española en el siglo XVIII y, el Cuadro de Matamoros les fue otorgado por Benito Juárez en 1864. La lucha agraria en La Laguna creció, tanto así que su líder fue nominado para contender por la presidencia de la República en 1929 por los grupos de izquierda, la nominación fracasó y Rodríguez se refugió con una parte de sus seguidores en la región de Viesca para capotear no sólo el temporal político sino también el económico, el mundo entró en crisis durante 1929-1933. Parecía que nada cambiaba hasta que Rodríguez Triana entró en contacto con el ala agrarista del partido oficial, el PNR, ahí estaban hombres como Adalberto Tejada, Graciano Sánchez, Lázaro Cárdenas, Francisco Mugica y otros.

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A partir de entonces, su figura política creció paralelamente, en Coahuila, a la del General Cárdenas en el ámbito nacional. Cárdenas en la presidencia del PNR y Rodríguez Triana dejó de ser perseguido y marginado en Coahuila; Cárdenas, candidato a la presidencia de la República, Rodríguez Triana jefe de su campaña en el estado de Coahuila; Cárdenas presidente y Rodríguez Triana miembro del Departamento Agrario y después gobernador de Coahuila. Como miembro del Departamento Agrario, Rodríguez Triana fue protagonista del reparto agrario en 1936, así se cumplió un sueño que parecía inalcanzable. La Laguna se cimbró y empezaron a llegar los frutos de la Revolución: los ahora ejidatarios construyeron escuelas rurales federales, se crearon centros de atención médica, internados para hijos de los trabajadores y apoyo a todo tipo de actividades de empleados, obreros y campesinos. Por su parte, para los antiguos propietarios aquello fue el desastre, muchos abandonaron la parte que les correspondió, según el decreto expropiatorio, aunque la gran mayoría retor-

nó poco tiempo después. Las grandes propiedades agrarias se convirtieron en pequeñas propiedades de 150 hectáreas que empezaron a subdividirse y así surgieron miles de empresarios. Muchos se convirtieron en prestadores de servicios y comerciantes de productos afines a la agricultura. La Laguna sufrió cambios importantes. Se tuvo que reglamentar el uso y aprovechamiento del agua del Nazas y Aguanaval. Los campesinos se convirtieron en sujetos de crédito y fue el Banco de Crédito Colectivo Ejidal quien se los proporcionó.* El afán de poseer la tierra rindió sus frutos y aquellos hombres que habían tomado las armas para hacer valer su derecho a la sobrevivencia ahora las cambiaron por el arado, la pala y el azadón, símbolos del trabajo productivo y que dignifica al ser humano. Los años del cardenismo fueron testigos de un verdadero romance entre pueblo y gobierno, romance que terminó tan pronto aparecieron los promotores de la teoría de la libertad para que el pez grande se coma al chico y que llevó al ejido a su práctica desaparición.

Fuente Roberto Martínez García, “El reparto agrario” en 100 años… Cien lecciones en el Agro Lagunero, (coord. Yeye Romo Zozaya), edición de ingenieros agrónomos del Tecnológico de Monterrey, Sección Laguna, México, 2009, pp. 98-121

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la educación popular: fruto de la revolución ro b e rt o m a rt í n e z g a rc í a

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os hombres y mujeres que se incorporaron a las filas revolucionarias lo hicieron motivados por un cambio que les permitiera la movilidad social, que

valorara lo nacional y respetara la dignidad del ser humano. Sus propuestas podrían sintetizarse en tierra, trabajo digno, libertad y educación. Tanto los pensadores de la Soberana Convención Revolucionaria inaugurada en la Ciudad de México por el Primer Jefe y trasladada a la ciudad de Aguascalientes por villistas y zapatistas dedicaron gran parte de sus esfuerzos para legislar el rubro educativo. El Artículo 3º. Constitucional contiene el espíritu que animó a los luchadores sociales de esos tiempos. dos siglos de historia en

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Pero las leyes decretadas tardaban en hacerse realidades, La Laguna vio pasar los años y el fruto no llegaba cabalmente. Las cosas en el campo, por ejemplo, eran igual que antes, sólo había escuelas en los centros administrativos de las haciendas como La Concha, La Flor de Jimulco, Tlahualilo, Santa Teresa, Lequeitio, La Coruña, San Ignacio, El Burro, y algunos otros etcéteras. La inmensa parte de la población seguía sumida en el analfabetismo. La llegada de Obregón al poder teniendo como secretario de Educación a don José Vasconcelos pareció incentivar el ramo educativo, así, en los centros urbanos, como Torreón, se construyeron varias escuelas oficiales. A partir del boom algodonero de 1921-1928 el comercio entró en una etapa de auge proliferando en la región las escuelas llamadas comerciales. Pero en el campo lagunero nada, o casi nada se hacía. No fue sino hasta el advenimiento del cardenismo cuando la educación en La Laguna sintió los efectos de la Revolución triunfante. El evento cumbre había sido el reparto agrario de 1936, de tal manera que a partir de diciembre de ese año se creó la Dirección Federal de Educación y se implementó un sistema que tendió a desarrollar la explotación científica del campo. La base del sistema descansaba en la creación de escuelas primarias rurales, las que fueron construidas en cada ejido por las manos de los campe-

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sinos en actos de solidaridad que son muestra de que cuando hay autoridades sensibles a las necesidades el pueblo no niega su esfuerzo. El sistema continuaba con la preparación complementaria que llevaba a la terminación de la educación primaria (5º. y 6º. grados) Así fue que el Gobierno Federal por medio de la Secretaría de Agricultura y Ganadería fundó el 10 de abril de 1938 una escuela para desarrollar la vocación agrícola en Santa Teresa, municipio de San Pedro de las Colonias. Otro paso decisivo para fortalecer ese proyecto fue el que tomó el gobierno estatal encabezado entonces por el general Pedro V. Rodríguez Triana al hacerse cargo del funcionamiento total de la Escuela Superior de Agricultura Antonio Narro (hoy UAAAN) dotándola de terrenos y aguas, además se adquirió la finca Aguanueva en San Pedro de las Colonias con el fin de que los jóvenes egresados de las vocacionales cursaran la preparatoria y así poder acceder a la Narro. La educación popular del campo y la ciudad vivieron momentos cumbres durante este periodo; en Torreón, por ejemplo, se creó la Escuela Politécnica que pretendió ser la antesala para los hijos de los trabajadores que pretendían inscribirse en el Instituto Politécnico Nacional. Durante el cardenismo esa institución funcionó con ese nombre, pero al término del periodo del gobierno estatal le fue cambia-

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do por el de Secundaria y Preparatoria Venustiano Carranza. El gobierno estatal cardenista sostenía 113 escuelas primarias urbanas, 25 rurales, cinco jardines de niños y diez escuelas para adultos, además controlaba 33 academias comerciales; de él dependían 650 maestros de educación primaria, cinco de jardín de niños, y 12 de educación para adultos, al mismo tiempo la Federación sostenía y controlaba 486 escuelas rurales, 19 urbanas, 42 Artículo 123, 11 primarias incorporadas y 42 particulares. Todas con 828 maestros. Con el paso del tiempo el proyecto del general Cárdenas en apoyo a los campesinos se ha venido abajo, desapareció la prepa de Aguanueva, el internado de Santa Teresa sufrió el ataque del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz al dejar de ser Normal Rural en 1969 y convertirla en escuela secundaria técnica, gobiernos posteriores la cerraron. Por las aulas de Santa Teresa desfilaron muchos jóvenes

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que destacaron en diversas ramas del saber humano, tres ejemplos de los primeros tiempos daré: el científico ingeniero Mario Castro Gil, el actor Rubén Aguirre mejor conocido como El profesor Jirafales y los deportistas y glorias laguneras de beisbol Moisés Camacho y Rafael Fabela; del pasado como Normal Rural sus frutos han sido muchos profesores los que se han distinguido como docentes, y directivos en la educación, muchos más en las ramas de la ciencia, el arte (música, danza, pintura, literatura, teatro, etcétera) y la política. Hoy, los santateresinos estamos de fiesta al ver que nuestra alma máter surge de sus cenizas, gracias a la decisión de una institución hermana: la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN) y al apoyo del gobierno estatal, pues la Narro se hará cargo de las instalaciones e impartirá sus conocimientos para beneficio de jóvenes laguneros que deseen abrazar el estudio científico del campo.

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| Ilhuicamina Rico Maciel | Aunque nació en El Recodo, Sinaloa en 1960, es lagunero por adopción, ya que llegó a Torreón en 1972. Aquí hizo sus estudios de licenciado en Sociología en la UA de C. Mientras estudiaba, colaboró como auxiliar de investigación en el proyecto El agroeco-sistema de La Laguna del Mayran para la Internacional Federation of Institutes for Advanced Studies (IFIAS) perteneciente a la Organización de las Naciones Unidas. Entre 1985 y 1989 trabajó como investigador de tiempo completo en el Centro de Estudios Superiores de la CTM para elaborar los Cuadernos de Historia del Movimiento Obrero y La CTM en la lucha por la alimentación. Su interés por la historia de nuestra región lo llevó a participar en el concurso Papeles de Familia, organizado por la Universidad Iberoamericana Laguna en donde fue uno de los diez ganadores con la biografía de su abuelo Arcadio Rico de la Cruz.


En el año 2000 terminó su libro Génesis Laboral en Coahuila, el que trata sobre el proceso de industrialización del Estado y formación del movimiento obrero coahuilense entre 1880 y 1913. Recibió el grado de bachelor in arts por la Universidad Cristiana Heritage de Florence, Alabama en el año de 2005. Durante su estadía en aquel país realizó una investigación sobre las causas de la guerra entre Estados Unidos y nuestro país. Sus afanes investigadores lo llevaron a participar en el certamen de Historia organizado por el Archivo Municipal en el año 2001 con el tema Torreón ABC, visión de la historia de nuestra ciudad desde la perspectiva del algodón, la banca y el crédito y el siguiente año con el ensayo La Intolerancia religiosa en Torreón. Desde el año 2005 entró a formar parte de la Comisión de Historia del Centenario de Torreón, donde participó en la publicación de artículos periodísticos históricos en los diarios locales. También es coautor del libro Panorama desde el Cerro de las Noas. Siete ensayos de aproximación a la historia torreonense. Actualmente está por aparecer una profunda investigación que ha hecho sobre las fechas que han marcado la historia política, económica, social, cultural, deportiva y taurina de nuestra ciudad. Este interés por las efemérides de Torreón viene de su colaboración con doña Beatriz Gonzalez Montemayor en 1998 para la obra Efemérides de Torreón. En estos momentos está dedicado a la investigación de la Revolución en La Laguna, en el periodo de 1908 a 1913, cuando esta zona era un importante centro de actividades magonistas y maderistas.


carothers El agente consular americano en la Revolución i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

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n personaje poco conocido de la Revolución y que tuvo una influencia sobre Villa, Zapata y Obregón fue George Cupples Carothers, quien

desempeñó el puesto de agente consular americano en Torreón y durante la Revolución representante del presidenteWilson ante el general Francisco Villa. Nació en San Antonio, Texas en 1878, siendo todavía un niño ingresó al país y en 1895 llegó a Torreón para trabajar como cajero de la compañía del Ferrocarril Internacional Mexicano. Al poco tiempo se separó de esta compañía para establecerse por su cuenta con un comercio de abarrotes en el que tuvo tanto éxito, que dos años después, para poder surtir la demanda continua de su clientela, organizó la Compañía Mercantil

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de Torreón, S. A. de la que fue gerente por algún tiempo. A pesar de que en 1900 Carothers fue designado agente consular de los Estados Unidos en Torreón, no abandonó sus negocios, mezclando continuamente sus responsabilidades oficiales con sus asuntos privados. Para 1905 había establecido The Laguna Brokerrage and Comision Co. Sucesor, The American Liquor Co. y la Compañía Minera Cinco de Mayo que trabajaba minas cerca de Mapimí, a la vez ocupó el cargo de secretario de la Cámara de Comercio de Torreón y empresario teatral. A principios de 1907, aprovechando el auge de Torreón, invirtió fuertes sumas en la adquisición de 120 cuadras de la ciudad y las subdividió en pequeñas secciones de tal suerte que estuvieran al alcance de toda la gente. Poco es lo que sabemos de la familia de Carothers en Torreón, estuvo casado, tuvo un hijo y vivía en la avenida Morelos número 62. Tulitas Wulff nos dice: “Clarita Carothers, la ingeniosa y atractiva esposa del cónsul americano... era en cierto sentido el árbitro social entre el grupo más joven. Ella tenía una bonita piel blanca, cabello rizado rubio cenizo... pestañas y cejas muy pálidas. Ella acostumbraba a decir: ‘Tengo la cara como pastel crudo’. Por otra parte George Carothers era una persona muy apreciada en la comunidad y decían que “era un hombre fornido que amaba la comida”, ganando el título de “El extranjero más popular de la ciudad”.

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Durante la Revolución Maderista de 1910-1911 Carothers hizo reportes de la situación que prevalecía en la región para el Departamento de Estado de los Estados Unidos. En la toma de la ciudad de Torreón por las fuerzas maderistas, fue uno de los testigos del vandalismo y la matanza de chinos cometidos por el pueblo y los maderistas. George C. Carothers el 16 de diciembre de 1913 fue comisionado por el presidente de los Estados Unidos Wooldrow Wilson como su representante ante el general Francisco Villa, acompañándolo durante dos años. Sobre esta época Paco Ignacio Taibo II, en su libro Pancho Villa, menciona lo siguiente “Viajaba en compañía de Villa, comía en su mesa, gozaba de espléndidas concesiones, tenía influencia con el caudillo y aun servía de consejero en muchas ocasiones”. Esta situación le ganó la enemistad del gobierno del general Huerta, quien en vista de que “da muestras patentes de simpatía a los revolucionarios mexicanos y de proporcionar informes inexactos, favorables a éstos”, el 8 de abril de 1914, acordó retirar a Carothers el exequátur (concesión dada a los agentes extranjeros para ejercer funciones en el territorio nacional) que se le expidió el 11 de febrero de 1912, para fungir como agente consular honorario de los Estados Unidos en Torreón. Carothers se hizo muy amigo del líder de la poderosa División del Norte y fue el enlace entre los líderes popu-

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lares Villa y Zapata cuando tomaron la Ciudad de México, a los que influenciaba en sus negociaciones contra Carranza. Estuvo muy activo en 1914 cuando los marines invadieron Veracruz y Tampico. Fue el negociador principal entre Venustiano Carranza y Woodrow Wilson acerca del retiro de los marines, a cambio de que Carranza no se adueñara de los campos petroleros de la Faja de Oro en la zona de Tampico. Siempre se mantuvo al lado de Villa hasta su derrota en la batalla de Agua Prieta, Sonora, el 9 de marzo de 1915. Tiempo después Carothers se trasladó a vivir a El Paso, Texas, fue el guía del

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general Pershing cuando éste invadió a México en busca de Francisco Villa, que había atacado Columbus. Además de relación con Villa al que sirvió de enlace entre Álvaro Obregón y Samuel Bush, este último era el encargado de proveerle armas a los sonorenses para que derrotaran a Villa. Después de la Revolución Carothers nunca regresó a México, y vivió en Nueva York, donde fue hombre de negocios y se casó con Minna Hall. Su fallecimiento ocurrió en Lake Hiewatha, New Jersey el 4 de agosto de 1939 de un ataque al corazón. Fue tanta la gente que asistió a su funeral que muchos se quedaron fuera en la calle.

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el 20 de noviembre de 1910 en gómez palacio i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

E

P r e pa r at i vo s

l día 3 de noviembre de 1910 llegó a Torreón un correo personal secreto de Francisco I. Madero y se entregó a Manuel N. Oviedo, un ejemplar del Plan

de San Luis, además de instrucciones verbales. Se convocó inmediatamente a junta íntima a Orestes Pereyra y sus dos hijos, Alfonso Barrera Zambrano, Mariano López Ortiz y otros. Después de la junta secreta en que se dio a conocer el Plan de San Luis, el profesor Oviedo y Pereyra tomando contacto con Jesús Agustín Castro (inspector del tranvía eléctrico de Lerdo a Torreón) en Gómez Palacio, que con Dionisio Reyes y otros antirreeleccionistas duranguenses había

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iniciado también un movimiento conspiratorio, y estaba en comunicación hacia el mismo fin con Atanasio Mitchel, Guillermo Martínez Baca, y Juan Bautista del mismo apellido y Félix Torres, conspiradores de Parral. Se dice que entre los sediciosos se hallaban también Arturo Barrera y Aurelio Hernández, de Torreón. El antirreeleccionismo en Torreón, tenía por partidarios a una mayoría de habitantes de todas las clases sociales, pero los directores de la conspiración revolucionaria deberían invitar solamente a los que por sus circunstancias tuvieran posibilidad y decisión para lanzarse a la lucha; entre los partidarios exaltados había algunos en la Metalúrgica y en otros centros industriales, a donde encaminaron sus gestiones los conspiradores. Desde el día 16 de noviembre, en la noche, acordaron reunirse los maderistas de Gómez Palacio, contando con 20 carabinas de distintos calibres y bastante parque. En la presidencia municipal empezaron a recibirse anónimos conteniendo delaciones que señalaban a los más connotados maderistas como conspiradores. El alcalde Leopoldo Escobar quien se encontraba en la Ciudad de México, para tratar el asunto con el gobierno federal, al conocer las noticias de los sucesos de Puebla, regresó de inmediato a Torreón en compañía del jefe político de Lerdo, arribando la mañana del 20 de noviembre.

dos siglos de historia en

El

lu n e s r e vo l u c i o n a r i o e n g ó m e z pa l ac i o

El 20 de noviembre, a las 6 de la tarde, salieron de una casa al sur de Gómez Palacio, en que estaban ocultos los revolucionarios, dirigiéndose a Santa Rosa, sitio donde se repartieron machetes a los que no llevaban armas de fuego. En ese lugar se incorporó Alfonso Barrera Zambrano con otro grupo de torreonenses, quienes habían considerado no tener elementos suficientes para atacar la plaza de Torreón y acordaron retornar a Gómez Palacio.

La toma de la c o m a n da n c i a d e p o l i c í a A las dos de la mañana del 21, unos 70 u 80 maderistas atacaron a la comandancia de policía de Gómez Palacio, que estaba resguardada sólo por el comandante Eucario Ruiz, el primer ayudante, cuatro gendarmes y Arturo Torres. Inmediatamente se abrió el fuego por los sublevados siendo contestado por la policía hasta que en un momento en que ya sin parque, el comandante Ruiz y sus hombres escaparon por una puerta trasera. Los sublevados tomaron posesión de comandancia, abrieron la prisión liberando a los presos, tomaron posesión de las azoteas de las casas vecinas a la comandancia y robaron varios caballos de los vecinos.

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S aq u e o

en el montepío

Una vez tomada la comandancia por los rebeldes, que ya constituían un número como de 200, la dejaron perfectamente resguardada, dirigiéndose al Montepío donde exigieron a Marcial Avitia les abriera la puerta, lográndolo con facilidad. En seguida se apoderaron de todas las armas y cajas de parque que allí se encontraban y se hicieron reparto de ellas.

Las

c o n t r i buc i o n e s

Acto seguido los sublevados se dirigieron a la subrecaudación de contribuciones, a cargo de Mariano García. Allí les fueron abiertas las puertas por éste a instancia de los sediciosos, que exigían la cantidad de 10 mil pesos, reembolsables cuando la causa de Madero triunfara. García expuso que no tenía en existencia la suma y, amenazado de muerte, fue estrechado a que abriera la caja de fondos, donde extrajeron la suma de 800 pesos, única existencia que había.

El

p r i m e r av i s o

A eso de las dos y media de la mañana y mientras en Gómez Palacio se desarrollaban los acontecimientos, el coronel retirado Carlos Abundis, se hallaba en Lerdo tomando café, y al oír estas deto-

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naciones que por el rumbo de Gómez Palacio se oían, inmediatamente mandó dar aviso al jefe político, coronel Ismael G. Zúñiga, y por su parte, violentamente se dirigió a su casa a disponerse para prestar sus auxilios. Zúñiga se levantó en el acto, ordenó a Chávez, jefe de rurales que se alistara con 16 de sus subordinados a la vez que por teléfono solicitó auxilio de las fuerzas federales de Torreón. Listo el pequeño auxilio de Lerdo, salió como avanzada para Gómez Palacio, el coronel Abundis al frente de siete rurales entre éstos el cabo segundo Antonio Tello; e inmediatamente salió el jefe policía hacia la misma población al frente de diez rurales.

El primer e n f r e n ta m i e n t o El auxilio que salió de Lerdo ignoraba que la comandancia de policía de Gómez Palacio estaba en poder de los rebeldes, así como de las posiciones que éstos guardaban; en tal virtud, la avanzada del coronel Abundis llegó con toda confianza a la calle donde se encontraba la comandancia, y casi enfrente de ésta fueron recibidos a balazos por los revolucionarios, iniciando un nutrido tiroteo por ambas partes. En esta acción al coronel Abundis le mataron el caballo. En vista de esto, ordenó la retirada de los rurales por considerar inútil el ataque, toda vez

ilhuicamina rico maciel


que los sediciosos guardaban la posesión de las azoteas vecinas desde donde estuvieron manteniendo el fuego: y él se replegó a un mezquite, donde permaneció con toda serenidad, lograron salvarse, sin duda, porque no se le creyó enemigo. Los 7 rurales, no obstante, tuvieron otro encuentro con los rebeldes, frente al mercado, donde esta lucha fue más empeñada en la que resultó muerto el rural Ramón Rosales y gravemente herido Leandro Zermeño, a machetazos, perdiendo también el caballo.

El

jefe político s e bat e

Mientras tenía lugar la acción, el coronel Ismael G. Zúñiga, jefe político del Partido, al frente de diez rurales como hemos dicho, se encontró con la horda que se dirigía a la Administración Subalterna del Timbre en Gómez Palacio; los rebeldes al notar el grupo de rurales, lanzan un ¿Quién vive? al que contestó Zuñiga “¡Supremo Gobierno!”. A esta respuesta se abrió un nutrido fuego por ambas partes. Tanto por la oscuridad de la madrugada, como por las magníficas posiciones de los sublevados, Zúñiga no quiso exponer inútilmente la vida de sus valientes rurales y determinó esperar el refuerzo que había solicitado de Torreón; a este efecto, se replegó con su pequeña fuerza a la estación.

dos siglos de historia en

La

m u e rt e d e c h á v e z , j e f e d e ru r a l e s

Después de haber salido el auxiliar de esta ciudad, partió el jefe del destacamento de rurales de ésta, Félix Chávez, con su asistente Santiago Yánez y otro rural; y en la calzada que une a Torreón con Gómez Palacio, fueron asaltados por un grupo numeroso de revolucionarios. El ataque fue rudo y enérgico y en la defensa desesperada, resultó muerto el jefe Chávez y gravemente herido su asistente Yáñez que murió más tarde. Los rebeldes despojaron el cadáver de Chávez de una cartera con 400 pesos, llevándose además su caballo, pues éste no apareció.

El

asedio

Los maderistas abandonaron la comandancia de policía de Gómez Palacio, se reconcentraron y organizaron; y en seguida emprendieron el camino a Torreón, por la calzada de la antigua vía de tranvías. Notado el movimiento por el Coronel Zúñiga y ya con el auxilio enviado de Torreón consistente en un piquete del VIII de caballería y otro del XXIII de infantería, se pusieron en persecución de la partida. Una parte de los revolucionarios se parapetó en el primer puente inmediato a esta ciudad donde hizo frente a la fuerza federal. En esta acción, que tuvo lugar entre las 6 y 7 de la mañana, fallecieron dos soldados del VIII regimiento

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que como los del XXIII de infantería se enfrentaron a los alzados al mando del teniente coronel Sardeneta. Muy acertadas estuvieron las órdenes del coronel Zúñiga en este encuentro con los revolucionarios, pues antes de que lograran continuar su camino hacia Torreón, logró separarlos debilitando así su acción y evitando por lo mismo el ataque que de seguro hubieran sufrido los pobladores.

Fuga Los revolucionarios derrotados emprendieran precipitadamente la fuga

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por enfrente del parque Victoria (Lerdo), para irse a refugiar en los cerros del panteón, donde permanecieron cerca de 4 horas, al rancho El Rayo llegaron a las 12 del día 21. En ese rancho dieron descanso a sus caballos y sin cometer atropello ni daño alguno, se dirigieron a San Juan de Casta y sierra del Rosario. Los siguientes 21 y 22 recorrieron haciendas del rumbo y reclutaron alguna gente, y el día 23 el Coronel Zúñiga los tiroteó en Sapioriz, donde la mayor parte de los rebeldes se dispersó, quedando Pereyra y Castro con algunos cuantos hombres que siguieron la lucha.

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breve historia de la aviación en la revolución i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

A

l estallar la Revolución Mexicana en 1910, ningún combatiente utilizó de forma directa aeronaves como medio de combate aéreo, aun

cuando el presidente Porfirio Díaz manifestó el deseo de comprar aviones en Francia y mandar algunos militares que se entrenaran como pilotos. M a d e ro El 30 de noviembre de 1911, pocos días después de que el presidente Francisco I. Madero tomara posesión de su cargo, se presentó en el campo de Balbuena para presenciar una exhibición aérea. El piloto Dyot invitó a Madero volar y éste aceptó gustoso, el presidente subió al avión y se colocó en el asiento delantero del Deperdussin de Dyot, y el piloto en la parte posterior con los controles. Después de un despegue cuidadoso, el avión sobrevoló varias veces por el campo y sus alrededores para aterri-

dos siglos de historia en

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zar tras diez minutos de vuelo. Francisco I. Madero se convirtió en el primer jefe de Estado que voló en un avión. Madero, persuadido de las posibilidades de la aviación, ordenó la compra de 5 aviones a la casa Moissant de Long Island y becó a varios jóvenes, entre ellos a los hermanos Alberto y Gustavo Salinas y Juan Pablo y Eduardo Aldasoro, para estudiar pilotaje y pudieran traer los aparatos a México. En abril de 1912, el gabinete maderista encargó a Villasana la construcción de 5 monoplanos Deperdussin, operación que fue suspendida por la Decena Trágica. En julio de 1912 llegaron a Torreón dos aeroplanos Moissant-Blériot para ser utilizados en la campaña contra los orozquistas. Estas máquinas eran piloteadas por el aviador estadounidense John Worden y el piloto mexicano Francisco Álvarez, respectivamente. Como la máquina de Álvarez se accidentó durante un vuelo de práctica en las afueras de Torreón, realmente sólo el avión de Worden llegó a participar en combate en alguna medida. En la Decena Trágica, en febrero de 1913, Lebrija y Villasana propusieron al gobierno de Madero utilizar los aviones para bombardear la Ciudadela, pero la idea no prosperó.

H u e rta Victoriano Huerta al asumir el poder vio las potencialidades del avión como un arma, realizó un simulacro de bom-

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bardeo en los campos de Balbuena, donde se lanzaron desde los aviones artefactos explosivos. Meses más tarde, Huerta comisionó a 30 cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes para estudiar en Francia la carrera de aviadores. Se desconoce si Huerta utilizó aviones en su ejército.

Obregón Los revolucionarios sonorenses al producirse el movimiento constitucionalista adquirieron en Estados Unidos un avión biplano Martin Pusher bautizado con el nombre de Sonora. Además contrataron al piloto Didier Masson y al mecánico James Dean. Avión, piloto y mecánico estuvieron volando sobre los barcos huertistas anclados en la bahía de Guaymas, pero ninguno de estos vuelos tuvo éxito, por lo que Masson decidió regresar a California. En esos días se presentó Gustavo Salinas ante Álvaro Obregón, quien al saber que era piloto lo puso en contacto con Masson para que le diera instrucción de cómo volar el biplano. El 14 de marzo de 1914, el capitán Hilario Rodríguez Malpica, del barco cañonero constitucionalista Tampico, decidió enfrentarse a la nave de guerra huertista Guerrero. El combate fue tremendo, llevando la peor parte el Tampico que averiado regresó a su refugio en la bahía de Topolobampo, pero quedó encallado en uno de los bajos del

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canal. El Guerrero permaneció vigilante desde prudente distancia. El general Obregón decidió hacer una visita al cañonero Tampico, llegando hasta él en una lancha. En el Guerrero al darse cuenta de la presencia de Obregón en el barco, se organizó todo para tratar de destruir a los revolucionarios, que solamente podían defenderse con el cañón de popa. El cañonero huertista se acercó lo máximo posible con sus dos cañones haciendo fuego, que sembraron de metralla al Tampico. En el momento en que todo parecía perdido, apareció en escena el biplano Sonora tripulado por Gustavo Salinas. El avión volaba dando vueltas sobre el Guerrero y en cada pasada dejaba caer una bomba. Todas explotaron en el agua pero muy cerca del barco, haciendo gran estruendo, lo que preocupó al comandante que ordenó hacer virajes evasivos para las granadas aéreas, ofreciendo los costados en los que entraron varios cañonazos del Tampico. Estimando muy arriesgada la situación, el capitán del Guerrero ordenó abandonar la batalla. El avión Sonora regresó a tierra con varios impactos de bala. Este fue el primer combate aeronaval del mundo, conocido como La batalla de Topolobampo.

Villa A iniciativa de Hipólito Villa, la División del Norte contó con una fuerza aérea impresionante. El hermano de

dos siglos de historia en

Pancho Villa, reclutó a Lester P. Barlon, quien organizó un aeródromo móvil que consistía en un tren para transportar y dar mantenimiento a los aviones villistas. Durante la batalla de Torreón del 22 de marzo al 2 de abril, los pilotos de la División del Norte, Edwin Charles Parsons y Jefferson de Villa, realizaron misiones de patrullaje y bombardeos sobre las posiciones defensivas de los federales. El daño que lograron causar al enemigo fue mínimo a causa de su inexperiencia en el lanzamiento de bombas a gran altitud y al hecho de que el piloto tenía que soltar las bombas con una mano mientras con la otra maniobraba el avión.

Pershing El 15 de marzo las tropas americanas del general Pershing entraron a México en busca de Pancho Villa, a lo que se le conoce como la Expedición Punitiva. A este ejército se sumó un grupo de aviones bajo el mando del capitán Benjamín D. Foulois. El escuadrón estaba compuesto por ocho viejos Curtiss IN3, de los llamados Jennies.

Carranza Venustiano Carranza al producirse la ruptura de las fuerzas constitucionalistas, como resultado de la Convención de Aguascalientes, se refugió en Vera-

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cruz, a donde llegaron los integrantes de la aviación y su equipo, formando parte de las tropas que lo acompañaban. El 5 de febrero de 1915, Carranza firmó un acuerdo mediante el cual se creaba el Arma de Aviación en el Ejército Constitucionalista, nombrando jefe de la misma al mayor Alberto Salinas Carranza. Así, el grupo de pilotos, aviones y mecánicos integró la que se llamó Flotilla Aérea del Ejército Constitucionalista. Con Carranza la aviación militar tuvo una intensa actividad en el campo de vuelo y festivales, así como en las campañas militares. Para

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promover la aviación nacional, el Departamento de Aeronáutica Militar organizó la Flotilla de Exhibiciones Aéreas que efectuó vuelos en las ciudades de México, Toluca y Veracruz, con gran éxito, contribuyendo a hacer popular la aviación y dando a conocer los trabajos que se efectuaban en el país. El 15 de noviembre de ese mismo año se inauguraron los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas y la Escuela Nacional de Aviación; instalaciones que permitirían construir aeronaves en México y preparar a los pilotos aviadores para tripularlas.

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juana torres La esposa torreonense de Francisco Villa i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

F

rancisco Villa solía comentar que tenía tres grandes vicios: los buenos caballos, los gallos valientes y las mujeres bonitas. No se sabe con certeza con

cuántas mujeres cohabitó, pero algunas fuentes afirman que se casó por la ley, aproximadamente en 75 veces. Otros dicen que tuvo 27 esposas, pero las cifras más conservadoras mencionan sólo 18.

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El periodista estadounidense Larry Harris afirmó que, “Las leyes del matrimonio y el divorcio eran tan complicadas para Francisco Villa, como un problema de cálculo de Einstein para un niño pequeño. Nunca las entendió. Martín Luis Guzmán recogió más tarde una curiosa versión de Villa con la institución matrimonial: “Tengo mi esposa legítima ante el juez del Registro Civil, pero también tengo otras legítimas ante Dios, o lo que es lo mismo, ante la ley que a ellas más les importa. Ninguna tiene pues que esconderse, porque la falta o el pecado, si los hay, son míos”. A mediados de 1913 había una muchacha torreonense que se llamaba Juana Torres, era la más simpática y bonita de las empleadas

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de la sastrería y tienda de ropa The Torreón Clothing Company de Lázaro Levy, ubicada en la esquina de avenida Hidalgo y calle Ramos Arizpe. Sus padres fueron Zenaido Torres, oriundo de Zacatecas, y Leonor Benítez de Mapimí. Ella había nacido en Torreón 16 años antes. La familia Torres vivía en la avenida Morelos 418 y Zenaido tenía una cantina llamada El Sur de Jalisco. Algunos dicen que Villa la conoció el 4 de octubre de 1913, poco después de la segunda toma de Torreón. Ese día era el onomástico del general, y para celebrarlo, desde muy temprano una orquesta interpretó Las Mañanitas enfrente del hotel Salvador. Una banda de trompetas recorrió las calles, y por la noche se sirvió un banquete, y enseguida un baile en el Casino de La Laguna, en donde un grupo de señoritas le llevaron ramilletes de flores, ahí Villa conoció y se enamoró de Juana Torres. Otra versión afirma que la conoció desde antes, en la tienda The Torreón Clothing, a donde se presentó junto con Eugenio Aguirre Benavides, quien era pariente del propietario Levy, para ordenar les confeccionara uniformes para los oficiales. Juanita, solícita, les mostró algunos casimires ingleses. Villa siguió frecuentando el lugar y se dedicó a conquistarla, haciéndole finalmente proposiciones francas para que compartiera su hogar. Juanita se espantó al oír aquello, ya que mala era la fama que tenía el jefe revolucionario.

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Juana María Villa, hija del general y Juana Torres, comentó en una ocasión que la familia de su mamá, en realidad odiaba a Villa, pero tuvo que cederle a su hija menor, de sólo 15 años de edad, ya que los amenazó con robársela. Ciertos libros hablan de la resistencia de Juana Torres y de la familia ante el acoso persistente. Se menciona que Juanita se refugió en la casa de uno de los hermanos de Eugenio Aguirre Benavides, y que el doctor Villarreal le aplicó unas inyecciones para simular una enfermedad, de tal manera que cuando Villa la vio convulsa se apenó. Juanita le dijo que se suicidaría si pretendía hacerla su amante, solo así él accedió a casarse. Había pasado menos de una semana desde que se conocieron. La boda civil se celebró el 7 de octubre de 1913 a las 11 de la noche ante el juez Francisco Lagrange, en la casa número 108 de la calle Galeana. Fueron testigos el coronel Eugenio Aguirre Benavides, Lázaro Levy, Florencio Zamudio y Aurelio Paz. Según algunas fuentes, Villa se llevó la hoja del matrimonio del libro de registros “como un recuerdo”. Pero esta información es incorrecta, pues el acta aún existe. En ella dice que Villa era célibe (soltero), de 36 años, con domicilio en el hotel Salvador. Además el presidente municipal interino de Torreón (impuesto por Villa), le dispensó algunos requisitos necesarios para el matrimonio. Juanita lo acompañó a Chihuahua, pero al tomar Ciudad Juárez, la envió

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a San Antonio, Texas para que descansara de las fatigas de la guerra que le habían malogrado su primer hijito, después la envió con el ingeniero Andrés L. Farías, otra vez a Chihuahua. A mediados de 1914 Villa ahí vivía con Juanita en la Quinta Prieto. En esos días llegó de El Paso, Texas la otra esposa de Villa: Luz Corral, acompañada por sus tres hijos instalándose en la Quinta Luján. Pancho retornó con ella abandonando a Juanita. En Chihuahua el 29 de junio de 1915 nació Juana María Villa, ésta fue la segunda niña de Juana Torres, porque la primera vino antes de tiempo. Poco después se produjo la ruptura de Villa con Juanita cuando descubrió que la hermana y la madre de Juana tomaron 40 mil pesos “del guardadito” que él poseía; sin dudarlo mucho, las encarceló. Luego interceptó una carta de ella en la que expresaba que Pancho era un bandido, y que vivía con él por necesidad; tras obligarla a leer la carta

en voz alta, la expulsó de la casa. Aunque Juana Torres murió en 1916, ahí no termina su historia. Años después se presentaría el más serio de los cuestionamientos sobre la legalidad del matrimonio de Luz Corral con Villa y que llegó a los tribunales mexicanos en 1934, promovido por los abogados de Juana María Torres, hija del revolucionario. La acusación se basó en que el acta matrimonial de Villa y Luz Corral estaba fechado el 16 de diciembre de 1916, pero Villa se había casado con Juana Torres el 7 de octubre de 1913 y ella murió en 1916, por lo que el Centauro, afirmaron, había cometido bigamia, por lo que demandaron que la hija de Juana Torres fuera la única heredera de las propiedades del fallecido. Luz Corral refutó los reclamos diciendo que ella se había casado con Villa en 1911, pero que el original del acta se había perdido, y que la de 1916 fue sólo para ratificar la de 1911. El juez falló en favor de Luz Corral.

Fuentes Acosta,Teófilo y Hose M. Mendivil, Directorio, político, profesional de artes y mercantil de La Laguna,1908. Prado, Amado, Prontuario de la Municipalidad de Torreón, 1899. Taibo II, Paco Ignacio, Pancho Villa, Editorial Planeta Mexicana, SA de CV, México, 2006. Taracena, Alfonso, La Verdadera Revolución Mexicana, Editorial Porrúa, México, 1992. Torres, Elías, “La Sombra de Villa” en El Informador, Guadalajara, 17 de mayo de 1936.

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la primera batalla de torreón en 1911 i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

A

principios del mes de abril de 1911 la Revolución fue tomando fuerza en la región, con la toma de Parras el movimiento creció, partidas

de insurgentes atacaban ranchos y pequeños poblados, las autoridades de diversas poblaciones abandonaron sus puestos para refugiarse en ciudades mejor protegidas. La toma de San Pedro, el 23 de abril, obligó a concentrar en Torreón los destacamentos de Nazas, Velardeña, Mapimí, Viesca, Matamoros y Gómez Palacio. La

to m a d e

Lerdo

y

G ó m e z P a l ac i o

El 23 de abril circulaban rumores de un inminente ataque de los revolucionarios sobre la ciudad de Lerdo. El jefe político, Zúñiga, pidió licencia y se trasladó a To-

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rreón y de allí salió rumbo a la Ciudad de México. El nuevo jefe, Venzor, optó por retirarse a Torreón. La noche del 25, Pablo Lavín, al frente de 27 hombres, más otros 85 individuos que se le unieron, saqueó tiendas y prendió fuego al palacio municipal. En Torreón hubo alarma, muchas casas de comercio cerraron sus puertas y aparadores; el tráfico de tranvías fue suspendido. El general Emiliano Lojero, jefe de armas, dispuso medidas encaminadas a la defensa de la plaza. En los cerros próximos se situaron tropas con algunas piezas de artillería y ametralladoras; en el cuartel se reforzó la guardia, lo mismo que en los edificios públicos. Los habitantes de Lerdo, el día 26 constituyeron una Junta de Seguridad y Policía Privada con el objeto organizar el servicio de seguridad, para este fin informaron a las partes en conflicto: jefe de armas de Torreón y Pablo Lavín, acerca de su decisión. El día 28 llegó a Torreón la Junta de Seguridad de Lerdo para poner en conocimiento de las autoridades torreonenses sobre la deserción de 80 individuos de Lavín con el propósito de entregarse al saqueo de Gómez Palacio. Las autoridades dispusieron la salida de 175 soldados federales, llegando sin tardar al sitio donde se encontraban los rebeldes, entre Gómez y Lerdo, bastando un ligero tiroteo para que se dispersaran y huyeran en distintas direcciones. Habiendo regresado por la noche el contingente armado que restableció

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el orden, muchas familias de Lerdo se apresuraron a refugiarse a Torreón.

P r e pa r at i vo s pa r a l a d e f en sa d e T o r r e ó n El general Lojero mandó cavar zanjas, levantar parapetos y distribuir sus fuerzas en puntos estratégicos. A los Voluntarios de Nuevo León se les asignó la defensa del oriente de la ciudad, a lo largo de las vías del Ferrocarril Internacional Mexicano y del Coahuila-Pacífico, que se cruzaban allí, y luego corrían paralelos para entrar a Torreón, también se decidió apostarlos en las casas de las huertas de los chinos por el rumbo del Pajonal. El día primero de mayo, los revolucionarios volvieron a adueñarse de Lerdo y Gómez Palacio contando en esta ocasión con más tropa y buenas armas, convirtiéndose esos lugares en el centro de operaciones para el ataque sobre Torreón. Los maderistas festejaron la batalla de Puebla ese 5 de mayo con un desfile y una serie de discursos públicos en los que desafiaron al gobierno porfiriano y censuraron su política. Al día siguiente se libraron algunos enfrentamientos en las orillas de Torreón. El general Lojero, había manifestado tener bajo sus órdenes a un buen número de defensores que pelearían hasta morir antes que cayera la plaza en poder de los maderistas.

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Principian

l o s ataq u e s

A la una de la tarde del día 9, los revolucionarios atacaron por el norte y oeste, los federales abrieron un nutrido fuego contra ellos. Los disparos de las tropas del gobierno fueron contestados con violencia, provocando bastantes bajas. Los insurgentes se rehicieron en el acto, pues su número era muy considerable. Las tropas del gobierno tomaron parte en la defensa de los puentes del ferrocarril Central y Eléctrico que estaban sobre el Nazas, y así como al norte del Cerro de la Cruz donde contaban con una ametralladora. El combate entre ambos bandos cesó al meterse el sol. Durante el día 10 reinó una gran excitación, ya que a la una de la tarde se aproximaron las fuerzas insurrectas que ocupaban Gómez Palacio y que habían aumentado su fuerza considerablemente. La autoridad militar dispuso que inmediatamente salieran federales para dominar los cerros que circundaban a la población. Al poco tiempo comenzó el tiroteo con ligeras interrupciones que duraron cerca de dos horas: las ametralladoras entraron en acción y la lucha dio por resultado que los sublevados se dispersaran por completo, con algunas bajas. Al escuchar las detonaciones se cerró el comercio y las oficinas públicas, los habitantes se refugiaron en sus casas. Ese mismo día, Lojero recibió un telegrama de Monterrey donde le in-

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formaron que no había esperanza de enviarle refuerzos.

La

bata l l a d e

Torreón

El ataque del sábado 13 se realizó por los cuatro puntos cardinales. Uno de los cuarteles maderistas se situó en el costado oriental, más allá de las huertas, en una casa de La Rosita. A lo largo de ese día entraron y salieron de esa casa muchos jinetes que al principio se guarecían en el cauce de unos canales de irrigación. Por el poniente, Jesús Flores, Tomás Huitrón y Rufino Castillo y más tarde por todos los rumbos, como hormigas llegaba la tropa de revolucionarios al ataque de la plaza. Hacia las 10 de la mañana, los maderistas iniciaron la lucha en la parte oriental de la ciudad, en los alrededores de la Continental Rubber Co., la fundidora, la alameda y las hortalizas. Los maderistas más atrevidos cruzaron las barricadas en la avenida Juárez e hicieron un ataque a las trincheras cerca de la calle Treviño. Al acercarse a la línea de los federales se encontraron con una descarga. Esto pareció desconcertarlos y comenzaron a regresar hacia su antigua posición. Hasta la medianoche del sábado las calles fueron barridas por las balas de las ametralladoras, las que se mezclaban con las de los máuseres. Los gobiernistas temiendo una insurrección dentro de la ciudad, disparaban a todo

ilhuicamina rico maciel


lo que se movía, como una advertencia a los vecinos simpatizantes de los maderistas. En la tarde, en el cañón del Huarache, Jesús Flores encontró la muerte cuando durante uno de los ataques hizo el intento desesperado por capturar una de las ametralladoras que estaban colocadas en el cañón, arriba del cerro. Por la noche las tropas de Agustín Castro se apoderaron de la planta de luz; por el rumbo del norte y oeste empezaron el ataque a la población, a lo largo del cañón de las Calabazas. El fuego de los federales que respondía a los frentes del ataque revolucionario se intensificó desde las zanjas, parapetos hechos ex profeso, casas de la periferia, algunas huertas de chinos, el bordo del ferrocarril, lo mismo que desde los pisos altos y las azoteas de algunos edificios de la periferia y hasta del centro de la ciudad. A las 9 de la noche continuaba el asalto por los siguientes rumbos: Sixto Ugalde por la Metalúrgica; Martín Triana por San Joaquín, Juan Ramírez, por el panteón; Petra Herrera por la presa del Coyote. Así pues, ese sábado 13, por el flanco oriental y sureño del ataque maderista se vio el mayor ímpetu de guerra. Se podían ver sucesivos escuadrones de peones revolucionarios que pasaban gritando y disparando sus carabinas contra la línea de los Amarillos (Voluntarios de Nuevo León) que estaban tendidos a lo largo del bordo del ferrocarril

dos siglos de historia en

y apostados en las casas de las huertas de chinos. Cuando se hubo reunido más gente, un contingente como de 100 jinetes maderistas rodeó a los Amarillos por detrás de un hospital que se levantaba a sus espaldas, también en las afueras y un poco al norte, en tanto que otros más, desde el cuartel general, cargaban directamente sobre ellos, lo mismo que los de la loma del sur. En la línea del ferrocarril y en los puestos de las huertas, los maderistas ganaron terreno y forzaron a los Voluntarios a montar y replegarse de prisa a la ciudad, dejando a los chinos a merced de los rebeldes. El combate de ese día cesó con la caída de la tarde, aunque durante la noche se escucharon todavía tiroteos aislados. La noche de ese sábado llovió copiosamente.

El

domingo

14

El domingo 14, a la una de la madrugada se suspendió por poco tiempo el combate, los maderistas habían sufrido muchas bajas, los federales relativamente pocas. A las 6 de la mañana se reanudó el combate perdiendo palmo a palmo su terreno las fuerzas del gobierno, los revolucionarios estaban en las galeras de Torreón, los federales solo controlaban los jardines de la plaza de Toros, el cerro de Calera y el cuartel del 15. La mañana del domingo fue una

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repetición del día anterior, los intentos por obtener una ventaja, algunos exitosos y otros rechazados. Los maderistas durante todo el día mantuvieron su posición en el lado oeste de la línea de vagones, que fueron colocados como una defensa de la ciudad, cerca de la alameda, pero que sirvió como una barricada para los atacantes durante dos días. Muchas de las casas de la alameda fueron ocupadas por las fuerzas rebeldes, lo que atrajo el fuego de los federales, poniendo en peligro a los ocupantes que compartieron sus casas con los combatientes. En las escaramuzas, 15 insurrectos fueron ultimados en la boca del canal de Sacramento y al pie de un cerro. La primera entrada a Torreón se hizo por las huertas de los chinos, cerca del punto donde las tropas federales se retiraron a la alameda, lugar donde se detuvieron durante 90 minutos, hasta que de nuevo fueron obligados a retirarse a los vagones que servían de barricada. Allí permanecieron luchando hasta las 6 de la tarde donde fueron otra vez derrotados, los insurrectos se dirigieron a la lavandería china a plantar su bandera en las casas de los baños de San Carlos. A la medianoche cerca de 15 de los maderistas más atrevidos se dirigieron al tajo norte de la ciudad, cerca de la calle Rodríguez, y empezaron a gritar ¡Viva Madero!, pero fueron recibidos por los escuadrones de varios rurales quienes los rechazaron. En el informe oficial de esta batalla se lee: “En este día se observó más per-

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sistente el fuego hacia nuestras tropas desde algunas casas situadas dentro del perímetro fortificado”. Los maderistas que había dentro de la ciudad siguieron atacando de manera esporádica a los federales apostados en los edificios altos. Disparos desanimados caracterizaron las operaciones del domingo y varios tiroteos que fue el resultado de un intento para concentrar fuerzas insurrectas en la parte este de la ciudad. En la tarde, los revolucionarios retiraron sus tropas con la intención de preparar un ataque simultáneo por todos los lados de Torreón. Éste iba a realizarse a la medianoche, pero fue pospuesto para el lunes 15 en la mañana por causa del torrencial aguacero que empezó a las 7 de la noche y continuó hasta el otro día.

S a l i da

de los federales

El día 14 se informó al general Lojero sobre la existencia de pocas municiones y a la vez que los revolucionarios habían suspendido sus ataques, posiblemente para preparar un asalto final. Por lo que resolvió evacuar la ciudad a las dos de la madrugada del lunes, y sin avisar a las autoridades civiles, lo hizo por el cañón de la Fortuna hacia Nazareno, por ser la parte menos cubierta por los rebeldes. La vanguardia que formaba el Cuerpo de Rurales y los Amarillos forzó el paso por la cañada. La evacuación se dio bajo un torrencial aguacero y un fuerte tiroteo.

ilhuicamina rico maciel


Las mulas que cargaban los utensilios militares y de aprovisionamiento se encabritaron, el pagador desapareció con los haberes. En la evacuación se dispersó o desertó el 30 por ciento del ejército. A las cinco de la mañana no quedaba en Torreón un solo oficial ni soldado del gobierno.

El

s aq u e o

Ignorantes del desalojo de la plaza por parte de los federales, los principales jefes maderistas habían ido a pasar la noche en Lerdo y Gómez Palacio. Los únicos que se quedaron en el amago fueron los cabecillas, entre los que estaban Benjamín Argumedo, Sabino Flores y un tal Orduña. Poco antes de las seis, el grito de ¡Viva Madero! tomó fuerza, y más al descubrir que Torreón había sido evacuado. Los rebeldes encargados de velar fueron los primeros en darse cuenta de la situación y avisaron a sus compañeros de la vanguardia maderista que seguía avanzando sin encontrar ninguna oposición, llegando lentamente por la avenida Morelos, hasta que los gritos de los vigilantes, a quienes ya acompañaba parte del populacho, les llegaron, iniciando una vertiginosa carrera hacia la presidencia y las barracas. El primer acto fue liberar a los prisioneros y apoderarse de las armas de las autoridades. La presidencia fue saqueada e incendiada la cárcel, luego se dedicaron a

dos siglos de historia en

quemar documentos oficiales. Muchos de los maderistas que no habían sido parte del ejército revolucionario hasta entonces, lucían machetes y cualquier arma de fuego siguiendo a la estela revolucionaria que entró a la ciudad más tarde. Ahí fue que se esparció el rumor de que los chinos estaban disparando sobre ellos desde el edificio del Banco Chino y del Casino de La Laguna. Los maderistas que encabezaban a la tropa eran Benjamín Argumedo y Sabino Flores, pues estaban presentes a esa hora, ellos empezaron preguntando a la gente pobre que los acompañaba, desde qué azoteas habían estado disparándoles los federales, después procedieron a forzar la entrada a las casas que la gente les iba señalando, y dejaban que entraran para que tomaran todo lo que quisieran, y así lo hacían ellos mismos. Las casas correspondían siempre a locales comerciales.

M ata n z a

de chinos

Muchos de los rebeldes se unieron a la multitud en el saqueo de las tiendas. Comenzaron con el restaurante de Park Jan Jong, donde rompieron la puerta y mataron a todos los presentes, incluyendo a los propietarios, empleados y clientes. De ahí siguieron a la mercería de Hoo Nam, donde saquearon la tienda. Continuaron con la tienda de Mar Young, un comerciante de pieles, ahí robaron todo. El propietario

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se escondió en el sótano, pero lo encontraron y lo arrastraron hasta la calle donde fue golpeado, después lo acribillaron; la multitud siguió a la tienda de King Chaw y Perking, que fue completamente saqueada, pero los propietarios y empleados fueron muy afortunados al encontrar un escondite y así escapar con vida; la tienda Shanghai, a la que abrieron con fuertes golpes fue esquilmada con todos los víveres y a todos los que se encontraban allí los ejecutaron. Después de esto siguieron con la tienda de Yoo Hop, a la que también saquearon y de ella sacaron en rastras a 13 chinos, a los que mataron en la calle. La Compañía Shangai y El Banco Wha Yick ocupaban el mismo edificio, todos los bienes de la tienda fueron robados así como el dinero del Banco. Los empleados de los dos negocios, en total 25, fueron asesinados por la multitud. El edificio de la Asociación Reformista China fue atacado y todos los muebles fueron destruidos o robados, así como el dinero que se encontraba en la caja fuerte. En este edificio había 16 hombres muertos. Lo anterior sólo cubre los principales establecimientos de chinos en el centro de la ciudad, pero aparte había una gran cantidad de pequeñas tiendas repartidas por la ciudad y todas fueron saqueadas y sus propietarios asesinados. Lo mismo ocurrió en numerosos puestos de legumbres situados alrededor del mercado. Los soldados maderistas y el populacho no obedecían a nadie; y los jefes que

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comandaron a los primeros, se vieron impotentes para detener la furia desenfrenada de sus subalternos. Los pobres chales eran el objetivo de la fiebre popular, contra los que los atacantes con gran afán se lanzaban, les quitaban los zapatos porque se sabía que allí era donde guardaban su dinero. Muchos de los chinos quedaron desnudos y descuartizados como si hubieran pasado sobre ellos una jauría de lobos hambrientos. La mayor parte de los asiáticos, creyendo estar más seguros, se refugiaron en el Banco Chino. La multitud y los soldados maderistas, en cuanto vieron que allí se hallaba un compacto grupo de orientales, asaltaron el edificio y mataron a la mayor parte de ellos saqueando entonces, no sólo al Banco, sino a todas las demás oficinas del edificio.

Torreón ba j o e l c o n t ro l r e vo l u c i o n a r i o Sólo la llegada de Emilio Madero detuvo la masacre. Madero se hizo cargo decretando la Ley Marcial, con la pena de muerte para quien siguiera matando o saqueando, y ordenó regresar propiedades robadas en no más de 24 horas. Las tropas revolucionarias al mando de Castro, Ugalde y Contreras patrullaban las calles. Al caer la noche habían restablecido el orden. El regreso de las mercancías robadas comenzó a partir

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del siguiente día, el tribunal militar designado por Madero escuchó los testimonios y sentenció que los soldados maderistas habían cometido atrocidades. Hacia el 9 de julio, las autoridades militares habían arrestado a 20 de los 35 identificados como responsables. El día 16 se restableció el orden al hacer su

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entrada en la ciudad lagunera el general Emilio Madero, con Sixto Ugalde, Benjamín Argumedo, Gregorio García, Orestes Pereyra, Gregorio Muñoz, Espiridión y Pablo Rodríguez, Rafael Cortés, Luis Fernández y Gustavo Gómez y llevando en sus filas a Francisco L. Urquizo y Matías Rodríguez.

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john héctor worden i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

J

ohn Héctor Worden fue el primer piloto que contrató el gobierno de México para volar en misiones de reconocimiento y bombardeo para el Ejército. Worden

era descendiente de indios cherokees, nació en White Plains, New York, el 4 de febrero de 1885, estudió en una escuela para indios en Carlysle, Pensilvania. En un viaje que hizo a Francia en la primavera de 1911 se enroló en la Escuela de Aviación Bleirot en Pau. Después de que estrelló un avión dejó la escuela sin haber obtenido su licencia, por no poder pagar los daños. Al fin, el 14 de noviembre de 1911 obtuvo su licencia de piloto. A su regreso a los Estados Unidos ingresó en el equipo de la Moisant Internacional Aviatiors de los 174


hermanos Alfredo y Juan Moisant. Esta empresa tenía un circo aéreo que viajaba por todo el país, y una escuela para pilotos en Long Island, Nueva York. Al año siguiente, Worden fue comisionado por la Mosaint, para llevar dos de los seis aviones comprados por el gobierno mexicano, los que pasaron a formar parte de la División del Norte al mando del general Victoriano Huerta, en su campaña contra Orozco. El 31 de julio de 1912 llegaron a Torreón John Worden y el piloto Francisco Álvarez, junto con dos aeroplanos MoissantBlériot, para ser utilizados en la campaña contra los orozquistas. Los aviones que llegaron en ferrocarril eran monoplanos, versión americana del Blériot XI, con pequeñas diferencias con respecto al original. Con una longitud de 8 metros, el fuselaje estaba construido con madera de roble y cuerdas de piano. Las alas medían 7.80 metros, se regían por dos enormes vigas. Cada ala estaba asegurada por las correas de acero a una estructura de ese material, todas estaban cubiertas con tela. Se impulsaba con una hélice de madera Chauviére de 2.08metros. Los aviones tenían un peso de 300 kilos y alcanzaban una velocidad de 58 kilómetros por hora El primero de agosto se efectuaron en Torreón las primeras pruebas de los aeroplanos, uno de los aparatos, que tenía una fuerza de cincuenta caballos, fue piloteado por J. H. Worden, pero las pruebas no dieron buenos resultados.

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Las maniobras se efectuaron en las primeras horas de la mañana, buscando el mejor ambiente, pero al primer intento el aparato se elevó cosa de 12 metros, por espacio de tres minutos, para recorrer dos kilómetros y caer al suelo. Se dijo que el aterrizaje había sido intencional, pero que el terreno en que se hizo resultó inapropiado para ello. Pasados algunos minutos se emprendió otro vuelo casi al ras del suelo y el aparato cayó de frente, hundiéndose la hélice en la tierra. Dos días más tarde, después de laboriosos preparativos llevados a cabo por la dirección del capitán de ingenieros Osorio Mondragón, se efectuaron con éxito las pruebas de aviación. Del Parque Atlético entre Torreón y Gómez Palacio, a las 6:30 de la mañana, Héctor Worden, piloteando un avión Blériot de 50 caballos de fuerza, realizó un vuelo de 31 minutos. Se elevó a 1,200 pies e hizo evoluciones que le valieron aplausos. Después el piloto Francisco Álvarez intentó subir, viéndose precisado a aterrizar como a 40 metros del punto de partida, por una racha de viento. La comisión militar, encargada por el gobierno para recibir los aparatos, se retiró satisfecha. El domingo 4 de agosto se realizaron otras pruebas de vuelo, gran parte de la población lagunera se reunió en el Parque Atlético de Gómez Palacio para ver las pruebas de aviación que se llevarían a cabo. Toda la mañana los tranvías eléctricos que unían a Torreón, Gó-

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mez Palacio y Lerdo estuvieron transportando personas al parque. Allí los aviadores Héctor Worden, y Francisco Álvarez hicieron pruebas para verificar si dichos aparatos serían de utilidad para hacer servicios de exploración en los campos donde operaban las fuerzas rebeldes, objetivos para el que fueron adquiridos. El capitán Vázquez Shafino, ayudante del presidente de la República, que llegó expresamente a presenciar las pruebas, quedó muy satisfecho con las maniobras que efectuaron los aviadores, pero al hacer una evolución el avión golpeó contra los cables del tranvía y se vino a tierra. El piloto salió indemne, pero las encontradas corrientes de aire motivaron la suspensión del ejercicio. Cuando Worden regresó a los Estados Unidos publicó un artículo en la revista Aircraft sobre la aplicación del avión en las acciones militares. En dicho relato, publicado en 1912, se mostró sumamente complacido y no hizo referencias de carácter personal, al margen de que éstas fueran muy pobres, pero sí enumeró una serie de posibilidades enfatizando el hecho de que sus apreciaciones provenían de haber participado en una guerra de verdad. Pronosticó que el avión terminaría siendo un arma de primer or-

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den, por reunir una serie de grandes ventajas, si se le sabía sacar provecho. Hizo referencia a los trabajos de observación, dirección del fuego de la artillería, vigilancia, escolta, ataque y bombardeo. Puso ejemplos prácticos para cada una de esas aplicaciones y aseguró que el ataque en Rellano (lanzamiento de una locomotora cargada de dinamita contra un tren federal) no hubiera tenido éxito de haberse contado con la ayuda de un aeroplano de observación que hubiera ido delante del tren militar. Respecto al combate de Bachimba, afirmó que pudo haber resultado aún más aplastante, breve y económico en hombres y material, si desde el aire se hubiera dirigido el fuego de la artillería. Worden terminó su relato así: “La opinión absoluta del autor es que en el futuro el aeroplano no sólo será un valioso bien para un ejército, sino una necesidad absoluta”. En los Estados Unidos, Worden continuó volando y el 5 de mayo de 1916, durante una exhibición en una feria regional en Texas sufrió un ataque cardiaco a 2 mil pies de altura, falleciendo antes de llegar al suelo. Aunque la máquina quedó desecha, los controles estaba intactos y el examen médico reveló que su muerte no había sido a consecuencias del golpe.

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francisco villa y la expulsión de los españoles en torreón

E

i l h u i ca m i n a r i c o m ac i e l

l agente consular americano George C. Carothers, que llevaba una buena amistad con el general Francisco Villa, al no poder conseguir evitar la deportación de

los españoles, acudió a Carranza, Primer Jefe de la Revolución. Le informó que la expulsión de españoles era visto con preocupación en Madrid y desfavorablemente en Washington. Carranza le contestó que había evidencias de un complot español en contra de la Revolución y que la expulsión no sólo era justa, también era sabia. Él señalo que el pueblo tenía resentimientos en contra de estos extranjeros, que su expulsión los quitaría del peligro de la agresión de algunos revolucionarios. dos siglos de historia en

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Esta fue la única vez en que Villa y Carranza estuvieron de acuerdo. Villa declaró más tarde al New York Times, “…particularmente en referencia a los españoles a quienes era necesario deportar… El general (sic) Carranza y yo estamos completamente de acuerdo”.

C r ó n i ca d e u na ex pu l s i ó n a n u n c i a da La historia de deportación de españoles tuvo su origen cuando el general Villa decretó la expulsión de ibéricos de Chihuahua y La Laguna el 9 de diciembre de 1913, pero en esa fecha no estaba bajo su control la ciudad de Torreón. Villa tomó esta decisión al confirmarse la participación de españoles en el derrocamiento de Madero, el apoyo que prestaron a Victoriano Huerta y el envío por parte del gobierno español del barco de guerra Carlos V a las costas mexicanas. Villa tenía también pruebas explícitas de que muchos españoles en Torreón habían tomado las armas en contra de los rebeldes y añadió, que todos ésos serían fusilados y otros serían expulsados del país. El 12 de diciembre todos los españoles residentes en la ciudad de Chihuahua, formaron una caravana para marchar a Torreón, el general J. Refugio Velasco, jefe de las fuerzas federales en La Laguna, envió una columna de sus hombres para encontrarse con los

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refugiados y escoltarlos. Villa les advirtió que los deportaría al tomar aquella ciudad, “quiero notificar a todos los extranjeros que tengo información explícita de que los españoles residentes en Torreón se han aliado con las fuerzas federales allí y que es mi propósito ejecutar a estos españoles si se les captura. Hago esta declaración ahora, para que ninguna sorpresa se exprese más adelante y (así) dar a los españoles una oportunidad para dejar el país antes de que caigan en mis manos”, “La última vez que tomé Torreón yo capturé a setenta y un españoles. Cada uno de ellos prometió nunca volver a tomar las armas en mi contra. Pero ahora me encuentro que todos los españoles en Torreón están armados. Por eso digo, que serán fusilados si son capturados. Aquéllos contra quienes no tenga ninguna prueba serán expulsados del país, como los demás españoles de Chihuahua.”

Expulsión

de

Torreón

Cuando los revolucionarios tomaron la ciudad de Torreón el 2 de abril de 1914, los españoles se refugiaron en el Banco de La Laguna, donde se encontraban Joaquín Serrano y Rafael Arocena, Manuel Gutiérrez, José Cueto, José Arribillaga, Fernando San José, Sebastián Domene, Silvestre Faya, Enrique y César Vega, Juan Dualde, José Ramón Hurtado, Bartolo Sauto, Víctor

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y Daniel Ruiz, Rafael, José y Manuel García, Gaspar y Fernando Pruneda, y otros. El 5 de abril se presentó el general Villa en el Banco de La Laguna acompañado de Felícitos Villarreal, del general Aguirre Benavides, del coronel Trillo y algunas otras personas; penetró a los sótanos y dirigió la palabra a los ahí reunidos, que lo escucharon silenciosos y llenos del consiguiente temor. Peor lugar no hubieran podido escoger, el Banco de La Laguna había sido el lugar donde se celebró ruidosamente la muerte de Madero y de ahí salieron fuertes cantidades de dinero para el ejército federal. Aun cuando tenía el apoyo de Carranza para fusilar a los enemigos de la Revolución, ya que la ley castigaba con la pena de muerte a los extranjeros que tomaban las armas y que el pueblo mexicano cansado de años de explotación hacía constantes amenazas de muerte contra los gachupines, Villa decidió perdonarles la vida. Se cuenta una anécdota que dice que los españoles al ver las condiciones deplorables de los vagones en los cuales serían transportados a la frontera, no querían subirse a ellos; muchos alegaron que eran insuficientes, pues ellos eran entre 600 a 700 personas. Villa les contestó que los que no cupieran que

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fuesen fusilados, después de esa orden, hasta hubo espacio de sobra. Un numeroso grupo de expulsados se procuró buscar trabajo en los Estados Unidos y, en cuanto se hicieron de fondos suficientes para cubrir sus pasajes se internaron nuevamente a México por otros puntos de la frontera no controlados por Villa, dirigiéndose a la capital donde obtuvieron ayuda de compatriotas en trabajo como panaderías, casas de empeño y tiendas de abarrotes. Algunos permanecieron en El Paso, Texas, con el deseo de retornar algún día, otros como Rafael Arocena nunca volvieron a México. A pesar de muchas protestas, Carranza les respondió diciendo que se investigaría el derecho de cada uno para retornar a Torreón. Cada uno tendría el derecho de testificar y presentar pruebas sobre su posible actuación en contra de los rebeldes. Tres meses después, el 20 de julio, Francisco Villa decretó que los españoles que tuvieran plena conciencia de no haber apoyado al gobierno huertista, podrían regresar al país con plenas garantías. Algunos recuerdan a Francisco Villa como el que expulsó a los españoles de La Laguna, yo quiero recordarlo como el que les perdonó la vida.

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| Jorge Eduardo Rodríguez Pardo | Me crié y viví en Gómez Palacio hasta los 28 años. Pero nací en Torreón, en 1958, porque entonces los hospitales más grandes estaban acá. En realidad, seamos de Lerdo, Gómez o Torreón, todos nos consideramos de un mismo y entrañable lugar. Fui un pésimo jugador infantil de futbol y de basquetbol. En mi casa estaba la colección de libros titulada La hora del niño, publicada por W. M. Jackson Inc. Los volúmenes llamados Duraznito, Kimo, Graciosos personajes de mi huerta, Rimas para niños, El ganso patinador, El gato con los bigotes torcidos, y especialmente El elefante blanco, los que me regalan una alegría tan inmensa, que de inmediato desplazaba cualquier atisbo de depresión o minusvalía deportiva. Siendo muy joven viví un año en Creel, Chih., donde trabajé como profesor en una escuela secundaria. A veces creo que ese tiempo en Creel fue una especie de segundo nacimiento.


Durante muchos años me gustó estudiar lingüística y semiología. Fui miembro del Taller Literario de La Laguna, gracias a lo cual participé en varios encuentros de jóvenes escritores, tanto aquí como en otras ciudades. En universidades locales he impartido materias relacionadas con la literatura y la sicología. Hace cuatro años un médico me prescribió, de manera inexcusable, hacer ejercicio diariamente. Ahora dedico mi tiempo al aprendizaje y la generación de software diverso, así como al cultivo de una tardía vocación deportiva que, por fortuna para otros, llevo a cabo de forma individual: correr.


la coahuilense como punto de referencia j o rg e e d ua r d o ro d r í g u e z pa r d o

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entro de nuestro patrimonio histórico, los torreonenses poseemos un libro excepcional: el Directorio Político, Profesional, de Artes y Mercantil de La

Laguna, 1908- 1909, editado por Teófilo Acosta y J. M. Mendívil. La página cuatro contiene un anuncio que ubica los talleres de La Coahuilense, compañía manufacturera de ropa, en avenida Juárez y calle de la Metalúrgica (hoy Comonfort). La página 128 del mismo Directorio, muestra una fotografía (algo borrosa, pero sin dificultad para distinguirla) del hospital Civil — hoy Universitario— en construcción. Por otra parte, el Fondo Fotográfico Hartford Miller, resguardado en el Archivo Municipal Eduardo Guerra, exhibe varias fotos donde surge la pareja de edificios La

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Coahuilense - Hospital Civil, formando una especie de corredor que nos recuerda cómo ningún punto de Torreón fue ajeno a la gesta revolucionaria. Es decir, en diferentes fechas, de acuerdo con el fotógrafo Hartford Miller, el área urbana mencionada se retrata siendo plataforma, al igual que muchos otros rumbos de la ciudad, de diversas episodios a lo largo de la Revolución Mexicana. Pero, ¿tiene sentido recordar los lugares, o localizar los edificios que persisten a casi una centuria de que Torreón fuera pieza importante dentro de nuestra Revolución? Mi opinión es que sí, por varias razones. Los mexicanos tenemos una sensibilidad muy particular hacia el tema revolucionario, pues éste se halla, como cualquiera puede recordar, profusamente incluido en el programa educativo oficial; al mismo tiempo, nadie olvida los cantos, bailables, discursos y declamaciones que cada semana atestiguamos en los actos cívicos de la escuela primaria, donde aprendimos a tener en alta estima el sacrificio de los mártires revolucionarios. Además, no sólo muchas colonias y avenidas de Torreón nos traen a la mente día tras día tal periodo de la historia, sino también parques, bustos y estatuas forman parte ineludible de nuestros paisajes cotidianos. Y muchos mexicanos, chicos y grandes, reciben con agrado cada 20 de noviembre. La Revolución Mexicana se encuentra pletórica entre nosotros, de alguna

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u otra manera. Pero lugares concretos, identificables de Torreón, que fueron escenario de algún avatar revolucionario, ¿los recordamos con la misma profusión?, ¿guardan dentro de ellos algo que la generación actual merece conocer? A pesar de los esfuerzos de varios torreonenses por dar a conocer dichos espacios que persisten (ya sea empleando la misma colección fotográfica o alguna otra fuente), existen más sitios que también pueden ser tenidos en cuenta buscando reconocerles su valor histórico. A éstos hay que dignificarlos, dotarlos de significado comunitario, para que no les ocurra lo que luego lamentamos, como en el pasado reciente: destruimos edificios sólo por un afán estrictamente comercial, despojando a las generaciones futuras de lugares donde bien puede residir parte de la memoria histórica de la ciudad. El presente trabajo de clasificación fotográfica cumplirá su cometido si logra interesar a los torreonenses en la historia gráfica de su ciudad.

El Fondo Fotográfico H a rt f o r d M i l l e r Para quien se interese por la historia de Torreón, el Fondo Fotográfico Hartford Miller, resguardado en el Archivo Municipal Eduardo Guerra, le reserva no pocas sorpresas, pues en él encontrará, de varias décadas del siglo pasado, fotos de:

jorge eduardo rodríguez pardo


Corridas de toros (captadas en dos plazas: la construida en 1902 por el coronel Carlos González Montes de Oca, y la inaugurada en 1917), competencias deportivas, faenas agrícolas, cientos de personas en trenes, vagones destruidos, escenas de combates y tropas federales durante la Revolución, desfiles militares y civiles, casas y edificios en construcción, carretas con cadáveres, tranvías, cañones, estaciones ferroviarias, gente de todos los niveles sociales, hoteles por la avenida Ferrocarril, escenas de aviación militar, puentes, construcciones destruidas, rótulos de numerosos negocios, el río Nazas en su avenida de septiembre de 1917, mujeres en acequias lavando ropa, multitudes afuera de tiendas de abarrotes esperando proveerse de víveres, el mercado

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Juárez, vecindades, cantinas, familias extranjeras, festividades religiosas, fábricas con humeantes chimeneas, charreadas, carros alegóricos, escenas de cacería, etcétera.

La

historia de Torreón a l a l ca n c e d e t o d o s

El Directorio Político, Profesional, de Artes y Mercantil de La Laguna, 19081909, el Fondo Fotográfico Hartford Miller, al igual que otras colecciones fotográficas, diversas panorámicas antiguas, un buen número de planos históricos y libros de historia de Torreón, se pueden descargar gratuitamente desde la siguiente dirección electrónica: www. torreon.gob.mx/ imdt/index.php

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| Enrique Sada Sandoval | Nacido a medio camino, entre la capital y el semidesierto, reclamo no obstante mi legítimo derecho por sangre y por querencia a proclamarme primero neovizcaíno, por el espíritu emprendedor de aquellos hombres y mujeres que cruzando el Mar Océano desafiaron los hados y civilizaron el Septentrión sin más norte que la cruz y la espada (en pos de una mayor gloria, no del todo mundana); coahuilense por el orgulloso legado histórico tanto como revolucionario; y lagunero finalmente, por el amor inmediato al terruño, a esa matria que tan bien conceptualizara don Luis González en su obra Pueblo en Vilo. Confieso que mi amor por la historia surgió temprano, pero mi pasión por la misma se desbordó cuando en plena licenciatura en Comercio Exterior el abordaje de las relaciones internacionales me llevó de la mano hasta la Historia Diplomática,y de la Diplomacia pasé sin darme cuenta a este campo de batalla que es la Historia a secas.


CURRÍCULUM VI TAE Enrique Sada Sandoval nacióen Torreón, Coahuila el 3 de agosto de 1979, licenciado en ComercioExterior especializado en Historia Diplomática. Premio Internacional de Ensayo Agustín de Espinosa 2003, caballero de la Real Orden de San Miguel del Ala por la Real Casa de Braganza (Portugal) en 2005, Prix International Memorial Comte Emmanuel Las Cases 2007 por la Casa Imperial de Francia y el Institut Napoleonniene Mexique-France, miembro de la Sociedad Napoleónica Internacional (International Napoloeonic Society), y Premio Internacional de Ensayo Hispanoamericano de las Independencias, Cartagena de Indias (Colombia) 2010, diplomado en Conocimiento de la América Bicentenaria y el Caribe por la Universidad Tecnológica de Bolívar en Cartagena de Indias, Colombia, becario de la Fundación Carolina en 2010. Ha publicado ensayos de investigación y divulgación histórica en México, Inglaterra, Colombia, Francia, Chile y Estados Unidos.


épica del general felipe ángeles La toma de Torreón en 1914 e n r i q u e s a da s a n d ova l

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a noche del 19 de marzo de 1914 las fuerzas federales huertistas acantonadas en Torreón celebraban entre risas y derroche el cumpleaños del coronel José

Solórzano, jefe del Estado Mayor, en las inmediaciones del hotel Hidalgo en la vecina ciudad de Gómez Palacio. Asistían como parte de la concurrencia un gran número de jefes militares tanto como ingenieros de artillería y gran parte de la oficialidad, quienes se habían extendido en alegría desde la sobremesa hasta ya perfilada la caída de la tarde. De pronto se presentó de manera violenta uno de los ayudantes de guardia en el cuartel general pidiendo hablar con el Coronel Solórzano, quien disculpándose entre sonrisas, se retiró dos siglos de historia en

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y dirigiéndose a todos prometió volver a la brevedad. No regresó. Ante la dilación del festejado, los invitados empezaron a pasar por alto su ausencia hasta el momento en que se aproximaron sonoros pasos al salón de la concurrencia. No volvió a aparecer Solórzano cruzando el umbral de la puerta sino el mismo oficial que se presentara antes para sustraerlo de su propio festejo, anunciando con voz grave a jefes y presentes que se apersonaran cuanto antes en el cuartel general: se acercaba la temible División del Norte. Dos meses antes Francisco Villa se había apoderado de Chihuahua. Luego de dotar a sus fuerzas de suficiente bastimento y de armas ordenó que se movilizaran hacia el sur para tomar la plaza de Torreón. En efecto, Torreón había sido ocupada por fuerzas revolucionarias tanto en 1911 como en 1913, pero volvió a caer en manos federales. La gran diferencia respecto a tomas anteriores era que en esta ocasión la División del Norte se preciaba de contar con uno de los hombres-institución de la Revolución Mexicana: el general Felipe Ángeles. Nacido el 13 de junio de 1869 en Zacualtipán, Hidalgo, Felipe de Jesús Ángeles Ramírez fue la excepción a todas la reglas del México porfiriano y revolucionario, siendo el único alto oficial del ejército federal que se unió a las fuerzas revolucionarias y también uno de los pocos militares que era a la vez un intelectual en el más amplio

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sentido del término. Inició la carrera de las armas becado en el Colegio Militar de Chapultepec, donde comenzó a impartir clases aún antes de titularse, lo que le ganó a su vez la oportunidad de acrecentar su formación castrense en instituciones europeas como la Escuela de Aplicación de Fontainebleau y la Escuela de Tiro de Mailly-le-Camp, en Francia. Del mismo modo que enseñaba matemáticas y ciencias de la artillería, publicando tratados como su Teoría del Tiro en 1908, también mostraba un profundo interés por la literatura y era un hombre culto, razón por la que era uno de los pocos militares que gozaba tanto de prestigio como de popularidad en gran parte del país. Cuando Francisco I. Madero asumió la presidencia, lo nombró director del Colegio Militar. A partir de este momento, ambos personajes desarrollaron una profunda amistad sin duda alguna debido a que compartieron los mismos principios aunado a un sentido del honor caballeresco y heroico ante la vida. Por su adhesión a las instituciones democráticas, Ángeles cayó prisionero junto con Madero y Pino Suárez, pero gracias a su prestigio dentro del ejército, en vez de ser fusilado terminó exiliado a Francia, de donde volvió para luchar contra la usurpación de Victoriano Huerta. En octubre de 1913 regresó clandestinamente para sumarse en Sonora a la revolución constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza. Aunque fue recibido con honores como flaman-

enrique sada sandoval


te secretario de Guerra del gobierno provisional de Carranza, Ángeles se convirtió pronto en víctima de la envidia, tanto del Primer Jefe como de los caudillos sonorenses que recelaban de su persona. Ante su reiterada solicitud de ser incorporado al campo de batalla donde estimaba ser más útil a la causa, Carranza lo adhirió en marzo de 1914 a la División del Norte, cuerpo ejemplar del Ejército Constitucionalista, bajo el mando de Francisco Villa, esperando que sus ideas y sus modos de militar de escuela iban a encontrar oposición y rechazo entre los jefes y las tropas villistas. Irónicamente, su llegada a la División del Norte en vísperas de la batalla de Torreón, fue motivo de júbilo para Villa y los jefes campesinos bajo su mando. De aquí en adelante, Ángeles se convertirá en el cerebro de todos los combates, ejerciendo influencia benéfica sobre Villa y su División ya como especialista en artillería, organizador y estratega lo mismo que como dirigente ideológico y humanista. El 20 de marzo Villa estableció su cuartel general en Bermejillo con cerca de 16 mil hombres mientras el general José Refugio Velasco, al mando en Torreón, concentraba su resistencia en Gómez Palacio. Ese mismo día en Torreón, Velasco recibió una llamada telefónica muy particular: primero de Felipe Ángeles, intimándole la rendición pacífica y honrosa de la plaza por patriotismo y en aras de evitar sangre, y después por parte del mismo Villa,

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quién irritado por el tono prepotente al otro lado del teléfono colgó amenazante, suspendiendo con ello las negociaciones. Mientras tanto en la Ciudad de México, Huerta estaba al pendiente de los acontecimientos que estaban por desarrollarse en la región. Sabía que la batalla de Torreón sería decisiva para uno u otro bando y proyectaba ponerse él mismo al frente de las tropas en La Laguna, pero sus colaboradores lo disuadieron de hacerlo: un presidente, le dijeron, nunca debe abandonar el Palacio Nacional. La batalla por la plaza se prolongó hasta el 2 de abril, debido a la resistencia que ofrecieron Velazco, Solórzano y Argumedo desde posiciones estratégicas. En Torreón, el Casino de La Laguna había sido habilitado como bastimento de armas y municiones federales. Justo el mismo día en el edificio recibieron una llamada telefónica de quien aseguraba ser Felipe Ángeles, intimándoles la rendición ante su eminente ocupación. La llamada fue tomada por broma y colgaron la bocina. Al minuto, volvió a sonar el teléfono: -Señores, no se preocupen: ahora mismo toco la puerta para entregarles mi tarjeta de presentación. En ese mismo instante, la puerta del Casino estalló ante un certero tiro de artillería: Ángeles confirmaba su presencia. La noche del 2 de abril el cielo permanecía en suspenso en tanto los estallidos de artillería lo iluminaban de

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manera intermitente. La marcha hacia el otro lado del Nazas inició pisando carrilleras, fusiles y sarapes abandonados por sus dueños, mismos que bien podrían hallarse más adelante disparando sus fusiles o descansando para siempre, como un cadáver más, sembrado entre tantos que había en la penumbra. Villa, como general en jefe, giraba las últimas órdenes a su caballería para lograr el asalto final. La victoria caía tal y como se había planeado: la artillería al mando de Ángeles había cumplido con su misión destructiva y de apoyo. Sin lugar a duda, la táctica de Ángeles y la bravura de Villa se fundieron en un

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solo liderazgo para alcanzar la victoria final: la mañana del 3 de abril los federales habían desocupado la plaza. A las diez de la mañana, Villa hizo su entrada a la ciudad, concediéndole el honor al general Ángeles, quien con sus fuerzas de artillería desfiló triunfalmente al mediodía ante el júbilo y la admiración del pueblo. Con la toma de Torreón los días de Victoriano Huerta estaban contados, en tanto el ejército constitucionalista ocuparía Monterrey y Zacatecas, quedando dueño de todo el norte del país: ahora podía avanzar, sin enemigos a sus espaldas, a la capital.

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febrero rojo: la decena trágica e n r i q u e s a da s a n d ova l

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o escapa a la memoria histórica, aún en vísperas del primer Centenario de la Revolución Mexicana, el triunfo incuestionable del gran hombre

que desde el semidesierto coahuilense encabezó con fervor y contra todos los augurios un movimiento reformador que haría exigible y válido el sufragio libre de todos los mexicanos por primera vez en nuestra historia como país independiente. Desde la Comarca Lagunera en 1908, Francisco Ignacio Madero había dado el paso definitivo a favor de los ideales democráticos al publicar su legendaria obra La Sucesión Presidencial en 1910 en San Pedro de las Colonias para lanzarse a una gira nacional que convocó en torno a su persona a aquellos hombres y mujeres que, apostando su presente por

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la posibilidad de entrever un mejor futuro, pugnaron por la posibilidad de hacer de México un país de libertades ciudadanas e instituciones legítimas y firmes. Tras el estallido formal del movimiento armado, una vez sobrepasada la posibilidad en las urnas, y la honrosa aunque tardía abdicación del presidente Porfirio Díaz, la Revolución quedaría silenciada tras la firma del Tratado de Ciudad Juárez. Sólo entonces, Madero, como Apóstol de la Democracia, hizo su entrada triunfal en la capital mexicana precedido por un temblor, el 7 de junio de 1911. Edith O’Shaughnessy como testigo presencial refirió sobre aquel momento: “Su partida de su casa en Parras, y su viaje hacia el Sur han sido uno de los acontecimientos personales más notables de toda la historia. Hubo días de continuadas ovaciones y adulaciones, tales como sólo las conocieron los Emperadores Romanos”. Ante el panorama anterior, nadie imaginaba que a la vuelta de poco tiempo el sabor de estas escenas estaría tan lejano como poco imaginable una vez que este último, tras elecciones democráticas favorables, asumiera el poder tras el interinato de Francisco León de la Barra. Congruente con sus principios postulados en el Plan de San Luis, Madero asumió la presidencia el 6 de noviembre de 1911. Tenía nobles deseos para el país, como patentara José Vasconcelos a lo largo del Ulises Criollo, aún y cuando carecía de un programa de gobierno acorde con la situación im-

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perante, creyó ingenuamente que la sola democracia sería la solución. A sus errores políticos, propios de una mezcla de inexperiencia y gestos de buena voluntad, se sumaron las acciones de diferentes grupos interesados en acabarlo: en menos de un año el Apóstol tuvo que enfrentar los ataques de una prensa encarnizada con su persona, huelgas, la obstrucción sistemática de dos congresos que como Poder Legislativo sólo fungieron como oposición desleal, rebeliones en el Norte y Sur, la renuncia de algunos de sus más allegados, su distancia respecto a quienes intentaron ayudarle y, de manera fatal y decisiva, la intromisión de los Estados Unidos de Norteamérica a través de su embajador, Henry Lane Wilson. En este contexto, cuando el 9 de febrero de 1913 la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del cuartel de Tacubaya se levantaron en armas contra el gobierno, no se tomó la noticia con mucha sorpresa. Los rebeldes, al mando de los generales porfiristas Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, liberaron de prisión a Félix Díaz y Bernardo Reyes intentando un infructuoso ataque al Palacio Nacional, defendido por el general Lauro Villar. En uno de los primeros combates murió Bernardo Reyes, mientras Díaz y Mondragón se refugiaron en La Ciudadela. Mientras tanto, el presidente Madero cabalgó enarbolando la bandera nacional desde el Castillo de Chapultepec rumbo al Palacio Nacional, es-

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coltado por cadetes del Colegio Militar y en compañía de algunos secretarios de Estado y amigos (la famosa Marcha de la Lealtad). Durante una pausa en el trayecto, el presidente cometió el penúltimo de sus errores: nombró comandante militar de la plaza al general Victoriano Huerta, en sustitución del General Villar, que había sido herido durante el combate. Al llegar al Palacio Nacional, Madero organizó la defensa mandando llamar a los cuerpos militares de Tlalpan, de San Juan Teotihuacan, Chalco y Toluca, proyectando movilizarse en dirección a Cuernavaca para traer al general Felipe Ángeles con su tropa organizada. Mientras tanto, Huerta entraba en nuevos tratos con los sublevados, sumándose a la conspiración golpista contra el presidente que tanto le había favorecido con su confianza. Tras resistir el asedio, el 17 de febrero, de la manera más artera, Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron hechos prisioneros por el general Aureliano Blanquet, personaje torvo y tristemente célebre por haber dado el tiro de gracia al emperador Maximiliano en 1867. Mientras tanto, el embajador Henry Lane Wilson intrigaba contra el gobierno insinuando que sólo se podría evitar la intervención armada de los Estados Unidos con la renuncia del presidente de México. El papel realizado por Wilson durante el golpe de Estado fue ignominioso: hacía ostentación ante miembros del

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cuerpo diplomático de conocer los proyectos desleales de Huerta y notificaba falsamente al Departamento de Estado de Estados Unidos, (al igual que hiciera Poinsett en 1822) notificando que los sublevados habían aprehendido al presidente de México junto con el vicepresidente dos horas antes de que lo anterior sucediera. Una vez que Madero y Pino Suárez fueron hechos prisioneros, Wilson ofreció a Huerta y a Díaz el edificio de la embajada norteamericana para que llegaran a formalizar su traición en lo que se conoció como el Pacto de la Embajada. En este pacto de bajezas se desconocía a Madero como presidente de la Nación y se impuso a Huerta como presidente provisional con un gabinete integrado por elementos reyistas y felicistas para que Félix Díaz contendiera en elecciones a llevarse a cabo teóricamente. A la infamia del Pacto de la Embajada le siguió la vejación y el brutal asesinato de Gustavo A. Madero, hermano y consejero del presidente, desarmado a traición por el mismo Huerta en el restaurante Gambrinus. Después se presentaron las renuncias del presidente y vicepresidente ante el Congreso, que reunido en sesión extraordinaria nombró presidente a Pedro Lascuráin, ministro de Relaciones Exteriores, quien renunció en breve para nombrar presidente a Victoriano Huerta. Entre tanto, Madero, Pino Suárez y Felipe Ángeles permanecieron presos en el Palacio Nacional, esperando un tren

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que nunca llegaría para embarcarlos de Veracruz a Cuba o Europa. De nada sirvieron las gestiones ante Wilson, tanto de su esposa y amigos, como las de los ministros de Cuba, Chile y Japón, para que hiciera valer su influencia sobre Huerta: el embajador alcoholizado se deslindó, en una mezcla de sorna e insolencia, arguyendo que no podía interferir en los asuntos internos de México, instruyendo después a Huerta a que “hiciera lo más recomendable para asegurar la paz en el país”. La noche del 22 de febrero el General Blanquet giró órdenes, ratificadas por Huerta, para que se trasladara a Madero y Pino Suárez a la penitenciaría de Lecumberri, salvándose al general Ángeles de acompañar a ambos personajes en su destino final (pese a

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su reticencia de permanecer con ellos) por el prestigio con que contaba entre el Ejército. En el camino, se simuló un ataque y ambos prisioneros fueron asesinados vilmente. La ciudad amaneció con la noticia de la muerte de Madero en boca de todos, y aunque la primera reacción fue de indignación, la mayoría de los capitalinos terminaron por celebrar cese de hostilidades y en mancuerna con la prensa, alabaron a los vencedores, ensañándose con la desgracia de los vencidos. Con la muerte de Madero se cerró acaso el único ensayo democrático llevado en el México del Siglo XX, abriéndose las mismas viejas llagas de antaño, en tanto nuevos nubarrones de tormenta avizoraban el estallido de una guerra civil.

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a sangre y fuego: la laguna en el asedio de 1914 e n r i q u e s a da s a n d ova l

Dedicado a La Laguna de Durango y a la también heroica ciudad de Gómez Palacio

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l 9 de diciembre de 1913 las fuerzas federales acantonadas en la ciudad de Torreón se preparaban para recibir en la siempre concurrente estación del

ferrocarril nada más y nada menos que a una de las figuras más controversiales y respetables del ejército huertista tras el desalojo de las fuerzas revolucionarias de Calixto Contreras y José Isabel Robles de aquella plaza durante el mismo año: el general José Refugio Velasco. Grave y adusto por fuera, aunque dubitativo y conflictuado en sus adentros, Velasco llegaba designado directamente por órdenes de Victoriano Huerta para ponerse al frente de la llamada División del Nazas que

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en teoría debía preservar a la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango de cualquier avance o regreso de la División del Norte, bajo la dirección del general Francisco Villa, o de cualquier otro jefe militar adscrito al Ejército Constitucionalista bajo el mando, todavía íntegro, del Primer Jefe: Venustiano Carranza. El desalojo previo de los jefes revolucionarios de la ciudad de Torreón como plaza importante para dos estados, así como punto estratégico de encuentro por la afluencia del Ferrocarril Central con el Internacional, se debió en buena parte a la necesidad de contar con suficiente bastimento para asistirla en su defensa así como a la inminente toma del Estado de Chihuahua y su capital por parte de Villa, siguiendo las órdenes del Primer Jefe hasta cierto punto, al igual que la voz de su propio instinto. Tras la ocupación de Chihuahua, el establecimiento de un gobierno provisional y el abasto pleno de las necesidades propias de lo que fuera el brazo fuerte de la Revolución Constitucionalista, Villa recibió con beneplácito la notificación por parte de Carranza en donde se le informó sobre la incorporación a sus filas de quien fuera el hombre institución por excelencia del Ejército Mexicano: el general Felipe Ángeles. La mancuerna de arrojo, inteligencia y humanismo que siempre caracterizaron al general Ángeles (ansioso de reincorporarse a las filas revolucionarias tras su exilio en Francia) así

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como la bravura y la intuición que eran propias del Centauro del Norte habrían de coronar de gloria al movimiento constitucionalista desde su partida de Chihuahua hasta la toma de Zacatecas. Tras la incorporación del constitucionalista Miguel Díaz Lombardo en Chihuahua, sobrino del heroico Miguel Miramón, la División del Norte emprendió la marcha rumbo al sur. El 20 de marzo Villa estableció su cuartel general en Bermejillo mientras Velasco concentraba sus fuerzas en Gómez Palacio y establecía ahí su propio cuartel general. Ese mismo día, Velasco recibió una llamada telefónica muy particular: - Buenas tardes, señor general Velasco… - Buenas tardes, señor general Ángeles… ¿De dónde me llama usted? - De Bermejillo, señor general. - Pero… ¿Ya tomaron Bermejillo? - Sí, señor general. -Pues los felicito por su nuevo avance… ¿Y les hicieron muchas bajas mis soldados? - Casi no nos hicieron ninguna, señor general. Por eso le hablo desde aquí, cumpliendo con un deber, y le digo que ahorraríamos muchas vidas de hombres mexicanos si ustedes, viendo cómo no podrán nunca contenernos en nuestro avance, deciden entregarnos esas plazas que ahora ocupan. - Un momento señor general, voy a cavilar sobre sus palabras, no sea que me parezcan inútiles… Un momento de duda traducido en silencio envolvió a Velasco, dubitativo ante el desarrollo de los acontecimien-

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tos que sin lugar a duda cruzaron por su mente. Cuando la usurpación de Huerta, estando de comandante militar en Veracruz, al recibir la noticia del envío de Madero y Pino Suárez exiliados para embarcarse rumbo a Cuba, Velasco se mostró renuente a aceptar a Huerta y le notificó a este último que recibiría a los derrocados con los honores presidenciales que les eran correspondientes. Esta situación motivó seguramente al usurpador para llevar los consejos de Wilson hasta sus últimas consecuencias, asesinándolos a traición y convirtiendo a Velasco en responsable indirecto de la muerte de ambos próceres. Consciente del papel que jugaba como hombre y militar dentro de este drama, este último intentó justificarse ante sus mismos subalternos: “Sé que apoyamos a un traidor y a un asesino usurpador, pero Villa no es más que un bandolero”. El general Velasco ya no quiso responder y puso a contestar nada menos que al coronel Solórzano, quien expresó desatinadamente que eran los revolucionarios quienes debían de rendir las armas ante Victoriano Huerta, cortándose la comunicación. Al poco tiempo volvió a sonar el teléfono en Bermejillo y el mismo Villa tomó la llamada, queriendo evitarle un disgusto al general Ángeles, desarrollándose la siguiente conversación: - ¿Con quién hablo? - Con Francisco Villa, señor. - ¿Conque con Francisco Villa? - Sí señor, con Francisco Villa.

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- Muy bien. Pues para allá vamos dentro de un momento. - Pasen ustedes señores, que serán recibidos con cariño. - Pues prepárenos la cena. - Señor, yo creo que no dejará de haber quien les venda de comer. - Ya le digo: para allá vamos. - Muy bien señor. Y si no quieren molestarse sus mercedes, nosotros iremos en su busca. Porque nosotros, señor, no hemos andado tantas tierras más que por el gusto de pasar a verlos. Ya va para mucho tiempo que yo y mis hombres revolucionarios nos fatigamos de ir a dondequiera que ustedes se posan. - ¿Y son ustedes muchos? - No tantos señor: dos regimientos de artillería y diez mil muchachitos que aquí les traigo para que se entretengan. - …¡Ya vamos saliendo de Torreón, y vamos a Bermejillo a desbaratarlos! - Usted señor ha de ser uno de esos habladores que ya no se usan. Según yo creo, no sabe lo que es el verdadero trato de los hombres, pero viva seguro que yo lo he de agarrar y entonces le inculcaré las enseñanzas de la guerra. Villa colgó el teléfono para no recibir contestación y de esta manera quedaron abandonadas las pláticas para una pacífica rendición de la plaza tal como Ángeles hubiera deseado. Las fuerzas revolucionarias concentradas en Bermejillo y que avanzaban a Torreón sumaban cerca de 16 mil

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hombres en tanto que las huertistas esperaban al frente con 6 mil soldados concentrados por Solórzano, Almazán y Argumedo. La batalla encarnizada por la plaza se prolongó desde finales de marzo hasta el 2 de abril, concentrándose la lucha y el cañoneo sobre el margen poniente del río Nazas, en la vecina Gómez Palacio, ocupada con base en grandes sacrificios por parte de las huestes revolucionarias que tras la toma del cerro de la Pila, Santa Rosa y Las Calabazas hicieron de la misma su cuartel y base de operaciones. Sin lugar a duda, la resistencia, la desolación y el constante bombardeo de esta ciudad entre federales y constitucionalistas la ponen a la altura de heroica, al igual que la ciudad vecina, debido al sufrimiento prolongado de su población tanto como por los efectos propios de la gran mortandad y destrucción de sus principales calles y edificios en tanto fungió el verdadero campo de batalla en donde se disputaba la ocupación definitiva de la llamada Perla de La Laguna.

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Entre la noche del 1 de abril y la mañana siguiente, las fuerzas revolucionarias avanzaron hacia el margen poniente del río Nazas para encontrarse con una sorpresa inesperada: los federales al mando de Velasco habían desocupado la ciudad tomando el tren rumbo a Viesca, algunos en plena fuga en tanto otros con la esperanza de hacerse fuertes en San Pedro de las Colonias. Al triunfo de la División del Norte en La Laguna, con Villa y Ángeles a la cabeza, los días de la usurpación huertista estaban contados; pero también sería aquí y a partir de este hecho en concreto donde la escisión y el recelo mutuo surgidos al fragor de la lucha entre los caudillos revolucionarios, por la envidia de Carranza y la insidia del grupo sonorense había quedado manifiesta, pendiendo como sombra amenazante con el conato de una nueva guerra civil que ya se sentía próxima dentro de las filas de las fuerzas constitucionalistas, aún con el triunfo entre las manos.

enrique sada sandoval



Esta obra terminó de imprimirse en noviembre de 2012 en Celsa Impresos, S.A. de C.V. Cuencamé 108, 4ta Etapa Parque Industrial Gómez Palacio, Gómez Palacio, Dgo. México. www.celsaimpresos.com.mx Se tiraron 500 ejemplares más sobrantes para reposición.




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