El Agua

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EL AGUA El agua, «madre de la vida», es constitutiva de todas las células de todos los organismos vivos, es una necesidad cotidiana para todo el mundo, es un bien común a todos los seres humanos. Sin embargo se ha convertido en una mercancía y se utiliza, cada vez más, como argumento geopolítico y geoestratégico entre los estados. Diagnóstico Actualmente, mil quinientos millones de personas no tienen acceso al agua potable; dos mil cuatrocientos millones de seres humanos viven todavía sin acceso a servicios higiénicos. De 1990 a 1996, la proporción de la población mundial que no disponía de una red de saneamiento ha pasado del 64 al 67%. Cada vez son más los países donde se sufre de estrés hídrico o donde se dispone de menos de 1.000 m3 por persona y año. Cada año mueren treinta mil personas a causa de enfermedades debidas a la ausencia de agua potable y de servicios higiénicos; en Sudáfrica, seiscientos mil agricultores blancos consumen para sus cultivos el 60% de los recursos hídricos del país, mientras que quince millones de ciudadanos de color no tienen acceso al agua potable; la mitad de los pueblos palestinos no tiene agua corriente, mientras que todas las colonias israelíes sí disponen de ella; el consumo diario medio de la población de los países «en vías de desarrollo» es de unos veinte litros. En Italia, es de doscientos trece litros, en Estados Unidos, de seiscientos litros (¡en California, de cuatro mil cien litros!). Brasil representa el 11% de los recursos de agua dulce del planeta, pero cuarenta y cinco millones de brasileños aún no tienen acceso al agua potable. El despilfarro de agua es enorme en el mundo entero: el 40% del agua empleada para el riego se pierde por evaporación; las pérdidas de agua en los acueductos oscilan entre un 30% y un 50%, incluso en los llamados países «desarrollados». Una lavadora estándar consume de media ciento cuarenta litros por ciclo, cada vez que se tira de la cadena del retrete se gastan entre diez y veinte litros, un lavaplatos utiliza sesenta litros. Algunos países conocen situaciones paradójicas: Marruecos, por ejemplo, que tiene un estrés hídrico importante, exporta agua a través de sus frutas y hortalizas, y también la dilapida por las exigencias de su mercado turístico que demanda duchas y piscinas en los hoteles. El agua es limitada, tanto local como globalmente. Las regiones templadas, de las cuales Francia forma parte, conocerán también problemas de cantidad y calidad del agua; el 85% de las aguas de los ríos de Francia está contaminada. El nivel de las capas freáticas continúa bajando peligrosamente en el mundo entero a causa de una explotación excesiva destinada a la agricultura y a las actividades industriales, especialmente en Estados Unidos, China e India. Al ritmo de consumo y derroche actual, dichos países están abocados a sufrir graves problemas de abastecimiento de agua limpia en los próximos años. La escasez no es la única preocupación en lo que a la gestión de los recursos hídricos se refiere. El deterioro de su calidad y su contaminación creciente también son preocupantes. Como el agua dulce es un recurso precioso, la contaminación de las capas freáticas, que forman una reserva importante de agua dulce relativamente pura, así como la de los lagos y los ríos, constituye el problema más preocupante. La contaminación de los ríos va a parar a los mares y océanos, y agrava así la contaminación marina; el plancton, fuente de vida de los peces, también está amenazado. La contaminación de las aguas presenta orígenes y naturalezas muy variadas. La


contaminación física puede ser térmica o radiactiva. La contaminación térmica se debe sobre todo a las industrias, entre ellas la nuclear, que utilizan el agua como líquido refrigerante. Al provocar un calentamiento .significativo de los ríos, desaparecen localmente ciertas especies animales o vegetales. La contaminación radiactiva que se produce cuando hay accidentes nucleares es extremadamente persistente. Todavía no se conocen sus efectos a largo plazo. Las principales contaminaciones químicas son debidas a la agricultura y a ciertas industrias. El uso masivo de pesticidas extremadamente nocivos para los seres vivos en la agricultura, provoca una diseminación de esas sustancias en los medios acuáticos subterráneos o de superficie, y acarrea la muerte de numerosas especies animales. Los nitratos y los fosfatos que contienen en grandes cantidades los fertilizantes provocan problemas de eutrofización, lo cual comporta la destrucción de toda vida animal o vegetal bajo la superficie. Hay otras contaminaciones, las de los metales pesados como el plomo, el mercurio, el zinc o el arsénico, que proceden en su mayor parte de los vertidos industriales y no son biodegradables. Presentes a lo largo de la cadena alimentaria, se acumulan en los organismos. También es nociva la contaminación causada por las lluvias ácidas. Las contaminaciones por sustancias medicamentosas vienen a añadirse a las demás. Hay un gran número de moléculas medicamentosas que el cuerpo humano no asimila totalmente, y que, por lo tanto, van a parar a los desagües. Reaparecen en los medios naturales acuáticos y tienen consecuencias para el medio ambiente y la salud humana que aún no conocemos perfectamente. La contaminación por hidrocarburos (como las mareas negras o las limpiezas ilegales de los depósitos de los petroleros) también es frecuente en el medio marino, donde puede representar hasta un 40% de la contaminación del agua. La contaminación por PCB (policlorobifenilos), utilizados sobre todo en los transformadores eléctricos, los condensadores, y como aislantes por sus excelentes características dieléctricas, puede tener efectos tóxicos y cancerígenos, ya que esas sustancias se almacenan en las grasas de los seres vivos. La contaminación orgánica es la contaminación más «natural». En efecto, en ausencia de tratamiento, una ciudad de cien mil habitantes vierte diariamente dieciocho toneladas de materia orgánica a sus desagües. Esa materia, aunque es biodegradable, no está exenta de efectos nocivos. Si se vierten cantidades excesivas en los ríos, pueden producir la asfixia de los ecosistemas acuáticos, los peces serán las primeras víctimas y posteriormente, con concentraciones mayores, el resto de la fauna y la flora acuáticas. El agua de las capas freáticas, los ríos y los lagos también está desnaturalizada por la contaminación de los fertilizantes, pesticidas, emisiones y residuos industriales tóxicos. Según un informe de la OCDE, un gran número de seres humanos viven en zonas sometidas al estrés hídrico. En 2030, si no se aplican medidas eficaces para preservar los recursos de agua potable, podría haber tres mil novecientos millones de personas afectadas por ese estrés hídrico, entre ellas el 80% de la población de los «BRIC» (Brasil, Rusia, India y China). Esa escasez se vería agravada por el crecimiento de la población, y, por tanto, el incremento de las necesidades de agua potable y de aquella destinada a la agricultura. El calentamiento del planeta tendría también una incidencia importante en los recursos hídricos. Regiones como Asia central, el África saheliana o las grandes llanuras de Estados Unidos podrían conocer una sequía peligrosa para las poblaciones y la agricultura.


La mengua y el deterioro del agua a escala mundial se anuncian como graves amenazas para las actividades humanas y las relaciones internacionales. Como los grandes ríos no suelen limitar su curso a un solo país, se han convertido en objeto de desafíos geopolíticos y estratégicos importantes y pueden ser la fuente de nuevos conflictos. De bien común a bien privado y a mercancía La política del agua promovida por los grupos dirigentes de los países occidentales a partir de la década de 1980 se basa en el hecho de que el agua ha pasado de ser un bien común a ser un bien económico; el agua se ha convertido en un producto de mercado, que se vende y se compra. Este principio se enunció por primera vez el año 1992 en la conferencia de Naciones Unidas sobre el agua, en Dublín, con el consentimiento de todos los estados miembros. Desde entonces, se ha reiterado en las múltiples conferencias mundiales y cumbres dedicadas al agua. Según ese principio, el agua deja de ser un bien común a partir del momento en que es captada y utilizada para el riego en la agricultura y para el embotellamiento destinado al consumo. En estos casos, los costes deben ser cubiertos por los precios, y los capitales invertidos deben ser remunerados. Por lo tanto, el agua ya no es un bien común «sin precio», sino que se convierte en un bien mercantil «con precio». Mientras que en algunos países el agua dependía de un servicio público, actualmente la privatización de los servicios hídricos se ha impuesto en la economía neoliberal. La propiedad y la gestión del agua distribuida a domicilio tienden, a su vez, a privatizarse. A principios de la década de 1980, las dos principales compañías francesas de agua que operaban a nivel internacional (la Générale des eaux, que se convirtió en Vivendi Environnement y, más tarde, en Veolia, y la Lyonnaise des eaux, luego Ondeo) se encargaban de distribuir el agua a trescientas mil personas fuera de Francia. En el año 2000, el número de personas abonadas a empresas privadas en todo el mundo se eleva ya a cuatrocientos millones, de los cuales doscientos cincuenta son abonados a empresas francesas. El banco suizo Pictet prevé que el sector privado suministre el agua a unos mil setecientos millones de personas en 2015 si la tendencia a la privatización se mantiene. La privatización de los servicios de agua (que, salvo excepciones locales, aún no ha afectado a Suiza, Suecia, Países Bajos, Quebec y Estados Unidos, donde el 88% de los servicios de agua dependen de empresas municipales públicas) no se ha traducido en una mejora de los servicios ni en una disminución de los precios. En la mayoría de los casos, sobre todo en los países del Sur, los precios se han disparado, como en Cochabamba (Bolivia), en Manila (Filipinas) o en Santa Fe (Argentina). La corrupción ha acompañado la privatización de las concesiones. El endeudamiento de los países pobres ha aumentado. La mejora de los servicios en esos países ha favorecido especialmente a los ricos. Hacia la escasez del agua El agua está destinada a ser cada vez más escasa, y, por tanto, económica y estratégicamente más importante. Económicamente, la escasez de agua conduce a revalorizar los recursos aún no utilizados, a fomentar el transporte del agua a través de grandes distancias y a aumentar la cantidad de agua dulce disponible gracias, en particular, a la desalinización del agua de mar. De ahí, la decisión (enero de 2000) de crear el primer Fondo Internacional de inversión en agua y de reducir el despilfarro y la captación excesiva a través de una política de precios (aplicación del principio «quien contamina paga»).


Estratégicamente, la seguridad hídrica nacional se ha convertido en un problema político crucial. Los conflictos por el uso del agua dentro de un mismo país y, sobre todo, entre países se intensificarán y se generalizarán. La vía de las reformas: por otra política del agua El principal objetivo de una política del agua es convertirla en un derecho humano; el objetivo final es restituirla como bien común de la humanidad. El acceso al agua en cantidad (de veinticinco a cincuenta litros diarios para usos domésticos) y calidad suficientes para la vida debería ser reconocido como un derecho universal. El Comité de derechos humanos, sociales y culturales de Naciones Unidas, en su comentario general de noviembre de 1992, reconoce que el acceso al agua debe considerarse como un derecho humano. El objetivo del derecho al agua para todos no es financiera ni tecnológicamente inalcanzable. No debería serlo tampoco en el plano político. La propiedad, gestión, distribución y control político del agua deberían volver a ser públicos. El objetivo de la reforma es mantener y devolver a la esfera pública el conjunto de los servicios de agua, es decir desprivatizar la captación de las aguas, la gestión de las aguas usadas y la de las aguas minerales. Podría empezarse reintroduciendo unos «puntos de agua públicos», como fueron las fuentes Wallace en París,1 en plazas, jardines, aeropuertos, estadios y escuelas. Y, en el Sur, en el corazón de los barrios de chabolas. Las administraciones públicas (desde los ayuntamientos al Estado, desde las uniones continentales a la comunidad mundial) deberían asegurar la financiación de las inversiones necesarias para concretar el derecho de todos al agua potable. La utilización del agua como derecho humano y bien común público tiene un coste. Todavía hoy, allí donde los servicios de distribución son servicios colectivos públicos, la financiación de los costes depende del presupuesto del municipio, del cantón, de la provincia o del Estado. En Suiza, la financiación pública ha demostrado hasta ahora una gran eficacia: Suiza es el único país donde las pérdidas de agua en la red de distribución están cercanas al porcentaje natural admitido, esto es, el 9%. En Francia, el país con las mayores empresas multinacionales privadas, la media de las pérdidas se sitúa entre el 25 y el 35%. Es indispensable revisar el papel y el funcionamiento de las instituciones financieras locales e internacionales para definir nuevas instituciones de financiación de tipo cooperativo interterritorial e internacional, dentro de una lógica de sociedad privada/pública, y pensar en la creación de nuevos instrumentos financieros como cajas de ahorros, cooperativas europeas, euroafricanas, eurolatinoamericanas, asiáticas, africanas, etc. Los ciudadanos deberían participar, sobre bases representativas y directas, en la definición y la puesta en práctica de la política del agua a nivel nacional y local (instauración de lugares de participación de proximidad). Debería crearse una autoridad mundial del agua que elaborara las reglas mundiales para una utilización solidaria y sostenible del bien «agua»; dicha autoridad dispondría de un tribunal mundial del agua (órgano de resolución de los conflictos en materia de su utilización) y de un dispositivo de control mediante evaluación y seguimiento. La gestión del ciclo del agua debería obedecer a un enfoque destinado a la protección de los equilibrios hidrogeológicos y medioambientales a fin de promover y garantizar el 1

En el año 2010, quedan tres fuentes de agua potable en París, una en el distrito 13, una en el 16 y otra en el 17.


ahorro del agua. Habrá que ver si la construcción de grandes embalses (en América Latina, en Asia, en China y en India, en África, en Rusia, en Asia Menor, en particular en el Kurdistán, y en Europa, sobre todo en los países del Este) no puede agravar aún más los problemas del agua. La política del agua entronca aquí con la nueva política agrícola que, por oposición a las agriculturas industrializadas, promueve unos sistemas diversificados, territoriales, destinados a salvaguardar y proteger unos procesos ecológicos, así como a desarrollar — allí donde sea posible— unos cultivos hídricamente poco exigentes. Debería, pues, desarrollarse una política de recogida sistemática de las aguas pluviales en las regiones más afectadas por la sequía. Ahora ya pueden empezar a implementarse políticas del agua a escala local, regional y nacional. Una política a escala planetaria requeriría un consenso planetario y una agencia mundial del agua dotada de poderes, lo cual aún no puede plantearse. Está por ver si el recrudecimiento de los problemas acelerará la toma de conciencia y las decisiones.


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