El largo camino a Bagdad

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suplemento especial Caracas, mayo de 2011

A más de cincuenta años de la OPEP

El largo camino a Bagdad...

por Juan Carlos Boué*

Alfredo Rajoy, 2011

* Investigador Asociado del Oxford Institute for Energy Studies, Oxford, Inglaterra. Además de fuentes publicadas, para escribir este artículo el autor recurrió a material inédito compilado por la doctora Dorothea Melcher de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela.

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l comienzo del tercer volumen de su Historia de la revolución francesa, cuando la marcha de los acontecimientos está tomando un derrotero que habrá de culminar en el regicidio parlamentario, Thomas Carlyle expresó la siguiente lamentación: «Lástima es, aunque sea muy natural, que la historia de este período haya sido casi siempre escrita en trance histérico. Abundan la exageración, y la execración, y la elegía; y a la postre, la oscuridad». Estas líneas resumen sucintamente tanto el tono como la esterilidad heurística de los océanos de tinta que se han vertido en el nombre de la OPEP. Sin embargo, las profundas sombras en el campo de la historiografía de la OPEP, más que una fuente de pesar, deberían ser motivo de vergüenza para todos los involucrados. Después de todo, el hecho de que Carlyle mismo pudiera referirse a la Historia como la «destilación del rumor» reflejaba en buena medida las dificultades que suponían en su día la recolección, compilación y diseminación de información y datos confiables. Hoy, al menos en lo que se refiere a asuntos contemporáneos, estas dificultades se han atenuado lo suficiente como para no constituir más una excusa creíble. Además, en el caso particular de la OPEP, está claro que mucha de la obscuridad prevaleciente es el resultado de la ignorancia (o peor aún, la destrucción) deliberada de buenas fuentes de iluminación. Considérese por ejemplo el asunto de las circunstancias y motivos que dieron lugar al nacimiento de la OPEP (un tema oportuno, visto que la organización recién acaba de celebrar sus cincuenta años). Daniel Yergin, el celebrado y condecorado autor de The Prize (un libro que, para bien o para mal, se ha convertido en la encarnación del consenso general respecto al desarrollo y evolución de la industria petrolera), ofrece la siguiente versión de los acontecimientos.1 En cierto momento durante

el Primer Congreso Árabe de petróleo, celebrado en El Cairo en 1959, la formidable periodista Wanda Jablonski –quien más tarde habría de fundar Petroleum Intelligence Weekly– invita a Juan Pablo Pérez Alfonzo, a la sazón ministro de Minas e Hidrocarburos de Venezuela (así como antiguo conocido suyo y presente en el Congreso en calidad de “observador”), a su suite. El jefe del Directorado de Asuntos Petroleros y Mineros de Arabia Saudita, Abdullah Tariki, ya se encuentra en el cuarto, disfrutando de la hospitalidad de Mme. Jablonski (Tariki también es un viejo amigo suyo).2 De acuerdo a Anna Rubino (biógrafa de Jablonski), “aunque Tariki y Pérez Alfonzo tenían pensado encontrarse... fue Wanda quien tuvo a su cargo... presentarlos entre sí, un momento típico de silenciosa influencia, que habría de cambiar la naturaleza del comercio del petróleo para siempre”.3 Y el panorama petrolero internacional cambió para siempre porque el saudita y el venezolano encontraron que tenían mucho en común, y desarrollaron una gran simpatía mutua (resultado que, por lo demás, Mme. Jablonski había predicho). A raíz de esto, el Acuerdo de Caballeros de El Cairo habría de firmarse un par de días después, y a un año de distancia nacería la OPEP en Bagdad. Y menos de quince años después los países miembros de la OPEP se verían acusados de azuzar el fuego en la caldera de un mercado petrolero sobrecalentado para llevar los precios a niveles de extorsión (debilitando así, de manera imperdonable, la capacidad de las sociedades industriales avanzadas de resistir la amenaza comunista) y, de paso, de añadir insulto a la injuria al apoderarse de los bienes raíces más valiosos del planeta, a través de la nacionalización de las concesiones petroleras en sus respectivos territorios. No es de sorprenderse, entonces, que en 1979 (en una coyuntura en la cual los pre-

cios petroleros se encontraban en sus récords históricos y “la OPEP parecía tener a la economía mundial en sus manos”), el papel de Jablonski como “celestina de una alianza que habría de transformarse... en la OPEP” (así dice Yergin) llevara a un entrevistador a sugerirle que hubiera sido mucho mejor para todos si no se hubiera entrometido en el asunto, porque sus acciones habían resultado ser comparables a “darle al Almirante Yamamoto la visita

guiada de Pearl Harbour antes de que concibiera aquella idea”.4 ¿Qué tiene de malo este relato? ¿Acaso no es cierto que Tariki y Pérez Alfonzo comenzaron su muy fructífera relación a través de los buenos oficios de Jablonski? ¿Y no es cierto que, como resultado de este breve encuentro en El Cairo, de pronto se les comenzó a ocurrir a los res­ponsables de la política petrolera en los principales países productores del mundo que quizás valdría


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la pena defender sus ingresos fiscales respectivos a través de la negociación colectiva con las multinacionales petroleras? La respuesta a la primera de estas preguntas es, sencillamente, “NO”. Los relatos que colocan a Wanda Jablonski en el epicentro de los acontecimientos en El Cairo difieren notablemente de las versiones de los hechos que se encuentran en testimonios de primera mano, notablemente las memorias de Manucher Farmanfarmaian (quien fue signatario del Acuerdo de Caballeros por parte de Irán).5 Además, si bien no hay razón para dudar de que tanto Pérez Alfonzo como Tariki lo pasaron muy bien en la suite de Mme. Jablonski, este hecho no reviste ninguna relevancia para el curso posterior de los acontecimientos, por la sencilla razón de que ambos funcionarios fueron oficialmente presentados uno al otro tan pronto como comenzó el Congreso de El Cairo. A cargo de dicha presentación se encontraba Manuel R. Egaña, funcionario que fuera fundador del Ministerio de Minas e Hidrocarburos y primer responsable de dicha cartera y, de paso, con mucho, el más hábil y dotado intelectualmente de cuantos hombres han ocupado este puesto en Venezuela.6 La presencia misma de Egaña en el Congreso, tanto como la de Pérez Alfonzo (o la de Farmanfarmaian, por cierto), muestran por qué la respuesta a la segunda de las preguntas mencionadas arriba también es negativa. El apretón de manos de Pérez Alfonzo y Tariki no fue un relámpago que salió de la nada, por la sencilla razón de que no es cierto que, hasta ese momento, los principales países petroleros no tuvieran conciencia de la existencia de otros como ellos o los problemas que tenían en común. Si bien el Acuerdo de Caballeros puede parecer como una descarga desencadenada por la reducción unilateral de los precios notificados de Anglo-Persian (una acción que las otras grandes multinacionales fueron raudas y veloces en imitar, para luego arrepentirse a su holgura), este acuerdo informal, de hecho, representó el primer resultado concreto de una audaz iniciativa estratégica de largo plazo que Manuel Egaña había concebido y puesto en marcha una década antes. Sus sucesores –principalmente Pérez Alfonzo– pudieron llevarla a su culminación, en la forma de la OPEP, gracias a la colaboración de sus contrapartes en otros países exportadores de petróleo (Arabia Saudita antes que ningún otro), en la medida que el desarrollo de sus respectivos sectores petroleros gradualmente fue alcanzando al de Venezuela (país que, vale la pena recordarlo, fue el principal exportador de petróleo desde 1928 hasta 1970). El colocar la iniciativa de Egaña en su contexto histórico sirve para destacar su naturaleza visionaria, pero también para entender su concepción como piedra angular de la bóveda institucional bajo la cual se llevarían a cabo las actividades petroleras en Venezuela; esto es, el bloque que sirve de remate para la

En el caso particular de la OPEP, está claro que mucha de la obscuridad prevaleciente es el resultado de la ignorancia o peor aún, la destrucción deliberada de buenas fuentes de iluminación

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estructura subyacente pero que a la vez es un elemento indispensable de apoyo dentro de ésta. Como Ministro de Fomento, en la segunda mitad de los años 1930, Egaña jugó un papel estelar en la construcción de los cimientos de esta estructura legal e institucional. Entre otras cosas, fue él quien forjó el principio que ha servido de hilo rector para la política petrolera venezolana desde entonces (con la excepción de un interludio aberrante durante la década de los años 1990); a saber, que “la acción del poder público debe dirigirse a la realización del derecho que tiene el Estado a la mayor participación posible en la riqueza de su subsuelo y a aprovechar el beneficio económico que de ella obtenga para aumentar cualitativa y cuantitativamente nuestra población, y para alentar y fortalecer las demás actividades productoras del país”.7 Sin embargo, Egaña no se hacía ninguna ilusión de que la consecución de este derecho en la práctica sería un asunto repleto de complicaciones, entre otras cosas porque en Venezuela (como en otros sitios), el gobierno sin recursos de un país atrasado había firmado acuerdos con compañías poderosísimas, bajo condiciones de asimetría de información extrema (como dirían los economistas modernos) y, como resultado de ello, había aceptado recibir pagos muy modestos a cambio del otorgamiento de concesiones eximidas hasta su expiración del pago de cualquier tipo de impuesto o gravamen que no estuviera contemplado en el acuerdo original. Por añadidura, las grandes compañías petroleras estaban organizadas en un cártel (apuntalado por el Acuerdo de la Línea Roja, y la tenencia cruzada de acciones en las concesiones más importantes), que buscaba impedir que los gobiernos hicieran competir unas compañías contra otras y, por ende, que estos gobiernos pudieran recurrir al mercado para determinar el valor de sus recursos (o sea, el precio que compañías que no estuvieran dentro del círculo mágico hubieran estado dispuestas a pagar por acceso a dichos recursos). Finalmente, las compañías también tenían una merecida reputación de defender sus derechos –tanto los que tenían por escrito como los que pensaban que deberían tener– de una manera especialmente agresiva y, entre los medios a su disposición, no se descartaba la intervención armada con tropas o buques provenientes de sus respectivas naciones de origen. La Expropiación Petrolera de 1938 en México, seguida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, dio al gobierno del presidente Isaías Medina Angarita una excelente oportunidad de comenzar a re-balancear las concesiones otorgadas en Venezuela entre 1904 y 1938. Una de las más importantes entre dichas concesiones, el gobierno argumentaba, estaba por expirar, pues había sido prorrogada extemporáneamente. Sin embargo, debido a que las concesiones en general adolecían de toda suerte de vicios legales, no había posibilidad alguna de que estas concesiones se prorrogaran (a menos de que Venezuela fuera obligada a ello, una acción que hubiera desentonado con

la Política de Buena vecindad del presidente Roosevelt y que, en cualquier caso, hubiera llevado aparejados riesgos intolerables en plena Segunda Guerra Mundial). Así, con el apoyo y la colaboración del presidente Roosevelt y el Departamento de Estado, el gobierno venezolano llegó a un acuerdo con las compañías, el cual se plasmó en la Ley de Hidrocarburos de 1943. Esta ley, que marca un hito en la historia institucional del país, se redactó con la ayuda de expertos estadounidenses con el objetivo explícito de replicar las más favorables condiciones fiscales imperantes por aquellos días en tierras públicas bajo la jurisdicción del gobierno federal estadounidense. De acuerdo con los términos de la Ley, el gobierno venezolano prorrogaría las concesiones por un período de cuarenta años y, de paso, desistiría de cualquier reclamo derivado de sus innumerables aspectos nebulosos. Pero a cambio de adquirir estos valiosísimos derechos, las compañías tuvieron que acceder a una serie demandas, entre las cuales, con creces la más importante, estaba la que se someterían incondicionalmente a la soberanía tributaria del Estado venezolano y, de allí en adelante, pagarían impuesto sobre la renta como cualquier otro causante (la primera Ley del Impuesto sobre la Renta en Venezuela también entró en vigor en 1943). Las compañías petroleras no acogieron esta propuesta con desbordante entusiasmo, pero el gobierno norteamericano –consciente de las catastróficas consecuencias derivadas de la intransigencia y arrogancia de éstas en el proceso que desembocó en la nacionalización petrolera en México– no les permitió expresar su disentimiento y, de hecho, las forzó a firmar el acuerdo. Una vez que lo hicieron, Venezuela se encontró en la posición – única entre los países que más tarde habrían de conformar la OPEP – de poder seguir inclinando la balanza económica en sus concesiones a su favor, por vía de la legislación soberana, y no a través de constantes, y a menudo tirantes, negociaciones. Para Egaña, sin embargo, esto nunca podía ser el fin de la cuestión, porque él entendía que el aislamiento haría difícil, si no imposible, que Venezuela mantuviera sus avances soberanos, Después de todo, el consentimiento de las compañías a la reforma de 1943, de un lado, y la presión a la cual las había sometido el poderoso gobierno de los Estados Unidos, del otro lado, algo habían tenido que ver entre sí, y Egaña comprendió que sería temerario asumir que las compañías simplemente olvidarían el asunto de los impuestos una vez que terminara la guerra. Egaña no tuvo que esperar mucho para ver a sus temores comenzar a materializarse. En 1949, solamente dos años después de que los Estados Unidos se convirtieran en un importador neto de petróleo, la demanda petrolera global se contrajo en términos absolutos (cosa que no habría de suceder de nuevo sino hasta la década de los años 1970). Como resultado de esta contracción, la producción de crudo en el mundo cayó en un 1,5 por ciento, y en Venezuela en un 1,6 por ciento; pero en los EEUU

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cayó en un 8,8 por ciento. Sin embargo, la producción en el Medio Oriente aumentó en un 14,8 por ciento, como consecuencia de la entrada en operaciones de los prolíficos yacimientos de Arabia Saudita y Kuwait. Aunque en ese momento Venezuela todavía producía más crudo que todos los países del Medio Oriente juntos, estaba muy claro que los bajísimos costos de producción en el Medio Oriente permitirían que el petróleo proveniente de esta zona acaparara una proporción creciente de la demanda mundial, en detrimento de productores con una estructura de costos menos favorable, como Venezuela. Joseph Pogue –un petrolero convertido en banquero, el cual tenía fuertes vínculos con la Standard Oil of New Jersey (antiguo nombre de Exxon, hoy ExxonMobil)– visitó Caracas a finales de ese año, 1949, e impartió una charla que fue objeto de gran publicidad, en la cual afirmó que Venezuela podría defender su cuota de mercado ante el embate de la producción del Medio Oriente solamente si rebajaba sus impuestos y ofrecía nuevas concesiones con condiciones más atractivas para los inversionistas.8 De forma poco sorprendente, Egaña veía el asunto bajo una luz distinta. A su parecer, la solución para el desafío indudable que los nuevos entrantes en el mercado representaban para su país, radicaba en que los estados del Medio Oriente (desesperadamente pobres y subdesarrollados en ese momento) llevaran sus propios gravámenes a la par con los de Venezuela, y no al revés. Así, en su capacidad de Ministro de Fomento de la Junta de Gobierno presidida por el coronel Carlos Delgado Chalbaud (la cual había tomado el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos), Egaña mandó a traducir al árabe y al inglés toda la legislación venezolana de hidrocarburos y otros documentos relevantes (incluyendo su propia obra, Tres décadas de producción petrolera), y conformó una delegación a la cual enviaría a un número de países clave del Medio Oriente, en una misión de buena voluntad: Irán, Arabia Saudita, Kuwait, Irak, Egipto y Siria (en ese orden).9 En las instrucciones de Egaña a esta delegación, se puede discernir claramente la lógica que habría de apuntalar los esfuerzos de Venezuela (que al final de cuentas se verían coronados por el éxito) por forjar un frente común de grandes países exportadores de petróleo. Sin duda conviene a Venezuela iniciar relaciones directas de amistad con los Gobiernos del Medio Oriente a fin de llegar a un equilibrio de precio de los petróleos de ambas procedencias, de manera que todos sean acogidos por los mercados mundiales sin detrimento de los beneficios que obtenemos por razón de los nuestros. Dentro de nuestra economía petrolera, hemos venido logrando invalorables conquistas económicas y sociales, y debemos evitar hasta el máximo retroceder en la vía de esos desenvolvimientos. Es posible que se logre un equilibrio de las fuerzas competitivas, mediante el cual puedan obtenerse beneficios para los pueblos del Medio Oriente sin que sufra detrimen-


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to la posición del pueblo venezolano.10 Egaña tenía confianza de que esta última suposición resultaría cierta porque, si bien no contaba con abundante información respecto a las concesiones del Medio Oriente, había tenido suficientes tratos con las grandes petroleras (y los gobiernos de sus países de origen) como para sospechar que las condiciones de éstas serían descaradamente desbalanceadas. En esto, desde luego, no se equivocaba. Los cuatros integrantes de la misión venezolana al Medio Oriente (el diplomático Ezequiel Monsalve Casado; el especialista en derecho minero Luis Monsanto; el funcionario Edmundo Luongo Cabello, Director de Hidrocarburos del Ministerio de Fomento, y futuro Ministro de Minas e Hidrocarburos; y el secretario Milo Panella), como embajadores de buena voluntad, no tuvieron un tarea fácil. En parte debido a que el nivel de comprensión de su gobierno en torno a los asuntos del Medio Oriente era más bien tentativa, en parte debido a las complicaciones inherentes tanto a la región como a las travesías de larga distancia en aquella época, pero sobre todo porque diversos personajes ligados a las grandes compañías petroleras intentaron sabotear la misión.11 Hasta cierto punto (en los casos de Arabia Saudita y Kuwait), estas tentativas de sabotaje tuvieron éxito, y una desventura médica intervino para hacer la visita de la Misión a Irak algo menos que fructífera. Sin embargo, en Irán, una recepción inicialmente cautelosa se transformó en un sentimiento dual de asombro y gratitud, derivado de –para usar la frase del propio Monsanto– “el hecho de que la Misión les dio toda la rica información que había llevado y toda la que los técnicos del Gobierno iraniano [sic] pidieron en largas entrevistas sucesivas, y en cambio no pidió ninguna”.12 Este flujo de información tuvo un impacto práctico fácilmente perceptible en las iniciativas legales asociadas con la nacionalización petrolera en Irán, la cual acusaba una marcada influencia venezolana. Las actividades de la Misión más allá de Irán llevaron a otro importante resultado. Como parte de su encomienda, los integrantes de la Misión debían solicitar a los representantes de los gobiernos de los países que visitaran, que éstos enviaran delegados al Primer Congreso Venezolano del Petróleo, convenido a iniciativa –nuevamente– de Manuel Egaña. Después de muchas demoras, el Congreso finalmente se celebró en Caracas en 1951 y la asistencia de países del Medio Oriente superó las expectativas. Se presentaron delegados de países que habían acogido a la misión, pero también había representantes de lugares donde su mensaje supuestamente no se había recibido. Entre los primeros se encontraba Farmanfarmaian, a quien se le había confiado, en 1949, la tarea de recibir a los venezolanos a su arribo a Teherán. Entre los segundos se encontraba nada menos que Tariki, cuyas instrucciones (de acuerdo a sus declaraciones a la prensa venezo-

Como a menudo sucede, la opinión generalizada resultó equivocada, entre otras cosas porque tanto la prensa especializada como las compañías subestimaron el grado de receptividad a los planteamientos venezolanos sobre la caída de los precios notificados y sus consecuencias para los productores del Golfo Pérsico

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lana en ese momento) eran las de “estudiar a fondo la estructura técnica y económica de la industria en Venezuela y la Ley que rige las relaciones entre el Estado y los concesionarios”.13 El tenor de la encomienda de Tariki, como se puede apreciar, era la encarnación tangible de la hipótesis que subyacía la iniciativa de cooperación de Egaña; a saber, que “los únicos países del mundo cuya posición frente al petróleo es comparable con la nuestra son Irán, Irak y últimamente Saudi Arabia... Pero aquellas naciones se han limitado a realizar -tímidamente, por cierto- una política fiscal petrolera y en esto nada tienen que enseñarnos. Acaso seamos nosotros quienes algún día les demos el ejemplo”.14 Farmanfarmaian y Tariki no fueron los únicos asistentes al congreso de Caracas cuyos nombres quedarían indisolublemente vinculados a los eventos que habrían de suceder en El Cairo, ocho años después. También en Caracas se encontraba nada más y nada menos que Wanda Jablonski, quien ponía ojo avizor sobre organizadores y delegados por igual.15 Si Mme. Jablonski hubiera estado al tanto de los designios de Egaña, sería razonable asumir que sus reportes hubieran destacado que, tras el congreso, había progresado mucho la iniciativa visionaria de éste de fomentar un sentido de solidaridad y unidad de propósito y objetivos entre los mayores exportadores de petróleo del mundo. Sin embargo, el progreso ulterior en este frente se detuvo al poco tiempo, como lo demuestra el intervalo de tiempo bastante largo que tuvo que transcurrir entre los congresos de Caracas y El Cairo. La duración de esta pausa sin duda tuvo mucho que ver con la naturaleza turbulenta de este período, durante el cual se sucedieron, inter alia, el derrocamiento del rey de Egipto, Faruk; la nacionalización del Canal de Suez; el embargo contra Irán por la nacionalización petrolera, la fuga del Shah, y el subsecuente golpe contra Mosadeq; y la caída de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Sin embargo, hacia finales de los años 1950, los procesos que desembocaron en la eventual imposición de cuotas de importación de petróleo en los Estados Unidos (y el consecuente deterioro de los precios internacionales del crudo) provocaron un resurgimiento del sentimiento de urgencia en el campo de los países exportadores. Y fue en el marco de este panorama que la Liga Árabe, medio entusiasmada y medio aterrorizada por los embriagantes vientos del nasserismo, decidió convocar su propio congreso petrolero y, de paso, reciprocar la invitación que Venezuela había extendido a algunos de sus miembros años antes. La invitación se hizo extensiva a Irán, aunque el sentimiento anti Nasser en las esferas de gobierno de este país se tradujo en que no enviara una delegación oficial (como tampoco lo hicieron Irak, Bahrein, Jordania y Túnez).16 Venezuela no desaprovechó la oportunidad que esta invitación suponía, para poner la iniciativa de Egaña sobre rieles nuevamente. A pesar de que el país se encontraba en estado de

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fermento político (Pérez Jiménez había sido depuesto en enero de 1958, y la inauguración de la nueva administración de Rómulo Betancourt había sucedido en febrero de 1959), se conformó una delegación de muy alto nivel para asistir a El Cairo. La encabezaba el flamante ministro de Petróleo Pérez Alfonzo, pero sus filas incluían también a Egaña (como ya se dijo antes), así como Monsalve Casado y otros once hombres altamente calificados.17 La prensa especializada percibió y reportó la intensa actividad tras bambalinas de la delegación venezolana, pero la opinión general fue que “nada... resultó de las discusiones informales”.18 Como a menudo sucede, la opinión generalizada resultó equivocada, entre otras cosas porque tanto la prensa especializada como las compañías subestimaron el grado de receptividad a los planteamientos venezolanos sobre la caída de los precios notificados y sus consecuencias para los productores del Golfo Pérsico (de la misma manera en que la fundación de la OPEP un año más tarde se precipitaría y facilitaría a raíz de la reducción unilateral de los precios notificados de la Standard Oil of New Jersey). Como debe de resultar obvio a partir de lo anterior, la OPEP es una institución con distinguida raigambre intelectual, cuyos orígenes se remontan mucho más atrás de lo que generalmente se cree, y esos orígenes y gestación debieron muy poco –si es que algo– a Wanda Jablonski. De hecho, el que “ello [o sea, la OPEP] hubiera sucedido de cualquier modo”, hubiera ella estado o no en el Cairo en 1959, era algo que Jablonski misma aceptaba abiertamente.19 Hay que aceptar que esto nunca le impidió disfrutar (y ordeñar al máximo), la mezcla de celebridad y notoriedad, acceso de alto nivel y credibilidad que le confería a ella (y a sus publicaciones) el hecho de haber recibido retrospectivamente el papel de ‘partera de la OPEP’. Pero parece poco elegante resentirle a Wanda Jablonski cierta tendencia al auto-promocionamiento, por la sencilla razón de que ella ocupaba una clase aparte en lo tocante a su conocimiento e intuición respecto a las ideas de política gubernamental que estaban cuajando durante la década de los años 1950 en lugares como Venezuela, Arabia Saudita e Irán, así como a las personalidades y motivaciones detrás de dichas ideas. Y si bien ella siempre consideró que los objetivos y estrategias de la OPEP eran profundamente equivocados, Jablonski de cualquier manera se esforzó en presentarlos de una manera razonablemente balanceada en sus escritos y publicaciones. En esto también se distinguió de las compañías y los gobiernos de los países consumidores, los cuales acogieron la fundación de la OPEP con un silencio estruendoso (valga la frase), y luego hicieron cuanto pudieron para caracterizar a la organización como un club para tertulias, desprovisto de cualquier importancia. Esto, por cierto, no era más que indiferencia fingida de su parte: las implicaciones de la existencia de la OPEP no pasaron inadvertidas para estos actores, los cuales empe-

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zaron a urdir planes para destruir a la organización desde el momento mismo del nacimiento de ésta, como se puede constatar en la magistral historia oficial de British Petroleum de James Bamberg.20 En las memorias de Farmanfarmaian en torno a la génesis de la OPEP, este miembro de la nobleza iraní desestimó la idea de que Jablonski pudo haber estado involucrada en la gestación de la OPEP: “extrañamente, muchos años después descubrí para mi gran sorpresa que algunos expertos petroleros equivocadamente daban crédito a Wanda [Jablonski] con haber comenzado con toda la idea de la OPEP”.21 Pero su patricio desdén impidió a Farmanfarmaian apreciar que no había nada extraño en la ubicuidad de la idea de que la OPEP podría nunca haber nacido salvo por la intervención del deus ex machina de Jablonski. Después de todo, esta idea encaja muy bien con la imagen maniquea de la OPEP que tanto compañías petroleras como gobiernos de países consumidores y organizaciones supranacionales han buscado proyectar por mucho tiempo, y que ha cobrado una vigencia casi universal gracias al éxito fenomenal de The Prize. De acuerdo a esta imagen, las compañías petroleras han sido siempre los únicos actores genuinos en esta “gesta épica por el petróleo, el dinero y el poder”22, porque es solamente gracias a su espíritu emprendedor e ingenio tecnológico que se crea riqueza. En contraste, los gobiernos dueños de los recursos naturales son vistos como espectadores pasivos que nada aportan, ya que se asume que en la ausencia de capital para explotar sus recursos, éstos carecen de valor alguno. Si estos gobiernos tuvieran tanto sentido común como recursos naturales –nunca dejan de sugerirlo– asimilarían sus insuperables limitaciones y darían a las compañías el paso libre, sin imponerles condiciones algunas. Desafortunadamente (para parafrasear a Adam Smith), los gobiernos gustan de cosechar donde nunca han sembrado, y demandan una remuneración a cambio de sus recursos naturales.23 De esta forma, los dueños de recursos naturales obstaculizan las labores de las compañías, disminuyen su productividad y así se apropian de una plusvalía que por derecho –no lo dudan– debía haber ido a las ganancias de las compañías, o bien a los consumidores en la forma de precios más bajos. Pero entre todos los obstáculos a los cuales han recurrido a través de los tiempos los dueños de recursos naturales, el más intolerable fue la OPEP (no por nada ésta fue el vehículo para “la mayor transferencia no violenta de riqueza en la historia”).24 PERO – y aquí es donde está el meollo del asunto del supuesto rol de Jablonski como partera de la OPEP – resulta que todos los gobiernos de la OPEP siempre han estado repletos de inútiles de tal calibre que éstos ni siquiera fueron capaces de diseñar esta Organización por sí mismos, y de hecho requirieron que una periodista norteamericana los reuniera para ponerlos al tanto y explicarles las sutilezas de la misma... El atractivo subliminal que un mi-


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to fundacional tan desfavorable puede tener en lugares donde la demonización de la OPEP se ha convertido en parte integral del discurso político es fácil de entender. Pero no así el hecho de que esta versión tendenciosa de los acontecimientos no sea cuestionada en otros sitios, notablemente en los países miembros de la OPEP25 y muy especialmente en Venezuela. En este último país, gran parte de la responsabilidad recae en la historia revisionista de la evolución institucional de la industria petrolera venezolana que Juan Pablo Pérez Alfonzo y Rómulo Betancourt propagaron. La piedra angular de ‘historia oficial’, re-escrita por Acción Democrática, era una denuncia dogmática de las condiciones económicas, políticas y sociales prevalecientes en Venezuela antes de la llegada de este partido al poder (el Trienio) y la consolidación del régimen democrático (después de la caída de Pérez Jiménez). Todo lo sucedido antes de 1945, y entre 1948 y 1958 inclusive, era condenado como perteneciente a la Edad de Piedra. El artículo de fe que constituía el núcleo de esta relatoría era que los gobiernos de la democracia (y especialmente los gobiernos adecos) eran los únicos que merecían reconocimiento por haber enderezado el desastroso legado que recibieron de los regímenes autoritarios que les precedieron en el poder: una situación de “exagerada vulnerabilidad y dependencia de la economía nacional, su dominación por las inversiones extranjeras en contubernio con aprovechadores criollos”, a los cuales no causaba ningún desasosiego la idea de servir de “avanzada al imperialismo para mantener la situación que facilita la expoliación de los principales recursos económicos de los venezolanos”.26 Desde luego, la idea de que la democracia trajo consigo una abrupta discontinuidad en el cauce de la política petrolera venezolana es simplemente falsa. De hecho, en muchos casos, las iniciativas políticas de los gobiernos civiles venezolanos, muy conservadores en los hechos si bien no en la retórica, representaron una retirada de las posiciones que las administraciones militares precedentes – en especial la de Medina Angarita – habían conquistado. Típicamente, estas retiradas – como el famoso ‘principio’ del fifty-fifty adoptado en 1948, luego de haberse alcanzado y discutido ya, entre 1943 y 1946, una división de los beneficios del petróleo en una proporción 60/40 a favor del gobierno – se presentaron como triunfos mayúsculos. Ciertos episodios, sin embargo, no se prestaban a este tratamiento revisionista, y en esta caso la preferencia clara era la de relegarlos al olvido. El mejor ejemplo de ello fue la Misión Venezolana al Medio Oriente: dado que no había forma concebible de presentar este episodio como otra venta de la patria más por parte de los lacayos del imperialismo, tanto el viaje como sus secuelas fueron sencillamente borrados de la historia. De esta manera, la OPEP se transformó en una idea inspi-

las compañías petroleras han sido siempre los únicos actores genuinos en esta “gesta épica por el petróleo, el dinero y el poder”22, porque es solamente gracias a su espíritu emprendedor e ingenio tecnológico que se crea riqueza. En contraste, los gobiernos dueños de los recursos naturales son vistos como espectadores pasivos que nada aportan, ya que se asume que en la ausencia de capital para explotar sus recursos, éstos carecen de valor alguno

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rada exclusivamente de Pérez Alfonzo. Y para asegurarse de que no hubiera que compartir ningún reconocimiento con personas ideológicamente cuestionables, Pérez Alfonzo excluyó a Egaña de la delegación venezolana que asistió a la reunión en Bagdad, en la cual se constituyó formalmente la OPEP, a pesar de haberlo asesorado desde que asumiera la cartera de Minas e Hidrocarburos en 1959. El enfoque maniqueo de Betancourt y Pérez Alfonzo tuvo una consecuencia mucho más seria que la de privar a un funcionario público ejemplar de asistir a un evento que hubiera coronado una larga y distinguida carrera. En una nuez, se tradujo en que una vez que estos titanes de peso completo abandonaron el escenario político venezolano, dejaron como legado a una banda de acólitos (condenados a vivir a su sombre), más que una escuela viable de política pública. Después de todo, el proceso de toma de decisiones de políticas públicas idealmente debería ser un proceso de aprendizaje, impulsado ante todo por la discusión, y no por consideraciones de pureza ideológica. En Venezuela, sin embargo, la discusión fructífera se vio coartada por el hecho de que había toda suerte de asuntos que o bien eran tabú o bien eran un artículo de dogma (como por ejemplo, que la reforma de 1943 representó una traición a la patria). Como consecuencia de ello, en Venezuela se volvió cada vez más difícil (y a final de cuentas, imposible), preguntar y comprender que había ido bien antes, y que había ido mal (y por qué). De forma fatal, esto sentó las bases para que PDVSA, la compañía nacional que supuestamente era la encarnación del proyecto nacionalista de AD, se apoderara del legado de Pérez Alfonzo y lo hiciera añicos. En 1997-8, la estrategia anti OPEP de PDVSA puso de rodillas a la Organización. La compañía fue capaz de hacer un daño particularmente severo en el seno de la OPEP porque, para entonces, los países miembros parecían haber olvidado la intuición que había sido fundamental para hacer sus fortunas colectivas durante la década de los años 1960, quizás el momento cumbre de la organización (durante esta década, después de todo, los países de la OPEP lograron la hazaña de incrementar significativamente su ingreso fiscal por barril en un entorno de precios a la baja y, por si esto fuera poco, el proceso de desarrollo económico de todos ellos fue extraordinariamente exitoso). Esta intuición se puede resumir en las palabras que Luongo Cabello dijera a su amigo Farmanfarmaian durante la visita de la Misión a Teherán: “las compañías hablan entre sí todo el tiempo. Nosotros deberíamos hacer lo mismo... Ninguno de nosotros compara apuntes, como si fuéramos simples bienes raíces. Esto debe cambiar. Entre más aprendamos unos de otros, mejor será nuestra posición”.27 A partir de mediados de los años 1970 en adelante, y especialmente una vez que las compañías estatales de la OPEP entraron en el juego a raíz de la nacionalización de las concesiones, los países miembros mismos se traga-

ron la idea poco constructiva de que la OPEP es un cartel, lo cual a su vez llevó a que dejaran de comparar notas, a que dejaran de aprender uno del otro (y la OPEP, por cierto, es tan cartel como lo fue la Texas Railroad Commission, el organismo regulador al cual suplantó en el escenario mundial). Las divisiones internas y la parálisis política fueron las inevitables secuelas. No obstante lo anterior, la OPEP se las ha ingeniado para soportar y superar cada una de estas divisiones y sus secuelas, y más, para llegar a su aniversario número cincuenta. La supervivencia de un grupo tan heterogéneo constituye una prueba contundente de que el petróleo, a fin de cuentas, es escaso. Y dada la manera en que la Madre Naturaleza tuvo a bien distribuir los recursos petroleros mundiales, no hay demasiadas razones de peso para pensar que la OPEP no será capaz de arreglárselas de una u otra forma, como la ha hecho hasta ahora, por otros cincuenta años más. Y ello a pesar de la innegable propensión que han demostrado los países miembros de la OPEP, ya sea por sí solos o en su conjunto, de hacer suyas narrativas e ideas fraguadas por sus detractores incondicionales, las cuales conducen por sendas sumamente traicioneras.

Suplemento Caracas • Mayo de 2011

10 Citado en Ramón Rivas Aguilar; Venezuela. Apertura petrolera y geopolítica. 1948-1958, Universidad de Los Andes, Mérida (1999): 90. Este libro contiene una selección de documentos concernientes a la Misión Venezolana al Medio Oriente.

11 Los documentos no se tradujeron al farsi, aparentemente porque alguien asumió, equivocadamente, que el idioma utilizado en Irán era el árabe. A su llegada a Irán, los integrantes de la Misión descubrieron que los documentos no se habían enviado en el mismo avión. Para entonces, Arabia Saudita ya había rehusado su solicitud de visado para entrar al país, a instancias del embajador estadounidense en el país y de representantes de Aramco, la concesionaria. Luego, en Kuwait (que a la sazón era todavía un protectorado), el cónsul británico insistió en estar presente en todas las conversaciones, las cuales por fuerza tuvieron que versar sobre puras banalidades. Finalmente, en Baghdad, Luongo Cabello enfermó de apendicitis.

12 Luis Monsanto, Informe de la Misión al Medio Oriente, mimeo. (1949), en el archivo personal de Manuel R. Egaña.

13 Últimas Noticias, 19 de Septiembre de 1951.

14

El Universal, 19 de Mayo de 1948.

15 Una ausencia notable en el Congreso de Caracas, desde luego, fue la de Pérez Alfonzo, quien en ese momento se encontraba en el exilio. De manera característica, Wanda Jablonski fue la única observadora internacional con el suficiente sentido común e intuición como para molestarse en seguirle la pista a Pérez Alfonzo.

16 Esta falta de acreditación oficial no impidió que los representantes iraquíes e iraníes firmaran el Acuerdo de Caballeros.

Daniel Yergin, The Prize. The Epic Quest for Oil, Money and Power. Simon and Schuster, New York (1991): 516-8.

1

El Ministerio de Petróleo y Recursos Minerales de Arabia Saudita se creó solamente en 1961, tras la fundación de la OPEP, y Tariki fue el primero en ocupar este puesto.

2

Anna Rubino, Queen of the Oil Club. The Intrepid Wanda Jablonski and the Power of Information. Boston, Beacon Press (2008): 10.

3

Daniel Yergin y “Adam Smith” (pseudónimo de George Goodman), citado en Rubino, ob. cit.: 162-3.

4

17 La delegación saudita, que de ninguna manera era pequeña, constaba de ocho representantes.

18 Middle East Economic Survey, 24 de abril de 1959 (v. II, 24).

19 Wanda Jablonski, citada en Rubino, ob. cit.: 162.

20 James Bamberg, British Petroleum and Global Oil, 1950-1975: The Challenge of Nationalism (History of British Petroleum, Vol. 3), Cambridge, Cambridge University Press, 2000.

Farmanfarmaian y Farmanfarmaian, ob. cit.: 342. 21

Manucher y Roxane Farmanfarmaian, Blood and Oil. A Prince’s Memoir of Iran, from the Shah to the Ayatollah. Nueva York, Random House (2005).

5

Egaña también había sido Ministro de Fomento a finales de la década de los años novecientos treinta y nuevamente a finales de la década de los años novecientos cuarenta, cuando los asuntos petroleros eran parte de las responsabilidades de esta cartera.

6

Manuel Egaña, Memoria del Ministerio de Fomento, Ministerio de Fomento, Caracas (1939): xi; cursivas en el original.

7

J.E. Pogue, Oil in Venezuela: An Economic Study Based on an Address Presented at a Meeting of the Asociación Venezolana de Geología, Minería y Petróleo, Colegio de Ingenieros, Caracas, Venezuela, Chase National Bank (Petroleum Department), Nueva York (1949).

8

“Tres décadas de producción petrolera”, en Manuel R. Egaña, Obras y ensayos seleccionados, Editorial Banco Central de Venezuela, Caracas (1990), volumen 1: 185-377.

9

22

Este es el subtítulo de la obra de Yergin.

23 Wealth of Nations, Libro I, Capítulo X, Parte II.

24 Steven Schneider, The Oil Price Revolution, Baltimore, Johns Hopkins University Press (1983): 1. Esta frase se acuñó antes de los años 2000-2008, durante los cuales sucedió una nueva versión de esta transferencia.

25 Durante la Tercera Cumbre de Jefes de Estado de la OPEP que tuvo lugar en Riad, en 2007, Yergin recibió el Premio Rey Abdallah de Arabia Saudita en reconocimiento a su labor de investigación.

26 Juan Pablo Pérez Alfonzo, Petróleo y dependencia. Síntesis Dos Mil, Caracas (1971): 218-9.

27 Farmanfarmaian y Farmanfarmaian, ob. cit.: 229.


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