Obsolescencia programada

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Obsolescencia programada Ensayo finalista en el II Concurso nacional de crítica arquitectónica 2017. Temática: Realidad Nacional. Pseudónimo: Junipero / Autora: Susy Torres


Obsolescencia programada - Junipero Temática: Realidad nacional

El siglo pasado nos trajo consigo la ruptura de los paradigmas instaurados hasta ese momento, el orden perdió su posición privilegiada; se apostó por una sensibilidad que iba en contra de la racionalidad cartesiana y con ello la superación de las denominadas “certezas universales”. El temor a los cambios y el impetuoso deseo de modernizarse bajo una percepción bastante superficial, nos han dejado indiferentes ante las ruinas silenciosas juzgadas como inservibles. La crisis nos lleva a la generación de nuevos planteamientos, nuevas formas de ver y enfrentar las cosas, nuevos procesos en respuesta a la situación presente. Cada situación que represente un cambio siempre es motivo para ponernos alerta y totalmente temerosos de los resultados de este acontecimiento, vivimos incluso asustados del momento inevitable, EL FINAL, la muerte. La tomamos como si fuera la culminación total de cualquier posibilidad existente, como si después de esto lo que sucede es terrible totalmente. Sin duda, hay que evitarlo a toda costa y que no suceda nunca. Cuando la verdad es que ninguno de nosotros puede dar una información certera sobre lo que pasa después. Le tememos porque creemos que es el final, porque la degradación no puede significar ninguna otra cosa que una situación negativa. “¿Para qué sirve la utopía? La utopía está en el horizonte, y dijo: yo sé muy bien que nunca la alcanzaré, que, si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos, cuanto más la busque menos la encontraré, porque ella se va alejando a medida que yo me acerco. ¿Para qué sirve? La utopía sirve para eso, para CAMINAR.”(Galeano, 1925) Sin embargo, vivimos en un país que ha tomado como sueño de vida, una distopía en la que la cultura del consumismo es el guion y los desechos son el principal protagonista. Es una constante crisis en la que las ciudades se lanzan

unos a otros los desechos acumulados en los contra-espacios generados en las zonas periféricas, para que no queden en su lado del territorio. (Lynch, 2005) Se proyecta en la ciudad asumiendo la universalidad del proyecto, concibiendo el contexto actual como único y que se comportará de la misma forma eternamente, como si se fueran a quedar estancados en un espacio atemporal donde no se producirá ningún cambio, y podrá seguir funcionando con el mismo uso y para las mismas personas porque se presupone que todo seguirá igual en uno, dos o quince años en adelante, y estaremos en un bucle infinito. Se trabaja prediciendo la etapa de obsolescencia, mediante diseños que no responden a los cambios de la sociedad, ni a los habitantes, se piensa en un usuario que ya no existe y no existirá. Deseamos crear ruinas antes incluso de haberlas construido obedeciendo una corriente en la que mientras más ‘’moderna’’ se vea, mejor. Se construye visualizando el tiempo de vida, y brindándole desde su inicio una fecha de caducidad. En caso de producirse un cambio de usos de suelo, ante las ansias por poder finalmente alcanzar un nivel de modernidad superior, es inobjetable que el edificio existente en el lote elegido ya no sirve más. Claramente es hora de aplicar el método Bulldozer para deshacernos de lo que quede, y poder realizar un proyecto que vaya acorde con la función, y con la tendencia actual, volviendo nuevamente a realizar una ruina moderna programada con anticipación para el uso preciso que tendrá, con un inicio y un final previsto aunque no planificado. Puesto que ‘’la reparación’’ de éste, no terminaría siendo beneficiosa sino que generaría un costo mayor a demoler y construir nuevamente. Se producen tiempos de vida muy cortos, al ser considerados cachivaches y no antigüedades. La visión que llegamos a tener de estas ruinas


¿Qué tal si clavamos los ojos, más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible? (Galeano, 1998)

Fotografía de Rodríguez Novoa, A. de la remodelación de la Plaza de Armas de Trujillo, 2017.


está sugestionada en gran parte del vínculo que tenemos con la memoria del lugar. No se produce la misma sensación al observar un edificio industrial olvidado a una casona donde vivió un personaje ilustre de nuestra historia. Nos inquieta el pensar en que una fábrica es sinónimo de esclavitud, trabajo y pérdidas, nos desconcierta verlas generando un sentimiento de rechazo y culpa, nos motiva a contemplar sin nostalgia alguna. No somos capaces de admirar la belleza del pasado y la impresión que tuvo en nuestro territorio siendo una capa más del tiempo, estamos inmersos en una globalidad impertinente, donde se gesta la moda de los “no lugares”, espacios sin identidad alguna, generando una negación hacia las raíces, con la finalidad de ser “modernos”. Tomamos al edificio con tales características, como obsoleto e inservible, incapaz de lograr los objetivos que se requieren. Son abandonados, olvidados, y yacen en silencio ante este fenómeno. Se ha llegado a pensar que la única forma de progresar es desechando cualquier impureza existente que impida que éste se desarrolle de la forma más adecuada para ser la última compleja pieza de arquitectura moderna. Mientras tanto en la ciudad distópica de los desechos, éstos son transportados hacia las inmensas torres de ‘’basura’’ y formando nuevas probablemente, de forma ajustada para no afectar al territorio contiguo. Evidentemente si son transportados a este lugar desviado, significa que ha llegado el final de su vida útil y que serán tratados como si no existieran aunque todos sepamos que siguen ahí. Estas ruinas conservan aún el espíritu de modernidad con el que fueron construidos, fragmentando pero presente de algún modo, capaz de afectar a una ciudad como lo suelen hacer los contra espacios de crisis,

desde lejos.(Bretón Belloso, 2014) Seguimos generando enormes pérdidas de material, demoliendo cuando no es necesario, tratamos de eliminar una problemática cuando no es posible, lo único que se ha realizado es transportarlo a otro espacio. La indestructibilidad de la materia, no permite que te puedas deshacer de ésta, pero te ofrece la posibilidad de transformarla, sin embargo, (nosotros) la sociedad sigue consumiendo. Es indiscutible que cualquier situación que suponga una pérdida o una crisis, terminará finalmente por mostrar un cambio al final de ésta, se podría decir incluso que este momento de obsolescencia en los edificios, es la etapa del cambio que nadie desea ver, la etapa de la ruina moderna que debería ser incluida en el proceso proyectual contemporáneo como una fase más de ésta. Son erróneamente tomadas como fases que debemos evitar cuando todo es parte de un proceso de transformación. Estamos acabando con los recursos de futuras generaciones, en lugar de prestarle más atención a las viejas construcciones que vuelven a nosotros. Se nos ha hecho bastante fácil y conveniente pulverizar las construcciones que solíamos habitar, para rodearnos de espacios con escaso carácter histórico(Pardo, 2010). La remodelación de la plaza de armas de Trujillo es un ejemplo preciso para mostrar que deshacernos de las huellas de la memoria, la actividad humana y el esfuerzo puesto en estos espacios (ver Fig. 01), se ha vuelto una costumbre desmedida, dispuesta a crear falsas y frías imitaciones de lo que nunca existió o del sueño moderno que queremos vivir, intentando consolidar ficciones del progreso, mientras esta obsolescencia programada se toma como el fin efectivo de una edificación, sin brindarle la oportunidad de


poder transformarse. Hemos destruido completamente la visión sensible sobre la arquitectura, reduciéndola únicamente a enormes montones de escombros sin aparente futuro útil alguno. Existen formas de sobrevivir a las etapas de obsolescencia, sin embargo el primer paso para el tratamiento sería finalmente aceptar este acontecimiento, como una etapa más de la vida de los edificios, y no como una impureza que debe ser evitada y eliminada. Considerar la obsolescencia programada como una etapa de degradación que continúe hacia el cambio y transformación. Siendo capaz de adaptarse a lo que la sociedad necesite, respondiendo al entorno en lugar de a un capricho creativo que logre conseguir la utopía moderna que se ansiaba lograr. Se puede lograr proyectar edificios socialmente resilientes que puedan acoger a los usuarios de diferentes generaciones, con otros estilos de vida, siendo capaces de otorgar espacios que no insinúen un uso específico y trabajar de tal forma que la neutralidad de éstos sea la particularidad que le permita abrirse a los cambios que se irán generando con el paso del tiempo, mutando como lo requiera el nuevo usuario, protagonista del edificio, pieza principal y clave del diseño. Este usuario que irá cambiando, y consigo la percepción que posee del espacio en el que se encuentre. Siendo así, deberíamos ser capaces de realizar intervenciones escogiendo las estrategias adecuadas para que su territorio pueda cambiar como el usuario mismo lo haga. De alguna forma, comportarse como elementos móviles y flexibles que no sólo beneficien al habitante, sino que puedan afectar a la distancia también, como lo suelen hacer las ruinas(Friedman, 2011). La ciudad sería dotada de espacios que permitan una continua reorganización dependiendo de las necesidades, manteniéndose

en una constante espontaneidad encontrando sus lugares por encima de lo certero y preciso, conquistando espacios de forma casual mediante mutaciones planificadas. Convirtiendo simples intervenciones en un dispositivo que logre transformar no solo una edificación, sino una serie de espacios que se traducen en una ciudad espontánea, contemporánea, flexible a lo que el entorno requiera. Dejaríamos atrás la rutina que convirtió los escombros en objetos inútiles y a la rigidez disciplinar, para abrirse camino a la reutilización, a los cambios, a la transformación, a la obsolescencia programática, teniendo como objetivo el reequilibrio ecológico y la sostenibilidad, siendo la arquitectura un saber interdisciplinar. A veces es necesario reprimir el capricho del arquitecto para responder a lo que requiera el entorno realmente. Bibliografía Bretón Belloso, L. (2014). La nostalgia operativa, el nuevo romanticismo. Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Friedman, Y. (2011). Budapest prefacio. M. I. Rodríguez (Ed.), Arquitectura con la gente, por la gente, para la gente (p. 16). MUSAC/ Actar. Galeano, E. (1925). ¿Para qué sirve la utopía? En Palabras andantes. Colombia. Galeano, E. (1998). ¿Qué tal si deliramos por un ratito? En Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Lynch, K. (2005). Cacotopía de los desechos. Catherine, David, Laura, Peter Lynch. (Ed.), Echar a perder: Un análisis del deterioro (pp. 17–19). Barcelona: Editorial Gustavo Gili, SA. Pardo, J. L. (2010). Estética y nihilismo. Ensayo sobre la falta de lugares. Ciudad de lectores (Ed.), Nunca fue tan hermosa la basura (pp. 27– 29). Barcelona.


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