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4ºESO
Aquel día de marzo
El día que se declaró el estado de alarma, yo estaba con mi abuela en su casa del pueblo, una casa pequeña, pero lo suficientemente amplia como para poder vivir. Aquella tarde, en la que el tiempo se detuvo, fui consciente de que nada volvería a ser como antes, por lo que le pregunté a mi abuela que escogiese cómo quería pasar la tarde. Supe que no iba a obtener respuesta de tan humilde mujer, me sugirió que eligiera yo, insistí y estuvimos jugando a las cartas. Observé con atención sus manos de anciana manejando los naipes con cierta estrategia y cortesía, ya que llevaba toda la vida jugando; la miré a los ojos y vi cómo se concentraba, haciendo como si sacaba su mejor naipe disimulando para que yo pudiera ganar. En ese momento, desee que el tiempo se parara para poder vivirlo una y otra vez. Las cartas, las risas eternas mientras preparábamos ese bizcocho tan bueno que comíamos para desayunar, los abrazos sin límite, los chistes tan malos que sólo por su manera de contarlos nos partíamos de risa, los bailes de tango que bailábamos en el salón sin vergüenza alguna, sus consejos de abuela y su voz, aquella que podría estar escuchando una y otra vez contándome anécdotas, sueños y penas. Se hizo de noche y vinieron mis padres a recogerme, el estado de alarma había comenzado. Durante ese tiempo, llamaba a mi abuela por videoconferencia, pero las cosas no eran igual que antes. Intentaba animarla interpretando canciones, enseñándole lo que aprendía cada día, aconsejándole películas de las de vaqueros que eran las que más le gustaban… Echaba de menos sus abrazos, y aunque a menudo solíamos llevarle la compra, el contacto había terminado. No podíamos darnos ni besos, ni abrazos, ni estar con ella mucho rato. Hoy sigo sin poder abrazarla, y solo quiero pasar tiempo con ella, que se ría de todo, que la vida está para disfrutarla, como en aquella tarde de marzo en la que todo esto parecía un juego.
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Mar Ruiz, 4ºA
Cuando pierdo algo, mi madre siempre dice que piense en dónde lo dejé la última vez. Y eso es lo que voy a hacer: intentaré recordar dónde dejé aquel abrazo. Todo empezó un famoso 13 de marzo, yo estaba en casa de mi abuela comiendo, al igual que todos los jueves, y en las noticias empezaron a hablar sobre el COVID19, yo no entendía bien sobre lo que estaban hablando, pero comentaron que se iban a suspender las clases durante 15 días. Al enterarme me puse súper contenta ya que no iba a tener que hacer el examen de física y a los 15 días, todo volvería a la normalidad. Al acabar de comer me fui de casa de mi abuela y para despedirme le di un abrazo, ese abrazo. El confinamiento empezó y la tristeza fue con ella de la mano. A mí todos los días me parecían iguales, me iba a dormir pensando cuando podría volver a ver a mi abuela. Me despertaba con la esperanza de que en las noticias dijeran que el confinamiento acababa. Días y días después de estar pensando en ese abrazo, me di cuenta de que faltaba mucho para poder recuperar nuestra vida. Los jueves comiendo en casa de mi abuela, los domingos en familia, sus besos… Varios meses después, anunciaron que por fin iba a ocurrir una especie de desescalada, en esta poco a poco podríamos ir saliendo a la calle. Fase 3, en la cual los adolescentes de 12 a 16 años podríamos salir a la calle de 6 a 8 de la tarde, durante esas semanas nos dimos cuenta de lo valiosos que son pasar 5 minutos riéndote con tus amigos o visitando a la gente que más quieres y que consiguen sacarte una sonrisa con el simple hecho de existir. Yo aproveche y en cuanto pude salir fui a ver a mi abuela y a darle ese abrazo. El problema era, que si tenía mala suerte y no mantenía las distancias de seguridad podría acabar con su vida. Por mucho que me doliera, era mejor tener cuidado y esperar a volver a la normalidad para recuperar el poder de los abrazos. Un abrazo en una muestra de amor y cariño, te puede revivir por dentro.
Iara Pérez, 4ºA
Algo me decía que este no iba a ser un gran año. Tan sólo unas horas, y 2022 comenzaría, pero no estaba muy convencida de que este año fuera ser mejor que el anterior. Por otro lado, el país no andaba nada bien. Las elecciones habían causado mucho revuelo, pues decían que estas habían sido manipuladas y que el nuevo gobierno nos llevaría a la ruina. La cuestión es que la situación laboral no era buena, y la clase trabajadora esperaba un cambio. Sólo hicieron falta dos meses para que se hicieran públicas investigaciones que acusaban al tan criticado gobierno de fraude y corrupción. El caso es que los obreros no aguantaron más y salieron a la calle, manifestándose a través de todos los medios posibles. Entre estos revolucionarios, se encontraba Ana Soria, una mujer a quien siempre he admirado. Ella era fuerte, trabajadora, luchaba por el movimiento obrero y recientemente había fundado su propio sindicato. Su nivel de crispación era tal, que decidió tomar las riendas, para que un nuevo cambio fuera posible. Organizó huelgas y protestas, y en tan sólo unas semanas, estaba en boca de todo el país. Había que actuar. Ana propuso al gobierno un debate público y forzar unas nuevas elecciones tras él. Debido a la inmensa presión que sufrían, terminaron por aceptar. El gran día llegó. Ana entró en aquella sala bastante segura. El debate comenzó. Todo iba según lo previsto, hasta que el gobierno pidió a Ana pruebas concluyentes de sus supuestos fraudes. Ana empezaba a tensarse.
De repente, un policía entró en la sala con un papel en la mano y arrestó a los representantes del gobierno. -¡Aquí traigo la orden judicial!, dijo el policía. Acababan de encontrar una cuenta en Suiza que los incriminaba. El juez condenó a los inculpados a treinta años de prisión, el partido obrero ganó las elecciones, las condiciones de los obreros mejoraron, y el sindicato de Ana creció y se extendió por todo el país. Y yo que pensaba que este no iba a ser un gran año, ¡por fin vi a mi madre triunfar!
Lucía Pallarés, 4ªA
A pesar de que me advirtieron de que no estaba permitido, he decidido regresar a la tierra a
ayudar a la policía a resolver mi asesinato porque como los que me conocen saben, si algo soy es terca. Era 15 de abril, y acababa de regresar a la tierra, todo el mundo se frotaba los ojos con asombro al verme, como si de ello se tratará que acabaran de ver a un muerto aunque… irónicamente, pensándolo bien, era justo lo que estaba sucediendo. Me dispuse camino a la comisaria pero tras haber visto la reacción de aquellas personas pensé que sería lo menos indicado ya que me expondría a que todo el mundo supiese acerca de mi existencia incluyendo a mi asesino, por lo que decidí que lo más conveniente era cambiar mi aspecto; fui a un par de tiendas de un barrio en el que nadie me conocía, y al salir de la última tienda vi que ya estaba anocheciendo así que decidí buscar un sitio donde poder refugiarme; al principio considere la idea de volver a mi apartamento, pero ¿y si el asesino ya sabía sobre mi existencia?, ¿y si volvía para terminar lo empezado?... una cosa estaba clara debía descubrir a mi asesino antes de que él me descubriera a mí; cada vez el sol estaba más bajo, apenas podía ver ya, lo único que iluminaba la calle era aquel letrero de un motel donde finalmente decidí entrar para pasar la noche. Me tumbe sobre la cama, estaba agotada y todavía podía sentir aquel disparo atravesando mi pecho, pero… ¿por qué no recordaba quién empu aba el arma?; era una cuesti n que llevaba horas rondando mi cabeza. Empecé a oír voces discutiendo en la habitación de al lado por lo que se hacía imposible pensar y me dispuse a escuchar: -¡te digo que la han visto! -ya bueno, y yo te digo que eso es imposible. -¿y qué pasa si es cierto?, ¿y qué pasa si está viva? - relájate, estás delirando como aquellas personas que dicen haberla visto, no está viva, y si lo estuviera solo tendríamos que ocuparnos del problema. - y ahora calla y duerme que mañana el taxi nos estará esperando temprano. ¿Sería eso un golpe de suerte?; de una cosa estaba clara aquellos hombres eran mis asesinos.
Alba Górriz, 4ºA
Algo me decía que este no iba a ser un gran año. Los rumores sobre un nuevo virus se extendían en los medios de comunicación. Todo comenzó en una ciudad lejana llamada Wuhan pero nunca pensamos que podía llegar a España. La sorpresa dio paso a la lucha y los contagiados se convirtieron en fallecidos. Todo ocurrió tan rápido que sin darnos cuenta, el gobierno dio la noticia de que iban a confinarnos, siendo esta la única forma de frenar los contagios. Vivimos las veinticuatro horas del día encerrados, sin poder salir. Hicimos el esfuerzo de no vernos para intentar luchar contra un enemigo invisible del que todos hablaban. Nos convertimos en luchadores contra un virus que mata sin sentimientos. Algunos eran afortunados y vivían en casas grandes, con jardín y piscina. Sin embargo, había familias que vivían en espacios muy reducidos; esas personas eran admirables, tanto como los sanitarios y los trabajadores de primera necesidad, poniendo su vida en riesgo tan solo por ayudar a los demás. Cerrados en nuestras casas, esperábamos a que nos dijeran que los contagiados disminuían y que ya no había fallecidos. Inesperadamente, nuestras vidas, hábitos y rutinas cambiaron por completo. Hablábamos con nuestros seres queridos únicamente a través de las pantallas. Echábamos de menos sus besos, sus abrazos, su energía... Notábamos la ausencia de cosas tan simples pero a la vez muy grandes. Cosas que jamás pensamos que nos quitarían, y que ahora estamos echándolas de menos. Pensamos que valoramos lo que tenemos hasta que llega algo como esto y nos hace abrir los ojos. Actualmente, esta pandemia parece una lucha interminable, pero pasará. Cuando menos lo esperemos las noticias nos sorprenderán con un mensaje positivo que nos indicará que el camino llegó a su fin. Pronto, todo esto será una anécdota más que contaremos a nuestros hijos como el año aquel que nos encerraron en casa. Esta situación quedará como un pequeño recuerdo borroso, pero habremos aprendido a valorar mucho más lo que tenemos.
Lucía Domingo, 4ºA
Me quedaba la última hora de clase mirando por la ventana. Era el último día del curso y tocaba historia. Todos estarían viendo una película aburrida sobre la Guerra Civil, nadie se daría cuenta si no prestaba atención y pensaba en aquello que tanto deseaba. Yo ansiaba estar con él. Había estado en todos esos momentos a lo largo de mi vida. Y ahora… solo tengo fotos y recuerdos que me ayudan a no olvidarle, a no olvidar esos ojos con los que tantas miradas había compartido, esos brazos en los que me sentía tan protegida, ese cuerpo que tanto calor daba en la siesta. Nunca había imaginado nada tantas veces como el momento de reencontrarnos. Cuando la profesora por fin puso la película empecé a pensar en el peor día de mi vida. Fue el 5 de enero. No acudí a la cabalgata de reyes como todos los anteriores años. Esa tarde sólo quería llorar en mi cuarto. Él había tenido que irse antes de comer, al día siguiente zarpaba a un lugar secreto a una misión, es militar. Pensé en llamarle, pero no quería que me viera así de triste. Hasta el 16 de agosto no volvería a verle. “Será duro pero ese día merecerá la pena todo”, me repetía continuamente entre lágrimas. Por la noche mi madre me escuch y se tumbó en la cama conmigo sin decirme ni una palabra. Definitivamente, sí fue el peor día de mi vida. Minutos más tarde, en clase se seguían oyendo disparos de la Guerra Civil, no podía parar de pensar en él en cada segundo de esa película. En cada escena aparecían militares, él no salía de mi cabeza. Cuando nadie lo esperaba, mi profesor favorito tocó a la puerta y me propuso salir al pasillo. Me levanté nerviosa y con la mirada de todos mis compañeros clavada en mí. Al salir vi a varios profesores grabando y otros alumnos mirando desde sus clases. Al fondo, a 20 metros de mí, estaba él. No me lo creía, hacía un minuto que imaginaba que estaba a miles de kilómetros de mí y ahora estaba tan cerca. Corrí hacia él y ese abrazo hizo que todo mereciera la pena.
Idoia López, 4ºA
Joaquín contra los zombis Nadie imaginaba aquella mañana de Navidad que aparecerían en la plaza del pueblo monos
y zombis del espacio. Era el 25 de Diciembre, en el cual Papa Noel debería haber repartido los regalos como hace todos los años. Los niños del pueblo, tristes y preocupados, salieron a los balcones a ver si a los demás les ocurría lo mismo. Les resultó muy raro ver zombis y monos saltando, todos los habitantes del pueblo se escondieron menos un niño de 11 años, el cual era muy valiente, se llama Joaquín. El niño adoptó a un mono del espacio ya que le gustaban mucho los animales y solo le faltaba por tener un mono tan especial. Esa noche llamaron a la puerta de su casa. Era un zombi que quería recuperar a su mono ya que era su mejor amigo. Joaquín le pidió una explicación de porqué estaban en el planeta Tierra, el zombi le dijo que era porque querían conquistar el planeta. A Joaquín le resultó muy raro que Papa Noel no haya traído la felicidad al pueblo así que decidió devolverle el mono al zombi y seguirle, sin que nadie se diese cuenta, hasta la nave donde estaban los zombis. Allí descubrió que los zombis habían secuestrado a Papa Noel, al Presidente, a los Reyes de España, y sobre todo a Leo Messi, un jugador del Barça, porque ellos veían el fútbol y eran del Real Madrid con lo cual así ganarían siempre. Eso a Joaquín le pareció muy mal porque era del Barça con lo cual se lo conto a sus amigos. Joaquín y sus amigos retaron a los zombis a un partido de futbol; si ganaban, los zombis se irían del planeta para no volver más. Empezó el partido, como Joaquín sabía que jugaban en desventaja porque los zombis eras muy grandes, pensaron en hacer trampas. Y lo que hicieron fue rescatar a Messi de la nave de los zombis y así ganarían sin problema. Al final del partido Joaquín y sus amigos ganaron y, en recompensa, Messi les invito a muchos partidos suyos en primera fila por haberle salvado a él y al planeta.
Claudia Fandós, 4ºA
Nunca se sabe lo que puede ocurrir dentro de un armario cuando cerramos la puerta; ni tampoco lo que pasó en cada casa durante la cuarentena. Cuando mis allegados hablan acerca de todas las cosas que descubrieron estando aislados, solo pienso en que estuve tan ocupada intentando descubrir a la persona que tenía en frente como para centrarme en el exterior. Aún recuerdo con intensidad aquel instante en el que el mundo se paralizó como quién pone su juego favorito en pausa mientras habla con un amigo para, más tarde, reanudar la partida. Así me sentí cuando por el grupo de clase escribieron: “se ha declarado el estado de alarma”. Quince días de vacaciones, pensó la mayoría. Por otro lado, ahí estaba yo, si mi tercer año de instituto había sido un sueño para mí, el Covid-19 me despertó con un balde de agua fría. Las primeras semanas de confinamiento todo me pareció tan irreal, como sacado de una película post apocalíptica se podría decir, que de pensar tanto, no pensé lo más mínimo en mí. Cuando me di cuenta de la situación, todo estalló. Yo, una persona acostumbrada a convivir con casi un centenar de personas al día, había pasado a ver a las mismas cuatro de siempre durante horas y semanas que parecían ser eternas y, lo que fue peor, tener que verme a mí misma, lo que en realidad era detrás de esa fachada formada por incontables actividades sociales y una agenda sumamente apretada. Fue duro, lo admito, pero tengo más cosas que agradecerle al virus que por las que culparle. Quizás si nada de esto hubiera pasado no sería yo, la persona que tantas horas y tanto entendimiento me ha costado construir. Aprendí que está bien echar de menos; que está bien estar mal a veces y, que no por ello, esos sentimientos durarán eternamente; que todo llega a su fin, sea bueno o malo, y que debemos estar listos para cuando eso ocurra.
Rocío Buendía, 4ºA
Ahora que tengo la impresión de que solo puedo contemplar el mundo a través de mi
ventana, miro hacia la calle, con la mirada de un niño pequeño y pienso lo divertido que sería poder disfrutar de mis amigos una tarde cálida, soleada y todo lo larga que se puede esperar de una tarde de invierno como la de hoy. Pasó todo el día con esa maldita incertidumbre de si la prueba que le habían hecho a mi madre unas horas antes y por la que a mí me estaba tocando vivir tan cerca y tan lejos de ella, separada por unos pocos metros de pasillo y dos puertas a las que cuando me acercaba parecían insalvables. Sufriendo una soledad que cada hora que pasaba se hacía más fría y triste, la cual me quemaba por dentro, y una voz me gritaba desde lo más hondo de mi corazón, que abriera esa puerta y le diese un abrazo, pero bueno pese a lo que mi corazón dijese hice lo éticamente correcto y me quedé en mi habitación, esperando a que ese reloj que estaba colgado en la pared marcase las diez, para poder ir a visitar a mi madre en una cena la cual no iba a ser igual, ella sentada en la mesa principal, yo en una mesa plegable justo en la otra punta del comedor. Cuando terminamos, me voy a dormir y durante la noche pienso que podría haber hecho más cosas para no coger este maldito virus, que hay muchas más personas en el mundo pero bueno, mañana llegaría esa llamada que nos diría si de verdad mi madre tenía ese extraño virus que tenía tanta gente y del que no se sabía nada. Después de pensar tanto me quede dormido. A la mañana siguiente me desperté con una llamada, mi madre terminó la llamada casi sin fuerza dejando el móvil caer sobre el sillón y así era, nuestros peores presagios se habían cumplido. Mi madre se fue a su cama y se tumbó. Cómo una cosa tan extraña se había podido meter en mi casa sin que nadie se diese cuenta, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse, esa noche me fui a dormir con el corazón en un puño pensando en la prueba. Mañana es el gran día.
Enrique Hermano, 4ºA
Sin infancia
Mi infancia terminó de repente en ese año maldito, en el que el Covid-19 se llevó a mis abuelos y a millones de personas. Mi dolor por dentro era tan grande como la ciudad de Nueva York. Me sentía culpable de la muerte de mis abuelos, porque yo, después de haber estado jugando toda la tarde con un amigo que tenía el virus, fui a hacerles una visita y se lo pegué. La incertidumbre en ese periodo, de no saber nada de mis abuelos que estaban en la UCI me consumía por dentro; además, no nos daban casi información de cómo se encontraban, el tiempo pasaba muy despacio, ya que yo estaba confinado ,finalmente mis abuelos al cabo de dos semanas fallecieron solos, la peor muerte que puede tener un persona, sin nadie de su familia que les apoyara, ni siquiera pudimos enterrarlos dignamente, aunque yo sentía un gran orgullo hacía ellos por lo mucho que habían trabajado en el campo de sol a sol para conseguir que su familia viviera dignamente. El pensamiento de culpa fue tal que varias veces pensé en quitarme la vida, tuve que ir a psicólogos porque no estaba bien, tenía una depresión tremenda, después de eso mi infancia no fue buena, no tenía ganas de salir a jugar con mis amigos, no tenía nada en la vida que me motivase y no socializaba. Ahora, con veinte años más, me arrepiento de no haber disfrutado mi infancia, podríamos decir que el maldito Covid19 me quitó la mejor etapa de la vida. Actualmente me dedico a cuidar a personas mayores que están en la situación en la que estuvieron mis abuelos durante esas dos semanas, es lo que me llena y me motiva en esta vida, si algo he aprendido de lo que me pasó es que de todo se sale y que tiene mucho mérito levantarte cuando uno está hundido como yo lo estaba.
Carlos Pérez, 4ºA
Cuando pasó por mi lado, supe que algo no iba bien, ni iba a ir bien. En otros países del mundo ya había atacado un virus mortal, que ahora también estaba afectando a nuestro país. Todo el mundo estaba asustado y desconcertado, ya que este virus podía acabar con muchas vidas. Tras varias semanas estuvimos viviendo pero sin vivir, aprendimos a convivir con este virus tan afectuoso. Desde entonces la gente veía el futuro cada vez más complicado, mientras tanto había gente luchando en primera línea contra el virus. Sin ver a penas a su familia, destrozados tanto física como psicológicamente, como es el caso de sanitarios, fuerzas y cuerpos de seguridad del estado… Desde ese momento reconocí lo afortunado que era al estar en mi casa con mi familia y sin padecer ningún infortunio. Cada vez que veía y escuchaba medios de comunicación era desolador oír las heladoras cifras de los fallecidos, que hasta el momento es lo que más impacta. Aunque por el otro lado, siempre hay ciudadanos que no son conscientes ni responsables de esta situación. Son esos abrazos perdidos los que en un próximo o lejano futuro llegaremos a recuperar, pero en cualquier caso serán los que llegaremos a valorar, puesto que esta situación nos ha hecho perder valores que igual que los abrazos también perdimos. Cuando pasó por mi lado, supe que algo había cambiado, llevaba mascarilla… equipo de protecci n, algo que ya habíamos conocido en otros países lejanos, y
que nunca pensamos que iba a estar tan próximo a nosotros, pero en cuestión de días estaba en nuestra vida cotidiana. Siempre recordaré como me sorprendió la reacción de todo el mundo, como cuando ella pasó por mi lado, en cuesti n de días el llevar la mascarilla… era y es normal en todos nosotros Si algo he aprendido de esta pandemia es valorar lo que antes nunca pensé que necesitaría esos abrazos, abrazos perdidos. Pero que cuando recuperemos el tiempo perdido, seguro que serán mucho más intensos, más frecuentes, más valorados, más fuertes…, pero en cualquier caso nunca serán abrazos perdidos.
Diego Alegre, 4ºA
Me quedaba la última hora de clase mirando por la ventana. Mientras todos mis compañeros de filosofía debatían sobre la frase del dramaturgo, poeta y actor inglés, William Shakespeare ‘‘Ser o no ser, esa es la cuesti n’’, yo estaba más desconcentrada que nunca, mirando a la nada pensando en todo. Bueno, no en todo, en realidad, en algo en concreto. En cuanto acabara esa clase, algo que llevaba meses esperando iba a suceder. Hace unos meses, conocí a una joven y encantadora chica a través de una red social. Lo que no me imaginaba era que esta misma chica, que conocí jugando a un juego de muñequitos, se iba a convertir en una persona fundamental en mi vida. Fueron meses chateando, haciendo videollamadas de nueve horas seguidas, haciendo absolutamente todo juntas, consolándonos la una a la otra con nuestros problemas personales, y conociéndonos. Yo al principio pensaba que era una simple persona que llegaría, hablaríamos unos días, y se iría, pero me equivocaba... Con el paso de los meses, yo me iba sintiendo mejor con ella, pero a la vez, más confusa, no entendía lo que me estaba pasando, hasta que un día decidí contárselo a mi tía, esperando que me dijera lo que yo quería oír, pero afortunadamente no lo hizo. Ella me contó la primera vez que se enamoró, y casualmente era exactamente igual que lo que yo estaba sintiendo en ese entonces, lo cual me confundió más. Nada entre nosotras cambió, por el simple hecho de que lo estuvimos ignorando durante meses, hasta que llegó la tarde del viernes tan esperada en la que por fin nos conoceríamos en persona. Ahí decidí confesarle de una vez por todas mis sentimientos. Llegó la hora, estaba delante de mí, hermosa, tal y como me la había imaginado, mi estomago empezó a llenarse de mariposas, y sin pensarlo, le dije: - me gustas, ¿te gusto? Aurora se quedó estupefacta, sin palabras, pero pasados unos segundos, me miró a los ojos, y me besó. Es probable que ese fuera el beso más hermoso y significativo que jamás me darían.
Sheila Urmente Julián, 4ºA
Aquella mañana, Martina se levantó de un salto. No en vano era el su día favorito del año. El día en que toda la gente de la ciudad tenía que ir vestido de pollo y había una gran fiesta en la plaza del pueblo, todos reían juntos mientras pasaban un gran rato disfrutando de la familia y amigos, lo que no sabía Martina era que dicha fiesta concluiría con el brote de un virus letal el cual afectó a todo el mundo, pero en especial a esta familia. Juana, la abuela de Martina, decidió no participar en la fiesta ya que había escuchado que un virus letal se propagaba desde China a Europa. En principio se decía que era como un constipado, pero se empezó a observar que su propagación era rápida y muy mortal para los ancianos, la semana después de la fiesta todo el mundo se encontraba parado y confinado para conseguir frenar un virus que desconocíamos. Los síntomas empezaron a aparecer en el pueblo y se empezó a hacer test masivos por todo el pueblo, con la mala suerte de que Juana y Javier padre de Martina estuvieran infectados, los primeros días empezaron sin síntomas y Martina empezó a echar en falta los abrazos de su padre y su abuela, a partir del quinto día empezaron a aparecer lo síntomas en ambos, y al séptimo ya estaban ingresados en el hospital Obispo Polanco de su ciudad. Silvia, la madre de Martina, se empezó a agobiar ya que no recibían casi noticias del estado de Juana y Javier. Al décimo día Javier se encontraba ingresado en la UCI del hospital, y Juana se mantenía en la planta, pero su estado empeoraba con el paso del tiempo, Martina, muy triste por los hechos sucedidos, tampoco podía ir a clase y no veía a sus amigos, lo que era muy duro para ella ya que no tenía con quién pasar el rato. Tras un mes en el que Javier había estado ingresado en la UCI, fallecía y Juana ya estaba en casa pero con graves secuelas. Esta familia ya no volvería a ser la misma. Silvia y Martina echaban de menos lo abrazos de Javier y Juana moriría al poco tiempo, y aunque acabara el virus, la normalidad jamás llegaría.
Marcos Batuecas, 4ºA
Algo me decía que no este año no iba a ser un gran año. Todo empezó con una nueva llegada de un virus extraño pero no lo dimos importancia y siguió con unos incendios en Australia, todos seguíamos nuestra vida normal, la que no pesábamos que acabaría cambiando radicalmente. Pasaron los meses, hasta que el coronavirus llegó a España. Nadie se preocupaba, primero nos reíamos y hacíamos bromas sarcásticas sobre el coronavirus, hasta que nos confinaron sin poder salir de casa. Solo salíamos para comprar y poco más. Pasaba el tiempo, pero lo que no sabíamos es que no volveríamos a la normalidad. Mientras estábamos en casa nos sentíamos solos pero también nos vino bien para conocernos a nosotros mismos y para aprender a disfrutar el momento sin importar lo que pueda pasar después, videollamadas con los familiares y amigos y con más ganas que nunca de vernos. Sufriendo por todos los que estaban pasando por un mal momento y aplaudiendo por los que nos dejaron y por toda la ayuda de los trabajadores imprescindibles. Era todo muy bonito, como entre nosotros nos ayudaban a llevar ese momento más ameno y también a que se nos hiciera más corta la espera de poder salir de casa, vecinos jugando al bingo, poniendo música desde sus balcones… Llego el día que todos esperábamos. Por fin podíamos salir de casa, al principio solo se podían dar paseos, pero al final acabamos saliendo totalmente. Recapacitando todo lo que pensábamos que iba a ser algo pasajero nos quitó los domingos de comida con los abuelos o personas de riego, darles esos abrazos a nuestros seres queridos que no viven en nuestra ciudad y poder visitarlos. Nunca me hubiera imaginado que un virus nos hubiera cambiado bruscamente nuestra vida ni que nos hubiera quitado todas esas cosas que hacíamos que ahora serian impensables de hacer. Esto ha sido una reflexión en nuestra vida que nada es imprescindible y que te puedes acostumbrar a todo, te puede costar pero al final te acostumbrarás, espero que esta pesadilla se acabe cuanto antes.
Marta Ros, 4ºA
Estaba mirando por la ventana cuando de repente me sentí observada por alguien, no sabía exactamente lo que era ni por donde me miraban, si era una persona humana o de otro planeta. Era todo muy extraño. La mañana siguiente me volví a asomar por la ventana y sentí la misma sensación que el día anterior, alguien me estaba observando. En ese momento me tumbé en la cama y empecé a escuchar música pero de repente vi una sombra fugaz pasar por mi ventana. Me levanté repentinamente de la cama para ver lo que era pero no supe descifrar su silueta. Estuve pensado durante todo el día sobre esa sombra y recordé que unos días atrás en una reunión familiar mi abuela comentó que sus antepasados también tuvieron la misma sensación que yo estaba teniendo en estos momentos. Mi abuela nos explicó que era una leyenda de la familia pero no se había vuelto a repetir. La leyenda decía que todas las personas tuvimos una vida anterior a la actual, esta vida se remonta 200 años atrás, en el pasado teníamos diferentes oficios pero éramos la misma persona y algún día ese fantasma del pasado aparecería en el presente. Al recordar toda esta historia me asusté porque no tenía a nadie cercano que le hubiese pasado lo mismo, yo era la primera después de muchas generaciones sin haberles ocurrido esa situación. A los minutos volví a ver esa sombra, está vez la vi de una forma más clara, pude deducir que era un tipo de instrumento lo más parecido a un violín. Según la leyenda, la sombra que te observaba era algo característico de tu vida anterior. Con todas estas conclusiones he deducido que en mi vida anterior fui una violinista con gran prestigio y no estaría nada mal dedicarme a ello.
Autor de la frase inicial: PEPE SERRANO
NATALIA GÓMEZ 4ºESO
Soy un buscador de historias, pero el mundo ha olvidado la mía… Me llamo Sabrina y no he tenido una vida fácil, siempre he estado rodeada de miedo, mentiras y sangre. Os voy a contar un poco de mi historia que está atormentándome desde que nací. Comenzaré desde el principio de todo, mi madre murió en el parto, siempre he estado acompañada de mi padre que tristemente cayó en las drogas y en el juego, el cual hizo que nos arruináramos y no tuviéramos con que ganarnos la vida. Siempre tuvimos la ayuda de mis abuelos maternos hasta que se alejaron por los conflictos de mí padre, los paternos habían fallecido hace bastantes años. Mi infancia ha sido muy difícil debido a qué me he llevado muchos golpes, mi padre me maltrataba, con 10 años pasó el límite y me imagino que sabréis hasta qué punto llegó. Ese día marcó un antes y un después en mi vida. Tenía miedo, el miedo era mi compañero de vida, no tenía a nadie, ni amigos, ni familiares, solo aquel monstruo en el que se había convertido aquel hombre que se hacía llamar papa. Él hacía conmigo lo que quería, yo tenía tanto sufrimiento encima qué ni fuerzas tenía para defenderme. Mis días se basaban en sufrir, llorar y desear mi muerte para acabar con todo esto. Continué así años y años. Con 15 años decidí que mi vida no podía continuar siendo un martirio, tomé la decisión de intentar huir de esa maldita casa qué se había convertido en una prisión. Me tomo días decidir qué hacer, hasta qué di con la clave. No tuve ningún escrúpulo con mi padre y le golpeé con una botella de whisky qué tenía en su estantería. Aterrada por el miedo de qué no hubiera funcionado empecé a correr hacía la puerta buscando las llaves para salir, lo logré, sentía que había salido del sufrimiento para poder empezar a vivir sin miedo y buscar la felicidad que me habían quitado. Mi vida empezaba ese día, cada día trato de olvidar mí difícil pasado para poder pasar página y la forma de conseguirlo es sacar mi historia a la luz.
FRASE: Sandra Andrés Sara Úbeda 4º ESO
Enamorarse es la más clara señal de amar todas las cosas, de amarse y amar a todos los
demás. Julia estaba interesada por un joven peculiar y curioso completamente diferente a los de su clase, él siempre estaba deambulando por los pasillos como si ese mundo no le perteneciese. Un día decidió acercarse y preguntar sobre su extraño comportamiento: -Hola- dijo Julia- tú eres Daniel, ¿verdad? Y ¡BOOM!, algo había pasado porque ninguno de los dos seguía en el instituto. Se encontraban en un tipo de cueva donde había una radio que no paraba de emitir molestos pitidos y un sillón viejo y desgastado donde el muchacho se hallaba. -¿Qué hago aquí?- preguntó Julia. A lo que él respondió: -Si no le importas a nadie en el mundo, ¿existes realmente? Julia no entendía nada en absoluto, estaba completamente desorientada. Sin embargo, hizo fuerzas con todo su ser para conseguir responderle: -No sé a que viene todo esto, pero si es por ti, a mi me importas y por eso fui a hablar contigo. -De eso se trata, nadie nunca lo ha hecho, y con razón, soy un bicho raro que nunca habla ni quiere que le hablen y de repente apareces tú y no podía dejar las cosas así.- Dijo Daniel. -Coincido con lo que dices pero, ¿cómo hemos llegado aquí?- contestó Julia. -Esa no es la cuestión, si te lo contase te estaría metiendo en graves problemas con una familia del instituto y no puedo comprometer mi misión.- añadió él. -Me parece bien pero, ¿y ahora qué hacemos?- contestó ella acercándose poco a poco. Julia sentía un nudo en la garganta y una emoción en su pecho que nunca antes había sentido, sentía como si un imán la estuviese atrayendo hacia la persona que tenía en frente y él la miraba fijamente con esos ojos de color miel que le encantaban. De repente, se encontraban a menos de cinco centímetros el uno del otro, sus labios se fundieron en uno de los más apasionados besos jamás vistos. Sus mundos se entrelazaron y se convirtieron en uno.
Autor de la frase inicial: . - Ángel Guinda