Aprendiendo de un lugar en el
amazonas Jaidy Díaz
SEDE AMAZONIA INSTITUTO AMAZÓNICO DE INVESTIGACIONES - IMANI SEDE BOGOTÁ FACULTAD DE ARTES ESCUELA DE ARTES PLÁSTICAS Y VISUALES
Febrero de 2012
Proyecto de Investigación-creación, ganador de la convocatoria Creación artística en la Amazonia 2011 Coordinación de Investigación y Extensión Universidad Nacional de Colombia
© Universidad Nacional de Colombia © Jaidy A. Díaz B. Sede Amazonia - IMANI Instituto Amazónico de Investigaciones Sede Bogotá - Facultad de Artes
Sede Amazonia
Escuela de Artes Plásticas y Visuales
Jaidy A. Díaz B.
ISBN: 978-958-46-1883-2
Docente Escuela de Artes Plásticas Impreso y hecho en Bogotá, Colombia. Carlos A. Ramírez Ávila
All Print Graphic & Marketing Ltda.
Estudiante Auxiliar, Maestría en Artes Plásticas y Visuales
Diseño y diagramación Tatianna Castillo Reyes
Fotografías
tatiannacastilloreyes@gmail.com
Jaidy A. Díaz B. Carlos A. Ramírez A.
Bogotá, febrero de 2012
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Yo soy de la tierra / Yo soy de la tierra / Yo soy del cielo Yo soy del agua / Yo soy viento… Abuelo Cayetano
La percepción de un paisaje, esa invención de los habitantes de las ciudades… Alain Roger
Jaidy A. Díaz Barrios Artista plástica y docente investigadora de la facultad de artes de la Universidad Nacional de Colombia, para el programa de pregrado en artes y la maestría en Artes Plásticas y Visuales e, Interdisciplinar de Teatro y Artes Vivas. Maestría en artes plásticas en New York University; estudios de historia del arte en el Istituto d’architettura di Venezia, en Italia, así como en el International Center of Photography, de Nueva York. Ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas, en el ámbito nacional e internacional. Ha obtenido diversos premios y becas entre las que se destacan, el premio Jack Goodman Award para el arte y la tecnología, en Nueva York; el premio Anna Stampalia Foundation, otorgado por el Museo de Arte Contemporáneo de Brescia, en Brescia, Italia; segundo premio del X Salón Nacional de Artistas Jóvenes, entre otros. Como investigadora en las artes ha recibido el apoyo del fondo de investigación de la facultad de artes, para desarrollar el proyecto de investigación y creación, Silencio, ausencia y acontecimiento: tres gestos sonoros (2012); y para el semillero de investigación: Pensar Sonido: actos de la voz (2009), entre otros. También participó en el programa de laboratorios de investigación-creación para el departamento del Amazonas, programa promovido por el Ministerio de Cultura.
Agradecimientos
Comunidad Nïmaira Naïmekï Ibïrï Patio de Ciencia Dulce. Kilómetro 11 Nicanor Morales Cacique del Kilómetro 11 Wellinton Murayari Flores Curaca del Kilómetro 11 Abuelo Cayetano Flores Maloca de El Diablo Abuelo Fernando Antonieta Vásquez Escuela Virgen de las Mercedes del Kilómetro 11 Familia Calderón Comunidad Israelita del Calderón Carlos A. Ramírez Ávila Carlos Gilberto Zárate Coordinador de investigación y extensión Sede Amazonia Mildred Pérez Asistente de coordinación de investigación y extensión Sede Amazonia Universidad Nacional de Colombia Sede Amazonia - Sede Bogotá
Los pueblos indígenas tienen derecho a revitalizar, utilizar, fomentar y transmitir a las generaciones futuras sus historias, idiomas, tradiciones orales, filosofías, sistemas de escritura y literaturas, y a atribuir nombres a sus comunidades, lugares y personas y mantenerlos.2
…Y a ser partícipes del País que también construyen.
2 Artículo 13. Declaración de las Naciones Uni-
das sobre los derechos de los pueblos indígenas. Sexagésimo primer período de sesiones. Tema 68 del programa. Informe del Consejo de Derechos Humanos. 7 de septiembre de 2007.
Introducci贸n 8 Primer pasaje: mirar
11 Segundo pasaje: el encuentro
16 Tercer pasaje: el movimiento
22 Cuarto pasaje: entre el universo fisico, la mirada y el cuerpo
40 Quinto pasaje: las representaciones del territorio en el arte
43 Relatos del andar 47 Bibliograf铆a 50
Presentar un documento sobre la experiencia de aprender de un lugar en el Amazonas, y que el escrito sea lo suficientemente preciso y eficaz para el lector, es una tarea compleja. Esta dificultad reside en la insuficiencia de las palabras para re-construir una experiencia vital y profunda, inasible en ocasiones y fascinante en otras; la misma dificultad tienen las imágenes a la hora de reconstruir una atmósfera, un afecto o un ámbito donde la mirada se extravía y lo invisible se hace presente. En el marco propuesto por el proyecto de creación e investigación, Aprendiendo de un lugar en el Amazonas: ecología y paisaje, se construyó un espacio para el diálogo a través del arte, espacio que permitiera hacer un bosquejo sobre un panorama posible frente a las nociones existentes sobre el ‘paisaje’ o sus equivalentes en este territorio particular. No obstante, las precisiones sobre la noción de ‘paisaje’ se dilatan a la hora de profundizar en la relación que tienen los pobladores de la comunidad con la naturaleza que los rodea. La comunidad uitota ubicada en el kilómetro 11 en el Amazonas colombiano, es el escenario para emprender la tarea de aprehender. Las particularidades de su geografía y de su ecosistema permiten entablar un diálogo acerca de las negociaciones del hombre con la naturaleza y su definición de paisaje, que invitan a revisar la fisicalidad concreta del entorno y las asociaciones simbólicas que la acompañan. Lejos de intentar una exploración de tipo racionalista, pretendo abrir la pregunta hacia posibles extensiones en la definición occidental del ‘paisaje’, que sin duda, enriquecen el complejo panorama de las
artes plásticas, y en especial aquellas reflexiones sobre el espacio, el territorio y la materia. A lo largo del tiempo la idea de ‘paisaje’ se la ha contemplado bajo diferentes sistemas de representación visual y espacial, sin embargo, la aproximación sobre su relación frente al pensamiento indígena en el ámbito actual, ha sido poco recurrente. Ahora bien, dadas las circunstancias de esta exploración, esta escritura es tan sólo un primer trazo en dicha aproximación. Al mismo tiempo que hay un interés plástico sobre la mirada del territorio desde una perspectiva indígena muy puntual, este acercamiento es, también, una oportunidad para aprehender y confrontar un horizonte de sentido con nuestro propio entendimiento de la naturaleza. El conocimiento de otras formas de relación con el territorio podría, sin duda, abrir, primero, un espacio para considerar alternativas ante nuestra relación con la naturaleza y, segundo, ampliar el campo ideológico frente al paisaje y frente a nuestras expectativas sobre él. Dado el momento histórico en el que vivimos todo ello es de gran urgencia. Es importante aclarar que no voy a establecer una jerarquización de unas ideas sobre otras, tampoco voy a anular unas por otras; un espacio de conocimiento y de reflexión, desde una mirada sensible sobre el particular, es suficiente en este momento. El espacio de diálogo establecido se presenta, entonces, como una suerte de tejido heterogéneo, a partir del cual es posible trazar una red múltiple de referencias y de puntos de intersección en el ejercicio de la reflexión, que me anima. Penetrar en la profundidad de esta experiencia, es tomar una ruta desconocida y descentrarse del lugar habitual, para aventurarse en aquel en donde está todo por aprehender. La población indígena uitota, en su mayoría asentada en la comunidad del Kilómetro 11, ha hospedado este proyecto a lo largo de un año, dejando con desconfianza, pero no sin curiosidad, sus palabras, sus labores y sus gestos en la pregunta acerca del estado de su relación con la naturaleza y con el entorno que los rodea. Puesto que las definiciones y las dinámicas del paisaje se sostienen sobre la percepción, sobre las imágenes sociales y los modelos mentales socioculturales de cada región o territorio, la interacción entre los ecosistemas es que lo constituye, con los fenómenos naturales y humanos que allí aconte-
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cen, los ejes determinantes de este encuentro; la ecología, palabra exótica para el lenguaje común de los habitantes del Kilómetro 11. El desarrollo de estrategias soportadas en las prácticas artísticas contemporáneas ha permitido revelar estados de observación, de señalamiento, de apropiación, de detonantes y de construcción de dispositivos, que permiten identificar un panorama conceptual y práctico posible sobre las relaciones habitantes del Kilómetro 11 con su entorno. Por otra parte, es importante anotar que en este documento el ejercicio de la escritura se entiende a partir de una noción amplia, por ello éste puede incorporar procedimientos como el registro y la transcripción exacta de archivos sonoros, o de escrituras que sólo existen en forma de fotografías o de dibujos preparatorios. La estructura de este escrito no intenta una linealidad temporal, su estructura está dada por continuos y discontinuos que ofrecen múltiples texturas y se abren a distintas formas de lectura.
1. Bandera del departamento del Amazonas
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Nïmaira Naïmekï Ibïrï Nïmaira Naïmekï Ibïrï o Patio de Ciencia Dulce es el nombre original del resguardo indígena del Kilómetro 11, denominación que habla de su ubicación a 11 kilómetros de la ciudad fronteriza de Leticia, capital del departamento del Amazonas colombiano. El trayecto se puede recorrer en 30 minutos en un colectivo de transporte público que toma la vía a Tarapacá que termina en el kilómetro 22. Durante el recorrido la imagen de una pequeña ciudad de poca altura y de pocos contrastes en sus edificaciones, se va configurando. Los enormes árboles dominan por sobre cada uno de los volúmenes construidos. El asfalto de sus calles junto con el concreto de sus edificaciones parecen aumentar la temperatura y con el calor los olores desconocidos se magnifican en cada rincón. El ruido estridente del incontable número de motos que transitan por las calles despoja al imaginario de la idea de una ciudad remota e inhóspita ubicada en la selva. Leticia, igual que otras pequeñas poblaciones de tierras calientes, no deja de ser sino otro monumento a la colonización. Desde Bogotá las ideas exóticas sobre el territorio se alejan. Dos horas de vuelo logran superar la gran extensión de tierra que separa a Bogotá de la ciudad de Leticia; la vista aérea es inigualable, este tránsito podría ser un recuento de la historia de las ciudades y de sus pobladores. Desde el aire nuestros ojos se encuentran con lugares conocidos, enormes carreteras, construcciones, fábricas, escasas zonas verdes al interior de la ciudad, lomas desérticas, sitios conocidos y una escala extraordinaria, marcan el lugar escogido como casa, los cinco primeros minutos del vuelo ofrecen ya una postal del territorio. Para llegar a la línea del Ecuador, el avión cruza grandes campos de diversos verdes, ocres, negros y negros azulados, a veces aparecen pequeñas poblaciones sin nombre; el horizonte nuboso semeja un espacio de transición, como si se tratase de una película en tiempo real.
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De vez en cuando algunos reflejos logran capturar la atención, ¿agua? ¿tejas metálicas? Las carreteras sobre el terreno se asimilan a un entramado de puntos y líneas curvas y rectas; la red parece atravesar toda la franja de tierra abarcable con la mirada. Pequeñas agrupaciones de casas fundan un conjunto indeterminado de volúmenes y de formas que sugieren tener un sentido útil desde esta perspectiva. La geografía se extiende largamente con la marca de las escrituras impresas sobre ella: planos, volúmenes, líneas, puntos, trazan una cartografía del movimiento del hombre en esta vasta extensión. Indicio de la presencia del ser humano en el espacio geográfico es esta escritura. El Amazonas existe aún como un imaginario exótico, verde, exuberante y peligroso. Mientras el viaje continúa, los centros urbanos son cada vez más escasos; de las grandes extensiones de estas construcciones, transitamos a pequeños volúmenes amorfos que puntúan el espacio extendido de vez en cuando, los ritmos entre lo construido y lo no construido se tornan más dilatados. La naturaleza, que no hemos creado, empieza a tomar su lugar; las montañas parecen pequeños sólidos puestos sobre un manto terrestre que brilla a plena luz; el curso de los grandes ríos toma el lugar de las líneas de las carreteras que kilómetros atrás surcaban la tierra; las llanuras y selvas empiezan a llenar de verde los ojos, la percepción se hace más viva. La selva tropical emerge paulatinamente para ser cruzada por largos y caudalosos ríos que confluyen hacia el río Amazonas. Al mirar a izquierda y a derecha, a ambos lados del avión se tiene el mismo escenario, la naturaleza viva que llena completamente los ojos. La gente salta de allá para acá conmocionada por lo que ve, por las cualidades del lugar, queriendo robar una imagen al inconmensurable espacio y a su geografía, algunos optan por tomar fotos sólo en su memoria, otros consumen vorazmente las imágenes de este país, de este paisaje. Si aquellos pasajeros pudiesen mirar de frente, verían que algunas franjas oscuras en las nubes señalan la dirección de la lluvia o de la tormenta, si miraran hacia abajo, en ángulo, verían selva y más selva. El hito del río Amazonas se cuela poco a poco por las ventanillas, los gestos de admiración y emoción no se hacen esperar; la altitud se hace menos y con ello, la vista de miles y miles de copos verdes, amarillos, ocres y rojos, reposan en pequeños conjuntos de habitación. El espacio verde comienza a dibujar algunos vacíos, cuadros bien delimitados en pleno bosque, formas que no son otra cosa que áreas de preparación para el cultivo, la chagra, o la toma de tierras de algún nuevo dueño. Las formas poligonales vistas desde arriba resaltan en el espacio ilimitado. Los claros de bosque se delínean perfectamente desde el aire. Cercanos al aterrizaje pueden verse, por esta época del año, grandes playas blancas que se despliegan en una inmensidad misteriosa, intrincados recorridos, sinuosas curvas y descomposición de las formas que conforman esta vista a vuelo de pájaro. La superficie del río, de matices más o menos oscuros en su recorrido, parece soste-
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ner las propiedades de un campo en reposo, luminoso. Cuando de nuevo se mira el lugar, el horizonte reverbera con los reflejos del agua. El lugar se desparrama en las aguas del río y hace acuosa la propia percepción. La vista domina a los otros sentidos, apasionándose por geometrías, relieves, formas, masas, detalles. Las ideas, los preconceptos y los datos los somete la mera contemplación de esta naturaleza salvaje, en sus cualidades intrínsecas, pero artificiales en cuanto a su visualidad. La distancia entre el objeto de la mirada y quien ve siempre será un artificio, pues es inevitable en el proceso de la visión, el tránsito por las bibliotecas visuales del sujeto que mira, en busca de referentes para atravesar ideologías, rasgos culturales y otras huellas de civilización sobre la relación del lugar. A medida que se avanza en el trayecto, las huellas de la presencia del hombre se reducen notablemente. Aquí el bosque, el río, la tierra, se pierden unos en los otros. Aquí el tiempo parece detenerse, un eterno presente, un pasado eterno. Aquí lo líquido y lo sólido pintan el mismo cuadro desde la estabilidad de una vista desde arriba. Vista a escala magnifica. Vista que difumina la noción de límite. Vista que remite a lo ocular y al mecanismo de la mirada. Vista que desempolva de la memoria los relatos conocidos de este lugar para modelar nuestra experiencia visual. El trayecto de lo visto en un viaje de Bogotá a Leticia, suministra la evidencia de una sucesión de acciones realizadas y no realizadas por el hombre, algunas de ellas en estados desconcertantes, otras parecieran estar en estado de consolidación de algo. La proyección sentimental sobre el territorio es un ejercicio que sucede alternativamente a esa mirada y supera la experiencia de lo visto. Llegando primero con los ojos que con el cuerpo, las edificaciones vecinas al aeropuerto empiezan a reverberar, la carretera de asfalto humeante indica el arribo. El sonido del avión, como un gruñir primigenio, hace eco a la metamorfosis de las vistas aéreas en planos perspectivados y luego en planos frontales. El ruido de esta máquina penetra nuestros oídos y la selva que se precipita sobre ese cuerpo metálico. La escala se hace más corpórea y pequeñas casitas empiezan a surgir con sus fachadas elaboradas con materiales que podrían provenir del mismo terreno; la construcción sencilla de madera se reconoce desde sus cubiertas de techos de palma. Separados de las casas, pequeños cuartos de concreto se levantan en grandes patios. Una línea de ranchos se enfilan a lo largo de la carretera. La torre de control se asoma en la panorámica, señal de la llegada a Leticia. Es la misma vía a Tarapacá que conduce al kilómetro 11. Un mojón con un once dibujado indica la llegada. Del colectivo público bajan yucas, pescados, pollos y mercados, se apean algunos indígenas de la etnia uitoto, quienes habitan en mayor número en la comunidad; y digo en mayor número porque las dinámicas de los últimos años han hecho posible la inserción de otros grupos étnicos e inclusive de colonos y mestizos. Ahora bien, a pesar de los esfuerzos por hacer una descripción minuciosa y detallada, es la mirada proyectada por un cuerpo la que determina el marco de su paisaje
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y su noción de naturaleza, en otras palabras, la idea de paisaje es un constructo, un artificio mental que permite demarcar el territorio visto, impregnado inevitablemente de una mirada subjetiva, cultural o social urdida en el tejido hombre-naturaleza. En razón a esto, no es posible reducir la noción del paisaje a su realidad física –los geosistemas de los geógrafos, los ecosistemas de los ecólogos, …–, la transformación de un territorio (país) en paisaje supone siempre una conversión, una filosofía o una labor intelectual. En tal sentido, el paisaje nunca es natural. Tal como cita Milton Santos, el paisaje no se expresa tan sólo con la forma geográfica y visible, sino que debe ser leído e interpretado en tanto modelo de percepción reconocible (1998). La heterogeneidad de nuestra geografía propone una heterogeneidad sobre los territorios y sobre las nociones conceptuales –mentales– que sus habitantes hacen del paisaje. El término paisaje surgió en la Europa del siglo XVI, en el ámbito de la pintura, para nombrar un tipo de cuadros en los que no se narraba ninguna historia, sino que se mostraba un territorio tal como se ve a lo lejos (Maderuelo, 2005).
3. Representación simbólica de la ubicación de la comunidad del kilómetro 11.
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“Una mirada en cualquier caso, para devenir en paisaje, ha de ser reflexiva: el simple mirar una cosa no nos permite avanzar. Cada mirar se muta en un considerar, cada considerar en un reflexionar, en un enlazar. Se puede decir que teorizamos en cada mirada atenta al mundo” Goethe, 2007
El territorio de la comunidad Patio de Ciencia Dulce está constituido por un conjunto de sistemas naturales2 (dinámicas geográficas y biodiversas) y humanos (actividades humanas y políticas, culturales y espaciales) que permiten la reflexión sobre nociones de espacio, territorio y lugar, en estas escalas. En razón a esto, el concepto de territorio devela una profunda interacción entre el mundo físico del universo y las ideologías imperantes de sus habitantes. En el mundo físico del universo, regido por sus propias fuerzas, la singularidad del paisaje de la Amazonía es reconocida. Sus condiciones de selva tropical cruzada por largos y caudalosos ríos que confluyen en el río Amazonas, hace que se concentre en ella gran parte de la biodiversidad del planeta, generando numerosas ideas sobre el Amazonas: “el pulmón del planeta”, “el oxígeno del mundo”, ideas que de alguna manera se han congelado en el tiempo, creando un imaginario de lo eterno y de lo inagotable. Los ecosistemas na2
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La palabra “naturaleza” proviene de la palabra germánica naturist, que significa “el curso de los animales, carácter natural”. Etimológicamente natura es la traducción latina de la palabra griega physis (φύσις), que en su origen hacía referencia a la forma innata en la que crecen espontáneamente plantas y animales. El concepto de naturaleza involucra así la idea del universo físico, del mundo material o del universo material. No obstante, estas últimas acepciones se hicieron más recurrentes con los adelantos de la ciencia y en especial, con las aplicaciones del método científico moderno en los últimos siglos.
turales de este territorio, sostienen la vida de miles de especies de fauna y de flora favorecidas por las altas temperaturas. Este ‘pulmón del planeta’ mantiene un equilibrio climático gracias a que conserva numerosas fuentes de aguas superficiales y profundas. La flora existente de la selva tropical húmeda sudamericana está presente en la selva amazónica. Innumerables especies de plantas todavía sin clasificar, miles de especies de animales, miles de especies de aves, millones de insectos, un incalculable número de anfibios, hacen de esta selva una verdadera arca de Noé. No hay otro ecosistema en el mundo con tanta cantidad de especies de aves, el 20% de las especies mundiales de éstas se halla en el bosque amazónico así como un 20% de las especies mundiales de plantas. La selva del Amazonas posee una capa vegetal muy rica, es un gran cuerpo de agua lo que le otorga la cualidad de ser uno de los mayores reguladores del planeta de este líquido para consumo humano. En su extenso lecho hay más de 2500 especies de peces, que a su vez, constituyen la principal fuente de proteína para los habitantes de la región. La diversidad de la fauna acuática y terrestre es simplemente maravillosa… desmedida. La variedad de culturas y de grupos humanos que se asientan en este lugar también es única. El pensamiento indígena impera en este territorio. Los procesos de subjetivación que se hacen de esta relación con el mundo físico, constituyen un legado de aprendizaje y de descubrimiento aun en nuestra época. La conjunción de este sistema físico del universo ha estado, para los occidentales, por fuera de sí, es por eso que el paisaje se elabora a partir de “lo que se ve” (Maderuelo, 2005), al contemplar un territorio, pero para ver –hablando estrictamente de la capacidad física, del proceso óptico de mirar– se requiere tomar distancia, distancia que habilita la óptica pero que cobra su proporción en el proceso neuronal3 de ver; objeto y sujeto son distintos. A pesar de esta cerrada conjunción, la forma como vemos refleja sólo en parte la realidad física del mundo, la mediación neuronal, transferida de generación en generación desde hace millones de años y de cultura en cultura, hace que este cerebro colectivo vea como ve. Esta distancia milenaria, me atrevo a decir, ha diferenciado estrictamente la imagen de lo visto con lo visto, elaborando en su diacronía conceptual una relación de límite y diferencia, límites más rígidos o blandos construidos metódicamente por las culturas. El paisaje como visión tiene tantas formas como cerebros colectivos. El paisaje, en nuestra cultura, ha solidificado esa separación creyendo firmemente que lo visto es diferente a lo que tenemos en frente.
“El paisaje es el aspecto de los lugares, es el vistazo, es una distancia que se adopta con respecto a la visión cotidiana del espacio” Alain Roger 3
Propongo leer el proceso neuronal como parte del proceso de ver, pero también como metáfora para señalar la construcción ideológica –colectiva– y cultural que sobre la construcción de la visión se hace. Mirar no es un proceso natural o neutro. Tanto la mirada como el paisaje son un constructo.
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El pensamiento indígena que dibuja con su visión este territorio, sostiene un panorama de otro orden: la imagen de lo visto con lo visto puede ser diacrónica, pero oscila arrítmicamente entre la sincronía para igualar la proyección de lo escópico con lo visible, poniendo en vilo la noción de límite y la diferencia. Esta distancia milenaria, ya mencionada, no creo que diferencie estrictamente estas fases, elabora en su diacronía conceptual una relación de límite y diferencia mucho más blanda y porosa. El marco óptico y la mediación neuronal constituyen sin duda un nuevo cuerpo de la mirada, donde objeto y sujeto pueden ser lo mismo. Esta fidelidad ideológica se soporta en un complejo sistema de entender el mundo, en el que cosmogonías y pensamientos míticos marcan su presencia. La mirada se constituye así como un campo de tensión constante. Parece ser pues que en el pensamiento inscrito en este territorio, no hay un corte neto, no hay una distancia entre él y lo que vive alrededor (animales y plantas). De alguna manera hay un modo de comunicación –para algunos, animista– con la naturaleza.
Somos mundo Somos agua Somos vida Somos el cielo Somos la naturaleza Eso somos Se vive tratando de ser todo Esto es más grande que yo Abuelo Cayetano […] Hay muchos trabajadores sacando leña. El hombre se reía porque no sabía tallar canoa. Le salía fea. Los tikuna tenían unos árboles “mauba” de donde se sacaba la madera para hacer las canoas. Los árboles le enseñan a tallar, a que la madera no se raje, para que la canoa flote bien y no se hunda. Pero para eso hay que saber sacar la madera, hay que pedir permiso con el dueño del árbol. Ese no es un humano.4
Azulai [una historia de hace 120 años…] Puesto que este texto intenta cartografiar las observaciones de lo aprehendido e intuido en la comunidad del Kilómetro 11, es perentorio señalar que cada una de
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Transcripción de registro sonoro realizado al abuelo Azulai, de la comunidad de San Martín.
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estas palabras tiene asidero en la cultura occidental, y, por tanto, podría valerme de las teorías aristotélicas de lo visual, de los cambios de paradigma de la visualidad referenciados en la historia de la cultura y reflejados en el arte, sin embargo, este es el reto, una pregunta comprometida con la apertura hacia otro horizonte de sentido. Ese sistema de percepción visual que encadena el proceso físico del cuerpo y la proyección de conocimientos y formas de pensar su mundo, son finalmente los elementos que permiten dibujar este otro paisaje, aún en exploración. Cuando se llega al Amazonas por primera vez, el primer fenómeno que se suscita en el visitante es el extrañamiento, el juego se inicia cuando el forastero contrasta cada una de las diferencias del entorno con su conocido lugar de origen, algo que es inevitable. ¿Ves esto?, ¿ves lo otro? Se parece a… aquí esto…, allá lo otro… son resonancias de un territorio-paisaje instaurado en el cuerpo. El fantasma del territorio abandonado ronda el encuentro con lo novedoso del lugar, y justamente de estas diferencias se alimenta el paisaje, pues en su heterogeneidad mantiene una construcción simbólica con el territorio que ocupamos y habitamos, y que se inscribe en el cuerpo. El cuerpo como primer instrumento de percepción y medida del mundo, reconoce su hábitat natural y lo extraña en su desplazamiento. La renuncia al lugar conocido requiere de una nueva corporeidad y una adaptación al sistema, tal como le sucede a las otras especies. Un territorio, una ciudad, un cuerpo, un río tienen una identidad propia que hace que ningún paisaje sea igual a otro, que hace que los habitantes comunes a él, sean semejantes y tengan una construcción de sentido análoga. El rostro tostado por el sol, de Lucinda, aparece en primer plano. Vigía de la comunidad, con bastón de palo sangre en mano, no reconoce la cara colorada de quien viene y lo detiene. Los ánimos están caldeados por la entrada en vigencia del Auto 004 expedido por la Corte Suprema de Justicia, que estimula el empoderamiento de la autonomía y de la auto gobernabilidad
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4. Principio de la cámara oscura, percepción visual.
indígena –condiciones ya reconocidas en la Constitución política de Colombia de 1991–; y se justifican por esta nueva defensa de su territorio. Con la elaboración, hace ya varios años, de los planes de vida para cada grupo poblacional étnico asentado en el Trapecio Amazónico, se definió con mayor precisión la singularidad de las etnias; a excepción de algunas comunidades que no consideraron pertinente ni necesaria esta legislación. Estos planes de vida, consignados en unas cartillas, son ahora algo así como la categorización de su destino como indígenas. Teniendo en cuenta esta situación, cobra sentido la oposición física de los vigías del Kilómetro 11, quienes intentan traspasar este territorio sin supeditarse a su ley, legitimando a su vez la pertenencia al lugar y señalando la semejanza de los cuerpos que viven en él. El otro, léase turista, observador, paseante, invasor es señalado y mantenido en la periferia de este centro. Con la atribución del extraño –‘extraño’, quien a pesar de las múltiples visitas, continúa siendo distante, aunque quizá ahora en menor proporción– se entra finalmente a la comunidad para empezar el tránsito y la regulación con el conjunto del sistema natural que define también a la comunidad, este sistema natural reclama ahora su lugar en el cuerpo. El clima, las plantas, los animales, la tierra, el aire, las casas, la infraestructura propia de habitación, sus gentes, demandan una negociación. Los sentidos amplifican sus funciones, todo huele, todo se escucha, todas las texturas se hacen piel, la mirada se llena y nuevamente se ve, sólo que esta vez, a diferencia de la vista aérea el ver está afectado por la experiencia del cuerpo que enfrenta ese espacio hostil y asimila otra condición. Ahora también se ve con el conocimiento del cuerpo. Para los ancianos, los adultos, los jóvenes y los niños de la comunidad su deseo de mirar aumenta. El extraño, situado en este medio, genera a su vez una pequeña revolución interna: esconderse, salir, observar con detenimiento, extender la mano para saludar, indagar… la comunidad entonces también se ajusta ante la interferencia del otro, larga o corta, el medio natural permite agenciar todas estas relaciones. El medio es natural para la comunidad que lo habita, el otro, el extraño requiere de una metamorfosis. La idea de paisaje para los lugareños no existe, todo es monte, selva, agua, cielo… Es evidente que así sea. Su vida cotidiana se organiza entorno a diversos espacios domésticos y selváticos, el orden de lo humano y el orden (caos) de la naturaleza. En la pintura de paisaje es recurrente la imagen de un hombre que camina; la caminata es el instrumento de esta metamorfosis. A través de ella el hombre se confunde con la naturaleza, a través de ella el hombre la conoce y gracias a ella el cuerpo se moldea y toma una nueva forma. Este estado de percepción (metamorfosis) se confronta con el cerebro colectivo de origen, y entonces la visión cambia. Este es el paso de lo visto a lo corpóreo. La experiencia con el lugar va a establecer nuevos órdenes y desplazamientos que aportarán al proceso cognitivo del territorio.
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Las caminatas orientadas por los lugareños –a quienes se les solicitó servir de guías– a sitios que ellos consideran pertinentes en términos de ocupación, memoria, arquitectura, determinantes físicas, historias míticas, sucesos, entre otras razones, ocupan un lugar importante en la comunidad y permite vislumbrar, a la manera occidental, la pregunta indirecta sobre el paisaje: ¿hay alrededor algún lugar donde Usted vaya a pasear? La pregunta por los límites en los que demarcamos las cosas, es sólo un modo de aproximación que permite conocer los elementos que conforman el sistema universal, sin embargo, los movimientos de acción y reacción, en el tiempo, permiten desdibujar estos campos. La definición del espacio habitado e inhóspito, la observación micro y macroscópica, pero sobre todo cósmica, ofrecen anotaciones inesperadas sobre el espacio. El límite entre el uno y el otro parece obvio y sin embargo, no lo es. En donde empieza el río, empieza el árbol, empieza el animal, empieza el humano, empieza el suelo, empiezan los vientos, empieza el clima, empieza la geografía. En donde muere el río, muere también, en cierto sentido natural, todo lo demás. Las relaciones de las categorías y de los límites racionales que definen el nombre a las cosas se ponen aquí en una dinámica en la que es posible ablandar los bordes, como materias todas, susceptibles a ser reorganizadas y redefinidas a través de un conocimiento menos objetivo de las cosas. La mirada de origen hace posible el reconocimiento y la homologación de naturalezas en primera instancia opuestas. La piedra es un espíritu bueno atrapado por el encanto, el arrendajo era un joven elegante pero desobediente, el gavilán era una mujer calumniadora, la astilla de un árbol particular se convierte en sábalo, el tigre cazado era el chamán, el árbol se hace río.
Voy a tallar una nutria, o sea yo mismo. Lugareño En este sentido, la materia contenida puede ser contenedora, materia disponible apta para configurar y ser configurada con nuevos cuerpos insospechados. La materia entrópica se crea y degenera en el tiempo, su estado abierto del continente y lo contenido cruzan informaciones valiosas para fundar una nueva naturaleza, aun más insólita; el hombre deviene animal, el animal deviene vegetal, el vegetal deviene elemento natural, agua, fuego, viento, tierra, y a su vez, sin otro orden más que el simbólico, todas las posibles combinaciones.
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El paso de lo visto a lo corpóreo, se hace a través del caminar. Lo originario inscrito en esta acción denota no sólo la relación de un cuerpo desplazándose en la naturaleza, sino que permite penetrar en la experiencia corpórea del paisaje, más allá de la imagen visual generada. Caminar, en esta reflexión, se convierte en un acto político, que considera la aprehensión más completa de un territorio y de su naturaleza, para ser contrastada con la ideología imperante de la comunidad. En la historia del arte muchos son los artistas que han andado como forma de reconocer el espacio y sus determinantes, y constituir con esa acción una herramienta crítica, que aunque trivial, ha permitido la emergencia de otras formas del arte en donde en objeto parece desvanecerse. El cambio de escalas permitió entender el espacio y sus formas –incluyendo la naturaleza– como soporte mismo y no como modelo. El paisaje es la apariencia visible del espacio geográfico (Dollfus, 1976), el desplazamiento de la representación de lo visto (mimesis) a la experiencia corpórea del espacio, así, los artistas erigen una nueva forma de arte percibida a través de instalaciones, intervenciones, registros, acciones y todas sus posibles combinaciones. En general, entender el sentido de manipulación del paisaje permite una genealogía con los actos fundacionales de la cultura. Marcar, señalar, erigir, trazar, son gestos primarios que han dejado una huella en el espacio a lo largo de la historia de la humanidad. La selva, como determinante del lugar, es el ámbito hostil para ese extraño huésped. Caminar hace presente las características de quien camina, su peso, su postura, su masa, su tamaño, incluso sus inseguridades. Caminar por la selva prende las alarmas del cuerpo que se desplaza, los sentidos se exacerban, las señales de peligro de esta naturaleza extravagante se aferran al pavimento sembrado en los pies del hombre de ciudad; con una sensibilidad dispuesta a las transformaciones de la naturaleza y de un cuerpo, el hecho de atravesar se convierte en un “instrumento de cono-
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cimiento fenomenológico y de interpretación simbólica del territorio, es una forma de lectura psicogeográfica del territorio” (Careri, 1996). Las posibilidades de atravesar o no, de moverse o no, han mantenido los límites de las sociedades. La acción de caminar es indicativa de la indeterminación relativa de los límites suscitados por el andar. A pesar de que la acción de caminar no instituye ninguna arquitectura, sí genera un espacio de flujo y con él unas transformaciones que tienen repercusión en el territorio y en el cuerpo de quien camina. El cuerpo del caminante levanta una frontera frente a la naturaleza que atraviesa. Su morfología, inevitablemente, lo separa de la naturaleza. El recorrido que traza en su movimiento crea espacios móviles, fluctuantes, contornos indefinibles, espacios de tiempo y velocidades distintas, que solamente se pueden conocer cuando se transita. Como una arquitectura efímera, el cuerpo proyecta su espacio y forma, y su relación. El andar revela la naturaleza de los lugares y las zonas de un territorio, así como la construcción física del espacio y de la forma, y la creación simbólica del espacio.
Para entrar a la selva hay que pedirle permiso, se le pide para que salgamos bien, para que todos los que entremos salgamos. Al final, Wellinton Murayari cuando estemos saliendo, gritamos los nombres de cada uno para que Curaca de la comunidad del Kilóninguno se quede en espíritu. metro 11 La caminata se hace así una forma de expresión que traza un dibujo en el territorio y en el sistema natural. La superficie dibujada en esta comunidad oscila tanto como las características de su superficie, desde la llanura en la que se cimentan sus casas hasta las superficies rugosas, secas, acuosas, puntudas, sometidas en el recorrido por la selva, son trazos que el cuerpo del caminante también traza. El cuerpo del caminante es indicativo de la indeterminación relativa de los límites suscitados por el andar. El andar es una frontera, genera espacios intermedios, los contornos indefinibles se constatan solamente cuando realmente se anda sobre ellos. El andar revela la naturaleza de los espacios y las zonas de un territorio, así como la construcción física del espacio y la forma, o como forma de percepción y construcción simbólica del espacio. A diferencia de las carreteras trazadas en las ciudades que generan un tipo de espacio que es posible ser habitado y retomado una y otra vez, pues está bien definido y solidificado; aquí en la selva amazónica los caminos no están definitivos, son móviles, cambian, y a pesar de que hay trayectos reconocidos, el transitar sobre estas memorias depende buenamente de la acción de las fuerzas naturales sobre ellas. El camino es vivo, se hace cada vez que se anda, cada vez es nuevo, cada vez es diferente,
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dice el abuelo. Una vez se atraviesa, el camino queda atrás, las rutas más o menos delimitadas no generan un espacio de socialización, su trayecto se limita a atravesar la naturaleza de manera rápida, su ruta no genera formas de sociabilidad como sí sucede en la ciudad. Los puntos de descanso, son hitos naturales que por la amabilidad de su entorno permiten el descanso y una permanencia más larga. Aparecen sólo una vez alcanzadas ciertas metas naturales. Estos lugares están sólo en la memoria de quienes han tenido la experiencia del camino. El cuerpo pequeño y liviano del abuelo guía, parece volar sobre estas superficies. La dificultad, la caída, el esfuerzo del extraño son la sonrisa afectuosa del abuelo. Su espíritu está conectado al de la selva, dice. Los troncos caídos y atravesados en la mitad de los riachuelos son obstáculos para las botas nuevas del forastero. Los palos, las piedras, las plantas, los animales, los olores, las texturas, las atmósferas que el extraño ve y no ve, quedan marcados en su cuerpo, generalmente la marca empieza desde donde se proclama, sus pies. El movimiento constante al caminar es supervivencia. El cuerpo sorprendido del otro, con sus ojos deseosos de consumir y fijar las imágenes de su paisaje, no se pueden detener largamente. Una nube de mosquitos se encargará de recordárselo. El tiempo y el miedo se alargan con la dificultad que impone lo desconocido. El dominio visual y el cuerpo occidental hacen que la noche y el día queden muy bien definidos para el caminante extraño. El abuelo espera tranquilo y dice que durante estos meses va a llover.
La chicharra habla del tiempo Si su canto es largo es que la temporada va ser de verano Si es intermitente entonces habrá lluvia y verano, como su canto… intermitente Abuelo Nicanor
La Maloca del Diablo Como una pirámide arcaica se asoma a lo lejos, por entre las más altas copas de los árboles, la maloca del Diablo5, una sensación de estar salvados, hace relajar el cuerpo en movimiento. Una extraña pirámide de base circular, hecha de madera, bejucos y palma, se sitúa en medio de la selva en el kilómetro 14, a 30 minutos de allí para el lugareño y al doble para el extraño en la oscuridad.
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Abuelo Cayetano.
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El tiempo-espacio de este lugar se transforma para hacer de la noche el principio de la actividad mística, en el mambeadero el dueño de la maloca dirige a los participantes su conocimiento a través del consumo del mambé y el ambil, y con palabra de consejo, cantos e historias los introduce en el espacio y el tiempo del mito. Preparé ambil y coca y volví donde el viejo y se lo entregué. El viejo lo recibió pero lo dejó en el suelo. Preguntó, “¿Para qué es éste ambil y coca?” Yo le dije, “Oí decir que quien quiera oración o Palabra debe llevar ambil y coca a quien la sepa expresar, para que le enseñe. Yo traigo para que usted me dé ese conocimiento, que me enseñe a cuidar los niños y curarlos cuando estén enfermos.
5. Maloca del abuelo Cayetano. “El Diablo”
El viejo me dijo, “¿Dónde está lo que usted viene a pedirme? Yo no lo veo; ¿dónde lo vio usted? Yo no lo tengo....” Luego sí comenzó a explicarme. “¿Dónde hay una palabra diferente de ésta?”, me dijo. Dijo, “El conocimiento es de ustedes, yo sólo lo cuido. Y como es suyo, pues usted lo viene a buscar.” Entonces cogió la coca y el ambil y me dijo, “Usted me dice que no sabe y me pregunta. Entonces, ¿esto qué es? Usted se está burlando de mí.” Pero luego sí lamió y mambeó. Dijo, “Usted es el Creador para cuidar la comunidad y la salud, y para hacer cosas buenas” 6
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Noé Rodríguez, Primer Encuentro de Mayores Muinane, en Londoño, 1995, p. 136, traducido del Muinane por Eduardo Paki
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6. Representación figurativa de la comunidad realizada por un lugareño.
porque allí se encuentran los salados9, y están los espíritus mayores, los chamanes que visitan frecuentemente estos solitarios parajes; porque allí hay una fuente de poder permanente; porque hay un arenal blanco en plena selva; porque hay misterio. La estación El Zafire está rodeada por un mosaico de bosques, un lugar único para la ciencia amazónica, pues tiene una amalgama de suelos (planicie inundable, arena blanca y tierra firme) favorable para estudiar la “Amazonía en miniatura”. María Cristina Peñuela10
Hay que tener cuidado cuando se va allí porque uno no sabe a qué se está enfrentando, donde está el tigre está el poder y es mejor dejarlo así.
Abuelo Nicanor. Cacique de la comunidad del Kilómetro 11
“El Zafire es un "Amazonas en miniatura". Por eso hablar del sinnúmero de resultados que arrojan los estudios en esta estación científica resulta una tarea bastante larga y diversa, ya que sus resultados trascienden lo científico…” María Cristina Peñuela 9
Un salado es una fuente de agua cuya composición se caracteriza por la gran presencia de minerales en su suelo y de los cuales se nutren diferentes especies animales, que buscan complementar su dieta y obtener los beneficios nutricionales de estas aguas. Son puntos determinantes en las dinámicas cosmogónicas del grupo étnico uitoto, y de la mayoría de pueblos indígenas, relacionadas con su entorno. Ecológicamente son fuentes de agua que determinan la variedad de especies y el sistema vivo de esta área.
10 Directora de la estación biológica El Zafire. Unimedios. Matices.
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9. Recorrido rumbo a la estación biológica de El Zafire.
En los salados es buena la cacería del tigre, las dantas, el cerdo de monte, la boruga, los venados, los cerrillos, o de aves como paujiles, pavas y guacamayas, y muchos otros animalitos, dice el abuelo. Pero allí también está un embrujo fuerte, si se va con mal corazón y no se cumplen las instrucciones –refiriéndose a ritos y acciones simbólicas para cazar– se puede perder el sentido y hasta quedarse allá para siempre, andando por entre el monte sin rumbo fijo. Para uno poder cazar debe pedir permiso al dueño de los animales, y ofrecerle un pago de algo, puede ser de coca y ambil, de siembra de semillas, de cuidado, cualquier cosa. Hay unos que por pasar esa puerta al mundo de los animales, se han convertido en uno de ellos, afirma el cacique de nuevo. Como los chamanes eran los únicos que podían tener contacto con el agua y los animales, pues los pescadores tenían que pedir permiso a los chamanes para que puedan (sic) entrar al agua. Como los chamanes tenían poder; en ese tiempo ellos eran los dueños de grandes espacios porque eran brujos y poderosos, y hacían que los animales se amansaran. Así, los pescadores podían continuar su pesca. La historia es una historia muy buena porque tenemos cosas en el lago muy peligrosas y como los chamanes entonces, podíamos tener contacto con el agua. Víctor Alfonso Soplín. Lugareño El caminante se sitúa allí entre estos dos órdenes, incapaz de juzgar las palabras de unos y otros, se limita a escuchar. Su idea del espacio le permite considerar que esta naturaleza se sostiene como el ámbito donde se sucede la conexión humana y la divina, de lo humano y lo animal, de la vida y la muerte. Escenario en donde se encarnan el sistema de pensamiento racional –objetivo– y el mítico –subjetivo quizá–.
10. El arenal, Zafire.
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Dentro del marco de su percepción y su mirada, el caminante descubre una serie de elementos del paisaje que llaman su atención y que hacen parte de las preocupaciones del arte hoy. 1. Los mojones demarcatorios fronterizos en el camino al Zafire. 2. El cambio morfológico y de proporción de la selva. De la selva frondosa al varillal. 3. La particularidad de la flora en el arenal de El Zafire. Parece más una vegetación de páramo que de selva. 4. El arenal de El Zafirede. La materia blanca define un lugar en el espacio selvático. Un material insólito en medio de la selva. 5. El recorrido imaginario a lo largo de la frontera colombo-brasilera. 6. La noción del cuerpo como frontera en relación a la fuerza vital de la selva. 7. La luminosidad como un factor que enaltece o empobrece los espacios. 8. El gran contraste entre los elementos que componen el paisaje, estructuras micro y macro. 9. El color de las plantas y su irradiación de noche. 10. La demarcación que los habitantes hacen de sus recorridos. 11. La huella de ciertos animales y la forma de sus guaridas. 12. La rapidez con que algunos materiales se deterioran. La entropía reinante. 13. Los gestos de horadar, marcar, delimitar, sembrar y construir de los habitantes. 14. El sonido inmersivo al penetrar la selva, los espacios de circulación de sus sonidos y los ritmos de los mismos. 15. La gran escala del territorio. 16. La experiencia del cuerpo en el paisaje. 17. La pérdida del cielo por la frondosidad de la selva antes de llegar al Zafiride. 18. La horizontalidad del lugar a pesar de sus árboles de gran altura. 19. La mirada al piso es un ancla. 20. El salado como no lugar, en el sentido escultórico del término.
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11 a 18.
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El Calderón Hacia la tierra prometida El señor dijo a Abraham: “deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré Génesis 12, 1 Deja este lugar y lleva al pueblo que sacaste de Egipto a la tierra que les prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo les aseguré que esa tierra sería para sus descendientes. ¡Es tan rica que siempre hay abundancia de alimentos! Enviaré a mi ángel para que te guíe, y echaré de allí a todos los pueblos que no me obedecen Éxodo 33, 1-6 Dios le dijo a Moisés: La tierra que recorrimos y exploramos es increíblemente buena, Si el señor se agrada de nosotros, nos hará entrar en ella. ¡Nos va a dar una tierra donde abundan la leche y la miel! Así que no se rebelen contra el señor ni tengan miedo de la gente que habita esta tierra, ¡Ya son pan comido! No tienen quien los proteja… ¡No tengan miedo! Números 14, 8 Ya Francesco Careri había señalado el andar como un instrumento estético capaz de describir y de modificar aquellos espacios –él refiriéndose especialmente a los metropolitanos– que a menudo presentan una naturaleza que debería comprenderse y llenarse de significados, más que proyectarse y llenarse de cosas. En este sentido, caminar se hace la herramienta que por sus características de lectura y escritura en el espacio, resulta conveniente a la hora de llamar la atención sobre el concepto de ‘paisaje’ y su puesta a prueba en este territorio. Esta nueva caminata tiene su inicio al costado derecho del kilómetro 18 vía a Tarapacá y su meta es el Calderón. Ocho horas más o menos suponen este trayecto por una trocha al margen del río que da su nombre a la comunidad. El caminante – extraño– con un poco más de experiencia ahora y un carácter más agudo, se dispone a enfrentar el horizonte de agua que ocupa los suelos y borra, si existe, toda posibilidad de camino. Sin otra referencia que el reconocimiento de algunos habitantes del Kilómetro 11 de que Calderón es un lugar ideal para visitar y pasear, se emprende el viaje. Esta idea
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del paseo, es importante pues de allí proviene una relación directa con la definición del paisaje, asunto que venimos tratando. A puertas de los últimos asentamientos del lado norte de la frontera colombobrasilera, se destaca el rancho –a un lado de la chagra– del abuelo uitoto acompañante. Un poco más adentro la construcción de un estanque artificial, oficializa la presencia del gobierno central con un proyecto de piscicultura. Como una escena bíblica, en las tierras altas de la selva, cruzando varios ríos y quebradas como el Tacana, el Sufragio y la Mil pesos, se levanta la Comunidad israelita, los verdaderos caminantes, víctimas de la violencia, del desplazamiento forzado, de las migraciones, de la pobreza, y del amor a Yahvé, encontraron allí la tierra prometida. La comunidad rige su vida según la palabra del Antiguo Testamento. Sus hábitos y costumbres están guiados por la práctica de los diez mandamientos y profesar el amor al prójimo, es una realidad visible.
Hermano, esta gente tiene corazón (refiriéndose a los Israelitas) Abuelo Nicanor Caín y Abel representan el alma sedentaria y nómada, respectivamente; Caín encarna al homo faber, al hombre que trabaja y se apropia de la naturaleza con el fin de construir materialmente un nuevo universo artificial (Careri, 2002). Abel, por su parte, personifica al homo ludens, al hombre que juega y que construye un sistema efímero de relaciones entre la naturaleza y la vida. La Comunidad israelita del Calderón es reflejo de ambos. Ahora asentados en su tierra prometida, esperando el ocaso del mundo y orientados por su ideología religiosa, no olvidan su peregrinar, algunos desde el sur del Perú, llegan allí. Los tiempos de ambos sucesos, sin duda, han vinculado el espacio a formas de habitar según sus creencias. La relación cotidiana con el camino hace que se recuerde a Yahvé como el Dios del Camino, un recorrido hacia la eternidad. El paisaje humano se hace particular para el paseante, lo exótico de este evento, desarticula la conformación de un paisaje homogéneo para matizar bruscamente el mismo. El guía de este ejercicio, atento a los indicadores de huellas invisibles de la naturaleza que sólo él reconoce, se moviliza con destreza por esta geografía transformada, el río crecido, los suelos inundados, los árboles caídos, las rocas ocultas, y muchas topografías modificadas dibujan un mapa de recorridos imaginarios que conectan descansos, puentes, lugares sagrados, hitos y espacios transformados por la lluvia y las fuerzas naturales. Cada cambio detona la orientación, moviliza una memoria, impulsa una relación distinta. Esta cartografía movediza señala unos puntos de descanso, de alimentación, de refugio, unas líneas onduladas de recorrido y un plano del territorio a descubrir. Toda una genealogía de la historia de apropiación y de mapeo del territorio realizada por la humanidad.
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Comunidad de Patio de Ciencia Dulce. Km. 11 Un saber alojado en las experiencias y en las negociaciones entre lo natural y lo humano, del caminante, del guía y de sus anfitriones se ha impreso en su percepción, lógica y emocional. Mirar, ser cuerpo, moverse y ahora encontrarse en el diálogo cobra sentido. El registro fotográfico hecho por algunos niños de la comunidad, enseñó al extraño, en un recorrido por la comunidad, sus lugares de más recordación. El levantamiento visual elaborado por el grupo hace perceptibles las relaciones de múltiples ordenes, con su entorno más inmediato. Los lugares se señalan por su uso: la maloca, la panadería, la escuela, la tienda, la chagra en preparación, la casa abandonada del difunto cacique Juan Flores. Por sus memorias: donde el perro agredió, donde anidan los pájaros mochileros, donde alguna vez hubo agua, donde el cuerpo se accidentó. Por su forma: donde están los palos quemados, donde está el círculo rojo, donde hay como un morro alto. Por sus relaciones simbólicas: donde se enamoraron, donde sale el encanto, donde la flor se convierte en azulejo, donde cazaron al chamán cuando estaba convertido en tigre, donde la piedra se convierte en espíritu. El inventario heterogéneo se mezcla con la observación de lo concreto existente, con la experiencia y con el legado cultural que permea a la comunidad. El ordenamiento espacial parece tener su centro en el lugar de habitación cotidiana, es un espacio más domesticado. Para el abastecimiento está la periferia, un poco más agreste pero aún domesticada, allí está la chagra que ofrece yuca, plátano, frutos, la selva menos densa. Más allá, en la selva el desplazamiento es mayor, se caza, se extrae madera y quizás se encuentre un ranchito. Más allá… sólo monte, no se sabe. Esta compilación viva reúne, en un mismo conjunto, la ideología de sus habitantes, sus hábitos y cos-
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tumbres, con la tierra, con los animales, con las plantas, con los fenómenos naturales y con los espíritus. La casa del conocimiento es la maloca, allí es el lugar óptimo para el encuentro y la presentación de las experiencias compartidas tras el recorrer su casa territorial, experiencias sin duda también singulares. Esta tierra la conseguí con trabajo y esfuerzo, mucho el esfuerzo de mis padres también, desde hace muchos años; ellos sufrieron la guerra, primero la del caucho, luego de las pieles, luego la del oro, luego la de la mafia esa que anda por ahí… ahora estoy aquí, con mi tierra, mi casa, mi mujer y mis hijos. Eso es todo. Esto es lo mío Lugareño A veces llega el turista entonces uno procura hacer su platica con una artesanía, con una atención, con un paseo por la selva. Son flojos para caminar, eso con sus aparatos de saber dónde están no pueden ni caminar. Ahí se quedan parados hasta no ver esos números. Yo les digo, bueno, yo aquí soy el guía, ¡sígame! o sino para que me está pagando. Lugareño Aquí estamos bien, somos felices, a veces hay mucho mosquito pero esos se van y ya. Niño del lugar En la casa de la comunidad del Kilómetro 11, el caminante que quiere aprender sabe que su tarea es compleja y lenta. A su favor está su voluntad férrea, en contra, el tiempo y su razón. La relación cambia, el abuelo es en la comunidad un hito del lugar, con él se recorre la periferia cercana al centro. En idioma uitoto cada árbol, planta, animal o roca del camino va revelando su identidad. Las diferencias en la construcción de sentido del universo se hacen cada vez más evidentes. La definición simplista de la naturaleza “animista” que orienta el pensamiento, interpela con fuerza el legado racional y cientificista del caminante, extraño, criado en la cultura occidental. La duda es aquí una lección. Arboles sonrientes, árboles esposos, árboles con aretes de nido de pájaros mochileros que cuelgan como perlas, árboles gruesos, delgados, tozudos; selvas de brazos abiertos, pájaros con rostros humanos, animales danzantes, casas caminantes, son un imaginario-real en este universo. La rapidez con que el agua se evapora de esas
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líneas trazadas por los niños en el piso de tierra, es la misma con la que la memoria del caminante se dilata. La información difiere a la experiencia, andar es conocer, su escenario de acción se dibuja con cada huella y con ello siembra un espacio y un cuerpo. Entre lo doméstico y lo más salvaje, los acontecimientos vividos, las historias narradas y los mitos reconstruidos, la riqueza de quien camina es otra. Su cuerpo lleva impreso un territorio, su mente una lógica, su emoción una alegría. Quien camina aligera su peso, esto lo saben los dioses.
Acciones propias del extraño Acciones propias de la comunidad Clasificar Círculos de palabra: historias, relatos Describir
Hacer
Interrogar Mambear Construir y Escuchar deconstruir sentido Dinamizar la percepción Cantar Narrar: Danzar describir - imaginar - soñar Medir el tiempo: Tiempo de la acción - tiempo líquido, cronológico y racional tiempo cósmico Afirmar Preguntar Escriturar Memorizar
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24 a 33. Encuentros en la maloca del Kil贸metro 11 con los ni帽os de la comunidad
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El concepto de paisaje ha sido trabajado ampliamente por las artes visuales a través de su representación en pinturas, cartografías y fotografías, con el interés de construir una imagen –fiel o no– de lo visto. Empero, además de las reflexiones visuales, las nociones de paisaje conllevan una serie de problemas espaciales que suscitan una experiencia y hacen su aparición un poco más tardíamente en la historia del arte y más precisamente en el campo escultórico a finales de los 60s cuando el paisaje hace su reaparición como tema. Prácticas como el arte de la tierra trasladan no sólo la mirada sino también al cuerpo, al entorno natural,11 para ser activados posteriormente a través de múltiples procedimientos y operaciones artísticas, que, curiosamente, acuden a gestos arcaicos de apropiación, asentamiento y producción simbólica: caminar, trazar, excavar, perforar, desplazar (compontes del entorno, vivos o inertes), erigir, acumular, distribuir, señalar… tal como lo hicieran alguna vez los primeros pobladores del planeta. El paisaje en ambos casos ha sido el reflejo de las ideas propias de las comunidades y de sus tiempos. Los artistas de la tierra acogieron la experiencia del lugar in situ en el reconocimiento del territorio y sus marcas simbólicas o directas de desarrollo y cultura; el entorno natural se convirtió entonces, en su materia prima y al mismo tiempo en el soporte de sus obras. Visualidad y corporeidad son dos elementos que aportan a la discusión y hacen posible moverse entre la observación y la experiencia. En el campo de la escultura expandida, el sonido ocupa un lugar importante en la relación con el pai11
Estrictamente hablando la palabra natural no podría tenerse ya exclusivamente en el sentido de la idea del universo físico en estado inédito y salvaje, pues a pesar de las distancias y temporalidades, la naturaleza es transformada constantemente de manera visible o imperceptible a muy corto, mediano o largo plazo por la acción del hombre sobre la misma.
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saje, el término de ‘paisaje sonoro’ acuñado por Murray Schafer, atiende a sus predecesores artistas que intentaban registrar o copiar los ruidos naturales: los silbidos del viento, el gorgotear de la lluvia, el estallido de los truenos; y los sonidos de los animales: el canto de los pájaros, el croar de las ranas, el ruido estridente y monótono de las chicharras… La riqueza de esta esfera sonora permitirá el reconocimiento de una experiencia aural más que visual, y por ende espacial, que repercutirá en las reflexiones sobre el territorio.
El paisaje sonoro describe críticamente nuestro medio ambiente como un campo humano- ecológico, ubicado entre el sonido y el ruido Murray Schafer La palabra Paisaje sonoro, no solamente incluye el exterior sino también incluye las vibraciones físicas del sonido, a la forma en que los oyentes interpretan un entorno sonoro Trevor Wishart Un oyente dentro de un paisaje sonoro es parte de un sistema dinámico de información interpretando u papel en su estructura La manera como se intenta pensar el paisaje de modo dinámico sugiere en primer orden, reconocer un vínculo directo con lo visual, para luego someterse a la experiencia corporal y sensible de ese territorio. Tal como lo cita Oliver Dollfus, la apariencia visible del espacio apto para vivir, cambiante y diferenciado es el paisaje (1976). Javier Maderuelo determina al paisaje como una construcción del pensamiento y de sus relaciones. “El paisaje es entonces un constructo, un concepto que nos permite interpretar cultural y estéticamente las cualidades de un territorio, un lugar o paraje”(2005). Se trata de una unidad empírico perceptiva, una interpretación codificada desde la mirada proactiva sumada a una experiencia corporal. La reflexión sobre el paisaje permite encontrar en su etimología puntos importantes para la mirada sobre el territorio: país, paisanos, paisajes, una trilogía que delimita las singularidades de un área, la relación de un habitante y la construcción de una imagen. El arte hace aquí su aparición pues, impregnado con su aura, insufla el espíritu del lugar que circunda. El concepto de paisaje lo aporta el descubrimiento de América, en los ojos de nuestros colonizadores. El deseo de conocer, reconocer e inventariar su dominio reciente, y el asombro de lo nunca visto, un territorio cuya fisonomía desbordaba la imaginación, un territorio heterogéneo, cambiante y con múltiples particularidades, virgen en su mayor proporción y con una población humana asentada en parte de él, allí emergen las primeras representaciones o escrituras sobre el mismo; cartografías
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que dibujan límites antes insospechados y con ellos fronteras ideológicas, trazos y mediciones que ordenan el espacio mediante otras lógicas; cuadriculas que forcejean con morfologías extremas, rutas que subordinan la naturaleza, transformándola; marcas, tallas, horadaciones, canalizaciones y perforaciones para el aprovechamiento de recursos naturales, levantamientos de campamentos, asentamientos y puntos de vigía alzados con o en contra sentido de las geografías existentes, son las marcas de un pensamiento colonizador; la fuerza del hombre dominando la naturaleza, una herencia replicada desde hace miles de años. De otra parte, las definiciones del término territorio están ligadas al dominio, a la extensión y a la parcelación de tierra, y por ende, a la naturaleza que lo constituye; este es el panorama en donde multiplicidad de fuerzas endógenas y exógenas, naturales y construidas se congregan, con sensibilidades mayores o menores en relación a la naturaleza que contienen. El entorno opera en un sentido posterior a la localización; una vez asentada la comunidad o el hombre, se establece una frontera implícita del estar en o fuera de la naturaleza, pocas son las comunidades en donde este límite es imposible de reconocer. En la comunidad Kilómetro 11, este sentido de ubicación se mitiga y se difumina de tal manera que permite leer su visión cosmogónica, su manera de entender el mundo como un sistema único e inseparable, la naturaleza es el régimen que el hombre acompaña y cuida. De allí, de esta relación surgen todas las cosas. Pensar el territorio dibujado por el asentamiento de la comunidad del kilómetro 11 como agente transformado y transformador es observar sus relaciones con el entorno; es reflexionar sobre el tiempo de la naturaleza y el tiempo de las sociedades que en ella se establecen, con las variaciones ejercidas, proyectadas o fracasadas por el deseo de colonizar; quizá en este sentido entonces, sea más conveniente nombrar los tiempos arrítmicos de la naturaleza, sus ciclos, dispares en sus escalas a lo largo del territorio. Lo concreto
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34. Líneas de Nazca. El mono.
35. Líneas de Nazca. La araña.
36. Araña de Agua. Michael Heizer
Relatos del andar
El palo blanco El recorrido a través del bosque hasta encontrar el árbol que sirve de materia prima para la elaboración de objetos tallados, da inicio al espacio del conocimiento. Allí tiene lugar una estratificación orgánica del conocimiento donde la memoria, el recuerdo y el presente de la experiencia del abuelo emergen en una dimensión ancestral, que fuera de este contexto se opaca por la simbiosis cultural que hay a lo largo del río. El sabedor conoce las palabras, los nombres en “idioma”, los cantos de origen donde fue nombrada por primera vez el “alma” o el espíritu que da origen y sentido a la planta; narra las historias en las que son protagonistas la hoja, el tallo, las sombras, los espíritus, el tronco, las raíces o las flores y también los frutos. En la narración se comprende el porqué de las propiedades que se conocen sobre esa especie, si es buena para curar o para alimentar, si es “caliente” o “fría”, si sirve para brujear, para hacer canoa o para todas las anteriores. Todo este índice de relaciones y contenidos que habitan en el anciano y que no permite ser almacenado en otro recipiente que no sea la vida y el pensamiento del abuelo, habla de una cultura que, como el abuelo, agoniza en la imposibilidad de encontrar un recipiente nuevo en el cual vaciar su saber. Las mujeres adultas escuchan en silencio, con el respeto que heredaron de sus padres por aquellos que “saben”, que conocen y entienden el territorio, físico y mitológico y pueden guiarlos sin riesgo. Los muchachos se ven distantes de este espacio antiguo, sus ojos miran más hacia fuera de la selva que hacia dentro. Este territorio parece demasiado hostil para la mayoría de ellos. Son conscientes de que no han recibido las herramientas necesarias para sentirse parte cabal del mismo, se reconocen participantes genéticos y culturales de las comunidades, pero no tienen las claves simbólicas y el sentido que contiene cada ser vivo del bosque se les escapa como un alumno que ha faltado a muchas lecciones importantes y no logra hilar el pensamiento
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ni entender el código que el abuelo maneja. Quizá sea por eso que en alguno sobreviene el desprecio. Desprecio de lo que no se conoce. Desprecio de lo que se juzga caduco. Menosprecio frente a la imponente cultura del blanco, que parece transformar todo con una “magia” más poderosa, contundente y eficiente, y frente a la cual ellos se sienten en desventaja, y hasta un poco atrapados en esta selva. Sus casas se han vuelto incómodas. Sus ropas no son suficientes. La chagra una tarea difícil. Este valor inconcluso no brilla en la superficie sino que permanece oculto a los ojos de quien no reconoce en ella un espacio de conocimiento. Carlos Ramírez12
La transformación Penetrar en la selva de la mano del abuelo que paso a paso va develando el contenido simbólico de cada planta, de cada instante y de cada huella, significa ingresar en un aula multidisciplinaria –sinestésica y mitológica– donde los significados se hacen móviles y es posible sentir cómo se integran de forma viva y dinámica a la existencia. Todo parece permanecer y, sin embargo, en cada instante todo se renueva. La única alternativa posible es seguir el paso y escuchar con atención: de repente el canto, el viento, la mariposa, las palabras del abuelo Fernando que habla apoyado en la cinta que cierra la hoja más tierna de la palma de chambira. La cinta alberga palpitante el poder del chamán que hace que un hombre se cuelgue hasta morir. Esa cinta delicada que al ser retirada libera los cabellos sedosos de la palma, que luego, secados al sol son bañados con el jugo de las semillas trituradas y finalmente “torcidos” hasta hacerse hilos: la magia femenina hace de ellos mochila, chinchorro, collares o manilla. Carlos Ramírez
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Estudiante auxiliar. Maestria enArtes Plásticas y Visuales.
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Participantes del proyecto
Wellinton Murayari Flores Curaca de la comunidad del Kilómetro 11
Nicanor Morales Cacique de la comunidad del Kilómetro 11 y guía
Antonieta Morales Directora Escuela Virgen de las Mercedes Kilometro 11
Niños Pedro Soplín
Edison E. Gaspar Murayari
Pedro Farfán
Nancy Vargas
Beverly Tanimuca
Brenda Torres
Josefa Praxete Libardo Chavano Núñez
Sthacy Villota Pérez Jackson Pineda
Andrés Chaves
Henri Coello
Flor Santana
Johny Chuña
Luceyi Gaspar Murayari
Robín Flores
John Estrella Víctor Estrella Mariana Montes Ortiz Jonathan Carrera Estrella
Yorjan Custodio Johny Ruiz Xiomara Sandoval Leila Lucia Saldaña
Arnulfo Avendaño Vásquez
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Aprendiendo de un lugar en el Amazonas Jaidy Díaz Coordinación de Investigación y Extensión Instituto Amazónico de Investigaciones IMANI Sede Amazonia Facultad de Artes Escuela de Artes Plásticas y Visuales Sede Bogotá Universidad Nacional de Colombia Impreso en Bogotá, Colombia por All Print Graphic & Marketing Ltda. Bogotá, febrero de 2013 Se han utlizado las siguientes fuentes tipográficas para el diseño y diagramación de esta publicación: Frutiger Lt SD, Din Next Lt Pro, Adobe Garamond Pro, Adobe Caslon Pro, Didot, Tajan Pro.