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Teatro Clandestino 2069

Una Distopía Posible

Por Víctor Weinstock*

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Soy un anciano precoz y decrépito. Necesito contar mi historia antes de que muera conmigo. Todo este desastre empezó inocentemente hace 50 años en China. No es cierto. Empezó 6 meses después, allá por el verano de 2020 en la CDMX, durante la GP I (Primera Gran Pandemia), cuando la economía mundial se detuvo en seco. Se inició entonces el Confinamiento Transexenal Planetario para tratar de contener al coronavirus SARS-CoV-2 (ya vendrían el 3, el 8 y el 1822). Las artes escénicas fueron de inmediato clasificadas como actividades de alto riesgo no esenciales. Enseguida corrigieron su error (perfeccionaron su sentencia) y voltearon la frase, pero los teatreros, mirándose al ombligo, no alcanzaron a percibir a tiempo la sutileza del enfoque conceptual. Para ellos no importó ser estigmatizados antes que nada como actividad no esencial (los puntos en las íes) de alto riesgo (eso sin duda). Lo primero se da por sentado. Lo último se debatió por años. Incluso hoy, en pleno 2069, hay quien no cree que ahora mismo, para presentar nuestro Ubu Rey en la cápsula social del Ing. Sosa, literalmente estamos arriesgando el pellejo (a últimas fechas todos los juicios sumarios contra “histriones y otras perversiones” [así es como nos clasifican] terminan en simulaciones públicas retransmitidas vía 5000G en 69D xMDR —más dolorosa que la realidad— de desollamientos en vivo de todos los acusados). En el gremio hay rumores sobre gritos que provienen de una comuna de bufones enjaulados en Palacio Nacional para el EG {Entretenimiento Godín} del Emperatrizo y su corte. Dicen que son los supuestos desollados que están siendo torturados y obligados a presentar una y otra vez “Fake News, el musical” para los cortesanos. Pero yo soy de los pesimistas. Yo digo que el infame 5000G en 69D xMDR se ve tan espeluznante y real porque lo es. Dedico siempre la función a los caídos. Vivan los Héroes que nos dieron Teatro. Talía los tenga en su gloria. San Ginés los bendiga donde quiera que estén, entre diablas o políticos.

📷 / Chen Mizrach / Unsplash

Mi abuelo me contó que el nieto de su amigo Nieto — el portero o qué sé yo del Salón Los Ángeles que, cuentan los anales, había que conocer para haber conocido México — le habló un día por teléfono inteligente (esos aparatejos tontos de principios de siglo) para invitarlo a una sesión de Teatro X-Zoom (el antecedente viral del MemeTI-a3 actual): “Maestro,” le dijo reverencial como se usaba en aquellos tiempos para referirse a todo teatrero mexicano con más de 4 montajes y medio a cuestas, “lo invito a una sesión de teatro virtual.” Caballeroso como siempre, mi abuelo gritó (no enojado ni nada, sino que “llovía a cántaros” esa noche, según me dijo [y sí, ya investigué, en esa época todavía llovía y existían los cántaros], por lo que le costaba escuchar su propia voz, ya no digamos la del gentil joven nieto de su amigo Nieto a través de un artilugio de plástico): “¿Qué carajos es eso de teatro virtual?” Total, para no hacer el cuento largo. Mi abuelo entró a la sesión con otros 100 cabrones de todo el mundo y vio una obra sublime de video posmoderno. Le habló al chavo para felicitarlo y pedirle una copia en DVD o VHS. “Ah, maestro, qué bueno que se la pasó bien, sí claro, fíjese que grabamos la función así que ahora mismo le mando el link y usted sabrá cómo lo baja y en qué formato lo guarda”. Y ya. A mi abuelo hagan de cuenta que le hablaron en chino y no hizo nada. A ese mediometraje le dieron premios de teatro y toda la cosa. Mi abuelo no se enteró, hasta la premiación, que aquello que vio a través de la pantalla de su celular desde la hamaca de su terraza, al son de un daiquirí y rascándose la barriga, había sido grabado ese mismo día en una sola toma. “Prodigios, virtuosos, bravo… lo que no entiendo es por qué ganó premios de teatro y no de cine o arte digital. Fíjate que me recordó a unas obras en video de Warhol que vi en el MoMa hace años. Pero teatro… ¿por qué?”

Lo demás es historia. Los productores dijeron cosas como que “ya sin el corsé del edificio, el teatro tiene más posibilidades, y llega a gente de todos lados, y para colmo de bondades es además muchísimo más barato, las encuestas de salida son positivas, y el posicionamiento del producto en los anaqueles de las redes sociales es inmejorable.” Al público le encantó eso de Netflix o Teatrix o eTheater o no sé qué. Eso de no tener que salir de casa para ver teatro (dizque teatro) y eso de poder verlo a la hora que guste cada quien y eso de poder salirse y de reiniciarlo y congelarlo y ponerle subtítulos y cambiarle el idioma y el color y todo todo todo eso fue un hit. Y muy pronto ya nadie se fijaba si era en vivo o pregrabado, en una sola toma o chorromil quinientas, con filtros o sin filtros, editado o a capela, de frente, de perfil, vuelta completa y sonrisa a la cámara. Gracias. Gracias. Gracias dijo el Estado Mexicano, que fusionó enseguida a dos de sus organismos culturales: la CNT y el IMCINE. En compensación, tradicionalmente a este monstruo de dos cabezas se le recorta doble el presupuesto dos veces al año desde entonces. El mundo entero siguió el ejemplo del milagro mexicano. La mejor manera de salvar el teatro, la solución final, pasaba por erradicarlo.

Muy pronto los productores privados y públicos, nacionales e internacionales, se dieron cuenta que, con los grandes avances en programas de animación de la revolución virtual de 2038, los “histriones y otras perversiones” éramos totalmente prescindibles.

📷 / Daniel Ramos / Unspalsh

Ya nadie podía distinguir entre Madonna (una diva del siglo pasado “vuelta a nacer”) y un gorila del zoológico. Es decir, un holograma ya era perfectamente indistinto de un animal. Y eso fue el último clavo en el ataúd del teatro. No fue. Hubiera sido. Hubiera sido el final de no ser por los bufones que se la rifaron entonces y nos la rifamos ahora. Sí, no seré modesto, somos heroicos: el teatro está prohibidísimo desde hace décadas en todo el mundo. No es esencial y es foco de contagio. Y este ñaque se juega la vida cada noche. Mi compañera y yo vamos de cápsula social en cápsula social llevando alcohol, drogas y teatro a los pobres humanos aislados y bien portados que extrañan la insustituible sinestesia del fenómeno teatral. A representa a B mientras C lo mira, decía el proscrito teórico teatral Eric Bentley. Esa cosa tan simple y maravillosa del acto presencial: la esencia poética, humana, irrepetible, vital del teatro, sin la cual no existe el ser humano. Todos somos “histriones y otras perversiones” desde chiquitos. Por eso el teatro no ha muerto ni morirá nunca. Por eso, a hoy por hoy se juega el pellejo para llevarle B a C en la comodidad de su cápsula social. No inventamos la fórmula del agua tibia. La idea la sacamos de los viejos libros de Teatro Yiddish del abuelo, aquel teatro judío transgresor de Europa Oriental desde la Edad Media al siglo XIX; y también del teatro brechtiano, del TdO de un tal Augusto Boal, del teatro guerrilla en los EEUU (inspirado a su vez en el Che Guevara: “El guerrillero necesita ayuda completa de la gente.”), y por supuesto de los Artistas a Cielo Abierto de Coyoacán, de cuyas leyendas y correrías me habló mil veces al oído, para disgusto de mis padres, el abuelo Moisés, de quien guardo aún algunas fotografías clandestinas de su teatro dominical placero y su nariz azul de payaso que, según él, usó Paidós para la portada del libro “La vida del drama” de Bentley en su mítica reedición de 1984, año del nacimiento de mi madre.

*Víctor Weinstock (México, 1963) es conocedor de las entrañas del teatro tras participar en cerca de una centena de proyectos como dramaturgo, director, actor, productor, diseñador, traductor, dramaturgista, adaptador, técnico, stage manager, taquillero, presentador y promotor en Ciudad de México, Nueva York y Houston.

facebook Víctor Weinstock / twitter @weinstockvictor instagram @victor.weinstock

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