OPINIÓN
La implacabilidad del despropósito
S Por Hugo Avilés Espinoza
e es implacable cuando se enfrenta un enemigo, independientemente de sus fortalezas o debilidades. Se es implacable cuando la razón se ciega, los sentidos se nublan y se persigue el exterminio. En definitiva, cuando se es implacable se tiene un propósito, por malsano que sea. Pues éste no parece ser el caso de la doctora en psicología Edeltraub (Montse Serra) encargada de “atender” al sujeto experimental Varela (Alejandro Fajardo) para ventilar numerosas interrogantes, absolver dudas, aclarar incertidumbres, en el texto y contexto de la obra I.D.I.O.T.A. de autoría de Jordi Casanovas, bajo la dirección de Fernando Rubio presentándose en temporada en la tercera sala del Teatro Sánchez Aguilar. Edeltraub, o Edel, como suele ser llamada, es implacable sin propósito aparente, o quizá con un intencionado despropósito. La fábula argumental narra la relación inmediata que se establece entre Varela y la doctora cuando aquel acude al llamado de una sesión experimental y notablemente bien remunerada en la que se verá obligado a poner a prueba su ingenio y agudeza mental, pero también a exponer sus emociones y sentimientos más recónditos para mantener su integridad personal, e inclusive la de sus más allegados. Ya adentrados en la escena, la primera sensación está dada por el tratamiento del espacio, un ambiente llano, dominado por una extensa pared con apariencia metálica transmitiendo el encierro gélido entre un búnker y un frigorífico. El mobiliario, dos mesas y junto a ellas dos sillas rojas, únicos elementos que marcan dos lados enfrentados, los que, en ciertos momentos de la pieza son franqueados por los personajes reiterando los status de dominio y subordinación. El vestuario, cotidiano, sin mayor carga semántica pero cumpliendo con la imagen referencial de cada protagonista, ella, elegante, pulcra, acerada; él, desenfadado, anodino, vulnerable. No hay banda sonora, y no hace falta, pues el silencio exacerba la potencia de las palabras manifiesta tanto en los parlamentos de ambos personajes, como en la correcta fonación de los histriones. El laconismo de todos los elementos, no actorales, de la puesta en escena nos aboca ineludiblemente a cerrar la atención a los personajes. La doctora: formateada, cortante, insensible, apropiada de un libreto que aplica cual añosa receta para producir idénticos resultados, ella es el ingrediente principal de la infalible fórmula “mujer + dominio = víctima + opresión”, la cual desbarata la autosuficiencia
del machismo populachero de Varela. El sujeto experimental: ordinario, impulsivo, necio, sagaz, características todas para afianzarlo como presa de sacrificio que engulle comida creyendo que se nutre, cuando en realidad engorda. Para quienes hemos seguido de cerca el teatro hispanoamericano se nos hace consecuente la comparación con la pieza “La empresa perdona un momento de locura” de Rodolfo Santana, venezolano, en la que un obrero, a cuyo hijo han matado acusado de terrorista, destruye a golpes una máquina industrial por lo que es llevado ante la psicóloga de la empresa quien le transmite la decisión de los dueños, y es que, en lugar de despedirlo lo van a condecorar, siempre y cuando dé un discurso reconociendo que lo que hizo no fue un acto de rebeldía, sino un momento de locura. Y traigo a colación la referida obra no solo por la similitud de personajes y situaciones, sino, y sobre todo, para argumentar mi tesis inicial resumida en el título de este escrito. A diferencia de la obra latinoamericana en la que es evidente el propósito ejemplificador del castigo, en la obra ibérica pareciera que no es la ideología lo preocupante, sino la gradual despersonalización del individuo para manipularlo hasta convertirlo en un idiota a voluntad, es decir, más que un propósito se nos muestra el despropósito o la necedad con la que nos entregamos al sistema, atrapados por la vorágine mediática y las adictivas tecnologías de comunicación virtual. En definitiva, la oferta escénica es poco menos que impecable, y el único bemol apreciable le atañe a la dramaturgia que merodea el conflicto central en aparentes micro conflictos, probablemente con la buena intención de enfatizar la tesis principal, pero incurriendo en un innecesario alargamiento que, a ratos, pone en peligro el ritmo y la intensidad de la pieza, lo que se evita por la sinergia del trabajo entre actores y director. No quisiera bajar el volumen de estas letras sin aplaudir, como el que más, el enorme esfuerzo que está haciendo el Teatro Sánchez Aguilar por recuperar la oferta cultural y artística con que siempre ha agradado a la ciudadanía, y de manera particular a todo el staff de acomodadores, atachés, operadores técnicos, equipo de logística, y personal administrativo La recomendación final, elija ir al teatro, elija ver I.D.I.O.T.A., elija el arte como la alternativa más viable para que cuando el sistema se lance implacable sin propósito aparente, su condición humana le brinde un propósito liberador.