Celeste y la banda de Moebius

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Celeste y la banda de Moebius

‫ ׀‬JORGE GUERRERO DE LA TORRE ‫׀‬


Primera edición, junio 2009. Distribución mundial Título original: Celeste y la banda de Moebius. © Autor: Jorge Guerrero de la Torre Dgo., Méx., junio 2009 © Instituto Municipal del Arte y la Cultura Dgo., Méx., junio 2009 © Ilustración de la portada: José Solórzano López Dgo, Méx., enero 2008 RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS Diseño: Ramiro García Cuidado de la edición: Jorge Guerrero de la Torre Este libro cuenta con el apoyo del Programa Editorial del Instituto Municipal del Arte y la Cultura de Durango y del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de la presente obra en cualquier forma conocida o por conocerse, sin el consentimiento previo y por escrito del autor y editor de esta antología. I.S.B.N.: 970-9382913 O.C.L.C.: 488-82-2878 Impreso y hecho en México

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Printed and made in México




PROEMIO Debo declarar que este libro lo he escrito por un compromiso que adquirí con el Destino. Toda buena historia siempre trata sobre una mujer. Pues esta historia no es la excepción. Celeste es una mujer, y la banda de Moebius una cosa. Ambos representan lo mágico de este mundo. Ella es una mujer de conocimiento, poseedora de una mente propia con la que ve, crea, vive y goza. La banda de Moebius es una representación matemática de la realidad, una realidad que es mucho mayor a la simple y plana en la que vive la mayoría de las personas. Todos creemos que existen posiciones diametrales en las cosas: el bien y el mal, el adentro y el afuera, lo frío y lo caliente, lo vivo y lo muerto. Hemos creado un edificio de concepciones basadas en algo que en verdad es ajeno a nosotros. Contrario a lo que se nos ha enseñado siempre, los humanos somos seres con capacidades enormes en alcance y profundas en potencia. La banda de Moebius es una superficie que se puede formar con una cinta o tira de papel largo y rectangular, que al rotar uno de los extremos con una pequeña torsión de 180 ° con respecto al otro y juntarlos se logra formar algo parecido a una cinta. La banda de Moebius es una superficie bidimensional que tiene una cara sola. Esto se puede comprobar dibujando una línea a lo largo de la banda: la línea vuelve a pasar por el punto inicial dos veces más —una por el lado opuesto del papel, y la segunda al completar la línea. Es así como al lado de Celeste, he aprendido a comprender como el Universo en verdad es: una gigantesca banda de Moebius, que se tuerce y gira en un espacio de muchísimas dimensiones, y en el cual, todo, absolutamente todo pude suceder. Alguien dirá que esta es sólo una novela de género simbólico, otros que es una extraña mezcla entre ciencia­ficción y misticismo. Yo digo que esta es una bitácora de mí andar con Celeste alrededor de la banda. Demos pues vueltas por la banda, y veamos a donde nos lleva este eterno avanzar.



PRIMERA VUELTA I. La Bruja Celeste «No existe lo desconocido, sólo lo temporalmente desconocido» Cap. James T. Kirk Star Trek

Acabamos de regresar Celeste y yo de una serie de viajes de investigación en las selvas y costas de la Península de Yucatán, en las montañas de Centroamérica y en los desiertos de México. Mucho es lo que hemos encontrado tanto aquí mismo muy cerca de nuestra casa en Mérida, como también en alejados y salvajes ambientes. Deseo hablar de estas cosas pero no sé como comenzar a darle forma en estas páginas.

Empezaré comentando que la vida me ha otorgado una serie de tremendas experiencias. Y es que lo que sé no cabe ya en mí. Debo hacer algo con esto, iniciando de alguna manera a compartirlo. Lo único que sí sé y sin trazas de dudas, es que lo que antes consideraba totalmente irreal ahora me parece, por lo que he vivido, más real que lo que pensaba que era real. Y aquello, lo que antes creía verdadero, ahora me parece más bien irreal, absurdo y ajeno a mi. Quizás pueda comenzar a escribir mis ideas y descubrimientos a partir de cierto punto, explicando que desde hace mucho soy más que nada un explorador. A favor de esto diré que he incursionado con igual curiosidad en cosas tales como la física cuántica, la brujería y la parapsicología. Apasionadamente he vivido agotadoras jornadas con chamanes, silenciosas meditaciones con gurús, me he devanado el seso estudiando en universidades y he quemado mi espalda bajo inclementes soles en expediciones de investigación.


Inclusive en alguna ocasión formé parte de ashrams, logias, covens y siempre he encontrado, ya sea aquí o allá un trozo del rompecabezas, siempre teniendo conmigo una sensación ingente, como si tuviera que luchar ferozmente contra algún enemigo invisible para arrebatarle de los dientes un poco de entendimiento. Lo bueno que ahora tengo es que estas piezas, antes dispersas para mi han comenzado a tener un sentido y esto me ha dejado pasmado. Si he de comenzar aquí a darle coherencia a lo que pretendo decir, lo haré apoyado en un hecho: mi andar me llevó ante una verdadera bruja. Así es, al buscar por el mundo conocí a una poderosa y extraordinariamente sabia mujer. Ella es heredera de una sapiencia antiquísima quizás latente en todas las demás mujeres y hombres. Celeste es su nombre, y todo lo que estoy por narrar, todo, juro que es verdadero. Respiro calmadamente y por un momento me doy cuanta de que ya empecé; entre más escribo, más seguro me estoy sintiendo. Continuaré de esta manera por lo tanto, hablando de Celeste. Ella vive, entre otros lugares, en Yucatán. Es una mujer con carácter dulce, pero quiero que sepas que es capaz de obrar sin lástima ni compasión alguna pues siempre sus palabras son honestas y claras. Quiero que entiendas que sostener una charla con Celeste puede ser insospechadamente adictivo, e incluso absorbente. Y es por eso que uno desear hablar con ella, aunque tal decisión implique estar dispuesto a utilizar toda la mente y aplicar un profundo acto de imaginación para comprender lo que ella nos quiere decir, pues esto paradójicamente resulta fácil y a la vez no, por que una vez que te retires de su lado te diré que tu cabeza quedará dando fuertes latidos y el alma, bueno, esa la tendrás hinchada de gusto. Celeste, la bruja, llega a cualquier lugar como torbellino, y aunque no diga nada, dejará las cosas diferentes a como estaban. Te repetiré que es más sabia e inteligente a cualquier individuo que haya conocido en mi vida, pero también es la persona adulta más sencilla y similar a una niña de la que yo tenga conocimiento. Ella comprende infinidad de disciplinas y utiliza una inusual lógica, la cual me atrevo a creer que pocos humanos desafortunadamente poseen. Te diré que es como si ella logrará pensar en muchas dimensiones, elaborando


sus procesos mentales en varios sentidos a la vez pero implicando todos en uno sólo. Te confesaré que al lado de esta excepcional mujer, viajera del mundo, he podido vivir y he sido guiado a las cosas más extrañas y fascinantes que pudiera imaginar. ¿De dónde venimos? ¿Qué es lo que hacemos aquí? ¿Qué nos depara el futuro? Bueno, esas son las preguntas esenciales que de muchas formas ella me ha ayudado a confrontar y de las que hemos juntos comenzado a obtener las respuestas. Celeste me abrió los ojos ante el hecho de que estamos atados a preceptos sin siquiera saberlo, a paradigmas que en vez de servir como puntos de referencia y respaldo para la Humanidad, sólo han sido los grilletes de nuestra esclavitud ante la ignorancia y el dolor. Releo lo anterior y noto ya cierta fluidez en mi exposición. Si la musa me asiste, y mi taza se mantiene con café caliente, y la música de Björk emana en los altavoces, y un puro por ahí para fumarlo encuentro, entonces podré así continuar contento y claro. Te hablaré desde estás páginas de cómo he caminado por la Banda y lo haré escribiendo primero sobre un niño llamado Alex que está por regresar, seguro trayendo consigo un increíble regalo. Esta aventura, una de ellas pero la que aquí primero plasmaré, comenzó un día de primavera en nuestra casa en Mérida, mientras reposábamos la comida descansando en frescas hamacas que se mecían disipándo el calor de una tarde en el trópico. Le estaba diciendo a mi esposa como me estaba sintiendo ante las cosas que en esos momentos vivíamos. Le confesaba la ambigüedad de mis emociones, porque por un lado me estaba sintiendo muy contento con la cantidad de cosas que estábamos descubriendo, cosas fascinantes. En esos momentos de nuestras vidas habíamos logrado aportarle una amplísima divulgación a través de los medios de información, a nuestro hallazgo de una extraña energía en el lugar en el que unos muchachitos habían visto y video grabado a un insólito ser con apariencia de extraterrestre. La prensa se movilizó al saberse que ahí justamente hay fenómenos energéticos totalmente inusuales. Incluso ya nos habían contactado unos productores de la televisión


japonesa para pedirnos que participáramos en la realización de un documental respecto al suceso que ya era conocido como el “Caso Mérida”. En verdad todo esto resultaba excitante —le confesé a Celeste— pero a la vez a mi me era quizás un poquito abrumador. Personalmente me sentía confundido respecto a cómo procesar todo lo vivido, a cómo abordar nuestras experiencias para compartirlas con los demás. Necesitaba de un catalizador para unir todo, me urgía tener algo con lo cual lograr la asimilación y desde ella, desde esa comprensión hacer algo como un libro. Así es, de estas cosas le hablaba a mi Celeste, buscando en ella apoyo y consejo. Entonces ella simplemente me dijo: —Bueno, quizás esto te ayude Jorge: Sí, el mundo es inmenso y misterioso pero tú mi Jorge, tienes lo suficiente para decidir que harás con lo que tienes entre manos ahora —y me dejó así, pensando el sentido de sus palabras. Luego durante el atardecer, en medio de la penumbra crepuscular, mientras estábamos sentados en cómodas mecedoras y recibiendo el aire de unos abanicos, ella me volvió a decir: —Anda y haz Jorge, que ya miraste con tus propios ojos cómo este mundo es mucho más de lo que se cree. Si te puedo ayudar para que encuentres la paz es diciéndote sencillamente que desees aquello que más anheles ahorita. Ya me contaste que deseas ser escritor; entonces te recomiendo que sólo pienses desde la quietud de tu cabeza qué quisieras cómo resultado final de ser un escritor y cuando hayas aclarado eso en ti, déjalo como idea dentro de la matriz misma de la vida. Verás que para mañana, en serio, lo que pediste llegará a nuestra puerta, tocará y sabrás que no tienes que andar por allí buscando el acomodo que necesitas. La vida te tocará a ti. Recuérdalo. Sólo suelta al aire tu deseo más importante, formúlalo con la mente propia y la vida se encargará de dártelo. Eso sí, sólo te pedirá compromiso. Sólo te pedirá responsabilidad con aquello que pediste. De nuevo me dejó pensando. Y es que antes habíamos vivido experiencias en las que al aplicar precisamente eso que me indicaba Celeste, había visto ya el tremendo poder de la mente propia.


— Mira mi amorsote —comencé a decirle— ¿Sabes?, tienes razón y acepto lo que me dices. Me daré una vueltecita en mi cabeza para escudriñar en mi y ver que fregados me encuentro. Cerré mis ojos y respiré con tranquilidad, como ella me había enseñado. Bajé con facilidad a mi interior en búsqueda de ese especial anhelo y ya estando ahí no fue difícil encontrarlo por que ya lo sabía bien. Lo que deseaba fervorosamente era escribir las revelaciones que juntos habíamos obtenido. Quizás la idea de escribir un libro en el que vaciara todo de esta manera me serviría primero para apreciar en perspectiva mejor las cosas. Más aún, podría compartir lo nuestro a quien quisiera conocerlo. Eso era mucho más importante. Pero ese posible libro no podía empezarlo. Ni siquiera habría podido comenzar con una sola palabra. Me imaginaba a mi mismo ante la computadora, con el procesador de palabras esperando que escribiera algo. Y eso me había pasado ya, por que justamente al abrir un día un nuevo documento en blanco, sencillamente me quedé con la página en blanco frente a mí, retadora. Que curioso, la creatividad hervía dentro de mí, esperando salir lujuriosamente pero sin tener la virtud de la manifestación. Era solo un proyecto flotando en el aire. Y si pensaba un poco sobre eso, insistiría en que debía quizás comenzar por lo menos con el título, pero la musa no me agraciaba con su inspiración para ir más allá, no lo sabía con certeza…aún. Nada, la idea de creer que podría escribir algo era sencillamente imposible, inalcanzable. Me veía a mi mismo sin nada que lograra tomar forma necesaria y me trataba de convencer diciéndome a mí mismo que sí podría, que poseía ya una infinidad de notas como una enorme cantidad de experiencias vividas por los dos juntos ¿Pero cómo?, por que con tanto no sabía por dónde empezar. —Te recomiendo que mejor pongas tu pedazo de la verdad y que cada quien decida si lo toma o no —entonces Celeste intervino a favor mío, como leyendo mis pensamientos. Sí, Celeste me estaba ofreciendo la idea de que hiciera un acto de poder para resolver esto, entonces con calma tomaría lo que decía y lo haría con mucho gusto. Así que, aprovechando ese momento


mágico del atardecer, entré en la calma y formulé desde lo más dentro de mí el deseo. Lo hice de forma directa y clara. Me dije “si, deseo hacer unos excelentes libros en los que plasme todo esto que ahora conozco. Lo deseo hacer, realizando libros que sean emblemáticos y hasta inclusive paradigmáticos de nuestros tiempos”. Después entregué mi deseo a la vida, gozando en ese instante de una sensación de ligereza y casi algo parecido a un ligero mareo. Entonces al día siguiente una de las tantas cosas insólitas que suelen pasarme junto a mi Celeste, ocurrió, o más bien, me llegó. Por fin podría vaciarme más ampliamente. Así comenzó este capítulo de mi vida.


II. Iniciando un Viaje Hacia lo Desconocido «Existe un viejo proverbio: 'La fortuna ayuda a los audaces'. Bien, veremos si es cierto» Capitán Benjamin Sisko Star Trek DS9

Desperté con un sobresalto que casi hizo que me cayera de la hamaca en la que duermo. Al otro lado de nuestra ventana y desde el patio de unos vecinos, una gallina que no sé por que diablos estaba ahí, cloqueaba insistentemente como intentando despertarme a la fuerza, mientras que su sonoros esfuerzos se sumaban con los timbrazos de una llamada entrando en mi celular. Por costumbre dejo ese aparato a un lado en el suelo, junto a los anteojos, y de un manotazo lo tomé y miré en la pantalla el número de quien me llamaba tan temprano. Era mi amigo el profesor Silvestre Leal, apasionado y reconocido investigador del fenómeno OVNI en Yucatán. Al contestarle muy ceremoniosamente me saludó y disculpando la tan temprana llamada, con una voz llena de profundo entusiasmo me dijo: — Hola Jorge Guerrero, llamo para decirle que de último momento salió un viaje a un pueblo cercano para investigar la desaparición de un niño. Ayer contacté con la familia del niño y están dispuestos a explicarnos qué pasó e incluso nos van a llevar al lugar en dónde ocurrió todo. El niño desapareció hace meses y aparentemente se esfumó en el aire. Le llamo para invitarlo a que venga con nosotros. — ¡Claro que sí! —le dije—, pero ¿cómo, ahorita, ya? — Si, todo resultó muy rápido y no encontré hasta estos momentos su número. Sé que es algo precipitado pero me gustaría contar con su apoyo…y además... — ¡Claro que sí! —exclamé entusiasmado, interrumpiéndolo—. Si es ya, ¿entonces en dónde nos vemos?


— Venga a mi casa, aquí dejamos su vehículo y nos vamos en el mío. Es en un pueblo muy cerca de la ciudad, rumbo hacia Celestún. — Salgo para allá. Así pues desperté con cuidado y delicadeza a mi mujer. Ella muy contenta me escuchó y me dijo que prefería que yo fuera en esa ocasión sin ella. Me dijo: —Jorge yo pienso que con seguridad esto te está ocurriendo como una respuesta clara que la vida te está regalando ante tu deseo. Siento que es mejor que confrontes ti mismo la oportunidad. Yo mejor me quedó por que además por algo son las cosas. Recuerda que alguien de los dos tiene que ir a la junta del colegio de Sebastián –nuestro hijo­ y él ya quedó con sus amigos para que vengan a la casa en la tardecita. En serio, vé tranquilo no te preocupes que me quede tranquila. Vé con los muchachos y pásatela rico. Celeste y yo nos levantamos, comenzando a revisar juntos el equipo que llevamos a cualquier investigación, mientras algo apresurados tomábamos unas tazas de café. Finalmente todo quedó listo. Al salir y dirigirme a la camioneta, Celeste me acompañó con mucho gusto y tranquilidad. Se veía radiante: —Mi Jorge, estoy segura que esto es lo que te va a dar tu tan esperada inspiración. Estoy segura que con esto que vas a vivir con los muchachos, sea lo que sea que encuentren, te va a ayudar. Si lo pediste y te llegó es para que te dé una verdadera diarrea mental — y concluyó con estas palabras, riéndose alegremente y plantándome un vigorizante beso— Mira, ya se acerca el amanecer y la primera luz del alba pinta muy bonito. ¡Es un buen augurio para ti! ¡Salúdame a los muchachos y haz con gusto todo lo que hagas!


III. Diez Expedicionarios «Quienes buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla». Santiago Rusiñol

Eran las 5:30 de la madrugada, y previo a la salida del Sol llegué a la casa de Silvestre Leal. Lo acompañaba el periodista Ariel Alonzo. —¡Hola muchachos, buenos días! —saludé al descender del vehículo. Ellos dos revisaban de último momento las condiciones del coche Renault en el que nos iríamos. —¡Jorge Guerrero! —exclamó gustoso el prof. Leal, mientras cerraba la tapa del motor—. Qué bueno que pudo venir. ¿Y su señora esposa, la Dra. Celeste? —inquirió él al notar la ausencia de mi esposa— ¿Qué no va a venir?. — No pudo. Ciertas cosas del colegio de mi hijo exigen que uno de los dos vaya a atender eso. Es una de esa juntas de padres, ya vé usted como son esos asuntos. Pero les manda decir de todas formas que nos desea muy buena suerte y que para la próxima por aquí andaremos todos juntos con ella. —¡A qué lástima! Ella nos había ayudado muchísimo en esto. Ella entiende muy bien como relacionarse con la gente maya, entiende su mundo mágico. ¡Pues ni modo, Jorge, ahora te tocó a ti! —expresó Ariel. No reímos los tres de su comentario final. Ariel tenía razón. Sin Celeste con nosotros en esta investigación, yo de alguna manera tendría que sacar a lucir lo que pudiera para establecer un diálogo más cercano a las creencias del mundo maya. —“A echarle ganas”—pensé tratando de acomodarme al reto. Partimos dispuestos a buscar respuestas. El caso, según me extendieron más la información los muchachos, esencialmente constituía en la insólita desaparición de un niño, hacia casi un año antes, cosa que ocurrió en un apartado lugar del estado de Yucatán. Mucha gente había ayudado para


localizarlo, pero ni con dispositivos de avanzada tecnología ni con una extenuante búsqueda se logró nada. Al final se dio por muerto al niño y se abandonó toda esperanza. Sin embargo, la familia del niño sostenía una serie de aseveraciones muy raras, las cuales sin trascender al conocimiento del público, llegaron por los azares del destino hasta los oídos del periodista Ariel Alonzo. Iríamos primero al pequeño pueblo de Tetiz, para ahí a su vez reunirnos con miembros de la familia Koyoc. Poco después del amanecer arribamos a nuestro primer destino y ahí nos esperaban con evidente gusto varias personas. Después de saludarlos, me llevaron ante don Feliciano Koyoc, un hombre de unos 65 de edad. Era un hombre de baja estatura, pelo blanco, y una extraordinariamente honesta sonrisa ­algo desdentada­ con la que me hizo sentir aceptado en primara instancia. —Don Feliciano él es el parapsicólogo Jorge Guerrero —dijo Silvestre al presentarnos—, y nos ha hecho el favor de acompañarnos para tratar de ayudar en su caso. Su señora esposa, con quien contábamos que acudiera para ayudarnos, no pudo venir pero seguramente en unas segunda vuelta que hagamos contaremos con su valiosa presencia. — Por algo son las cosas, jóvenes. Quizás nada más tenían que venir ustedes, o quizás no. ¡Ya veremos! —apuntó el anciano, con una exclamación enfática al final. Ya a esa hora la tibia luz de la mañana nos cubría por completo. Toda esta amable gente, miembros de la etnia indígena de los mayas, se comportaban de una forma excepcional rara al recibir abiertamente la visita de gentes no tan conocidos como lo éramos nosotros. Pero en verdad no les resultar tan desconocidos Ariel y Silvestre, el primero porque había acudido en una ocasión anterior a cubrir la nota periodística de la desaparición del niño, y el segundo por que el día anterior había establecido contacto con estas personas. Además, para ser tan más fácilmente aceptados como estaba ocurriendo, había algo a favor que ellos y es el hecho de que son nacidos en Yucatán, mientras que yo no lo soy. De todos modos, por encima de esa situación personal lograba percibir en esta familia de mayas una aceptación genuina hacia mi persona. Esto me extrañaba, por que era una actitud inmediata que estaban expresando hacia mí, siendo que por lo común para ser aceptado entre ellos sólo se podría lograr con mucho esfuerzo, tiempo y


paciencia. Más aún, cosa que también me resultaba extraña, me estaban permitiendo formar parte de su experiencia. Enfatizo esto por que los mayas son una sociedad con valores y cultura muy diferentes a la del mundo occidental. Para crear un contexto en el cual lograr encajar muchas de las cosas de las he de hablar a lo largo de esta obra, me es muy importante aclarar que en todo el continente americano existen pocos lugares aún en donde aún habite una nación indígena con tanta población. Los mayas son un grupo de pue­ blos indígenas que han habitado la parte occidental del istmo centroamerica­ no, en los actuales estados mexicanos de Yucatán, Campeche, Quintana, Ta­ basco y este de Chiapas, en la mayor parte de Guatemala y en algunas regio­ nes de Belice, Honduras y El Salvador. Los mayas no conforman una cultura homogénea, ya que los distintos 28 grupos, tienen su propia lengua. Hoy los mayas viven como campesinos en comunidades y caseríos rurales, siendo todos ellos en la actualidad casi tres millones de individuos habitando esta área de Mesoamérica, con una extraña mezcla entre costumbres antiguas y modernas. Dentro de esta situación, los mayas yucatecos mantienen en sus comunidades una actitud de rechazo a quienes no sean mayas, acrecentada con todos aquellos que ni siquiera somos nacidos en la Península de Yucatán. Aún así, me sentía recibido con mucha hospitalidad. En esos momentos pensaba que quizás reaccionaban afables por que Silvestre les había prometido que llevaría a unos especialistas que podrían ayudarles en su problema. En este caso se refería a mí, y por eso esperaba incluso de mí mismo tener algo que ofrecer para esclarecer el terrible enigma que ensombrecía a la familia Koyoc: ¿Qué le había pasado en realidad al niño? ¿Por qué no habían ni siquiera encontrado sus restos? Mientras charlábamos con don Feliciano, miré involuntariamente por un momento sobre su hombro, observando como se alistaba el vehículo que nos transportaría hacia nuestra aventura. Con ese vistazo me di cuenta de que era un antiguo y maltrecho camión de color rojo pero con cierto aire feroz y noble. Le estaban revisando los neumáticos a solo unos metros de nosotros, con ruidosa algarabía. Don Feliciano, amable y cordial, se acercó y comentó, con tono afable: — Pues parece ser un buen día para que vayan. Me tendrán que disculpar pero en este día es cuando más ventas tengo en la tiendita —dijo


apuntando hacia el pequeño estanquillo, que servía como negocio de venta de refrescos, cigarrillos, frituras y algunos enlatados—. Me voy a quedar también. Como ven ya somos dos que no pudimos ir este día —comentó refiriéndose a Celeste—. Pero seguro es por algo —concluyó sonriendo mientras me ponía una coca­cola de un litro en la mano, la cual recibí con gusto: sería mi desayuno en esa mañana del sábado 16 de abril de 2006. Un estruendo del motor del ruidoso vehículo se dejó escuchar. El camión sería conducido por el joven Jorge Balam Chuc, amigo de la familia Koyoc, quien afanoso dirigía las revisiones de último momento. Don Feliciano nos contó lo que les había ocurrido once meses atrás, adentrándose en detalles que no conocíamos. Expresó que esperaba, que de algún modo mi intervención lograra aportar algo de esclarecimiento a lo ocurrido. Eran escasos los antecedentes que conocíamos nosotros tres, pero acudimos impetuosamente por la sencilla razón de que cuando el profesor Silvestre Leal decide investigar un caso, es por que de antemano el ya presintió que es algo serio y no un engaño. Por otro lado no me inquietaba la casi total ignorancia que poseía sobre los detalles del caso. Fui gustoso a esa cita con el destino, por que de antemano sabía que ese era un regalo que la vida me había otorgado ante mi profunda petición, un día antes, y que por eso la fuerza de la vida había respondido entregándome en las manos esta nueva aventura. Esto haría que recordara varias veces durante esa jornada las palabras que siempre dice mi amada Celeste: —Cuando sabes qué es lo que quieres, la vida se encargará de llevártelo hasta tu puerta —y hasta a mi celular, como fue en mi caso. Volviendo a don Feliciano, los presentes escuchábamos atentos la narración de los hechos, mientras esperábamos el momento de la salida. — En marzo del año pasado fuimos casi toda la familia a una pequeña propiedad que tengo al norte de aquí, cerquitas de El Palmar. Allá no hay pueblos o casas de nadie. Los ancestros mayas ibas para allá a recoger la miel de las abejas para dársela como ofrenda a los dioses. Un solo camino es el que te lleva hasta allá y nadie sabe que tan antiguo es. Desde siempre ha estado ese lugar para ir por miel. «Bueno, pues en aquella ocasión me llevé a los nietos para que me ayudaran y fueran aprendiendo más del oficio. Se apicultor no es fácil por que


el gobierno no nos ayuda con nada. Uno debe ir a trabajar con lo que tiene y la poca miel que sacamos, al venderla apenas nos sirve para recuperar los gastos. Pero eso sí, nuestra miel es muy buena. «Pues andábamos por allá en el ejido, que se llama Chén1 Solís, trabajando desde temprano y ya como después del atardecer, los muchachitos estaban cansados. El más chiquito de repente se nos desapareció de la vista y por mucho que lo buscáramos, no salió por ningún lugar. La gente de por aquí nos ayudó mucho pero después ya no. Nada más que pasaron muchas cosas que yo no les puedo platicar. Por eso le pedí al señor aquí presente —e indicó refiriéndose a Ariel— que si él podía ayudarnos, se lo agradeceríamos en el alma. Hay cosas que no se le pueden ir contando por ahí a la gente por que no las van entender y luego inventan historias. Mejor que se las platiquen ellos mientras van para allá —determinó él. Eso que dijo me dejó con una ligera sensación indefinible en la boca del estómago. Sin embargo ya había dicho el hombre que los demás se encargarían de ponernos al tanto de esos elementos ocultos alrededor de la historia. Quizás lo que tenía era un sentimiento similar al que deben de haber sentido cientos de veces todos los arrojados aventureros del pasado antes de embarcarse en la búsqueda de la última frontera. Quizás eso llenaba mi alma. De repente un enorme y territorialista guajolote de negro plumaje, fea cara y agresiva conducta, intentaba dejar bien definido quién era el que mandaba ahí. Amenazaba con hacernos algo, aunque no supe qué, por que yo sólo lo miraba con curiosidad. Se podía notar que aquella era una mañana especial en esa pequeña comunidad rural en medio del calor yucateco. Marcharíamos un total de 12 hombres hacia una zona de cenotes y selva baja a la que sólo podríamos llegar por medio de un cansado viaje de 4 horas, transitando por un camino muy antiguo, muy difícil y muy rocoso. Con el afán de aclarar algo diré que casi nadie sabe algo sobre una especial característica geológica de la península de Yucatán, y es que toda ella es una antiquísima gran roca calcárea, de lajas sobre lajas en una inacabable comarca plana, sin colinas, sin depresiones, sin valles ni ríos. Todo es plano y verde por doquier en varios cientos de kilómetros. Esta extensa mole de 1

Chén en lengua maya significa “pozo”. En el lugar hay un pozo que provee agua a los trabajadores (N. del Autor).


piedra caliza apenas sobresale unos pocos metros por encima del nivel del mar. Por debajo, en el subsuelo, la situación se hace más extraña, pues si le hiciéramos a la Península un corte transversal, veríamos que se parece enormemente a un gran queso gruyere, con cavernas y ríos subterráneos por todos lados, como si un titánico gusano se hubiera dedicado felizmente a crear esa extensa red de túneles. Por otro lado diré que el clima es tórrido y muy húmedo y eso permite que una gran cantidad de vegetación, densamente apiñada en una selva baja lo cubra todo. Todo estuvo al fin listo para partir y entonces nos indicaron que subiéramos al camión. Silvestre, Ariel y yo abordamos junto con otros a la plataforma del vehículo, agarrándonos de las redilas. Al trepar no dejaba de pensar en que una fauna y flora exóticas nos rodearían al ir hacia Chén Solís, en pos de respuestas a un misterio que si bien no conocíamos en sí, de todas formas cubría a la región desde hacia casi un año.


IV. La Extraña Desaparición de Alex «El misterio es la cosa más bonita que podemos experimentar. Es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos». Albert Einstein

Ya en marcha y después de medio acomodarnos en la parte trasera del camión, el padre del niño desaparecido, el señor Luis Armando Koyoc Hon, retomó la descripción de los hechos. Para no dejar nada a la deriva, fue muy preciso y claro, seguramente motivado por las pequeñas grabadoras que encendimos Silvestre y yo para registrar cabalmente todo lo que se hablara.

—Pues si señores, mi hijo desapareció. Todo comenzó a ocurrir el domingo 22 de Mayo de 2005. Nosotros somos todos originarios de aquí, del pueblo de Tetiz. Desde un día antes nos habíamos ido para Chén Solís con mi suegro, Don Feliciano, pero al mediodía de aquel domingo me vine con algunos de mis cuñados para ir a jugar béisbol y echarnos nuestras cervecitas. Allá en Chén Solís se quedaron mi esposa, sus hermanas y mi suegra para rezar el rosario. También se quedó mi suegro con dos de mis hijos. Ellos estaban trabajando con las colmenas de abejas para sacarles la miel, por que nosotros la vendemos en Mérida y con eso nos ayudamos para los gastos de la familia. «Eran como las 4 de la tarde y mi suegro le pidió a mis hijos, Alex de 10 años y Panchito de 16 que fueran a traerle un ahumador que estaba en la palapa que usamos como bodega. —Perdone Don Luis mi ignorancia, pero no sé que es un ahumador — interrumpí para preguntar eso. —El ahumador algo para quemar hierba y echarle humo a las abejas, por que así se atontan y se calman. Sólo así podemos manejar más fácil las colmenas.


«En ese día mi suegro se dio cuenta de que las abejas estaban muy enojadas, como si algo las estuviera molestando. El cielo se veía limpio y no parecía que fuera a llover, así que no supo por qué estaba de esa manera. Por eso necesitaba calmarlas con el humo. «Entonces mandó a los muchachos a que fueran a recogerlo, y ya al venir de regreso, Panchito, el mayor retó a mi hijo Alex a una carrera para ver quién llegaba primero a con su abuelo. Entonces se pusieron a correr por el sendero y según dijo mi hijo Panchito, el Sol estaba fuerte sobre ellos. Se pusieron a correr muy recio y Panchito fácilmente aventajó a Alex, por ser mayor y por estar más acostumbrado a trabajar al aire libre. Iba corre y corre Panchito, cuando volteó para atrás mientras tomaba una curva del sendero y pudo ver como Alex venía detrasito de él. Pronto mi otro hijo llegaría a la curva también. Entonces Panchito ya no miró más sobre su hombro, apenas sí alcanzó a ver a Alex muy agotado, jadeando, pero continuó hasta llegar con su abuelo y le entregó el ahumador. «El abuelo notó en ese instante la ausencia de Alex, preguntándole a Panchito qué había pasado con su hermanito. Luego de enterarse que lo había dejado atrás, le ordenó que fuera a buscarlo. “No vaya a ser que hubiera tropezado y se haya golpeado por ahí, anda vé a ver”, le dijo mi suegro. «Entonces diligentemente retornó Panchito a donde él pensaba que encontraría a Alex, pero no lo encontró. Lo llamó en voz alta y extendió un poquito más su búsqueda, esperando que estuviera por ahí escondido, simplemente jugándole una broma. Pero no lo encontró y entonces se inquietó un poco, así que pensó que de seguro Alex se fue a la otra palapa en donde estaban las mujeres rezando el Rosario. Panchito quiso ir a ver si era cierta su idea y corrió para llegar con ellas. Ya cuando llegó las interrumpió, preguntándoles “¿han visto a Alex…?”. Ustedes ya saben como son las mujeres que luegito saltan como fieras si algo les pasa a los hijos; pues así se pusieron por que dejaron todo y salieron preguntándole algo asustadas “¡Pero si andaba contigo! ¿Pues en dónde lo has dejado, muchacho? ¿Qué andaban haciendo?”. «Panchito les explicó que sólo hacia unos momentos lo había visto detrás de él, mientras ellos corrían juntos con rumbo hacia el abuelo. Ellas lo regañaron por andar dejando a su hermanito solo y por andar obligándolo a correr, cuando el niño con seguridad ya estaba cansado a esas horas.


«Panchito corrió, ya asustado por ver como se había puesto su mamá y mi suegra, y se fue gritando el nombre de su hermano menor. Recorrió el camino otra vez, pero nada. A mi hijo Panchito le palpitaba de puro miedo el corazón, por que una sensación le anunciaba que algo malo le había ocurrido a Alex. «A mitad del camino se encontró de golpe con su abuelo, quién ya había buscado por su parte, pero igualmente sin encontrar nada. Fue ahí cuando empezaron a sentir el frío de la desgracia». — Y así comenzó una extensa búsqueda de 25 días —intervino deseoso también de hablar un interesante hombre de duras facciones cruzadas por una terrible y honda cicatriz. En algún momento del pasado algo lo hirió casi mortalmente en la cara y parte de la cabeza — Perdón, soy Silverio Cuytún y soy primo de la esposa de él —aclaró mientras miraba las grabadoras encendidas. — Gracias por su cometario don Silverio —expresó Silvestre —. Todo lo que digan nos va a ser muy valioso y si usted también lo permite, lo vamos a grabar también. Es para que no se nos pase algo de todo lo que digan. Por favor. ¿Y qué más nos pueden decir? Animado por la invitación hecha por Silvestre, Silverio prosiguió: — Sucede que como no encontraban al chamaquito y la tarde ya estaba avanzada, mi tío, Don Feliciano, el abuelo de los niños decidió venirse para acá al pueblo para pedir ayuda. Cuando llegó y nos dijo qué había pasado nos asustamos por el niño. Cuando retornó mi tío ya venía con un grupo de voluntarios, entre familiares y amigos. Con nosotros se vinieron también ellos —dijo mientras señalaba hacia los dos jovencitos que venían en la cabina del camión. Ese que va manejando se llama Claudio Balam Chuc y el otro es Jorge Balam­Chuc. Son mis sobrinos también —comentaré aquí que con este par de muchachos trabaría yo después una cierta amistad—. También venían con nosotros estos tres —y señaló a las otras personas que nos acompañaban en la parte trasera del camión. —¿Y ustedes se llaman? —pregunto Silvestre mientras acercaba a ellos la grabadora. El de más edad respondió hacia el aparato mientras sostenía una amable mirada: — Me llamo Alberto Balam Ek, pero para ustedes y para los amigos soy Don Beto —acotó gentilmente—. Y también soy de la familia —dijo


mientras giraba la cabeza hacia los otros dos que se quedaron sin saber qué decir. Es curioso ver como una simple grabadora o una videocámara nos hace sufrir de cierta parálisis, sin saber bien como actuar ante estos. —Ándale dile como te llamas —apremió Luis. —Si, ejem, me llamo Carlos…este…Carlos Alberto Ruiz y soy amigo de ellos —respondió con grave voz un hombre de unos 30 años que portaba al hombro una viejísima escopeta. Su rostro flaco y largo le daban un aire algo sombrío. —¿Y usted joven? —solicitó al último de ellos el profesor Silvestre— ¿Nos pude decir su nombre? —Yo me llamo José Feliciano Cuytún…y si, también soy de la familia de estos…je, je —terminó con una risita nerviosa. Era un muchachito con una tejana negra muy ajada y totalmente descalzo. También lucía una escopeta sujetada al hombro con una delgada cuerda. —¿Ya les sigo contando? —preguntó con ansiedad Luis, para lo cual nosotros respondimos al unísono con un movimiento de cabeza. —Cuando llegamos a Chen Solís nos pusimos a buscar. Ya era de noche, entonces con lámparas y con mucho cuidando para no perder alguna pista nos pusimos a rastrear el terreno. Y nada, llegó el amanecer sin encontrarlo. Yo empecé a perder las esperanzas, por que por aquí ya no se puede tener ganado desde que hay ataques de jaguares que ahora rondan en el monte. No se me salía de la mente la idea de que una de esas fieras se hubiera llevado a mi niño. «Mi suegro se fue apenitas amaneció para ir a la ciudad más cercana, a Hunucmá, para reportar a las autoridades municipales de allá la desaparición de Alex. Ellos inmediatamente hablaron a las otras presidencias municipales de por acá y luego luego mandaron muchos policías. Vinieron desde Hunucmá, Tetiz, Sisal, Kinchil, Caucel, Celestún y Mérida. Mientras nosotros en Chén Solís, todos los de la familia, seguíamos desesperados buscando. «Como a eso del mediodía, mi esposa escuchó un sonido a la vez familiar pero extraño, era un sonido grave, constante, ronroneante. Se asombró al ver un convoy de muchas camionetas que estaban llegando al lugar. «Así comenzó la llegada de camionetas cargadas de policías y soldados que venían para sumarse a las batidas de búsqueda.


— Yo estaba ahí cuando llegaron —dijo Don Beto, aportando su testimonio con una elocuente profusión de palabras—. Inmediatamente los oficiales salieron de los transportes y con órdenes gritadas hicieron que toda la multitud levantara un campamento en un ratito. Vi como los policías iniciaron sus pesquisas con todos los de la familia que asomáramos por ahí la cabeza, preguntándonos todo cuanto había ocurrido. Vi también como armaron antenas para los radios y sacaban sus mapas en mesas que ellos traían. A mi me preguntaron si conocía bien el área y les dije que si, que contaran conmigo para lo que se les ofreciera. Entonces un comandante me dijo que le ayudaría para hacer las estrategias de la búsqueda y me pidió que ayudara organizando a los grupos. —Aquí tengo anotado que el teniente Antonio Armenta, comandante de la Policía Estatal Preventiva y especialista en rescates —dijo Ariel Alonzo que sacando una libretita de apuntes, sumó sus comentarios a la charla—, estuvo analizando con cuidado todos los elementos y las evidencias físicas. Él dictaminó muy determinante que ninguna fiera salvaje había atacado al niño. Declaró que en el área de la desaparición y sus entornos no fue encontrada por ninguna parte alguna de las huellas comunes a una escena de ataque por jaguar. Ni sangre o alguna evidencia de lucha, ni pelo de animal o huellas del niño y de su posible atacante fueron encontradas en el lugar. Les diré además que eso tenía muy extrañados a los investigadores en los días cuando cubrí la nota para la prensa —afirmó Ariel. Con todo eso, me quedé meditando unos segundos sobre lo que estos hombres declaraban. Parecía simplemente como si la selva se lo hubiera tragado. Los testimonios y la descripción de los hechos continuaron, mientras el camión se dirigía hacia las afueras del pueblo, llegando a una gasolinera para abastecernos con combustible. El padre y los demás nos hablaron de cómo los grupos buscaron con paso lento y con una gran determinación a Alex. Se internaron machete en mano en la densa vegetación y con pasos sistemáticos avanzaron mientras gritaban a viva voz el nombre del niño. Y nada que el niño aparecía. Entonces tuvieron que solicitar más apoyo. Fue así como la Policía Federal Preventiva y el Escuadrón Canino de la Policía Ministerial acudieron a los pocos días para aportar su ayuda, enviados


por el gobierno Federal. Ariel explicó que la prensa cubrió la extensa búsqueda, informando a la angustiada población y que fotos del niño fueron vistan por innumerables personas, con el encabezado de“¿Ha visto a este niño?”. Yo mismo recordé que fue muy grande la preocupación de la población peninsular, por que también me había enterado sobre el suceso. En aquellos días gran cantidad de voluntarios llegaron a Chén Solís para ofrecer apoyo y pretender aunarse al cada vez mayor contingente. En total, nos indicó Luis, se reunieron en ese lugar oculto por la selva cerca de 400 personas que durante semanas, de día y de noche sin cesar, realizaron una minuciosa y extensa búsqueda de Alex, sin encontrar ni un rastro de él. Don Beto recordó como uno de los policías que al principio llegó no dejaba de decir “¡Quizás se cayó en un cenote!”, lo cual en efecto era una buena posibilidad. En el territorio yucateco, dada su peculiar geología, no existen ríos de agua superficial, todos son subterráneos. El agua de lluvia infiltrada en el suelo rocoso origina los cenotes, que son sencillamente unos agujeros circulares formados por el hundimiento de los techos de las grutas que ponen al descubierto las aguas del subsuelo. Existen cientos, quizás miles de cenotes en Yucatán, escondidos en la maleza, algunos muy pequeños – apenas unos hoyos­ y otros muy grandes –enormes pozas de agua­. Pero la verdad es que en las inmediaciones del punto en donde Panchito vio por última vez a Alex no hay cenotes. Ni siquiera uno recién formado. Eso lo constataron los buscadores que recorrieron palmo a palmo la frondosa selva. El más cercano cenote es uno que está situado a poco más de 1.5 kilómetros del lugar, en el cual es común encontrar pequeños monos y aves bebiendo. Inclusive se había formulado la idea de que Alex se hubiera dirigido al “cenote de los changos”, que es como le llaman, para mirar a los monos y escapar un momento de las labores en el campamento. Pero esa idea se descartó por las simples razones de que Alex no sabía cómo llegar hasta ese lugar y además no hay sendero que lleve hasta allá. Por otro lado el niño ya presentaba indicios de una leve insolación, según se dedujo después de acuerdo a lo narrado por los protagonistas del suceso. Así pues, el niño seguramente lo que más deseaba en los momentos previos a su desaparición, sería beber mucha agua y echarse a descansar en


una hamaca. Pero ni agua ni descanso obtuvo el muchachito. Simplemente desapareció casi ante los ojos de su hermano. La moral de todos en el campamento comenzó a bajar a lo largo de los días. La impotencia y una sombra de abatimiento se cernían sobre las gentes. Retornaban al campamento con los cuerpos arañados por la espinosa vegetación y las manos vacías. Unos a otros trataban de infundirse ánimo y esperanza. Pero sólo encontraban, con acrecentada impotencia nada. Al llegar las cosas a ese punto, las autoridades solicitaron un equipo especial para intentar llevar la búsqueda a otro nivel. El personal del campamento para eso recibió órdenes de limpiar un área del terreno, pues un helicóptero de la Procuraduría General de la República llegaría, trayendo consigo una cámara infrarroja de rastreo, con lo cual sería mucho más ágil y rápido desde el aire cubrir la zona. Todos en el campamento centraban su confianza en ese dispositivo, como en la tripulación de ese helicóptero especial. La nave fue y vino, sobrevoló y sobrevoló. Subió y bajó. Y nada. Nada. Ni los 400 mujeres y hombres, con sabuesos rastreadores, con sus avanzados GPS2, cámaras infrarrojas y helicópteros lograron encontrar algo que indicara qué pasó con Alex. Nada. Simplemente parecía que se había esfumado justo ahí en dónde por última vez fue visto. Era una conclusión absurda pensar que se esfumó, pues nadie sencillamente desaparece sin dejar rastro. Pero esto aquí es lo que había ocurrido, como también esto ya ha pasado antes, en infinidad de lugares y a lo largo de la historia humana. Al escuchar la historia, no pude evitar que me llegara el recuerdo de una lejana tarde de invierno, allá en Durango. En aquella ocasión mi Celeste me platicó de la desaparición de una familia entera de amigos de ella que paseando por las faldas del volcán El Ajusco, al sur del Distrito Federal, de repente perdieron el camino, tomando por equivocación por un camino de terrecería que, a los pocos minutos se encontró inesperadamente envuelto por una gris niebla. No les quedaba otra más que seguir, de manera que 2

GPS, son las siglas en inglés de los sistemas de posicionamiento global, aparatos que proveen coordenadas y mapas digitales de cualquier lugar del planeta por medio de la recepción de señales emitidas desde satélites (N. del A.).


avanzaron pero después de sólo unos minutos, de pronto creyeron distinguir unas casitas a la distancia. Se acercaron pero al hacerlo notaron como la neblina se disipaba tan rápido como llegó. Descendieron del vehículo para únicamente encontrarse con la indescriptible sorpresa de estar en un lugar que para nada era algún pueblito del Ajusco. Llegaron, sin poder aún ser explicado como a una aldea en el norte de España. Después de ser interrogados infinidad de veces por las autoridades y de hacer mil y un malabares, lograron regresar a México. Por eso pensaba que si a ellos, los amigos de mi mujer les había pasado, entonces ¿qué no le habría pasado a Alex? En aquella distante y fría tarde, cuando ella me narró esta insólita historia me preguntó además: —Estarás de acuerdo conmigo de que entre más estudies física y parapsicología, más asombroso y misterioso se torna el mundo, ¿verdad? Ante lo cual podía sencillamente responder: —Sabes qué Celeste, ¡Tienes razón! Cada vez me abruma más este mundo. Es increíblemente vasto y complejo… — No, mi Jorge, deja te digo. En realidad es sencillo, pero eso sí, asombroso y misterioso. Te compartiré que el verdadero truco de esta vida no es estar en lo conocido, sino simplemente estar en el misterio, en el asombro. En aquel momento cuando ella me explicó eso no logré entender la verdad de sus palabras. Es más, ni le entendí nada en aquel entonces. Pero la vida me deparaba experiencias suficientes para capturar la esencia de las ideas de Celeste. Y justamente, ahí sentado entre estos hombres y escuchando de sus propios labios la historia de lo ocurrido dentro de la selva, allá en el campamento apícola, me percaté de estar precisamente ante una de esas experiencias que me regalaba la vida. Mientras registraba lo narrado con la mini grabadora digital, mi mente imaginaba todo lo sucedido, apareciendo con desasosiego una y otra vez la inevitable pregunta: ¿Qué le pasó entonces al niño? Y luego un torrente de más preguntas. ¿Porqué no había huellas de él o de su posible captor?, ¿porqué no encontraron los restos de su cuerpo?, ¿y…?


Pero de golpe dejé de cuestionar. Tranquilicé mi mente y enfoqué mi atención hacia mi labor: investigar y buscar explicación a lo acontecido. Luis terminó por el momento de hablar. Sus ojos delataban que sus pensamientos estaban en otro lugar. Don Beto con cierta mirada perspicaz estaba atento a mis reacciones y comentarios. Noté ese mirar, pero asumí equivocadamente que sólo era cierto grado de desconfianza que él pudiera tenerme. Al anochecer de ese día descubriría que esa aguda mirada derivaba de otras intenciones. Inesperadamente escuché que Claudio gritaba desde la cabina: —¡Listo, llegamos con mi tía! ¡Vámonos a ver para que nos habló! Salí de mi abstracción y me di así cuenta de que habíamos regresado de nuevo al pueblo. No entendí para que habíamos ido otra vez. Observé como cierto revuelo se alzó entre los vecinos que nos observaban llegar. Ahí estábamos los expedicionarios abordo del destartalado vehículo, mientras una rara emoción comenzaba a flotar en el aire. Pensé que de nuevo un grupo de búsqueda saldría hacia el ejido de Chén Solís, yendo dentro de la tórrida selva, pero esta vez el grupo iría con una actitud diferente a todas las anteriores. Yo por mi parte acudía con la idea de tratar de encontrar alguna pista sobre el niño; ellos, la familia con la idea de confirmar algo, algo insólito e inimaginable por mi.


V. En camino a Chén Solís «El sentido común es esa colección de prejuicios que se adquieren cuando cumples 18 años». Albert Einstein

Nos bajamos todos del camión y esa oportunidad fue aprovechada por Luis para acercarse al joven conductor e indicarle algo. Mientras el mucha cho llamado Claudio entro a la casa seguido por Don Beto. Jorge, el conductor, al mirarme se dirigió mí, diciéndome muy categórico: — Tú súbete acá. Te vas a venir con nosotros adelante. Ante lo cual obedecí. Ellos sabían como sería más conveniente hacer el viaje. — Espérate aquí, ahorita venimos. Vamos a ver que quiere mi tía, por que nos mandó un mensaje al celular —determinó Jorge. Cavilé un segundo sobre el tremendo impacto que hoy día vivimos de la tecnología, presente hasta en los más remotos o pobres lugares del mundo. Inclusive mis amigos mayas disponían de celulares. Afuera el profesor Silvestre sostenía una animada charla con Silverio y Ariel. No tardaron mucho en salir los demás de la casita, trayendo algo más con ellos. Por el lado del conductor se subió Claudio portando con ambas manos una especie de paquete, que al ser algo que no encajaba con lo que íbamos a hacer durante unos momentos lo miré, tratando de reconocerlo. — ¿Es un pastel? —pregunté seriamente confundido el objeto sobre el regazo de Claudio. Los muchachitos traían cierta amargura en el talante. Serios y callados abordaban de nuevo el camión. En efecto en una especie de charola de plástico cerrada traían un espléndido pastel.


— Si, es un pastel —contestó lacónicamente Jorge, mientras revisaba por los espejos que todos ya hubieran subido al vehículo. — ¡Hasta luego tía! —gritó por la ventanilla hacia las gentes que nos despedían desde la acera — En la noche venimos. — ¡Adiós, que les vaya bien! —se escuchaba que decían mientras nos alejábamos. El camión ofrecía resistencia para aceptar el cambio de velocidades, pero con un fuerte movimiento Jorge forzó la palanca, mientras le ordenaba escuetamente a su hermano: — ¡Agárralo! Y dijo además ella que cuidadito con que llegue mal.El sencillo hecho de traer un pastel con nosotros me generó una honda extrañeza. ¿Qué pasaba? Íbamos diez personas, algunas armadas con escopetas, equipados con lámparas, comida y agua, además de machetes, cámaras y dispositivos científicos, pero sobre eso tendríamos que ir cuidando un enigmático pastel por las insólitas órdenes de una mujer. Traspasé el silencioso recelo que percibía de los chicos y directamente les pregunté: — Hola soy Jorge Guerrero, no nos han presentado y… ¡primero díganme por favor que pasa con este pastel! Por la forma en como se vieron entre si los dos hermanos, supuse que estaban compartiendo una asombrada complicidad. Soltando una franca carcajada hicieron que la pesadez dentro del vehículo se disipara. El que sostenía la caja del pastel dijo, entre risas: — Soy Claudio y este se llama Jorge como tu. Son tocayos. Eso es buena señal. Y este pastel nos lo dio la mamá de Alex para dárselo a él allá en donde se fue. Hace unos días fue su cumpleaños y ella no le llevó para allá nada. No se atreve ir desde que ellos se llevaron a Alex. Algunas de las cosas que dijo me quedaron claras, inclusive comprendí perfectamente que el pastel era una especie de ofrenda a la memoria del niño. Pero lo que dijo referente a que ellos se llevaron a Alex, eso si me extraño. Asumí por un momento que quizás era algún giro gramatical propio de la región, con el cual pretendían expresar la suposición de que una banda de raptores fueron los culpables del hecho. En parte tenía yo algo de razón, pero más tarde descubrí que la tenía de un modo insospechado. Comenzamos a charlar mientras Jorge dirigió el vehículo para enfilar con rumbo al puerto de Sisal, al noroeste de la Península de Yucatán.


Avanzamos por un camino recto y solitario por cerca de una media hora, hasta que en cierto punto a algunos kilómetros antes del mar, nos detuvimos para bajar hacia un lado de la carretera y tomar por un camino de tierra y rocas. Pero antes de ingresar a la brecha Luis se dirigió hacia una puerta de metal que impedía el acceso, quitándole el candado y la cadena. Se abría de ese modo la puerta hacia la aventura y ahí, mientras manipulaba mis dispositivos, noté de pronto que el GPS que traía conmigo perdía toda recepción de las señales satelitales que con facilidad debería de estar captando. Eso no era usual pues en la planicie yucateca se logran recibir con perfecta intensidad esas señales. El aparato sencillamente dejó de funcionar y fue justamente al pasar a través de la desvencijada reja. El aparato anunciaba con centellantes letras en su pantalla la leyenda “SEÑAL PERDIDA”. Entonces tomé eso como un augurio. Claramente escuchaba en mi cabeza la voz de mi Celeste diciéndome «si el aparato se desconectó de la red satelital y no te puede decir en dónde estás, entonces eso quiere decir que a partir de este punto el camino no pertenece a este mundo». La manera de ver las cosas de mi esposa hasta aquí me acompañaba, gracias a Dios. — ¡Espérame chamaco, deja cierro la puerta! —gritaba con voz divertida Luis, que al ver como el camión se alejaba, entendió la pequeña broma de Jorgito. Así, una vez que recorrimos algunas decenas de metros ya sobre la brecha, vi como el dispositivo volvía a funcionar de forma normal. Pero yo ya iba alerta, por que ese tipo de pequeñas cosas que ocurren en nuestro entorno todos los días, siempre nos anuncian cosas importantes que la vida nos trata de decir, pero ante las que estamos por lo común sordos y ciegos. El GPS, o más bien, una inteligencia invisible detrás del mensaje buscaban anunciarme algo relevante, y con los argumentos de interpretación de mi bruja, creía entender el significado de esa sutil señal. Con esto se me estaba invitando a cartografiar un territorio nuevo y desconocido, porque estábamos entrando en realidad a otra dimensión.


VI. Designios «Hubiera dado el mundo por haber tenido valor para decir la verdad, para vivir la verdad». Oscar Wilde

Este viaje y la investigación que durante el desarrollamos, nos permitió establecer una positiva cercanía con los más implicados, en este caso, los familiares y amigos del niño desaparecido. Así se logró labrar una confianza que los abrió poco a poco ante nosotros. Todos ellos son mayas puros; pero Alex Koyoc se diferencia físicamente de los demás por ser inusualmente de tez un poco más clara que la de su familia, con un tinte ligeramente rojizo en el cabello. Ante los ojos de alguien externo a sus etnias, sería visto como un niño común entre los mayas. Pero esos rasgos que ellos sí perciben lo destacan, no de forma negativa, pues al aparecer ante sus miradas es el güerito del pueblo y eso lo distingue de una forma más profunda. En el mundo maya, de acuerdo a lo que me explicó después Celeste, alguien con este tipo de apariencia que es muy relevante dentro de este contexto cultural, llega a ser considerado como un individuo especial ante la mirada de los dioses. Aclaro que aún cuando existe el catolicismo como religión oficialmente instaurada, los mayas siguen asumiendo y no al margen de las cosas, la existencia de entidades de índole espiritual con poderes misteriosos y mágicos que participan en los asuntos cotidianos. El hecho de que existen en nuestro mundo tales poderosas entidades de naturaleza supra humana es algo que fui comprendiendo poco a poco, gracias a las muchas experiencias que hemos tenido juntos mi esposa y yo. En particular comencé a entender esto desde el día en el que fuimos allá en Durango ­esto hace muchos años atrás cuando apenas comenzábamos nuestra relación­, a un bosque de eucaliptos cercano a la ciudad. Fuimos con la


intención de realizar juntos cierta ceremonia chamánica de contacto con la naturaleza. Ya ahí me dijo que para los brujos, el bosque, la selva o cualquier parte de la naturaleza es en su todo un ser vivo, dinámico y principalmente, me reveló que también estaba dotado de conciencia. Esta conciencia anímica, según me hizo entender ella, es sensible a las acciones y actitudes de los humanos, e interviene directamente en la vida de los mismos. Celeste y yo fuimos aun bosque de eucaliptos y álamos, eso hace tiempo en lejana mañana. Paseábamos y una curiosa nube de pequeñas motas blancas flotaba por todos lados. Eran las minúsculas semillas de los álamos que parecían algo así como sutiles hadas. Caminábamos de la mano hasta llegar a un paraje en donde un enorme árbol dominaba con su altura y gran diámetro al lado de un arrollo. — Mira Jorge, este es el árbol del que te hablé. ¿No es hermoso? Crece abrazando con su cuerpo todo lo que hay. Ven acá —me dijo mientras corría feliz como niña hacia la orilla del arroyuelo—. Quiero que veas esto, anda ven— me apremiaba llena de gusto y claro que accedí, atraído por su radiante sonrisa—. Este es mi ahuehuete, mi anciano y poderoso amigo árbol. Ven para que lo sientas y él a ti. En verdad mientras más me acercaba al gigantesco árbol de ahuehuete, más percibía una impresionante presencia. Me acerqué con una inconsciente actitud de reverencia. Ese viejísimo árbol realmente emanaba el aura que me imagino tuvieron los emperadores. —A caray, Celeste! Siento como que se me paran los vellitos de los brazos, ¿Qué onda oye? ¿Qué pasa? —Ja, ja —reía ella. El arbolote me hacía saber que él estaba conciente de mí, haciéndome sentir su poder —. El mi árbol que te saluda. Ven conmigo, abracémoslo, eso le encanta. Y eso hicimos. En aquel tiempo Celeste me comenzaba a fascinar como mujer, atrayéndome por su belleza pero además por su especial visión del mundo. Abrazar el gigantesco tronco fue más una experiencia emocional que otra cosa. Al hacerlo una re­vigorización corría por mis venas, como si algo de su savia se metiera en mí. Eso fue para mi, sin saberlo, una iniciación al mundo de los brujos. — Jorge, mira, mira, mira, ven ahora para acá que te quiero enseñar esto...— indicaba Celeste hacia las raíces del ahuehuete, pidiendo que observara de cerca como se metían en parte dentro del arroyo.


— ¿Ves? por eso te digo que mi amigo el árbol abraza todo con su ser. Mete sus raíces en el agua y la abraza. Mete sus raíces en la tierra y también la abraza. Pero y mira esto también…—y me tomó de la mano para llevarme fuera de la fronda del árbol, corriendo con ligereza—. ¡Esto, mira! —exclamó al voltear y ver en su plenitud todo el gran ramaje. La copa se extendía majestuosa contra el azul profundo del cielo y Celeste lucía con esplendor en medio de la escena, que aún guardo con cuidado bajo mis párpados. — Es hermoso…lo veo…abraza también al aire y el cielo —musité, pasmado. — Si, el me enseña que somos iguales, que abrazamos la vida, a unos y a otros. Que estamos unidos en algo más grande pero simple de lo que sabemos. ¿Verdad, mi Jorge? Muchos años hace ya desde ese revelador día, cuando conocí las ramas y raíces de la vida que entran en mi y me unen con todo, y que es el día en el que me supe enamorado de Celeste. Desde entonces, nutrido por nuestro mutuo aprendizaje e impulsado por el amor, he comprendido que el bosque o selva son lo mismo. Es un ser viviendo con pasión y profundidad, un ser al cual los mayas le llaman El Monte. Y de El Monte hablaban mucho los muchachos en aquel camión. Decían cosas como: —Mira tú, el camión no se ha parado. Eso quiere decir que El Monte nos está recibiendo bien y nos da el permiso de llevarlos a ustedes — comentaba Claudio haciendo referencia al providencial buen funcionamiento del casi ruinoso camión. Hubo otro momento en el que ellos, muy concientes de esa ubicua presencia, la de El Monte, expresaban su apreciación sobre ciertos pequeños sucesos que ocurrieron apenas entramos en el pedregoso camino. El primer hecho que cualquier otro hubiera dejado sin importancia fue que nos encontramos con dos aves de gran envergadura. Lo que nos sucedió fue que a pocos minutos de andar en ese estrecho camino, delante de nosotros dos enormes aves negras emprendieron vuelo, saliendo como catapultadas en frente nuestro y eso era porque nuestro ruidoso avance las asustó. A mi me sobresaltaron al verlas de pronto salir, pero los muchachos lo tomaron eso con gusto por que ese sencillo encuentro entrañaba un significado para todos


— Mira, Jorge —me informo Claudio, señalando hacia las aves que volaban ya hacia lo alto—. Esos pajarotes se llaman “tapacaminos”, porque siempre se van a dormir sobre los caminos solitarios. Si salieron dos volando, eso quiere decir que El Monte nos está “destapando” el camino. Ya no hay nada que “tape” nuestro camino. Eso nos manda decir El Monte con su señal. Asumí naturalmente el augurio y esto por que la primera persona que conocí que realiza ese tipo de valoraciones de las pequeñas cosas que pasan, es Celeste misma. Existen no sólo personas sino que también pueblos enteros capaces de darle un significado relevante a los ­aparentemente­ ínfimos sucesos de la vida cotidiana. Celeste les llama “lectores de señales” a todos aquellos con la capacidad de comprender cómo la vida constantemente se comunica con cada uno de nosotros. A la acción de darle un sentido congruente a estas señas, ella le llama “lecturaleza”, algo así como poder leer un lenguaje oculto, subyacente en todas las cosas. Otra señal que fue vista como buen presagio fue el paso de un pequeño halcón. Los mayas de la región lo llaman “aguililla” y me percaté de su presencia al momento de escuchar los gritos de gusto de los demás que venían atrás en la plataforma del camión. Al aproximarse a nosotros, su sobrevuelo se hizo más lento, logrando notar mejor su color. Tenía un tinte rojizo en su plumaje y al fijarse en eso Luis, más gusto le dio. — El Monte dice que vamos a lograr ver mejor las cosas. Todo lo que pase tendrá mucha fuerza —repuso Jorge, el conductor—. Las aguilillas ven mejor que nosotros, y esta tiene el color del fuego. Eso dice que todo lo que pase será como el fuego. Transformará las cosas. Si, eso está diciéndonos El Monte. En ese instante reparé en la profunda forma de cómo estas gentes, más unidas a un entorno natural y que requieren mantener sus sentidos en un estado especial de afinación, poseen una capacidad que casi todos los demás en este mundo moderno hemos perdido. Celeste me ha explicado que esta pérdida es parte de la oscuridad en la que vivimos la mayoría. Hemos incrementado una situación de aislamiento y soledad al romper, inconscientemente, el vínculo con el resto de la Realidad. El escuchar los mensajes de la vida es una de las formas de recuperar el contacto con la mente propia.


Si estas personas con las que viajaba hacia el ejido Chén Solís poseían ese grado de comprensión, pues diría que les resultaba fácil realizar lecturaleza gracias a cualidades innatas desarrolladas por un entorno cultural que favorece este tipo de pensamiento. Nosotros, no­indígenas, desafortunadamente formamos parte de una superestructura cultural que sistemáticamente ha preferido impedirnos tal tipo de pensamiento unificador. Y eso es algo que está por ser confrontado en el corazón de toda la humanidad. El retorno hacia la mente propia es, con seguridad, el camino hacia el cual todos vamos. Por otro lado cavilé sobre la afirmación de mi tocayo Jorge. Él dijo que la experiencia que venía sería algo transformador. Pensé que sería en el sentido de dar respuesta al paradero del niño y que gracias a nuestra intervención ayudaríamos a esta familia. O al menos eso todavía creía. Las respuestas ya habían sido dadas antes, pero en esto nosotros sólo tendríamos otra función que de antemano se había previsto, ignorantes nosotros de ella y para la cual estábamos deparados.


VII. Descansando en Hal­Há «No todo lo que puede ser contado cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser contado»”. Albert Einstein

La travesía continuó bajo un intenso calor. En la cabina los incontables saltos terminaron por tomar cierto ritmo y eso me permitía una excelente oportunidad, pues quería conocer la versión de los hechos que ese par de jovencitos pudiera aportarme. A nuestro lado observaba una vegetación desconocida, de tallos delgados y espinosos. Todo tenía una apariencia algo terrosa, como si el polvo se hubiera acumulado durante meses. Seguro sería por la larga temporada de secas que afectaba a la región. Pequeños lagartos, grises, verdes, plomizos corrían por denso ramaje. —Claudio y Jorge, ¿me podrían platicar lo que ustedes vivieron de este caso? Lo que tengan para contar será muy importante para mí. Por favor, díganme. Los jóvenes se turnaron para describir los hechos, dándome casi la misma información que ya nos había entregado su tío Luis. Aún así, discretamente para que no vieran la mini grabadora que ocultaba en el bolsillo, pude grabar toda la conversación. Con ellos intentaba obtener datos nuevos que pudieran fluir sin que se sintieran presionados por la grabadora. De todas formas la historia coincidía. En eso estábamos cuando de pronto vi algo que me llamó la atención: un objeto voluminoso que se encontraba de alguna manera envolviendo varias ramas gruesas de un árbol. Esa cosa aparentemente estaba hecha de lodo y para salir de mi extrañeza, le pregunté a Claudio que era eso. El me dijo que era un hormiguero. Entonces recordé que ciertas hormigas hacen sus colonias


en las ramas como las abejas, pero no de cera sino de lodo y pulpa de la madera que ellas trituran. En verdad era un lugar exótico. Por doquier ­además­ alcanzaba a ver entre la maleza ciertas áreas de suelo blanquísimo. No pude resistir la necesidad de verlas más de cerca y les pedí que nos detuviéramos un momento para bajar y observarlas mejor. Todos lo tomamos con gusto ese breve alto, porque ya necesitábamos descansar un poco de los saltos y movimientos bruscos. Me bajé y avancé con cuidado entre la vegetación y a unos treinta metros del camino encontré un leve hundimiento lleno con arcillas pulcramente blancas. Detrás de mí venía Ariel Alonzo, y al alcanzarme me encontró absorto desmenuzando un terrón seco. —Jorge –murmuró con cautela—, esta es una dolina, en la que durante la época de lluvias se acumula el agua y cambia entonces su nombre por el de aguada. Dicen las gentes de por aquí que a estos lugares hay que entrar con respeto, por que el espíritu del agua está dormido dentro de la tierra blanca. En ese instante llegó junto a nosotros Silvestre. Se inclinó y apuntando al suelo dijo: — Miren eso, parece como una membrana. O más bien como tela de araña pegada a la tierra blanca. Está sobre toda esta arcilla —dijo con cierto asombro en la voz. — No te inquietes Silvestre, así se seca esto. Se le forman cristales por tanto calcio que hay aquí. En eso un grito que llegaba desde algo lejos nos sobresaltó. Nos llamaban. —¡Vengan pronto! —decía alguien— ¡Rápido caramba! Al llegar a donde el vehículo Luis lucía una amplia sonrisa y apuntaba hacia delante en la espesura. Nos dijo haber visto un enorme venado macho. Y que eso era una excelente señal de El Monte pero no quiso en ese momento explicárnoslo. Uno de los muchachos más jóvenes que venía en la parte trasera del camión salió corriendo detrás del rastro del venado, cargando al hombro su escopeta. Entre los mayas es muy común, quizás demasiado, la cacería del venado. Ese joven era Feliciano que andaba sobre el pedregal con los pies descalzos. Corría como si trajera las más cómodas y protectoras botas


y se le veía con unos movimientos ágiles yendo tras de su presa, feliz, como si nada más importara en el mundo. Entonces le pregunté al Luis si no estaba mal matar a un animal que fue enviado por El Monte para darnos una seña de nuestra expedición. Luis se rió, levantó las manos y dijo muy contento: — Ese venado no era un animal, eso era un viento. Feliciano no quiere creer eso y sólo lo buscaba para cazarlo y presumir con nosotros, pero en realidad perderá el tiempo nada más. — No lo vas a poder alcanzar muchacho, mejor ya vente —le gritó con determinación Don Beto. Ahí me percaté que en los más jóvenes miembros de esta cultura se comienza a dar una erosión gradual de sus creencias y valores. Feliciano sencillamente ya empezaba a ser ajeno al pensamiento maya. Feliciano regresó, sin nada pero muy alegre. No le importó perder al venado y mientras lo esperábamos, charlábamos de otras cosas y bebíamos un poco de agua. — ¿Por qué el venado no era un animal? –preguntó Silvestre mientras se paraba al lado de Luis—. ¿Cómo que era un viento? — Un viento es algo que no es de este mundo pero si es de este mundo. Tú dirías que es un espíritu —respondió tranquilamente Luis. Pero antes de poder hablar más de eso, se escucho una voz familiar: — ¡Vámonos todos! — dijo con fuerza Jorge, abordando el camión. Y el viaje continuó. Claudio mantenía con buen cuidado el pastel para Alex. Fueron pasando los minutos, las horas, los kilómetros y una ojeada al GPS me indicó que apenas habíamos recorrido aproximadamente la mitad del camino, trece kilómetros desde que pasamos por la reja. Fue un poco más adelante cuando alcancé a ver una construcción rudimentaria. Ahí nos detendríamos esta vez más tiempo para recuperar fuerzas. Ese lugarcito extraviado en la jungla tenía un pequeño pozo de agua y una choza que servían de punto de descanso y abastecimiento. Jorge estacionó el camión debajo de la frondosa sombra de un árbol y nos dedicamos a caminar un poco para estirar las piernas. Mientras, los cuatro más jóvenes partieron dentro de la densa vegetación, internándose entre los árboles con increíble facilidad. Ellos se


mantenían insistentes con la idea de cazar algo. Los mayores los vieron partir sin ningún reparo. Bajo el techo de la choza otro de los hombres que nos guiaban, Don Beto, comenzó a preparar con cierta actitud ceremoniosa un alimento maya milenario: Sak­á. Mientras los demás mirábamos callados sus movimientos. Él tomó de una bolsa un puñado de masa húmeda de maíz molido, lo puso dentro de un cuenco de huaje y le vertió agua que tomó del pozo. Levantó el cuenco sobre su cabeza y con la mirada en lo alto murmuró algo en maya. Después supe que le agradecía a Dios la oportunidad de ese momento. Después metió los dedos en el agua y comenzó a diluir la masa, haciéndolo con un ritmo muy lento. Finalmente le entregó a Luis el cuenco con la lechosa pasta. Luis sin mediar palabra tomó de otra bolsa una pizca de sal, poniéndosela al sak­á y con sus dedos mezcló un poco el contenido del cuenco, bebiéndolo hasta terminarlo. Don Beto preparaba mientras en esos momentos otra porción de sak­á con otro cuenco, la cual fue para Silverio. Silverio tenía rato sin decir ni una palabra con ninguno de nosotros, sólo sostenía una escrutadora y profunda mirada. Tomó de manos de Don Beto su sak­á y con dos pizcas de sal se lo bebió, yéndose a sentar con tranquilidad en el suelo de tierra. Llegó mi turno. El mismo procedimiento realizó don Beto, usando uno de los cuencos ya vacíos. No le quitó los residuos del sak­á que quedaban en el fondo, sólo se remitió a ponerle agua e incorporarle masa de maíz. Yo miraba cada uno de los pasos con aire de respeto, tratando de representar el papel de alguien relajado y acostumbrado a lo que ocurría. La verdad estaba espantado por haber mirado como el noble hombre preparaba todo con las manos desnudas sin haber mediado nada de higiene. Con franqueza declaro aquí que tenía un poco de repulsión. Pero ya estábamos en eso y era perfectamente consciente de que todo eso no sólo tenía la función de re­hidratarnos y otorgarnos electrolitos y carbohidratos, necesarios para la calurosa faena, sino que además implicaba un importante acto ritualístico, una especie de actividad de comunión realizada entre todos nosotros para afrontar como una unidad lo venidero. Bebimos lo mismo, en los mismos cuencos y lo hicimos en comunidad. Don Beto me entregó el cuenco y tratando de moverme con natural soltura le puse un poco de sal marina. Lo bebí y es que aún todavía


puedo recordar con facilidad su fuerte sabor. Tenía un gusto a fermento, cosa inevitable por haber sufrido la masa húmeda de maíz el fuerte calor a lo largo de la mañana. El agua del pozo le otorgaba una consistencia no tanto acuosa sino más bien pastosa. Si embargo no era desagradable, eso si, un poco fuera de lo común, pero a fin de cuentas uno como mexicano consume maíz de una forma u otra. Pero este en especial era maíz “pinto”, del tipo de maíz original, sin ningún tipo de modificación genética o tratamiento con químicos. Era de la misma especie de maíz del que con seguridad comían los ancestros mesoamericanos. Según así me lo hizo saber después Celeste, este maíz aún se cultiva en algunos pocos lugares y su uso es dirigido a la preparación de un sak­á particular para rituales y actividades mayas en las que intervienen fuerzas misteriosas, pero en las actividades rurales de trabajo agrícola, los mayas comunes solo consumen el preparado de maíz, sal y agua meramente como un alimento durante las faenas agrícolas, no confiriéndole más que en contadas ocasiones un valor mágico o espiritual. En esta situación si se lo estábamos aportando tal valor, por que lo que íbamos a hacer correspondía a los intereses de la vida. No era para nada una expedición de búsqueda o de investigación. Era una jornada en la que fuerzas mayores a nosotros nos habían atrapado desde antes. Mientras terminaba el mío, el otro cuenco servía para preparar el sak­á de Silvestre. En eso llegaron los jóvenes, acalorados y sedientos. De nuevo no encontraron nada que cazar. Don Beto les dijo: — ¡Hey, muchachos! Vengan para acá ya. Quiero que sepan que en esta ocasión las cosas son diferentes. Ya dejen de andar buscando, que es hora de hacer lo que los mayores. Entonces les preparó su sak­á y lo bebieron con gusto y tranquilidad. Mientras Silverio continuaba observándome en silencio. Ahí me di cuenta de que se nos estaba sometiendo a una serie de pruebas. Se nos habló primero de la desaparición y búsqueda de Alex. Desde ese momento ellos comenzaron a sopesar nuestras reacciones. Luego fuimos a recoger el pastel para ser entregado a una persona ausente. Después se nos hicieron notar los pequeños sucesos que fueron denotados como señales. Se nos refirió además en diversos momentos la constante atención que la conciencia de El Monte tenía sobre nuestra marcha. Y hasta ese instante se


sumarían a las pruebas la manera como actuáramos al tomar sak­á. Muchísima gente respondería con actitudes como el desdén, la burla o el rechazo franco. Pero ahí, en un mediodía tropical y bajo el techo de ramas y palma de la palapa, una aceptación tácita nos fue otorgada como un especial mérito maya. Adquirimos la categoría de individuos capaces de compartir su percepción del mundo. A partir de ahí comenzarían a revelarnos aspectos fascinantes.


VIII. Para pedir permiso al Lugar «Pocos son los que ven con sus propios ojos y sienten con sus propios corazones». Albert Einstein

Iba preparado para pedir permiso al lugar cuando llegáramos a nuestro destino. Pedir permiso en un lugar era algo que aprendí cuando, hace catorce años, Celeste me introducía al mundo del conocimiento. Fuimos de nuevo al sereno bosque de eucaliptos en Durango. Nos sentamos bajo nuestro amigo el ahuehuete y ahí comenzó a explicarme que existen dos mentes dentro de cada uno de nosotros. Me dijo que una es totalmente nuestra, que la podemos escu­ char pero la mayoría de las veces es apenas una pequeña voz. Esta mente pro­ pia, aclaró, es la que aporta orden, sencillez, rotundidad y comprensión. Es la que nos trae siempre propósito pues sabe lo mejor para nosotros por que po­ see una íntima unión con todas las cosas. La otra mente es algo impuesto des­ de afuera por algo en cierto modo ajeno a nosotros, y está ahí para manipular­ nos utilizando la confusión, la desesperanza y el miedo. Me indicó que en ese lugar, bajo la sombra de nuestro alto árbol podríamos aplicar nuestra mente propia para hablar con la mente del lugar, la cual, es en sí el conjunto de cam­ pos de información y energía de cada lugar. Mientras nos mirábamos directo a los ojos, Celeste enfatizó que no pensara en términos de animismo, pues ella no hablaba de la creencia de sim­ ples espíritus que animan todas las cosas. Ella se refería a una simple verdad, y es que todo el universo está constituido por energía que posee información e información que constituye a la energía. Me sorprendió al explicar con tanta sencillez conceptos modernos de la física cuántica. Pero así es ella, sorpren­ dente, siempre tiene el entendimiento claro y simple de cosas muy complejas.


Sentaditos muy a gusto y sintiendo la delicada brisa me pidió que la observara con atención, cosa nada difícil para mi, siendo algo que me encanta hacer. Me sonrió y sacó de su bolso una pieza de chocolate de mesa. Luego la rompió en varios pedazos y me dio la mitad del chocolate. A continuación ex­ trajo de la bolsa un pequeño morral de color salmón que traía dentro tabaco. Tomó un puñado y también me entregó la mitad. Luego se puso de pie y orientándose hacia el poniente dijo: — Mi Jorge, todo tiene ocho lados, simbólica y literalmente. Tú nunca piensas en eso por que no lo sabes, como toda la gente. Si comienzas a reco­ nocer esos lados en el mundo que te rodea, entonces comienzas a incorporar­ los en ti. Los asumes y eres uno con ellos. Dejan de ser ocho lados para ser uno al mismo tiempo. Ese lado es el de tu mente propia, en donde radica toda tu fuerza. «Ahora, para que comiences a entenderme, he de hablarte de cosas que son muy importantes para mi: «Cuando me conociste pensaste que yo soy simplemente una mujer. Luego poco a poco te hice saber que soy una bruja, pero en realidad soy más que eso. Son una mujer de conocimiento. Pertenezco a un linaje de mujeres y hombres que a lo largo de miles de años han buscado su mente propia. La hu­ manidad hace muchísimo tiempo poseía una mente propia, pero algo terrible y que de alguna manera es no­humano llegó hace milenios y nos ha venido qui­ tando desde aquel entonces todo nuestro poder. Ese algo que llegó es una raza que se alimenta de los campos de energía e información que conforman nues­ tra mente propia. «Nosotros, las mujeres y hombres de conocimiento luchamos por resta­ blecer nuestras mentes propias, y así vivir en felicidad a través de nuestra fuer­ za —dijo Celeste, quedando un extraño silencio entre los dos. Escuchaba a mi Celeste con una sorpresa que desbordaba de manera evidente hasta por mis orejas. Pero ella no cambiaba su profundo y tranquilo hablar: —Pero deja te digo, Jorge, que esta fuerza es algo que nos corresponde por derecho propio, pero ese algo que nos controla tiránicamente, lo hace im­ poniendo su mente sobre la nuestra. «Si, te estoy hablando de una potencia a la que todos los pueblos del mundo siempre se han referido como el Mal. Pero en si no es el mal. Más bien


es su manera natural de actuar. Sencillamente, entiéndeme por favor, son unas inteligencias no­humanas mucho más antiguas que nuestra especie y que desde el más extraordinario pasado han estado aquí, convirtiéndonos en frági­ les esbozos de personas semi­conscientes de nosotros mismos. «No te asustes, deja de poner esa cara de espanto que me das risa, te ves chistoso. No te estoy hablando del diablo. Eso como tal no existe. No hay infierno ni cosas así. De lo que hablo es de la lucha de los fuertes sobre los dé­ biles. Me refiero a simple supervivencia. «Tu bien sabes que los científicos descubrieron hace décadas que todo esta constituido por energía. Ya ves, Einstein fue el primero que lo afirmó. Luego otros comprendieron que toda esa energía forma campos. Después otros científicos determinaron que esos campos de energía están organizados, o sea, tienen orden. Y en donde hay orden hay un sentido, un propósito. Hay información inherente. «Tú me hablaste en una ocasión de un tal David Bohm, discípulo de Einstein, y me dijiste que ese hombre afirmaba que todo esta constituido en última instancia por información coherente e implícita en la estructura del mundo. Me diste el ejemplo de las moléculas de ADN. Me explicaste que el ADN es en sí un conjunto de átomos, o sea, energía organizada de manera ge­ ométrica que logra contener cantidades grandiosas de información codificada. «Reflexiona un poco sobre eso mi Jorge. Todo tiende a evolucionar en formas más organizadas, más complejas, con mayor información codificada. Pues hace muchísimo tiempo unos portentosos campos de energía evoluciona­ ron dando origen a una raza de seres complejos y poderosos. No hablo de los humanos, por que nosotros venimos después. Me refiero a seres mucho más antiguos que además no están constituidos por átomos, o por lo menos no de átomos como los tuyos y los míos. Te estoy hablando de las criaturas origina­ les del Universo. «Cuando esos seres, los primero autoconscientes de la creación apare­ cieron, observaron que la materia y la energía de su alrededor obedecía a sus pensamientos. Se percataron que los campos de energía que los rodeaban se revolvían agitadamente sobre sí mismos, entonces decidieron participar en la formación de nuevos campos de energía e información. Esos seres son los que conocemos como ángeles. Es una raza que ha fomentado, o más bien cuidado que exista la evolución hacia formas más bellas y ordenadas en la vida del


Universo. Ellos, la raza de los ángeles han ayudado en la condensación de las enormes nubes de gases elementales y han tomado parte en la formación de las galaxias y estrellas. De alguna manera han estado ahí para que átomos cada vez más pesados fueran sintetizados en el núcleo de los soles y luego emitidos al espacio, para formar después los planetas» — Pero allá, en los reinos más antiguos del Cosmos —continuó expli­ cándome Celeste—, los Primordiales, que es una de las maneras como les lla­ mo se dieron cuenta de que faltaba mucho para que la fuerza vital se expresa­ ra en formas físicas, así que actuaron como catalizadores para que en los mundos aparecieran los seres vivientes, hechos de materia, como nosotros. Ellos colaboran, e incluso intervienen directamente en estos procesos de evo­ lución, mi Jorge. Esa raza antiquísima está ahí, pero ha dejado a todas las de­ más razas posteriores que hagamos lo necesario para que por medio de la ex­ periencia vayamos creciendo. Si hemos de tropezar y caer estrepitosamente, ellos no intervienen para evitarlo. Nos dejan tener esa vivencia y que de ella aprendamos. Si se les pide ayuda, la otorgan en la cantidad que cada quien pida. Además están más allá de la generosidad y la bondad por que no se ven restringidos por los valores de la moral o de la ética; estas últimas son inven­ ciones de los humanos confundidos y asustados. Los Primordiales, o si así lo deseas, ángeles, forman parte de todo. Se han fundido hace mucho a la fuerza vital del Universo, pudiendo ser que en realidad ellos han sido esa fuerza des­ de siempre. Eso si no lo sé. Pero lo que si sé es que la manera de contactar con ellos es a través de nuestra mente propia. Ella es el método, el instrumento, pero debemos de utilizarla conscientemente. La cuestión es que estamos des­ vinculados de nuestra mente propia y no llegamos a vivir en un flujo constante con la fuerza vital del cosmos. Sólo vivimos casi mecánicamente mi Jorge. «Necesitamos de la mente propia para dialogar directamente con los Primordiales. «Ahora te hablaré de la raza no­humana que nos tiene sometidos. Ellos son una raza de guerreros. Tu sabes que un guerrero no ataca ni la mente ni al cuerpo…ataca al corazón ¡Al corazón! Y es ahí en donde radica nuestra mente propia Jorge, y es ahí en donde se está librando la batalla. En el cora­ zón de la humanidad. «Quiero que sepas que si hay muchísima vida en todo el Universo, en incontables mundos, algunos son mundos más allá de nuestra comprensión y


que de uno de ellos llegó esa raza que nos subyuga y que se hacen llamar los Oscuros. Pero los ángeles o Primordiales que son como millones de gotas que juntas forman un infinito mar plateado, se han tratado de oponer en cierta manera a los Oscuros. Te preguntarás que cómo se oponen, y además pregun­ tarás por qué permiten la tiranía de los Oscuros sobre nosotros. Es que en cier­ ta forma los Primordiales, Oscuros y los humanos somos iguales. No es tanto destruir a unos para que prevalezcan otros. Más bien la cosa es que somos complementarios y para lograr el siguiente paso evolutivo desde hace muchí­ simo que deberíamos de habernos integrado todos en una alianza, algo cerca­ no a una simbiosis». — Celeste, párale tantito sino se me va a explotar la cabeza. Dame tan­ tito chance…a ver, estás afirmando una serie de cosas que me dices son total­ mente verdad. Estoy acostumbrado a ideas exóticas por que me encantan los libros de ciencia ficción, pero esto me lo estás diciendo con la mayor de las calmas, como lo más natural del mundo. Quiero que sepas que a ti te creeré todo, pero esto ¡espera! está apunto de rebasar mis capacidades. No lo pondré en duda lo que me explicas, por que a tu lado he aprendido cosas extraordina­ rias pero esto requiere que lo pueda, por lo menos, tragar. — Está bien Jorge, tranquilízate si quieres pero esto tengo que revelár­ telo todo y ya. No te puedo ocultar más estas cosas por que forman parte cen­ tral del conocimiento. Y además tengo la forma de comprobártelas. «Desde hace muchísimo tiempo se viene peleado una guerra: la igno­ rancia contra el conocimiento, la estupidez contra la inteligencia, el miedo contra la certidumbre y la confusión contra el propósito. «Todo la sabiduría, nobleza, honradez y creatividad de la que somos capaces la hemos tenido que arrancar de las garras del enemigo. Es un enemi­ go te digo, en verdad formidable, temible. Ellos, los Oscuros son responsables de la otra mente que habita en nosotros como un implante, como algo instala­ do a la fuerza en nosotros. Pero esa mente a su vez es nuestra también. No lo puedo negar. «Te insisto, por favor en que quites esa cara de susto. Respira tranquilo por que no vas a lograr nada permitiendo que el miedo te embargue en estos momentos. Esa es una treta de la mente que estás acostumbrado a usar. — ¿Pero cómo ocurre esto? —le pregunté a Celeste con una total con­ fusión. Sentía como una mano dura y fría atenazaba mi corazón.


— Bien, pues deja te digo —y con un ademán breve, Celeste hizo algo con su energía que me comenzó a tranquilizar—. Tú bien sabes que existe el Calor y el Frío. Me has dicho que en física son considerados como cantidades de energía positiva y negativa, respectivamente. Bueno, todo mundo está fa­ miliarizado con el concepto de “calorías”. La gente dice “este alimento tiene tantas calorías”, con lo que se refieren a la cantidad de energía que posee. ¿Pero hay energía “negativa”? —Si —respondí—. Claro, si hablamos de lo opuesto a las calorías, lo consideramos en términos de calentar un gramo de agua con el calor despren­ dido de quemar algo, por ejemplo, de quemar un pedazo de pan. Así pues se dice que ese trozo de pan generó equis cantidad de calor que elevó en deter­ minados grados la temperatura de esa agua que pretendemos calentar. Esas son las calorías de ese pan, pero si deseamos saber cuanta energía se necesita quitar de esa agua para enfriarla algunos grados, pues esa energía retirada del agua es lo opuesto a las calorías y se le conoce como “frigorías”. Son como anti­calorías o por decirlo así, el frío que se le aplica para enfriar algo. No existen en realidad las frigorías pero se les considera meramente para realizar cálculos en física. No existe el frío como un algo en sí, es más bien la ausencia del calor. —Ándale, ese ejemplo me gusta. Además como te estoy pidiendo tu comentario, estoy logrando que te relajes y dejes a un lado el miedo —indicó ella. —Pero si me preguntas si existe algo así como energía “negativa” — proseguí—, pues si. Es un concepto totalmente teórico. Algunos astrofísicos le llaman energía “fantasma”. Es algo así como una fuerza que actúa al revés de la gravedad. En vez de atraer a las cosas entre sí, las hace que se repelan. La cosa rara que tiene es que con el paso de los millones de años del universo, cada vez se hace más y más intensa. En la época en la que apenas se estaba formando nuestro Sistema Solar esa energía fantasma apareció. Oye, que cu­ rioso, nunca me había dado cuenta de esa coincidencia que te acabo de decir. Bueno, la cosa es que esa energía nadie sabe por que está y porque apareció, pero lo que se sabe es que como te digo esta creciendo exponencialmente. Hay un artículo que se publicó en la revista… —Si mi Jorge, después si quieres me hablas de ese artículo, no quiero que te me quieras evadir de lo que te estoy diciendo. Quería que te calmaras y


que fueras aceptando esto que te revelo. Me preguntaste que cómo ocurre que tenemos dos mentes. Son tuyas las dos, pero como hemos concentrado casi todo en la mente conocida, nos hemos desequilibrado. Este enorme desequili­ brio lo estamos acrecentando todos juntos día a día y nos va a llevar a una si­ tuación que no podemos eludir. Toda la gente de este mundo nos confrontare­ mos con algo definitivo y de nosotros, de cada uno dependerá el resultado. La guerra que se está suscitando en nuestros corazones es el producto natural de existir, no es algo malo. No hay demonios malignos y ángeles bondadosos por ahí, ni un Satanás peleando con Dios por nuestras almas. Nada de eso. El tre­ mendo conflicto está dentro de nosotros pero ya es tan grande que lo materia­ lizaremos en nuestras vidas cotidianas. Y será tan enorme que puede crear te­ rribles tribulaciones. La mente propia es el producto de unir en nosotros la fuerza de los Pri­ mordiales y de los Oscuros. Ellos son fuerza, poder pero en estos momentos de la historia del Universo ellos sólo tienen sentido de existir gracias a las cosas materiales. Ellos son la salud y la enfermedad, el amor y el odio, la franqueza y la hipocresía. Los Primordiales nos vivifican pero al refrenar nosotros su fluir en nuestro ser, creamos a los Oscuros. Todos ellos no son cosas, son entes. Y si comprendemos esto que te digo muchas cosas buenas pueden ser. «¿Tu acaso nunca has sentido desde lo más hondo de ti una voz que trémula te pide la escuches? Esa voz es la que te puede dar sensatez y fuerza, es la que aporta sentido a todo lo que ocurre y le provee un sentido a lo que pasa. ¿Verdad que la has escuchado? Es una voz desconocida pero increíble­ mente familiar. Es tu verdadero ser, con el que haz de unirte y ser por fin uno. Si lo logras, te aseguro Jorge que encontrarás pasión, paz y dicha. Tendrás todo aquello que es tuyo y tu camino será claro y recto. ¡Escúchame! Claro y recto. «Por eso venimos a este bosque. Para que hagamos lo necesario con lo cual escuchar a nuestra mente verdadera y obtener, aun que sólo sea por un instante, una unión que todos buscamos pero no sabemos en dónde encontrar. Lograremos hacer una alquimia entre lo que tienen para darnos los Oscuros con la potencia de los Primordiales, ambos aquí alrededor y en nosotros —me expuso Celeste.


Mi cabeza latía con frenética violencia. Era algo que me fue explicado con suma claridad y detalle, pero que no podía comprender. O más bien me resistía a aceptar. — ¡Jorge!, ¡silencio! Calla ese barullo que traes ahí dentro. Tus emo­ ciones están tan alarmadas que hasta acá las escucho —me dijo mientras, cla­ vando en mí una mirada profunda y penetrante—. Quieres inmediatamente entender todo, darle su lugar a las cosas. Esto que te digo es algo para refle­ xionarlo, para incorporarlo. Estás tan acostumbrado a ser sometido por tus implantes mentales, que para todo te resistes casi hasta la muerte. Se quedó parada junto a mí, la vista fija en la copa de los altos eucalip­ tos. Frente a ella el ocaso desplegaba sus colores; luego volvió hacia mí y ha­ bló de lo que haríamos. Dijo que no pensara en términos de ofrendas. Lo que entregaríamos en ese lugar sería regalos, obsequios para lo que está afuera y que en realidad está adentro. Para lograrlo tendríamos que acceder a la mente propia. Apun­ tando hacia el Oeste, me explicó que era la dirección por la que comenzaría­ mos. La hora en a que la noche comienza es el momento de transición entre la luz y la oscuridad. Lo claro y lo confuso se funden, creando una condición especial. — Mira, todo el día e igual la noche son especiales. Todo es poderoso. Pero tu mente, como la de cualquier persona, recurre a símbolos para com­ prender el mundo. No creas que tu mente percibe al mundo tal y como es en realidad. No. Lo que tu estás percibiendo y comprendiendo justo en este ins­ tante, es únicamente una representación del mundo que construyes en tu inte­ rior. Nunca vas a percibir lo que no conozcas, siempre ajustarás lo que ves o escuchas a lo que conoces previamente. Tú aplicas un cierto número de sím­ bolos básicos en tus procesos para saber cómo es tu entorno. Si ante ti aparece algo absolutamente nuevo, algo extraño, lo que harás es ajustarlo para que tenga parecido con cosas conocidas. Dirías algo como “esa cosa tenía cabeza de perro, alas de mosca, olía como carne de pollo cocida y sonaba como un tambor”. Seguramente la cosa exótica es en todo diferente a lo que describas, pero sólo lograrás darle una definición basada en cosas que desde antes for­ man parte de tu realidad. «La Realidad como algo absoluto e inamovible, Jorge, no existe. Re­ cuerda que el universo es campos de energía e información, pero quiero que


sepas que es dinámico, cambiante. ¿Y sabes por qué cambia? Por que estos campos de energías básicas son inteligentes. Son la energía que juntos los Pri­ mordiales, los Oscuros y nosotros engendramos. Algún día, más adelante te ex­ plicaré como muchas más cosas sobra la naturaleza de esas dos razas y su ínti­ ma relación con los humanos, pero baste que sepas ahora que esos campos de energía interactúan consigo mismos, creando nuevos códigos en la informa­ ción que los constituye, o sea, nuevas formas y nueva información. «Yo sé que todo lo que te digo, de alguna manera lo estás logrando entender, pero sólo gracias a que estamos tomando poder de este lugar mágico. Luego, al rato cuando vuelvas hacia tus cosas, se te comenzará a hacer confuso, pero tendrás que recuperar tu entendimiento, reflexionando lo que hemos hablado aquí. Pero más te he de pedir que mejor escuches a tu mente propia. Ahí estará la claridad que luego requerirás. Quedó en silencio unos momentos, como mirando algo más allá de mis alcances. Luego se arrodilló, y con sumo cuidado depositó en el suelo el taba­ co y el chocolate que traía desde varios minutos en las manos. Entonces escu­ ché que musitaba por lo bajo, diciendo hacia algo o alguien para mí invisible: — Te regalo lo que sé que te gusta. Recíbelo. Te lo doy con gusto. Te reconozco en mí, fuerza del Oeste. Yo soy la Paciencia. Los atributos del noble oso son también míos. Emulé lo que hacía. Ella volteó y dijo: —Jorge, por favor siente lo que estoy ahorita diciendo. Pidamos hacia las direcciones, pero principalmente te lo estás pidiendo a ti. Al recibirlo de al­ gún lugar, lo estas tomando de ti. Todo tiene poder, pero sólo si eres concien­ te de que también tu lo tienes serás dueño de el. Deja de pensar que sólo está fuera. Tú eres ese poder. Se paró tranquila, con los ojos cerrados. Luego, mirando hacia el Norte volvió a tomar de su bolso tabaco y chocolate. Me dijo con un movimiento de la cabeza que tomara también. Se arrodilló de nuevo, con el rostro hacia esa dirección y dijo, casi como un murmullo: — Te traigo un obsequio. Tómalo. Te lo entrego gustosa. Sé que estás en mí, fuerza del Oeste. Yo soy la Fortaleza. Las cualidades del poderoso búfa­ lo son también en mí. En un momento dado dejé de recitar como robot lo que ella decía. Co­ mencé a hablar pero no con algo externo. Más bien me permití aceptar por un


instante que en verdad le hablaba a poderes inteligentes fuera y dentro de mí. Fue entonces que de pronto me sentí un búfalo dotado de enorme fuerza. Per­ cibí con toda claridad como desde un “norte” en mi interior emanaba una sen­ sación nueva que me envolvía. Fue como un breve estado más allá de la con­ vicción. No estaba sugestionado, al contrario, me encontraba siendo la fortale­ za misma. Celeste cambió de dirección. Volvió a poner en el suelo un puñado de tabaco y chocolate. Pero ahora la escuchaba con mayor fuerza. Todo lo decía vehementemente. — ¡Ten este presente! Te lo doy contenta por que sé que tu fuerza, Este, también me conforma. Soy el Entendimiento. ¡Los atributos del águila están en mí! « ¡Recibe mi regalo! Estoy feliz por saber que tu fuerza, Sur, también me conforma. Soy el Discernimiento. ¡Las cualidades del coyote me constitu­ yen! –y puso un poco de chocolate y tabaco en el suelo, encarando esta di­ rección. Luego volteó hacia arriba y levantó sus manos, con gesto de entregar algo. Después las bajó hacia sus pies, como mostrando el contenido de sus manos. —El Cielo arriba y la Tierra debajo de mi —dijo—. Lo que tengan uste­ des lo tengo yo también. Y a su vez ustedes tienen todo lo que yo poseo en mí. Al ofrecerles esto que me es valioso, reconozco mis valores uniendo así mi ser con todo el Universo —luego hizo un movimiento circular sobre sus pies, mos­ trando al entorno sus manos extendidas para terminar llevándolas hacia su pecho. —Estas son las ocho direcciones de poder, las cuales siempre te recor­ darán que su fuerza es tu fuerza. Adelante, atrás, derecha e izquierda, arriba, abajo, alrededor y tú centro. Obra siempre de acuerdo a reconocerlas en cada acto y sentimiento que tengas. Esto que te pido no lo hagas nada más para complacerme. Te invito a que lo hagas sintiéndolo. No las adores ni las divini­ ces a estas direcciones, y nunca las veas como algo únicamente externo y des­ vinculado de ti. En realidad tú interpretas a cada dirección como parte de tu entorno, pero en verdad siendo tú uno con tu mente propia, estás en todos la­ dos y eres el entorno, lo envuelves. Tendrás ocasiones suficientes para com­ prenderlo. Te lo iré mostrando más y más cada vez.


Y claro que me lo mostró, muy pacientemente en muchas ocasiones. Retorno en mi narración de los hechos al momento en que nos dirigía­ mos en el viejo camión por las selvas de Yucatán. Ese acto que describí de re­ conocer la fuerza del lugar en nuestro interior es algo que estaba llevando ahí a cabo, preparado para cuando llegáramos a Chen Solís, lugar de la desapari­ ción de Alex, y expresarlo directamente. Según el GPS faltaría muy poco para arribar y por fin contactar direc­ tamente con la mente del lugar. Jorge y Claudio revelaban en sus movimien­ tos una inquietud que con seguridad era mucho menor que la mía propia. — Ojalá y Celeste estuviera conmigo en estos momentos —pensé.


IX. Arribando a Chén Solís

Después de viajar a lo largo de 50 kilómetros, 29 de ellos por rudo y casi inexistente camino, y 5 horas de intenso calor pero agradable camaradería, llegamos a nuestro destino. Descendimos del sobrecalentado vehículo, contentos pero muy entumidos. Una breve caminata y algunas flexiones y saltos nos reanimo a todos. Con el uso del GPS pude saber que estábamos a pocos kilómetros de la costa noroeste de la Península y también vi que el camino registrado en la pantalla del dispositivo tenía la apariencia de un trazo serpenteante. Decidí marcar las coordenadas del lugar, haciendo que el GPS las grabara en su memoria interna. Ya que estábamos ahí, lo primero que les pedí a los muchachos es que me permitieran pedir permiso respetuosamente al lugar. Esa solicitud hizo que nuestros amigos mayas tuvieran un leve respingo. Quizás el sobresalto fue de extrañeza ante un mestizo como yo, que sin tener desafortunadamente ni una gota de sangre maya, se atrevía pretender realizar una actividad propia de un H’meen3. O quizás fue en virtud a las sutiles pruebas a las que me sometieron, que logré por fin constatar algún tipo de cualidad que de alguna forma ellos esperaban ver en mí. Más tarde respecto a la verdad de su tenue exaltación y de otras muchas cosas todavía ocultas, habríamos de enterarnos en su momento con sorpresa. Pero sigamos con el ritmo de los sucesos. Les explique a mis amigos mayas que a lo largo de los años había conocido a mujeres y hombres practicantes de diversas disciplinas esotéricas y espirituales. Que inclusive llegué a ser fiel discípulo de varios de ellos y que al final, después de tanto meter las narices por ahí, encontré que la cosa era muy sencilla en si misma:

3

H’meen, en lengua maya yucateca, chamán, guía espiritual de la comunidad o curandero (N. del A.).


Que el asunto del cual hablan en esencia brujos, chamanes, gurús, curanderos y sacerdotes es de lograr silenciosamente la libertad de nuestro ser. No sabía en esos momentos si me estaba dando a entender, pero pretendía despojarme de cualquier calificativo que pudiera estar ganándome ante sus ojos. Simplemente deseaba participar aportando algo que es para mi valioso. Pues como fuera, ellos no objetaron nada y se dispusieron calladamente para aunarse en mi esfuerzo. Saqué un puñado de tabaco del interior de una bolsa de cuero, bolsa obsequiada de mi amigo Francisco McManus. Lo repartí por igual entre los presentes y fue cuando más relajado me sentí al escuchar que don Beto decía comprendiendo mi intención: —¡Ah, es para darlo al Monte! —Los demás asintieron, dirigiéndose automáticamente a diferentes puntos del entorno. Ahí escogía cada quien un arbusto o árbol y entregaban con reverencia el tabaco. Recordaba a Celeste, la cual decía constantemente: —Todo es simbolismo para la mente. Nada existe tal y como lo percibimos. En nuestra mente realizamos procesos de interpretación que nos hacen ver las cosas tal y como creemos que son. Tu mente asume todo como propio, como una proyección de sí misma. Y en realidad así es. De acuerdo a esas palabras de mi mujer, si somos capaces de otorgar un valor sagrado al mundo, entonces nos sacramentalizamos nosotros mismos. Reconocemos la divinidad de nuestro ser, de nuestras personas y de nuestra vida. Mientras todos depositábamos nuestra ofrenda de tabaco dejé de verlos como individuos sólidos, y por medio de un acto de la conciencia, los sentí a mi rededor como nubes de energía. Eso duró apenas unos segundos pero me llenó de regocijo y tranquilidad. Recordé una palabra maya y con profundo sentimiento la expresé honestamente hacia mis compañeros de aventura. — ¡Todos son mi suku’un4! A lo cual se despertó una alegre risa. — ¡Tú también! —dijo Claudio. 4

Suku’un, hermano, expresión de trato respetuoso para una íntima camaradería (N. del A.).


El sol dejaba caer sus candentes rayos a plomo, pero en eso una fresca brisa, traída desde el cercano mar, recorrió con gentileza sobre las copas de la selva. Nos tocó, casi acariciándonos con su vivificante movimiento. Eso animó más a todos los expedicionarios. — ¡El Monte está contento! —dijo don Silverio. La profunda y vieja cicatriz que surcaba su rostro no le impidió sonreír con evidente felicidad. A continuación, luego de un buen trago de agua, me ajusté el cinturón en el que portaba los aparatos de medición, revisándolos de un vistazo, y caminando en dirección hacia donde don Beto nos comenzaba a guiar. Nos dirigió inicialmente al cobertizo de donde habían partido Alex y Panchito, dejando ahí a su abuelo y yendo en aquella lejana tarde a buscar el ahumador. Inicié las lecturas del electromagnetismo, como también realicé las lecturas con el Geiger. Avanzábamos por el pedregoso sendero hacia la pequeña choza que funciona como almacén, atentos a lo que nos rodeaba. Fue entonces que una sensación de misterio descendió entre nosotros. Después retornamos hacia el punto en donde estuvo el abuelo esperando a los jóvenes en aquella aciaga tarde. Caminé con mucho cuidado, permitiendo que los aparatos tomaran sus lecturas de las energías. Más en cierto punto me detuve, por que en donde el camino trazaba una leve curva hacia la izquierda nos esperaba algo que me asombró. — ¡Se está moviendo! —dijo don Silverio—. El aparato está “marcando” algo. En efecto, el Geiger registró la presencia de partículas de alta energía. Podría ser una de varias cosas, pero basándome en nuestras previas experiencias sabía que lo que fuera no era nocivo. Lo que fuera el origen de la presencia de esos altos niveles de energía, era algo que no alteraba de ningún modo la vida de ese lugar. Plantas y animales por doquier tenían una apariencia y conducta de lo más normal. Pero antes de llegar a conclusiones teníamos que ampliar nuestras pesquisas. En muchos otros lugares de México, especialmente en la Península de Yucatán habíamos encontrado Celeste y yo, fuentes extrañas de potentes emanaciones de energía que se lograban detectar por medio de dispositivos especiales. Los fenómenos clasificados como sobrenaturales, parapsicológicos o vinculados con los OVNIS, por lo común dejaban tras de si residuos y


anomalías energéticas. Por lo común se podían encontrar importantes variaciones en la intensidad local del magnetismo geológico, como niveles muy altos de partículas de alta energía. Por esa razón llevaba conmigo precisamente dispositivos adecuados con los cuales investigar esos fenómenos. Y sí, en un punto dado de aquel lejano caminito entre la selva baja de Yucatán, había mucha energía. No pretendo entrar aquí en detalles de la física implicada en eso. Simplemente valga decir que esa energía naturalmente no debería de estar ahí. Pero así era, y eso maravilló enormemente a nuestros guías. Ellos no sabían a ciencia cierta que registraba, pero les era muy significativo que en ese preciso lugar se comenzaran a encontrar cosas. Un breve silencio de expectativa fue roto por el papá de Alex, quien explicó que en ese justo lugar sobre el que estaba, fue en donde por última vez Panchito vio a su hermano, mientras corrían y antes de perderlo de vista por la espesura de la vegetación. El hallazgo me llenó de sorpresa y gusto. Nuestro arribo al campamento apícola fue seguido por el rápido encuentro con las pruebas de que cosas que para nada eran normales, habían sucedido allí. El magnetómetro mostraba como su aguja se movía frenética de un lado al otro, registrando campos magnéticos fluctuantes, como si un enorme imán se estuviera moviendo invisible a nuestro alrededor. Estábamos en un lugar desolado, lejos de cualquier pueblo, en un punto de muy difícil acceso, y ahí, acompañado de estos hombres, me enfrentaba ante uno de los varios hechos que simplemente ahí estaban, esperando misteriosamente. El Geiger saltaba, y casi podría decir que lo hacía con entusiasmo, contando las enérgicas partículas que manaban con generosidad. A unos dos pasos de mi, don Luis continuaba observando, embargado por una silenciosa emoción. Los demás nos rodearon para preguntar que pasaba. Reanudamos la marcha, llevándonos a recorrer el camino que tomaron los muchachos, recreando de nuevo aquél día. Mientras noté que el sendero flanqueado por abundantes árboles, era de fácil andar, pero que intentar meterse en la densa selva que a ambos lados nos cubría, parecía difícil, quizás imposible. Arbustos espinosos, muy apretados unos con contra otros


bordeaban el camino. Pensé que realmente por eso habría sido muy difícil la búsqueda del Alex. Encontramos tres puntos entre si muy juntos, de los cuales el Geiger nos indicaba que brotaba algo intenso. Sin embargo los dositómetros, que son sensores portátiles que traíamos con nosotros para observar la posible contaminación radioactiva que sufrieran nuestros cuerpos, nos indicaban que todo estaba bien y que no habíamos aún acumulado nada dañino. A mi no dejaba de maravillarme la naturalidad con la que se adaptaban nuestros guías a las labores que desarrollábamos. Observaban, comentaban y apoyaban de una manera abierta y dispuesta. De esta forma resultó muy sencillo localizar las anomalías. Pero nada me había preparado aún para lo que comenzarían a confesar estas sencillas y humildes personas. Nueva información emergió por fin y le dio a todo una dimensión más amplia como a la vez enigmática.


X. Los Orgones y Alex «La Fuerza, mi joven discípulo, es la energía que fluye en todos los seres vivos… la Fuerza es lo que mantiene unida a la Galaxia y da vida a todo». Star Wars, Una Nueva Esperanza George Lucas

Desde que Celeste y yo comenzamos a utilizar dispositivos de medición sensibles a las energías electromagnéticas, pudimos constatar en términos cuantitativos la teoría de los Orgones.

Yo me enteré por primera vez sobre la existencia de esas cosas nombradas con tan curioso nombre, al momento de que mi Celeste me habló de los estudios que había cursado ella en la Ciudad de México. Ella obtuvo un grado de maestría en psicoterapia, especializada en terapias alternas. Si postgrado le fue otorgado en el Instituto Wilhelm Reich. De esa manera gozó de los beneficios de una enseñanza basada en las investigaciones de ese gran hombre que fue Reich. El doctor Reich fundó esa institución la cual divulga ciertas inortodoxas y brillantes ideas, entre ellas la del revolucionario hallazgo del Orgón. Los orgones son sencillamente cierto tipo de partículas medibles y omnipresentes. En esencia Reich determinó que toda la materia viviente de la Tierra es animada por la energía de los orgones. Pero respecto a estos tremendos descubrimientos hay algo: el hecho es que la contundente demostración de la existencia de este género de energía biológica ha pasado casi desapercibida. Son pocas instituciones y por lo tanto personas en el mundo que saben de esto y hacen algo con tal información. Celeste me explicó que desde hace muchísimo tiempo los mujeres y hombres de conocimiento sabe de la existencia de esta energía vital; pero a Reich se le puede otorgar la autoría del descubrimiento como logro científico contemporáneo.


Ella además me indicó que de acuerdo al conocimiento, ocurre que la totalidad del Cosmos, el medio ambiente y los seres vivos estamos formados de orgones. Los orgones fluyen a través de la atmósfera, como también en los ríos y mares. A su vez lo hacen dentro del suelo a través de canales. Es como si hubiera líneas de conducción de esa energía por todos lados, algo así como los cables de distribución de electricidad. Celeste me pidió que me imaginara que hay chorros de orgones en el agua y en el aire, que se pueden mover libres serpenteando o con trayectorias espirales. También me mostró algo Celeste, algo que es fundamental. —Mira Jorge, ven y parate aquí —me pidió una vez, hace tiempo cuando nos encontrábamos en nuestro paraje junto al enorme ahuehuete. Habíamos ido para yo que pudiera comprender directamente la manera cómo se mueven los orgones. — ¿Dónde, aquí? —le pregunté. Ella asintió. Llevaba un hermoso vestido blanco que se agitaba alegre con las brisas. Me sonreía y dijo: —Si, acá, vente…nada más parate aquí, abajito de estas ramas del árbol. Hice lo que me pedía, colocándome bajo la enorme fronda que se extendía. — ¿Y ahora qué hago? —Bueno, nada más relájate, mira haz así, suelta tu cuerpo y relaja la cadera —me indicaba mientras mostraba cómo debía hacerlo. Movía sus manos hacia abajo, como si pretendiera sacudirse algo y giraba levemente sus caderas, haciendo un círculo pero sin levantar los pies del suelo —Es un ejercicio de bioenergética. Libérala tensión en los brazos y relaja el resto del cuerpo. — ¿Así? —volví a preguntar. Deseaba hacer las cosas bien. —Tu nada más relájate. Hazlo sintiéndote a gusto, no es una prueba ni nada así. Te quiero mostrar primero como relajarte para lo que sigue. Ahora respira profundo, pero al hacerlo siente que jalas desde el vientre el aire. Tranquilo, lentamente, jala el aire. Así es como respiran los bebés y meten más aire en sus pulmoncitos. No infles el pecho por que nada más llenarás a medias tus pulmones…si, así…muy bien…déjalo salir lentamente. Siente como sale por tu boca y repítelo otras veces más.


Al ir realizando lo que ella me indicaba, comencé a sentir un extraño cosquilleo subiendo por mis piernas. Era algo ligeramente parecido a la sensación que uno experimenta cuando se le está durmiendo un miembro, pero esto era diferente. Era en vez de sentir pesado y torpe el cuerpo, darse cuenta de que es ligero y fuerte, poderoso. Entre más realizaba esa respiración, logré percatarme de que mis rodillas por sí solas se doblaron un poco y mi pelvis estaba más suelta. Sólo así fui conciente de la posición de tensión en la que siempre andaba. Al sentirme tan bien proseguí con la respiración. —Mi Jorge, eso que estás haciendo se llama respiración de poder. Estás permitiendo que muchísimos orgones se introduzcan en tu cuerpo, por la nariz y por todos lados en realidad. Al llenarte con ellos ya verás el efecto. Y si, vi el efecto. Sin esperarlo todo lo que me rodeaba comenzó a tener una extraña mutación. El espacio entre los árboles se llenó de minúsculas luces, como si alguien hubiera soltado oro en polvo. Podía con toda claridad ver a través de eso pero sin embargo estaba ahí presente, como si una neblina antes invisible se hubiera decido hacer notoria ante mis ojos. Las hojas, las ramas, los troncos de los árboles tomaban con un ritmo similar al de una oculta respiración ese enjambre de motas luminosas. La hierba bajo nuestros pies incorporaba ese brillante polvo. Pero al verlo más detenidamente no era polvo, más bien semejaban corpúsculos pequeños. Como diminutas burbujas de las que salía una trémula luz. Las rocas, las plantas y el arrollo tomaban esas cositas en sí, para después soltarlas, como dije parecido a un proceso similar a la respiración. ¡Todo estaba respirando orgones! —Celeste, estoy viendo algo…y creo que son los orgones. Todo está hecho de ellos y se comparten por doquier —y mientras decía eso voltee a verla a ella y la descubrí en un esplendor de belleza que de ella nunca olvidaré—. ¡Madre Santa de Dios! ¡Pero si estás brillando! En efecto, Celeste irradiaba una luz hermosa producto de la gigantesca cantidad de orgones que se sumaban a ella. Parecía un cúmulo de lucecitas con forma de mujer. Era increíble, con sólo respirar de cierta forma pude ver esa otra cara de la realidad. — ¿Los ves mi Jorge? ¡Qué bueno! —exclamaba Celeste, dando pequeños brinquitos de gusto—. Ahora ve a lo lejos y mira.


Al hacerlo me encontré con otro espectáculo quizás más sorprendente. En el aire, entre las nubes encima de nosotros un entramado de líneas luminosas fluía sin cesar. Era como ver una red de corrientes que llevaban una energía parecida a la luz, corriendo por toda la atmósfera. Vi también, con profunda admiración como unos enormes pilares de luz brotaban de la Tierra, hechos de esa omnipresente energía orgónica. En el suelo, por todo el terreno y hasta el horizonte observé con azoro algo parecido a una tela de araña extendida por la superficie, luminosa y constituida por incontables motas de energía. Apenas me cabía en la cabeza todo eso que ante mi se desplegaba. Celeste me había hablado de esto, incluso me había compartido sus libros y notas sobre los estudios de Reich, pero verlo por mí mismo era diferente. Lo podía comprender por fin. Lo que mi muy amada Celeste me estaba mostrando era algo que cualquiera pude también ver. En la Tierra los orgones se mueven formando líneas rectas, algunas de unos metros de largo y otras de centenares de kilómetros, que parten en muchas direcciones siguiendo el orden de alguna geometría sagrada. En los lugares donde se cruzaban se formaban los pilares de luz y se les llama puntos de poder. Además Celeste me había explicado que a esos conductos en el suelo se le llaman en la actualidad líneas Ley, nombre puesto hace casi un siglo por un hombre de conocimiento, un inglés llamado Alfred Watkins. En el mundo de los mayas después supimos que les llaman Sacbés o caminos blancos. Me había ella enseñado que una extensa, vastísima red cubre al planeta entero y que a su vez se conecta con una red de orgones mayor, universal. — ¿Te das cuenta mi hermoso Jorge? —dijo ella con ternura infinita— Todo se está moviendo. Desde que te escuché hablar de que el universo es energía producida por la forma de las cosas, me di cuenta de que me podrías entender esto que hoy te muestro. Así era. Al principio de nuestra relación pasamos larguísimas horas compartiendo muchas cosas. Entre ellas le platicaba de la visión de Einstein, el cual descubrió que el universo está constituido por espacio y tiempo que se curvan, doblan, arrugan y estiran, creando inimaginables estructuras con formas de muchas dimensiones. De ello emergen las fuerzas del cosmos. Einstein fue el primero que determinó que cosas como la gravitación, la electricidad y el magnetismo existen gracias a esas formas geométricas que


adopta esa extraña entidad conocida como continnum espacio­tiempo. Cuando le hablé de eso a Celeste, quedó fascinada con el concepto. Ahora para mí ya no era más un mero concepto matemático, era una realidad palpable. El espacio y tiempo también creaban en sus torsiones a todos los orgones que ante mi deambulaban libremente. Reich descubrió que esas partículas, los orgones se encuentran en una mayor concentración en todos los seres vivos y que estas maravillosas partículas están aquí a nuestra disposición, sólo faltaba nuestra entera determinación de hacer uso conciente de ellos. —Celeste preciosa, te veo llena de luz, ¡brillas! —manifesté arrobado por la experiencia—. ¡Es facilísimo verlos! — Claro que si, pero es mucho mas fácil hacerlo sobre un lugar de poder. Estás parado precisamente en cima de uno. Por eso te traje aquí mi amorsote, ¡para que pudieras sentir todo esto!


XI. El Viejito Podía concluir que las energías encontradas en Chen Solís eran tremendo s flujos de orgones. Por lo tanto en donde había más eran puntos de poder. Para tener la certeza absoluta hice lo que aprendí en aquella distante ocasión en Durango, junto con mi querida esposa. Me paré e inicié la respiración adecuada. Al momento se me reveló sin duda alguna la naturaleza del lugar. Ciertamente en donde desapareció Alex es un potente punto de poder de la Tierra. Mis amigos mayas de alguna manera se fueron dando cuanta de lo que discretamente estaba haciendo y ante eso ello fueron tomando sus decisiones para hablar de cosas que como afirmé antes, de todas formas no me imaginaba. Supongo que dada la naturaleza de lo que estaban por describirnos, no estuvieron seguros de hacerlo hasta convencerse de nuestra capacidad para aceptar sin dudas sus palabras. — Pues les vamos a decir algunas cosas que no salieron en el periódico y que no quisieron comentar los policías —comenzó don Luis Koyoc, con voz firme—. Pues lo que pasó es que desde el segundo día de la búsqueda empezaron a pasar cosas. «Los grupos de rastreo regresaban al campamento que levantamos acá —y apuntó en dirección de un pequeño claro—. Llegaban callados, como tristes por no hallar nada. Pero no era eso. Mi suegro al verlos así me dijo “estos cabrones están asustados, algo les salió en el monte”. «Y si, llegaban y llegaban gentes para ayudar, pero luego de dar su primera salida pa’ dentro de la selva, regresaban toditos con cara de mendigo susto, como que algo les salía pero no se atrevían a decirlo. «Luego, pues nos tocó a nosotros. Buscamos y buscamos los primeritos días y nada. Luego también lo vimos. — ¿Qué vieron? –me atreví a interrumpido. — Pues lo que nosotros vimos creímos al principio que era un ja’as óol. — ¿Perdón, un que, es que no sé casi nada de maya? —pregunté.


— Un ja’as óol, es un… ¿Cómo se dice en español? —dijo él, pidiéndole a don Beto que lo apoyara en la traducción. — Un fantasma, un ánima, pero no, era otra cosa —explicó don Beto. — ¡A caray! —dije yo, sorprendido por la revelación. — Si, al principio todos creímos que era eso. Los policías y voluntarios, al meterse en lo profundo del monte comenzaron a ver, luego luego al segundo día una cosa que se movía entre las matas5. Parecía como que estaba hecha de humo. Pero no, era de otra cosa. Se detenía como para que la viéramos y la siguiéramos, pero al tratar de alcanzarla se iba siempre muy rápidamente y se perdía —describió don Luis a la extraña silueta. — Por eso regresaban toditos con cara de susto. Pensamos que el Monte se enojó con tanta gente que llegó sin permiso, por eso mandamos traer a un h’meen de Hunucmá. Y sí vino y ofrendó sak­á al Monte pero nos dijo que eso no era un ja’as óol. — ¿Pues si parecía un fantasma pero no lo era, entonces qué fue? — preguntó Silvestre con una cierta inquietud. — Pues ni el h’meen lo supo, porque a él le tocó ver como a partir de ese día la aparición comenzó a cambiar de forma —exclamó don Silverio, excitado de pronto—. Se nos apareció cuando lo acompañábamos en el ritual. Salió de entre lo espeso del monte, como que viniendo hacia nosotros. Todas las veces que había salido antes sólo parecía una nube blanca del tamaño de una persona, pero sin forma… — Si, pero ahí ante nuestros ojos le empezaron a brotar algo parecido a brazos y cabeza —continuó don Luis—. Clarito se le notaban hasta los dedos, pero no tenía cara, sólo una bola lisa en vez de cabeza. Se agitaba como si el esfuerzo de cambiar le doliera. Todos mirábamos a eso sin decir palabra, y sí, estábamos asustados. Luego como llegó se fue, metiéndose en la espesura. Por unos momentos todos nos quedamos callados. Imaginar que cosas así anduvieran posiblemente todavía a nuestro alrededor era algo impactante. — ¿Y volvieron a verlo? —espetó nerviosamente Ariel. — Si. Volvía a salir. Todos los grupos que buscaban a Alex siempre regresaban comentando que también les había salido a ellos. En el comedor 5

Matas, palabra con la que los pobladores de la Península de Yucatán se refieren a los árboles (N. del A.)


que se puso por allá —respondió don Luis, señalando con una mano rígida hacia otra dirección—, a la hora de comer y casi siempre en la noche, al juntarnos para cenar comentábamos como nos había ido. Y después de un rato alguien siempre preguntaba a quién le había salido aquello. Eso era suficiente para que todos se soltaran hablando de por donde lo habían visto. «Había quienes decían que lo habían visto durante la mañana a un kilómetro al norte del campamento y que corría entre las palmeras. Otros decían que al mediodía les salió pero como a tres kilómetros al sureste del campamento, junto a un pequeño cenote, moviéndose lentamente de un lado a otro. Algunos más decían que a ellos les había salido y que hasta lo habían perseguido e incluso disparado con las armas, pero que se les escabulló mientras lo seguían como a dos kilómetros al este de aquí. Por todos lados salía pero no se dejaba agarrar. Siempre aparecía como a unos cuarenta metros de donde anduviéramos y haciendo todo para que lo viéramos. «Yo hasta llegué a pensar que era un wáay6, pero no, era otra cosa. —¿Y por qué un wáay? —pregunté—. Sé que son hombres con poderes mágicos que pueden tomar forma de animales, pero eso que ustedes vieron siempre tuvo otra forma. —Más bien se parecía a Gasparín, el fantasma que sale en las caricaturas —precisó el joven Claudio, el cual poseía una visión cultural más moderna y citadina—; era igualito pero no tenía ojos ni boca. —Si es cierto. Tenía toda lisa la cabeza pero sin cara —puntualizó su hermano Jorge, haciendo un ademán sobre su rostro—, y de todos modos sentías clarito como te estaba viendo. —Estaba rara esa madre —dijo con desprecio Feliciano, mientras se tomaba con ambas manos su vieja tejana negra—, quién sabe qué chingados era. —¡No digas eso! Tú no sabes nada —reclamó con expresión irritada don Silverio, su padre—. Era el mismísimo Me'etan K'áax7. — ¡A chirrión! —expresé impresionado. 6

Wáay, término maya para referirse a cierto tipo de hechicero capaz de transformarse en animales (N del A.)

7

Me'etan K'áax, literalmente Dueño del Monte, nombre de una entidad espiritual maya custodio de toda la selva (N. del A.).


En una ocasión, meses atrás, habíamos ido varias personas a otra región en el centro del estado de Yucatán, más precisamente a Sotuta de Peón. Entre los miembros de aquella expedición acudían un par de investigadores de una prestigiada revista norteamericana de Antropología, además un geólogo especialista en buceo en cavernas, un oceanógrafo, una lingüista, Celeste y yo. Nos proveyeron de valiosa ayuda varios lugareños, cargando los equipos más pesados. Acudíamos en búsqueda de un cenote aún no explorado y algunos de nosotros bajarían a su interior para bucear en el. Antes de ingresar al terreno, Celeste nos organizó a todos para solicitarle permiso respetuosamente a las fuerzas inteligentes moradoras de ese lugar. Fue ahí cuando me enteré de que los mayas consideran como totalmente real la idea de que unas poderosas entidades que son las responsables de todo lo animado e inanimado en la selva. Una de esas entidades es el custodio y administrador de todo lo que vive o exista por sobre la superficie, el Me'etan K'áax, el puede adoptar diversas formas concretas para expresarse ante los simples humanos. Otra entidad muy concreta y real para los mayas es el Me'etan Sayab o Dueño de las Venas de Agua, al que se le observa dentro o cerca de los cenotes con la forma de una gigantesca serpiente de cascabel, descrita con decenas de metros de longitud y un grosor como el de un hom ­ bre. En el cenote de Sotuta no lo vimos ni a uno ni a otros de los Dueños, qui­ zás en virtud a nuestro ingreso respetuoso y pacífico al lugar. Sólo después de retirarme ­ ya entrada la noche­ del cenote logré percibir con el borde de la conciencia un sinuoso movimiento entre la jungla. Celeste me explicó que en verdad lo sentí gracias a que estaba en un cierto estado mental modificado por los horrorosos martilleos de un fuerte dolor de cabeza, dolor que comenzó en la cercanía del cenote y que se difuminó al alejarme suficiente. Me explicó que cada lugar tiene un tipo de energía diferente, lo cual es obvio al observar las diversas características entre un sitio y otro. Me aclaró en aquella ocasión que podemos resonar armoniosamente con cada lugar pero que depende de mi estado emocional y mental fundamentalmente. Si algo me disgustó en mi estancia al lado del cenote, la poderosa energía de mis emociones colisionó desastrosamente con la fuerza del Me'etan Sayab, pero el Dueño del Monte me recibió consolándome. En efecto lo creo, pues mientras descansaba en uno de los vehículos pude ver a mí alrededor una enorme cantidad de motas de luz con el tamaño de un puño, revoloteando alegremente con un sinfín de colo­


res. Entraban y salían por las ventanillas, me rodeaban un par de veces y se alejaban, danzando. No era ningún tipo de insecto luminoso, pues de esos co­ nozco todos los de la región. Era algo más, y me gustaría pensar que el Me'etan K'áax me estaba acompañando. Ahora, tiempo después mi camino se volvía a cruzar con la presencia del poderoso Me'etan K'áax. —A partir de que le salieron brazos y cabeza siguió cambiando — prosiguió don Silverio mientras elevaba más el volumen de la voz, exaltado por la emoción—. Los escuadrones de soldados regresaban diciendo que ya tenía piernas; luego los policías que traían perros del Escuadrón Canino llegaron corriendo por que los animales no quisieron entrar más y sólo aullaban, como asustados, y dijeron que ya se le veía más parecido a un hombre. Después unos muchachos de un grupo de voluntarios se fueron por que lo vieron muy raro y les dio miedo: tenía una cabezota pelona y ojotes negros con forma de almendra. — ¡Si!, se fueron diciendo que parecía un “alien” de esos que salen en las películas —confirmó Jorge Balam—. Igualito, — ¡A ver, a ver! ¿Cómo estuvo eso? —pregunté. — Si, hasta nosotros lo vimos así. No era muy alto y tenía la piel muy blanca. También nos dimos cuenta de que no tenía ni orejas ni nada de pelo, y sus brazos eran muy largos y flacos —respondió el muchacho. Este caso tenía ya muchos insólitos giros. Más tarde me preocuparía de tratar de encajar en un esquema lógico —si es que podía­ toda esta información. —Eso paso como a la segunda semana de buscar a Alex continuó don Silverio—. Nos metimos al monte por donde habían llegado los del Escuadrón Canino. Don Beto dijo que el sentía que debíamos ir para allá. Caminamos un rato de pronto nos salió. Era así de chaparrito —indicó la altura con una mano, levantándola a unos 120 centímetros del suelo—. Como que andaba subido en una mata de Carolino y al oírnos se bajó. Ahí se nos quedó viendo, así como ven los gatos salvajes, luego pegó a correr. No lo seguimos por respeto. «Pero no siempre se apareció así. Poco a poco siguió cambiando. «Al día siguiente era menos chaparrito. Lo vieron los policías de Hunucmá por allá y según contaron era así de alto —dijo posicionando su mano un poco


más arriba, como a 130 centímetros—. Y así se fue haciendo más como un hombre mediante pasaban los días. «Yo me figuro que estaba como formándose, así como si estuviera creciendo. Una vez vi el producto que perdió una mujer, un…—luego volteó la cabeza hacia don Beto y le preguntó algo en maya, como buscando la expresión en español—… ¿Chan paal ma’ síijki’?… ¿así se dice?... se parecía a un niño que no nació, a aun feto. —¡Si, aun feto, pero del tamaño de este! —secundó un poco en broma uno de los jóvenes, señalando a Feliciano. —Pero como que iba cambiando, iba creciendo. El Me'etan K'áax deseaba mostrarse como un señor, pero formó su cuerpo. — ¿Y luego? —preguntamos casi al unísono Silvestre, Alonso y yo. —Pues bien rápido, en poquitos días se hizo como un viejito. Era alto, así como tu, pero más grandote, más fuertote —detalló refiriéndose a la robustez del ente—. Después ya tenía una ropa blanca, hecha como de manta. Parecía muy viejo pero al mismo tiempo no. Su pelo era largo y blanco, sus ojos eran negros y se nos quedaba viendo muy extraño. En mi mente apareció una imagen: Rubén, el poderoso chamán de una tribu de indios lakotas norteamericanos que podía ser descrito exactamente con esos términos. Alto, robusto, cabellera larga y blanca, ropas blancas y holgadas de sencilla tela, pero con un porte impactante. Ese hombre me había otorgado en la década de los 90’s una profunda experiencia de transformación. Era como la versión masculina de Celeste, un hombre de conocimiento. Recordaría por siempre aquellos ojos con los que por primera vez me escudriñó Rubén, el Heayocan, ojos negros como dos pedazos de car­ bón y profundos como la noche. Sólo me quedaba en la mente la pregunta ¿Por qué adoptaría esa apariencia el Me'etan K'áax?


XII. El Altar en la Selva. Sentimos algo raro en el aire, como si de alguna manera la atmósfera hu biera vibrado convulsivamente. Todo adquirió un sentido diferente, irreal. Nuestros guías se apartaron a un lado para que pudiera avanzar, lo que me permitió ver perfectamente a la distancia, pues de alguna forma entre la maleza existía un ángulo perfecto desde el cual observar claramente un ob­ jeto rojo, ondeando dentro de la espesura. No podía dar crédito a mis ojos, pero por una increíble coincidencia –o por alguna causa desconocida­ lograba ver entre todos los árboles y matorrales una cosa que danzaba, retándome a ir hacia ella. Los demás retrocedieron un poco ante mi desconcierto, pero don Beto, tranquilamente se acercó a mi lado y me dijo casi en un susurro —eso que ves allá, es algo que nosotros pusimos para el Dueño. Pero no digas nada, al rato vamos, espérate, nada más. — ¿Qué pasó, qué viste? —me preguntó Ariel, casi nervioso. — No, nada. Creí ver algo, pero a veces uno se imagina cosas. — Miren, vengan por acá —repuso don Luis cordialmente acercándose para tomarnos del hombro. Nos separaron de ese lugar y nos llevaron a otros puntos de interés. Nos mostraron el claro que se hizo para permitir que descendieran los helicóp­ teros. Luego nos llevaron a una tosca choza que sirvió como cocina. La vegeta­ ción había crecido en todos esos meses y había cubierto casi la totalidad de las huellas de la presencia de 500 personas. Silvestre Leal y Ariel Alonso se envolvieron en una fluida charla con los muchachos más jóvenes, hablando de los aspectos y pormenores de aquél campamento. Eso permitió que nos separáramos, mientras realizaba mis mediciones con los dispositivos. Estaba tomando nota de las lecturas cuando percibí con el rabillo del ojo que alguien me seguía. Con un rápido movimiento de cabeza constaté que se trataba simplemente de don Beto. Él continuó con su relato de lo ocurrido, como aprovechando el ruido de la plática sostenida a lo lejos por los otros. — Tendrías que ver que pasó con el Dueño me murmuró a media voz.


Me explicó que continuó apareciendo, siempre a unos 10 o 20 metros de los abnegados rastreadores. Actuaba con un franco interés de hacerse ver, pero su actitud era pasiva, tranquila, expectante. Siempre se le observaba brevemente parado junto a cualquier árbol o roca, otras veces sencillamente avanzando con una libertad total por la jungla, como si las espinosas plantas o los densos matorrales no le impidieran caminar por doquier. En efecto, marchaba con un aire señorial, denotando que él era el Dueño del Monte. Fue hasta que a don Feliciano Collí Cuytún, el abuelo de Alex se le ocurrió que seguro ese señor deseaba ser visto, por que quería decir algo, sólo había que interpretar su mensaje. Fue cuando asoció de golpe un patrón, que aún a nadie se la había ocurrido. Visualizó las trayectorias descritas por la entidad y se asombró de encontrar que siempre al avanzar, se dirigía en realidad a un punto, sólo era necesario prolongar sus andanzas, y darse cuenta de que todas sus trayectorias convergían en un único lugar. Ese lugar, su posible meta era en si el mensaje. Cuando descubrió esa pauta rápidamente le avisó a don Luis y a don Silverio, para pedirles que acudieran ellos solamente con él a ese sitio. Mientras don Beto narraba esto, me observaba con una curiosa sonrisa impregnada de tristeza, recordando seguro a Alex. Prosiguiendo con el relato, don Beto, don Armando y don Silverio se separaron de los demás discretamente, aún cuando la multitud no los echaría de menos. A corta distancia, detrás de él los otros dos lo seguían estrechamente, en silencio. Pronto llegaron al lugar, a un pequeño claro en medio de un bosquecillo de cierto tipo de palmera llamada guano. Ahí no había nadie, pero con profunda reverencia se acercaron. En ese instante de su narración don Silverio me dijo haber visto un par de veces mientras avanzaban con los machetes haciendo un sendero, que a lo lejos y por el espacio breve entre los árboles, a ese hombre de cabello blanco parado ahí, justo en ese claro al cual se aproximaban. Inmediatamente ellos asintieron, mirándose entre si, al ver a ese ser ahí y sin mediar palabra entre ellos, se dieron cuenta de que ese boquecillo y su claro eran de un valor fundamental en la desaparición de Alex. Don Beto interrumpió en ese momento su descripción de los hechos, para decirme: — ¿Vamos? Inmediatamente acepté, calándome instintivamente el cuchillo de caza que ya estaba en su funda y asegurándome que el radio­comunicador


estuviera encendido. Entonces le avisé a Silvestre por el aparato que iría a un lugar con don Beto. Él me respondió que mientras inspeccionaría otras partes del área. Acto seguido don Beto hizo un breve movimiento con la mano, y de entre los matorrales a nuestro lado, salieron sin previo aviso don Silverio y don Luis. Di un respingo de sorpresa al verlos salir así, pues no los esperaba internados en la maleza. Después supuse que me habían llevado sutilmente a ese apartado recodo del sendero para ofrecerme la oportunidad de ir a con ellos. No lo sé, pero ante lo que fuera, los seguí para internarnos en la selva. Sólo esforzándome por caminar rápido pude sostenerles el paso. Casi les pisaba los talones y noté que su andar era firme y seguro. No existía sendero alguno. Con sumo cuidado rodeaban los árboles y me indicaban no tocar esta o aquella rama, pues secretan resinas capaces de lastimar la piel. La vegetación de Yucatán es sumamente alcalina y es muy común ver por doquier plantas venenosas que con sólo tocarlas con un rozón te dejan llagada la piel. Por eso procuro entrar a la selva con ropas de lona, mangas largas, guantes de carnaza y hasta anteojos de acrílico para los ojos. Ellos sólo llevaban sus humildes ropas de campesino, pero su ruda vida los inmunizaba un poco de todo esto. Al caminar, sentí mi atención dividida entre cuidar de no perderme – aun que llevaba el GPS­ viendo con detalle el entorno, y simultáneamente sosteniendo los sensores con ambas manos. Esperaba encontrar algún trazo anómalo de energías, y sí, a unas decenas de metros más adelante las encontré. Ellos de pronto se detuvieron, caminando ahora muy sigilosamente, como con un profundo respeto. Me paré, mirando como me hacían señas y pidiendo que me acercara. Me mostraban las raíces sobresalientes de un árbol y ahí, sobre una piedra, estaban unas hojas de tabaco atadas por un cordel y a su lado, semienterrada una botella de aguardiente. Inmediatamente me di cuenta de que estaba ante un altar y que esas eran ofrendas. Me dijeron, con voz queda y aire grave que tenían ya varios meses depositando ahí tabaco y licor, y que cada 30 días volvían a entregar otra ofrenda. Sorprendentemente me percaté con el GPS que ese claro estaba a sólo unos cien metros al norte de donde desapareció Alex. Por ahí debían de haber pasado muchas veces, buscando al chico. Aparentemente ese punto no tenía


nada de peculiar, más algunas sorpresas se nos deparaban para en unos momentos más. Nuestros amigos venían observando desde un principio, que siempre aparecía solamente el cordón suelto del atado de hojas de tabaco, y que la botella, siempre cerrada, quedaba después casi vacía. Yo lo constaté, por que al llegar vi como ellos renovaban la ofrenda, mientras que dejaba con cuidado nuevas hojas de tabaco atadas al lado de los cordeles sueltos de anteriores ofrendas. Los nudos con el que las sujetaban simplemente estaban deshechos limpiamente. La botella dejada antes estaba cerrada y casi vacía No creo que alguien haga un viaje de 4 horas por un tortuoso camino sólo para retirar el tabaco y llevarse el licor. La mayoría de la población de esta región es de origen maya, ninguno de ellos iría a quitar estas ofrendas, y los que no lo somos respetamos profundamente sus tradiciones y creencias. Así bien, por otro lado, los únicos que sabíamos de ese lugar y de lo que ahí se venía dejando, éramos únicamente los cuatro presentes. Me quedaba considerar la posibilidad de que el señor que se había visto andando por la selva, fuera lo que fuera, se había llevado agradecido los obsequios. Pero ahí no terminaba esto. Les pregunté si me permitían hacer uso de mis sensores, a lo cual me respondieron con un movimiento afirmativo de cabeza, casi como niños expectantes. En verdad me sorprendí pues no esperaba encontrar lecturas tan altas. En la investigación realizada sobre el lugar en el que se video grabó una extraña entidad no humana, en la ciudad de Mérida, caso conocido mundialmente como el “Extraterrestre de Mérida”, habíamos encontrado también niveles de energía electromagnética muy elevados, como también la presencia de otras energías poco estudiadas por la ciencia. Ahora en este remotísimo lugar, el Geiger estaba como loco, moviéndose la aguja del aparato se un lado a otro. Teníamos ahí una clara relación, testimonial y física, entre el Caso Mérida y el Caso Chen Solís. En ese preciso instante entró una transmisión al radio comunicador, que por ser inesperada nos sobresaltó. Llamaba el prof. Leal, diciendo: —Jorge Guerrero, Jorge Guerrero… ¿en dónde están?... ¿por dónde andan?... Al escucharlo, bastó para provocar en los hombres unos segundos de desconcierto e indecisión que pasaron de inmediato, calmándose. Supieron


que era conveniente compartirle a los demás compañeros de la expedición la existencia de este importante lugar. Me alejé unos convenientes pasos y les di la dirección y coordenadas por el radio comunicador, para que con el otro GPS nos situaran. Les pedí además que acudieran a nuestra posición con sumo sigilo y respeto, pues era un sitio con profundo sentido espiritual, y apagué la radio. A unos minutos de esto, llegaron Silvestre y Ariel, caminando con extremo cuidado entre la peligrosa maleza. Los llamé a donde las ofrendas, y los puse al tanto. Entre susurros les mostré el Geiger y apunté hacia el cordel desanudado y hacia la botella vacía. Los hombres estaban aturdidos, perplejos; Silvestre, recuperó la serenidad casi en el acto. Todos volvimos la atención, casi hipnotizados al aparato, que plácidamente movía rítmicamente su aguja indicadora, ahí en el suelo, a un lado de las ofrendas. Don Beto continuó con su relato — Pues si, hemos venido más o menos cada mes para darle una buscadita a Alex….y de paso traer esto para acá. Siempre deja Me'etan K'áax todo así —dijo apuntando a los cordeles y la botella—. Pues ha de estar contento. Él nos describió como en una de esas ocasiones, alcanzó a ver un poco mejor al enigmático personaje. Andaba dando un recorrido por los alrededores cuando advirtió un movimiento, aun antes que la distancia le permitiera ver que ocurría. Era algo blanquecino que se movía rápidamente entre la maleza, casi corriendo pero sin hacer ningún ruido. Silencioso, veloz, se desplazaba como si no hubiera por todos lados espinosos obstáculos que dominan el entorno. Don Beto se escondió detrás de un árbol, escuchando atento para esperar qué ocurría. Desde ahí lo volvió a mirar, ahora mucho mejor: era un ser con apariencia de hombre entrado en los 60 o 70 años, dotado de una fuerte complexión, larga cabellera y ojos profundos y serenos. Estaba en pie, sin andar, al lado de un gran árbol. Parecía que estaba permitiendo que lo mirara un poco, antes de seguir con su carrera; luego se marchó casi como alma que lleva el diablo, internándose en lo espeso de la selva.


Don Beto sólo atinó a levantar las manos como para protestar, para exigirle razón de Alex, pero enseguida cambió de parecer y tomó su camino encogiéndose de hombros. Ya tendría oportunidad de cruzarse con él después. Mientras terminaba su relato, los demás nos movimos un poco inquietos, pues era muy fuerte una sensación imperante en el ambiente, era como si una presencia invisible nos mirara simultáneamente desde todos lados, como si estuviera a punto de ocurrir algo sorprendente. Don Beto nos miró, y dijo llanamente: — Bueno, pues vámonos. Así, nos retiramos, pero antes de hacerlo, me quedé para expresar mi agradecimiento a los seres invisibles en ese lugar y les entregué todo el tabaco que me restaba, esparciéndolo en el sitio. Desde ahí nos dirigimos hacia unos de los cobertizos del campamento, siguiendo a nuestros amigos que poseen un sentido de orientación más preciso que el mismo GPS. Ellos directo nos llevaron hacia allí, y al salir a la vera del sendero, Ariel se dio cuenta de que una pequeña toalla –la cual le gustaba mucho­ se le había perdido mientras salíamos de entre la vegetación. Él dijo que la traía para secarse el sudor del cuello, y que en ningún momento la había dejado de agarrar. Inmediatamente nuestros amigos mayas le dijeron que si era algo que a él le gustaba, entonces que se tranquilizara, por que esa había sido su ofrenda al lugar y que la habían tomado con agrado los seres invisibles de ahí. Los ámbitos de la Ovniología, lo Paranormal y la Parapsicología se ven, comúnmente, mezclados como una sola cosa. Por eso no me resultaba extraño concebir que este misterioso caso de desaparición repentina de un niño, estuviera impregnado de tantos aspectos mágicos y hasta espirituales.


XIII. ¡Un torbellino de fuego se lo llevó! Anduvimos todavía un poco recorriendo el área, pero en eso el Sol arreció y fue mejor irnos a refugiar bajo la fresca sombra de una palapa. Lo s más jóvenes se habían marchado, yendo a buscar algún venado para cazarlo. Su constante impulso de internarse a cazar quizás se remonta a la remota memoria genética de nuestros ancestros, acechando hace milenios a su presa. Don Beto le entregó a cada uno sólo dos cartuchos. Les dijo que perdían su tiempo por que ahí no les saldría nada. Que los venados estaban ocultos, como tantas cosas en esa selva. Aún así, entusiastas se fueron y nosotros mientras nos comimos unos trozos de carne de cerdo asada en un pequeño fuego. Es muy importante beber pequeñas cantidades de agua constantemente en esta región, so peligro de insolarse severamente. Comimos y charlamos plácidamente, y como la tarde ya estaba muy avanzada, el estupor del sueño vespertino nos cayó encima. Decidí irme a tomar una breve siesta dentro de la cabina del camión, pero una inacabable nubecilla de moscas chupasangre no dejaba de posarse, insistente sobre mí cansado cuerpo. Decidí salir a caminar otro poco y tomar de nuevo más lecturas de la energía. El Sol se enfiló hacia el horizonte y los muchachitos retornaron. Traían las manos vacías pero aún así estaban contentos. Don Luis nos llamó a todos, diciéndonos que había llegado el momento de entregarle a Alex ­simbólicamente, claro­ el rico presente que le mandó su madre. — “El pastel” —pensé al recordar ese encargo. —Claro vamos —exclamó alguien. Así pues nos dirigimos al lugar de donde desapareció Alex con el pastel en las manos de su padre. Don Luis depositó en el suelo el pastel y fue ahí cuando me pidieron que dirigiera de alguna manera unas palabras. Eso me tomó por sorpresa, pues me sentí indigno de ese privilegio. Aún así manifesté a viva voz mi deseo de que él estuviera bien, y que las entidades


que se manifestaban en ese lugar nos permitieran saber que el niño estaba bien. Mientras hacíamos entrega del pastel, era inevitable la pregunta ¿Y qué pasó con Alex? ¿Por qué razón se aparecía ese extraño ser? ¿Por qué la insólita energía del lugar? A final de cuentas, ¿qué demonios pasa ahí? Y las respuestas, por lo menos algunas, llegaron al escuchar mis interrogantes internas. Decidió don Luis que comiéramos del pastel, lo cual hicimos con gusto y placer. Sólo la mitad la dejamos para que fuera devorada por los animales de la jungla, y quizás los extraños seres que por ahí deambulaban se acercaran a tomar un poco. La noche se cernió velozmente sobre nuestras cabezas obligándonos a preparar nuestro retorno cruzando en plena noche ese difícil camino de varias horas por la selva. Así me di cuenta de que este tipo de cosas tienen un ritmo de revelación dramático, paulatino. Es como esperar que el mundo esté preparado para enterarse de las di­ versas capas que la verdad tiene, pero en realidad nunca está preparado. Al mundo hay que forzarlo. De la misma manera como la vida me ha forzado a entender que este mundo es muchísimo más grande y misterioso de lo que haya concebido. José Feliciano sirvió como medio para que todo el conocimiento que ellos tenían del caso, brotara espléndidamente. Este jovencito, de descalzos pies y firme andar se acercó tranquilo al resto del grupo. Recogíamos en esos momentos las pocas cosas que por ahí pudiéramos haber dejado regadas. Nos miró y tomándose con una mano el ala de su raído sombrero negro comenzó: — Pues fíjense ustedes que a Alex ya sabemos quién se lo llevó. Su firme afirmación nos tomó por sorpresa. El sobresalto sólo se restringía a nosotros tres, los investigadores. Los demás miembros de la expedición mostraban una calma extraña, como de mutua complicidad — “Changado” —pensé—, “estas gentes tan recelosas nos han dado todo a cuenta gotas”. — ¿Pues cómo está eso? —dije, quizás con un tono demasiado norteño, ya con un tinte de cierta molestia en la voz.


Con la espesura de la noche rodeándonos de pleno, el muchacho siguió hablando. Prácticamente no se veía nada en medio de esa enigmática selva. — Se lo llevó un remolino rojo, como de fuego. Yo lo vi. ¡Tú también lo viste, y tú! —reclamó con un dedo extendido hacia los otros. — Si, casi todos lo vimos antes de que se llevara a mi hijo —dijo don Luis con cierta voz tenue y lúgubre —y mi mujer me dijo aquel día que no lo trajera pa’ acá, por esa cosa andaba buscando a alguien. — Deja que yo les diga de eso, Luis —pidió conciliadoramente don Beto—. Desde como un mes antes de que se lo llevaran, nosotros comenzamos a ver una cosa que venía del cielo, como buscando algo. Nosotros le decimos en maya moson chak8… ¿cómo se dice en español muchacho? —preguntó a Jorge la traducción. — Remolino rojo —contestó aquel. —Un remolino rojo, pero parecía de fuego —prosiguió don Beto—. Yo he visto a veces remolinos en la televisión de esos que se hacen en Texas. Mi hijo que se fue pa’ los Estados Unidos nos platicó que una vez vieron uno grandote en el campo, pero era de aire y tierra. Y esos remolinos que los gringos tienen rompen todo. Ni son de lumbre tampoco. El que nos salió en el monte era colorado y como que traía candela9. Echaba un ruido raro, como un wo’oj muy fuerte. Esa palabra, con la que se refería al sonido, ya la conocía pero siempre me confundía al momento de intentar traducirla apropiadamente. Según el contexto en la que se aplicara, poseía dos significados: uno era para decir zumbido de abejas, y el otro para indicar el sonido creado al vaciar agua de una vasija a otra. Para no obtener una interpretación incorrecta decidí pedir que me lo aclarara eso. — Perdone que lo interrumpa, pero me haría el favor de hacer ese sonido, para que lo escuchemos.

8 Literalmente se referían todos los testigos a un objeto muy similar a un remolino de viento de color rojo e ígneo, pues usaron para referirse a este fenómeno las frases MOSON CHAK (torbellino rojo) y MOSON CHAKJOLE’EN (torbellino de fuego), utilizadas en maya en diversas ocasiones (N. del A.). 9 Palabra de uso regional para referirse a brasas y chispas (N. de A.).


— Claro que si Jorge —concedió él. El sonido que reprodujo esa similar a un zumbar sostenido. Claudio apuntó que el también había escuchado ese sonido y que se parecía mucho a de los motores eléctricos. — La primera vez que nos salió andábamos metidos por allá —y apuntó con un dedo hacia la lejanía—, buscábamos unas plantas medicinales cuando de pronto se oyó un wo’oj. Venía de arriba, se escuchó al principio poco a poquito y luego se hizo muy fuerte. Nos asustamos por que creíamos que eran las abejas que nos venían a picar. Pero al ver pa’ arriba ahí estaba el moson chakjole’en. Bajaba desde el merito cielo hasta casi tocar los árboles. Traía candela y se movía como una culebra. La parte de abajo tenía un hoyo, como si fuera una boca y parecía que buscaba algo. Este y yo nos quedamos parados, sin movernos pero el moson chak se dio cuenta de nosotros y comenzó a ir pa’ donde estábamos escondidos. No hablamos ni hicimos ruidos y pasó encimita de nosotros. Así me fijé que parecía como una trompa que andaba oliendo el monte, rastreando algo. Luego se fue volando haciendo más fuerte wo’oj. Cuando regresamos al campamento, fui con Feliciano — refiriéndose al abuelo del Alex— y le platiqué que vimos. Él sólo dijo que como eso andaba buscando algo, entonces volvería. Luego nos salió a nosotros como una semana antes de que se llevaran a Alex—continuó Claudio—. Nos fuimos temprano a buscar venado. Íbamos estos y yo —declaró refiriéndose a Jorge y al joven Feliciano—. Mi papá nos dio pocos cartuchos esa vez. Él dijo que no habría de todos modos nada que cazar, que algo acechaba en el monte. Nos fuimos sin creerle nada pero al mediodía todo se puso muy raro. Ningún animal hacia ruido. Todo el monte se quedó quieto, muy callado. Luego escuchamos el sonido. Yo creí que era un helicóptero. Los he visto cuando pasan para Celestún. Pero el ruido se hizo más fuerte y llegue a pensar que se iba a caer encima de nosotros. En eso, éste — e indicó hacia su hermano con un leve movimiento de cabeza— gritó que algo pasó volando encima de nosotros. Ahí lo vimos pasando arriba de las matas y le vimos un agujero en la punta de abajo. Adentro sólo tenía lumbre pero no sentíamos nadita del calor de ese fuego. Las matas casi ni se movían, como si el remolino no estuviera ahí. Yo también creo que parecía una trompota que buscaba algo. Hace mucho en Mérida fuimos al circo y ahí tenía un elefante para que se acercaran los niños y lo tocaran. Yo le agarré la trompa y el animal me olió con ella. Pues igual el remolinote se movía como


la trompa del elefante, como buscando algo. Feliciano le quiso disparar, pero Jorge lo detuvo y le dijo que se calmara, sino esa cosa nos agarraría. Estábamos muy asustados pero no nos movimos nada. Luego esa cosa se cansó y se fue volando muy rápido hacia las nubes, haciendo el zumbido más fuerte. Luego el monte volvió a estar normal. Parecía como si alguien hubiera prendido de nuevo los sonidos de los animales. De ahí mejor nos fuimos corriendo por miedo de que volviera otra vez esa cosa. Mi papá y mi tío nos dijeron que ya no fuéramos a cazar por un tiempo. — Y después de ellos, a nosotros, dos días antes de lo que le pasó a Alex, también vimos el moson chak pero ya de noche —intervino don Luis—. Todo el día estuvimos batallando con las colmenas, pues todas las abejas estaban muy molestas y no podíamos calmarlas con nada. A mi suegro no lo picaron pero a mi, muchas veces. Por eso se nos hizo tarde para irnos a Tetiz. Estábamos trepando algunas cosas al camión, cuando en eso todo quedó muy calladito. Mi suegro y yo nos quedamos en silencio, por que cuando el monte se calla, es que algo va a pasar. Luego empezó a brillar por allá. Parecía un incendio en el monte, pero la luz tenía algo diferente. Muy rápido nos alcanzó hasta acá esa luz y así pudimos ver clarito el moson chakjole’en. Se parecía a unas víboras rojas que se llaman wol poch’, muy peligrosas por su ponzoña. Parecía que buscaba a su presa, moviéndose con cuidado, acechando algo con la parte de abajo. El ruido era igualito al de muchos enjambres molestos, pero también no. Sonaba algo raro, no sé, diferente. Se paseó por todos lados, pero no bajaba hasta el suelo, sólo por arriba de las matas. Mi suegro me dijo así con la mano —luego la agitó lentamente— que me sentara en el suelo. Él también se sentó y nos pusimos a rezar, mientras eso se iba. Paso así un rato busque y busque algo, pero no encontró nada que le interesara y se fue para arriba, así como si lo hubieran chupado desde lo alto. Después el monte volvió a sonar vivo y todo se puso normal. De ahí nos fuimos con mucho cuidado. — Y luego volvió eso por Alex —murmuré. El comentario nos hizo quedar callados por otro instante. Miré a derecha e izquierda, escrutando la oscuridad. En el aire tranquilo, los movimientos de cualquier sonido, por leves que fueran, se oían a distancia. Los extraños aspectos de este caso iban en crescendo, construyendo algo así como una enorme torre de Babel. Cada vez entendía menos y cada vez la complejidad del asunto ascendía a dimensiones menos humanas.


— Eso creemos —dijo don Beto, rompiendo el pesado silencio y tomando para si mi comentario—. Ese día en el que desapareció el niño, nadie vio ni oyó al moson chak, pero si estuvo muy raro aquel domingo. Desde la mañana en que llegamos no se escuchaba nada en ningún lugar. Ni las aves, ni las bestias, ni los árboles hacían ruido. El viento estaba calmado, ni una brisa, nada. Pero las abejas estuvieron muy intranquilas, casi todas estaban adentro de las colmenas y no salían para nada. Sólo se movían inquietas…muy inquietas… La mirada de aquel hombre se tornó diferente, como evocando algo distante y oculto para mi. Todavía faltaba mucho para que apareciera la Luna, y aún no terminaba de emerger toda la fantástica historia de lo ocurrido en ese remoto paraje, por que a ciencia cierta yo no sabía en esos momentos si el remolino de fuego se había llevado al niño, pues nadie me habían dicho todavía que hubiera algún testigo de esa posibilidad. Pero existía algo en la forma en como nos habían contado las cosas que me hacia pesar que ellos tenían de algún modo la certeza de que así había ocurrido. En varias ocasiones se habían referido claramente al hecho de que al niño se lo habían llevado. Dejando aparte la posibilidad de una errónea interpretación gramatical por mi parte, era claro también por sus actitudes que en verdad pensaban que individuos o entidades no humanas eran los responsables directos de todos estos sucesos. Esos seres actuaban con una razón, por lo tanto son seres poseedores de inteligencia, pero es obvio que un tipo de inteligencia muy diferente a la nuestra. Pensemos en que esto no forma parte de nuestro mundo de cosas conocidas, de que desde el punto de vista de la ciencia oficial no hay nada que sea capaz de poseer una apariencia nebulosa y que después eso se troque gradualmente en algo similar a un hombre anciano, el cual además pueda deambular libremente entre una espesa, venenosa y lacerante vegetación. No podemos explicar también la ausencia total de huellas y trozos de tela de ese enigmático personaje. Como encajar en nuestras concepciones “racionales” el innegable hecho del literal desvanecimiento de Alex, del cual nada quedo, simplemente una ausencia total de él o algún vestigio de su presencia. Sumemos a esto el testimonio de estos humildes campesinos mayas que atestiguan la existencia de un incomprensible torbellino de fuego inocuo dotado de aparente


intención, como si fuera dirigido por una desconocida inteligencia. Incorporaré a esto nuestro hallazgo de potentes energías que nada deberían de estar haciendo en ese lugar, pero que sin embargo emanan como silenciosa prueba de que algo que pertenece a otro reino ocurre allí. Celeste tuvo toda la razón al decirme, enfática, que la vida responde con firmeza a los más honestos deseos. Tenía ante mí un caso extraordinario que me permitiría elaborar un escrito en el cual podría, finalmente, plasmar en un libro las experiencias obtenidas desde este lado enigmático y fascinante de la realidad. Celeste siempre me indicaba que las palabras deben de ser claras y contundentes para que el futuro las escuche. Deben ser dichas con el cuerpo y el corazón. La intensidad de mi vivencia al lado de estas personas era tal, que me insuflaba de esa necesaria contundencia con la que diría en voz y escritura mis palabras. — ¿Ves esas nubes que pasan rápidas? —me preguntó con tranquilidad don Beto, separándome unos pasos de los demás mientras que don Luis llevaba hacia el camión al silvestre y Ariel—. Te hablaron a ti antes que a mí. Hay otros que han sido llevados antes por el moson chak. Y uno de ellos, el más sabio nos explicó todo lo que está pasando aquí. Pero además nos habló de ti, dijo que ya sabía él que todo esto pasaría, que ustedes vendrían y que tú tendrías que hacerle saber a todos los demás estas verdades —remató con esas frases su insólita declaración.


XIV. Mensajero. Cómo, qué quiere decir con eso? —exclamé sumamente confundido. — Mira Jorge, nosotros ya sabíamos desde hace meses que ustedes vendrían. Deja te digo por que. Como no aparecía el niño, Luis fue a pedirle ayuda a los h’meen. Primero vinieron unos de Hunucmá y Sisal, pero apenas llegaron, uno se puso muy mal. Vomitaba y gritaba como loco; el otro sintió algo y tuvo miedo. Mejor los regresamos pa’ sus casas pero no nos dijeron que les pasó. Solo lloraban y decían que con eso de aquí no podían. Luis se comenzó a desesperar y fue a muchos pueblos para encontrar algún h’meen que quisiera venir. En todos lados le decían lo mismo, que lo que paso aquí era algo con lo que no podían hacer nada. — ¿Y no daban alguna razón, algo? — — Nada. Hasta que le dijeron que fuera a un pueblito cercano a Halachó, con don Raúl. Que él nos ayudaría a encontrar a Alex. Narraré con mis propias palabras todo lo que me reveló don Beto, con la intención de hacer fluida la exposición. Me platicó como fueron don Luis y su esposa Ximena hasta el pequeño poblado de Cepeda, al sur del estado de Yucatán, muy cerca de la ciudad de Halachó. Apenas llegaron a la casita en donde vive, Ximena se puso a llorar sin consuelo. Don Raúl, al escucharla así le dijo que dejara de hacerlo, que entraran y se sentaran. El anciano hombre no habla ni una pizca de español y únicamente utiliza su lengua natal, el maya para comunicarse con todos. Don Luis y su señora esposa naturalmente al ser bilingües ­hispano y maya hablantes­ lograron establecer una plática normal y fluida con él. Les dijo que al niño no le gustaba verla llorando, que por eso tenía que calmarse. Los padres hicieron inmediatamente silencio, no entendiendo por que hablaba así ese anciano. Él les ofreció asiento y fue ahí cuando se dieron cuenta de que era ciego. El hombre tendría más de 80 años pero su cuerpo se veía aún fuerte y ágil. El lugar era como cualquier choza maya, constituida por una simple habitación ovalada de paredes de roca y techo de hoja de palma. La notable escasez de muebles no les extraño, era algo común en las regiones apartadas. El h’meen les informó que él ya estaba enterado de todo el caso, que no necesitaban decirle nada. Ante eso ellos pensaron que con seguridad alguien enterado de que ellos irían, le había notificado de toda la situación sin que


ellos se dieran cuenta. Pero no, despejaron de sus mentes esa suposición: don Raúl era considerado en toda la península uno de los más poderosos h’meen, sino el que más. Prosiguió don Raúl, diciéndoles: — El niñito está bien, está vivo. Yo sé que lo volverán a ver con bien, por que los que se lo llevaron son los mismos que me llevaron a mi hace muchos años. Los padres, de por sí ya impresionados, recibieron esta información como el impacto de una ola — Sí, ya sé qué piensan pero dejen que les explique: me llevaron cuando tenía 16 años. Yo estaba con mis amigos jugando afuera del pueblo. Era el día del patrono del pueblo, y había fiesta desde temprano. Toda la gente iba y venía, entrando y saliendo de la capilla. En eso estábamos los muchachos y yo corriendo en las afueras del poblado cuando todos hicimos silencio por que de lo alto, desde adentro de una nube oscura salió una cosa muy rara. Yo nunca había visto algo así, pero los mayores ya sabían algo sobre eso. Todos comenzaron a correr, muy asustados. Era el moson chak que bajaba de los cielos para buscar al que debía de llevarse. Todos nos quedamos ahí, parados sin saber qué hacer. La boca que tiene abajo el moson chakjole’en soltaba fuego, pero no llegaba a caer hasta el suelo. Emitía un sonido muy fuerte, como de millares de abejas al mismo tiempo, pero sonaba como si estuvieran adentro de tu cabeza. Llegó directo hacia mí, y me jaló, metiéndome en su panza para llevarme con los señores. «De repente vi todo oscuro y sentí como si todo mi corazón se volteara al revés. «Cuando recuperé el sentido estaba tirado al otro lado del pueblo y ya era de tarde, pero todo se veía extraño, como si las cosas de mi pueblo hubieran cambiado. «No podía entender que pasaba por que vi a mucha gente corriendo hacia mí y me asusté mucho, por que de alguna manera me resultaban familiares pero al mismo tiempo no. Todos se veían de una forma que no podía comprender, pues mis amigos se veían más altos y fornidos, con bigote y ropas diferentes. Las casas también se veían muy extrañas. Como más viejas. Miré un árbol al que yo me trepaba y con miedo me di cuenta de que estaba mucho más grande.


« ¡Todo parecía que había envejecido, como si el tiempo hubiera pasado de pronto muy rápido, pero sin haberme dado cuenta! Los demás me rodearon con igual temor; no dejaban de mirarme con sorpresa. Estaban mudos. Era como si estuvieran viendo a una persona sin cabeza pero viva. «Grité lleno de terror, preguntando qué estaba pasando. Mi madre se abrió paso entre el gentío y me abrazó, diciendo mi nombre mientras que levantaba la vista hacia el moson chakjole’en que se alejaba hacia arriba, metiéndose en una nube. Escuché en ese momento como mi madre dijo “Está vivo. Me lo regresaron igual que cuando se fue”. «En ese momento me di cuanta claramente de que había pasado. No comprendía como, pero mientras esa cosa me tomó, para mi sólo habían pasado únicamente unos instantes y para todos los demás habían trascurrido muchos meses, quizás años. Me retornaron dos años y medio después del día aquel en que me llevaron, sin sufrir yo ningún cambio en mi apariencia y sin poder recordar en donde había estado. «Sin embargo me sentía cambiado de alguna manera muy profunda, algo ya no era lo mismo dentro de mi. «Y lo supe en esos momentos, mi cabeza y mi corazón vivían diferente al de los demás, Era ya un h’meen. No importaba como, pero sabía cosas que antes de ser llevado no conocía y que ni siquiera me imaginaba. «Además podía escuchar en mi mente una voz que me decía “no trates de recordar en dónde estuviste todo este tiempo”. Algunos años después recordé todo lo que viví en esos dos años y medio y te pudo decir Luis, que si te lo cuento, entonces regresan, y a ti y a mi nos llevarían para siempre». — ¿Pero a mi hijo, también se lo llevó el moson chakjole’en, verdad? Nosotros lo vimos acechando para llevárselo —interrogó el padre. — ¿Y lo van a regresar como a usted? ¿Está bien mi niño? ¡Hay Dios mío! —exclamó emocionada la madre, reclamando respuestas. —Si. Él está bien, muy bien. Está vivo y lo van a regresar cuando sea el momento. Mientras, a él también lo están preparando, lo están cambiando — así respondió don Raúl—. Va a poder curar a las personas y muchas cosas más. Las habilidades que él tendrá serán especiales. Va a ayudar a los demás por que hay muchos problemas en el mundo; hay gente mala que quiere extender su mal para todos lados, y si se lo llevaron es para hacer a Alex un hombre de bien que haga algo por la gente.


— Mi hijo, mi Alex, ¿Por qué al él? ¿Por qué no a otro? ¿En dónde lo tienen? —volvió a preguntar la madre. — No se cómo le hacen para escoger a quien se llevan. El niño fue escogido y ya. Además te diré a él está en otro lugar que no es de este mundo. «El niño puede venir, y lo hace, pero es invisible. Se mete por las noches a la casa de usted, pero no lo pueden ver. Les deja señas de que el está bien. Él la vé a usted pero no le gusta verla llorando. Por eso no llore. Sepa que Alex está bien. « Al día siguiente que se lo llevaron, Alex fue a la casa de ustedes, pero en la forma de un viento10. Se metió a la casa y se paseó. Les dejó una marca de su presencia en algo que a él le gustaba mucho. Sólo acuérdense —dijo el anciano de forma enigmática, dejando un breve instante para que ellos asimilaran un poco todo— ». En efecto, don Luis me explicó que al día siguiente de la desaparición de Alex, en su casa solamente se encontraba Ana, la hermana menor de Ximena. Ella tenía la responsabilidad de alimentar a los animales del corral: gallinas, guajolotes y unas cuantas cabras. Al dirigirse temprano con la comida para cumplir su tarea, encontró, para espanto de ella, que una de las cabras había sufrido durante la noche una extraña mutilación. Al animal le faltaba completamente la oreja derecha, como si alguien la hubiera cercenado limpiamente, sin dejar tan siquiera un rastro de sangre alrededor de la herida. Según contó después la sorprendida mujer, el animal se comportaba de forma extraña, como si estuviera medio dormido y no comió durante algunos días. Lo más particular del asunto es que esa cabra había sido regalada a Alex pocos días antes de su desaparición. El niño insistió tanto en que se la obsequiaran, que al padre no le quedó remedio. El niño se iba a encargar de los cuidados del animal al cual de cariño le puso el mote de “orejoncito”, por ser una cabra precisamente de orejas muy largas. Esta misteriosa amputación fue ignorada totalmente por la familia, hasta el momento en el que don Raúl les dio a entender que esa era justamente la señal del niño a la que se refería. Una vez que don Raúl percibió en ellos un deje de comprensión, prosiguió con sus revelaciones. 10

En forma de Viento: Modo coloquial en la cultura maya para referirse a una entidad etérea, sutil o de índole espiritual (N. del A.).


— Alex como les digo está bien. Cuando regrese es posible que no pueda recordar exactamente en donde estuvo, o qué pasó mientras. O puede ser que si. Durante muchas generaciones, desde hace muchísimo tiempo, el moson chakjole’en ha venido para llevarse a niñas y niños de la nación maya. Se los leva a con los señores para ser transformados. Siempre regresan como los verdaderamente más poderosos h’meen. Los demás h’meen que no son llevados son solo aprendices de los que sí. « Así, cuando fuimos traídos de regreso, fue cuando estaban muchos para ver al moson chakjole’en bajar desde las nubes y soltarnos con cuidado en el suelo. Los verdaderos h’meen tenemos que ser vistos regresando así para que nuestro pueblo crean en nosotros, para que con toda certeza sepan que fuimos traídos por los señores y que traemos un regalo. «Alex va a ser regresado, no sé cuando ni en dónde; pero lo que si sé es que lo dejarán a plena luz del día enfrente de muchísima gente, para que todos vean el portento y crean en lo que trae el niño. Regresará también con la misma apariencia con la que se fue. No habrá crecido ni un día, pero todos los demás sí —luego se interrumpió el hombre ciego, como si necesitara escuchar una lejana voz que le decía algo—. Él será retornado en medio de una gran multitud… la gente…el mundo deberá de enterarse del suceso. Lo dejarán en un lugar diferente al que fue tomado…si…en una ciudad con mucha gente…y en medio de las tareas y los trabajos de todos será devuelto». Lo dicho por el anciano h’meen había sobrecogido a los padres de Alex. El simple acto de pensar que su hijo estaba en manos de entidades no humanas, y siendo preparado de manera inimaginable para un destino insospechado, era algo muy difícil de hacer. Eran cosas que en mucho sobrepasaban su pequeño mundo de campesinos. Pero lo que tenía que decir don Raúl aún no había concluido. — Ustedes como padres debe d ayudar al niño. Sólo espérenlo regresar. Tengan calma y fe en que todo estará bien. Cuando sea devuelto el necesitará de toda la protección y cuidado que le puedan dar. Recuerden, cuando él regrese no recordará en donde estuvo y estará muy confundido. Yo en esos día ya no estaré en este mundo y por eso no lo podré ayudar, pero ustedes si. « Para que su camino esté más abierto para cuando él retorno, habrá alguien en quien tendrán ustedes que confiar. Es un hombre que no es maya.


Pero como si lo fuera. Entenderá de nuestras costumbres y creencias y llegará dentro de algún tiempo. No lo busquen, pues ese hombre los buscará a ustedes. Se acercará para tratar de saber qué pasó y para ayudarlos. Ustedes muéstrenle poco a poco la verdad de lo ocurrido. Comprueben si desean su identidad, pero una vez que sepan que él es de quien les hablo, entonces deberán de revelarle todo lo que sepan sobre Alex. Incluso díganle esto mismo que les digo ahora. Algo que les ayudará a saber quién es, será ver que usa máquinas para confirmar la presencia de los vientos y de los señores. Él podrá ver al Me'etan K'áax, usando máquinas que cargará por el monte. « Pues a ese hombre díganle de todo lo que ustedes sepan, por que él ya fue escogido desde antes que todo esto pasara. El fue escogido para hablarle al mundo sobre Alex, el moson chak y el Me'etan K'áax, para que el mundo este preparado para recibir al niño cuando lo retornen». Eso fue cuanto dijo don Raúl, el h’meen ciego de Cepeda, antes de mandar a los aturdidos padres de Alex de nuevo a su casa. Y esto es lo que me terminó de aportar don Luis, rodeados de nubes de mosquitos y a punto de subir al vehículo. Una tempestad de pensamientos se abatía dentro de mí, tratando de darle cabida a todo lo descubierto durante ese extraño día. Sentía un terrible peso sobre mis hombros. Me veía a mí mismo del tamaño de un minúsculo átomo siendo llevado por enormes corrientes de fuerza hacia ignotas direcciones, desprovisto de cualquier control sobre mi vida. — ¡Está bueno ya! ¡Vámonos que ya es tarde! —se escucho el grito de alguien, con tal fuerza que me lanzó de lleno contra la nocturna realidad que me rodeaba. Horda enteras de insectos amenazaban con meterse por nuestras bocas y nariz y mientras los demás ya había abordado el viejo camión. — ¡Bueno, vámonos ya! El camino es muy largo —con ese segundo grito reconocí la voz de Jorge, quien nos urgía a don Luis y a mi para subir — Acá siguen platicando, ¡vámonos! — Si Jorge Guerrero, eres tú el escogido para hablarle al mundo sobre todos estos portentos. Debes de hacerlo para que la gente vea más allá y comiencen a comprender la verdad. « Por eso a ti te hablaron las nubes que pasan, antes que a mi — terminó don Luis mirando hacia el cielo.



XV. Vision Quest Después de un extenuante viaje de retorno hasta Mérida, compartí con mis compañeros ufólogos la información recién revelada. Coincidimos en que era importante formalizar la investigación, incorporándole más datos y análisis. Al llegar a la casa del profesor Silvestre me despedí, dejando a un lado el pesado sueño que aplastaba a mis párpados con el tremendo esfuerzo de las anteriores 24 horas. Me dirigí decidido a nuestra casa para hablar con mi esposa; me urgía hablar con ella de toda le experiencia y comenzar juntos a acomodar las cosas que me desbordaban. El amanecer me iluminaba mientras estacionaba fuera de casa. No sé como supo que ya iba a llegar, pero Celeste ya estaba levantada y esperándome. Al escucharme llegar salió muy contenta a recibirme. Mi corazón aleteaba de contento. La abracé y le dije: —Celeste, ¡Está bien cabrón este caso! ¡Tiene de todo! —A ver, vente, ya tengo agua para hacernos un cafecito —me respondió ella. Tomamos asiento ante la mesa de nuestra cocina y comencé mi relato. Le hablé del niño y su desaparición. Le detallé lo referente al los extraños seres y cosas raras que haya pasan. Y me concentré en todo lo que en particular me implicaba directamente como divulgador de esos hechos. Celeste me escuchaba muy atentamente, haciéndome preguntas en ocasiones para aclarar ciertos detalles. Al terminar la historia, ella se levantó y salió por la puerta al frente de la casa. Clavó su mirada en un frondoso naranjo que tenemos en el jardín, encendió otro cigarrillo y a continuación inhaló profundo, con calma. Y me dijo: — ¿Ves mi Jorge?, te dije anteayer en la tardecita que si deseaban con gran honestidad lo que deseas, lo podrías obtener. ¡Me da gusto que veas que las oportunidades incluso llegan hasta la propia puerta! « Esto que fuiste a vivir allá me recuerda otras cosas que te han pasado, pero llegaste ya a un punto al que te habías resistido a arribar. Tienes


que vaciar lo traes en ti y compartirlo, para que así puedan llegarte nuevas cosas. Ya te mandó decir ese viejito maya, don Raúl, que debes de hablar de eso al mundo. «Tienes muchos años aprendiendo cada vez nuevas cosas, pero te has resistido muy tercamente a sacarlo. Si no lo haces vas a tronar y van a tronar todas las cosas de tu vida. Nada más te digo una cosa: si vas a hablar de esos seres que ser llevaron al niño, acuérdate de lo que te pasó en la “vision”. No se te olvide lo que hablamos en aquella ocasión en la sierra, para que no le vayas a dar a todo el asunto un giro del cual después te arrepientas. Si lo vas a divulgar más que nada siente con ganas lo que tengas que decir. «Esos seres mágicos de los que hablan los mayas no son diferentes en su esencia a los otros que hemos visto o sabido de ellos. El Universo es un lugar vasto y misterioso y eso lo hace más interesante ¿no crees? «A mí se me hace que quienes se lo llevaron no fueron extraterrestres en el sentido habitualmente entendido. O sea, no se lo llevaron seres de otro planeta que hubieran llegado en sus naves a raptar a alguien. «Por el mensaje que te mandó don Raúl, diciendo que ese remolino se lo llevó para transformar al niño en alguien poderoso y capaz de hacer el bien, entonces pienso que fueron sencillamente los Primordiales, llevándolo a algún nivel de la realidad desde la cual Alex obtendrá sus nuevas capacidades. ¿O tú qué crees? —preguntó finalmente ella. —En todo eso tienes razón. No lo había pensado así ni de ninguna otra forma. Simplemente me vi forzado a captar datos y apenas alcancé a considerar que juntos razonaríamos esto —dije—. Celeste se refería claramente a una intrigante experiencia que tuvimos hacia algunos años atrás, en el norte del país. En aquella ocasión la oportunidad de establecer un contacto directo con algo venido desde otro reino fue para nosotros contundente. Aquello comenzó en una fría mañana a principios de febrero de 1995. Éramos un grupo de 20 personas motivadas por el mismo objetivo. Unidos por una estrecha amistad conjugaríamos durante cinco días nuestros esfuerzos. Todos los que íbamos nos apresurábamos a bajar de los vehículos que nos habían llevado hasta aquel hermoso lugar en la serranía duranguense. Estábamos muy contentos por que estableceríamos un campamento en ese precioso claro, rodeado por altísimos pinos y encinos, con la intención de


realizar una práctica ceremonial de los indios Lakotas, pobladores ellos de las montañas al sur de Canadá. Primero levantamos las casas de campaña y dispusimos cuales serían las áreas de servicio. Celeste y yo fuimos invitados para formar parte de este evento, y con el fin de aprovechar la vivencia al máximo, nos preparamos desde hacia varias semanas antes. Celeste me proveyó de todo el apoyo físico, emocional y mental que necesité para darle cara a todo esto, que más que ser una fuerte prueba, era una etapa necesaria en nuestros desarrollos personales. — Tomemos esto con calma y gocemos lo que hagamos. Deja a un lado las expectativas que traigas. Hagamos lo mejor que podamos las cosas y veamos que pasa —me dijo ella. Una vez establecido el campamento, esperamos que los organizadores determinaran el mejor punto para levantar una pequeña construcción especial: en ella se desarrollarían funciones esenciales de la ceremonia, pues ahí tendríamos un Temazcal. Se le conoce como temazcal tanto a una cúpula de ramas que ahí levantaríamos, como también con el mismo nombre a una práctica indígena milenaria. Celeste y otras personas de conocimiento pidieron permiso al Lugar, y unan vez que sentimos que se nos otorgó comenzamos los preparativos para entre todos a levantar una cúpula. De una de las camionetas descargamos como 40 varas largas de sauce, previamente escogidas de la rivera de un río y perfectamente limpias de ramas y hojas. Después se nos asignó a algunos de nosotros que hiciéramos dieciséis hoyos en el duro suelo. Celeste y otra de las mujeres de conocimiento, Marilú, pusieron en el fondo de esos agujeros unas bolsitas de cuero con tabaco y pequeños cristales de cuarzo. Después algunos de nosotros tomamos con sumo cuidado, casi amorosamente cada vara, metiendo un extremo en un hoyo cada quien. Una vez que introdujimos varas en los agujeros di unos pasos atrás y miré con gusto un círculo de delgadas varas que se levantaban rectas hacia arriba. El círculo tendría algo así como tres pasos de lado a lado. Para mantenerlas firmemente enterradas, los compañeros les ponían en los huecos de los hoyos algunos guijarros y tierra apretados. — Ayuda con esto, vamos a doblarlas con cuidado —me dijo alguien. Se me estaba indicando que tomara con firmeza una de las varas, y que


apoyándola en mi espalda, tendría que arquearme con lentitud hacia delante para permitir que se doblara con suavidad. La vara comenzó así a formar un arco hacia el centro del círculo mientras que la vara de enfrente era doblada simultáneamente por mi amigo y hermano de espíritu, César. Así, logrando que se tocaran sus extremos, Celeste, Polo y otros las amarraron, entrelazándolas para obtener la forma de una especie de bóveda de ramas. Mientras, afuera de ese domo descansaba uno de nuestros guías, Jorge “La Borrega” junto con otro hombre de conocimiento, Jorge Iriarte. Habían terminado de hacer una cavidad en el centro del círculo. Les tomó un rato para lograr darle el tamaño deseado a ese hoyo en la tierra, pues la idea era que pudiera contener unas 40 rocas volcánicas del tamaño de un balón de fútbol. Los dos tomaron algo de aliento y se alejaron para buscar leña. En medio de un bosque de coníferas la leña abundaba, pero debíamos de apilar un montón muy grande de madera, pues una vez iniciado el fuego de una gran fogata, tendríamos que mantenerlo prendido durante cinco días. Celeste me había dicho en muchísimas ocasiones que los humanos somos seres que fundamentalmente funcionamos con símbolos. Todo en sí para las personas no es real y objetivo en forma plena, más bien es percibido y comprendido a partir del valor o significado que posee en nuestras mentes. Por ejemplo, el fuego que ahí haríamos tendría que ser considerado como una representación de nuestra fuerza interior, algo así como una expresión directa de nuestra alma. Por ende debería de estar siempre prendido mientras durara toda la ceremonia, cinco días por lo tanto. La tarde caía con rapidez y un tibio calorcillo nos animaba a continuar. Terminado de afianzar el temazcal, lo cubrimos con lonas y mantas para dejar su interior totalmente a oscuras. Los participantes en la ceremonia del Temazcal ingresan con ropas ligeras y con una profunda actitud de tranquilidad al interior del domo, al cual también llamábamos “casita”∙. Antes de entrar se nos limpió el aura utilizando para ello humo de un manojo de salvia encendida. Estábamos en hilera en aquel helado ocaso, las mujeres con un vestido sencillo y holgado y los hombres en pantaloncillos. Uno a uno fuimos limpiados áuricamente, entrando a un espacio delimitado dentro de un amplio círculo de piedras que rodeaba a la casita. En un lugar del círculo un intenso fuego calentaba


pacientemente una pila de rocas. Me acerqué, como cada uno de los otros al fuego, sintiendo en mis pies descalzos la tierra seca y casi quemante. Entonces dirigí mi mirada al interior de esa hoguera y miré a las piedras, las cuales desde las entrañas del fuego me regresaron la mirada. Arrojé los más respetuoso que pude una pizca de tabaco hacia las llamas, dirigiendo un “gracias” honesto hacia ellas. Después, me coloqué de rodillas ante la entrada de la casita del temazcal y por unos instantes puse mi frente en el suelo. Luego dije con fuerte voz: —¡Con todas mis relaciones! —indicando así mi deseo de que yo y todo mi mundo personal se vieran favorecidos por los beneficios de la ceremonia. Al ingresar al temazcal observé que su interior era oscuridad y apenas alcancé a escuchar los murmullos apagados de los primeros que habían entrado. —Tú te sientas en el fondo, tú en el lado cerca del sur y tú te sentarás en…—indicaba Jorge “La Borrega”a cada uno, asignando el lugar en donde nos sentaríamos. Por mi parte me encontré asumiendo una posición tranquila y relajada, con el suelo pedregoso debajo de mí, logrando ver por la pequeña puerta como ingresaba la rojiza luz de la enorme fogata. Ahí dentro poco a poco mi mirada se habitúo a la pesada oscuridad y logré distinguir, algo indefinidas, las siluetas de los demás. Una no declarada expectación se mezclaba con el aire de las frías ráfagas que desde afuera se colaban, girando alrededor nuestro. Uno por uno fuimos entrando, todos debíamos de hacerlo. Todos, excepto José Muñoz que se quedó afuera como el responsable de cuidar el fuego y meter, una a una las porosas rocas incandescentes. Cuando Jorge Iriarte se lo indicó, José las fue sacando de entre las llamas con un tridente, cuidando que no cayeran al suelo. Calentadas hasta el rojo vivo emitían enigmáticos destellos. Una a una fueron ingresadas, y al hacerlo, las recibíamos con gusto, considerándolas de algún modo vivas. Ya adentro fueron colocadas en el hoyo que desde el centro del temazcal las esperaba. La atmósfera se comenzó a calentar instantáneamente; Jorge ceremoniosamente colocó en cada brillante roca un poco de resina de copal y hojitas de cedro, que al quemarse dejaron emanar unos intensos humos aromáticos.


Inhalé esos vapores y sentí como un fresco escozor llenaba mis pulmones. Era como sentir que algo se lava dentro de tu pecho. “La Borrega” le pidió a José, el Hombre Fuego, que cubriera totalmente la puerta, tapándola con mantas y dejando bajar un lado de la lona. Era como estar literalmente dentro del vientre de la Madre Tierra: todo era oscuro y cálido, pero el centro, ante nosotros un corazón carmesí de roca y calor pulsaba con un desconocido ritmo. No pude evitar que mi mente se volcara totalmente dentro de esa primigenia imagen, sintiendo como era remontado hacia una antiquísima época en la que el mundo era así, igual. La abstracción terminó cuando escuche el potente sonido de un caracol siendo tocado desde la distancia. Allá, afuera, en algún lugar estaba José soplando el caracol ceremonial. Alguna memoria racial se habría despertado en mí en esos momentos, pues dejé de sentirme yo mismo, para percibir las cosas con la sensación de ser un guerrero indígena del pasado. Preparándose para la batalla. De pronto el siseo ardiente del agua cayendo sobre las rocas incandescentes se transformó en la presencia de vapor caliente, apenas soportable. Más y más agua caía y más y más subía el calor. No se debía luchar con el vapor. Era mejor buscar la forma de encontrarse en sintonía con el, cosa difícil de explicar con palabras, por que te debes de encontrar en un estado tal de predisposición en la que sin preconcepciones, simplemente te fundes con el vapor caliente, dejándote ir, acallando tus voces internas. No era huir mentalmente del lugar, ni negar lo que se siente, es más bien mirar hacia adentro de ti, centrarte en el corazón, en su frenético latir, escucharlo. “La Borrega” comenzó a entonar una antigua canción indígena, con la cual se le pide al Gran Espíritu, dentro de uno, la fuerza y calma necesarios para vivir. Celeste estaba a mi lado y le escuchaba sostener una respiración profunda y concentrada. Cantamos… Después de cierto tiempo, ¿veinte minutos?, no sé, Jorge gritó una orden a José. — ¡Puerta! La lona que cubría la entrada se abrió, dejando entran algo de aire frío que nos reconfortó al momento. Una bruma cubría todo y eso destacaba aún más la brillante luz que como un rayo casi sólido, ingresó directo hasta el fondo del temazcal. Jorge le pidió al Hombre Fuego más rocas, y él le respondió introduciéndolas.


— ¡Roca caliente! –anunciaba con fuerte voz al acercar a la puerta cada piedra. Esta vez estaban aún más brillantes, casi de color naranja. Adentro recibieron igual trato que las anteriores, sumándose en un cada vez mayor montón. La experiencia del temazcal no nos era nueva a ninguno de los presentes, con varias decenas en el haber de cada uno, por lo menos. Sin embargo era nuevo, como lo es cada amanecer. Se cerró la puerta y proseguimos con el peregrinar al interior propio. El proceso de liberar vapor, cantar, meditar, y abrir la puerta se repitió otras dos veces más. En cada ocasión se llenaba con más calientísimas piedras el hoyo y de igual forma dejábamos algo de nosotros en ese lugar. Nuestro ser se alistó para el siguiente paso. Y es que todo eso lo estábamos realizando como parte de una vivencia mucho mayor, conocida como Vision Quest11. Para explicarla diré que la Vision Quest es un ritual de pasaje en algunas culturas nativas de las Américas. En lo particular seguíamos los pasos tradicionales de la cultura Lakota, etnia del sur de Canadá. Los Lakotas se refieren a este rito como Hanblecheyapi12. La Vision Quest sería realizada por nosotros como búsqueda interna, llevando a cabo un viaje en soledad dentro de un entorno natural y salvaje, para ahí desproveer­ nos de las ideas que de nosotros mismos poseíamos y esperar obtener, quizás, alguna revelación de valor personal, otorgada por la vida misma. Se requiere de un impulso firme para dejar el área de todo lo conocido y cómodo para uno, aún cuando un sentimiento de locura intente hacerte de­ sistir. Sin embargo, el buscador normalmente supera el auto­refreno, por me­ dio de parar de vagar en pensamientos inútiles. Uno debe de convencerse en cierto momento de que no se morirá durante la prueba, de que en verdad uno es insospechadamente fuerte y resistente. Y eso, el terminar con bien la prue­ ba es suficiente logro para cualquiera, ahora que no siempre se obtiene la re­ velación espiritual, la cual, si ocurre llegaría por medio inclusive de las misma cosas o de los animales. Se espera que sea un contacto con la mente propia, la cual, por medio de símbolos hará saber al buscador información fundamental para su actual etapa de vida, con la cual se podrá apoyar seguramente. 11

En inglés, Búsqueda de la Visión (N. del A.)

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búsqueda de la visión interna (N. del A.).


Por eso todo ese día habíamos ayunado, con la intención de adecuar­ nos física y mentalmente para la vivencia. La ceremonia del Temazcal que hicimos desde el ocaso duró, sin perca­ tarnos del tiempo, hasta casi la medianoche. Al salir estábamos en tal estado que no sentíamos el helado aire del exterior. Una fuerza pura y simple corría por los nervios y venas. Algunos se vistieron con ropas más abrigadoras pero otros, los que nos quedaríamos dentro del bosque —los buscadores de la visión — tomamos entre varias cosas una manta, con la cual nos cubrimos. Yo ade­ más me calcé con mis viejas botas. El atuendo de los buscadores era de índole especial. Estábamos vestidos como danzantes del sol, practicantes de otra cere­ monia Lakota. Esta indumentaria ritual constaba del uso por parte de los hombres de un faldellín de tela roja y las mujeres con un vestido blanco y sen­ cillo, como también unas protecciones de salvia. Estas protecciones las trataré de describir: unas se colocan alrededor de las muñecas, otras en los tobillos. Son de salvia fuertemente apretada con cordeles de algodón y envuelta con tela roja. Tienen la forma de donas rojas que colocadas en las extremidades aportan una protección contra lo que es llamado por los indígenas espíritus malos. Otra igual, pero más grande es puesta alrededor de la cabeza. En esta protección además de sitúan sobre las sienes un par de plumas de águila apuntando hacia arriba, significando la capacidad para dirigir al ser interno hacia planos más altos. Ya alistados nos dirigimos en grupo hacia lo denso del bosque, subien­ do una colina. Nos alejábamos del campamento en medio de la oscuridad guiados por las estrellas; esa noche la Luna no nos acompañaría. Después de un rato de caminata, Leopoldo, decidió que al lado de una gran roca sería en donde se quedaría. Cada uno de los buscadores debía de lo­ calizar un lugar del cual emanara una energía especial y única, que nos permi­ tiría estar seguros y protegidos. Para lograr sentir esa sutil energía habíamos pasado por todo el largo y pesado proceso del día, particularmente nos ayudó el Temazcal. Ahí, en el lugar de poder sentido, se quedaría cada quien en un estrecho espacio dentro de un pequeño corral. Cada uno de los buscadores traía consigo los elementos para construir rápidamente su propio corral. Cargábamos cuatro varas de un metro que des­ pués de clavarlas en el suelo, las rodearíamos con un largo cordel. En cordel


había amarradas 104 bolsitas de tela con tabaco dentro. En estas bolsitas se podría considerar que iban oraciones al Gran Espíritu. Una vez que dejamos en su corral o área de protección a Leopoldo, avanzamos más en el bosque para esperar que el siguiente encontrara su pro­ pio lugar de poder. Imaginese usted la escena, personas dejadas en pleno bosque a solas, con un duro invierno sobre ellas y debajo de algún árbol o al lado de una roca. Solos dentro de un extraño y minúsculo cercado y protegidos con poco más que un taparrabos y una sencilla frazada. Los buscadores seríamos deja­ dos ahí con nuestros pensamientos y miedos por tres días, sin agua ni comida. Totalmente solos y casi desnudos, cansados por el extenuante trabajo de todo ese día, hambrientos por el previo ayuno y deshidratados por el calientísimo temazcal. Cada uno fuimos dejados así por el resto del grupo, literalmente en­ tregados a nuestra suerte. Myriam, estudiante de psicología y una de nuestras compañeras que también se iba a quedar en algún lugar, me dijo algo nerviosa mientras cami­ nábamos en fila. — Si en mi casa supieran en realidad qué ando haciendo por acá, me meterían así ¡Tris!, al manicomio. Dirían que estoy loca y que estoy padecien­ do alucinaciones mágico­religiosas. ¡Ja, ja!, ya me imagino así, internada en el psiquiátrico —ante su comentario no hice más que retornarle una muda sonri­ sa. Fuimos dejando a cada uno. Deambulábamos por ahí sin un rumbo preciso, esperando que cada quien sintiera intuitivamente una señal de en donde quedarse. Así, fui el último al que ayudaron a instalarse. Para clavar las varas y poder colocar correctamente el cordel con el que me vería encerrado, mis acompañantes me iluminaron con la exigua luz de un minúsculo fuego que encendieron a un lado. Al retirarse extinguieron la pequeña llama, cosa que habían repetido con todos los demás Vision Quester. La noche estaba muy avanzada y el rocío se condensaba, congelándose casi al instante. — Bueno, que te vaya bien, ahí te quedas —dijo Jorge, extinguiendo el fueguito. — Pues si, pero todo va a estar bien, yo desde acá te voy a ayudar. Se que podemos hacerlo juntos —escuché que me decía Celeste con ese especial


timbre de voz, cargado de poder y paz que en muchas ocasiones importantes utiliza. Todo el trabajo conjunto realizado por años ha logrado forjar un po­ tente vínculo entre ambos, muchas veces llegando a sentir que somos un indi­ viduo con dos cuerpos. Ella me platicó después, que durante las noches llegó a sentir un terrible frío que apenas lograba quitarse cubriéndose con todo a la mano, y que durante el día la perseguía una sed y un hambre incontenibles. Sin embargo por mi parte pude sobrellevar bastante bien las exigencias de la prueba. Eso era resultado de la íntima unión que poseemos. Esa noche en que fui dejado debajo de un frondoso pino, mi esposa se dirigió hacia el campamento siguiendo las posiciones de las estrellas como guía para su camino, acompañada por Silvia, la esposa de Leopoldo. Los de­ más se negaron a ir por allí, alegando que “ese no era el camino, que estaban equivocadas”, así que tomaron ellos otra dirección. Entonces Celeste y Silvia avanzaron solas con seguridad entre colinas, bosques y peñascos hasta llegar en efecto, con facilidad al campamento. Ya ahí se instalaron cómodamente al­ rededor del fuego, mientras le colocaban más leña para avivarlo. Celeste se preparó un café caliente y se dispuso a mentalizarme con los ojos cerrados, enviándome fuerza y calor. Silvia se quedó contemplado las llamas, dejando que su mente se alejara libremente de ahí. Mientras, los otros caminaron hacia donde ellos creían que estaba el campamento, siguiendo un resplandor que ellos interpretaron como la luz de la fogata. Después de casi tres horas y ya cercano el amanecer se dieron cuen­ ta de su error de juicio: se habían dirigido hacia la dirección errónea y habían llegado hasta el pie de una carretera, siguiendo la luz de los camiones de car­ ga. Desandaron sus pasos y regresaron con la luz de la alborada más directa­ mente y en mucho menos de tres horas, logrando ver mejor su entorno. Justo al amanecer llegaron al campamento para encontrase, con sorpresa que Celes­ te y Silvia había llegado con bien. Las encontraron profundamente dormidas al lado del fuego sagrado, que ya para esos momentos era sólo un montón de rescoldos y pavesas. Las mujeres habían llegado tan agotadas que el sueño las tomó por completo y nadie, durante el resto de la madrugada, había alimenta­ do más a la fogata. Rápido se abalanzó José a arrojar leños en las brasas, su­ mándole hojarasca seca. El fuego se avivó inmediatamente, elevándose como un titán recién liberado.


Pero menciono esto último por que tiene una relevancia en particular. Durante cada una de las diferentes paradas que se hicieron, con el fin de dejar a los diversos buscadores, se requirió hacer a un lado de cada uno de nosotros unos pequeños fuegos con algo de varitas y hojas. Bueno. Eso ya le mencioné, lo que aún no explico es un hecho extraño que ocurrió y que no puedo dejar a la casualidad, en virtud a todas las cosas maravillosas de las que hemos habla­ do. Pues bien, sucedió que al retirarse de mi lado mi querida Celeste y los demás, me percaté poco a poco y luego con una velocidad vertiginosa que me había quedado pasmosamente sólo en el bosque. Sentí como las tinieblas me envolvían irremisibles y como las estrellas, trémulas, giraban sobre de mi. Y el miedo, ese eterno acompañante que espera silencioso desde algún rincón, sal­ tó hacia mí yugular, atenazándome con férrea fuerza. En mi pequeño espacio, de un metro cuadrado, en el que suponía de­ bería sentirme protegido, me vi forzado a ver dentro de mi alma. ¿Pero qué chingados encontré ahí dentro para apoyarme en ello? Pues nada. Pura madre que había algo. Estaba sólo como un tremendo loco encue­ rado, temblando de frío, cansadísimo y para acabarla de amolar, asustado. Ya había hecho antes la prueba de la Vision Quest, pero nunca con la intención de quedarme 3 días. La última vez fueron solo dos. Y ahí estaba, con un verdadero amasijo de preguntas, agolpándose todas a la vez en mi cabeza. Claro, ahora después de los años ya sé que esa es una parte del proceso, que es lo más natural sentirme precisamente como me sentí. Lo que no es común que ocurra, es que deseando fervorosamente un poco de luz y calor se encienda de la nada, a un lado de ti una pequeña flama. ¡Plaf! — ¿Fuego? ¡A caray! — dije en voz alta, mientras observaba absorto la danzante flamita, con su lindo color naranja. Durango es conocido mundialmente como la tierra del cine, por ser un lugar provisto de tan diversos entornos naturales que ha permitido la filma­ ción de cientos de películas en sus muchas locaciones. En los sets de filmación es habitual mirar desde atrás de la cámaras, como al realizarse la escena de los vaqueros en medio de una fogata y justo antes de que el director grite “AC­ CIÓN”, cómo es que brota de en medio de un círculo de roca —falsas— un be­ llo y constante fuego, alimentado por tubos que desde abajo llevan gas. Es un


fascinante efecto especial que los cineastas realizan para crear la ilusión de una fogata verdadera. Pues así me sentía, en un estrafalario set de filmación y en una pelícu­ la dirigida por quién sabe que director oculto. La lumbrecilla, delgada como la de un encendedor de cigarrillos, se mantenía juguetona y tranquila a la vez, haciéndome compañía. Sospeche, luego de un silencioso rato que en realidad ese era el pequeño fuego que habían hecho al dejarme y que se había reaviva­ do. Lo que no lograba entender era como estaba tan localizado, sin tener el natural comportamiento de extenderse a todas las hojas y varitas combusti­ bles. Y vaya que había para donde extenderse, en un bosque lleno de hojaras­ ca seca en medio del invierno. Pero no, así se quedó, quietecito. Entonces me envolví lo mejor que pude con mi cobija y traté de dormir. No se cuanto rato tuvo que pasar pero al final logré conseguir caer en un hondo sueño. Poco antes del amanecer me despertaron las aves matutinas que con sus graznidos anuncian el nuevo día. Ese fue el momento preciso para retirar­ me de encima una delgada capa de escarcha que se formo durante la noche y ver, mientras me levantaba a dar pequeños saltitos, como el fuego que celosa­ mente me cuidó, se extinguía como si alguien por debajo le retirara el com­ bustible. ¡Fuif! Se apagó la lumbre. Después, al platicarle a Celeste mi experiencia al respecto, me habló de lo que a su vez a ellas le había ocurrido con el fuego, como casi se extinguió totalmente y la forma en que tan espectacularmente se encendió, coincidiendo ella conmigo en que esos fuegos se prendían y apagaban de forma sospechosa­ mente diferente a cuantos habíamos visto. Mi esposa concluyó que este fuego, al ser especial y consagrado, estaba dotado de una vitalidad única. En un mo­ mento dado, al encontrarse sólo este fuego­entidad decidió proyectarse hacia donde tuviera más evidente su función. Debo de decir que sorprendentemen­ te, los otros ocho buscadores tuvieron también su propia llamita acompañán­ doles, igual que a mi. El fuego al verse realimentado al amanecer, en su em­ plazamiento original del campamento, se retiró de con nosotros, cumpliendo su cometido de proveernos cuidados. Es extraño en verdad, pero lo remito como uno de los varios sucesos de esta vivencia.


Celeste, amiga, maestra y amada compañera, me dijo que era sorpren­ dente ver al amanecer como el pequeño arroyo apareció con la superficie con­ gelada, mientras que nosotros estábamos vivos y sin síntomas de hipotermia. Diré además que la cálida luz del amanecer es una de las cosas más dulces que he experimentado en mi vida. Tímidamente fue descendiendo esa luz por las laderas, colándose entre las ramas para llegar hasta ti, que ávido como flor esperaba su tibia caricia, dentro de mi infranqueable corralito. Pero claro, totalmente abandonados no estábamos, de vez en cuando de manera sagaz y discreta, nuestros amigos del campamento iban a vernos, cuidando no descubrirse para estar al tanto de nuestro estado. Además entre los varios títulos que Celeste posee, está el de ser médico. Si a cualquiera de nosotros le sucediera algo importante ella se encargaría de dar los primeros auxilios mientras fuera llevado al hospital rural más cercano. Pero todo trans­ currió bien, o por lo menos libre de incidentes de naturaleza médica. En ocasiones durante el día yo usaba un pequeño silbato con el cual producía un agudo sonido que atrae a las águilas. Está hecho con un hueso de ala de águila. Lo llevaba en todo momento colgado en el cuello con un cordel rojo. Durante el día me la pasé dormido y en las noches muy despierto, per­ cibiendo los variados sonidos nocturnos. El extraño rumor de los animales noctívagos se añadía al del viento trascurriendo por los ramajes. Los árboles se balanceaban con crujidos similares a lamentaciones. Por lo tal no era fácil en esas últimas dos noches adquirir la calma para tan siquiera dormitar, por que más bien desde esa espesa negrura brotaban los temores y las incertidum­ bres. Vacilé un centenar de veces y apunto de irme corriendo de ahí me en­ contré en todas esas ocasiones. Realmente la búsqueda de la visión interna es­ taba sometiéndome a la confrontación con mis debilidades. Estaba desprovisto de todo lo que siempre me había dado estabilidad y seguridad en la vida: mi status quo, títulos académicos, la pertenencia a una familia y hasta incluso mis atributos físicos, como la fuerza o la salud eran cosas que me di cuenta que siempre habían estado ahí para proveerme de un sentido de continuidad y confianza. En ese apartado lugar, sin posesiones ni nombre propio me encon­ traba en contacto con la verdadera naturaleza de mí ser. Yo. Y ahí dentro tendría que hallar mi mente propia, a mi alma.


Logré dar breves cabeceos en esas largas y frías noches, en las que el valor del agua y el cobijo se me revelaron en total magnitud. Además llegué a sentir que mi árbol protector, bajo el cual estaba, ex­ tendía durante las noches sus ramas para cubrirme. Alguien más ortodoxo en su pensar afirmaría que estaba sometido a un profundo estrés y que eso me hacía ver y sentir cosas que sólo ocurrían en mi mente. En realidad a estas al­ turas del libro con lo que hemos compartido, apreciado lector, ya no estamos como para resistirnos a las percepciones de ese lado alterno del mundo, o sea el otro lado de la banda de Moebius. Llegó pues la madrugada del último día. Arreció pronunciadamente el helor del viento. Todo parecía salido de algún estrambótico sueño, pues una cargada neblina descendió sobre todo y todos. Así me encontraba en un esta­ do de abandono en el que me sentía libre de angustias, como flotando. Al­ guien con mente clínica diría que seguramente la química de mi cuerpo se en­ contraba sumamente alterada, pero más allá de eso mi mente asumió la direc­ ción de mi circunstancia. Una serie de tormentosas confrontaciones consecuti­ vamente más fuertes dentro de mí ser me llevaron a ese nivel, desde el cual podía conseguir mi visión interna. Pero no me preocupaba ya si la alcanzaba o no, sencillamente estaba en paz conmigo mismo. En esos momentos la sensibilidad que poseían mis ojos para ver algo dentro de las lúgubres condiciones era excepcional, a tal punto que podía ob­ servar las formas de los objetos más cercanos a mí. Más allá de unos cuatro metros todo era difusamente gris pero las rocas del suelo, las ramas de mi pino y los detalles de mi corral eran simplemente claras. De las estrellas ni ha­ blar; no había ninguna visibilidad del cielo invernal, que a esas horas debería tener a Marte descendiendo hacia el poniente, en el cenit a la hermosa estrella Arcturus y por encima del oriente, apenas saliendo a Venus y Júpiter. Pero nada de la Luna, la cual saldría mucho después del amanecer. No traía conmi­ go ningún tipo de reloj, excepto uno que de manera natural funciona siempre dentro de mi cabeza, quizás por los largos años como astrónomo, no sé. Pues estimo que serían las 4:30 AM y no logré de ningún modo dar explicación a una sutil claridad que iba incrementándose momento a momento con un leve tono de luz lavanda. Era un espectáculo en verdad bello; todo se iluminó uni­ formemente como si de la misma neblina emanara esa luz.


Y toda la murmurante actividad de la madrugada, insectos, aves y viento cesaron como si de nuevo el disimulado director cinematográfico hu­ biera bajado un interruptor, quedando todo sumido en un silencio neblinoso y azul. Sin previo aviso salió desde algún excepcional reino un ser que nunca olvidaré. Era un sujeto de enorme cabeza calva, desprovisto de orejas y con una levísima nariz. Sus ojos eran enormes, dotados de un color negro azabache y con la exquisita forma de almendras. Los labios en esa boca imposible apenas eran perfilados por unas delgadas líneas y su mentón, una prominencia casi inexistente se movía con un ligero temblor, como si musitara algo por lo bajo. Este increíble ser caminaba con un paso grácil y fluido, posando una tras otro sus descalzos pies sobre la hojarasca. Su cuerpo menudo y enjuto te­ nía un delicado color lechoso. Mil veces me he asegurado la idea de que si lo hubiera tocado, su piel hubiera sido como la seda a mi tacto. Pasmado, noté una especie de aleteo parpadeante en sus ojos, como si un delgado párpado translúcido hubiera subido y bajado. Tendría en su pequeñez algo así como uno veinte de altura. Pero lo más extraño de este evidente SINH13, era su atuendo. Era lo más absurdo que hubiera visto en mi vida, pues llevaba puesto el mismo atavío que yo. Es decir, realmente iba vestido como danzante del sol, con su faldellín rojo, sus protecciones de ramas de salvia alrededor de los tobi­ llos, muñecas y sienes, rematando su tocado con un par de excelentes plumas de águila y algo colgando en el delgado cuello, muy parecido a mi silbato de hueso. El SINH caminó hasta quedar a medio paso del corral. Me miró, lade­ ando un poco la cabeza, haciéndolo con una mezcla casi humana de curiosi­ dad y ternura. Aún que parecía estar diciendo algo susurrante, ni un solo soni­ do brotaba de su boca. Noté muy detalladamente la estructura aparentemente 13

SINH, es al acróstico de Ser Inteligente No Humano, término acuñado por Celeste y yo originalmente en nuestro libro “Propuesta de Otra Realidad, análisis del Caso Mérida”. Usamos este término para buscar englobar más precisamente a los seres que generalmente se consideran por lo común de naturaleza extraterrestre, siendo en realidad originarios de una realidad más vasta que la interplanetaria (N. del A.).


ósea bajo su piel, viéndole lo que parecían clavículas y pómulos que resalta­ ban como los de un niño. Mi mente no podía razonar, solo ver. Ese breve instante, durante el cual el SINH se mantuvo allí parado a mi lado, es un instante que me ha acompañado toda la vida. Luego el ser se alejó con aire de tranquilidad, como quien fue a mirar a su amigo para com­ probar que todo esta bien. Caminó luego hacia mi izquierda introduciéndose de lleno en la bruma, que seguía brillando con limpidez. Ahí fue cuando me repuse con un sobresalto, diciendo: — ¿Qué chingados fue eso? Toda la quietud que había logrado conquistar en esos tres días aciagos se fue de un solo golpe, derribada como castillo de arena por el mar. Un es­ pantoso desasosiego me agarró por el centro de mi abdomen, apretujándome por dentro. Tuve miedo de que ese ser volviera y me llevara consigo hacia no sé que destino. El frío, la sed y el hambre se volvieron nada comparadas con la intensa emoción que me llenaba ya incontrolable. Yo me quería ir de ahí, así que esperé hasta el amanecer y me marché casi corriendo, tomando como pude las varas de mi corral, también mi cobertor y demás objetos de poder. En­ tonces me marché dejando atrás un sospechoso camino de ramas aplastadas, ofrendas de tabaco tiradas e hilos arrancados de mi atuendo. Cuando llegué al campamento, luego de deambular sin dirección du­ rante horas, Celeste me vio y ella con los demás corrieron para ayudarme. — ¿Qué te pasó? — ¿Te salió una manada de coyotes? — ¿Te mordió acaso…una víbora de cascabel? ¿O un escorpión? — preguntaban todos casi al unísono. — No, no fue eso, es que…me salió algo… — ¡A, entonces tuvo su visión! —dijo uno de ellos, no recuerdo quien —, déjenlo que se recupere, denle un poquito de té caliente y nada más. Tápa­ te bien —ordenó. —A ver Jorge —me indico Celeste, mientras me tomó dirigiéndome a un lado, junto al fuego— ¿Dime, qué pasó? Platícame y te ayudaré para que entiendas lo que viste. Le detallé temblando entonces los pormenores de mi experiencia. Co­ mencé por decirle como me había sentido tranquilo y victorioso por sobre las necesidades físicas y emocionales después de los duros días y luego le narré la


manera en como apareció ese insólito ser ante mi. Concluí hablándole como salí huyendo de aquello. Finalmente me sentí un poco más calmado por su atención, como por la tranquilidad conciliadora que le emanaba a ella. Eso me motivó a querer encontrarle sentido a todo eso. — ¿Pero y por qué pasan esas cosas tan extrañas? —le pregunté a mi Celeste, percibiendo un feo desespero en el alma—. Nada de eso tiene sentido, es… ¡Absurdo! Celeste me pasó otra segunda taza de té, se acomodó mirándome, encendió un cigarrillo y empezó a hablar, fluida y apasionada a la vez. — Primero, comencemos aceptando que esas cosas pasan a diario, por todo el mundo y desde hace incontables años. Todos los humanos hemos tenido que lidiar con este tipo de encuentro. El sinsentido los ha caracterizado por siempre, pero ahí están, y continúan —comenzó Celeste, formulando una respuesta—. Hay quienes platican sobre sus encuentros con fantasmas, vampiros, ángeles, duendes y todo tipo de cosa que parecen meros productos de la enajenación mental. Se consideran que son simplemente alucinaciones, delirios mientras que otros dicen fervorosamente que son visiones y encuentros verdaderos. Entonces, ¿que son? «Estas cosas desean ser vistas, pero lo hacen con una marcada inten­ ción de aparentemente preferir permanecer sutiles, casi inasibles —prosiguió ella—. Nos aparecen así como te ocurrió a ti, en lugares desolados o momen­ tos inusitados, haciéndolo precisamente en donde a final de cuentas, pueden ser vistos». Prestaba total atención a sus palabras. Sus movimientos se volvieron serenos. Ella hizo una pausa, cerró los ojos, tomó un sorbo de su café y le dio una chupada a su cigarrillo. Sentados como estábamos sobre el suelo, ella con las piernas cruzadas y yo cubierto con varios cobertores, continuó mientras mirábamos las crepitantes flamas del fuego. — Esos seres, los SINH hay quienes mayoritariamente dicen que des­ cienden de naves o que salen en medio de luces o de neblina. Pero eso sí, al llegar como sea siempre se presentan impactando a los testigos que no logran después asumir fácilmente lo vivido. Generan dudas, especulaciones y toda


clase de ideas locas. Entonces tenemos que discriminar lo visto y lo que nos hacen pensar tales apariciones. «Mírate a ti: tú que buscabas una revelación desde tu interior se te pre­ sentó el un extraño ser. No te está eligiendo para nada superior o sobrehuma­ no. Sólo te agarró ahí para que dentro del contexto de tu prueba, adquiriera su visita ante ti un sentido mayor. «Además estas inteligencias no dejar pruebas concluyentes y concretas de su presencia. Más bien parecen buscar que se fomente como sea, el que se­ pamos que existen. A esas entidades no les preocupa para nada que hablemos de ellos con rumores, dudas, sospecha o esperanza. Aún cuando estemos enor­ memente sumidos en una confusión respecto a su origen o intenciones, lo que si es seguro es que en nuestras mentes está presente en algún lugar la idea de su existencia. «Pero esto se trata de algo más allá que creer o no creer. Yo considero mi Jorge que no son extraterrestres que vengan a salvarnos o a conquistarnos. Nada de eso. Yo creo que sí existen como individuos pero a su vez como parte de nuestra propia naturaleza mental y emocional. Mira, para que me entien­ das ¿Te acuerdas de un cuento de Jorge Luis Borges? Ese en el que un mago soñaba a un joven, y que en sus sueños lo iba formando y luego le dio vida a ese imaginado hijo. Pues recordarás el final, cuando el soñador se da cuanta de que él también está siendo soñado por alguien más que lo está formando —preguntó ella. —Si Celeste, me acuerdo, creo que se llama “Las Ruinas Circulares” — respondí, un poco aturdido en realidad. — ¡Ese!, pues bien, con ese cuento Borges trata de decirnos lo mismo que te he venido explicando desde hace mucho —continuó mi Celeste—. No­ sotros creamos nuestra realidad, seamos conscientes de eso o no, pero lo ha­ cemos. Lo que está en nuestra mente, lo que sentimos, como reaccionamos al mundo, todo eso es llevado por nuestro poder hacia la realización de los anhelos, las creencias e ideas. Todo lo que portas en ti se utiliza para darle forma a la energía básica del Cosmos, y así tu realidad es justamente la que vienes creando. Te repito, prácticamente no somos conscientes de eso. Pero aún hay más en eso: los demonios y ángeles, los fantasmas y extraterrestres son soñados por nosotros, pero lo cabrón en esto es que ellos también nos sueñan a la vez a nosotros. Nos co­creamos mutuamente.


—¡En toda la madre! ¡Ahora si que se me tronó el cerebro, Celeste! ¡Eso está de la rechingada de cabrón! —repliqué mientras sentía de nuevo el temblor pasmódico en mis extremidades. —Tranquilo —dijo ella—. Calmado. No lo asumas así luego luego, me­ jor piénsalo y a ver como lo sientes después. Ahora nada más deja te sigo di­ ciendo: en realidad como todos los seres del Universo estamos tan íntimamen­ te vinculados, nuestras conciencias se influyen profundamente entre sí. Ante esto si tu sabes dirigir hacia donde desees tus sueños y pensamientos lo que obtendrás es que tu mundo, toda tu realidad sea y esté poblada por lo que quieras. Esa es la Magia verdadera y eso mi Jorge es a lo que pretendo llegar completa, y si tu quieres, los dos juntos en eso. «El ser que viste es real, pero a la vez es un sueño. Más dentro de lo que te digo, para el ser tú fuiste un sueño y al mismo tiempo le fuiste real. Mundos, dimensiones, todos estás unidos y se conjugan en un eterno círculo de co­creación —luego se interrumpió mi esposa a si misma, y miró más agu­ damente directo al fuego. — ¿Sabes? Lo que te acabo de decir se parece mucho al grabado que me encanta de Echer. Una mano dibujada saliendo del papel para dibujar des­ de el mundo real otra mano, la cual a su vez hace lo mismo con la primera, ¿Quién dibuja a quién? Te lo plantearé de otra forma: ¿Tú que decides dibujar para que eso te dibuje a ti? —concluyó Celeste, dando un largo y profundo suspiro. De pronto, sin aviso se levantó como resorte para ir a por una taza de café más. La miré mientras se desplazaba con sus rápidos movimientos característicos y pensé que quizás ella sabía el resto de las respuestas.

* * * Retorno aquí en mi narración al momento en que me encontraba con Celeste luego de hablar del caso del niño Alex y de que ella me remitió hacia el pasado. La cascada de los recuerdos de aquel aciago encuentro cara a cara con lo desconocido, en la serranía duranguense, se mezclaba con el fluir de


pensamientos que corrían en mi mente en este momento. Celeste había muy atinadamente dirigido mi atención, como siempre, hacia aspectos que necesitaba comprender. La encomienda encargada a mí por las inhumanas inteligencias que estaban detrás de don Raúl se tornaba perturbadora ante todo lo que me había dicho Celeste hacia años. Ella tenía razón, debería andarme con mucho cuidado y no dejar que me convirtieran en una especie de predicador. Debería ante todo mantener una actitud calma, vivir con gusto todo esto, para que sin desear servirle a nadie, y únicamente actuando de acuerdo a los designios de mi corazón pudiera realizar lo deseado. Me recordó de nuevo que en verdad no importaba si esos seres esperaban algo de mi, ni si los podría llegar a defraudar. Eso no importaba, me dijo ella. Importaba vivir coherentemente con mi profundo deseo, que era en esos momentos poder escribir un libro con fuerza en el que compartiera mis experiencias. Así, en realidad todo quedaría en una perspectiva muy diferente. Formule con mi corazón un anhelo. Mi alma si hinchó como vela al viento por la potencia de mi petición y desde adentro, mi mente propia atrajo las circunstancias necesarias para tal realización. Recorrería ese camino confiando en mi corazón. Por ahí caminaría atravesando todo su largo. Mirando, buscando la verdad. Y miraba en esos momentos la ágil silueta de mi Celeste que me dejaba así con el incesante latido del recuerdo de esos extraños seres, recuerdo que no podría sacar nunca de mi mente y del cual buscaría un sentido en nuestras vidas.


XVI. Buscando a don Raúl Un viaje al sur del estado de Yucatán era necesario. Necesitaba ver a don Raúl, el sabio h’meen de Cepeda. Así que unas semanas después de regresar de Chén Solís, nos organizamos para ir en su búsqueda. Nos fuimos hacia el poblado de Halachó, en los límites de Yucatán y Campeche. En el pequeño cochecito íbamos de nuevo el prof. Silvestre, el arquitecto Jorge Castro y yo. En esta ocasión mi Celeste determinó no ir con nosotros. —Esta es una cita que tú tienes de antemano con el Destino. Ve para que te concentres en eso y apliques sin ninguna expectativa toda tu atención —explicó ella— Quizás si vamos juntos en esta ocasión, te distraigas y no encuentres bien lo que te corresponde. Ya en otra vez iremos. Así pues, forrados con mucha determinación transitábamos bajo un intenso sol rodeados por la exuberancia de la selva. En el camino íbamos charlado animadamente, contentos por tener a alguien con quien estableceríamos contacto para encontrar al chamán. A media tarde llegamos a Halachó, a la casa del prof. Juan Bautista Tzuc, maestro jubilado, apasionado investigador del fenómeno OVNI y excelente conocedor de la lengua maya. Apenas llegamos y nos recibió afectuosamente, expresando la pena que tenía por que no nos iba a poder llevar con don Raúl. Nos dijo que don Raúl no deseaba que lo interrogáramos, pero que le había permitido a Juan otorgarnos todo tipo de información o pruebas que le pidiéramos. Eso nos desanimó un poco al principio, pero Juan Tzuc tenía varias cosas por mostrar. Muy contento por nuestra visita nos llevó, primero y sin explicarnos para qué, a la casa de su hijo, esto a sólo unos 40 metros de la suya. Nos presentó y le pidió a su hijo Juan Tzuc Tzeel que nos explicara lo que había ocurrido de extraño antes ahí. El hombre nos miró con curiosidad por un breve instante pero sin mediar palabras nos dirigió al centro de su casa. Mirábamos el suelo, como esperando encontrar algo especial. Yo no vi nada. Era un piso recién colocado, de lindas losetas de cerámica. Me


concentré para dar la apariencia de alguien que sabia que hacía. En ese momento me pasó por la mente la idea de que quizás me parecía a algunos de los súbditos del cuento “el traje nuevo del rey”, que sin ver nada del inexistente traje lo alababan por temor a ser reconocidos como estúpidos. Pues así me sentí, como alguien que por no ver nada fuera a ser considerado tonto. El callado hombre se percató de nuestro embarazo, y comenzó a hablar. — Hace unos meses que le puse piso a esta habitación —dijo él—. Poco después de que lo instalaron, una noche me levanté para tomar un poco de agua. De pronto comencé a escuchar un ruido muy raro, tan fuerte que temí que fuera a despertar a todos. Pero nadie se despertó. Me di cuenta de que salía desde abajo, como si algo se moviera por dentro de la tierra. Pero no era posible, acá no hay topos o animales de ese tipo, por que miren —y señaló hacia el patio trasero, que a través de una gran ventana se lograba ver con claridad—. Todo es piedras, abajo hay piedras más piedras, no como en Tabasco que allá si hay muy muchísima tierra— refiriéndose a la geología de la región. « El ruido se hizo mucho más fuerte y yo pensé que era un temblor, o algo así. Pero nada se sacudía. De pronto el suelo bajo mis pies comenzó a quebrarse, pero muy raro, por que sólo era en una línea. Vi como se hacia la fractura y me di cuenta muy clarito de que parecía como si algo, no se que, se moviera exactamente por debajo de las losas. Era como si una bola estuviera entre el suelo firme de concreto y las losetas. No se como explicarlo, pero así se veía. A quienes se lo he platicado, me han mandado a la chingada por que no me quieren creer. Mi papá si, pero por que él es un hombre que sabe. Cuando eso terminó ya se había levantado mi mujer, pero ella no vio a la cosa —luego hizo un movimiento con la mano, como trazando la ruptura que se hizo. — ¿Hace cuanto que lo cambiaste? —interrogó Jorge Castro—, y dime con que lo pegaste el suelo anterior. Además, ¿no hay grutas aquí abajo directamente? Dinos todo lo que sepas, para tratar de descubrir que hizo esto. Mientras que el joven le respondía al arquitecto, yo saqué los instrumentos de medición. Inmediatamente me di cuenta de que existía en ese


lugar una constante emisión de magnetismo, intenso y además pulsátil. Precisamente se lograban lecturas de esa energía por donde estuvo la fractura. — Pues no, dice él que por lo menos con lo que ellos saben, aquí no hay grutas directamente abajo. El piso lo cambió casi inmediatamente y el método para adherir las losetas sí es el correcto —se acercó en eso Jorge, indicándome lo que le manifestaron—. ¿Tú qué encontraste? — Magnetismo, algo así como si aquí abajo estuviera enterrado un gran refrigerador que funcione a plena potencia. Imagínate la fuerza del compresor de un aparato así, pero solo en esta línea. Mira ven —dije mientras le mostraba el sensor—. No sé qué, pero aquí sí ocurrió algo muy raro. Entonces se me ocurrió preguntar qué le habían hecho al material que quitaron, a lo que contestó que por alguna razón, no sabía cual, lo tenía apilado en el patio trasero. Eso nos entusiasmó y casi en tropel corrimos hacia fuera para ver el montón. Inmediatamente comencé una serie de pruebas, por medio de las que nos dimos cuenta de un fenómeno muy intenso que antes había visto en otros lugares. ¡Las losetas estaban magnetizadas, pero cesaba su magnetismo cuando las alejábamos del lugar! Es decir, mientras estuvieran a menos de un metro alrededor de la pila de escombros, cualquier trozo de las losas emitía un campo magnético que pulsaba con un ritmo de 47.8 Hz, es decir, en un segundo emanaba casi 48 pulsos de campo magnético. Encontramos además que si los trozos eran alejados fuera de esa área, al instante el campo caía a cero. En un santiamén caí en cuanta de algo. Si prolongaba literalmente la línea en la que se formó la grieta, y si la llegaba a extender hacia fuera de la casa, entonces justamente pasaría por el lugar en el cual, casualmente, estaban los escombros. A este tipo de líneas de energías magnéticas se le conoce, como me lo indicó tiempo atrás Celeste, Líneas Ley. A lo largo de estas líneas, que recorren por doquier el mundo entero, fluye un tipo de energía que se expresa con magnetismo y electricidad, pero cuyo componente esencial escapaba aún a mi entendimiento. Celeste en muchas ocasiones trató de ayudarme a comprender su naturaleza, como también sus usos. Pues precisamente el piso nuevo de esta casa había sufrido el daño provocado por un inusual paso de energías por esa enigmática línea. Celeste me hizo realizar una investigación detallada en libros y publicaciones


electrónicas, para que, como ella dice, mi cabezota de científico pudiera entender esta maravilla. Según me explica ella, los pueblos de la antigüedad, por todo el planeta sabían de la existencia de estas estructuras naturales de la Tierra. Las reconocían y podían usar las fuerzas que por ellas corren. Me ha dicho infinidad de veces que el día en que la ciencia moderna se deje de pendejadas y tome el conocimiento milenario de los pueblos de tradición, entonces sería el día en el que las cosas comenzarían por fin ser claras para la humanidad. De acuerdo a lo que he aprendido con ella, la Tierra se encuentra totalmente unida a los ritmos de la actividad del Sol. Es hasta hoy que reconocemos esta verdad, pero las mujeres y hombres de conocimiento desde mucho tiempo que lo saben. Estos ritmos actúan de muchas formas, y una de ellas es que propician que el grosor físico de estas venas conductoras, las líneas Ley, se incrementa al llevar como un río caudaloso mucha más carga. Justo por esa casa pasaba una de estas líneas Ley que, de una forma muy poco frecuente, daño algo. Celeste me ha aclarado en posteriores ocasiones que esa situación en realidad se debió a la suma de otros factores, entre ellos la actitud hacia la vida que el dueño de la casa tiene. Creó algo a lo que ella llama resonancia psíquica. Pero luego habrá lugar para hablar de esto. En esencia por ahí la fuerza pasaba, posiblemente por una línea de cientos o miles de metros. Para confirmar que no hubiera algo menos exótico dentro o debajo del montón de cascajo, procedimos a quitarlo entre todos. Con las manos retiramos los trozos, arrojándolos a otro lugar del amplio patio sólo para encontrar que la energía seguía presente sin el escombro. Los pedazos de losetas perdieron su cualidad magnética en el nuevo lugar. Comprobamos que la línea continuaba por el patio hasta las casas contiguas. Mientras Jorge Castro videogrababa todo lo que ocurría, con el fin de poseer un documento registrado. Fue así que me percaté de la emoción que tenía Juan Tzuc. El hombre sorprendido nos llevó de nuevo a su casa, haciéndonos despedir abruptamente de su hijo. Ya en su casa y con el ocaso muy avanzado, nos dijo que tenía algo más que mostrarnos.


— ¡Miren! Esto es muy importante y debo mostrárselos —exclamó con entusiasmo. Se dirigió a una gaveta y de ella sacó una pequeña cajita de madera. Al abrirla extrajo con mucho cuidado un paño rojo, que al desatarlo mostró un par de pequeñas piedras perfectamente esféricas. Cada una cabía perfectamente en el cuenco de la mano. Las miré con detenimiento mientras él las sostenía y consideré que serían de cantera labrada. — Estas me las dio don Raúl. Me las entregó por que él dice que soy su aprendiz, pero yo pienso que es mucho compromiso serlo…bueno, lo que sea. Estas me las entregó don Raúl como parte de mi aprendizaje. Me dijo que un día sabría para qué son, pero en realidad no tengo ni la menor idea de su uso. Cuando me la dio me habló de que la encontró entre una ruinas mayas. El cree que algún antiguo sacerdote las debió de haber utilizado. Nos miró con una amplia sonrisa en el rostro, contento como niño de enseñar su tesoro. Sus ojos nos recorrieron y fue así como obtuvo una idea. — ¡Ya sé! Vamos a ver si tienen energía como la que está en la casa de mi hijo. Acto seguido las colocó sobre una mesa y me pidió que las revisara con mis aparatos. Naturalmente accedí. Nada. Quizás estábamos haciendo algo mal. Los aparatos indicaban una ausencia total de campos, como es común en cualquier roca. El prof. Juan Tzuc me miró de una forma extraña, como tramando algo, para a continuación inhalar profundo y comenzar a decir algo con murmullos. La actitud que asumió era la de alguien elevando plegarias, con voz queda y además en maya. Palabras con sonidos exóticos comenzaron a flotar en el ambiente, adquiriendo cada vez un volumen mayor. Se estableció al instante una atmósfera sobria y serena. Y fue justo cuando dijo en maya “les pedimos que se manifiesten…por favor”, que maravillosamente las agujas de los sensores de radiación y de electromagnetismo se movieron, rítmica y alegremente, haciéndonos ver que algo como una especie de respuesta nos era otorgada. El prof. Tzuc no se percataba de lo que ocurría, pues sus ojos estaban cerrados, pero todos los presentes no cabíamos con nuestra sorpresa. En los momentos en los que él callaba, los sensores retornaban a cero, y cuando proseguía en maya se registraba de nuevo la actividad energética en ese par de esferitas.


Cuando abrió los ojos, se exaltó pero en un segundo comprendió qué estaba ocurriendo y volvió a un estado de profunda calma y concentración. Prosiguió con sus peticiones pero ahora en español, pidiendo a esas fuerzas invisibles que se expresaran abiertamente por medio de los aparatos. Y esas fuerzas misteriosas, de las que me ha hablado Celeste como las energías que insuflan de vida al Universo, se expresaron a través de esa especie de comunión, por medio de tecnología y magia, de ciencia y espiritualidad. El hecho ocurrió ante siete personas y una videocámara. Después otro de los hijos del prof. Tzuc pidió la oportunidad de hacer una pregunta, ante lo cual se movieron varias veces las agujas de los aparatos; eso lo interpretamos como una afirmación. El joven la formuló de manera mental, y obtuvo su respuesta. Concordamos con que el movimiento pulsátil y veloz era un si, y el no moverse de las agujas era una negación. Los demás hicimos una serie de preguntas, algunas realizadas verbalmente y otras con el pensamiento. Yo pregunté algo que de manera insistente resonaba en mi cabeza, como un tambor percutiendo. La pregunta hecha fue “¿debemos ir a las ruinas en donde se habían encontrado las esferas de piedra?”. La pregunta era arrebatada, porque aunque no sabía hacia que dirección estaba ese lugar, yo intuía que tenía que ver directamente con la línea Ley sobre cruzaba al pueblo. Vi entonces que se movieron los indicadores de los dispositivos al detectar esa sutil y especial fuerza que a modo de electromagnetismo brotaba desde las piedras, emergiendo desde alguna ignota realidad. Quedó claro. Les externé a todos mi pregunta y la respuesta entregada. La repetí en voz alta y se nos volvió a confirmar, casi diciéndonos “sí, vayan a ese lugar”. El prof. Tzuc nos indicó entonces que esas ruinas quedaban a algunos kilómetros de ahí, en las inmediaciones del pueblito de San Antonio Sihó. Juan Tzuc sólo esbozó una sonrisa y dijo: – ¡Con razón! Precisamente quedan rumbo para allá las ruinas, para adonde apunta esta línea de energía que nos dices. ¡Pues vamos!


XVII. La Certeza en las Ruinas de Sihó

Era tanta la euforia, que nos atrapó con fuerza ese sentimiento de excitació n. No nos cupo importancia de que la noche ya hubiera caído. — Ya les he comentado que muchos atribuyen a nuestros sacerdotes mayas el poder de abrir el paso a otros mundos— dijo de buenas a primeras el prof. Tzuc mientras nos dirigíamos hacia los vehículos. Ante tan abrupta declaración dijimos casi al unísono: — ¡No, no nos ha dicho aún nada de eso! — Bueno pues, se lo explicaré más tarde, allá en Sihó –concluyó enigmáticamente. A continuación abordamos los vehículos, yéndome junto con él. Anduvimos por estrechos caminos y al llegar a las cercanías del poblado llamado San Antonio Sihó, nos detuvimos para observar con miedo reverencial un amplio incendio que consumía una gran extensión de la selva baja. Gentes desde el pueblo se dirigían a enfrentarlo, apoyados por los bomberos de otras localidades cercanas. Escuchábamos el crepitar de las altas llamas, sumidos en un silencio hondo e incómodo. En ese momento el prof. Tzuc dijo algo más que sería como especie de preámbulo a lo que estábamos por encontrar. — Pues bien, algunos creen que de vez en cuando los h’meen dejan una entrada abierta…No obstante, cabe la posibilidad —continuó, incorporándose un poco sobre el volante, como para mirar directo el fuego— de que el desenlace de lo que hoy hagamos no sea tan malo como yo lo temo; y es que es un feo augurio este; o puede ser muy bueno, todo depende de cómo tomemos esta oportunidad —agregó, mientras la luz danzaba en su rostro, que no presentó la más mínima alteración, manteniendo el mismo aire sombrío y triste ante la vista de el Monte quemándose. No dijo más y continuó manejando su coche. Unos kilómetros adelante, dejando el terrible incendio muy atrás, nos detuvimos en un sombrío paraje y a la vera del estrecho camino estacionamos los vehículos. Bajamos nuestros equipos, cámaras, sensores, lámparas y demás, y con sumo respeto nos dirigimos tras los pasos de un callado Juan Tzuc, que nos hizo


avanzar a paso rápido por un casi inexistente sendero en plena selva. Así anduvimos unos cientos de metros en la húmeda jungla. Las lámparas de mano nos ofrecían con sus haces un poco de claridad, pero preferí el uso de un visor nocturno infrarrojo que me permitía a la vez mirar con perfección en toda la redonda y sentirme por eso que no alteraba de alguna manera al lugar con algún potente rayo de luz. Comentaré que este tipo de visor ofrece una imagen clarísima en plena oscuridad, sin intervención de alguna lámpara. Podía moverme con sigilo y libertad, por lo que me quedé algo atrás, dejándolos avanzar. El sendero era estrecho y apenas visible. Caminamos y caminamos, comenzando así a vislumbrar algo a mis lados que parecían montículos similares a colinas, quizás de unos 20 metros de alto y como de 300 de largo. Fue cuando me percaté de que ahí no podía haber ninguna colina, no como en mi tierra natal, en donde hay montañas por doquier. Me había dejado llevar por una vieja impresión inconsciente, ajustando lo que veía a lo que conocía. En la amplia comarca de la Península, plana como una enorme plancha de roca, sólo hay leves colinas hacia la región de Ticul, lejos de donde andábamos. Entonces, eso que miraba en medio de la jungla baja no podían ser colinas. Pasó un instante para entender: ¡Eran enormes construcciones antiguas! ¡Vestigios de inexploradas pirámides! Allá adelante los demás se hallaban detenidos esperándome, un poco confundidos por mi retraso. Los alcancé y le pregunté al prof. Tzuc que si esos promontorios cubiertos de maleza eran pirámides. Me lo confirmó con un simple gesto, inclinando la cabeza hacia un lado y dirigiendo la luz de su lámpara para iluminar de pleno el costado ruinoso y lleno de vegetación de una alta construcción. Nos detuvimos todos, elevando nuestras luces para observar mejor ese portento de la antigüedad. Una hermosa pirámide, semienterrada por el tiempo y casi olvidada por todos nos esperaba, majestuosa y milenaria a la vez. Antes de subir, murmuré una petición de permiso para ascenderla, pidiendo a las inteligencias del lugar que desde su nivel de dimensionalidad nos permitieran el acceso. Inmediatamente trepamos. Ya en lo alto una plataforma de roca, con pequeñas columnas medio derruidas nos recibió. La visión que teníamos de todo era impresionante. Tuve la impresión de que miraba algo que no tenía derecho de ver, algo sagrado.


Por alguna razón por nosotros desconocida, las instituciones de arqueología mexicanas no habían hecho aún ninguna acción para rescatar este enorme centro arqueológico, tan grande como Mayapán o Dzibilchatún. La Vía Láctea destacaba, brillante, en la cúpula del firmamento, y la oscuridad quedaba salpicada por innumerables puntos de luz estelar. La quietud nos rodeaba por doquier. Esa gran ciudad esperaba su momento para revelar su esplendor, oculta entre el verdor, guardando sus secretos. Los mayas erigieron una de las primeras grandes civilizaciones del mundo. En el año 750 d.C. vivían 13 millones de personas en todo el Imperio. Desde Guatemala en el sur hasta Yucatán en el Norte. De pronto, casi toda esa gente desapareció, sin dejar rastros de a dónde o porqué se fueron. Esto constituye uno de los grandes misterios de la historia. Eso me lleva a preguntar, incitado por las palabras del prof. Tzuc sobre las puertas a otros mundos, ¿se habrán ido a otro lugar o a otro momento del Universo? Durante esa hermosa noche, en ese lugar sentía que gozaba de un gran privilegio. Cada quién comenzó a hacer sobre esa plataforma de roca lo suyo. El Arq. Castro filmaba. El prof. Silvestre observaba con detenimiento el entorno y hacía preguntas. Juan Tzuc retomó el hilo de lo que nos había comenzado a explicar, mientras yo escuchaba y tomaba lecturas de las energías. Escuchamos sus narraciones de leyendas con las que quería simplemente ilustrar, por medio de analogías, las enseñanzas que tenía. Su maestro, el anciano h’meen don Raúl de alguna manera se hacía presente, implícito en la experiencia. Mirando los rítmicos movimientos de las agujas de los sensores analógicos, y los periódicos cambios de los números arrojados por los medidores digitales, fui sintiendo la casi ominosa presencia de las enormes moles de roca alrededor y percibiendo intuitivamente la presencia de invisibles conciencias no humanas. Fue que de pronto, con un tremendo destello de claridad mental que comprendí la clave del uso de esas energías. Si, así fue. Sobre esa viejísima construcción y entre la densidad de una obscura selva que entendí que las estas energías primordiales que nos integran responden al llamado de cualquiera, indistintas a quien sea.


Simplemente colaboran con nosotros para darle forma a la realidad que momento a momento creamos. Mi profundamente amada Celeste me lo había comenzado a mostrar desde aquél lejano bosque de eucaliptos, bajo la fronda de nuestro querido ahuehuete y aunque vi la fuerza de la vida desplegada ante mí, no había obtenido el ansiado entendimiento de cómo usar esas fuerzas. Ni en el bosque ni en el volcán Teopán. ¿Pero y cómo es entonces eso? ¿Cómo usarlas en plenitud? Pues Celeste me ha explicado con suma paciencia e infinidad de ejemplos eso que ahí, apenas y con enormes esfuerzos logré, iluminadamente comprender. Con ella he discutido sobre la naturaleza de la realidad. Le dije en un principio que todas las cosas que nos rodean son en sí mismas entidades físicas independientes a nosotros. Ella me hizo reformular mi entendimiento de la física cuántica y sus directas implicaciones. Primero me lanzó al rostro, de manera dulce y delicada pero contundente e irremisible, que yo no sabía en realidad nada de física. Que mis años de estudio fueron en vano, pues lo único que había hecho era memorizar conceptos y ecuaciones, pero que nunca logré antes por medio del razonamiento propio, indagar en las profundidades de la física. Aún cuando eso fue un terrible golpe para mi imagen personal, ella nunca lo hizo con intención de lastimarme. Necesitaba ayudarme a quitar los prejuicios e ignorancia que me cubrían. Volví a recordar lo que me decía, que el verdadero truco de una persona de conocimiento no es estar en lo conocido sino en el misterio. Aceptando esto como premisa todo sería más fácil. Mi mente logró por fin, percibir ese lado que a todos les es oculto. — Así que, ¿por qué sigues viviendo las mismas realidades Jorge? — me ha preguntado ella una y otra vez. Celeste, tu mágico mundo es un mundo muy distante a la ilusión en la que los demás vivimos. El tuyo es el mundo real. Y me sigue preguntando ella, viéndome directo al alma, entrando por mis ojos — ¿No es increíble Jorge que tengamos opciones y potenciales que existen pero de las que no estamos conscientes? ¿Es posible que estemos tan condicionados a nuestra vida diaria, tan condicionados a la forma como creamos la vida diaria que aceptamos la idea de que no tenemos control alguno?


En esa viejísima pirámide, sintiéndome un explorador de las regiones más desconocidas de nuestro mundo, pude comprender de golpe todo eso que Celeste me comparte. Vi bajo las cintilantes estrellas como estamos condicionados a creer que el mundo externo es más real que el interno. El nuevo modelo científico dice justo lo opuesto. Dice que lo que ocurra adentro, creará lo que ocurra afuera…y por fin, ahí entre mis amigos y bañado por la energía de las convergentes líneas Ley lo empecé a entender. Comprendí esto: Si me concentro, en verdad con mi mente y mi corazón a que algo sea, entonces la materia y la energía confabularán a mi favor. Vi en el ojo de mi mente propia como los antiguos se quisieron ir, y al unísono, los 13 millones de mayas del siglo IX hicieron resonar sus convicciones a un nivel tal, que desde un plano cuántico establecieron puertas de acceso a otras realidades, abriendo accesos hacia otras regiones del cosmos. Los residuos de energía pulsátil ahí siguen, medibles por cualquiera, diciéndonos que se aprovechó todo lo que la realidad cuántica ofrece, todo lo que los hermosos orgones regalan desde el cosmos. Ante mi recién adquirida comprensión un elemento inesperado llegó, y se hizo una extraña mezcla. Comprensión y miedo me llenaron. Un poco de miedo por el abismo ante el cual me asomaba, pero acepté ese miedo y lo invité a que me acompañara, para transformarlo en plena curiosidad y deseo. Sentí además, por un solo instante, que había una red mayor de campos de energía que se extendía oscilante y veloz, creando un entramado de inteligencia y sentimiento. Capté que si bien existen seres no humanos por doquier, muchos de ellos son afines y respetuosos de nosotros. Que sus actos aunque incomprensibles, estaban dirigidos a promover el desarrollo y la creatividad en los humanos. Recordé a Celeste advirtiéndome de la guerra antigua entre dos poderosos bandos, y que lo mejor era asegurarse de estar en el lado correcto. Del lado de nuestro corazón. — Si las cosas las haces siguiendo tu mente propia, tú alma, entonces estarás bien –afirmaba siempre ella. Me sentía parte de una reunión de conspiradores, uniendo esfuerzos para propiciar desde cada uno de nosotros un cambio en la forma de manifestar la realidad. Y creo que el viejo h’meen, don Raúl, esperaba que por lo menos alguno de nosotros entendiera eso. Lo creo por que vi en su


discípulo, Juan Tzuc una rápida mirada de gusto y tranquilidad. Él, siento yo, se había dado cuenta de mi estado.


XVIII. La Espiral Mágica que une a Todo «...he aquí que apareció ante ellos un carro de fuego con caballos de fuego ...y Ezequiel subió al cielo en un torbellino». 2 Reyes 2:11

Luego de algunas semanas después de regresar del sur de Yucatán, Celeste y yo analizábamos la información sobre el caso. Habíamos tenido que hacer un viaje a nuestra ciudad natal de Durango por razones de índole familiar y para

eso retornamos a una casa que en ese lugar tenemos. Ahí nos planteamos la necesidad de valorar cuidadosamente los resultados de la investigación. Entonces a Celeste fue que se le ocurrió una brillante idea. — Jorge, Jorge —me dijo apenas despertábamos. El sol entraba tibia­ mente y algo tímido por a través de las cortinas del dormitorio—. He estado teniendo un sueño desde hace días, pero no te lo comentaba por que no era claro aún. Pero hoy ya se me resolvió por fin. Todo en el sueño se me reveló perfectamente… ¡debemos ver todo como espirales! — ¿Cómo? —dije yo, abrumado por la impetuosidad de sus palabras que arrasaban mi apenas semi­despierta conciencia matinal — ¿Qué? ¿Cuáles espirales…en dónde verlas? ¡Espera, dame chance por lo menos de terminar de despertar! Te veo abajo, voy a preparar café —dije. De tal manera comenzamos ese día, con ella dando explicación a su descubrimiento. Afuera la actividad matinal de aquel sábado comenzaba con un cierto rumor sonoro. Ya con una buena taza de café en la panza y la mente funcionando óp­ timamente, me abrí a entenderla. —Pues la cosa está de esta manera: ¿estás totalmente de acuerdo con­ migo de que en todo hay geometría sagrada? ¿Seguro totalmente? —preguntó efusiva ella. Yo me sentí un poco consternado por la pregunta—. Dime Jorge.


—Claro, sin duda alguna. Pero a ver ¿Por qué me lo preguntas así? ¿Qué pasa? —ya me encontraba habituado a que ella me planteara así las co­ sas. —Mira, sencillamente veo que las espirales son una clave muy impor­ tante en esto. Estuve soñando con mis espirales de cobre que hago —dijo ella refiriéndose a espirales hechas por ella misma con alambre grueso de cobre. Según habíamos logrado constatar podían por sí mismas generar un potente campo de energía magnética similar a la energía encontrada sobre las pirámi­ des de las antiguas ciudades mayas de Chen Hó, en Mérida y en San Antonio Si Hó. Al hacer que las espirales de dos brazos girasen sobre el suelo, emana­ ban un constante y medible flujo de energía. El principio desde el cual partía Celeste es que la energía posee forma, y que a su vez las formas son el medio de manifestación de las energías. Así por ejemplo, la energía electromagnética y la gravitacional son ondulaciones, olas ascendentes y descendentes que se mueven de manera rítmica y armoniosa. Desde la más remota antigüedad los filósofos y sabios han especulado sobre la naturaleza de la energía, del ca­ lor, de la luz y concluyeron una y otra vez que existía en el mundo una enti­ dad con doble apariencia: la energía, fuera cual sea su tipo, y las formas geo­ métricas equilibradas. Observaron aquellas personas del pasado que las águilas podían man­ tener su vuelo siendo sostenidas por corrientes de aire caliente que subían, lo­ grando apreciarse que el aire ascendía en forma de espirales al mirar como el polvo es arrastrado hacia arriba Pero también el movimiento de esas aves, precisamente cuando se disponen a caer sobre su presa, se ajusta a una espiral que se va cerrando cada vez más y más hasta atraparla. El filósofo Descartes notó que las arañas tejedoras hacen su red partiendo desde el centro hacia fuera, tejiendo con su hilo una espiral. Celeste me hacía entonces referencia a esta elegante y común forma geométrica, pero en lo particular hablaba de un tipo de espiral que posee cua­ lidades prácticamente mágicas. Se refería a la espiral logarítmica, la cual es una clase de curva espiral que aparece frecuentemente en la naturaleza. Se le ha llamado Spira Mirabilis, "la espiral maravillosa”. Matemáticamente una espiral logarítmica de 0 grados de curvatura es un círculo; y una espiral logarítmica de 90 grados es una línea recta.


Se sabe además que se pueden construir espirales logarítmicas de 17.03239 grados, utilizando los números de Fibonacci o la proporción áurea. También es conocido el hecho de que los insectos se aproximan a la luz de una lámpara moviéndose según una espiral logarítmica. Además, de acuerdo a las observaciones de los astrónomos, los brazos de las galaxias espirales son aproximadamente espirales logarítmicas. Es tam­ bién un reciente descubrimiento que nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, po­ see cuatro brazos espirales mayores cada uno de los cuales es una espiral lo­ garítmica de unos 12 grados de curvatura. También puedo hablar de otros ejemplos, mencionando que los brazos de los huracanes tropicales forman espirales logarítmicas y que de acuerdo a los biólogos, son frecuentes las estructuras muy aproximadamente iguales a la espiral logarítmica, siendo entre ellas los patrones de crecimiento de las célu­ las en un tejido y el desarrollo de una población de organismos en un ecosiste­ ma, ajustándose estos a pautas de índole espiral. Las hojas y ramas de las plantas nacen y crecen de acuerdo a espirales de Fibonacci y mencionaré por ultimo que las conchas de los moluscos poseen la forma de estas casi omnipre­ sentes espirales. —¡Jorge, Jorge escúchame por favor! Son las espirales el patrón inteli­ gente que une los acontecimientos. Te pido que abras tu mente y verás que todo lo que ha sucedido en torno a la desaparición de Alex está unido por es­ pirales. ¡En serio! Vamos a la computadora para que veamos. Acto seguido nos dirigimos a donde la computadora y me pidió que abriera el programa Google Earth para obtener una panorámica fotográfica de la Península de Yucatán. Con ese programa se proyecta en la pantalla una re­ presentación tridimensional de la Tierra, pudiendo obtener por medio de unos simples controles un modelo fotográfico que, de manera virtual nos daba ac­ ceso a imágenes tal y como si observáramos el mundo desde arriba, desde el espacio, logrado esto con detalladas fotos obtenidas desde satélites artificiales que constantemente levantan mapas de la superficie del planeta. —¿Y ahora? —pregunté esperando sus indicaciones. —Ahora acerca la imagen sobre Yucatán…si, así, para acá sobre el área en la que se fue Alex. Acércalo…más…¡Si!...¡Ahí está lo que te digo, mí­ ralo! —exclamó Celeste con suma alegría. Algo de enorme importancia se es­


taba desenvolviendo ante sus ojos, pero para mí, de nuevo, se me escapaban las pautas sutiles, los patrones ocultos de la realidad. —Pero por Dios, ¿qué veo? Sólo veo los puntos marcados en el mapa —dije casi exasperado por mi incapacidad de ver tan profundo como ella— ¿Qué ves? ¿Dime, por favor que salió ahí? —Mi Jorge —musitó tranquilamente ella, mientras sus ojos se casi de­ sorbitaban por la euforia —Estoy viendo la mano de Dios uniendo todo. Dicho eso me dejó ahí parado, mientras una expresión mezcla de incomprensión y azoro se plantaba en mi cara. Rauda como ella es, Celeste corrió a donde en otra mesa teníamos unas hojas de papel, tomó una y la puso directo sobre el monitor. Luego agarró de un manotazo un lápiz y comenzó a trazar una línea. A través del papel se traslucía la vista área de la zona poniente de Yucatán. —Cierra por favor las cortinas y apaga la luz para ver mejor –me pidió Celeste imperativa, con una mirada cercana al trance. Yo lograba ver a través del papel sin ninguna dificultad las marcas de los puntos geográficos que ha­ bíamos puesto en el mapa del Google Earth, y observaba el movimiento fluido y seguro de la mano de Celeste uniendo los puntos. Uno a uno los unió con un sólo trazo del lápiz obteniendo así algo sumamente conocido... algo sencillo, elegante y muy conocido. —¡Esto es! ¡Aquí está! ¿Ves que sí? ­exclamaba Celeste con una frené­ tica alegría que inundó toda la habitación, mientras agitaba como estandarte la hoja con el dibujo ante mis ojos, poniéndola consecutivamente sobre el mo­ nitor y luego casi sobre mi cara. Y al ponerla enfrente de la pantalla veía cómo de manera justa cada punto sobre el mapa coincidía en la línea curva dibuja­ da. Para mí inacabable sorpresa una maravillosa espiral, pura y limpia unía cada uno de los sitios que había visitado durante mi investigación, comenzan­ do el bello camino espiral a partir de un centro verdaderamente mágico, co­ menzando a desenvolverse desde donde Alex desapareció, creciendo la inexo­ rable espiral envolvente hacia afuera, tocando el lugar en donde el abuelo es­ tuvo esperando el retorno de los jovencitos con el ahumador, luego proseguía la curva pasando por encima del pequeño almacén de las herramientas, conti­ nuando hacia la palapa en dónde estuvieron rezando las mujeres de la fami­ lia de Alex durante la tarde de la desaparición. Miré como el trazo mágico continuó girando suavemente hasta atravesar el punto en donde aún se en­ cuentra el Altar de la Selva. Pero la revelación no terminaba ahí. Durante esa


mañana Celeste y yo proseguimos trabajando en la computadora 14, encontran­ do que al ir ampliando más y más la espiral, esta llegaba a pasar precisamente sobre el campamento de Hal Há, luego por encima del inicio de aquel difícil camino en donde perdí por momentos la señal del GPS, como también pasa­ ba luego por el pueblo en donde nació Alex, Tetiz. La espiral creció determi­ nante hasta pasar por sobre la semienterrada pirámide de San Antonio Sihó, llegando hasta la casa de Juan Tzuc en Halachó. El insólito patrón se prolongó giro tras giro, cruzando la ciudad de Mérida y proyectada en matemático avance que dejaba evidente una causa innegablemente superior a la de la mera humanidad. Celeste y yo confirmamos que la visión que ella tuvo en sue­ ños era verdadera, que todo estaba unido por una sutil y potente espiral, sien­ do esta la pauta geométrica que demostró que algo grandioso estaba ocurrien­ do ante nuestros ojos. En 1999 Albert­László Barabási15 formuló una revolu­ cionaria teoría, a la que se le conoce como Modelo de Redes de Escala Libre, la cual sencillamente propone que todos los eventos, cosas e incluso las perso­ 14 Cualquiera con acceso a una computadora con conexión al Internet o

quien disponga de un mapa detallado del estado de Yucatán, podrá confirmar lo aquí dicho, pues simplemente deberá de introducir en el citado programa, el Google Earth o colocar sobre el mapa los siguientes puntos geográficos, para luego verificar que efectivamente una espiral logarítmica de grado 10 une limpiamente todos esos lugares. Las coordenadas geográficas son: Lugar de la desaparición 21° 0'2.58"N / 90° 9'31.80"W; Colmenares 21° 0'0.65"N / 90° 9'33.09"W; Bodega 21° 0'5.58"N / 90° 9'29.10"W; Mujeres rezando 21° 0'4.32"N / 90° 9'28.53"W; Altar de la Selva 21° 0'3.90"N / 90° 9'37.38"W; Hal-Há 21° 3'25.32"N / 90° 0'53.40"W; Casa de Juan Tzuc 20°28'42.96"N / 90° 4'39.30"W; Pirámides San Antonio Sihó 20°29'36.12"N / 90°10'31.80"W; Mérida 20°58’18’’N / 89°37’05’’ (N. del A.).

15 Albert-László Barabási, nacido el 30 de marzo de 1967 en Rumanía. Es profesor de Física en la Universidad de Notre-Dame. Se ha dado a conocer por sus investigaciones acerca de redes libres de escala y las redes biológicas.


nas estamos unidos por una serie de súper­vínculos aparentemente invisibles, que en conjunto conforman un entramado de energías, causas e información que propulsa y da forma al mundo. A esto los antiguos místicos le nombraron La Rueda del Tiempo para denotar el carácter de íntima unión que todas las cosas tienen entre si. Parado ahí, mirando casi con reverencia esa mágica espiral que revela­ ba la ausencia de casualidad entre todo lo sucedido, recordé una frase maya que en ese momento poseía un mayor significado: "In lak'ech, A lak'en", "Tú eres mi otro yo". Con esa afirmación comprendí mejor como todos los lugares, personas y sucesos tenían una parte en sí de mi mismo. Todo evidentemente estaba unido. ¿Y qué más podría concluir? ¿Pues a dónde llevaría todo esto? Pues pienso que a lo siguiente: Primero podremos considerar en donde reaparecerá Alex, luego que el Moson Chakjole'en, el torbellino de fuego descienda de los cielos portando en sí al niño ahora transformado en un poderoso brujo. Si seguimos atentos el caminar de la espiral trazada en el mapa, podremos encontrar con facilidad un lugar sagrado idóneo para que Alex tenga muchísimos testigos de su retor­ no. Según la profecía que emitió don Raúl, el niño volvería en un lugar con muchísimas personas presentes, para que ante el prodigio todos ellos no al­ berguen dudas respecto a lo trascendental de la misión de Alex en nuestro mundo. Él no será de ningún modo alguien que asuma una imagen mesiánica, para nada. El niño, Alex, cuando retorne será un ejemplo del proceso de evo­ lución de la humanidad. Alex al retornar poseerá poder y habilidades superio­ res que lo definirán como miembro del siguiente escalón del desarrollo de nuestra especie. Así, si todos estamos unidos por una enorme espiral de vida, podremos reconocer en Alex nuestra capacidad para también ser superiores, extraordinarios. Nuestros cálculos nos permiten ver que el retorno de este niño maya será en el milenario centro arqueológico de Chichén Itzá el cual es visitado todo el año por enormes cantidades de personas de todas las nacio­ nes, y regresado el niño en alguien transformado más allá que lo que nosotros somos, como lo ocurrido al comandante David Bowman en la novela 2001 Odisea del Espacio. Las potentes entidades que están actuando sobre nosotros no son dis­ tantes visitantes de otros mundos que obran por amor a nosotros los habitan­


tes de esta Tierra, ni tampoco celestiales dioses que requieran adoración. Las potentes entidades que están actuando sobre nosotros son las fuerzas básicas de la vida, son los motores naturales de la existencia, son para decirlo clara­ mente algo constituido por la suma de la fuerza de todos los átomos de mate­ ria y todos los campos de energías de nuestro mundo. Los árboles, las monta­ ñas, los mares, los animales, el Sol, la Luna, las nubes y cada una de las perso­ nas, todos en una totalidad constituimos una super­red de redes, entrelazados a niveles cuánticos de una forma tal que por eso constatamos el "tú eres mi otro yo". Todo está constantemente evolucionando, cambiando a través de saltos que vivenciamos todos nosotros, por que todos como especie somos una entidad. Nuestros cuerpos son las vestiduras de Dios, nuestras almas el depó­ sito de sus Memorias y en definitiva nuestros espíritus su Corazón. Los increí­ bles sucesos aquí presentados nos están retratando a usted lector y a mi, ha­ blándonos del profundo cambio que estamos experimentando y que los enten­ damos o no, nos están llevando hacia una luminosa etapa que nos es mejor entrar en ella conscientemente. Alex es un instrumento de la vida para que desde una realidad se logre la identificación con otra realidad, más vasta. Todo estaba encajando para mí por fin. Así era, todo lo que habíamos logrado descubrir durante esta aventura adquiría sentido ante mis ojos de una forma tal que hasta incluso otras gran­ des aventuras que Celeste y yo habíamos tenido juntos poseían ya todo el sen­ tido del mundo. Por lo tanto para compartir toda la visión completa, realizare­ mos otros movimientos en la Gran Banda de Moebius. Hablaré entonces después de eso.


FIN DE LA PRIMERA VUELTA


SEGUNDA VUELTA


XIX. Doña Tere Notulp “Si supiese que es lo que estoy haciendo, no lo llamaría a esto investigación, ¿verdad?” Albert Einstein

Una tremenda tormenta de aire, agua, fuego y tierra había cruzado por encima nuestro durante las últimas 30 horas. El horripilante ruido de la tempestad sería algo que me acompañaría por toda mi vida, con el eco incesante de cosas que se rompían por doquier, como si se rasgara el mundo alrededor. Salimos con mucho cuidado de la pequeña estructura de metal que milagrosamente soportó el vendaval. Todo afuera estaba indescriptiblemente destruido y cubierto por cenizas. La plena potencia de la Madre Tierra fue sentida por todos nosotros en aquella pequeña isla, en un lago de El Salvador. Todo comenzó una semana antes, cuando llegamos a este país mi esposa Celeste y yo, con el objetivo de realizar estudios y hacer ciertas prácticas en un especial centro de poder terrestre situado en el islote del lago Coatepeque, en el municipio de Santa Ana, allá en aquella república centroamericana. Optamos no irnos en nuestra camioneta, para lo cual realizamos un viaje en autobús desde Chiapas, en México, haciendo varios transbordos. Nuestro hijo Sebastián para no interrumpir sus estudios, se había quedado en la casa de una familia de amigos nuestros, los MacManus. Con Francisco y Pía, y más con sus hijos él se la pasaría bien, protegido y contento. Francisco nos dijo antes de subir al autobús: —No se preocupen que él se la va a pasar bien mientras ustedes se van a sufrir por allá. Pero no se crean, que en realidad envidia me da verlos tan contentos yendo hacia la aventura. Pinche trabajo de burócrata que me tiene atrapado aquí —decía mientras reía y movía de un lado a otro la mano, en signo de despedida.


El viaje fue tranquilo y al arribar a esa tierra encontramos una región increíblemente hermosa, cubierta por una exuberante vegetación selvática y rodeada por inmensos volcanes. El islote en el que vivimos la esencia de nuestra aventura es conocido por lo lugareños como la “Isla del Cerro”, lugar en el que los indios Pipiles tuvieron un templo y un monolito consagrado a una diosa. Justamente ahí es en donde, según me lo había explicado Celeste en nuestra casa, se presentan las mejores condiciones del planeta para encarar tus demonios y fantasmas internos, como para encontrar las semillas de tu grandeza. En realidad así es, pero nunca hubiera imaginado de qué forma lo descubriría. Nos bajamos del ruidoso camioncito de pasajeros que llevaba señoras con gallinas y cajas con mangos, para encontrarnos con la increíble vista de un cuerpo de agua contenido en una amurallada y verde cuenca. Su calma superficie reflejaba esplendorosamente las algodonosas nubes del cielo. Los picos volcánicos a la lejanía cubrían tímidamente sus puntas con blanquísimos celajes que flotaban con toda la calma del mundo. Un caminito partía de la carretera, para bajar sesgadamente hacia uno de los pueblitos allá abajo, en la orilla de las aguas. El aire se respiraba diferente, con una franca cualidad vigorizante. Celeste casi saltaba como una niña, llena de gusto por retornar a ese ancestral sitio. La pañoleta que le había regalado ondeaba al viento, cubriendo en parte su cabeza y en parte anhelando salir volando con la brisa. Un precioso tucán, salido de no sé dónde voló por encima de nosotros, enrutando hacia el lago. Entonces Celeste dijo, levantando la mirada hacia mí: — Nos dice el ave que avancemos, que se nos recibe con bien. Ante esta aseveración no pude más que decir en voz baja, observando al paisaje: — Gracias por recibirnos. Así pues, comenzamos a descender con cuidado por el pedregoso sendero hacia el caserío. Al bajar, alcanzaba a ver mejor más y más detalles. A lo largo de la costa se podían encontrar fincas, pequeños hostales, muelles y toda una pequeña industria ecoturística que aprovechaba las bendiciones del lugar. Poco a poco se fueron mezclando los sonidos naturales con las voces de la gente y los ruidos de los botes. En verdad eso era entrar en otro mundo,


como ir introduciéndonos en una gran vasija por su inclinada y pétrea cara interior. Después de un lento avanzar, yendo a fotografiar un arbusto floreado por aquí o deteniéndonos a mirar unas aves por acá, nos fuimos acercando poco a poco a un pueblito. Inclusive nos entretuvimos, contentos, mientras ayudaba a Celeste a subir en un árbol para que cortara una enorme cantidad de tamarindos, por los cuales ella enloquece. Así, con el gusto de unos niños arribamos al pueblo “El Porvenir”. Desde ahí la vista era dominada por un juego entre los tonos azules y verdes. Aguas de un lago que llenaban desde hace milenios una caldera volcánica, la cual se formó con inconcebibles erupciones que con seguridad, en su tiempo estremecieron al mundo. Este lugar es considerado, y con razón, uno de los diez más bellos lagos de todo el mundo. Celeste siempre me había hablado de la enorme energía que existe a nuestra disposición en los volcanes, aún en los ya extintos. Pequeños botes de pescadores, gente en kayak o navegando en embar­ caciones de vela se movían con gracilidad sobre la límpida superficie. Una at­ mósfera de profunda calma nos envolvía, serenándonos. Una enorme parvada de aves lacustres emprendió al unísono el vuelo, cubriendo el cielo como una ondulante nube. Era la visión de un paraíso. Celeste dijo: — Pues este es el lugar. Vine aquí hace como 20 años y se mantiene aún tan hermoso. Te dije que te encantaría Jorge. Mira, por acá es en donde vivían mis amigos, esperemos aún encontrarlos por aquí. Y me tomó de la mano, jalándome con infantil regocijo. Cargando nuestras mochilas que ya se sentían menos pesadas, avanzamos por las calles empedradas, enfilando hacia las afueras del pueblito. Después de algunos pa­ sos encontramos, y con el atardecer cayendo veloz, la blanca casita de doña Tere. Un techo de palma y encaladas paredes nos esperaba. Al tocar a la puer­ ta y con el ladrido de los perros callejeros, una gentil anciana abrió la puerta. Con profundos y escrutadores ojos nos observó y con un brillo de reconoci­ miento, exclamó, contenta: — ¡Celeste, has venido! —dijo abrazándola con efusividad. Se estrecharon du­ rante unos segundos, revitalizando un viejo vínculo—. Mi chiquita, que bueno que estás aquí…pero pasen, pasen, los esperaba.


— ¿Nos esperaba? — confundido pregunté con un susurro a Celeste. Se suponía que no habíamos anunciado nuestro viaje. Pero en el mundo de Celeste siempre lo inesperado es lo que primero llega. — Si joven, los esperaba. Hace días que un pajarito se paraba sobre la albarrada de piedra y me cantaba “Vie­nee­ce­lees—teeee… Vie­nee­ce­lees­ teeee”. Me la estaban anunciando. Eso me dio gusto, pues nada más la he vis­ to a ella durante todos estos años en mis sueños. — ¿Cómo? —interrogué sorprendido—. ¿Un pajarito cantaba eso? — Si joven. Todo habla, sólo hay que saber escuchar. ¿No se lo has en­ señado eso aún? —dio volteando hacia Celeste. — Claro madrecita, muchas veces. Él es mi Jorge y tenemos un hijote hermoso que se llama Sebastián. Se quedó en Mérida con unos amigos nues­ tros. ¡Teresita me da mucho gusto verla! —expresó otra vez llena de contento mi Celeste, abrazando de nuevo a la señora. — ¡Ja, ja, ji! —estalló la viejecita con una alegre risa—. ¡A qué mucha­ cha esta!¡Te casaste mi linda Celeste, me da gusto mi niña! Y lo bueno es que están juntos. «Deja te digo que aquí también han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Pero mira, aquí ando todavía, de cabrona, je, je. Doña Tere Notulp nos pasó al interior de su humilde casita, ofrecién­ donos una silla a cada uno. Un sencillo mobiliario, constituido por una viaja cama en un rincón, una hamaca cruzando de pared a pared, un ropero, la es­ tufa, una par de mesitas y un altar era todo con lo que ella vivía feliz y en paz. Una foto en el altar recordaba la memoria de su fallecido esposo. — ¿Y su hijo Manuel? ¿Siempre sí se fue para Estados Unidos? —pre­ guntó Celeste. — Si, el santo muchacho se fue y ya no regresó. Allá le está yendo bien, hasta donde sé. No se ha vuelto a acordar de su madre, pero eso no im­ porta, mientras que esté feliz. Lo único que me gustaría mucho sería ver una foto de su hija, por que allá se casó con una gringa y ya tiene una chamaca, que ha de ser toda una señorita ya —respondió con un deje de tristeza en la voz. — Ya verá que si se la va a mandar —dije, intentando reconfortarla. —Bueno, ¡fuera penas!, estamos de fiesta por que han venido. A ver, ¿ya cenaron?, tengo frijolitos y pescado. Ahorita se los frío.


— ¡Pues a ver si puedo comer! —dijo Celeste—. ¡Me jambé todas las frutas que me encontré en los árboles! — ¡Ja, ja, ja! —nos reímos todos. Luego de una excelente cena, animados por la plática, le explicamos a la señora nuestra razón para ir hasta allá. —Muy bueno, me parece muy bueno. Estos días van a ser los mejores para eso. Todo se está acomodando para estar de cara ante los días que vie­ nen. Je, je… Hay cosas que ver en el altar de la diosa…ji…ji…Todo se ha es­ tado acomodando para eso y llegan justo a tiempo para participar de lo que se va a dar aquí. Algo grande se está acercando desde abajo y por arriba, y pron­ to va a llegar. Lo he estado viendo anunciado…ji, ji…ya verán porqué. De nuevo no entendí que me estaban diciendo, siempre tan enigmáti­ cas estás gentes, pero bueno, así se me daban las cosas. Continuamos charlando sobre temas diversos, un poco de esto y de aquello. — ¿Y cómo encuentras todo por aquí, mi niña? —preguntó la anciana. — Es extraño, por que veo cosas iguales pero otras muy cambiadas. A usted, por ejemplo, la encuentro igualita, no ha cambiado nada, como si el tiempo no le hubiera pasado. Pero al lago, a ese sí lo veo diferente. Ya hay muchas más casas…hoteles y cosas así. Antes sólo se veían pescadores, y aho­ ra hasta pequeños yates y motos acuáticas. Pero también me llamó mucho la atención, le comentaba a Jorge cuando llegamos, que se nota menos agua en el lago, como si hubiera estado bajando de nivel durante todo este tiempo. Al venir para acá me fijé que ya no llega el agua hasta el árbol de amate en don­ de usted iba a lavar. Le dije a Jorge que si se fijaba en un muro de contención, vería los niveles que el agua ha ido dejando marcados mientras ha bajado — detalló Celeste mientras volteaba hacia mí—. ¿Qué está pasando? Antes el muelle apenas sobresalía y hoy le vi las bases que lo sostienen. — Hay, mija. Los del gobierno vienen y dicen que es por que ha llovi­ do menos, o por que se está bombeando mucha agua. Hay otros que dicen que se está evaporando el lago, pero no es eso…ji, ji…para nada…¿Tú que crees?... —¡Pues que el agua se está yendo para abajo? ¿Verdad? —¡Pues claro mi niña!, que no se nos olvide en donde estamos.


En eso tenía la sabia mujer toda la razón. Nos encontrábamos en el borde de un enorme cráter ­de unos 8 km de diámetro­ que se formó por una serie de erupciones explosivas hace 72 mil y 57 mil años. Luego ese gigantes­ co hueco en la tierra se inundó con el agua captada por los volcanes tierras arriba. La simple idea de que el agua se pudiera infiltrar hacia el subsuelo era algo fácil de imaginar, considerando las desconocidas grietas y cavidades en las profundidades subterráneas. No dejaba de sorprenderme la incansable ne­ cedad de los científicos y autoridades que demuestran constantemente al no ver las cosas obvias y dar explicaciones que rayan en lo estúpido. Algo le esta­ ba pasando, evidentemente al fondo del lago. Después de un rato, doña Tere nos dijo que nos tendríamos que levan­ tar antes del amanecer para ir a la isla. Que ahí comenzaríamos el trabajo. Como yo no tenía una idea clara de en realidad que estábamos haciendo en ese país, pero fiel a seguir las peticiones de Celeste, convine prepararme para descansar del largo viaje. Pusimos nuestras bolsas de dormir en el suelo, y apenas metí dentro mi adolorido cuerpo, caí en un profundo sueño. Y soñé… Soñé que un gigantesco pez hacía un monstruoso ruido, como un rugi­ do, y que amenazaba desde dentro de las aguas de un agitado lago, con salir y comerse al mundo entero. Vi en el sueño que nosotros tres nos quedábamos tranquilos para confrontarlo, calmándolo… Luego desperté en plena madrugada, sudando. Escuché que afuera una miríada de ranas elevaba su croar en un casi estruendoso coro. Pero al con­ centrarme más en sus sonidos, sorprendentemente callaron todas de golpe, como si se hubieran molestado por espiarlas. Pero en realidad algo diferente a mí las silenció, algo lejano y muy viejo, algo que se acercaba irremediable­ mente, con firme trote.


XX. Un lago dentro del gran cráter “Si una idea no es absurda al principio, entonces no merece la pena considerarla” Albert Einstein

Un pequeño foco se encendió, trayéndome de nuevo a la conciencia. Celeste y doña Tere ya se habían levantado. El café estaba listo y platic aban muy contentas. Las saludé mientras me salía del capullo en el que dormí. Me puse las botas y salí a buscar un lugar en el cual orinar. Afuera el fresco aire de la montaña entró a raudales en mis pulmones. Le noté en esos instantes un extraño gusto a la brisa, pero no supe identificarlo. —“Quizás es el olor del lago” —pensé. Mientras regresaba a la casita, Celeste estaba afuera fumando su acostumbrado cigarrillo de la mañana, con una taza de café caliente en una mano. — El cafecito está muy bueno. Ya te puso una taza Tere —dijo ella. Entre y vi a la señora muy atareada cambiando las veladoras de su altar. Escuché como con una voz muy bajita decía sus plegarias. Decidí no interrumpirla y mejor me salí para acompañar a Celeste. Era una madrugada ligeramente fría, en la que la atmósfera estaba llena del canto de innumerables aves que se llamaban con su gorjeo para quien sabe qué cosas. Desde la casita se dominaba la vista de la inmensa caldera volcánica que hace muchísimo tiempo contuvo lava incandescente, y que ahora, ya apagada, sólo portaba una plácida agua. Los pescadores se apresuraban para adentrarse en el lago Coatepeque aprovechando la suave brisa que bajaba desde los cercanos volcanes. Todo era dulce y tranquilo. Fumé con Celeste, encendiendo el penúltimo puro que me quedaba. La nubecilla de un Romeo y Julieta ardiendo en la punta, se elevó sutilmente. —Pues vamos a ir a visitar a la diosa Itzcueye. Los indios de esta región son descendientes de los antiguos aztecas y se llaman a si mismos los Pipiles. Ellos cuidan allá, en aquella isla —y luego apuntó hacia las oscuras aguas, en


donde suponía yo que estaría el islote al que ella refería—, un importante centro de poder, del cual emana una fuerza muy especial, que pronto será despertada y que comenzará a recorrer al mundo. Desde allí seremos testigos de esta llegada. Antes de que pudiera interrogarla sobre el significado de sus palabras, salió doña Tere, que cubriéndose con un chal, dijo: —Muy bien muchachos, metan las tazas, ahí déjenlas en donde sea por que ya nos vamos. ¡Anden, andes!, que nos deja Carolino… La obedecimos, para comenzar a seguirla por las calles del pueblito. Con las mochilas a la espalda y equipo en mi cintura, avanzamos silenciosos. Los pescadores ya se dirigían hacia el centro del lago, pero entre dos barcazas viejas y con hoyos en el casco, nos esperaba Carolino. Carolino es un hombre de mediana edad, moreno y de cuerpo enjuto, pero dotado de un excelente sentido del humor, que fácilmente participaba a los demás con una sensación de agrado. Estaba parado sobre su pequeña lancha a motor, con la que nos llevaría hasta la Isla del Cerro, presentando una destentada sonrisa. Dejamos que las mujeres se acomodaran a bordo, y luego de subir mi mochila, empujamos entre ambos la lancha hacia las aguas, con un impulso rápido. De un salto también abordamos, no sin antes mojarme toda la pierna derecha, hasta el muslo. —Sácate el agua de la bota —dijo doña Tere—, todavía falta para llegar y es mejor que trates de secarla. Allá vamos a caminar un rato y no tendrás chance de quitártela. Así lo hice, y mientras secaba mi pie extendido sobre la proa, busqué otro calcetín. La lancha se movía con tranquilidad, como si dispusiéramos de todo el tiempo, sin prisas y Carolino parecía no necesitar de ninguna luz para saber por dónde íbamos. Toda su vida había transcurrido en ese lugar y eso le otorgaba el privilegio de ser uno con el lago. Así, sin temor a chocar con un tronco o alguna roca escondida conducía como un maestro, transportándonos con el acompañamiento de sus chistes y comentarios graciosos. De ese modo, entre risas y el sonido de un desafinado motor fuera de borda, surcábamos en un derrotero trazado por el ignoto sino. Encima sólo alcanzaba a distinguir los rojos destellos del planeta Marte, que muy cerca de las Pléyades intentaba iluminar a la negra noche. Una fantasmal bruma comenzó a envolvernos, cada vez más y más.


Cuando yo estaba a punto de encender una potente linterna de mano, pues la inquietud de no ver nada comenzó a embargarme, Carolino dijo, anticipándose a mis movimientos: — Ya llegamos, sólo apago el motor para acercarnos. Acto seguido el monótono ruido de la propela en el agua cesó. Mientras, por encima del volcán Santa Ana, al cual los indios llaman Llamate­ pec16, se empezó a dibujar una brillante aura, como si algo fuera a brotar bri­ llando desde su interior. De pronto justo cuando tocábamos tierra con la qui­ lla, la estrella Sirio se dejó ver por entre la niebla, como posándose arriba de la gran montaña de fuego y creando una extraña escena, surrealista. — Ahora si ya llegamos Teresita —anunció Carolino—. Nada más ba­ jen con cuidado. La anciana descendió de la lancha con un ágil movimiento, que para nada encajaba con la apariencia de su viejo cuerpo. Con rápidas zancadas se alejó, adelantándosenos unos metros. En la oscuridad alcancé a ver como se inclinaba, postrándose de rodillas. Celeste y yo nos detuvimos expectantes, en silencio. Mientras Carolino, sin decir nada, sencillamente se alejó, empujando de nuevo su bote hacia las aguas. Alcancé a oír el chapoteo de un remo, que usaba el hombre para irse calladamente. En ese instante quise sacar de la funda en mi cinturón, el fiel visor in­ frarrojo, con el cual pretendía obtener imágenes de nuestro rededor y ver algo, pero Celeste sintió mi intención de usar ese aparato y me detuvo con una suave mano. — Todavía no —susurró—. Mejor intenta ver por ti mismo. Me sentí un poco estúpido en ese momento, por no ser capaz de ver en esa tremenda oscuridad algo con mis, de por si, miopes ojos. Pero sin embar­ go, una cálida sensación de confianza comenzó a tener lugar en mi pecho. Era como si una voz me dijera: — “Mira, presta atención…sólo intenta ver”. Y eso hice. Me calmé y concentré tranquilamente mi atención en la apenas notable silueta de doña Tere Notulp. Celeste, a mi lado, tomó mi mano y la llevó hacia su pecho, estrechándomela finalmente con sus dos manos. De­ cía algo y quería que sintiera el ritmo de sus palabras, que me sintonizará con 16

En legua náhuatl, Montaña Madre (N. del A.).


el latir de su corazón. Y fue como de golpe, sin aviso, que todo se hizo inexpli­ cablemente claro. Vi como la neblina emitía una delicada luminiscencia, similar a la de una nube de luciérnagas con un cierto tinte verdoso. De la señora Tere brota­ ba algo así como un vaporcillo fosforescente, como si le saliera luz en forma de humo. Miré impresionado a Celeste y también ella tenía ese humo lumino­ so alrededor de su cuerpo. ¡Algo excepcional estaba pasando!


XXI. La gran bruja del lago volcánico "En las profundidades de nuestro inconsciente hay una obsesiva necesidad de un universo lógico y coherente. Pero el universo real se halla siempre un paso más allá de la lógica" Muad'Dib Dune.

En ese momento supe que doña Tere Notulp era una poderosa mujer de conocimiento. De hinojos tomaba la energía de ese lugar y con ella nutría directamente nuestras mentes propias. Nuestra capacidad de percepción se había incrementado más allá de lo usual. Por medio de algún complejo proceso psíquico movió fuertemente nuestros rangos sensoriales hasta poder mirar con facilidad en algún nivel electromagnético fuera del espectro visible. Meses después encontré una posible explicación científica a ese fenómeno. Algo que ciertos animales pueden hacer de forma natural, doña Tere logró que nosotros tres pudiéramos realizar aún cuando se supone que los humanos no tenemos esa cualidad fisiológica. Veíamos nítidamente en un entorno desprovisto casi de luz. Estaba observando todo un espectáculo por medio de la activación de ciertas partes, en mi cuerpo o en mi mente, que nunca había usado. Era fácil moverse en esas condiciones, todo era claro y con una inusitada limpidez, como si alguien hubiera ajustado las texturas y los colores. Sin embargo no era como el acto común de ver con las luces a las que estamos habituados, ya fuera la del Sol o cualquier otra. Era eso, sí, ver con los ojos, pero explícitamente de una forma fascinante y bella. De nuevo comento que esa situación puede ser recreada en un laboratorio, con condiciones controladas, llevándolo a uno a un estado de cambio cuántico tal, que permite esa y muchas cosas más. Pero eso lo detallaré más adelante.


Doña Tere se irguió, imponente, afirmando con una voz profunda, plena de intensidad: — El permiso ha sido otorgado. Se nos ha recibido con la bendición de la visión. Los antiguos que habitaron esta tierra nos dan la bienvenida. Caminemos pues, vengan. Absorto en la experiencia, caminé detrás de ellas. Nos dirigimos con andar firme y tranquilo por un estrecho sendero. La esponjosa y húmeda tierra se hundía mullida bajo nuestros pies y el intenso aroma de los helechos mojados por el rocío de la madrugada flotaba entre los altos árboles. Por mi cabeza pasó la idea de obtener lecturas con mis dispositivos de medición, pero como respuesta escuché unas palabras en mi mente: — “Libérate, no racionalices, sólo siente. Todo en su momento será”. Con eso fue suficiente para entender. Escuchaba así mi mente propia. Ascendíamos por una leve ladera hasta lo alto de un cerro y miraba por doquier árboles de alaís, aguacatillo de montaña, culebro y mano de león. Con sólo verlas sabía sus nombres locales y la función que les corresponde en el sistema ecológico bosque. ¿Cómo lo sabía? En realidad nunca había ni si­ quiera visto de cerca este tipo de árboles, más no me inquieté por mi profuso y nuevo conocimiento. Estaba conectado directamente con el campo mórfico y por eso obtenía los datos que quisiera. Orquídeas, bromelias, aráceas, musgos y líquenes crecían sobre los gruesos troncos de altísimos cipreses y el suelo en ocasiones dejaba evidente su origen volcánico, mostrando flujos de lava hacía mucho enfriada, que a modo de pétreas escalinatas utilizamos para subir. Recordé que colgado con una correa alrededor de mi cuello, el GPS registraba cada uno de mis movimientos, guardando en su memoria interna los vericuetos del camino. Si algún día quisiera caminar de nuevo por allí, con el registro electrónico de este aparato lo lograría con facilidad. O con mayor simpleza si recurriera a mi mente propia, ella me guiaría mejor. Finalmente y libres de cualquier cansancio llegamos a la cima del cerro. Doña Tere volteó hacia mi, diciéndome algo que ahí mismo descubrí por mi mismo.


— Ya sé que sabes que estamos en un pequeño volcán. Ahora está apagado y todos le dicen el “Cerro”, pero nosotros le llamamos por su nombre de poder: Teopán17. «Y ahora quiero que veas eso. Algo que mi niña ya vio hace tiempo cuando la traje aquí —y a continuación sacudió delante de mis ojos una larga pluma de gavilán cola dorada. Lo que después ocurrió lo podría tratar de describir como una especie de vivísima escena que se desplegó ante mis ojos y que me absorbió, llevándome a una situación en otros tiempos. De ninguna manera fue una alucinación, fue real…a su modo. Primero escuché una música muy dulce, ejecutada con tambores y flautas. Los sonidos parecían más como el latir de un enorme corazón acompañado por el delicado canto de aves. Los músicos danzaban rítmicamente, y al hacerlo, agitan semillas ahuecadas de ayoyote que chocan entre sí, sujetas a tiras de cuero de venado dispuestas alrededor de sus tobillos, para crear algo parecido al sonido del agua en un arrollo. En la distancia dos atronadores rugidos respondían, como formando parte de una gran orquestación. Por un lado, hacia el poniente el gran volcán Llamatepec, que con sus emanaciones eruptivas enviaba una densa nube a lo alto. Hacia el otro, en dirección del este, una negrísima nube de tormenta se acercaba con fieros vientos y potentes relámpagos. La cúspide de Teopán remataba con un cráter, del cual salían chorros de gas, polvo y vapor ardientes, y en el borde del que me encontraba justo parado. El suelo estaba caliente pero no quemaba y por doquier había detritus volcánico. Las laderas estaban cubiertas por árboles de mediano tamaño, indicando que el infante volcán tenía algún tiempo sin erupcionar. El grupo de hombres y mujeres subía despreocupados, felices, sumidos en un éxtasis. Iban ataviados ricamente con tocados de plumas, joyas de oro y jade. Vestían coloridas prendas de algodón y su actitud era festiva, como niños alegres. Evidentemente eran indígenas, pero no podía identificar a qué nación pudieran pertenecer, por que sus cuerpos eran muy altos y fuertes, tanto en los hombres y las mujeres. Parecían miembros de algún grupo étnico del norte del continente, pero había algo en sus ropas. De alguna manera me 17

ahí supe gracias al campo mórfico que Teopán significa “Templo” en náhuatl (N. del A.).


recordaban a los aztecas pero el perfil de sus rostros y la forma de sus cabezas semejaba más a los mayas. Los bellos penachos emplumados sin embargo tenían un parecido al de los incas del sur. En mi mente apareció clara una respuesta. —«Somos Aztlantes…la cuarta humanidad…tus ancestros». Impactado por la naturaleza de su origen, sólo los miré, pasmado y me di cuenta que una joven mujer, de piel morena y ojos aceitunados me veía fijamente mientras tocaba una flauta. Sentía como ella lograba hablarme directamente con sólo pensarlo. De improvisto un bramido profundo y largo resonó sobre el lago, ensordeciendo pero no acallando la festiva música sobre el Teopán. Llamatepec alzaba con orgullo una columna gris de humo y cenizas hasta más allá de la vista, disparando rocas que aún a la distancia podría fácilmente notar como trazaban en el aire sus trayectorias mientras volaban, alcanzando la estratosfera. Al observar mejor la formidable montaña de fuego, noté inmediatamente algo diferente en ella: era más alta, mucho más de lo que yo la había visto antes. De nuevo la incomprensión me asaltó. ¿Cómo, porqué estaba más alto ese volcán? ¿Por qué toda la escena no correspondía a mi conocimiento de los sucesos históricos? ¿Este pueblo, los Aztlantes quienes eran? ¿Pipiles, mayas, quechuas? Y además, ¿Por qué los volcanes presentaban una apariencia mayor, más activos y el lago se veía extraño, diferente? Al pensar en eso dirigí la mirada hacia un lado del Llamatepec, la Montaña Madre sin encontrar por ningún lado el contorno del volcán Izalco. Moví la cabeza, desesperado hacia todos lados, buscando algún punto de refe­ rencia más familiar. La joven entornó los ojos, clavándomelos como lanzas en los míos. Me petrificó como con un golpe seco en el pecho y la escuché de nuevo, como si alguien me hubiera puesto unos audífonos estereofónicos sobre los oídos. Diá­ fana su voz me dijo: — «Has venido desde tu tiempo, 52,000 años atrás de tu época. Ahora la mitad del mundo está cubierta por el hielo y este lago apenas terminó de nacer hace un milenio. Teopán, El Templo, acaba de emerger desde el fondo de Coatepeque. Has llegado a un momento de purificación y comienzos».


La fuerte conexión con el campo mórfico ahí la experimentaba de una forma dispareja, para nada parecida a la que sentía antes de desplazarme hasta ese tiempo. No podía obtener datos y entendimiento de mi entorno con solo desearlo, pero sin embargo estaba ahí, realmente estaba ahí, parado, proyectando mi sombra en el suelo rocoso y oliendo el sulfuro de las entrañas terrestres. Era muy inquietante pero todo ello me fascinaba a la vez. Sentí mientras ellos subían hacia lo alto del pequeño volcán Teopán, una vibración bajo mis pies, cada vez más intensa. Ronca y fuerte, fortificándose. Entonces todos los presentes al llegar al borde del cráter cesaron de golpe la música y el baile, y se postraron en la misma posición en la que se había puesto doña Tere antes de que subiéramos: Una rodilla en el suelo, la mano derecha tocando el suelo y con la izquierda el corazón. Sus caras estaban inclinadas hacia abajo y sus ojos los mantenían cerrados, musitando frases inaudibles. El profundo rumor de la tierra se incrementó, como si un gigante se alistara para irrumpir en la superficie. Y de pronto una sacudida como nunca he sentido, me derribó, lanzándome hacia un lado. Entre tanto los demás, conservaron sus posturas, incólumes, elegantes. Los árboles agitaron sus ramas con violencia junto con algunos peñascos que se desprendieron de una ladera, cayendo ruidosamente. Fue entonces que desde mi penosa perspectiva, tumbado sobre los guijarros apenas logré ver como una enorme roca, del tamaño de un coche, salía expelida con increíble velocidad por el orificio central del cráter de Teopán. El incandescente bólido subió unos centenares de metros en línea vertical, dejando tras de si una cauda de humo blanco. Luego se fue frenando hasta detenerse y comenzar a caer. Su acelerada caída lo dirigía directo hacia el grupo de Aztlantes, que inconmovibles seguían en hinojos a unos metros de mí. Yo no supe que hacer y ni siquiera un pobre grito alcancé a soltar. La roca se impactó con un poderoso estallido que lanzó esquirlas de piedra como feroz metralla, siendo mi cuerpo aventado hacia el suelo por la explosión, cayendo con la cara en el suelo y envuelto por la onda de choque, sintiendo que mi sombrero de fieltro salía arrancado de mi cabeza. Con un trallazo de dolor afilados trozos de obsidiana se clavaron en mi mano. Pedacitos de tezontle y piedra pómez medio cubrieron mi cuerpo.


Después sólo escuchaba un seco zumbido y el cuerpo me dolía por los golpes…Temía por las otras personas, ellos estaban muy cerca de donde reventó la roca y únicamente podía ver polvo por todos lados. Me levanté y corrí hacia en donde deberían de estar, llenándose mis pulmones con una fina ceniza que me hizo toser desaforadamente. De pronto la nube se disipó con una ráfaga enviada desde la tormenta, que cada vez más cercana dejó al descubierto una escena fascinante: todos estaban aún de rodillas, majestuosos, sin tan siquiera polvo encima. Sus rostros estaban vueltos hacia delante y centraban las miradas en una hermosa mole de roca, porosa y candente, que parecía palpitar cadenciosamente. Uno de ellos, el más anciano se levantó acercándose a la enorme piedra volcánica, y dijo con viva voz: — Tus hijos en esta tierra, te agradecemos todos que nos enviaste un trozo de tu corazón, Pachamama…


XXII. Pachamama y los Oscuros "…ella es la Figura de la Tierra, una semidiosa cuya misión especial es proteger a las tribus contra los poderes de la violencia… Es la Reverenda Madre de las Reverendas Madres... Responde a ese fuerte deseo humano de misterio. Es la prueba viviente de que lo analítico tiene sus límites. Representa la tensión última…"

Santa Alia del Cuchillo. Dios Emperador de Dune

Una tremenda bola de piedra, roja de incandescencia pura y bella hasta lo último estaba ante todos nosotros. Reina y objeto, simple y total. El anciano la nombró como el Corazón de la Pachamama y en efecto lo era. La cálida radiación que la rodeaba se podía sentir como una especie de abrazo que ella nos regalaba, besándonos a todos en ese cráter. Estaba más que pasmado. Todos estábamos bien, sin heridas de ningún tipo, bueno excepto yo que tenía un corte en la mano, pero eso era irrelevante. La roca latía, podía darme cuenta de eso, no sé cómo, pero lo sabía. Un colosal retumbar del todo el suelo se dejó de nuevo apreciar, como el saludo que con orgullo entregaban Llamatepec. Abajo las aguas se encresparon y un maravilloso relámpago partió desde la tormenta para dar directo en las faldas de Teopán, atronando con ensordecedora fuerza. Todo saludaba a la gran roca. Yo no hacía más que mirarla, con azoro y de pie frente a ella. El anciano caminó, acercándose más aún a la abrasadora mole. De una pequeña bolsita de piel vi como sacaba algo, que con movimientos delicados de la mano, casi como si pretendiese acariciar la roca, esparció sobre su casi fundida superficie. De inmediato un aroma profundo y conocido se extendió en el ambiente. Era resina de pino que se evaporó al instante. Era una ofrenda que en nombre de todos los Antiguos el hombre le entregaba al Corazón.


Escuché de nuevo la voz de la joven mujer dentro de mi cabeza. Giré el rostro hacia ella y continuaba mirándome, diciéndome: —«El Corazón que bienvenido es, se llamará Izcueye. Ha llegado la espo­ sa y compañera de Quetzalcoatl. « Con la obsidiana de su seno dará ímpetu a este mundo, que de entre los hielos y las aguas, de entre los fuegos y los vientos emerge, brioso. Llevaremos la civilización a todos los rincones, y aún con tropiezos llegaremos lejos, hasta con­ vertirnos poco a poco en ustedes. « Pero cuando eso sea, serán tiempos en los que los hombres y las mujeres tendrán que asumir la reacción de sus emociones y pensamientos. Todo lo repri­ mido, lo vergonzosamente ocultado, todo aquello a lo que secretamente se le tema, brotará con fiereza y amenazante se erguirá contra la raza humana. Lo que habite en la mente y en el corazón de las gentes de tu tiempo pesará más que sus actos. La gente de tu tiempo será reactiva ante lo que posea en su interior y dejarán que eso las moldee, perdidos en la más espantosa Oscuridad del alma. «Todo lo que hagan se sumará a todo lo que hayan pensado, a todo en lo que crean. Y eso determinará su destino. «La Pachamama siempre los acompañará y prodigará de bendiciones, pero de ustedes, de tu gente dependerá nada más el desenlace de las cosas. Tienen que aprender a utilizar las fuerzas de Cosmos para crecer, no para sufrir». Y así, sin más, dejando de escucharla y nublándose todo ante mí, me encontré tirado sobre uno arbusto, entre Celeste y Teresita. Todo era penumbroso y entre la bruma matinal apenas vislumbraba la luz de la alborada. La mágica luminiscencia que doña Tere había generado se había esfumado totalmente, para lo cual Celeste había encendido una lámpa­ ra, iluminándome de lleno. — ¿Cómo estás? —dijo ella, ayudándome a levantar. —Espérame tantito, ¿Pues qué pasó? —pregunté, confundido, sujetán­ dome la mano en la que efectivamente tenía una cortada. Desde ahí una pun­ zada latía intensa, lacerante. — ¿Estás bien? —volvió a decir ella. —Sí, creo que si —dije mientras buscaba mi sombrero, en un acto re­ flejo de protección.


—Toma, aquí está —escuche que decía Celeste, alcanzándomelo y to­ mándome del brazo—. Ven, vamos para acá –y me llevó hacia un lado, debajo de un enorme árbol—. Descansa un poco, ¿Ya te sientes mejor? —Si mi Celeste, gracias, gracias —y la abracé para encontrar en ella más calma. Nos estrechamos unos momentos y me soltó, explicándome: — Que bueno, ya regresaste. ¡Y ya lo viste todo!, eso me da mucho gusto, tenías que verlo por ti mismo, no te lo podía yo llegar a decir de ningu­ na forma. Ahora ya puedes entender muchas cosas que te he tratado de expli­ car, pero que siempre me quedaba corta, sin palabras. ¡Ya lo viste! — ¡Si Celeste!, vi, ya lo vi. No sé cómo pero vi y escuché cosas que pa­ saron aquí mismo, hace mucho. De pronto, sin previo aviso una náusea incontenible me invadió, ape­ nas pudiendo ladear mi cuerpo lo suficiente para vomitar lejos de Celeste. Me apoyé con la mano sana contra un árbol y en su base solté el líquido de mi es­ tómago, vaciando enteramente mi tremendo susto. Mientras Celeste me miraba, con aire divertido, riendo como una niña ante mi involuntaria deposición. Con un pañuelo limpié las comisuras de mis labios y ella me extendió la cantimplora, llena de café aún caliente. Eso de al­ guna manera eliminó el dolor en mi mano. — Hay Jorge, siempre te pasan estas cosas. Hay, hay, hay, apenas me puedo aguantar la risa. Siempre te asustas y te pones mal —expresó entre ri­ sas sin dejar de ver mi cara—. Nada más te vieras, ¡Estás amarillo!, ja, ja. No pude más que reírme con ella, pues tenía razón, siempre me ponía mal ante cosas que con ella vivía. Pero creo, si quiero un poco justificarme, que no es para menos. Con Celeste cosas de lo más inverosímil llegan a pasar. — ¿Y Tere? —pregunté al reparar en que ya no la vi de pronto —¿A dónde fue? — Espera, ahorita viene, mientras te voy a explicar qué pasó. —Si, por favor háblame que está pasando aquí. En mi visión me habla­ ron y me dijeron los nombres de este cerro y de una roca, pero en náhuatl y ellos decían ser más viejos que los aztecas…y no entiendo. — Claro Jorge, los nombres tu los entendiste en esa lengua, pero te aseguro que en realidad originalmente no eran nombres náhuatls. Algunas co­ sas que uno vé en ese estado, son interpretadas de una forma un poco familiar por tu mente. Pero la esencia es la misma. Seguro eran de otra forma pero tu


mente los vinculó con su equivalente en algún idioma que tú conozcas. Pero bien, eso está bien. «Mira, primero te diré que la Historia de la Humanidad no es para nada como nos la han enseñado en la escuela. Toda es muchísimo más larga y compleja. América no fue poblada poco a poco por gente mongoloide llegada desde Siberia, a través del Estrecho de Bering. En estos años han sido descu­ biertas pruebas que constatan lo que te digo, pero tardará todos los demás científicos en aceptar las contundentes conclusiones por estos pocos encontra­ das. «Lo que se sabe, que está en esencia correcto, es que nuestros ances­ tros humanos aparecieron inicialmente en el continente africano. Yo los lla­ maré los Antiguos, por ser los primeros de nuestra especie. «Si revisas tus conceptos de historia que son como los ya hondamente arraigados en la concepción popular, verás que se nos ha hecho creer, erróne­ amente, que los primeros humanos apenas aparecieron hace unos 70 o 50 mil años apenas. Eso es incorrecto, y ya verás que así es, pues algunos verdaderos científicos, curiosos y atrevidos han ofrecido pruebas físicas de que somos mu­ cho, pero mucho más viejos. «Pues bien, los Antiguos aparecieron en el mundo hace 800,000 años. Ya sé que te suena absurdo, pues es tremendamente antes que lo que te ense­ ñan en la escuela. Sólo escucha, y después ya lo razonas y lo discutimos. Sólo escucha por favor. «África ha sido en dónde aparece nuestra especie, y en donde se ha po­ dido recuperar de las múltiples destrucciones consecutivas que ha sufrido. Esto sucede así Jorge, gracias a las especiales características de la energía que nuestro planeta posee ahí. Cierto tipo especial de líneas Ley convergen en Etiopía, al Este y en Mauritania, al Oeste. Es ahí en donde pisamos por vez primera este mundo. Después te hablaré de cómo llegamos los humanos ahí. « Los Antiguos se establecieron en la rivera de los caudalosos ríos que hubo en medio de grandísimas planicies. No pasó mucho tiempo para que magníficas ciudades fueran levantadas, despuntando en el horizonte con su belleza y majestuosidad. ¡Ja, ja! , me estás mirando con esos ojos con los que dices “esta marciana está loca”, hay mi Jorge. Ábrete a pensar por un momen­ to en lo que te digo, y después sacamos conclusiones.


«Bueno, te decía que aquellos antiquísimos ancestros nuestros llegaron de otro lugar, aun no te diré de dónde ni tampoco te diré cómo lo hicieron. Basta decirte que durante muchísimos años aplicaron su conocimiento sobre la mente y su directa influencia en la realidad. Hablo de lo que tú conoces como física cuántica, pero íntimamente unida con la psicología y el arte. No desesperes, me irás entendiendo cada vez más, sólo escucha. «Hasta hace 580,000 todo fue bien para esa suprema raza, hasta que tocaron puertas que no sabían que debían de estar cerradas. Abrieron un acce­ so a este mundo a seres que no corresponden a nuestra realidad, pero que sin embargo llegaron y se han mantenido desde entonces. Si, hablo de los Oscu­ ros. Irrumpieron en este plano de existencia, arrasando con los Antiguos. El ni­ vel de ondas theta de sus cerebros, actividad cerebral de la que ya te he habla­ do en muchas ocasiones, era un nivel muchas veces más elevado que el nues­ tro. La intensidad de sus campos Psi, como lo llamas tú, era un enorme y ape­ titoso manjar para los Oscuros. Rápidamente la guerra entre los Antiguos con­ tra los Oscuros llegó a un punto en el que todas las personas fueron reducidas a meros animales sin mente, vacíos. La gente deambulaba en hordas salvajes por las llanuras y las abandonadas ciudades cayeron en la ruina. Todo se vino abajo para nuestros primeros padres. Al perderse la coherencia del campo mórfico humano, hubo una espantosa resonancia sobre toda la Tierra. Aque­ llos que antes detentaron poder sobre la materia y la energía, sobre el espacio y el tiempo, eran sólo unas piltrafas bestiales y dementes. El mundo comenzó a enfriarse muy rápido, rematando a los Antiguos. Pero unos pocos, un mano­ jo de ellos quedaron con vida como caricaturesco recuerdo de aquella podero­ sa raza. Y mientras que todo quedaba blanco por el hielo y la nieve, los Oscu­ ros se aposentaron en un largo sueño, del cual periódicamente despertaban, sólo para azotar al mundo en busca de comida. «Esa fue la primera exterminación casi total de la humanidad que re­ ducida a la barbarie más abyecta, durante 2000 siglos medró penosamente en sólo un rinconcito de la Tierra. «Luego, hace 380,000 años terminó el terrible congelamiento que apri­ sionaba gran parte de las tierras y los mares. Un gradual recalentamiento ge­ neró ciertas condiciones en la energía del campo mórfico y propinó un empu­ jón en la mente de lo cuasi­humanos de aquel entonces. Se dio un salto cuán­


tico en el desarrollo genético, dirías tú. De nuevo la humanidad volvía a pose­ er un campo Psi. La mente propia, la conciencia volvió a los ancestros. «Fue así como la segunda humanidad tomó su lugar en el orden de las cosas. Ellos repoblaron al continente madre, África y luego emigraron hacia lugares con mejores condiciones climáticas. Llegaron a Europa y Asia, asen­ tándose en aldeas que luego crecieron hasta ser grandes ciudades. «De esa forma, durante 195,000 años avanzaron con grandes pasos, recuperando mucho de lo que antes se poseyó. De haber salido de un embru­ tecimiento abismal, siendo sólo primitivos con herramientas de madera, hueso y piedra, llegaron a ser una raza que dominaba el uso de los metales. Se trans­ formaron en una raza de sabios, artistas y místicos buscando un sentido tras­ cendental de la vida. Fue una hermosa civilización de varias naciones unidas por el intercambio económico y cultural, obteniendo un nivel similar al de los pueblos del Mediterráneo de nuestra edad de Bronce. Se encontraban en los albores de otro salto cuántico en la conciencia que los hubiera llevado a las al­ turas de los Antiguos. «Pero los Oscuros despertaron de su prolongado letargo y nadie estaba preparado para eso. «La gente comenzó a enloquecer, dividiéndose en grupos que peleaban hasta la muerte por ideas irreconciliables, muchas de ellas ideas egoístas y es­ túpidas. La percepción del respeto y la igualdad se fueron al demonio. Todos se abalanzaban en pos de seguir a caudillos sedientos de poder. La gente esta­ ba enceguecida y perseguían todo lo que, a final de cuentas los destruía. El desamor y el miedo aplastaron a poblaciones enteras. Y en el Sol una fuerza increíble fue emanada hacia la Tierra. Si la gente no hubiera sufrido el ataque de los Oscuros, habrían podido usar esa energía para dar el salto cuántico a ni­ veles de conciencia mucho más altos, en los que las ondas theta de sus cere­ bros serían mucho más intensas. Pero no había nadie listo para eso, todos es­ taban corrompidos en su comportamiento. Si a una persona le afectas la bioquímica de su cerebro con alguna sustancia o alterando sus fundones celu­ lares, obtendrás cualquier tipo de anomalía, que puede ser en muchos casos reflejada en su comportamiento. Eso propicia por ejemplo las drogas. Pues imagínate el terrible daño que las gentes de aquellos tiempos sufrieron por culpa de los Oscuros, que se comían en todos lados la energía de las mentes. Sencillamente nadie podía pensar o sentir de manera natural. Les faltaba algo


y esa espantosa deficiencia se evidenció también en sus cuerpos. Sus sistemas endocrino e inmunológico se volvieron muy frágiles, padeciendo de muchas enfermedades. Murieron por millones, asesinados entre ellos mismos o por epidemias imparables. «Y no solo eso. Al desequilibrarse otra vez el campo mórfico, el clima se afectó totalmente. El frío regresó y el mundo se vio cubierto rápidamente por grandes macizos de nieve y hielo. En pocas décadas los continentes se he­ laron y los mares descendieron. Los ríos y lagos fueron transformados en cuer­ pos congelados, inertes. Este cataclismo diezmó a las naciones humanas de Eurasia y como ves, se repitió la historia. Sólo muy pocos quedaron al final en las regiones más cálidas de África. Pero este continente fue perdiendo vertigi­ nosamente a sus pobladores por las larguísimas sequías, aniquilándolos con espantosas hambrunas y enfermedades. La segunda humanidad, que durante casi 200 milenios había reinado sobre la Tierra, brillando con su inteligencia y creatividad, murió. O casi, pues minúsculas tribus quedaron dispersas en el Sudán. Se mantuvieron en condiciones precarias, subsistiendo con una forma de vida retrógrada y primitiva, retornado de nuevo al uso de herramientas de piedra. Todo el conocimiento y logros se volvieron perdieron irremediable­ mente. «Así estuvieron durante 60 mil años, miserables y al borde de la extin­ ción. Pero se mantuvieron aferrados a la existencia hasta que nuestro planeta, junto con el Sol, entró en una región de la galaxia en la que cierto tipo de energía favoreció el renacimiento de la conciencia humana. «Eso ocurrió hace 140,000 años. Y fue simultáneo, y no desvinculado al hecho de que el hielo comenzó a retirarse. Al mejorar las cosas y con este nuevo empuje en el espíritu humano, la tercera humanidad nació. «Ellos se extendieron otra vez hacia el norte, retornando a una Europa cubierta por bosques y ríos. Asia era un vergel de tierras amplias y ricas para la agricultura. Rápidamente, en pocos siglos avanzaron por territorios que an­ tes, mucho antes fueron de sus antepasados. Nuevos pensadores, mercaderes, inventores y reyes nacieron, fundando grandes y bellas ciudades. La luz de la civilización existía majestuosa, brillante. «Sus navíos llegaron hasta remotas regiones, aún no exploradas por nadie. Aventureros y estudiosos arribaron a América y Australia, establecien­


do colonias. De esa forma una enorme civilización global, unida por el respeto y la cooperación, vivía en paz con un profundo equilibro con la naturaleza. «Durante 75,000 años caminaron hacia la grandeza, levantándose de entre los escombros que la gran catástrofe que los había sumido en las som­ bras. Eran una sola nación planetaria, poderosa y digna. La tercera humani­ dad se erguía orgullosa con los ojos puestos en las estrellas, buscando incesan­ te como ir más allá. «Su ciencia y su sociedad no tendrían parangón con cualquiera de las nuestras. Prácticamente nos rebasaban por mucho en casi todas las áreas. «Pero sus planes de exploración hacia otros mundos fueron interrum­ pidos abruptamente. «Cambios convulsos descendieron desde lo alto y brotaron desde la Tierra. «El Sol, centro de vida y fuerza para nuestra Tierra nos situó en una condición que la tercera humanidad no pudo de ningún modo aprovechar. «Un periódico proceso natural de nuestra estrella proyectó hacia todo el Sistema Solar energías en gran cantidad, incluso fuerzas que hoy apenas co­ mienzan a medio identificar. Esto podría haber sido usado por aquellas anti­ guas personas, pero al iniciar el incremento de sus funciones cerebrales los durmientes se agitaron y otra vez despertaron. Estos seres van a volver a ata­ car a la humanidad mientras nosotros no lo evitemos. Ellos impedirán siempre que logremos alcanzar el nivel de conciencia que desde hace muchísimo nos corresponde, pero ellos sólo nos ven como un árbol cargado de frutos madu­ ros. Solo despiertan para comenzar la cosecha. «Los Oscuros, como ya te lo he dicho, forman parte de las criaturas de la Tierra. Ellos se adaptaron y ya se quedaron, pero no son malos en esencia. Simplemente su naturaleza les dicta actuar como lo hacen. Sin embargo son nuestros más terribles enemigos. Nos comen hasta casi acabar con todos, y ya llenos a rebosar, dejan a unos poquitos para que repueblen otra vez al mundo. Como dijo alguien antes, somos un suculento comedero y no nos van a dejar hasta que los detengamos. «La oportunidad energética que nos obsequió nuestro Sol fue aprove­ chada por los Oscuros, que al percibir las recuperadas capacidades mentales de la tercera humanidad, como nube de langostas cubrieron las almas, comen­ zando su ciclo de alimentación. Ya sabes el resto. La gente se comportó de


una forma, que si no te has percatado como cual, fue idéntica a la que tene­ mos ahora. En unos momentos quiero retornar sobre esto para hablar de ello. Mientras te dirá que el mundo en esa ocasión no se congeló inmediatamente en una edad glaciar. No, en ese tiempo el mundo se calentó desde dentro y por fuera. Los mares elevaron sus temperaturas y poderosos huracanes golpe­ aron con una fiereza sin igual. Mientras en otros lugares extensas sequías aso­ laron vastas regiones del mundo. Pero te dije que el interior de la Tierra se ca­ lentó y así fue. Temblores de enormes proporciones destruyeron regiones en­ teras. Los volcanes despertaron, algunos incluso aumentando titánicamente su tamaño y comenzaron a aparecer en el mar muchos nuevas islas, que eran en realidad volcanes naciendo desde el lecho marino. «Piensa en eso unos instantes. Te diré que finalmente estos grandes volcanes estallaron de una forma en la que tú no te podrás imaginar nunca. Grandísimas olas llegaron a las costas de todos los continentes, barriendo con las ciudades humanas que existían en ese entonces. Quiero que sapas que la población se encontraba asentada en su mayoría a orillas del mar, y por eso sufrieron una destrucción inconmensurable. «Luego los cielos se cubrieron por densas nubes de polvo y detritus, impidiendo que la luz y el calor llegaran al suelo. Visualiza ese escenario. «Al final todo comenzó a congelarse, iniciado una nueva edad glaciar. Del hielo habíamos emergido y al hielo retornábamos. Se cerraba un ciclo. «Otra vez la cantidad de gente diminuyó, hasta casi no quedar nadie vivo. Minúsculos grupos errantes sobrevivieron por aquí y por allá, en medio del frío, de las sequías, erupciones volcánicas o de los huracanes. «Pero entre toda aquella destrucción y tierras inhabitables algo emer­ gió. En el transcurso de un par de milenios el nivel de los mares descendió y la gran cantidad de islas volcánicas en el Atlántico quedaron descubiertas, aquietando poco a poco su eruptiva actividad. Europa, Asia, Norteamérica y la mitad de Suramérica estaban congeladas. «Más en esos días no todos perdieron la mente. Hubo muy poquitos, como 100 personas que fueron protegidos por una especial convergencia de lí­ neas Ley en dos lugares. Su energía creó en esos puntos una especie de barre­ ra contra los Oscuros, y eso salvó a esas gentes. No fueron atacados y cuando después de años esos seres se fueron a dormir, estas gentes emergieron de sus refugios, encontrándose con un mundo arrasado por la destrucción humana y


natural. En ambos sitios mantuvieron aldeas en esos sagrados lugares y muy lentamente fueron incrementando su población, teniendo hijos e hijas posee­ dores de conciencia. En esa ocasión no murió el alma humana, sino que se mantuvo en un pequeño reducto. «Los lugares en donde se escondieron quedan en donde es hoy el Sa­ hara occidental, al sur de Marruecos y el otro en el centro de Australia. Fue­ ron de esa manera los dos únicos grupos humanos supervivientes. Los de Áfri­ ca fueron al cabo de unas décadas suficientes para emigrar a regiones más se­ guras. Ahí la falta de agua los empujaba para ir a otras tierras mejores. Y se fueron, pero no al resto de África ni de Eurasia, pues allá no había nada más que muerte. «Los australianos no quisieron salir de la gran isla, decidiendo quedar­ se únicamente ahí, viviendo alrededor de su montaña protectora, Uluru, que es de donde emana la fuerza que nulifica a los Oscuros. Ellos, los Anangu nun­ ca tomaron contacto con los sobrevivientes de África, pero quizás eso estuvo de alguna manera bien. De ellos descienden de forma directa los actuales abo­ rígenes australianos, con los cuales hace años estuve aprendiendo mucho en una comunidad cerca de Uluru, o Ayers Rock que es como le llaman los blan­ cos modernos. «El camino natural para los africanos fue irse sobre pequeñas barcazas hacia el Oeste. En aquella época se había formado un inmenso archipiélago entre África y América. Islas grandes y pequeñas se extendían a través del océano, con sus climas cálidos, abundante agua y tierras muy fértiles. El em­ bate de las feroces tormentas en los trópicos disminuyó hasta niveles normales en esa época. «Quiero que sepas que de la mayoría de aquellas islas, sólo quedan en la actualidad las que forman los archipiélagos del Caribe, las Canarias y Cabo Verde. Las demás se hundieron en épocas más recientes por otro enorme cata­ clismo, retornando al lecho marino. Ya de algunas de esas islas se han hecho descubrimientos, pero como te digo, aún con las pruebas en las manos los científicos se van a resistir en aceptar esto que te digo. Pero eso no importa. Lo que si es importante es que aquella gente, los pocos que quedaban en la costa oeste de África, emigraron gradualmente hacia esas islas, cubriéndolas con poblaciones en más y más lugares.


«Al ir estableciéndose, llegaron hasta América de nuevo, y se emplaza­ ron en donde hoy es el centro de México, en Centroamérica, Colombia y norte de Brasil. Naturalmente en Cuba también, por que se encontraba unida por un macizo de tierra con la Península de Yucatán. «Toda esa gran civilización casi totalmente insular desarrollada hace más de 70,000 años se llamó a sí misma “Hijos del Océano”, renacida desde la casi total extinción mundial de la tercera humanidad. Las condiciones para la continuidad de la especie y su posterior crecimiento en todos los sentidos se lograron gracias a esa tira de islas templadas y muy cercanas entre sí, que ofrecieron a nuestra raza la posibilidad de escapar a las inclemencias de Áfri­ ca, Asia y Europa. «Los Hijos del Océano como los Anangu tenían un profundo respeto de la naturaleza, pues se sabían parte integral de ella. El individualismo dentro de una conciencia comunitaria les permitió vivir en paz. Fue una época de grandes avances y redescubrimientos, dejando de ser los recolectores semisal­ vajes en que se habían convertido después de la catástrofe que destruyó a la anterior civilización. Los Hijos del Océano encontraron el camino para, otra vez, inventar la agricultura y la domesticación de animales. Volvieron a saber como trabajar los metales. Todo ocurrió para ese pueblo, por cuarta ocasión, con un destello de inventiva tecnológica y evolución social. Aún así hubo pe­ queños grupos dispersos de humanos que avanzaron, independientes, hacia las zonas frías. Esas tribus apartadas de los Hijos del Océano no pasaron de la edad de piedra en los yermos y helados lugares a los que llegaron. Por eso en Europa, Asia y Norteamérica se han encontrado artefactos de piedra que han hecho creer lo que los arqueólogos hoy afirman, que en esas épocas apenas si había cavernícolas. «Sin embargo la gran civilización de los Hijos del Océano se mantuvo sólo hasta hace 17,500 años, cuando las mismas circunstancias volvieron a re­ petirse. «Primero la enorme actividad del Sol, luego la posibilidad de tomar esa fuerza como impulso evolutivo y después el retorno de los Oscuros. «Los sabios de aquella época únicamente vieron venir eso, sin poder hacer nada…o casi nada, pues trataron de proteger lo mejor, más fuerte y be­ llo de su cultura. Sabían qué había pasado antes, pero desconocieron también como evitarlo y liberarse del flagelo de los Oscuros. ¿Te digo por qué? Por que


aún cuando todas las experiencias previas estaban grabadas en el campo mór­ fico, la solución no nos era permitida verla, pues esos parásitos han sabido como nublar nuestro entendimiento. La única alternativa a disposición de los Hijos del Océano para evitar la inminente caída fue enviar a diversas partes del planeta grupos de personas capaces de reiniciar la civilización. Si te das cuen­ ta, por eso persiste en todos los pueblos del mundo la idea de un gran cata­ clismo que barrió al mundo, y que según dice esa leyenda se logró salvar la vida por medio de que una familia humana con algunos animales y plantas viajaron en una barcaza. Es el origen del mito universal de un Noé y su Arca. «Como ves Jorge, nos hemos visto al borde de la total desaparición como especie y sin embargo hemos logrado mantenernos, resucitando literal­ mente como el Fénix. «La extraordinaria actividad solar no aprovechada por nadie, afectó al mundo entero de forma dramática. Esta vez fue mucho peor que las otras an­ teriores. El clima se hizo imposible. Recuerda que estaban en un periodo gla­ ciar y en las zonas congeladas, gigantescos glaciares de kilómetros de espesor comenzaron a descongelarse rápidamente, creando inundaciones titánicas que arrasaron con todo en su camino. En América del Sur y África se agudizaron monstruosamente las sequías que ya antes estaban. «Y en todo el gran grupo de islas inter­atlánticas comenzó el caos. Hu­ racanes de proporciones nunca vistas recorrían una y otra vez sobre esos terri­ torios. La población insular no aguantó el embate de esas tormentas, de in­ gentes fuerzas. Las muertes fueron incontables en un solo año. «Pero aquello se tornó todavía en un infierno. Pues el núcleo de la Tie­ rra se convulsionó, porque impulsos de energías gravitatorias y magnéticas agitaron las entrañas geológicas, propiciando espantosos terremotos. El fondo marino se sacudió una y otra vez, vigorizando potentemente los antes apaga­ dos volcanes. Estallidos furibundos de las montañas de fuego se sucedieron en cadena y sismos dentro del mar elevaron olas de asolación, que al llegar a las costas cubrieron lo que encontraban con muchos metros de aguas. «La energía que llegaba a la Tierra en forma de tormentas solares, en­ volvía al planeta. Oleadas de gases magnetizados anularon al campo magnéti­ co terrestre y en el cielo luces de las auroras, antes sólo en el norte y sur, se veían en cualquier latitud.


«Y también eso, Jorge, hizo que algo le pasara al sistema endocrino de las gentes de aquellos días, cosa que muchísimo antes ya había pasado, pero esta vez fue algo mucho peor. Se afectó severamente todo el delicado equili­ brio eléctrico de la atmósfera y la gente comenzó a enfermase, de forma que sufrían desordenes psíquicos y sus cuerpos se debilitaron, siendo muy procli­ ves a las infecciones. «Los Hijos del Océano iban muriendo por millones y así se convirtió eso en la cuarta catástrofe sobre la humanidad. «Al final, en tres años sólo quedó un puñado de gentes, rota cualquier forma de comunicación, con la gloriosa civilización de los Hijos del Océano transformada en ruinas. La decadencia se cernió abriendo como cuervo sus negras alas sobre ellos. Pequeñísimos grupos humanos quedaron dispersos, distantes unos de los otros y con únicamente retazos de conocimiento y tecno­ logía. «Del gran fuego brillante de desarrollo y belleza que la humanidad ha­ bía logrado, siempre quedaban solo pobres rescoldos y débiles pavesas. Tuvie­ ron que empezar de nuevo, penosamente. Y lo hicieron, poco a poco hasta for­ mar a todas las naciones que la historia reconoce y de las cuales, oficialmente venimos. «La arqueología marca como límites de la pre—historia justo cuando recomenzamos desde la desaparición de nuestros más inmediatos ancestros, los Hijos del Océano. Para la ciencia ortodoxa en las épocas de las que te he hablado sólo existían primitivos cavernícolas. No fue así. «La gran roca que viste salir del cráter de Teopán fue entregada a los humanos en los principios del ascenso de los Hijos del Océano. De esa roca se labró la imagen de Itzcueye. El monolito sobrevivió hasta nuestros días y hoy se encuentra en un museo de aquí, en El Salvador. Itzcueye posee una cuali­ dad que aquellas gentes del pasado remoto le reconocieron, una capacidad para concentrar la energía mental y ayudar a darle forma a la realidad. Pero con el paso de los milenios lo olvidaron, llegando al punto en el que no supie­ ron que hacer para confrontar la última gran catástrofe. «Hoy has visto y escuchado cosas que van en contra de tu rígida for­ mación académica. Todo esto tendrás que constatarlo por ti mismo. Tendrás que recurrir además a pedir ayuda a otros que ya están tras la pista de aquello que fundamentará todo lo que hoy aquí has conocido.


«Ahora ya vámonos, ahí viene Teresita y debemos regresar a su casa. Allá si quieres luego hablamos. Por ahora es suficiente para que no te me pon­ gas otra vez mal…ja, ja, ja… ¡mira nomás la cara que tienes! ¡Si te la vieras, mi Jorge! Vente, vamos también para curarte esa mano.


XXIII. Un francés y el Contrapunto de la Historia Humana “El Universo nos pone en sitios donde podemos aprender, nunca son sitios fáciles, pero sí los indicados. Estemos donde estemos, es el momento y el sitio indicado. El Sufrimiento que sentimos a veces, es parte del proceso de estar naciendo constantemente.” Deleen Babylon 5

Acababa de recuperar el ritmo normal de mi respiración al bajar de Teopán, cuando encontramos de nuevo a Carolino con su sonrisa, tranqui lamente fumando a un lado de su lancha. Una plácida claridad matinal lo cubría todo, calentando gradualmente el interior de la enorme caldera. Coatepeque desplegaba su enorme belleza, despertando para el mundo. Había mucho que digerir. Mucho que poner en su lugar. Celeste me había puesto algunas hojas de una planta silvestre que curaría mi cortada. Me sentía mucho mejor en todos los sentidos, algo mareado pero mejor ya. — Gracias mi Celeste por traerme acá. Sabes bien que a donde sea yo voy contigo, más nunca me imagine que viviría esto. —Y lo que viene, ya verás, ya verás Jorgito —dijo doña Tere mientras se subía con aire enigmático al botecito, mientras soltaba un profundo suspiro. —Vamos a desayunar, tengo un hambre que me comería hasta un león —dijo Celeste. El retorno a la casa de doña Tere fue lento, acompañados por la música del remo de Carolino entrando y saliendo del agua. Callados y


pensativos hacia la costa del lago avanzamos. Mi mirar se perdía una y mil veces en mis visiones. Celeste rodeaba mi brazo con los suyos, en un cariñoso y eterno abrazo. El amor que nos une me nutría para pensar en la revelación que me otorgaron, tratando de entenderla. —“Ahora si, razona” —decía mi corazón, como musitando. La cabeza me giraba con un incesante torbellino de reflexiones, llevándome a recordar viejos libros y nuevos descubrimientos. Trataba de ajustar en un contexto racional y científico lo recién revelado. Primero ingresó en mis recuerdos la copia de un manuscrito que cayó en nuestras manos hacia algún tiempo. Esta copia nos la regaló un querido amigo, Eliseo. Él es un monje franciscano y médico que se ha desempeñado como misionero en países musulmanes del Sahara. En nuestra casa, él nos ofreció en medio de una plática animada con el café, queso y vino, sus aventuras en aquellas exótica regiones. —Dinos querido Eliseo como te fue por África —comenzó apremiante y curiosa mi Celeste—. Me imagino que algo difícil, pero a ver, platícanos. —Todo este tiempo he estado pensando mucho en ustedes, por todo lo que he vivido y las cosas extrañas que por allá vi. «Les voy a explicar en dónde estuve, para que se lo imaginen mejor. Me mandaron desde la coordinación de la orden en París hasta una pequeña ciudad muy al sur de Argelia. Mientras la avioneta en que llegué se acercaba a la pista de aterrizaje, hicimos una especie de maniobra de acercamiento y pude ver claramente como la población crecía alrededor de un oasis. Todo a la distancia no era más que desierto. Cuando supe que me mandaban a un lugar en medio del Sahara, me asusté, pues no sabía como iban a ser las cosas. Pero Dios sabe por qué lo lleva a uno por caminos desconocidos. «La ciudad se llama Tamanghasset y tiene cierta importancia por que por allí pasa un camino milenario que comunica las ciudades del norte con el río Níger, que está mucho más al sur. Desde siempre ha sido un punto de tránsito para mercaderes, aventureros, buscadores de tesoros, mercenarios y todo tipo de gente. Ahí estaba yo, un franciscano en la tierra de los musulmanes. Pero una minoría católica aún existe, desde mediados del siglo XIX, cuando los franceses conquistaron a esta nación. Pero lo que me atraía más de ahí no eran los otros católicos, sino la posibilidad de ponerle las


manos encima al arte sagrado de las pequeñas capillitas de la región. Sabía que allí podría encontrar verdaderas reliquias de las épocas del imperio Bizantino. — ¿Cómo qué tan viejas serían esas obras de arte? —le pregunté, un poco ignorante. —Pues por ahí supe que había piezas de los siglos VIII y XI, ¿Te imaginas? —dijo Eliseo con un brillo entusiasta en los ojos—. Yo me ofrecí para ir a restaurarlas. Me encontré pinturas de vírgenes, íconos sagrados, retablos, bueno hasta un órgano de viento precioso. Mientras estuve en Argelia me fue muy bien. Los párrocos me ayudaban, y hasta hice amigos entre los lugareños. Poco a poco fui aprendiendo árabe, pero me interesaba más saber hablar el bereber, que es la lengua original de ellos. De esa manera me relacioné con la gente del pueblo. En francés puedes hablar con las personas cultas al estilo europeo, pero esos no tenían nada que compartirme. Buscaba más bien las tradiciones y costumbres de los nativos, de aquellos que son los verdaderos habitantes del Sahara. Con sólo pensar que estaba en estas tierras me llenaba de gusto y excitación, mi espíritu se alborotaba por los olores y sonidos de las ciudades del desierto. Mientras estuviera con ellos aprovecharía la oportunidad para aprender y hacer cosas nuevas. «Un día llegó a mi taller de restauración un mercader, que según él era descendiente de los hermanos Barbarroja, que fueron piratas y reyes de remotos tiempos. El tipo era raro, se comportaba como si trajera algo prohibido escondido entre sus ropas. El muchacho que lo había llevado se fue rápidamente, dejándonos a solas a nosotros dos. Yo me sospechaba que se estaba haciendo más bien el misterioso, para tratar de venderme con sus aires de drama alguna baratija como si fueran las perlas de la virgen. Mis superiores no lo sabían pero yo me había conseguido una pistola, que por si las dudas traía conmigo. En aquellas partes del mundo las cosas son muy diferentes, y un monje católico no es visto con buenos ojos por los musulmanes. Así que aprovechando una ganga me compré un revólver que fácilmente ocultaba en mi pantalón. Con una mano apreté la empuñadura del arma mientras escuchaba al insólito tipo. Si hubiera problemas ya después vería como me las arreglaba, pero no dejaría que me atacaran por que sí. Esto se los cuento a ustedes, muchachos por que cuando regresé a París, me confesé hasta ese entonces con mi superior y a él sí le dije esto, lo de la


pistola, pero no se enojó conmigo, sólo me amonestó y me dijo que no sobraba cuidarse por uno mismo, pero que lo mejor era encomendarse a Dios. Con una sonrisa apenas esbozada en sus labios me dio la bendición. «Pues bueno, volviendo a la historia. El tipo no dejaba de decirme cosas en árabe que no le entendía, con una que otra palabra en francés apenas comprensible. Le dije que yo hablaba un poquito de bereber y eso mágicamente lo tranquilizó. Me respondió en esa lengua, preguntándome que de dónde era, que yo no parecía francés. Le respondí, diciéndole que soy mexicano, cosa que lo sorprendió. Exclamó que los bereberes y los mexicanos teníamos mucho en común, pero no supe en ese momento comprender lo que decía. Me abrazó con un furor que casi me asustó y sacó con un movimiento fugaz un envoltorio de entre su ropa. Al mostrarme su contenido vi que era una bolsa de piel, muy ajada por los años, y en su interior muchas hojas de papel, viejas y maltratadas, con muchos dibujos y anotaciones. Me las entregó, exhalando un suspiro de profundo alivio. Me explicó que había escuchado cosas buenas de mí, y pensó que podría hacer una buena venta de este documento. El hombre, cuyo nombre dijo era Huari, lo había encontrado en una casa en las afueras de la ciudad de Ghardaïa, al norte. Por la forma en como me detalló las cosas, me di cuenta de que en verdad lo había robado, pero no se lo iba a reclamar eso. Me detalló como lo había intentado vender en varias ocasiones, pues el llegó a pensar en un principio que era algo muy valioso. Pero nadie se lo compraba. Un día se lo mostró a un anticuario, el cual le dijo que no valía nada, que era solamente la bitácora de un viajero francés, en donde narraba sus descubrimientos de una tribu muy antigua que partió del Sahara hacia América, y que había fundado un gran imperio en los tiempos antes del diluvio. El anciano sabio le recomendó a Huari que mejor se deshiciera de esa basura por que ni un loco se interesaría en ella. Pero Huari comprendió la gran importancia que podría tener este diario. «Ocurre, amigos, que las tribus del Tuareg, que es como ellos le llaman al Sahara, tienen una leyenda cuyo origen se pierde en los principios de los tiempos. Nadie sabe antropológicamente de donde vinieron los Bereberes y ellos afirman que desde siempre han estado ahí. Pues bien, Huari me habló de esa leyenda y eso le hizo a él saber que el autor de esas notas había sido un hombre bendecido por Alá. Por alguna razón, las notas de ese investigador pasaron de mano en mano hasta llegar a Huari, y él se sentía responsable de


hacerlas llegar a su vez a alguien capaz de comprender su profundo significado. Huari trato de leerlas, pero apenas con su escaso francés logró entender que ahí se ofrecían pruebas de que una vez, hace muchísimo tiempo, los ancestros de los Bereberes habitaron unas grandes islas, hoy desaparecidas y que estuvieron en el gran océano Atlántico. Cuando Huari me dijo eso, con los ojos desorbitados abrió el manuscrito, mostrándome unas páginas en las cuales el autor narraba sus hallazgos. Al leerlas con atención me di cuenta de que el hombre decía la verdad. Esa bitácora contenía las notas de un explorador europeo en las que precisaba sus increíbles descubrimientos. Entre ellos se encontraban pruebas de que una vez una gran nación habitó desde África hasta México, extendida a través de un gran archipiélago poblado densamente. «Huari me pidió que yo me encargara de proseguir con los trabajos de ese hombre, por que así se cumpliría un antiguo designio, el que su pueblo ocupara el digno lugar que le correspondía entre las naciones del mundo, como madre de todas las demás. Una vez que me hizo jurar que protegería este documento, me lo entregó jubiloso y se fue casi corriendo, dejándome ahí parado y pasmado con una viejas hojas en las manos. «He leído y estudiado muy a fondo este diario y casi abandoné sin darme cuenta mi trabajo de restauración en Tamanghasset. Pasados algunos meses, y sin volver a saber nada de Huari, me trasladaron de nuevo a París. «Ya en Francia tuve de esa manera la oportunidad de buscar más sobre el autor de esa investigación. Fue de esa manera que supe que él era un excéntrico millonario francés, que a principios de los años 1920’s se puso a viajar por todo el mundo para comprobar una extraña teoría. Estuvo en Argelia y Marruecos, en Grecia y Turquía, en China y Corea. Inclusive se desplazó en los 30’s a México pretendiendo obtener el apoyo del gobierno para realizar sus estudios. André­Bonnet Leonard era su nombre y su objetivo encontrar la respuesta de un profundo enigma. Él había hallado pistas de una misteriosa civilización que se extendió por el mundo en épocas prehistóricas. Bonnet descubrió que entre las pocas cosas que aún les sobrevivían se podía contar una multitud de elementos mitológicos presentes de manera común entre pueblos tan distantes y diferentes como son los antiguos egipcios, los mayas, quechuas, etruscos, caldeos y los más primitivos chinos.


«Encontró además, como elemento común que esos pueblos utilizaron en el pasado un método oracular, que por su índole sagrada sólo era del conocimiento de las castas sacerdotales. Este oráculo siempre se encontraba constituido por íconos o imágenes plasmados en tablillas de arcilla u hojas de oro. Afirmaba Bonnet que ese sistema de símbolos encerraba en sí un acervo de conocimientos de índole extraordinariamente trascendental. Incluso llegó a pensar que el moderno Tarot, de supuesto origen egipcio, se había derivado directamente de ese conjunto de imágenes oraculares originales de esa extinta cultura mundial. «A este señor, Bonnet, sus viajes por el mundo le permitieron crear una vasta acumulación de referencias que apuntaban a que en un momento dado del remoto pasado, una comunicación física intensa y directa existió como medio para la propagación de tal conocimiento. «Además la aplicación de tal oráculo permitía, según así lo consideraba él, entre muchas cosas la previsión de los acontecimientos por venir, como también la definición de la naturaleza mental y espiritual de cualquier individuo que con la ayuda de ese oráculo, en cualquiera de los lugares en donde se aplicaba, podría claramente trazar su derrotero de desarrollo personal. Según descubrió Bonnet durante sus indagaciones, ese oráculo contenía el potencial para ser aplicado aún en la actualidad, con la generación de enormes beneficios para la población. «Supe también que Bonnet determinó que el total de iconografías era de 25, y que cada una de ellas se encontraba definida por estructuras arquetípicas a la humanidad» —y con una mirada de inusitada alegría, nuestro amigo Eliseo hizo una pausa, tomando un largo sorbo de su vaso con vino. Celeste no cabía de contenta y yo tuve que cerrarme con una mano la boca, porque mi mandíbula pendía libre y con el riesgo de que se me metiera una mosca. Celeste se levantó para encender un cigarrillo, mientras que abría la puerta hacia el jardín y dejaba entrar el fresco de la noche. El humo subía en volutas lentas y elegantes, mientras ella las miraba ascender, llevando no se que peticiones hacia el cielo. Eliseo me miró, y soltando una sonora carcajada, sin querer dejó caer su bocadillo. Yo me sentía como aturdido o algo así.


—A ver muchachos, que nos dé el aire para agarrar más vuelo y que tú nos sigas hablando de ese señor y su trabajo —precisó Celeste. Luego de servirnos unas aromáticas tazas de café, nos acomodamos para continuar con el relato. —Pues Bonnet no pudo concluir como él lo deseó toda su investigación —comenzó Eliseo con un tono más fluido en su voz—, pues el mundo en el que él tuvo la oportunidad de vivir, se encontraba convulsionado por revoluciones, intrigas políticas y guerras. Sin embargo su apasionada entrega lo transformó en un importante pionero del reescribir la historia. Incluso podría decir yo que él fue el primer occidental en apuntar correctamente en la dirección del uso de la sabiduría arcaica para solucionar los problemas de hoy. Les digo esto por que desde que inicié a estudiar sus notas, me di claramente cuenta que él estaba hablando de cosas que ustedes siempre han dicho. Como Bonnet hacía constante referencia a el oráculo de los antiguos, y en la forma en como él lo relacionaba con cosas más modernas, pues más pensaba en ustedes. «Dejen les explico por qué. Bonnet consideró seriamente que el actual Tarot estaría totalmente desarrollado a partir de una derivación de ese antiquísimo oráculo que él descubrió. Y como ustedes dos, Celeste y Jorge saben mucho del Tarot, pues por eso me urgía hacerles llegar esta información. Les pude haber escrito un correo electrónico, pero necesitaba decírselos personalmente. Además aquí les traigo estas fotocopias del manuscrito y atrás le he escrito la traducción. En unos días me tengo que ir a Israel y necesito dejarles esto. Ustedes sabrán más que hacer con todo lo que les he hablado. Me sentía raro allá en Argelia pensando en tales cosas, pero ustedes me han hecho ver que el mundo está constituido por muchas verdades aún desconocidas. Hoy creo en lo que Bonnet encontró y hay que hacer algo con sus trabajos. Tengan, aquí están —y sacó de su morral un paquete de hojas engargoladas—, son las copias. Si no se le entiende a algo de la traducción, entonces ahí si me escriben a mi correo electrónico, es… «…punto com. ¿Ya lo apuntaste Jorge? Bien. Quiero que sepan que las investigaciones de Bonnet no están en el olvido, simplemente no han tendido la adecuada divulgación. En Francia si se llegaron a publicar sus trabajos, pero para muchos son solamente tonterías. Tenemos que continuar de algún modo con eso. Por algo Dios me llevó hasta esa apartada ciudad para que ese


hombre de fe, Huari, confiado en sus leyendas me entregara uno de los manuscritos originales de Bonnet. Todo es por algo en verdad, como dice Celeste…» * * * Y sí, todo es por algo, pensaba en lo revelado en aquella velada con nuestro amigo Eliseo. Mis pensamientos eran acompasados por el ritmo del remo en las aguas. Ahí sobre esa barcaza entendí por que mi Celeste me había pedido que viniéramos hasta El Salvador. ¿Pero cómo? ¿Entonces Bonnet tenía razón? En mi visión sobre Teopán se me dijo que ellos, los antiguos creadores de la gran civilización inter­atlántica se llamaban a sí mismos los Aztlantes. No pude evitar la pregunta y rompí nuestro no concertado silencio. —Celeste, ¿sabías tú cómo se llamaban a si mismos los antiguos de la cuarta humanidad, como se decía en su lengua Hijos del Océano? —A si. Aztlantes —respondió como sí cual cosa—. Cuando Eliseo fue a la casa y nos habló de ellos, supe inmediatamente que lo que yo también vi, pero como hace 20 años allá en Teopán, era algo que ya tenía que proseguir en mí. Cuando Teresita me trajo aquí, me ayudó a ver y también vi, como tú el nacimiento de Izcueye. Se me dijo lo mismo que a ti, que aún no me has platicado nada de ello pero yo ya lo sé. Es como una especie de mensaje grabado en el campo mórfico para que alguien lo viera. «Cuando Eliseo habló de todo lo que descubrió Bonnet yo no les hable de mi experiencia con los Aztlantes. Supe que sería mejor para los dos que tú mismo lo experimentaras. Por eso te insistí tanto para que viniéramos a ver a Teresita. La visita de Eliseo fue para mí una muy clara señal de que ya había llegado el momento de hacer algo como lo pidieron los Aztlantes. Venimos aquí para participar en el inicio de la oportunidad para nosotros, la quinta humanidad, de dar el salto cuántico. Seguro también seremos testigos del despertar de los Oscuros.


XXIV. Toba, Eva y el Nuevo Sol “Hay seres en el universo billones de años mayores que cualquiera de nuestras especies, que en un tiempo no hace mucho caminaban por las estrellas como gigantes, inmensos e inmortales, ellos enseñaron a los más jóvenes… exploraron más allá de la frontera y crearon imperios, pero todo tiene su fin… durante más de 1 millón de años Los Primeros se fueron, algunos pasaron más allá de las estrellas y no volvieron, otros simplemente desaparecieron.” Embajadora Deleen Babylon 5

Ya no hablamos más durante el resto del derrotero. Eso permitió que pudiera volver a concentrar los recursos de mi asombrada cabeza. Pensé también que la forma actual del antiguo oráculo descubierto por Bonnet, y que hoy está expresado en el Tarot, en realidad contiene un poder que de ser reconocido podría dar un servició gigantesco a todas las personas de este mundo. Yo lo sabía muy bien, porque por que por medio de las enseñanzas de Celeste, desde hacia muchos años había comenzado el estudio aplicado y profundo del Tarot. Ahora comprendía porque la sabiduría del antiquísimo oráculo de los Aztlantes es tan poderosa, reflejada en el moderno Tarot. Desde que entré en contacto con el Tarot, me di cuanta de que es una herramienta de alcances apenas entendidos. Durante años lo apliqué, y aún lo hago. Uso el Tarot como medio para asistir a las personas. Pero para nada de la manera comercialmente difundida en la cultura esotéricoide y banal que por todos


lados abunda. Hoy en la televisión aparecen payasos disfrazados de psíquicos que prometen soluciones mágicas de los problemas, o que emiten absurdas predicciones cargadas de engaños y datos confusos. La cultura actual de lo místico existe gracias a nuestra ingente necesidad de salir del maldito hoyo de la mediocridad y la incertidumbre. El Tarot no sirve para lo que todos han creen con sus concepciones pintadas de pseudo espiritualidad de color rosa. El Tarot es en esencia un camino para establecer un diálogo con la mente propia. Se conecta directamente con el campo mórfico del universo, con el mar de posibilidades cuánticas. Celeste de antemano lo sabía, pero dejó que lo descubriera por mí mismo en los cientos, quizás miles de lecturas que he realizado. Poco a poco nació la sospecha de que al mirar esos crípticos dibujos de las cartas del Tarot, mi mente se lograba enfocar en aspectos de la realidad de otra manera ocultos, otorgándoseme la facultad de comprender con una inusual claridad la descripción en espacio y tiempo de los procesos de vida de cada quien. Por medio del Tarot he llegado a ver de mis consultantes sus miedos, alegrías, logros, capacidades y ante mi se ha desplegado multitud de veces una descripción de sus circunstancias actuales y de los caminos posibles que se abren ante ellos. Pero principalmente he visto qué mecanismos internos tienen que ser movilizados en cada uno de mis consultantes para dirigir sus energías hacia tal o cual alternativa. Nunca he visto un futuro predeterminado para nadie, sólo he visto que realidades, incluso las más inverosímiles se presentan para cada quien. Es como decir que en cada uno existen, desde el alma, necesidades que buscan realizarse, satisfacerse a plenitud, y cada uno, con sus limitaciones e ignorancia natural la cual nos acompaña a todas partes, puede encauzar recursos de poder y motivación en pos de esa satisfacción o cómo por necedad, podemos abocarnos férreamente hacia el dolor y la oscuridad. Quizás convenga imaginarse una especie de mapa que te indica “Si te escuchas, te darás cuenta de que esto quieres, esto tienes y esto puedes. Con ello, así, si avanzas con este pensamiento­emoción tendrás como resultados estás circunstancias, y si actúas desde este otro pensamiento­ emoción puedes tener estas otras consecuencias. El Tarot permite determinar desde dónde vienes, cómo vienes, a dónde en realidad has llegado y a partir de ahí poder ver, fuera de un tiempo


lineal, los caminos por los que puedes andar. Y siempre el Tarot funcionará desde la premisa de ser responsable de ti mismo. No te resuelve nada desde el momento de que te hagan una lectura de las cartas. Tienes tú mismo que apreciar profundamente lo que se te revela y a partir de todo lo que se aclara ejecutar actos precisos de acuerdo a lo que tu, en unión con tu mente propia conjuguen. Algunos pocos también han visto lo mismo que aquí expongo, como por ejemplo el chileno Alejandro Jodorowsky, con su uso del Tarot para su metodología de sanación alterna conocida como Psicomagia, o aún antes que él, Carl Jung, estudioso del Tarot desde una concepción psicológica sumamente innovadora. Entonces estoy firmemente seguro de que Bonnet, por medio de este antiguo oráculo, conocido entre los aztecas como Tonalámatl, logró una fuerte unión con su mente propia, pudiendo por eso descubrir importantes trozos de la verdad. La idea de una civilización más vieja que cualquier otra era en sí misma alucinante, casi descabellada. Claro, sin pensaba en esa idea con todos los prejuicios que la educación dogmática que recibí me dictaba. De nuevo me confrontaba con un hecho llegado a mí por mediación de Celeste que no encajaba con nada de lo que conocía previamente. El remo continuaba con su chapoteo y Celeste, a mi lado me dijo, casi susurrando: — Mira, ya llegamos —y luego me dio un cálido y húmedo beso—. A que mi Jorge, todavía no aterrizas, ji, ji. En la costa las barcazas de los pescadores ya estaba de regreso. No bajamos como si nada hubiera pasado y antes de despedirme, me acerqué a Carolino. —Carolino, te quiero dar esto, muchas gracias —le expresé mientras le entregaba unos dólares—. De verdad muchas gracias compadre. —Por nada Jorgito, gracias a ti. Luego alcancé a las mujeres. Antes de llegar a la casa de Teresita fuimos juntos con unos pescadores que nos ofrecieron muy baratos unos cangrejos recién sacados del lago. Constituyeron un excelso desayuno como nunca había probado uno. Después de tomar un rico café de la región, Celeste se acostó en la hamaca mientras doña Tere iba a regar sus tomates y chiles, que en el patio esperaban ya su porción de cuidados.


Mi querida Celeste me dijo que más tarde hablaríamos de todo lo que estaba ahí ocurriendo, luego se acomodó y se durmió casi en el acto, permitiéndome obtener una profunda inspiración mientras la veía mecerse con tranquilidad. Mientras dormía soñaba con sólo Dios sabe que maravillas y yo arrobado la observaba. Saqué la pequeña computadora portátil de mi mochila y me dirigí hacia fuera de la casita. Una vez ahí extendí una pequeña antena parabólica que situé en dirección del satélite SATMEX—5. Obtenida la señal activé el modem satelital y la comunicación inalámbrica con la laptop. Ya logrado eso me sentía más tranquilo al poseer un enlace satelital con la internet. Celeste decía que sin el internet me comportaba igual a si estuviera desnudo en la calle. En la computadora accedí a una búsqueda precisa de información. En alguna ocasión había leído en la revista American Science un artículo sobre una casi extinción masiva de la humanidad, suceso acaecido hace algunas decenas de miles de años. Como no me podía acordar con certeza sobre el contenido de esa publicación, lo más conveniente era actualizar mi conocimiento. Luego de unos segundos, la bendición del internet me prodigó con sus regalos: Los artículos y otras referencias hablaban de una serie de descubrimientos fascinantes que permitían formular una atrevida teoría. A esta hipótesis se le conocía como la teoría de la catástrofe de Toba y establece que la evolución humana fue afectada por un reciente evento de tipo volcáni­ co. Fue propuesta por Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois en Ur­ bana­Champaign. En la suma de artículos los especialistas aclaran que el co­ nocimiento sobre la prehistoria humana es fundamentalmente de naturaleza teórica, pero que está basado fuertemente en las evidencias obtenidas de fósi­ les, como también en los descubrimientos de la arqueología y en todas las re­ cientes evidencias obtenidas de la investigación genética de los humanos. Pue­ do resumir que de acuerdo a estas publicaciones científicas, se considera que en los últimos tres a seis millones de años, tras la separación de los linajes de humanos y simios del tronco común de homínidos, la línea humana se ramifi­ có en varias especies. Dentro de todo esto, la teoría de la catastrófica de Toba establece que una masiva erupción volcánica cambió el curso de la historia al producir una casi extinción de la población humana. La consideración central


de esta teoría estiba en el hecho geológico confirmado de que hace 75.000 años antes de nuestra era, sucedió que un volcán de gigantescas proporciones, como ninguno que exista en el presente, el súper­volcán Toba, que estuvo en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia, explotó como una caldera volcá­ nica con una fuerza 3.000 veces superior a la erupción del Monte Santa Hele­ na, dejando una enorme cicatriz en la Tierra que todavía existe conocida como el Lago Toba. En el enorme cráter de 100 kilómetros de largo que quedó hoy hay nada más que agua. Me detuve en la lectura e imaginé esa monstruo­ sa cosa, muchas veces mayor que el lago Coatepeque a orillas del cual nos en­ contrábamos. La holocáustica destrucción que se desató cuando los poderes terrestres se acumularon en las entrañas del súper­volcán Toba, hicieron sal­ tar por los aires toda aquella montaña, sacudiendo con la onda sísmica al pla­ neta entero, incluso proyectando con seguridad miles de toneladas de rocas hasta el espacio exterior. Ni todas la armas nucleares que la humanidad a construido, estallando al mismo tiempo podrían generar toda la fuerza libera­ da en esa hiper­erupción. Casi hubiera parecido que el mundo se partiría en dos. De acuerdo a los cálculos del Dr. Ambrose, este desastroso evento pro­ dujo una disminución de las temperaturas en todo el globo de 15°C en prome­ dio, lo que representa un cambio drástico en el ambiente que produjo la extin­ ción de las varias especies humanas que debían existir en la época. Este cam­ bio condujo finalmente al fin de todas las especies humanas menos una, de la cual descendemos los humanos actuales. Esta idea considera que quizás el mi­ núsculo grupo de personas que sobrevivieron ascendía a unos mil individuos. Una combinación de evidencias geológicas y de modelos computacio­ nales actualmente desarrollados por diversos grupos de investigación, apoyan la factibilidad de la teoría de la catástrofe de Toba. Pero esto se hace mucho más contundente cuando se aúnan pruebas de otra disciplina científica, la cual es la genética. El estudio de cierto tipo de material genético muy especial que todos los humanos poseemos en unos corpúsculos dentro de las células, llamado ADN de las mitocondrias, sugiere que todos los humanos actuales, a pesar de la aparente variedad que tenemos entre nosotros, provenimos de un mismo tronco formado por una población muy pequeña Utilizando las tasas promedio de mutación genética, algunos genetistas han estimado que esta población humana original vivió en una época que con­


cuerda con el evento de Toba. Esta teoría establece que cuando el clima y otros factores fueron propicios, los humanos nuevamente se expandieron a partir de África, migrando a otros lugares. Esto coincidía perfectamente con lo que los Aztlantes, Celeste y Eliseo me habían dicho. Además hallé un artículo de geología que hablaba de los procesos que había experimentado la región volcánica en donde estábamos. Se había determinado que la explosión del Toba había ocurrido casi al mismo tiempo que sucedió la erupción del volcán que estuvo en donde hoy está el lago Coatepeque. Entonces ahí estuvo otro volcán que también saltó por los aires. El artículo indicaba que la segunda vez que ese volcán, ahora ya desapa­ recido, volvió a erupcionar de forma definitivamente devastadora, fue hace 57,000. Por eso los Aztlantes de mi visión afirmaron que tenía poco de haber nacido el lago. Otro dato que me impresionó era que el volcán Llamatepec hace 52,000 años, en la época de mi visión, era mucho más alto que hoy y que el volcán Izalco no existía en ese entonces, por que se formó apenas hace tres siglos. Todo esto venía a confirmar de muchas maneras la increíble histo­ ria que aquí comparto. Trataba de aquietar las mareas de mis pensamientos escuchando algo de música. De las minúsculas bocinas del reproductor emergían delicados so­ nidos de una flauta china. De alguna forma la vida sintió mi desasosiego, creado por la estrepito­ sa confrontación de mis antiguas creencias contra lo recién revelado. Algunos pocos científicos elevaban sus voces demostrando cosas que parecían venidas de la fantasía. Percibí que Celeste se levantaba, saliendo al patio para ver qué estaba haciendo yo ahí. Me alcanzó, medio dormida todavía y poniendo sus manos sobre mis hombros, me dijo: — ¿Y bien, mi Jorge; qué has encontrado? Ya me imaginaba que ibas a correr a buscar en el internet más información sobre todo esto. — Estoy que no quepo de gusto —comencé a responderle—; hay una tremenda cantidad de datos que consolidan todo lo que me dijeron los Aztlan­ tes y tú. Con esto creo que puedo comprender más las cosas. No es que dude de ti, ni mucho menos, pero ya me conoces, soy también hombre de ciencia y necesitaba conjugar ambos lados de la verdad. Con estas pruebas podremos hacer algo, por ejemplo, compartírselo a los demás. Es muy importante que la


gente sepa las respuestas a ¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos?, y a ¿Qué nos depara el futuro? ¡Estoy feliz! —Pues más vas a estar cuando te enseñe este correo que me envío el otro día nuestro amigo Eliseo ¡Y hasta se te van a caer los calzones de la im ­ presión!


XXV. Los Antiguos “Lo único que interfiere con mi aprendizaje es mi educación.” Albert Einstein

La miré a los ojos y pensé: —“Esta mujer a veces me da miedo, hasta creo que es extraterrestre o de otra dimensión”. —Otra vez pusiste cara de asustado. No te he contado todo antes de venir para que no pusieras tus habituales barreras. Además lo que aquí vamos a aprender y vivir juntos va a ser mucho más intenso e importante que todo lo anterior. De aquí en adelante nuestro camino va a quedar muy definido y sólo tendremos que actuar comprometidos con la vida. Sólo así el trabajo será fácil. — Me tienes, como siempre sacadote de onda, mi Celeste, pero ya estoy acostumbrado. A ver, enséñame por favor el correo de Eliseo. Entonces ella entró a su cuenta de correo electrónico y desplegó el mensaje, el cual rezaba así: «Hola muchachos: Espero que estén bien, haciendo esas cosas tan locas que sólo a ustedes se les ocurren. Pues quiero que sepan que desde la última vez que nos vimos, en la casa de ustedes, me he quedado por una parte tranquilo pero por otra incómodo. Después de pensar largamente sobre el asunto supe que me inquietaba dejarles a ustedes solos este asunto, sobre Bonnet, y decidí buscar más por mi parte. Acá en Europa es algo más sencillo encontrar muchas cosas, que en México no se pueden, ni siquiera en Estados Unidos. Me refiero a libros e información sobre conocimientos de vanguardia en cualquier área.


Pues decidí acudir con un amigo mío, un señor muy viejito y muy sabio. Él tiene muchos doctorados, es un jesuita muy estudioso y hasta sabe mucho sobre Historia y Antropología. Él me dijo que una parte de sus investigaciones las dirigió hacia la constatación científica de la existencia verdadera de Eva y Adán. Para él ese era un asunto crucial, no sólo para la Iglesia, sino para la Humanidad en general. El señor, que hasta ahorita me doy cuenta no les he dicho el nombre de él, se llama Joseph Radellí, me explicó que aún participa en proyectos de investigación interdisciplinario para tratar de extender nuestro entendimiento actual sobre el origen de la Humanidad. Joseph me habló de unos importantísimos hallazgos que la comunidad científica no ha querido aceptar, pero que son contundentes e increíbles. Él me dijo que participó en 1997 en una expedición realizada a Etiopía, para realizar estudios sobre ciertos huesos fosilizados encontrados en la región. Me explicó que no se pudo quedar mucho tiempo por que su presión sanguínea se lo impidió, pues le subió mucho y se tuvo que regresar a Francia. Él vive en la actualidad en una congregación religiosa en Lyon. Pues él de todos modos se mantuvo en contacto con los otros investigadores para saber que iba pasando. Los resultados que obtuvieron fueron fascinantes, a un grado tal que revolucionan todo lo que hasta hoy se sabe respecto a los orígenes de nuestra especie. Joseph me aclaró que la ciencia oficial tiene la idea de que los humanos apenas aparecimos sobre la faz de este planeta apenas hace 20,000 años como los hombres de Cro—Magnon que algunos han querido erróneamente considerar una especie aparte de la nuestra, pero siendo en realidad, según la consideración de gente con Joseph, verdaderos humanos como nosotros. Pues lo que se encontraron estos cuates en Etiopía eran huesos muy viejos, de ancestros nuestros de hace mucho tiempo. Lo sorprendente del asunto es que de acuerdo a los análisis que les han hecho a esos huesos, corresponden a humanos como nosotros pero de hace ¡160,000 años atrás! Imaginen ustedes la sorpresa y el gusto con el que Joseph me hablaba de eso. Eran esas personas muchísimo más antiguas que cualquier otro grupo humano descubierto. Al principio los datos parecían no encajar, pues creían que quizás era un error, o hasta un fraude, pero no, esos huesos han sido analizados exhaustivamente por muchos grupos de científicos de diversas universidades. Tanto Joseph como yo estábamos impactados por eso. Él me dijo que a ese grupo de humanos se les dio la


clasificación taxonómica de Homo Sapiens Idaltu, por que Idaltu quiere decir Anciano en el dialecto amhárico de esa zona de Etiopía. ¿No les sorprende como a mí? Joseph me insiste en que él pertenece al grupo de aquellos que piensan que el Homo Sapiens Idaltu es sólo un ser humano de la actual especie y que mantienen ligeros rasgos morfológicos arcaicos en relación a otros fósiles que son indiscutiblemente también de Homo Sapiens Sapiens, o sea como se le conoce a nuestra especie actual. Joseph además defiende a capa y espada la concepción de que los Homo sapiens idaltu son los especímenes más antiguos de la especie humana presente, y que en tal caso es probable que hayan aparecido, por lo menos, hace unos 250.000 años, lo cual situaría nuestra presencia en este mundo más de diez veces atrás en el tiempo de lo que hasta ahorita hemos creído. Cuando salí del monasterio en el que está enclaustrado Joseph me encontré con valiosas respuestas pero con más preguntas en mi corazón. Por eso decidí escribirles esto y orar para que encuentren más de esta verdad. Me despido por el momento, anhelando verlos pronto de nuevo. Eliseo P.D. Les agrego una referencia que me hizo Joseph a una revista en la que se publicó hace poco un artículo sobre este descubrimiento. Él me dijo que es una revista muy seria y famosa de ciencia, hasta luego. La referencia que les digo es: Revista Nature, número 42, año 2003, páginas: 742­747. Nombre del artículo: "Pleistocene Homo sapiens from Middle Awash, Ethio­ pia18". Autores: White Tim D.; B. Asfaw; D. DeGusta; H. Tilbert; G.D. Richards; G. Suwa; and F.C. Howell». De esa manera terminaba la sorprendente carta. Celeste sostenía una espléndida sonrisa de oreja a oreja mirándome con plena alegría.

18 “Homo Sapiens del Pleistoceno a partir del medio inundado, Etiopía” (N.

del A.).


— ¡A como eres cabrona! —le dije lleno de gusto— Tienes razón, sólo hasta ahorita, aquí después de haber visto lo que me mostró Teresita en Teo­ pán puedo darle el valor enorme que esto tiene. ¡Está en verdad más que chingón! Esto acomoda todas las piezas del rompecabezas Celeste, las pone en su lugar —exclamaba, casi gritando por la excitación—. —Si mi Jorge, además si te fijas, mira esto—indicó mientras pulsaba algunas teclas en la computadora. La música del reproductor llenaba el aire con la música de Björk. Oceanía era la canción y decía en ese momento, como afirmando las cosas: «…You show me continents, I see the islands, you count the centuries, I blink my eyes…19». De pronto se desplegó en la pantalla una serie de referencias geológi­ cas muy detalladas sobre los más recientes eventos de glaciación que han ocu­ rrido en los últimos millón de años. En la pantalla podía leer los momentos en los cuales comenzaron y cuanto duraron, así como los nombres que poseían cada uno de esos periodos. Aquí los podría sintetizar con la siguiente lista: — Primera glaciación del periodo Cuaternario. la conocida como de Günz, que comenzó hace 1.1 millones de años y finalizó hace 750.000. — La glaciación llamada como Mindel que se calcula dio inicio hace 580.000 años y finalizó hace 390.000. Fue la glaciación en la que el hielo alcanzó su mayor extensión. — La glaciación conocida como de Riss que comenzó hace 200.000 años y terminó hace 140.000, y — La glaciación de Würm que se considera inició hace 80.000 años y terminó hace 10.000. Alcanzó su máximo hace 18.000 años. Revisé una y otra vez los datos y se acomodaban de manera perfecta a la crónica que me había compartido Celeste. Los tiempos de existencia y deca­ dencia de las anteriores humanidades se ajustaban de forma precisa en todo este esquema de sucesos. Veía claramente como el nacimiento de la civiliza­ 19

“…Tú me enseñas continentes., yo veo las islas, tú cuentas los siglos, yo parpadeo mis ojos…”, refiriéndose ella en la letra de la canción a la forma en como nos ha de ver el gran océano que envuelve al mundo (N. del A.).


ción de los Antiguos, los primeros, cabía muy bien con la idea de un mundo recién poblado por gentes que arribaron cuando terminaban los grandes hie­ los de la glaciación de Günz. — ¿Hace cuanto que me dijiste que llegaron a este mundo los Antiguos? —pregunté solicitando ese dato a Celeste. —Hace casi 800,000 años —respondió—. Todavía en Europa y otras partes habían enormes capas de hielo que cubrían los valles. Pero en África, como te expliqué estaba habitable y el mundo se veía muy diferente al de hoy. El mar tenía un nivel más abajo que en el presente. — Es muy importante que la gente sepa esto. —Ahora quiero que te acuerdes bien de lo que fuimos a ver con Francisco McManus y Pía cuando los acompañamos a Eknakan, para visitar el cenote Papa’kal20. Me fijé que tú no le diste importancia pero en realidad es algo que entra dentro de todo esto. — ¿De qué me hablas?, no me acuerdo de algo importante que haya pasado. Fuimos a ver un cenote, pero allá en Yucatán hemos visto muchos. Yo me metí en la boca de la caverna: bajé con unas sogas a buscar alguna estalactita rota, pero no llegué muy abajo, nada más estuve colgado un rato. Estaba fascinado viendo la caverna y sacándole fotos desde ahí, hasta alcanzaba a ver a unos buzos adentro en el agua, pero de los que habló Francisco no me acuerdo, ¿qué fue? —repliqué defendiéndome. — Cuando estabas abajo colgado, se nos acercó un muchacho de la Sociedad de Espeleología de Yucatán. Ellos andaban ahí haciendo sus inmersiones de fin de semana. Cuando saliste te lo presenté pero tú te fuiste a ver cómo habían salido tus fotos. Bueno, la cosa es que… — ¡A sí! Este Roberto… ¿Hashimoto?, si, si, ya me acordé —exclamé intentando conciliar la situación. — A ver, ¿de qué te acordaste? —preguntó ella, con cierto aire humo­ rístico ante mi desplante de nervios. 20

El cenote Papa’kal está situado a 45 km al sureste de Mérida, Yucatán. Su nombre significa en maya "Manchas de Lodo" (N. del A.).


— Me acuerdo de unos extraños huesos que se habían encontrado en una de las cavernas más profundas. Él comentó que a ellos les encanta meter­ se a los cenotes para explorar y ver si, de pura casualidad se encuentran algún tesoro o algo. Si, nos habló de unos huesos que estaban muy adentro en una de las cavernas y que había ofrendas de los mayas, y también… —¡Aja, no te acuerdas de lo mero importante! —exclamó divertida al descubrirme. No lo hacía por molestar, sencillamente le resultaba chistoso ver cómo evitaba aceptar que no había prestado atención en aquella ocasión. Si fuera sincero conmigo mismo, me evitaría estar embrollándome inútilmente, pues a Celeste no le preocupaba para nada que simplemente no hubiera pres­ tado atención. Si hubiera algo importante ella me lo haría saber, así de senci­ llo. — Bueno, si, no sé que ondas con esos huesos. ¿Qué tienen que ver con esto? —reclamé innecesariamente airado. —Pues mucho, mi Jorge —señaló ella mientras me colocaba los brazos alrededor del cuello y mirándome plácidamente a los ojos—. El chavo este, Roberto nos platicó muy entusiasmado de que hace años él y otros investiga­ dores, se metieron para ver hasta dónde llegaba la caverna. Cuando habían recorrido muchísimos metros dentro del agua, bajaron no sé cuanto y alcanza­ ron un punto en el que la caverna se estrechaba y formaba un pasaje. Eran cuatro buzos pero sólo se metieron por allí dos de ellos, y ya adentro evitaron tocar el suelo o las paredes para no enturbiar el agua con el lodo suelto. Ro­ berto era uno de los que se metieron y nos platicó que de repente su compa­ ñero se fijó en algo que parecía cenizas en el fondo. Le sacaron fotos pues era evidentemente una fogata antigua y luego también vieron huesos. Con cuida­ do los fotografiaron para registrar sus posiciones y luego los tomaron. Había de muchos tamaños y cuando salieron el jefe de la expedición, un señor que si no me acuerdo mal se llama Dr. Andrew Pitkin 21, se los mostró a un antropó­ logo que los acompañaba. Entre los dos determinaron que eran restos de la actividad de gente que se abría metido ahí dentro cuando la caverna no tenía agua, seguramente hace miles de años. Catalogaron los huesos y se los lleva­ ron a los laboratorios de la Universidad de Yucatán. Fue en ese entonces que lograron identificar los huesos por medio de diversos análisis y concordaron que eran huesos de humanos, pero sorprendentemente los estudios arrojaban 21

Miembro de la Cambrian Foundation de USA (N. del A.).


una edad de más de 20,000 años. Eso no checaba para nada con las teorías modernas sobre cómo se pobló América. Según las ideas actuales los humanos llegaron hasta Centroamérica mucho más recientemente. Pero lo que les hizo dar un salto de asombro, o de miedo, no sé, fue que lograron determinar de qué animales eran los huesos largos y raros. La cosa es que son huesos de ¡ca­ mellos! Dime tú qué chingados estaban haciendo camellos de África en Méxi­ co hace veinte mil años. Que no vayan a salir con la babosada de que vino el circo o algo así. — A cabrón de eso si no me acordaba. Creo que ni oí esa parte por an­ dar con la cámara —proferí. — Si no me crees busca esa información o mándale un e­mail a McMa­ nus para que él te lo aclare. — No, no, no, ni falta que hace. Yo te creo, nada más estoy muy saca­ dote de onda. Por todos lados hay muchísimas evidencias de que la ciencia esta equivocada, apoyándonos en muchas ideas que no queremos soltar, eso me enoja, chingado. — Jorge no ganas nada con enojarte. Si quieres enójate, pero ten muy claro contra qué. Los científicos no lo hacen de mala fe. Es lo único que ellos pueden hacer, apegarse miedosamente a lo que conocen. «Mejor, ¿tú qué haces con ese enojo? Úsalo, atrévete a ir más lejos, no nada más te me quedes renegando encabronado para nada». Como siempre, mi Celeste tenía razón.


XXVI. Las Oscuros “El que quiera seriamente disponerse a la búsqueda de la verdad, deberá preparar, en primer lugar, su mente para amarla." John Locke

Doña Tere Notulp se acercó, canturreando algo. El sol tibio de la mañana transformaba a toda la escena en algo esplendoroso. Nos vio hablando y levantó ambas manos, saludando. — ¿Cómo se sienten mis muchachos? —preguntó. — Pues aquí, ayudándole a Jorge para que acomode todas las cosas. No es fácil bajar de Teopán y asimilar todo lo que ahí a uno le regalan — explicó Celeste. — Si Teresita, esto está de la fregada de grueso. Son un montón de cosas que todavía me siento mareado —convení con Celeste. — A ver, dejen que les haga gallo22. Te dije, mijo, aquí muchas cosas se van a revelar, y no sólo para ti. A Celeste la llevé hace tiempo por que las señales que recibí me dijeron que ella necesitaba saber. Todo llega en su momento y ahora esto es algo con lo que ustedes, juntos, podrán hacer algo. — ¿Pero hacer qué Teresita? —inquirí impotente. — Pues primero quedarse aquí unos días más. Las cosas todavía ni siquiera empiezan. Ahora sabe lo mismo y deberán de apoyarse muchísimo para salir adelante. Los augurios dicen que ya están por llegar, tanto unos como los otros. — ¿Quiénes doña Tere? ¿Qué quiere decir? —volví a interrogarla. — Pues quienes más, hijo —indicó volteando a ver a Celeste con una mirada de complicidad—. Pues los merititos Antiguos y los Oscuros. ¿Qué no ves que estamos en guerra? 22

Forma coloquial salvadoreña para decir “los voy a acompañar” (N. del A.).


— ¡A cabrón!, o sea, ¿todo se va a poner gruesote? ¿Verdad? Eso es lo que hemos venido hablando desde hace mucho ella y yo —dije mirando también a Celeste. — Si mijo. Así es. No hay tiempo para seguir haciéndose pendejo, todo viene muy rápido. Pero por ahorita tranquilitos, sigan con sus cosas. O mejor acompáñenme para que les dé el aire tantito y no se me vayan a quedar embotados, más tú Jorgito. Guardé el equipo y entonces nos fuimos juntos caminando por las calles del pueblo, viendo las actividades matinales. Unos lavaderos públicos estaban atestados de mujeres que en medio de intensas charlas, compartían su quehacer cotidiano. Chismes, risas y piezas de jabón pasaban de un lugar a otro. Los niños jugueteaban correteando en aquella mañana de sábado mientras que doña Tere paseaba junto con dos extranjeros. Sonrisas afables y saludos honestos nos eran entregados con generosidad a cada paso. Llegamos a una pequeña plaza, en la cual una banca nos esperaba sola debajo de una amplia sombra. Parecía que alguien nos la estaba apartando por que todas las demás bancas estaban ocupadas en esos momentos. Fue que ya sentados Teresita retomó el tema. — Miren a aquellos niños, ellos son la semilla de la nueva humanidad. Las cosas se pueden volver a repetir, como ocurrió hace mucho y varias veces, o puede ser cambiado. — Teresita lo que quiere decir es que se avecina inevitablemente otra gran confrontación entre la humanidad y los oscuros. La Pachamama nos está regalando todo lo necesario para lograr el próximo paso en la evolución, pero así como vamos es muy seguro que volvamos a morir casi todos y el mundo vuelva a sumirse en la irremisible destrucción. Pero ahora quizás sea peor que en todas las anteriores ocasiones y puede que nos tardemos muchísimo más para volver a levantarnos. Pueden llegar a pasar muchísimos miles de años para que dejemos de ser cavernícolas. No es un juego y sin embargo, mucha gente sabe esto de una manera u otra pero no hacen nada. — Si, así es mija, pero con lo que vamos a hacer aquí ustedes podrán aprender más y compartírselo a los otros. De pronto, con estrepitoso escándalo, toda la perfecta quietud del pueblo de Progreso se vio desgarrada con la música a todo volumen que salía


de un pequeño coche amarillo. El vehículo se acercaba con alta velocidad, amenazando con atropellar a cuando se pusiera enfrente. — Ya llegó este cabrón y anda bien bolo 23. No le hagan caso, ahorita los alejo —indicó Teresita con un extraño énfasis en la voz. Las facciones se le endurecieron y adoptó otra vez la poderosa actitud que asumió al llegar a Teopán. Parecía más un felino del monte que una mujer anciana. El coche se detuvo y de él bajaron unos cuatro tipos. Tenían todo el aire de pandilleros. Temí lo más lógico: que fueran Maras Salvatruchas. Tatuajes por todos lados, hasta en la frente los distinguían y sus cabezas casi rapadas no dejaban de bambolearse siguiendo el ritmo de la música. Al la distancia de los hechos considero que estaban drogados además de alcoholizados. Esa gente no se anda con rodeos, asaltan con violencia y sin discriminación. Y no nos veían con buenos ojos. Para ellos éramos unos turistas a los cuales poder despojar de todo, sin antes incluso torturarnos y matarnos. Eran más que intimidantes, eran absolutamente aterradores. El que parecía el jefe se adelantó hacia nosotros rodeado con sus compañeros. En la frente detentaba con un gran orgullo enormes letras tatuadas: MS—13. Eran de los más peligrosos en la región. Hasta ese día no nos habíamos topado con ningún Mara, pero en ese en particular las cosas eran diferentes. Tere los confrontó más rápida que un rayo, y antes de que pudiera actuar para intentar protegerla, Celeste me detuvo con un gesto que ya le conocía. “Calmate, todo está bien”, parecía decirme mientras me agarraba del brazo. — A echar las pulgas a otra parte —dijo enérgicamente Tere, con una frase común de la región para hacerles saber que no eran bienvenidos. — Machete estate en tu vaina, vieja — respondió con desprecio el jefe, realizando un movimiento para sacar una brillante daga —. ¿Qué compa? No me quiero achucuyar a tu bicha esta. Anda, haz la cabuda para una botanica 24 —volvió a decir. No le entendí nada y solo cerré mis puños. Sin que Celeste lo 23 24

Palabra coloquial de El Salvador, significa ebrio (N. del A.) Métete en tus asuntos, vieja. ¿Qué amigo? No me quiero arrimar a tu novia. Anda, coopera para que compremos una botella de licor (esa sería la traducción del dialecto de los Maras, N. del A.).


supiera había comprado a un guardia fronterizo, al ingresar al país, un discre­ to revólver calibre 22 que ocultaba cuidadosamente en mi bota. En esta región del mundo las cosas desde hace mucho que andan muy mal y no iba a expo­ ner a mi mujer y a mi ante algún riesgo como este, aún cuando a ella no le gustaran las armas. Aparentemente ninguno de los tipos traía una pistola, ni en las manos ni en la cintura y eso me otorgaba una pequeña ventaja que no dejaría pasar si las cosas se ponían negras. El jefe mostraba intimidante la hoja del cuchillo, haciéndola ir de una mano a la otra. —No seas bayunco —contestó doña Tere con esa extraña voz que parecía salida desde otro mundo—. Te va a llevar candanga conmigo. ¡Qué! Eres un chichipate de mierda Te veo y siento ashisha. Mas te vale que agarres a tus pinches choleros y te largues25 pendejo. A lo cual uno de los pandilleros exclamó con asombro: — ¡A la chucha!, el la bruja. —No te ahueves cabrón —vociferó Teresita con llameantes ojos, arra­ sando a los cuatro pandilleros—, llegaron de con los pinches gringos y se cre­ en muy chingoncitos, pero son la misma mica con distinta cola que cuando se fueron26. — ¡Vámonos ahí vienen los cuilios! —alertó con apremio otro de ellos apuntando a la patrulla de soldados que se acercaba al pueblo. — Te voy a caer en tu chifurnia y…—amenazó trémulamente el jefe, pero Teresita más se enfureció. —A mi casa no vas a ir, engendro. Vete si no te corto lo coyoles… a ver ¡presta pa’ca ese chaparro! —dijo Tere dirigiéndose de un salto hasta uno de ellos que estaba como petrificado. Teresita le arrebató de la mano una bo­ tella de aguardiente, bebiendo un largo trago. Otro segundo trago lo escupió sobre ellos, esparciéndolo con potente chorro—. Los maldigo ¡Ja! Cómo que sos nigua27. 25

No seas loco. Te va a llevar el demonio. Eres un borracho de mierda, te veo y me das mucho asco. Más te vale que agarres a tus pinches sirvientes y te largues.

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No te acobardes, cabrón, llegaron desde los Estados Unidos y se creen ustedes muy superiores. Pero son iguales que cuando se fueron.


Los tres esbirros del líder salieron corriendo como si el mismísimo Satanás hubiera salido del averno por ellos. El jefe, con la tez amarilla por el miedo dejó caer su cuchillo y tropezando, huyó con tropiezos sin mirar atrás. — Sólo así aprenden —repuso Teresita con una voz dulce y tranquila, tal y la que tenía cuando recién la conocí. Todos los demás presentes la veían con una mezcla de admiración y profundo respeto. Yo no dejaba de temblar por las intensas emociones encontradas de miedo y furia contenida. Mientras Celeste me agarró de la mano y tirándome de ella me dijo: —Te dije, tú tranquilo que Doña Tere puede con eso y más. Ellos manejan la violencia pero ella tiene el poder. Aquí la conocen en todo el lago y saben que es muy poderosa. No ves que ella desde siempre ha sido la sanadora y todas las mamás siempre le han traído a sus hijos para que los cure. La gente de aquí ha confiado muy poco a poco en los doctores, pero no olvidan sus tradiciones ancestrales. Ella es la responsable de todo el poder que hay aquí. No por nada pudo mandarte con los Aztlantes por que ella se nutre de ahí, de Teopán. Es más, hasta algunos presidentes y militares de alto rango han venido a verla cuando más necesitados han estado. Ella puede saber cosas que a los ojos de los demás son invisibles y logra manejar esas fuerzas como pocas personas que yo conozca. Por eso, mi amorsote, aunque sé que tu puedes protegerme hay que saber con que enemigos te metes y con cuales puedes, con cuales no. Violencia con violencia no es la mejor solución. Resuelves las cosas sólo por un rato, pero después se ponen peor. —Si mijo, con esos demonios no se debe intentar pelear por que sales muerto. Mejor hay que aplastarlos con poder —afirmó Teresita, con una cara de tierna y débil viejecita. Quien creería que ella es mucho más que su apariencia—. Y miren lo que les quité a esos. ¡Su botella y la daga! —dijo soltando una carcajada mientras levantaba como un trofeo el aguardiente y el cuchillo. — Es que con eso les va a hacer un trabajo —explicó Celeste. Se referían a un encantamiento, hechizo o como quiera decirse. Sencillamente utilizarían la afinidad entre esos objetos y los Maras para repelerlos utilizando para eso el poder. 27

Vete si no te corto los testículos…¡dame esa botella!…¡Ja! Como que ustedes son llorones y cobardes.


—Vámonos para la casa, ya se me antojó un cafecito —pidió Dona Tere con una suspicaz sonrisa en el rostro y con una serenidad, como si nada hubiera pasado ahi—. Así te lavas de paso la cara Jorgito para que te quites ese color. ¡Ja, ja, te la haz pasado asustado, enojado y cayéndote desde que llegaron! ¡A que mi muchacho este!


XXVII. Trabajos, Einstein y Schumann “La Fuerza de Gravedad no es responsable de que la gente caiga en el amor." Albert Einstein

E

n efecto les hizo un trabajo para alejarlos. Ella no deseaba hacerles daño, pero pretendía nulificar su conducta violenta. Según nos platicaba Teresita mientras hacía algo con los objetos en el altar, el jefe, Jonny como se hacía llamar había llegado desde la ciudad de Los Ángeles hacia menos de un mes, deportado por las autoridades norteamericanas. Su líder más inmediato lo envió a la zona del lago para reclutar más jovencitos y mantener su presencia en el municipio de Santa Ana. Los tres que lo acompañaban eran muchachos enajenados por las drogas y la falta de oportunidades para desarrollarse. Durante más de tres décadas Centroamérica ha sufrido guerras civiles, narcotráfico, tiranías militares y un casi total abandono del crecimiento social, condiciones que como un profundo cáncer han destruido el alma de las gentes. Pero en realidad Los Maras existen como resultante de otra causa: — Me duele ver como la ambición de unos pocos, ya sean políticos, militares o maleantes, avanza consumiendo a las pobres gentes, acabando con pueblos y naciones —expresé, lleno de rabia e impotencia. — Si mi Jorgito, tienes razón, pero eso no es lo que nos tiene a todos jodidos. Las gentes no somos por naturaleza ni malos ni estúpidos. No mijo. Estoy segura que Celeste te lo ha venido explicando por años pero como que todavía no agarras la idea, ¿verdad? —¿Cómo? —pregunté desorientado e incluso incómodo por que mis argumentos sociológicos sencillamente me los estaba despreciando — ¿Entonces qué es Doña Tere? — Hay mijo, ¿pues qué ves? Pero si te lo hemos estado diciendo. Son los Oscuros que enturbian nuestras mentes y corazones, hasta convertirnos en


cascarones vacíos que sólo actuamos por el miedo y odio. ¿Qué no viste a esos muchachitos? Son monstruos ya que viven sólo escuchando a la otra mente. Y eso pasa no sólo aquí, en todos lados, en las grandes ciudades, en las fábricas, en las casas e iglesias. El mundo es cada vez más como ellos. ¿Y por qué? Por que los Oscuros están despertando y se preparan para la gran comilona — asentó con fuerza la poderosa mujer—. Entiéndelo mejor de una vez, somos unas pinches marionetas sin voluntad propia, haciendo lo que más nos pudra, lo que más acalle a la mente propia, al alma. «Una vez, hace tiempo llegó a mi casa una linda muchachita de ojotes grandotes. Venía de muy lejos y no sabía bien qué buscaba. La vida me la trajo para que le enseñara. Estaba llena de inquietudes y preguntas, y un día me preguntó llena de inocencia “¿Soy un alma vieja Doña Tere? Por que eso me dijo una vez un señor en México”. Me dio ternura esta criatura y le respondí “No importa si eres una pinche alma joven o vieja, mijita. Eso no sirve de nada saberlo. A ver, ¿Cuántos jodidos viejillos conoces que no sirven para nada, que nada más medran y chingan? ¿Muchos? Y ahora dime, ¿Cuántos cabrones muchachillos conoces que son igual de jodidos e inútiles? ¿Muchos? Pues es lo mismo. Esa supuestamente importante edad del alma es un absurdo, una idea nada más para engañarte y que si la crees es para hacerte sentir más chingona que los demás, en vano. Por ti misma niña comprueba esto: lo único importante respecto a tu alma es que ahí está”, le dije picándole dolorosamente con un dedo en el centro de su pecho. “Tu alma está pidiendo formar una unidad potente y feliz contigo. Escúchala, es tu mente propia y ella sabe todo lo necesario para que vivas feliz. En verdad, hazlo y verás por ti misma mejor las cosas mi niña”. Eso es lo que le revelé a esa mujercita de ojazos negros que ahorita tienes a tu lado como esposa. — Si, ella me tomó en un momento de intensa búsqueda —manifestó Celeste—. Me vine a Centroamérica movida por una imparable necesidad. Quería encontrar respuestas a preguntas que ni yo misma sabía formular. Doña Tere no las expresó esas preguntas por mí, sino que me recibió con mucho amor y me hizo sentir confiada. Aquí es de donde tomé el sentido de mi vida, de este sagrado lugar, de la energía que aquí hay. — Esa energía, como ella le dice, Jorgito, es el poder de la Tierra, de la Pachamama que nutre a todas las cosas, que entra en todos y nos une. Pero esa energía no es utilizada totalmente por nosotras las personas. Esto que te


digo muchos creen que es filosofía o espiritualidad. No, no es eso, ni es esoterismo ni religión. Es la simple verdad. ¿Tú crees en la Ciencia Jorgito? — Sí, como un proceso para la adquisición y refinación del conoci­ miento del universo natural. Claro —dije. — Pues bien, esto que te digo es lo mismo. Si quieres piensa en esto como cosas que la Ciencia aún no conoce del universo natural. Pero debes de saber que en esto utilizas todo el coco, no nada más una parte —aclaró dán­ dome un golpecito en la sien izquierda—. Han querido entender todo divi­ diéndolo en partes y aplicando nada más una minúscula parte de la mente. La mente no sólo son tus pensamientos y recuerdos. Son tus emociones, actos, pasiones e instintos. Todo tú eres mente. ¿Pero entonces reconócelo? ¡A ver­ dad, no es fácil! Con sólo saberlo no logras nada. Es un engaño de los que di­ cen que sólo cambiando tu manera de pensar vas a estar mejor. ¡Mentira! Tú eres una unidad y debes de actuar como tal, no partido en torpes pedazos y cubriéndote con ideas vacías. Pensar de forma positiva es una idea maravillosa. Pero lo que normalmente significará es que tengas únicamente una ligera capa de “pensar positivo” que cubre una inmensa masa de pensar negativo. “Pensar positivo” no es realmente pensar positivo. Es disfrazar el pensar negativo que tenemos, ignorando con eso lo que en verdad habita adentro nuestro. Mientras veía como Teresita y Celeste acomodaban las cosas obtenidas de los pandilleros en una disposición especial sobre el altar. Celeste escuchaba muy atenta pero sin decir nada. Encendieron unas veladoras mientras cerra­ ban los ojos. Estaban encauzando poder hacia esos cuatro tipos para atacar al núcleo de su enojo. Durante muchas veces había visto a Celeste hacer ese tipo de cosas, in­ cluso llegando a ayudarle en ellas. Había desarrollado una teoría de cómo funcionaban tales trabajos de magia y poder. Esta hipótesis me era inevitable desplegarla para intentar, entre intuitiva y racionalmente buscar comprender cómo funcionaban los actos de poder. Pero a final de cuentas no tendría esto ningún valor sin integrar estas ideas conmigo, tal y como lo pedía doña Tere Notulp. Me trataba de apoyar en ciertos conceptos de la física moderna y entre ellos consideraba que uno, el llamado Principio de No—localidad Cuántica, esbozado por Einstein y extendido teóricamente por Bell, me permitiría defi­


nir la manera de cómo la mente puede alterar circunstancias situadas incluso a mucha distancia. La idea básica se pude explicar a través de considerar que todas las cosas materiales como dagas, paredes, coches, gente y planetas están constituidos por átomos. Pues bien, todos los átomos a su vez están conforma­ dos por pequeñas cositas muy diminutas llamadas partículas subatómicas. La situación se torna más simple si se imagina que todas esas pequeñísimas partí­ culas subatómicas están vibrando, como si fueran diapasones. Pues ocurre que cada partícula subatómica tiene su vibración o “sonido” muy característico. Bien, ahora tendríamos que visualizar como al acercar un diapasón que vibra a otro que no vibra, juntándolos pero sin que se toquen directamente, se pre­ senta un fenómeno en que el primer diapasón transfiere vibraciones al segun­ do, propiciando que este también gradualmente comience a vibrar. A esto se le llama fenómeno de resonancia. Es algo muy común a un grado tal que for­ ma parte de nuestra vida cotidiana y por eso no siquiera nos percatamos con­ cientemente de que sucede. Bueno, pues al tocar cualquiera de nosotros algo, cualquier cosa digamos una botella de aguardiente, le transferimos a sus áto­ mos y partículas subatómicas las vibraciones de nuestro cuerpo. En nosotros existe algo muy especial que vibra de la manera más fantástica hasta hoy des­ cubierta. Ese algo en nosotros es nuestro cerebro. Este fascinante y complejo órgano no sólo se encuentra encerrado dentro de nuestros cráneos, sino que se extiende por todo nuestro cuerpo, dentro de músculos, huesos, tejidos y de­ más a través de los nervios. En efecto, lo plenamente maravilloso de nuestros cuerpos es en esencia el vasto sistema nervioso que en cada uno vibra con tri­ llones de electrones en movimiento. Los electrones son también partículas su­ batómicas y vibran con las oscilaciones particulares de nuestro ser. En física a esa vibración específica se le conoce como estado cuántico. Correcto, prosiga­ mos con mi teoría. Sucede que el estado cuántico de todos los electrones en nuestros nervios y cerebro es muy característico. Sería muy complejo en extre­ mo tratar de definir con una ecuación matemática la expresión que represente ese estado cuántico de todos nuestros electrones que corren por los nervios, o sea, si sumamos la manera de la vibración de cada electrón que circule en nuestros nervios, al final tendríamos una fórmula que explicaría como “sue­ nan” en conjunto todos los diapasones microscópicos de nuestra mente. La mente es algo muy sutil y abstracto pero a la vez muy físico y concreto. Noso­ tros mismos, como personas de carne y huesos somos nuestra propia mente.


Entonces la vibración de nuestra mente se trasfiere a las cosas que nos rode­ an, haciendo que nuestros entornos entren en resonancia con nuestros senti­ mientos, emociones, instintos, deseos, miedos, sueños y pensamientos. Hace­ mos incluso que nuestro corazón, piel, sangre y demás resuene con lo que está en la mente, por eso somos la encarnación física de la mente. Es algo maravi­ lloso y real. Enormes cantidades de investigaciones realizadas a lo largo de décadas y por científicos de diversas disciplinas lo confirman. Lo que yo creo ante esto es que Celeste y Dona Tere van a utilizar la resonancia, o vibracio­ nes que dejaron en sus cosas Jonny y sus amigos. Si que ellos sepan que estos fantásticos procesos ocurren, han dejado una especie de huella muy personal en la daga y la botella. Las brujas, mujeres de conocimiento ambas, alterarían el estado vibratorio de los átomos de ese par de cosas, para crear así una espe­ cie de enlace. Al hacer vibrar de una manera diferente los ínfimos “diapaso­ nes”, transmitirían esa misma nueva vibración hasta los muchachos. O sea, con las palabras que en una ocasión le escuché decir a Celeste “Influyo para bien mutuo en las vibraciones de tu ser a través de influir en las vibraciones que has dejado en este objeto”. ¿Y en dónde entra Einstein en esto? Él sabio alemán definió que si un par de partículas subatómicas comienzan a vibrar de manera idéntica, por me­ dio de que una hace resonar a la otra, llamándosele a eso entrelazado cuánti­ co, creamos un par íntimamente unido de una forma muy especial, pues si las separamos a cualquier distancia, inclusive miles de millones de kilómetros en­ tre ellas, el entrelazado sigue manteniéndose. Es una sencilla expresión de amor en realidad a niveles elementales de la naturaleza. Esto queda evidente al momento de tomar a cualquiera de las dos partículas de esta especial pare­ ja, luego le cambiamos a esa por medios físicos la manera de su vibración y ocurrirá que sin importar la distancia o lo que las separe, la otra, su compañe­ ra comenzará a vibrar de exacta igual forma. Las dos en un principio se abra­ zaron en un profundo abrazo de mutua identificación, compartiendo su vibra­ ción como diapasones resonando. Si las separamos ese indestructible lazo las mantiene unidas, más allá del espacio o el tiempo. Podríamos llevara a una partícula a otra galaxia lejana y aún así seguir vibrando igual. Sus estados cuánticos las convierte en una bella unidad. Si a cualquiera le pasa algo que pretenda cambiar su estado cuántico, inmediatamente, al instante, más allá de la velocidad de transferencia que la luz la otra partícula “siente” que le está


pasando a su amada y para no romper el vínculo también cambia como su compañera, sin que nada ni nadie se lo esté aparentemente comunicando. Es como una expresión de telepatía pero es algo más allá, el la manifestación de que dentro de sí, todas las cosas de este universo están totalmente unidas. Excelente, hemos llegado a este punto de la explicación. Este hecho fí­ sico ha desconcertado a los físicos pero no así a los místicos, los cuales ven en esto la constatación de lo que siempre han dicho: “Todos formamos parte de un gran círculo”. Con razón Doña Tere dice que el mundo de los brujos es en realidad un mundo de conocimiento que tarde o temprano comprenderá la Ciencia, pero lográndolo con una mente diferente. Celeste y Teresita buscarían afectar por eso el estado vibracional cuán­ tico de los artículos sobre los cuales trabajaban. Si en un momento dado esas dos cosas resonaron con los Maras, entonces los átomos se habían enlazado cuánticamente con ellos. De tal manera, si ellas lograban cambiar la vibración de esas partículas en lo que ellos cuatro dejaron, por medio de inducir sus propias vibraciones electro­nerviosas harían que a su vez las partículas de los nervios y cerebros de los Maras entraran en otra vibración mejor para ellos. Por eso las palabras que les escuchaba decir a las dos “cambio algo en una cosa tuya para llegar, para bien así a ti”. Esto es algo que me permitía formular una explicación científica de lo que estaba ocurriendo, pero a final de cuentas mis intentos de explicación eran irrelevantes, por que quizás las cosas suceden por otras razones. Simple­ mente me daba calma tratar de poner dentro de un contexto racional las ma­ ravillosas cosas que con Celeste vivía. Lo que ellas hicieran a final de cuentas serviría, sin importar tales o cuales teorías de la No­localidad Universal y de la Transferencia Hiperlumínica de Información Cuántica. Términos muy rimbombantes para algo que asombrado veía como realizaban con fluidez ambas brujas. Pero ante esto hace meses, allá en nuestra casa de Mérida le pregunté a Celeste por que esto no es una práctica más común que conscientemente utilicemos todos para transformar beneficiosamente la realidad física. Celeste me respondió así: —Que bueno que lo preguntas Jorge. Pues ocurre que la mayoría de la gente no influye en la realidad consciente y consistentemente por que no cree poder hacerlo. Fíjate en esto, hoy hay por todos lados libros y cursos de


desarrollo personal, además están las diversas terapias alternas de psicología y sanación. La gente acude a ese tipo de conocimiento ¿y que hacen?. Escriben una intención y después la borran por que creen que es tonta o se sienten incapaces de realizarla. Después vuelven a escribirla y la borran. Por el tiempo invertido, el resultado es mínimo. En realidad todo radica en el hecho de sentirse incapaces de hacerlo. Sistemáticamente se nos ha amputado la capacidad de sabernos capaces de transformar directamente la realidad. Si algún día lo llegamos apenas a soñar, inmediatamente se nos orilla hacia la duda. Nos vemos desprovistos de tal poder. ¿Por qué? No es nada más producido por los valores culturales de la época, siempre ha sido así. Esto va más allá mi Jorge, esto tiene su origen en la precisa forma de control que sobre nosotros han venido ejerciendo los Oscuros. Todos somos engendrados con esa facultad pero desde el desarrollo intrauterino recibimos una profunda implantación de cosas que alteran el contacto con nosotros mismos. Es algo que hacen los Oscuros los para evitar que nos les escapemos. Cuando llegue el día en que alguien recontacte con ese sentir su propio poder, entonces ese día ya no será alcanzable por los Oscuros. Así de simple. Se encontrará ese que lo logre en un estado que ya no es compatible, por así decir, con la capacidad de los Oscuros para comerse tu mente. Pero vuelvo a decírtelo, ellos no son malévolos como nosotros los imaginamos, sencillamente obran así por su naturaleza, igualito a nosotros sobre los animales y plantas que nos comemos. Los manipulamos sin misericordia para que nos produzcan ricos y nutritivos alimentos. Nada más es eso. Pero de todos modos no nos vamos a dejar ¿o si? — Me queda claro, pero lo que no entiendo aún es cómo es que esos seres le hace para manipular a la gente. Nos reducen a un estado de idiotez y mezquindad terrible. ¿No me digas que puedes aceptar que la gente seamos tan absurdos y contradictorios? Somos grandiosos en unos actos pero abyectos en otros. Yo sé que soy capaz de cosas hermosas, de sentimientos e ideas maravillosas, lo sé por que los he vivido. Pero también sé en mi la posibilidad de cosas ruines y despreciables. Tú mejor que nadie me conoces y has visto esas partes. Pero te diré que son cosas de las que yo, por lo menos, no me siento orgulloso en relación a esos lados ocultos. Hay quienes no los ocultan, que viven entregados a esas negruras. Tanto ellos como yo de todas formas hemos actuado, dejando a un lado moralismos y valores relativos, hemos actuado y sido egoístas, perversos y bajos. Te digo de nuevo, aún así ¿por qué


Celeste? No creo que en nuestra naturaleza exista de manera natural la maldad. —Jorge, existe, sólo que ésta es en realidad, desde su origen una fuerza creada únicamente por que se frustra nuestra necedad de bienestar. En realidad deseamos dirigir nuestros esfuerzos hacia la obtención del bienestar pero los caminos directos están cerrados, totalmente bloqueados. No nos queda más que avanzar por caminos tortuosos, llenos de dolor, miedo y odio. Te lo vuelvo a repetir: no escogemos al Mal, sino que lo confundimos con la Felicidad. Estamos inducidos a confundirnos asi. Cuando Celeste me dijo eso me dejó meditabundo sobre ello por días. Aún hoy apenas lo alcanzo a comprender. Sé que es algo sencillo pero a veces me atolondro yo sólo. — Está bien —repliqué en aquella ocasión, deseoso de obtener respuestas—. Pero no me has dicho cómo chingados le hacen los Oscuros para mantenernos tan jodidos. Dime lo que sepas. — Te lo diré. También es sencillo. Sólo actúan por medio de manipular el campo electromagnético de la Tierra. Es una energía que siempre está ahí y de la cual muy profundamente dependemos. Únicamente intervienen los Oscuros en esa fuerza metiendo algo parecido a los virus de las computadoras para que llegue y nos afecte. — ¡A cabrón! ¿Cómo? —exclame hondamente sorprendido. — Si mi Jorge. A cómo me divierte verte con esa cara de asombro. Deja te lo explico: «Cuando estaba estudiando la especialidad de Patología en Torreón, supe a través de uno de mis profesores algo muy impresionante que desde aquel entonces he estado pensando. El maestro nos llevó al anfiteatro del hospital por que ahí teníamos cadáveres para las clases. Al llegar vi que había una mujer en la plancha y comenzó a cortarle con una sierra los huesos del cráneo. Luego retiró con mucho cuidado el cerebro y lo puso en una bandeja. Mientras que hacía la exposición de la clase, seccionaba los tejidos hasta llegar a partir el cerebro en dos. Nos dijo que viéramos con cuidado las delicadas formas del hipotálamo, el cual es una parte que está en la base del cerebro. Nos mostró como cortaba con sumo cuidado en ese tejido hasta sacar una pequeña glándula, la hipófisis. Ese era su objetivo, mostrarla y hablar algo de ella, pues la puso en su palma y explicó que según estudios hechos


desde la década de los 1950’s, los campos eléctrico y magnético naturales del planeta influyen totalmente en las funciones de esa glándula. Nos indicó que unos físicos, los Dr. Schumann y König y un médico, el Dr. Ankermüller descubrieron en aquellos años un efecto de resonancia entre la energía eléctrica y magnética de la Tierra, del aire y de una capa muy elevada de la atmósfera llamada Ionosfera. Esos científicos encontraron entre varias cosas que existe una vibración eléctrica natural en el aire que es igual a la vibración de las ondas cerebrales humanas. A esas oscilaciones en nosotros se les llaman ondas Alfa. Pues fíjate que la velocidad con la cual vibra ese enorme campo eléctrico del planeta es también característico de la frecuencia de vibración de los pulsos eléctricos del hipotálamo, pero no nada más de las personas, sino también de todos los mamíferos. — O sea, ¿los perros, ratones y ballenas tienes esa vibración en los nervios de su cerebro? —pregunté, intrigado. — Si Jorge, también ellos, pero más precisamente en esa parte del cerebro que te digo se llama hipotálamo. Bueno, deja te sigo contando. Esa frecuencia tanto de la Tierra como su expresión en nuestros cuerpos es una constante normal biológica, y funciona como una especie, digámoslo así de marcapasos para nuestro organismo. Sin la existencia de esa frecuencia la vida en los mamíferos no sería posible. El maestro nos detalló que esto se comprobó con los primeros viajes realizados al espacio fuera de la ionosfera en donde los astronautas, tanto los rusos como americanos, volvían de sus misiones espaciales con complicados problemas de salud, esto por que al someterse un tiempo fuera de la ionosfera les faltaba la pulsación de esa frecuencia vital. En el caso de los astronautas se buscó como solucionar el problema lográndolo a través de generadores de ondas Schumann artificiales. Ahora, ¿qué pasaría si no te encuentras dentro de ese campo de energía eléctrica pulsante de la Tierra? Bueno, se te producirían problemas de salud: al principio dolor de cabeza, falta de coordinación, disminución de la concentración y luego alteraciones importantes en metabolismo y en los niveles de hormonas, como también anomalías en el ritmo cardiaco, pérdida del sueño, una profunda confusión y cambios en la conducta. Entre ellos comenzarías a experimentar un agudo estado de irritación emocional, llegando a convertirse en un estado de enojo crónico. Es como si todo se fuera al carambas en ti. Tus células, tejidos y órganos perderían así todos los


delicados equilibrios que te mantienen vivo. «Nuestro profesor terminó su exposición indicando que sería muy buena idea si nosotros nos abriéramos hacia campos de investigación más allá de nuestra especialización médica, por que de esa manera nos toparíamos con desconcertantes misterios que merecen ser estudiados. Un ejemplo claro era todo lo que faltaba por descubrirse en el área de lo que descubrieron Schumann y sus colegas». — ¿Y luego? Quizás se me pasó algo pero aún no sé cómo carajos los putos Oscuros utilizan el campo electromagnético de la Tierra para manipularnos —dije con total vehemencia. —Pues déjame terminar, alborotado este —pidió ella, mientras aprovechaba para sorber un poco de café de su taza. — Si está bien, te escucho. — La cuestión es que descubrí hace poco, analizando esos estudios sobre la frecuencia de Schumann y con todo lo que me has explicado de física y cosas así, algo con lo que he podido poco a poco elaborar una posible explicación. Me he apegado en el proceso a escuchar lo que mi mente propia me ha dicho para ir develando ese misterio. — Si, si, cómo, dime…—interrumpí ansioso. — La idea que tengo es que ellos, los Oscuros están interviniendo la pulsación natural de la Tierra. Eso se me ocurrió un día cuando me estabas explicando como funciona el radio de FM. — O, si, aquella vez que me preguntaste el significado de “FM”, o sea “frecuencia modulada”. Te dije que es el sistema de transmisión de radio en el que la onda de radio se modula o manipula de forma que su frecuencia varíe según la señal de sonido que se está transmitiendo. ¿Y eso que a qué te llevó? — Pues la cuestión es que al explicármelo tú con dibujitos y con muchos ejemplos, pude ver que eso es lo mismo que le ocurre a la frecuencia con la que pulsa la Tierra. Investigué y supe que no es exacta siempre, si no que tiende a poseer unas minúsculas variaciones. Lo que supe es que nuestro hipotálamo y el campo eléctrico de la Tierra pulsan a una velocidad de 7.8 vibraciones por segundo, pero que la frecuencia de la Tierra sí cambia muy poquitito, con una variación apenas medible en su frecuencia. Entonces pensé “ah, esa variación pude ser porque alguien está modulando la frecuencia Schumann para meterle alguna señal o algún código”. Ahora dime tú si eso es correcto, si eso puede ser posible.


— ¡Órale!, tienes razón. Con medios muy poderosos se podría lograr eso y de hacerse se estaría introduciendo sutilmente un cambio en las funciones de nuestro hipotálamo. ¡Sería la forma de estarnos desde siempre reprogramando para que no seamos más que lo que ellos quieren! Tienes razón, tienes toda la razón —expresé dando saltos de gusto y dándole besos en el rostro—. ¡Malditos hijos de la chingada! Le diste al clavo Celeste. Ya podemos saber cómo jodernos a esos güeyes —no cabía en mí de felicidad. Celeste de nuevo había logrado revelar algo muy importante.


XXVIII. En medio de la Señal "He sido un niño pequeño que, jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo normal. Mientras el océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mi." Isaac Newton

Ahí en la pequeña casa de Dona Tere veía a las dos realizando el trabajo con el que se deseaba el efecto sobre los pandilleros. Ellos segur amente enviarían a alguien por su coche que dejaron abandonado a media calle. Doña Tere y Celeste irradiaban una fuerza profunda y envolvente. Cuando terminaron les dije, a modo de pregunta:

— Ya una vez Celeste me explicó que la gente no puede hacer este tipo de cosas no por que no puedan, sino por que no se sienten capaces. Pero lo que no entiendo es cómo se van a poder sentir capaces si los Oscuros no nos dejan. — La cosa es que, mi querido Jorge, los Oscuros no nos controlan totalmente. Únicamente nos inducen en realidad. Es como ponernos un ruido constante para que no te puedas concentrar. Son poderosos pero viendo lo bien, no tanto. Es como un bichito, un microbio, se te mete en el cuerpo y después le empieza a decir a tu organismo como deje de hacer una sola cosa y que haga mejor otra. El cuerpo obedece a esa orden porque el microbio supo en medio de qué otras ordenes correctas meter la suya propia. Piensa que todo en este universo es información ¿Lo sabes no? —respondió precisa Doña Tere.


— Si Teresita, Celeste me ha ayudado a saber eso. Supimos que alguien le llama a toda la información que ordena al cosmos el “Campo Mórfico”. — Oye, ese nombrecito no lo conocía. Suena bonito. “Campo Mórfico” —repitió ella, como saboreando el sonido de esas palabras— Esta bien, llamémosle así. Si tu intervienes en las instrucciones naturales de tu cuerpo, instrucciones que te hace vivir, ¿que crees que pasará? Pues tu funcionas en alguna parte mal ¿Verdad? Eso es lo que hacen los Oscuros, meter órdenes incorrectas para que en ves de ir por un camino vayas por otro. — Ves, te lo dije. Eso lo descubrimos hace poco Teresita —intervino Celeste llena de euforia—. Lo dedujimos viendo muchas cosas juntos. — Muy bien muchachitos, muy bien. Así se hace. Los Oscuros han venido actuando desde siempre de esa forma, pero la Pachamama está mandando, junto con el padre Sol una información nueva, más poderosa. En lugares como este, al lado de Teopán la fuerza de estas órdenes para el ser son más poderosas. Pero es aquí en donde precisamente, como en lugares parecidos en donde más intensa se hace la pugna con los Oscuros. Aquí por eso vivo, yo soy la guardiana de este bendito lugar. — ¿Y por que de aquí nacieron los Maras? ¿No se contradice eso? — pero apenas formulé mi interrogante me di cuanta de la respuesta. De todas formas Teresita nos respondió. — Pues hijo, por que aquí es en donde comienzan a contaminar más la energía de la Madre Tierra. Aquí ponen más intensamente sus órdenes de confusión y desesperanza. En donde tú veas más bajeza, odio y pobreza más intensa es la intervención de la fuerza de vida. Es una pugna terrible que han venido ganando los Oscuros. Pero te recuerdo que esto va a entrar en una etapa diferente. Nuestras almas están más débiles y el mundo está lleno de gente, cosa favorable para el festín de los Oscuros. Sin embargo, nuestro desa­ fío, el de todos es llevar el conocimiento verdadero a la práctica cotidiana, in­ tegrarlo a nuestra vida de todos los días. Vivimos en un universo de energía dinámica, inteligente y sensible, en el que las expectativas y los deseos de los Oscuros se irradian para influir en nosotros. Por lo tanto, la siguiente etapa en nuestro viaje para vivir la nueva conciencia, la de la mente propia es ver el mundo humano como energía e información vivas, tal como es, y aprender a utilizar este mundo de una manera más efectiva. No se puede negar el dolor y


miedos que existen por doquier, no se debe hacer. Sin embargo reconociendo que estamos en un momento de suprema importancia para la humanidad, qui­ zás algo podamos hacer. Y les diré en donde se encuentra ese quehacer: en los niños. «Todos los niños están desde el vientre materno recibiendo más pura­ mente la nueva información que se está extendiendo por el mundo. Esto les da una gran ventaja que debe ser aprovechada. Los niños escuchan menos el ensordecedor ruido que hacen los Oscuros y eso les faculta para dar el gran salto que la humanidad a estado esperando desde hace un millón de años». — ¿Cómo ayudar en eso? —solicité, necesitado de respuestas. — Para que sea fácil primero Jorgito debes de reconocer, con todo tu ser que no debes de doblegar ni intentar romper el espíritu de un niño. Todos nosotros hemos crecido con muchísimos azotes en nuestra alma. —Eso que está diciendo usted me hace recordar algo que escribió un hombre al que admiramos mucho Celeste y yo. Inclusive guardo aquí en mi cartera…déjeme ver…una hojita en la que dice algo que concuerda con lo que usted nos está diciendo. Mire aquí está, se la voy a leer si me lo permite. —Si Jorge, léesela, le va a encantar —ratificó Celeste. Los ojos le brillaban de forma especial a ella. —Bueno, dice esto: —y aclaré la garganta para comenzar a leer: “Primero: Dios es sacrificio. Sufre en esta vida, serás feliz en la próxima. Segundo: quien se divierte es infantil. Vive bajo tensión. Tercero: los otros saben más lo que nos conviene, porque tienen más experiencia. Cuarto: nuestra obligación es satisfacer a los demás. Es preciso agradarles, aún cuando esto signifique hacer renuncias importantes. Quinto: es preciso no beber de la copa de la felicidad; podría gustarnos demasiado, y no siempre la tendremos a nuestro alcance Sexto: es preciso aceptar todos los castigos. Somos culpables. Séptimo: el miedo es una señal de alerta. No hemos de correr riesgos… Éstos son los mandamientos que ningún guerrero de la luz puede obedecer PAULO COELHO”. — ¡Ay carambas, Santo Niño de Atocha, que bonito! Ese hombre sí que escucha su mente propia —exclamó impresionada de verdad Doña Tere—. Ese


hombre es un poderoso hombre de conocimiento. Lo dice clarísimo, que cosas son las que nos han metido en el alma los Oscuros y que todos los demás afirmamos impotentes. Los niños de hoy son los guerreros de la luz que la Madrecita Tierra y el Padre Sol están haciendo nacer. Ellos son ya la mitad de toda la gente que vive en este mundo, y al ser tantos ellos podrán confrontarse con el miedo y la infelicidad. «¡Eso es! Ese hermoso hombre ha definido las órdenes que nos meten los Oscuros y lo ha puesto todo de la forma más simple. Mis muchachitos ya saben entonces qué hacer para aprovechar esta fortísima luz que se nos está regalando. Por ustedes y por su hijo Sebastián no sigan esos mandamientos, sino lo precisamente opuesto. «No hay más que decir, ahora vamos ha hacer de comer, ¡por que ya me chilla la panza!».


XXIX. Las otras Señales "La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado al regalo." Albert Einstein

Y me corrieron de la casita, argumentando que yo para ayudar en la cocina no serviría más que como estorbo. No quise rebatir a Dona Tere hablándole de mis dotes de cocinero. Quizás deseaba ella en realidad hablar con Celeste de algo. “Quizás cosas de brujas”, pensé.

Así que me salí de nuevo al patio y reinstalé la antena para el internet satelital. Conecté la computadora y me acomodé muy a gusto sobre un troncón tirado debajo de la amplia fronda de un árbol. El cielo se reflejaba límpidamente en el lago y a lo lejos, sobre el Llamatepec una delgada columna de elevaba hacia lo alto. Desde que llegamos el día anterior el volcán ya estaba con su fumarola, pero esta tenía un color con cierta ligera diferencia al de las fumarolas del Popocatepetl, en México. Cuando llegué a ir en lo reciente al Distrito Federal, tuve la oportunidad de ver como de “Don Goyo” brotaba una nube prístinamente blanca, mientras que las emanaciones del Llamatepec eran ciertamente amarillentas. Me le quedé viendo extrañado, tratando por medio de sostener la mirada, de encontrar una posible respuesta. Así estuve un rato, medio azorado con el imponente espectáculo. De pronto un curioso olor llegó deslizándose hacia mi, y digo curioso por que en momentos parecía el olor de los huevos podridos para de pronto, sin aviso, cambiar al riquísimo aroma del café recién tostado. Este último matiz en el olor me hizo saltar como resorte de mi tronquífero asiento. Casi como un


perro tras su presa olisquee el aire buscando en dónde se estaba preparando el grano de café. Por allá en las montañas de El Salvador producen un café del cual no quería perderme. Mi nariz se enganchó con los aromas y me arrastró hacia la casa vecina a la de Teresita. Ahí en el patio una amable señora tostaba los granos y al mirarme parado como tonto, se sonrió y dijo muy afable: —Hola señor, buenas tardes. ¿Le gusta el café? Ante lo que sólo respondí con un torpe movimiento de cabeza, asintiendo como si fuera mudo. —Si quiere al ratito le regalo un poco. Es de la hacienda en la que trabaja mi esposo. Siempre se trae un costalito, ya vé, para tomar aquí y este salió muy bueno. De nuevo respondí como bobo, con la cabeza extasiada dentro de aquél providencial olor y con una mano extendida como remedo de saludo. La mujer se rió con una cristalina voz, lo cual ayudó a salir de mi profunda fascinación por el café y ya pude responderle medio civilizadamente: — Señora, gracias…yo…o si, buenas tardes también a usted…si, si muchas gracias por el cafecito, es que huele riquísimo hasta allá —decía según yo para explicarme y disculpar mi entorpecimiento. — No se preocupe por que ya tenía rato viéndolo ahí sentado mientras que usted miraba para el volcán. Si, a mi también me encanta verlo pero a veces le tengo un poco de miedo. ¿Sabe?, mi hijo anda mucho por allá y temo que le pueda pasar algo. Hace poco, no crea, casi y no regresa. Pero gracias a la virgencita mi hijo está bien y a ella se lo encomiendo mucho. — ¿A poco le pasó le pasó algo? Pues qué bueno que está con bien el muchacho —respondí tratando de solidarizarme con la gentil señora. La promesa de un poco de café me alegró. — Perdone que se lo diga, pero usted me recuerda un poco a mi hijo. Siempre anda con la mente en las nubes, o más bien, en los cerros. Es que desde chiquito siempre le llamaron la atención los volcanes. ¿Usted no es de por acá, verdad? —y con cierto orgullo añadió—. Por que no parece salvadoreño. — Ah, si señito así es. Mi esposa y yo somos de México, pero ya vé que todos a final de cuentas somos hijos de la misma tierra.


— Si lo creo, eso es lo que siempre dice Teresita. Un llamado con mi nombre al principio rompió nuestra charla: — ¡Jorge! ¡Que ya te vengas a comer! —gritaba mi mujer. — Esa es Celeste, mi esposa. Bueno senito ya me voy, ya me están hablando. — Ándele, que le vaya bien. Yo al ratito voy y les llevo cafecito ya molidito, para que lo prueben después de comer. —Se lo voy a agradecer en el alma. Al rato la veo, con permiso. Yendo para la casa de doña Tere Notulp pensé en dos cosas. Una en la tremenda amabilidad de las gentes humildes de los pueblos, que siempre te abren de buenas a primeras el corazón y te ofrecen de lo poquito que tienen. A donde fuéramos Celeste y yo, siempre nos trataban igual, con honesta generosidad. La otra cosa en la que pensaba era en el hijo de la señora, tratando de imaginar a qué se dedicaría para que fuera peligroso para él. Después le preguntaría quizás a la amable señora. — Mira, vamos a comer acá afuera. Ve y sácate la mesita de allá adentro —pidió Teresita—. El día está bonito para que vean el lago y los volcanes. Además hijo no quiero que tengas que quitar tus aparatos para entrar a comer. Me imagino que te tardas en poner y quitarlos. — Gracias Teresita. Para nada, es re fácil hacerlo. — Ta’bien, de todos modos tráigase la mesa pa’ca, ándele —ordeno maternalmente. Después de comer y calmar al león, como dice Celeste, nos pusimos a charlas de cosas irrelevantes. Fue ahí cuando silenciosamente se nos acercó la generosa vecina. — Teresita buenas tardes tenga usted —dijo saludando con respeto y cariño—. Aquí les traigo este cafecito, se lo prometí aquí al señor —explicó mientras depositaba en la mesita una bolsa con un aromático café recién molido. Los ojos se me salían de sólo verlo—. Nada más a eso venía, hay disculpen la interrupción. —No esperese tantito, ande vengase a platicar con nosotros —invitó mi Celeste, que como siempre hacia una fiesta con todos—. Para que nos platique como le va a usted aquí. Ándele, aun que sea un ratito quédese con nosotros —insistía Celeste—. A ver, díganos para empezar ¿Cómo se llama usted?


— Soy Juanita señito. Y si me quedo, está bien pero no quiero importunarlos. Yo me imagino que vinieron hasta acá con Teresita para estudiar —expresaba la mujer tímidamente, mientras tomaba el asiento que le ofrecí—. No, no se levanté —dijo ella apenada—. Ande. — Siéntese, no hay problema. yo me tengo que levantar para que no se me aplaste la panza. ¿No vé que comí mucho? Así tengo el pretexto para acomodar la barriga. Las mujeres se rieron por mi ocurrencia. Eso relajó a Juanita que a los pocos minutos, y motivada por la exuberante y festiva forma de hablar de mi esposa, se sumó a la animada charla de sobremesa. Chistes y comentarios iban de un lugar a otro, mientras que yo me metía a la casa para preparar el ansiado café. Uff. La gloria. Era en efecto un café excelente, mejor que muchos que hubiera tomado. En eso estábamos, degustándolo cuando llegó alguien muy apresuradamente. Un jeep con emblemas del gobierno se detuvo ruidosamente frente a la casa de Juanita y del vehículo descendió un hombre joven, con poco más de treinta años y vestido con ropas manchadas por algo de color gris. Se acercó presuroso a nuestra mesa y saludó afectuosamente a Teresita, como alguien que la conoce de toda la vida. Se le veía excitado por algo. — Dejen que les presente a mi hijo Leopoldo. De él le hablaba hace rato. Es geólogo y trabaja para el gobierno. Qué bueno que viniste hijo. — Madre hola, buenas tardes a ustedes ¿Cómo están? —respondió algo protocolario y rígido el hombre con una leve inclinación de cabeza. Nosotros nos presentamos y al hacerlo le estrechamos la mano. También le ofrecí algo de comer, pues nos había quedado bastante pero Leopoldo declinó el ofrecimiento y además se le veía algo inquieto, como si alguna cosa silenciosamente lo afectara. —A este muchachito lo ayudé a nacer. Desde chiquito estuvo enamorado de los volcanes y no dejaba de hacer preguntas sobre ellos. Cuando creció se fue a la capital y después muy lejos para estudiar, ¡y aquí está mi chiquito, todo un sabio de la Tierra y los volcanes! —exclamó doña Tere poniéndole cariñosamente una mano en la mejilla.


— Hay madrecita, siempre tan exageradilla. Me encanta la geología pero no soy el sabio que usted dice —replicó Leopoldo—. Mis profesores de la universidad, ellos sí que saben mucho. —Hijo, no te sirve de nada ser tan modesto. Acéptate por favor como eres y deja de estar comparándote con otros. Date cuenta de que el único que anda siempre aquí estudiándolos eres tú, y nadie más. Ya sé que vienen otros científicos pero se quedan una temporadita y luego se van. Acuérdate que cuando tú naciste Izalco y Llamatepec hicieron ruidos. Para mi eso fue un augurio sobre ti, y desde que tenías 8 años te ibas tú solito caminando hasta ellos, tratando por ti mismo de llegar a sus cimas, ¡Y mírate, hoy todavía andas trepado siempre en los volcanes! —concluyó Teresita mientras le sacudía un poco el polvo de las ropas a Leopoldo. En efecto, Leopoldo poseía una Maestría en Sismología y un Doctorado en Vulcanología, el cual estudió en uno de los países con más volcanes en el mundo, Islandia. Allá adquirió el conocimiento para entender el sutil lenguaje de las montañas de fuego. Prácticamente fluía mejor en la relación que sostenía con las rocas y los cráteres que con las gentes mismas. A la gente casi ni la entendía, a excepción de Teresita. Con ella iba cuantas veces podía para hablar largas horas sobre los sonidos de la Tierra, el color de las fumarolas y el significado del nivel del agua en el lago. Y sobre lagos quería él hablar, pero se sentía cohibido por nuestra presencia por que nunca discutía sus hallazgos con turistas o visitantes. Doña Tere, percatándose de eso le dijo, tranquilizándolo: — Polito —que es como ella le decía de cariño—, ellos son mis amigos y entienden muy bien de las cosas que nosotros hablamos. Ellos también son científicos como tú y estudian la naturaleza igual, con el corazón. Veo que traes algo y te mueres por decirlo, ¡desembucha muchacho, si no vas a tronar, ja, ja, ja! —y movió Teresita las manos como representando una explosión. — Oye Polito —preguntó directamente muy interesada mi Celeste, utilizando un tono dulce y relajador—, ¿Qué pasa, es cierto se te vé como asustado o algo así? ¿Qué viste allá arriba? —Si Doctora… —Llámame por favor Celeste y de tú, mejor así. —Gracias, pues mira Celeste —contestaba Leopoldo mirándonos alternadamente a los cuatro, con un tono acelerado en la voz—, es cierto, me


la paso más allá arriba que en el pueblo. Y es que han estado pasando cosas muy raras. Santa Ana, o como nosotros le decimos por aquí, Llamatepec ha comenzado desde hace pocos meses a despertar. Para que mejor me entiendan, la última vez que hizo erupción fue hace mucho, en 1920 y luego quedó tranquilo. Pero ahora desde el día 16 de Junio se ha puesto más activo. Ese día hizo explosión y fue algo fuerte, por que dejen les sigo como está la cosa: adentro del cráter se ha juntado el agua de las lluvias y con el paso del tiempo se ha formado un pequeño lago. Claro, no es tan grande ni para nada como Coatepeque pero si tiene de todos modos mucha agua». En esos momentos noté que Leopoldo tomaba más ímpetu al hablar, brotándole en torrente las palabras y prosiguió: —La cosa es que empezaron inesperadamente unos pequeños temblores de tierra que apenas se sentían, pero que resquebrajaron el fondo del lago y el agua se fue filtrando poco a poco, hasta que en Junio el agua llegó hasta una gran cantidad magma dentro del volcán. Entonces imagínense qué pasó cuando el agua toco al magma ¡Hirvió en un instante y se transformó en vapor! Todo ese vapor súper caliente buscó por dónde salir y aventó todo lo que se encontró en su camino. De repente se escuchó una tremenda explosión cuando aquello estalló. Los vulcanólogos calificamos la fuerza de una erupción con una escala del 1 al 7, algo así como le hacen para determinar la fuerza de un huracán. Pues esa erupción fue afortunadamente sólo de grado 1, sin embargo eso ya es una erupción en forma. No salió lava pero si muchos gases venenosos y no pasó a mayores. O por lo menos en aquél día por que desde entonces no ha dejado de tener pequeños sismos. «Cuando se puso más seria la cosa fue a finales de Agosto, por que cuando fuimos unos colegas y yo a ver nos encontramos dentro del cráter una gran cantidad de rocas que estaban ya incandescentes por el calorsote de unos agujeros por los que salen esos gases calientísimos. Yo nunca había visto esa actividad de las fumarolas. Eso ya es mucho decir para un volcán que ha estado casi dormido durante más de 80 años. «Lo que me preocupó desde esos días es la altura de los gases que forman lo que nosotros llamamos penachos. Están ya llegando a casi un kilómetro de alto y son penachos casi de puros gases sulfurosos. A la gente se le hace muy lindo ver al volcán echando “humito”, y hasta incluso el gobierno


municipal promueve el turismo para que vean al volcán así como si fuera algo romántico, o no sé que. «Ahorita los del ejército no dejan subir al volcán desde hace una semana pero no lo dicen a la población. Si alguien se acerca para trepar, como los turistas acostumbraban a hacer, ya no los dejan y les dicen que se está buscando a unos narcos escondidos allá arriba ¡Vayan ustedes a creer eso! Cuales narcos ni que nada. Yo puedo ir y venir por que tengo permiso oficial. —¿Gases sulfurosos? —exclamé con cierta sorpresa—. Con razón desde hace rato me llegaba como el olorcillo de huevos podridos. —Exactamente. La brisa de la montaña está bajando los gases hasta acá. «Hace una semana estaba poniendo un equipo en el borde del cráter y de repente comenzó a sonar todo muy raro, como si alguien hubiera prendido un motor gigante. Era un tremor que duró mucho rato y mientras, para mi sorpresa ante mis ojos el agua del laguito en el cráter se puso de color marrón oscuro, así como el de ese café —dijo señalando hacia mi taza—; y ayer que andaba arriba en el cráter de pronto vi algo que me asustó. De repente toda el agua se puso verdosa ¡pero en un instante!, y de las grietas caían rocas casi fundidas mientras se escuchaba un fuerte zumbido eléctrico en el aire. «Esas cosas ya las he visto en otros volcanes, pero pasan con mayor lentitud. Aquí no y por eso me bajé casi corriendo. Tengo que reportarme con mis superiores y decirles que declaren estado de emergencia. Que evacuen ya toda el área alrededor de los volcanes por que esto va a tronar. ¡Y va a tronar ya!


XXX. Designios ignotos "Di la verdad aunque sea amarga. Di la verdad aun contra ti mismo." Mahoma

Ante esta nueva revelación otorgada por Leopoldo, muchas cosas comenzaron a encajar justamente en su lugar. Como obteniendo una visión en perspectiva de la situación, pude comprender todo lo que nos estaba sucediendo. Desde nuestra llegada hasta este instante se habían sucedido una serie de acontecimientos que formaban parte de un esquema en el que por algo aún desconocido, Celeste y yo entrábamos a formar parte. De nuevo la vida nos había llevado hacia experiencias en las que poco control tendríamos y de las que, a final de cuentas, obtendríamos más conocimiento de nuestras mentes propias. Nuestro recién amigo Leopoldo descubrió la inminente erupción del Santa Ana de la cual él temía una gran destrucción. Ya antes habíamos estado nosotros en las cercanías de volcanes activos, por ejemplo en Puebla, en un pequeño poblado, pero nunca a tan poca distancia como lo estábamos en esos momentos. A menos de 10 kilómetros de nosotros se erguía con una mezcla de orgullo y amenaza el gran Llamatepec. Si esa mole de roca y fuego deseará estallar, con seguridad a nosotros nos mandaría directo al cuerno. —“Con razón Dona Tere dijo cuando llegamos, que algo poderoso y viejo se acercaba por arriba y por abajo” —pensé mientras sentía como ese recuerdo se ensamblaba en su lugar con un casi sonoro click. Todo se acomodaba muy bien entre sí: primero nuestro viaje a estas tierras realizado por seguir una corazonada de mi esposa, luego el llegar con Teresita, después Carolino, la ida a Teopán, la visión de los Aztlantes y de la gran roca Izcueye, el conocer a las otras humanidades, los Maras y la carta de Eliseo. También se metió en mi, presurosamente el recuerdo de esas palabras “veremos como despiertan los Oscuros”, mientras que todo se fundía con la próxima explosión del Llamatepec.


Todo. Ahora si entendía que estaba pasando. La tremenda energía regalada por la Madre Tierra y el Padre Sol estaban confluyendo, reuniéndose en un gran crisol en el cual los humanos quedaríamos en el centro. Cómo utilizáramos ese inconcebible poder dependería únicamente de nosotros, las personas. — Compadre, si quieres utilizar mi laptop. Está con enlace satelital al internet y quizás así te sea más rápido hacer tu reporte. No sé, di dinos en que te podemos ayudar —manifesté. — A caray, muchas gracias. Yo creo que si lo voy a hacer por que iba ya para la presidencia municipal, en la ciudad de Santa Ana, pero los burócratas son una peste y de aquí a que me den chance de hablar con el director de protección civil ya habrán rete­erupcionado todos los volcanes de Centroamérica —dijo él, mientras me seguía hacia el equipo—. Lo primero que voy a hacer es reportar la actividad con los cuates del Global Volcanism Program28, y del U.S. Geological Survey29, por que ellos son de unas organizaciones norteamericanas que estudian a los volcanes y pueden hacer más presión que yo solo, para que así nuestro gobierno evacue toda la región a tiempo. Ya estamos en alerta amarilla, pero les aseguro que mucha de la gente que vive a orillas del lago ni sabe en cual estamos, menos del riesgo que hay. Leopoldo comenzó rápidamente a elaborar su reporte y ya terminado en segundos lo mandó por e­mail a sus colegas. Pero ni aún la velocidad de un correo electrónico sería suficiente para mover al gobierno. “En todos lados es igual”, pensé mientras veía al vulcanólogo hacer su trabajo. Una vez terminada esa labor se despidió veloz como ventisca y se fue a todo lo que pudo en rumbo a con sus jefes. Ojalá y no le pasara lo mismo que le ocurrió al personaje de El Proceso, de Kafka. Allá perdido entre los laberintos inacabables de la maquinaria burocrática mientras nosotros esperábamos acá quietecitos nuestra sentencia de muerte. 28

29

Siglas en inglés del Programa Mundial de Vulcanismo, del Instituto Smithsoniano de Boston (N. del A.). Siglas en inglés de la Supervisión Geológica Norteamericana (N. del A.).


Ya habiéndose marchado Leopoldo, un pesado silencio se quedo sobre nosotros. La primera en romperlo fue Juanita que ya se levantaba para irse a su casa. — Nunca había visto a mi hijo así. Ni en Julio cuando nos dio el sustote. Si él dice que va a tronar, entonces va a tronar feo —remarcó. — ¿Entonces que hacemos? —cuestioné muy inquieto— ¿Corremos la voz y organizamos a la gente para irnos? No creo que sea bueno quedarse ya. En ese momento una sonrisa enigmática, como una que le había visto muchas veces antes a Celeste, cruzó entre Teresita y Celeste. La complicidad era evidente y no supe si tranquilizarme o asustarme más. — ¿Qué pasa, qué traen? —interrogué evidentemente nervioso. Amo a mi esposa pero como mujer de conocimiento, a veces va más allá de mi comprensión y me llega inquietar. Me confronta con cosas de su mundo, que hoy es mío también pero en el proceso mis barreras intelectuales se ven duramente hechas añicos. Al final eso me gusta, pero mientras me siento como aguilucho cayendo del nido: no sé si podré volar o me estrellaré contra el suelo. Incluso he llegado a pensar que todas las mujeres son como Celeste, pero o no lo dicen, o no lo saben todavía. —¿Qué vamos a hacer? Esto ya se puso muy peligroso Teresita — volvía a preguntar, mirando a ambas mujeres mientras Juanita casi llegaba a su casa. — Pues lo que haremos será actuar. Toda esta fuerza que la Pachamama nos está por dar hay que aprovecharla, mijo. Pero esas cosas, los actos de poder se hacen con huevos. Se hacen para ayudarse uno y a todos los demás, sino no se hacen.


XXXI. Luces en todos lados Martes 28 de Septiembre, 2005 2:36 AM 13º50’44” N 89º31’54” W Faltan sólo 3 días.

Mira hijo —comenzó diciéndonos Teresita— cuando la Madre Tierra y el Padre Sol dan su fuerza, nosotras las personas comenzamos a sentirnos mal. Realmente nos deberíamos sentir bien, pero como algo en nosotros está tan acostumbrado a digerir mal esa energía regalada, pues nos cae mal. Ve como han estado ustedes, cada día están menos bien.

En efecto, con el paso de los días una extraña serie de síntomas se habían comenzado dejar sentir. Quién empezó a padecerlos fue mi Celeste, seguramente por que ella es muchísimo más sensible que yo. Primero se le inflamó el intestino, creándole un incómodo malestar. Luego se le alteró el sueño por que no podía dormir a sus anchas en la noche y lo que hacía era salir largas horas a mirar como la Luna iluminaba los penachos emanando desde el Llamatepec. Finalmente, durante este último día le aquejaban una sensación en la boca del estómago, muy similar a una intensa angustia junto con la incesante visión de pequeñas luces. Estas lucecitas yo ya las alcanzaba a ver, a partir de esforzarme durante la noche anterior. Celeste tenía rato afuera, pues a medianoche me desperté y pude darme cuanta de que no estaba en su bolsa de dormir. Eso me preocupó y salí a buscarla. Estaba ella afuera, callada y tranquila fumando un cigarrillo. La miré y fui hacia ella para colocarle sobre los hombros mi rompevientos, poniéndole un brazo alrededor de la cintura. Celeste me dijo muy quedito “gracias”, como evitando espantar algo si hablaba más alto. —¿Qué pasa mi amorsote?


—Mira eso mi Jorge, ya tengo rato viéndolo, ¿lo alcanzas a ver? — preguntó ella señalando hacia arriba. Al tornar la mirada hacia lo alto pude notar como en el cielo las nubes pasaban muy rápido y algo translúcidas, dejaban pasar la luz de la Luna. Si uno la miraba fijamente hasta llegaría a parecer que la Luna era la que se movía velozmente y no las nubes. Claro eso era un efecto óptico que ya conocíamos, pero lo que era nuevo tenía una apariencia diferente. Muy diferente en realidad. —Como que alcanzo a ver algo…pero no sé…parecen como bolitas o algo —respondí—. Parecen más bien muchas luciernaguitas volando junto con las nubes, como si el aire allá arriba llevara esas cosas…pero no estoy seguro. Si fijo mucho la mirada se me van, pero si me relajo tantito las comienzo a ver…¿tu qué ves? —Tengo desde anteayer que cuando salgo en la noche las veo, pero hoy en la tarde me di cuanta de que también con la luz del Sol salen — explicaba ella—. Parece como si estuviera mirando una muy fina, como muy pequeña lluvia constante. Ahorita las veo a esas cosas pero van muy rápido, como que algo las jala para algún lugar.¿Qué crees que son? — Pues se me figura que lo más seguro es que sean un chorrote de orgones, ¡pero muchísimos! —afirmé. —Es lo que vengo pensando desde ayer. No te lo dije porque no estaba muy segura, pero hace rato ya me iba a meter corriendo para despertarte y pedirte que vinieras a ver conmigo. Yo creo que me sentiste y por eso te despertaste. «¿Sabes?, no me inquieta que sean orgones, por que naturalmente los veo siempre hasta en el día, pero lo que me preocupa es que sean tantos y cómo se están moviendo. «Sí son muchos y siento raro al verlos. Como que advierten de algo muy feo que está por venir pero nadie nos damos cuenta. Desde el otro día que vino Polito y nos habló de lo que está pasando allá arriba, me di cuenta de que en parte por eso no me sentía tranquila. En realidad desde que llegamos sentí muy pesada la atmósfera, pero pensé que era por otras cosas. «No sé por que me quise confundir por que todo era muy claro, quizás por que nunca había estado en un lugar con tanta energía. «Mi Jorge no te preocupes por mi, más bien debo de aprender a no agarrarme tanto de mis miedos y soltarme. Yo sé que nuestro Sebastián está


seguro con Francisco y Pía en Mérida, pero no dejo de inquietarme. Es como saber que algo muy grande y feo está por pasar, y no sabes qué es —concluyó ella. El Miedo, como platicamos hace rato, está luchando en mí para que sólo lo ve a él, pero esa lucha me pone algo mal. Entonces la abracé, tratando de hacerle sentir calma con mi corazón cerca del suyo, mientras le pasaba los dedos por el cabello en delicada caricia. Ella es Aries y su cabeza es el principal centro de equilibrio en su energía personal. Yo también traía algunos días sintiéndome no del todo bien. Me percataba de que dentro mío había una extraña e intensa tensión, de la cual me daba cuenta que crecía más y más sin control. Captaba en mis entrañas una potencia iracunda lista para saltar como fiera. Por afuera mostraba una actitud sosegada y tranquila, e incluso naturalmente sorprendido por las nuevas cosas que iba sabiendo. Pero por adentro un enojo hervía vehemente desde que nos confrontamos con Jonny y sus cuatro cabrones. Una ardiente combinación de furia y temor me hacia pensar continuamente en ellos, y hasta a ratos pensaba en escabullirme e ir absurdamente a buscarlos. Deseaba pelear con alguien y Jonny sentía que sería con quien satisfacerla mis emociones. Por alguna loca, salvaje e irracional causa creía muy profundamente que podía matarlo. En efecto soy más alto y robusto que él, pero en realidad con mucho Jonny me superaría en habilidad para pelear. Quería agarrarlo y con mis propias manos romperlo como una caña. Lo reconozco, era un arranque estúpido por que no llegaría ni siquiera a acercarme ni un poco a ellos antes de que me sometieran. En los momentos cuando me descubría a mi mismo pensando en eso, me llegaba a sentir avergonzado por sostener esa clase de ideas. Otras veces estaba seguro que Celeste y Teresita ya sabían de estas emociones en mi; sin embargo, eran muy potentes y emergían espontáneas, como queriendo tomar vida propia y hacerse realidad trascendiendo todo aquello que yo creyera. Al analizar en la intimidad de mi mente esta casi obsesión, llegué a la conclusión de que con seguridad me sentí humillado ante los pandilleros por dejar que una anciana nos hubiera protegido. En verdad no podía soportar ese recuerdo, viéndome a mi armado con un revólver pero salvado por una viejecita. Algo en mí no estaba correspondiendo a la sensatez y lógica de las cosas. Si Teresita actuó fue porque ella era la capaz de ahuyentar a los Maras,


y no yo con mi enojo y mi pistola. Razonaba todo esto pero una vocecita, pequeña y trémula me insistía, diciendo: “No, no es por eso. No es por creerte minimizado…Estás furioso como resultado de viejo vicio…Debes saber aprovechar la nueva energía…Habla de esto con Celeste…háblalo y lo resolverán juntos…Ella ya te explicó como hacerlo…anda….dile…”. A todo esto se juntaba un taladrante dolor de cabeza que durante el anterior día, hasta acostarme me había aquejado. Ya en la tarde Celeste me ayudó, pidiéndome que me quitara las botas mientas caminaba un poco en orilla del lago. Dejé que las frías aguas mojaran mis pies mientras mi Celeste se carcajeaba por los brincos y gritos que yo daba. Fue divertido y me ayudó muchísimo a bajar la dureza del dolor. Pero todavía seguía levemente alojado detrás de mis ojos, latiendo como un gusano parásito. Teresita nos explicó durante la cena, que la fuerza otorgada por el Sol y la Tierra era un bien, un regalo y que sería muy importante poder aprender a incorporarla en nosotros para vivirla como bienestar. La cosa radicaba en que nadie prácticamente en este mundo sabe hacerlo y que lo único que hacemos con ella es invertirla para acrecentar nuestras sombras internas. Nos dijo que el mundo se puede ir al carajo como ya le ocurrió antes a las otras humanidades, si no le paramos primero a usar mal la energía y que, mejor como niños aprendamos a gozarla, vivificándonos placenteramente con toda esa energía. — ¿Y cómo le hacemos para eso madrecita? —pedí que nos aclarara? —Por que si me lo permite decir, suena muy bonito e impactante pero no entiendo como hacerle para aprovechar esa energía. En efecto, cada vez me estoy sintiendo más mal y no sé como hacerle. Ya me dieron té y nos pusimos a hacer cosas, pero no se me ha quitado sólo se me a calmado un poco. Y mi mujer mírela como está. Ella no dice nada, pero ya la conozco y le duele algo. ¿Verdad Celeste? —Si me siento algo mal, pero ya te dije que es parte del proceso. Necesitamos aprender a sentirnos a nosotros mismos, no a los demás. —Pues si Celeste —repliqué algo incómodo—, pero no te he entendido. No tengo la culpa de ser medio tarado —agregué ya molesto. —No mi Jorge, no eres tarado. Nadie lo es. Sólo no sabes como usarla esa energía. Espera, tranquilo, deja te lo digo de este otro modo. Tu estarás de acuerdo conmigo que puedes digerir cosas como por ejemplo, ese pan —luego


señaló hacia una hogaza sobre la mesita. Teresita nos miraba con ojos calmos y brillantes. — Si, si puedo. Mi cuerpo es capaz de hacerlo. Naturalmente. —¡Aja! “Naturalmente” —exclamó Celeste—. Entonces comprendes que en tu naturaleza existe esa habilidad, la de digerir cosas. —Claro, pero no puedo digerir madera, por ejemplo, así como lo hacen las termitas. —¿Y porqué? —cuestionó ella. —Pues por que mis células no recuerdan como hacerlo. Yo sé que nuestros más remotos ancestros de hace miles de años eran los insectos. Ellos pueden digerir cosas que yo no. —¿Pero y por qué, dime? —volvió a preguntar ella, insistente. —¿Porque no puedo? Por que en mis genes ya no está esa información genética que le diría a mis células como hacer esas cosas. No puedo respirar bajo el agua por que los genes de mis ancestros peces ya no están. Las células de los peces están diseñadas para que su cuerpo sepa como formar branquias desde antes de nacer, y siguen a lo largo de sus vidas sabiendo cómo hacer funcionar esas branquias. ¿Qué me quieres decir Celeste? ¿Qué acaso yo no sé utilizar esa energía nueva, por que perdí la información de mis genes en la que se me decía cómo hacerlo? O sea, ¿alguna vez, algún animal ancestro nuestro tenía el ADN necesario para aprovechar esa energía? —¡Ja, ja, ja! —rió ella festivamente. Siempre le daba risa verme tan tenso, como si me estuvieran haciendo un examen oral. Ella me decía que me tomaba demasiado a pecho las cosas y no me sabia relajar. Seguro tenía razón ella. —Eso mero mi Jorge — manifestó Celeste con evidente gusto en el talante—. Por ahí va la cosa. Tu cuerpo no sabe como aprovechar esa energía por que no está la información en ti. O más bien si está, pero la tienes dormida. —¡A cabrón! espérate otra vez —dije pidiendo tregua. Siempre me hacia Celeste esto. Me hacia razonar a través de una impecable lógica para arribar a conclusiones sorprendentes —. Cómo que está dormida. Yo creí que estaba perdida o cortada de nuestros genes…si dices eso, ¡entonces estás insinuando que también no hemos perdido los genes para respirar bajo el agua o comer comida! Es así.


—Si mi Jorge, eso es. Tu sabes que están analizando toda la información de los genes de los humanos. Es un trabajo titánico en verdad, pero como todo es nuevo están llegando a conclusiones muy locas. Están pensando con modos viejos e inútiles. Mira, una cosa que se han encontrado una y otra vez es que en el ADN humano hay trozos de información que se repiten muchas veces. Los genetistas han creído que eso es por que la naturaleza es tonta y necesita hacer muchas copias de respaldo por si algo sale mal. No es así. Otra cosa que no han logrado entender es que unos genes que ellos llaman “genes basura” no son basura. No les han podido encontrar alguna función y luego luego dicen que entonces no sirven. Chingado, no es eso. Toda la información de nuestros genes sirve, pero el cuerpo la lee de una forma totalmente diferente a lo que linealmente los científicos creen. Esa es la clave, el modo de leer nuestra información. La mente propia es la que se encarga de eso y hay que ayudarla. —Pero vuelvo a la misma pregunta —dije empezando a desesperarme. Un torrente de frustrado enojo corría por mi sangre, sazonado por la adrenalina. Sentía un fuerte calor emanando de mi—. ¿Cómo jodidos le ayudo a mi pinche cuerpo a leer esa información, Celeste? —Jorge ya sé que te pasa. Ahorita si quieres hablamos de eso. Pero mientras cálmate tantito, respira hondo. Ya sé que quieres saber cómo. Pues eso el lo que te he venido explicando desde que nos conocemos. La cosa es que antes tu y todos traían la cabeza metida en otras cosas, leyendo la información al revés. Hoy es diferente, sé que te a costado mucho lograr ir aceptando y entendiendo todo esto, pero acuérdate que tus esfuerzos serán cada vez menores, por que se está enriqueciendo el campo mórfico con el esfuerzo de muchos más que como nosotros quieren vivir felices. Poco a poquito y cada vez más se está formando una masa de mentes que generan una nueva vibración en el campo mórfico, y eso permite que todos los demás puedan avanzar más rápido en el recontactar con sus mentes propias. Mi Jorge precioso, reconoce tu enojo, no lo niegues por que de él mucho bueno puedes sacar —al escucharle esto último me sentí brevemente descubierto pero inmediatamente desvié la atención al punto del ADN. —Te diré. La súperclave de todo es la atención. EL acto conciente de ver e interpretar algo es el centro de todo. Es la palanca de Arquímedes para mover el mundo en una dirección o hacia otra. Piensa en todas les veces que


hemos tenido que tomar la decisión de apreciar las cosas de una forma diferente. Sucede que la humanidad está muy conectada con la energía de las emociones conjuntas de de todos, al mismo tiempo. Las emociones que sientes la mayoría de las veces no son las tuyas propias, son las de la gente en tu entorno. Los humanos en estos momentos somos incapaces de definir cuales son las emociones propias, las individuales. Estamos formando parte de una superestructura de emociones definidas por “los demás”. Es decir, somos como una masa enorme y amorfa que crea cada día estados emocionales que nos atontan o nos inquietan. Vivimos en una época de muchísimos miedos: miedo a perder el trabajo, miedo a dejar de ser amados, miedo a enfermarnos, miedo a que alguien nos asalte, miedo a esto pequeño y a esto grandote. Puro miedo. Esa es la emoción alrededor de la cual estamos girando como cada vez más rápido. Esa es la cárcel de la Luna. Es como un estado en que la energía de la humanidad se encuentra empotrada. El proceso humano actual nos dirige hacia la individualización emocional, hacia sentirte a ti mismo y vivir esa enorme intensidad de tu alma personal. El campo mórfico que le da forma a las cosas es pura información, mi Jorge, y las emociones también son información. La cosa es que nos estamos conectando con un nivel del campo mórfico del que obtenemos información en forma desordenada. Por eso vivimos las personas tanto caos. Hay gente que es adicta al alcohol, a la coca o a la mota, o a tener relaciones todas jodidas. De todo hay, muchas adicciones. La cosa es que la droga no es esas cosas. La droga de la gente es el caos. Se apegan hasta la muerte al caos, ¿Y sabes porqué?, por que cree que en él finamente encontrará el orden. Todos estamos hechos de tal manera que para vivir necesitamos buscar información que nos diga que hacer. Tu cuerpo necesita de la información que está en tu ADN para existir, por que ahí están todas las órdenes que hacen funcionar a tus células. Si lee una información de manera incorrecta, entonces funcionará a su vez incorrectamente. Por eso hay enfermedades, pero escúchame bien Jorge, no son por que esté algo mal en tus genes, es por la manera en que se dirige el proceso para leer la información que necesitas. Tu cuerpo hace muchísimas cosas el solo, sin que tú intervengas directamente. Por ejemplo por sí mismo digiere esta cena sin que tú controles todos los procesos bioquímicos que están ocurriendo ahorita en ti. De eso te hablo, de que hemos dejado que ocurran las cosas sin enviarlas hacia donde en verdad queremos.


«Piensa un momento en esto: ¿a cuantas personas hemos escuchado defender la idea de que comer carne les hace daño, que es mala y que por eso debemos de ser todos vegetarianos? Muchas veces. ¿Y tendrán la razón? ¡Pues claro que sí, pero a la vez no! — ¿Cómo? en parte te entiendo y en parte estoy más confundido — dije. —Bueno, deja te digo más, por que hay viene lo grueso. En esta época en la que la palabra “Terror” aparece una y otra vez en los medios, nuestra mente la toma y la mete como un clavo golpeado por un martillo más y más. Pensamos hasta sin darnos cuenta en términos de “Terror” y nos volvemos ansiosos y neuróticos, preocupados todos los posibles factores que van a dañarnos irremediablemente. En serio, a cada rato se nos recuerda que cualquier cosa que pueda ocurrir o que forme parte de nuestro entorno es mala y nos va a dañar. Ya hemos vivido en muchas ocasiones experiencias que nos han confirmado que la mente crea la realidad. Pues toma eso que es muy importante y llévalo en la dirección que te va a dar utilizar como modelo para formar, el pensar desde el miedo. Y no es que tengas que negar el miedo que sintamos. Es real, lo podemos tocar. Pero ese miedo es sencillamente una fuerza ciega que ahí está no porque la queramos, sino por que es lo único que encontramos como punto de partida. Los Oscuros han hecho cierto cambio en el ADN de nuestra alma para que, al querer nosotros leer la información correcta, lo que interpretemos sea erróneo y con eso le demos forma inadecuada a la vida misma. Tenemos el potencial para hacer cualquier cosa vivida sobre esta Tierra. Tenemos, para decírtelo de otra manera, el ADN de las demás plantas, insectos y animales del mundo, aquí está en ti y en mí, pero únicamente le estamos dando la expresión de meros humanos frágiles y delicados. Jorge somos capaces de cualquier cosa. Pero para lograrlo lo que debemos hacer es cambiar nuestras certezas. Date cuenta de que si le vamos a temer a “algo”, es simplemente el acto de tener la certeza de que ese “algo” es dañino. Piensa en eso. Somos seres de certezas. Las células leen la información que dispongan en el ADN por que, por así decirlo, tienen la certidumbre de encontrar ahí información correcta. Es un mecanismo natural el que nos apliquemos en cosas con supuesto orden. Pero y si ese orden no es el que necesitamos. Te digo que somos adictos al caos, pero el caos en sí no existe como tal, tú me lo has explicado desde el punto de vista de las


matemáticas modernas, que consideran al caos como una expresión compleja del orden. Por lo tanto somos adictos, dependientes a algo que no tiene simplemente el orden necesitado, pero como no hay otra fuente de información pues no nos queda más que agarrarnos del caos hasta la muerte. Orden, mi Jorge es lo que necesitas implantar en ti, para que tu vida sea espléndida, plena y feliz. El mundo está lleno de magia por que está hecho de magia. Si empezamos a saber esto lo podremos usar. ¿Cómo, volverás a decir? No pretendas llenar tu cabeza con pensamientos positivos, sólo pondrás un barniz de linduras positivistas por encima. No mi Jorge, lo que debemos hacer es dirigir nuestra atención hacia lo que sí deseamos, hacia lo que si anhelamos, hacia cada uno de nuestros más íntimos y locos sueños. Piensas cosas tales como: este pedazo de bistec me va a hacer daño, me va a intoxicar y va a frenar mi evolución interna. No al carajo con eso, piensa en esto que es lo que en realidad quieres: este pedazo de bistec me va a dar un rico y deleitable sabor, me va a nutrir, me llenará de beneficios, me hará más fuerte. Pero al pensar en eso hazlo desde la convicción de que así es. Visualiza esos beneficios que sabes te dará a ti eso que hagas. Siente esos beneficios aún antes de que ellos lleguen. Es la forma directa de decirte, ¡ADN de mi ser, de mi cuerpo y alma, esto es lo que vamos a vivir!» Celeste jadeaba con la excitación que esto le provocó al detallarlo tan profusa y pacientemente. Doña Tere únicamente nos observaba, tranquilamente sentada en su mecedora, y dijo al fin: —Muy bien mi chiquita. Has entendido lo que empezamos hace muchos años. Y lo que más feliz es que se lo compartes desde tu corazón al corazón de tu hombre. Él —y me señaló— es un poco lento, pero los tres ya sabemos por qué. Le hacia caso a la otra mente, como todos los demás. Pero esto ya se acabo, ¿verdad mijo? ¿Verdad que eso que sientes te está empujando cada vez más adentro? Ahora desde ahí, en donde estás tienes la oportunidad para entender muy claro estas verdades. Y tu sabes que no te quedará otra más que actuar, o si no te vas a morir.


XXXII. La Furia como Poder

Celeste y Teresita tenían razón. Ahí, en plena madrugada mientras abraz aba a mi esposa volví a sentir el golpe de la migraña pateando desde adentro de mis ojos. No pude evitar soltar un gemido de dolor que al escucharlo Celeste, se separó de mis brazos y me preguntó, inquieta: —¿Te sigue doliendo, verdad? Mi Jorge, acuérdate que es pura energía contenida que ahí adentro traes. ¡Como eres terco, güerco30 este! —expresó ella. —Si me duele, pero no te enojes. —No, no me enojo, lo que pasa es que te veo sufriendo para nada. Yo te he dicho que me está pasando por que así me es más fácil resolverlo. Me escucho al hablártelo y me puedo entender mejor. Además al escucharme me das tu respaldo y juntos podemos pensar y entender esto mejor. Si nos compartimos sin lástimas ni compasiones vanas lo que sentimos, podremos juntos resolverlo. Te invito a que lo saques eso que traes ahí adentro antes de que te dañe más. Ahorita es el momento y lugar. Anda, en serio te invito. Tu ya sabes que yo nunca te he de juzgar…el que se está juzgando aquí eres tú, mi Jorge. A ver, que traes, dime. Decidí abrirme con ella, dejando a un lado los aspectos de mi importancia personal. En verdad nunca me había juzgado ella, y no comenzaría a hacerlo. Lo que estaba haciendo era refugiarme detrás de una defensa inútil, imponiéndole a Celeste la imagen de quien se burlaría de mí. El que se estaba humillando en efecto era yo mismo ante mi, cosa absurda de antemano pero real. Tenía que pararle ya a estar sintiéndome víctima. Ni Jonny me estaba haciendo algo, ni nadie. Si ahí había mucho enojo, algo tenía que sacar de provecho de el. —Celeste —comencé—, si me estoy sintiendo muy raro. Es más, muy mal. Me estoy sintiendo que estoy a punto de estallar…traigo un coraje rabioso buscando el menor pretexto para salir y desmadrar todo —mientras, 30

Coloquialismo del norte mexicano, significa hombre, tipo, sujeto (N. del A.)


al ir diciéndole eso, un temblor incontrolable me invadió—. Siento vergüenza y también ganas de vengarme, pero no se de quién. Me llegan a la cabeza muchas imágenes del pasado. Me veo en todas las ocasiones cuando me han herido o me han humillado y no puedo parar esas imágenes. Cuando han abusado de mi, eso…me duele mucho…y me enfurece, Celeste y me da miedo porque apenas puedo controlarlo. Traigo una pistola que compré en la frontera, en La Tachadura. Cuando tu te fuiste al baño se me acercó un policía de la aduana y me la ofreció, dizque se la había incautado a alguien y me dijo que sería buena para nuestra protección. Me la dejó barata, casi regalada y desde que la traigo me siento con ganas de usarla, de tener la oportunidad de pelear contra alguien y sacarla. Perdóname por no decírtelo, ya sé que es algo muy peligroso pero ahorita creo que no la compré para protegernos, sino para probarme algo a mí mismo…no sé. Hasta he traído ganas de ir a echarme a esos pinches cabrones y al tal Jonny. «Celeste no lo voy a hacer, ya sé que es una estupidez, pero así me estoy sintiendo, enloquecedoramente encabronado ­concluí. —Mi Jorge precioso, yo ya lo sé. Te conozco muy bien y te he visto desde que entramos a este país cuidando que no me fijara en tu bota. Pensé que traías un cuchillo escondido o algo, pero da igual. No le tengo miedo a las armas, sino a la reacción que ejercen en las gentes. Nos hace sentir invencibles. «Mi Jorge no niegues ese enojo ¡encáralo! porque algo te quiere decir ¡escúchalo! ¿qué quieres destruir que te ha estado dañando toda la vida? ¡Velo, por Dios! Esta es una gran oportunidad para ti. Si vas y matas a alguien no resolverás lo que traes adentro. Traes mucho enojo, yo te lo siento desde el otro día, pero lo importante, mi Jorge es que lo utilices, que lo canalices, ¿pero para qué?, te preguntaré entonces esto para ayudarte ¿qué quieres en realidad? ¡Dime! ¿qué quieres? Si reconoces lo que tu corazón pide, mi Jorge, entonces obtendrás al momento, mira sí ¡tris! lo que quieras, tendrás lo que te realice y te haga feliz. En eso, Doña Tere salió de la casa. Con seguridad la despertamos con tanto hablar y decidió salir a ver qué pasaba. Se acercó cruzándose un chal sobre la cabeza y dijo: —Mijo, esto que está pasando nunca le ha ocurrido a la humanidad actual. Todos nuestros ancestros de otras eras vivieron lo mismo pero se


dejaron sucumbir por lo mismo que estamos sintiendo. Eso puede volver a ocurrir o no, todo depende de qué decidamos hacer los que ahorita vivimos. Si está llegando toda esa energía desde el Padre Sol, pues es como ya te dije para que la usemos, no para que nos chingue. Yo le llamo aliento de vida. Es para darle vida a nuestros sueños, no a las pesadillas. Todo eso es algo que debemos comprometernos a usar para nuestro personal bienestar, el verdadero bienestar. Si actúas egoísta esa es otra cosa, pero si lo haces por seguir los designios de tu corazón eso el lo correcto. «Mijos escuchen esto que me pasó el año pasado, cuando vino a verme el gobernador del departamento de Sonsonete. Llegó con una caravana de guardias a mitad de la noche, así como a estas horas. Se bajó muy majestuoso, como un pequeño rey, con sus guardaespaldas alrededor. Yo salí a ver quién era y al mirarme me dijo que venía a consultarme algunas cosas muy importantes para el gobierno. En realidad eran cosas personales, nada más. «Lo hice pasar pero le indiqué “Nada más entras tú, no quiero a tus guardias adentro”. Se quedó por un momento viéndome pero accedió. Se le veía muy urgido por hablar conmigo. “Pásele”, le dije. Ya adentro se sentó y muy nervioso me dijo que quería que le revisara a sus enemigos políticos, por que algo tramaban contra él. Le leí entonces los asientos del café y le expliqué lo que ahí veía. Cosas como intrigas y traiciones, alianzas y promesas fue lo que salió. Al final se levantó muy tranquilo y me dió una buena cantidad de dólares. Me miró y como queriendo hacerme saber que él era un hombre bueno y muy desarrollado del alma, me dijo: “—Acabo de regresar de Francia y allá pude ver al Dalai Lama en una conferencia que ofreció. Habíamos muchas personas de diversas partes del mundo y todo fue muy sagrado y espiritual. —A que bueno. Ahora deja te pregunto algo —le respondí al hombre ese. —Si, dígame doña Tere —me respondió con una vanagloriada voz. —La pregunta que te quiero hacer es: ¿Y? —¿Cómo? —contestó sorprendido con unos ojotes que casi se le salían. —Si, o sea, ¿Y qué chingados tiene eso de importante? —le dije con fuerza. El otro sólo se quedó con cara de pendejo mirándome. —Así es, qué bueno que lo has visto, pero ¿le entendiste algo? —continué —. La energía que de seguro te compartió, ¿la aprovechaste para tu bienestar?


¿Eres a partir de eso una persona más responsable de tus deseos, eres más creativo o más generoso? ¿Has trascendido tus mediocres límites? ¡Dime, para saber si eso fue tan grandioso como me lo quieres hacer creer! Ese hombre del que me hablas es un gran chingón, y seguro lo que él quiso es que tú también lo seas, güey.”» — ¿Y qué más pasó Teresita? —dijimos al unísono Celeste y yo. No cabía en mi de la impresión. — ¿Pues qué más hijo? Lo corrí. Él ya sabía las respuestas a sus preguntas y yo no tenía tiempo de escuchar a un altanero. Gente como él deambula por todos lados, movidos por oscuras codicias e irrefrenables pasiones, que además pretenden apabullar a los demás con sus aires de superioridad espiritual. El espíritu es sólo grande cuando gozas con franqueza y vives con amor desinteresado. Eso se los puede decir cualquier niño que por ahí encuentren. «¿Y por que salgo y me meto en lo que hablan, contándoles esto? Se preguntarán ustedes. Pues por que lo mismo es estar vivo en estos días y no aprovechar los grandes regalos que la vida nos da. Nadie puede andar por ahí ufanándose de tener según él un grado de evolución espiritual mayor que otros y la razón es simple: el cuerpo, la mente y todo lo que le ves a alguien eso es su espíritu. El espíritu hijo, es todo tú y lo que puedes hacer con el es hacerlo más fuerte para que vivas amando y que te amen. Es para que con asombro y confianza, con toda tu pasión y creatividad vivas y hagas. El espíritu, hijo, es lo que sientes debatiéndose dentro de ti, queriendo romper de una vez y por todas esa cárcel de costillas en el que lo tienes encerrado —y apuntó con un dedo hacia mi turbulento pecho—. Todos en el mundo estamos sintiendo eso mismo que tú, algunos lo niegan y otros lo dejan salir como odio; pero toditos hemos de tener que aceptarlo y dirigirlo para bien, el de la Pachamama y el de cada uno de nosotros. Por que si no, como ya te dije hace rato, si lo dejamos convertirse en miedo y violencia, entonces eso nos matará a todos.


XXXIII. La lluvia desde el Sol.

Todo esto no es fácil de entender a la primera. Lo acepto. Y creo que por eso la vida nos tenía deparadas muchas cosas por delante para ambos, a modo de lecciones, para lograr comprenderlo del todo. Teresita se metió a su casa una vez terminó de hablarnos sobre estas cosas, dejándonos con nuestros pensamientos y envueltos por la bruma de la madrugada. Celeste me preguntó si ya me iría para seguir durmiendo a lo que le contesté que seguiría mejor con ella hasta que se fuera a acostar de nuevo. — ¡Jorge! —exclamó súbitamente —. ¡No hemos visto como está el Sol! — Ay carambas, es cierto. Desde que nos venimos de México no hemos visto como está. Vente, vamos a ver. Entré con silencio a la casa. Doña Tere roncaba plácidamente, sumida en los sueños que los brujos sueñan. Saqué la laptop de la mochila, los cigarrillos de Celeste y me salí sigiloso. Después nos dirigimos al lado de la casa a en donde tenía colocada la antena satelital para el internet. En la tarde la habíamos sujetado a una vara larga y la aseguramos en una de las paredes de la casa. Así podríamos conectarnos cuando quisiéramos al enlace satelital. Mientras la máquina se encendía, entre otra vez ahora por nuestros abrigos. Celeste mientras metía las manos en los bolsillos del rompevientos. —Ten, póntelo. Por andar de alborotado ni cuenta me di que está haciendo más frío. Yo creo que nos vamos a quedar un rato acá afuera todavía. —Gracias mi Jorge. Si sentía frillito pero no quería entrar por los abrigos por que vi a Teresita muy cansada. —No te preocupes. Entré muy quedito y ni cuenta se dió. Mira ya se cargó esto —. Indiqué mientras la computadora anunciaba que estaba lista la conexión con el internet. Abrí la carpeta de páginas más usadas y accedí a dos en lo particular que nos interesaba en esos momentos. En la barra de direcciones del explorador apareció el código “http://www.lmsal.com/solarsoft/latest_events/”, mientras al mismo tiempo se abría otra pestaña con dirección web hacia


“http://www.solarmonitor.org/index.php”. De inmediato se desplegaron en la pantalla un par de páginas de la NASA, presentando información detallada sobre la actividad que el Sol tenía. Pasábamos de una página a la otra por que en ellas se podían observar fotografías de nuestra estrella, ofreciendo las diversas apariencias que poseía al ser visto por medio de cámaras especiales. Veíamos la cara del Sol que es desconocida para la mayoría de las personas. La energía ultravioleta, los rayos X, ondas de radio y campos magnéticos emitidos por el Sol mostraban aspectos que indicaban el estado actual del astro rey. La gente vemos día a día al Sol simplemente como un disco blanco­ amarillento, con una luz muy brillante y uniforme. Pero la realidad es otra. El Sol, como cualquier otra estrella posee una monstruosa actividad, produciendo cantidades de energía apenas imaginables. Es una masa de gases y fuerzas miles de veces más grande que la Tierra y el hecho de que nosotros sólo seamos conscientes sólo de su linda luz, no impide que los astrónomos estudien muchas otras facetas de este gigantesco cuerpo. Galileo Galilei descubrió hace 500 años que en la superficie del Sol hay manchas, las cuales hoy se sabe son grandísimas áreas con menor luminosidad y con elevados campos magnéticos. Al pasar de los años se han ido implementando dispositivos capaces de proveernos de información muy valiosa, que de manera continua es enviada desde hacia la Tierra por satélites que portan sensores adecuados. La NASA, entre otras instituciones científicas en el mundo procesan todos estos datos, que a su vez son compartidos a la comunidad mundial. Celeste y yo revisábamos esa información, pero interpretándola de una manera algo diferente a la establecida. Pretendíamos encontrar pautas que significaran la posibilidad de acontecimientos importantes en la Tierra. La influencia del Sol sobre nuestro planeta apenas está siendo estudiada y nosotros posemos un modelo con el cual buscamos indicaciones de ciertos fenómenos. La actividad humana, física y psíquica forma parte inseparable de todo lo que sucede en la Tierra. A su vez el Sol activa e influye totalmente en estos procesos, los del planeta y de la gente. Al analizar al Sol nos topamos con elementos inquietantes: — Mi Jorge, oye, ¿ya viste esto? Mira como se elevó esta energía…¡y mira, ve esto, están rarísimas estas líneas, están todas abiertas!...y el mira


estos gráficos, parece una cuerda chicoteando y el viento se subió muchote… Dios…desde anteayer, con razón nos hemos sentido así. Mientras yo sólo afirmaba con la cabeza, una y otra vez. Mi esposa se estaba refiriendo a la inusual forma en como se estaba comportando el Sol desde hacía algunos días. Del Sol nos llegan siempre grandes cantidades de un gas muy tenue que se encuentra electrificado. A ese flujo de gas se le conoce como viento solar. La velocidad promedio de ese viento, en periodos de baja actividad como era en el que nos encontrábamos, es de de 300 kilómetros por segundo, algo muy rápido en realidad pero ante lo cual la Tierra está naturalmente habituada. Celeste se sorprendió por que nos estaban llegando “ráfagas” de viento solar más fuertes, con una velocidad de 440 km/seg. Además constantemente la Tierra es bañada por la fuerza de un campo magnético venido desde nuestra estrella. Pues bien, la cosa era que también desde hacía algunos días ese campo magnético había adoptado una tendencia a cambiar de polaridad con fuerza y sin ningún ritmo. Es decir, el campo de energía magnética que nos llega desde el Sol mientras sea de tipo negativo está bien, pero al ser de tipo positivo afecta al propio campo magnético de la Tierra, provocando entre otros efectos de electrificación de la atmósfera. Eso era precisamente lo que Celeste me había dicho unos días antes. Ella me habló de cómo los cambios en el campo magnético de la Tierra y la electrificación de nuestra atmósfera afecta directamente en el ritmo de la resonancia Schumann. Además, Celeste con su increíble capacidad para entender el mensaje oculto dentro de las cosas, lograba ver en la forma de las curvas y en los patrones de movimiento de las gráficas cosas que hablaban del porvenir. Mi bruja Celeste abría su alma, su mente propia al lenguaje embebido dentro de las imágenes del Sol. Ella veía lo que el Sol decía. Sus ojos se perdieron profundamente en la tremenda faz del Sol, brillando con destellos lejanos. Celeste ampliaba una foto, luego otra. Iba más allá del mero y superficial significado astrofísico. Celeste escuchaba. Y ella me dijo que el Sol estaba haciendo sonar, como un tambor, los delicados campos de energía de la Tierra, y lo hacía de forma que nuestro mundo resonaría con un ritmo diferente, alterado. No era algo malo, para


nada, pero podría serlo si toda esa energía no era adecuadamente tomada por la gente. Y ese era el problema: No sabemos hacerlo. Celeste luego me dijo con profunda calma en su voz: —Vamos a poner ahora las páginas de los huracanes —de esa manera se refería al Tropical Cyclone Forecast and Advisories31—. Quiero ver por qué están tan locas las nubes —manifestó mientras elevaba la mirada, escrutando el cielo nocturno. Así lo hice. Abrí otra ventana del explorador y lo mandé a la página re­ querida: “http://www.nhc.noaa.gov/”. Al cargarse inmediatamente nos llamó con terrible sorpresa lo que ahí se decía. Un tremendo huracán, Rita, que había llegado a la categoría cinco había cruzado pocos días antes por el Golfo de México. El reporte refería que en su camino golpeó con fuerza las islas del Caribe, Cuba y Florida. — ¡Otro de categoría cinco! —exclamamos casi al mismo tiempo. Ape­ nas poco más de un mes atrás, una depresión tropical se había convertido en el devastador huracán Katrina había destruido y matado a lo que encontró en su paso. New Orleans será una herida entre muchas que le dejó al mundo. Con los preparativos del viaje, la última vez que habíamos revisado esas pági­ nas había sido a mediados de Septiembre. Rita obtuvo su increíble potencia el 22 de ese mes y hasta ahora veníamos sabiendo que ocurrió. Desde que co­ menzamos el viaje no habíamos ni siquiera reparado en las más recientes noti­ cias y hasta ahorita nos veníamos enterando de este reciente huracán. Pero Rita no era la causante de las rápidas nubes sobre nuestras cabe­ zas. Eran nubes que flotaban casi como espectros llevados hacia algún extraño lugar. Y los cúmulos de pequeñas lucecitas que apenas alcanzaba a ver. Orgo­ nes o lo que fueran, no sé. Pasaba, sólo pasaban. —Esto es Jorge, ahí está —concretó con un gesto mi mujer. Celeste se­ ñalaba en la pantalla a donde se notificaba que “Una Onda Tropical asociada a un fuerte sistema de Baja Presión se localiza en el mar Caribe, entre Jamaica y Honduras, y se encuentra en movimiento con dirección Noroeste. Posee potencial 31

Siglas en inglés de Supervisión y Aviso de Ciclones Tropicales, es un área de la Administración Nacional de la Atmósfera y el Océano, de USA (N. del A.).


para seguirse desarrollando y convertirse en Depresión Tropical. Paralelamente, otra Baja Presión ubicada en las costas Pacíficas Salvadoreñas y asociada a la Zona de Convergencia Intertropical, generan la posibilidad de intensas lluvias y chubascos sobre todo el territorio salvadoreño, principalmente en el oriente del país, la franja sur y la franja central para las primeras horas de este día.” —Entonces nos va a llover al ratito. Pero antes de meter los aparatos déjame ver una cosita. Nada más ponme esa página en la que sale como están la nubes. Quiero ver cómo se mueve. Dispuse en la pantalla lo que me pedía. Entramos a la página del Glo­ bal Hydrology and Climate Center 32, y desplegué a su máximo tamaño el Mo­ saico Global de Vapor de Agua. Con esa foto satelital podíamos observan con todo detalle la manera en la que se encontraba conformada la nubosidad en todo el planeta. Celeste podía mucho mejor que cualquier meteorólogo encon­ trar los patrones de formación y movimiento de las nubes. Haciendo a un lado las complejas ecuaciones que describen sus dinámicas, mi bruja logra captar con plena claridad como es que se desenvolverán los sistemas climáticos. Ya quisieran más de 1000 meteorólogos poseer la capacidad que ella tiene. Se abstrajo por unos momentos, contemplando serenamente el gráfico mundial con todas las nubes y como si fuera la cosa mas obvia, por que para mi por lo menos no lo es, dijo: —Si Jorge, van a formarse otros huracanes, y de estos el primero que viene va a ser peor que Katrina. Y si los dejamos nos van a dar en la torre.

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Siglas den inglés del Centro de Climatología e Hidrología Global, de la NASA (N. del A.).


XXXIV. Tormentas y Temblores. Apenas nos metimos y comenzó a llover. Afuera la fuerza de la lluvia, como un crescendo musical fue subiendo de intensidad, hasta llegar a ser casi ensordecedora. Teresita, despertada por el tremendo ruido se despertó y nos pidió que mejor nos durmiéramos, que durante la mañana ya descansados veríamos qué se tendría que hacer con lo que se venía encima. Así pues nos acostamos y a regañadientes tratamos de conciliar el sueño, a sabiendas de que grandes fenómenos naturales estaban comenzando a reunirse a nuestro rededor. Pero si era necesario recuperarnos, pues a dormir se ha dicho. Por otro lado, luego de rememorar cuidadosamente lo ocurrido, creo que en realidad Teresita nos hizo algo para dormir justo cuando nos ordenó conciliar el sueño, pues nebulosamente recuerdo que ella dijo muy quedito, casi apenas audiblemente tres veces una enigmática palabra: "onk". Pero ya dormido, tuve otro extraño sueño. Me soñé de nuevo en el bosque de eucaliptos y álamos en donde mi amorsote Celeste y yo vamos, en Durango, a visitar a nuestro amigo el árbol, el ahuehuete gigante. En el sueño veía como volaban libres las pequeñas semillas de los álamos, que como pelusillas flotaban de manera parecida a la de las semillas de diente de león. Una densa nube de esas motas algodonosas cubría por doquier al aire y apenas deja ver algo a la distancia. Celeste y yo caminábamos hacia el vetusto ahuehuete y de pronto el árbol se fue achicando, hasta quedar transformado en una roca casi esférica de un metro de diámetro. Al acercarnos la pude ver con mayor claridad para darme cuenta de que era una escultura monolítica. Parecía una mujer a punto de dar a luz. Sus senos rubicundos se veían con claridad sobre ambos brazos que cruzados cubrían con amor un enorme vientre lleno de vida. El rostro labrado en la roca era evidentemente el de una mujer indígena. Su mirada estaba tornada ligeramente hacia arriba y en sus labios de notaba una leve mueca, similar a un gesto de dolor apenas esbozado. La roca gemía muy quedamente, como apenas comenzando los dolores del parto. Celeste y yo nos tomamos de la mano y caminábamos hacia la escultura parturienta. En ese momento todas las semillitas de álamo que


flotaban se comenzaron a arremolinar juntas en un torbellino de luz, cubriendo totalmente la roca. Repentinamente desapareció el vórtice y en lugar de un monolito estaba parada una mujer, casi una niña. Su piel morena estaba cubierta por un hipil con forma de mariposa y su falda era de dagas de obsidiana. De su ropaje se desprendían destellos vítreos negros e iridiscentes. Era una joven indígena que iba a dar ya a luz, y amorosamente esperaba el nacimiento. —“Soy Itzcueye, la vestida con obsidiana, nacida de las entrañas de la Montaña Madre, moradora del Cerro de las Serpientes y guardiana del Templo. Vine como la hija y hoy soy la madre, pero sigo siendo el corazón de la Diosa” — exclamó con una reverberante voz. El lugar cambió y todo se convirtió de nuevo en la escena sobre el pequeño volcán Teopán, en el islote del lago. Pero sólo estábamos la joven mujer, Celeste y yo. El Llamatepec rugía y arrojaba cenizas y rocas. En el lago un fuerte viento rizaba la superficie de las aguas. Y de nuevo la joven mujer embarazada, mientras se sujetaba el vientre como para tolerar los dolores cada vez más intensos, dijo: — “Ella es mi madre” —y señaló hacia el Llamatepec—, “esta soy como hija” —luego indicó hacia la gran roca que había caído entre los Aztlantes y yo en mi visión—, “esta era mi morada” —dijo mientras con un amplio gesto señalaba a todo el lago Coatepeque—, “y este era mi templo” —y apuntó hacia el pequeño volcán Teopán, sobre el que estábamos. Luego caminó con el paso grácil y poderoso de una emperatriz, dirigiéndose a nosotros dos mientras nos miraba con tiernos ojos. Casi al llegar con nosotros extendió las manos y tocándonos el pecho a ambos, exclamó con fuerza: —“Hoy soy la Madre, ustedes mis Hijos, su mundo mi Morada y su corazón mi Templo…sépanlo, por que así es…” En ese instante me desperté, sobresaltado y sudando dentro de mi bolsa. Afuera la noche se mezclaba con el agua de la torrencial lluvia, con uno que otro trueno que resonaba sobre el lago. — ¿Qué pasó Jorge? —me preguntó Celeste mientras acercaba más su bolsa a la mía, abrazándome pacificadoramente — ¿Qué viste? —volvió a preguntar.


— Tuve un sueño…muy raro y fuerte. Soñé con una roca que se hizo mujer. Estaba por dar a luz y dijo que era el Corazón de la Pachamama…que nos decía que ella es nuestra mamá…que habita en nosotros…y que… —Espera mi Jorge —y me silenció con un apretado abrazo. Sentía el cuerpo de Celeste muy tenso, como cuando un coyote se detiene para escuchar algo muy a la distancia. —Espera tantito… ¿sientes?...está temblando…la tierra está temblando…


XXXV. Tiempo de Actuar.

Tiembla, y a lo lejos el sonido de la tormenta se confundía con el de un tremor, grave, profundo. Abrazaba a Celeste y ella me decía “escucha, sólo escucha…mañana comenzaremos a hacer algo…por que lo que viene es muy duro y alguien tiene que comenzar a hacer algo…”. Mecido por el ritmo de su voz y el latir de nuestros corazones, me volví a dormir. Y mientras, alguien al otro lado de la habitación murmuraba como un conjuro. "Onk...onk...onk, mis niños, duerman..." Supongo que un poco antes del amanecer, Teresita se levantó de su hamaca y salió fuera de la casita. Me desperté cuando ella retornó. — “Ya me voy a despertar” —pensé, mientras que cuidadosamente retiraba el brazo de Celeste que envolvía mi cuello —“la dejaré dormir tantito más…que descanse mi preciosa…” —me dije. —Teresita, ¿cómo amaneció usted? —le pregunté en voz baja. Ella me saludó con una sonrisa, respondiéndome con un “bien, ¿y tú?”. Le ayudé haciendo un poco de café, y mientras lo bebíamos, mirábamos por la ventana. Afuera la lluvia seguía. — Hace rato fui a ver a mi vecina —comenzó diciéndome doña Tere —. Ella tiene televisión y andan diciendo en las noticias que muchos de los ríos se están comenzando a desbordar. Dos ríos que están al sur de aquí, el río Ceniza y el Sensunapán están llevando mucha agua, por que durante la ma­ drugada, ya ves, a estado llueve que llueve en la cordillera Volcánica. Están dando la alarma por que también están creciendo los ríos Grande de San Mi­ guel, Jiboa y otro que se llama Goascorán. También dijeron en la tele que la gente que viva a las orillas de los ríos, que mejor se fueran a las partes más al­ tas, que mejor todos busquen refugio por que las presas se van a tener que va­ ciar pues durante la noche se llenaron y tienen que tirar agua para que no se rompan los diques. Cuando veíamos eso en las noticias, Juanita me platicó que Polito le habló al celular y le dijo que los del gobierno no le están hacien­ do nadita de caso con lo del volcán. Ya oíste en la noche como comenzó a so­ nar como si algo se le tronara por dentro.


— Madrecita, ¿y que esperamos?, mejor ya vámonos de aquí. Si no es por el volcán, es por el agua, pero aquí se va a poner rete feote. No entiendo por que usted y Celeste están tan tranquilas y dicen que vamos a hacer algo. ¡No se puede hacer nada! Mejor vámonos hasta que esto se ponga bien —ex­ clamé con desesperación. Teresita no dejaba de verme con ojos de diversión. Algo en mi le resultaba sumamente cómico. — No mijo, pues para esto vinieron ustedes. ¿Qué no ves que todo pasa por algo? Me los trajo el viento y ahora se van a quedar para que me ayuden. — ¿Pero a qué? —insistí— ¡No entiendo! — Para dirigir lo mejor que podamos toda esta fuerza. Eso viejo y po­ tente que se acerca no se puede parar, bueno por lo menos nosotros tres nada más no podemos pararlo, pero lo que si podemos hacer es canalizarlo mi mu­ chacho para que no pegue tan recio. Mientras la gente va entendiendo que esto en realidad entre todos lo estamos provocando, tenemos que ayudar a que sea menos duro. No debería ser feo, pero así están las cosas. Nos la hemos pasado ignorando todo respecto al poder de nuestros pensamientos. Lo que to­ dos y cada uno está pensando, en lo que creemos y lo que tememos está cre­ ando todo esto, mijo, y si la vida me los trajo entonces es para que juntemos nuestro poder. Las cosas no son por la casualidad, entiéndelo por favor por que lo que ocurre forma parte de un esquema del que nosotros somos a final de cuentas totalmente responsables. Y yo, por enésima vez miraba con cara de idiota a la sabia mujer. — ¿Responsables, doña Tere? —inquirí. — Si, chingado, si. Jorge, si insistes en querer encajar con tu mente habitual lo que aquí está sucediendo, entonces estás jodido. ¡Jodidísimo! Con el sonido de nuestra acalorada charla, Celeste comenzó a remo­ verse en su bolsa de dormir, despertando. — Hola…buenos días —atinó a decir mientras, como ella dice, el alma se le metía al cuerpo—. ¿Qué pasa? — Pues que este muchachito está de necio y no deja de usar su forma de pensar vieja e inútil. Mi niña te admiro por que le haz tenido mucha pa­ ciencia, pero quiero que tú, Jorge que me escuches bien, con todo tu ser. To­ dos en este mundo estamos recibiendo la bendición de una gran fuerza que está presente en el mundo. Si estás aquí es por que debes de usar ya, sin nin­


guna duda en ti, a toda tu mente propia. Nosotros tres debemos hacerlo a par­ tir de ahora y por lo que quede de nuestras vidas. ¿Y sabes algo? También de­ ben de hacerlo los demás. Los que quieran abrirse un poquito a escuchar que tomen la decisión de unirse a estas palabras. El mundo está cambiando, se quiera o no, y lo que está por suceder depende únicamente de toda la huma­ nidad. Celeste se levantó y fue al pequeño bañito de la casa. Al salir estaba muy calladita y escuchaba, muy atenta. — Mire Teresita, es lo que tengo diciéndole desde que lo conozco pero espero que aquí termine de agarrar ya la onda. Mi Jorge —intervino Celeste al retornar, sirviéndose una taza de café— es cierto. Si estamos aquí es por que algo nos está pidiendo la vida que hagamos. Si aquí están pasando cosas muy peligrosas, es lo mismo que va a ocurrir en todo el planeta. Entiéndelo como quieras, con la ciencia o con la magia, como sea, es lo mismo, pero entiénde­ lo. La fuerza que nos está llegando de todos lados es para usarla y crecer, no es para dejar que nuestros monstruos nos acaben. — Pero, ¿y como vamos a actuar? —pregunté, abrumado. — Hijo, la mejor forma de actuar es simplemente actuando —respon­ dió Teresita— En toda la bendita Tierra hay poder y con él vamos a trabajar. Aceptando que podemos tomar ese poder comenzaremos. Terminen de des­ pertar bien, tomen café o lo que quieran y luego hablamos. Mientras voy a volver a salir, tengo algo que hacer. — ¿No quiere que la acompañe, doña Tere? —dije un poco avergonza­ do por la reprimenda—. Todavía está oscuro y está lloviendo mucho. — No hijo, gracias. Yo me sé cuidar bien y esto lo tengo que preparar solita. Acto seguido se puso un viejo impermeable y salió con actitud fuerte y decidida hacia la tormenta. Celeste al momento me preguntó sobre mi sueño, sin referir nada so­ bre pequeño percance recién ocurrido. — Jorge, platícame del sueño que tuviste. Te despertaste gritando y anoche no te entendí nada de lo que decías, sólo balbuceabas cosas. ¿Qué vis­ te?


Le describí con profusión de detalles todo lo que recordaba del sueño. Al terminar Celeste cerró los ojos, dejando que las imágenes tomaran forma en su mente. Ella encontraría sentido en lo que para mi era caótico. —Pues es muy claro el mensaje —comenzó Celeste—, Jorge, sólo tie­ nes que verlo. Desde que subiste a Teopán se te reveló lo mismo que a mí y tienes que ver que nada más lo que te bloquea es tu miedo. Tienes miedo a que nos pase algo malo, lo sé. Y gracias por protegerme pero el modo es dife­ rente. Convéncete de que lo que está en tu mente y en tu corazón es lo que le da la forma a tu realidad. Tu mejor que nadie lo entiendes, eres físico y ya me has hablado muchas veces de cómo los científicos descubrieron desde hace mucho que la mente sí influye sobre las cosas, así, directamente y con sólo pensar. Si albergas en tu mente miedo, estás aceptando que lo que está pasan­ do entonces es malo, pero malo no es lo que esta en el fondo ocurriendo. Si, lo sé, antes todas la humanidades sucumbieron por su ignorancia y los actua­ les humanos estamos creo que peor. Pero a la vez no estamos tan peor mi Jor­ ge, recuerda cuanta gente conocemos que está de verdad empeñada en hacer algo para mejorar las cosas. Y los niños, todos los nuevos chiquitos que están llegando forman parte de la gente que sí es capaz de entender. Así, mientras que algunos pocos logren convencerse hasta el tuétano de que la mente le da forma a la realidad, entonces con eso será un gran comienzo. Se irá creando una resonancia nueva y más fuerte en el campo mórfico. Si el Sol y la Tierra están con mucha más energía, entonces recuérdalo que es para nuestro bien, para que lo aprovechemos. No sólo hay que pensar “bonito”, primero reconoce tus miedos y enojos, no los niegues para nada y de ellos podrás drenar poder. Tu poder. Piensa en lo que sí anhelas, en todo aquello que amas. Piensa en este momento en todo eso y métete de lleno en sentir a plenitud lo que te hace feliz, lo que sea, anda hazlo ahorita —y me tomó de las manos mirándo­ me con profundos ojos directo a los míos. Comencé a visualizar, dentro de mi lo que me llenaba: veía a mi espo­ sa y a mi hijo conmigo, los tres felices gozando las muchas cosas de la vida. Escenas de instantes bellos llegaron a mí. Sentimientos de alegría intensa co­ rrieron por mi alma. Me vi encarando retos, fluyendo, como río hacia la reali­ zación de sueños. Me sentí vigorizado por el amor hacia mi vida y mis talen­ tos. Algo raro me pasaba.


Entonces comprendí. Con una absoluta claridad que nunca había expe­ rimentado percibí una vibración que subía por mis pies y llenaba mi cuerpo. En el aire que respiraba capté algo que entraba por mi nariz, haciendo que aleteara mi pecho. ¡Era la energía que se nos estaba regalando! ¡Mi mente se silenció y pude darme cuenta de lo que me estaba vigorizando! Por fin podía actuar.


XXXVI. Llegando el Huracán: algo Viejo y Poderoso por Arriba En efecto, comprendía que se tenía que hacer. No me interesaba si mis ondas cerebrales Theta se estaban elevando, o si mi campo Psi se fortaleció. Lo que entendía era simple: Yo vine a este mundo a vivir en plenitud y con gozo. Si dentro de mí existían sombras terribles, tenía que agarrar un cuchillo y cortar con ello. Me diría: “muy bien, ahora ya estoy completo”. Debía dejar de amargarme yo sólo, cesar de golpe mi auto­conmiseración. Si alguien me lastimó en el pasado era ya el momento de recuperar toda le energía que había invertido en mantener vivo ese recuerdo y ese dolor. En mí el pasado pesa por que lo mantengo vivo y ya no deseo creer que de eso me nutro. Si este día en la acción tenía que morir, entonces sería un muy buen día para hacerlo. Mi miedo dejó de ser algo amenazante por que mientras viviera asumiría el gobierno de mi poder. No era un momento de euforia vacía. Era la sencilla convicción de que mi mente si ejerce influencia sobre el mundo físico. No tenía duda. Más allá de ser una realidad física comprobada, mi mente lo aceptaba como un hecho natural y corpóreo, tan natural como respirar. —Actuemos —afirmé. En ese instante entró Teresita en medio de ráfagas iracundas. El agua salpicó toda la habitación. — Pues bien —exclamó doña Tere, dando un fuerte palmazo contra la mesa—, ¡Ya está todo listo! Vamos. Al salir, lo hicimos cubiertos con unos grandes impermeables que Teresita nos prestó. Había ido a pedirlos prestados y a buscar a Carolino. Nos dirigimos con ella de nuevo hacia la orilla del lago, en medio del intenso vendaval. A momentos arreciaba, arrojándonos ramalazos de agua helada. El viento soplaba con vigor, agitando las altas copas de los árboles. — ¡Vamos! ¡Carolino no espera! —gritó Teresita entre el ruido. Ya no me inquietaba a dónde o para qué fuéramos con ella. Lo que sucediera sería hecho con corazón y para que todo estuviera bien. Adelante pues.


Al llegar a la orilla del agua, el nivel ya había subido notoriamente casi medio metro desde el día anterior. El gran cráter en donde esta el lago se estaba llenando poco a poco. Carolino, con su imperdible sonrisa nos esperaba en otra pequeña lancha. Un motor esta vez nos propulsaría. Mientras llegábamos el hombre sacaba con un recipiente el agua acumulada dentro del bote. —¡Súbanse! —ordenó por encima del sonido de la tormenta—. ¡Tú! ¡Ten, achica! —dijo pasándome el recipiente para que yo continuara sacando agua. Dentro del bote el agua no dejaba de juntarse. Celeste y Teresita se acomodaron como pudieron y nos fuimos. Esta vez el motor no llevó con rapidez, sin embargo el oleaje agitó muchas veces nuestro bote. Parecía que encima de nosotros se estaba conjurando un diluvio. Apenas se podía ver algo alrededor. —¡Órale cuates! Llegamos —indicó Carolino al subir la proa del bote por la pequeña playa. — Aquí nos quedamos, tú vete, yo te mando llamar…ya sabes…anda —ordenó Teresita a nuestro barquero. El flaco hombre se alejó sin voltear atrás. Él también formaba parte de los mágicos habitantes de ese lugar. Pequeños arroyos bajaban desde lo alto del pequeño Teopán, corriendo hacia el lago. —Síganme, no se separen de mí —se escucho la imperativa de Teresita, mientras iniciábamos el ascenso—. Vamos, vamos. El ruido de los cielos atronaba sobre nosotros cual si fuere la potencia misma de Zeus. Celeste caminaba como si de antemano ella ya supiera a donde íbamos. Pero no subimos por el costado del volcancillo, sino que avanzamos por la playa. Mientras las arboledas crujían con los azotes del viento y nuestro paso era lento pero contrastantemente sereno. —¿Pero a donde vamos? —pedí que me aclararan, abrumado. —Usted calladito muchacho. —dijo Teresita, reclamando calma— En vez de andar de preguntón venga y ayúdeme con esto: agarre esa piedra y póngala en ese árbol, entre las dos ramas. La mujer señaló hacia un árbol que a la altura de mis ojos abría un par de gruesas ramas en forma de “v”. Con algo de dificultad cargué la pesada roca y


la coloqué en la horquilla por el árbol formada. Obedecí esperando una explicación. —Ya está. Con eso será suficiente para que no nos caiga un rayo — aclaró Celeste— Es un antiguo hechizo, mi Jorge. — ¡Vamos, por acá que el tiempo apremia!— gritó Tere haciendo escuchar su voz por encima del vendaval. El agua chorreaba sobre nuestros impermeables. Así avanzamos, pisando con cuidado hasta llegar a una casa. Celeste me había dicho que en el islote existían algunas pequeñas fincas que eran visitadas durante los fines de semana por sus propietarios, pero desde El Porvenir no las había alcanzado a ver. La casa a la que arribamos había tenido un techo de tejas, pero ya hacia un rato que fueron arrancadas por las ráfagas. La casita veraniega tenía en su frente un pequeño atracadero flotante que era sacudido violentamente. Al fondo se podía ver un frondoso árbol derribado que con su caído ramaje cubría parcialmente una curiosa estructura de tubos metálicos. — ¡Mira Jorge, todavía continua el domo ahí!—exclamó Celeste apuntando hacia la extraña construcción. De alguna manera me recordaba algo conocido. Quizás en algún libro de geometría vi una vez por ahí una figura parecida, pero con la cortina de lluvia y las enormes ramas del caído árbol que se agitaban sobre ese domo, poco era lo que en efecto lograba verle. — ¡Hemos llegado! Y miren cómo el viento ya nos limpió primero todo. Por lo tanto las cosas están listan—expresó Tere con una misteriosa voz, mezcla de alegría y sobriedad. Ante nosotros se erigía desafiando a la tormenta una amplia estructura metálica casi esférica que se asemejaba tremendamente a una pelota de fútbol. Al mirarla con detenimiento descubrí que en los bordes de la estructura se encontraban sacudidos por el viento los negros jirones de una redecilla plástica para cubrir viveros. Al observar con más detenimiento, pude confirmar mi sospecha de que esa cosa rara tenía la función de ser un vivero en forma de curioso domo. Adentro tenía algunos pesados macetones volcados con las plantas destrozadas y la tierra regada. Una toma de agua sujetaba tenazmente a una manguera de riego. ¡Entonces eso sí era lo que quedaba de un invernadero! ¿Pero que buscábamos hacer ahí? Pronto lo sabría.


XXXVII. Llegando la Erupción: Algo Viejo y Poderoso por Abajo "La verdad es totalmente interior. No hay que buscarla fuera de nosotros ni querer realizarla luchando con violencia con enemigos exteriores." Mahatma Gandhi.

En nuestro rededor, el viento lanzaba cosas con fiereza, desatando ululantes alaridos. El fantasmal escenario era iluminado por los destellos de los relámpagos y el agua fría caía ya no como lluvia, sino más bien como pretenciosa cascada que con la intención de inundar al mundo, buscaba cubrir las cosas.

— ¿Y que chingados hacemos aquí? —pregunté con uno de los tonos de mayor desconcierto que haya hecho en mi vida —esto está todo roto y nos puede pegar alguna cosa —vociferé mientras señalaba a los objetos que vola­ ban peligrosamente hacia todos lados — ¡Si algo nos pega nos va a llevar la jodida! —¡Calmado, aquí vamos a trabajar! —me ordenó enfática doña Tere y luego añadió con un tono totalmente tranquilo—. Este parece un vivero pero es un potente captador de la energía…es algo muy cabrón que usaremos. —Si mi Jorge —indicó más conciliadora Celeste—. Lo construyó el se­ ñor que vive en esta finca, pero de seguro él ya huyó a la ciudad. Y que bueno que se fue, por que no nos hubiera dejado entrar aquí. Luego te explico —con­ cluyó ella ignorando al tremendo vendaval. Entramos con cuidado al extraño domo y al hacerlo me pude fijar aún con la lluvia contra mis ojos de algunas de sus características. Una notable tranquilidad descendió en mí, seguramente dada por la fuerza de Celeste y Teresita. Dejó de asustarme el gran peligro circundante y sólo así pude descu­ brí que la estructura del domo estaban construida con barras de cobre macizo, fuertemente soldadas en sus uniones. No eran las comunes barras de acero o


aluminio, eran de cobre algo verdoso y eso es lo que me hizo comprender que buscábamos ahí. ¡Era un enorme acumulador de orgones! Razonaba esto con el bramido de la tormenta casi imponiéndose a mis pensamientos, mientras unos tremendos goterones de lluvia golpeaban mi pasmado cuerpo ahí dentro de arrasado invernadero. De inmediato algo gol­ peó mi corazón, y fue la certeza y el entendimiento de que ni uno de nosotros, ni Tere, ni Celeste y ni yo mismo íbamos a salvar a nadie o a algo. Cada uno de nosotros se encontraba ahí para obtener su propio crecimiento, su propia libertad. Nos conectaríamos por todos los medios con nuestras mentes propias y desde ahí obraríamos sobre el entorno. Yo ahora que aquí plasmo nuestra experiencia, no intento decirle a nadie que debe de hacer en sus propias vidas para confrontarse con lo que le suceda, sencillamente comparto nuestra aven­ tura tal y como ocurrió. —Ponle algo para que se siente tu mujer —ordenó Teresita al momen­ to de que ella misma se acomodaba sentándose sobre un macetón vuelto al re­ vés. Agarré otra maceta grande, y quitándole la tierra de adentro, se la di a Celeste y luego me busqué algo también para sentarme. Ya sentados dentro del domo y mirándonos a las caras, mientras el cielo color plomo se caía sobre nosotros, Tere dijo: —Hija, ¿traes un poco de tu loción de conciencia? —preguntó con sere­ nidad a Celeste. —Si, aquí está —contestó Celeste, sacando de entre sus mojadas ropas una pequeña botellita de cristal de roca. Con mejor luz se habría podido ob­ servar que contenía un denso líquido de color violáceo. Entonces Tere indicó con un conciso gesto a Celeste que la destapara. Ella obedeció retirándole de­ licadamente el tapón de plata. La botellita en cuestión era una exquisita anti­ güedad que habíamos conseguido hacía ya hace mucho en Denver, Colorado, y que había pertenecido a una anciana gitana de Hungría. En esa botella tan hermosa y rara, la gitana guardaba pociones de gran poder. Y ahora Celeste era la guardiana de ese recipiente mágico. El líquido que pedía Teresita con el sugestivo nombre de loción de conciencia, era una sustancia que Celeste elabo­ raba para ser utilizada en muy especiales circunstancias. Su intenso aroma y color eran producto de sus ingredientes: muérdago, pirul, gobernadora, na­ ranjas, duraznos, violetas, rosas blancas, lavanda, éter y alcohol, todo prepa­ rado con una larga serie de procesos dedicados para obtener esa loción que se


conservaba dentro del trozo de cuarzo labrado que es en sí la botella. Celeste solía decir, refiriéndose a su loción mágica que únicamente servía para reco­ nocer concientemente que tú no estás dentro del mundo, sino que en realidad el mundo está dentro de ti mismo. —Ponte un poco y luego nos la pasas —ordenó Tere, para lo cual Ce­ leste se frotó un poco de ese líquido violeta en las sienes y la frente. Aún con el tormentoso viento y todo lo demás, el profundo aroma llegaba desde la bo­ tellita hasta mí. Teresita se puso un tanto y luego después me tocó ponerme yo. Al retornar la loción con Celeste, ella tomó otro poquito más entre la mano izquierda y la arrojó en el espacio entre nosotros, abriendo ella con ese gesto una puerta a otro mundo. Entonces un inesperado silencio lo cubrió todo, los truenos cesaron y la lluvia de repente terminó. Hasta casi parecía que todo había pasado ya. Pero no era así. —Ahora, así sentaditos como estamos, vamos a extender nuestros sen­ tidos y abrámoslos para percibir lo que ocurre alrededor nuestro. Quiero que comencemos a limpiar todas nuestras interpretaciones y así comenzaremos a ver las cosas como verdaderamente son —pidió Teresita—. Tu Celeste, que eres la más sensible de los tres, dinos ¿qué ves? Celeste que estaba en una actitud atenta, callada y receptiva, cerró los ojos, inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás y puso ambas manos en su nuca. La tormenta entonces de nuevo prosiguió, arreciendo su fuerza y aún cuando enormes gotas le caían en su rostro, pude notar como su expresión de­ notaba una profunda paz. Alcancé inclusive a notar como estaban un poco en­ treabiertos sus ojos y que los ponía en blanco, como si intentara mirar algo dentro de su frente. —Yo...lo que veo es muy diferente a lo que parece ser. Todo está gi­ rando y hasta siento como calambres en los dedos...todo se ve como una ne­ blina brillante. Y así era. De nuevo la extraña bruma verde y brillante nos estaba en­ volviendo, tornándo al lugar en algo casi fantasmal. Al momento las cosas se dejaron de manifestar como objetos del mun­ do físico y retornaron a un estado elemental, a ser solamente campos de ener­ gía que vibraban incansablemente.


Érase pues una vez que en las faldas de un minúsculo volcán llamado Teopán nuestra manera de entrar en contacto con el mundo y sus cosas, cam­ bió. Y al lograrlo fuimos consciente de las gigantescas entidades que eran en sí los dos eventos catastróficos que nos rodeaban amenazantes: el peligroso Santa Ana y el destructivo Stan. Este par se descubrió ante mi mente propia como enormes hijos de la grandiosa diosa Tierra y a la vez productos directos de una ingente desgracia creada por nosotros los humanos. Estos gigantescos fenómenos no eran simplemente de la mera Naturaleza, también eran produ­ cidos por nosotras las personas con toda la energía que derramamos desde que perdimos el propósito de nuestras vidas, el sentido de nuestras existen­ cias. Nuestros verdugos, de los que somos aparentemente frágiles víctimas son los productos de haber olvidado el conocimiento de uno mismo. Veía gracias al par de brujas y a sus mágicos procedimientos como cla­ ramente eran engendrados esos dos eventos cataclísmicos por estar soltando nosotros los humanos nuestra energía de eso a lo que Celeste define como el “ir junto con tu ser”. Calmadamente comprendía eso, y como respuesta inme­ diata de la vida, miré a través de la misteriosa bruma verde el giro de las velo­ císimas ráfagas de viento, arremolinándose sobre las aguas para formar un tornado, que bajando voraz hacia el lago se tragó millones de litros de agua, transformando aquello en una extraña tromba que parecía brillar desde su in­ terior con una luminiscencia rojiza, que agitándose vertical parecía más dra­ gón de agua y fuego. Mi profundo estado de comprensión me permitió entender que hoy existe en nosotros, la humanidad, una profunda tensión resultante de entregar todo nuestro poder personal a las expectativas externas. Ante mis ojos se reve­ ló cómo hemos crecido en un mundo que nos exige una total rendición a sus condiciones, reclamándosenos que esperemos que cosas cómo el dinero, el status quo, las instituciones, esas cosas nos llegarán a resolver las necesidades fundamentales de ser plenos, realizados y felices. Esto último ya lo sabemos o lo intuimos, pero lo que no aún es que esa titánica frustración existencial de todos y cada uno de los individuos de la Tierra es una fuerza viva. En ese esta­ do de conciencia alterada, pude ver ante mí una especie de película constitui­ da por imágenes que aparecían a modo de destellos y en ellos observaba a la gente creyendo plenamente en los argumentos con los que nos alimentan y nos hacen crecer lejos de nuestra mente propia. Se me mostró que ahora vivi­


mos muchísima gente en este mundo, mucha más que en cualquier otro mo­ mento de la larga historia de nuestra especie y que eso implica una cantidad tan elevada de energía de todas las mentes individuales que de ser utilizada para lo que es en realidad, entonces este mundo sería otro mundo. En el cen­ tro de la visión noté que la suma de todas las frustraciones, de los más de seis mil millones de anhelos de vida negados y aplastados que coexisten simultá­ neamente en el planeta Tierra, es una suma que a su vez se aúna al proceso de transformación que ya comenzó. Y algo ahí llegó como un golpe feroz que impactó contra mi frente: vi que los sismos, huracanes, erupciones volcánicas, tornados, tormentas de hielo, tsunamis, sequías y tormentas geomagnéticas son una expresión de nosotros mismos y son a la vez también expresión de la convulsión que se está experimentando aquí y allá. El planeta y nuestro Sol, como también nuestra Galaxia y en realidad todo este universo están justo en una etapa de transformación más que crucial. Por alguna razón que todavía ahí no alcanzaba a saber, un proceso de cambios enormes está ocurriendo y nosotros los pequeños habitantes del planetita Tierra no somos ajenos a ello. Si ya antes se me había revelado en la cima del pequeño Teopán como otras humanidades anteriores no pudieron aprovechar las condiciones para dar el salto cuántico, en ese instante sabía que en realidad no hubo tal pérdida de al­ guna oportunidad. Es decir, todas las anteriores vivencias de desarrollo y casi extinción de la humanidad fueron realmente etapas necesarias y naturales, por que en cada una de ellas la gente nos confrontamos con un decisión, y fue la de dejar que unos pocos manipularan las fuerzas del mundo u optar por que cada uno de nosotros nos hiciéramos directos participantes y responsables del uso de esas fuerzas. De nuevo hoy estamos pisando ese terreno, el de esco­ ger correctamente y así deberá ser…


XXXVIII. Mente Propia y Poder Viernes 30 de Septiembre, 2005 6:52 PM 13º50’44” N 89º31’54” W Faltan sólo 1 día.

se me informó desde aquella bruma verde que nos envolvía en Teopán, que los tiranos de la humanidad y los pobres victimizados humanos éramos en realidad los extremos unidos de una misma cosa. No había en esencia ni

malos ni buenos, ni pobres pendejos explotados ni malditos cabrones explotadores dentro de este universo. Más bien estamos coaligados en una relación de mutua dependencia, así profundamente corrompidos, habiendo perdido nuestro propio poder. Desde miles de generaciones estamos repitiendo con terrible inercia los mismos pensamientos y las mismas emociones, manteniendo viejos moldes en los que las energías puras del cosmos se condensan. Nuestro bendito cuerpo físico, instrumento para la experimentación del mundo tridimensional ha sido satanizado, trocado en una cosa fea y despreciable. Se nos ha hecho ver que estos nuestros cuerpos físicos nos esclavizan y que nos obligan a satisfacer necesidades repugnantemente bestiales. Se nos ha enseñado hasta la locura que nuestros cuerpos deben de ser sensuales, atractivos sexualmente y que debemos cuidarlos contra todos los males y enfermedades que existen. Se nos ha inculcado hasta el embrutecimiento que el cuerpo es únicamente para obrar en el mundo y que a través de mantenerlo bello, sano y socialmente aceptable, sólo así podremos ser felices y libremente realizados. Pero al mismo instante se nos enseña que el cuerpo es un recipiente de instintos primitivos y de deseos pecaminosos; se nos ha obligado a creer que el cuerpo es totalmente vulnerable ante todo lo que existe en el mundo. Creemos firmemente que el cuerpo es esto que he dicho, y nada más. Pero es bendito por que es parte de la mente propia. Y es bendito por que la Divinidad no sólo


habita en él, sino que es la Divinidad misma. Más ahora, cuando escribo esto es que logro entender mejor lo que co­ mencé a saber allá en el lago Coatepeque, porque ahora que estoy aquí senta­ do tecleando se han sumado ya muchas experiencias con las que me siento por fin capaz de comprender lo que estoy aquí plasmando. Ahora pregunto, ¿Qué habría ocurrido si las gentes de Centroamérica y México lo hubieran sabido y entendido esto también, que sus cuerpos son ben­ ditos por que nos permiten experimentar gozosamente el mundo tridimensio­ nal? Si así hubiese sido, si la gente lo comprendiera esto, entonces yo pienso entonces que las terribles desgracias ocurridas por la catástrofe no habrían su­ cedido. ¿Pero por que no lo entendemos esto entonces? ¿Acaso todos somos tan estúpidos como para crearnos situaciones tan terribles? ¿Estamos locos o qué? Celeste me ha dicho simplemente que somos profundísimamente ignorantes de nuestro poder. Somos dioses que olvidamos nuestra naturaleza esencial. El grandísimo pedo dentro del que estábamos los tres era el resultado de nuestra ignorancia y de ceder todo nuestro poder personal a pendejadas externas, tales como el sostener el miedo en nuestras vidas. Con un enorme volcán sacudiéndose sísmicamente a punto de explotar sobre nosotros violentamente y que podría arrastrar nuestras nalgas hasta la estratosfera, y con un huracán llegando por arriba tan devastador y tan mortal como el huracán Katrina33, con ese par era suficiente como para que yo comenzara a ser conciente de la magnitud de nuestra pérdida del poder personal. Llovía de una manera como nunca había visto. El cielo era oscuro, casi negro pero cruzado por gigantescos relámpagos que descargaban su poder con atronadores truenos. Mientras, nosotros tres, exploradores de lo desconocido, manteníamos nuestras mentes en un estado de conciencia muy 33

Huracán Katrina, gran ciclón tropical de categoría 5 y el sexto huracán más fuerte desde que hay registros. Provocó daños materiales y cerca de 2700 muertes en el Caribe y sur de los Estados Unidos en agosto de 2005. Asoló, inundó y destruyó la ciudad de Nueva Orleáns (N. del A.).


profunda y a nuestros cuerpos en un estado de tranquilidad y honda relajación. Sabía que mi cuerpo estaba más mojado que un pez en el mar, pero eso no me inquietaba ni en lo más mínimo. No tenía hambre, cansancio o sed y sabía que aun cuando el mundo estallaba alrededor, nada malo nos ocurriría…todo estaría bien. Y el mundo estallaba a nuestro rededor. Los sueños perdidos, las ideas aplastadas, los deseos acallados, las necesidades negadas y las palabras que nunca se han podido decir, todo ello había estado acumulando como un grandísimo depósito de basura. Las incontables fracturas de todas las almas de mis hermanos de la región, se habían juntado hasta formar unos mostruosísimos entes. Por que así es como ocurren estas cosas, por que al negar lo que mi ser desea y obligarme a ser y hacer algo ajeno a mi, entonces sin saberlo envío todo mi verdadero deseo que obligatoriamente acallo hacia un nivel de la realidad en el cual la potencia de ese deseo se torna en un ser con alma propia. El dolor, el miedo, la culpa, la vergüenza, la mentira y la soledad, son con lo que negamos a nuestra mente propia. Pero aún pretendiendo —como siempre lo hemos hecho— destruir nuestros deseos profundos y honestos, lo único que hacemos es hacer que nazcan y crezcan los Oscuros. Que ellos sean los que tengan en sí mismos nuestro poder. Comprendí entre el temblar inacallable de la tierra bajo nuestros pies, que la necesidad de ir hasta ese especial centro de poder y meternos dentro de una estructura mágica de cobre nos ayudaba a reconectarnos limpiamente con las fuerzas del universo. Nuestra mente propia fluía profundamente. Yo le participo a usted lector que entendí con gran claridad, al lado de mi Celeste, allá en El Salvador, que yo Jorge le estaba otorgando todo mi poder a todo lo que me rodeaba. Se lo estuve dando a la gente con la que convivía y de la que creía se derivaban las cosas buenas; se lo otorgaba a las ciudades en las que me gustaba vivir, a las cosas que consideraba me darían el bienestar y la libertad. Vi que toda la vida me la he pasado dándole mi poder a mi conocimiento, a Dios, a mis tradiciones y a las instituciones. Inclusive reconocí que le he dado todo el poder a mis creaciones, como si ellas me fueran a dar lo que necesito más profundamente. Al demonio con eso. Me sentí asqueado con la actitud repugnante de carencia que he tenido. Le he


dado mi poder a cosas tales como la pobreza y lo hice para sacar y mostrarme mi creatividad e inteligencia. Desde ese calamitoso día he sido capaz, momento a momento de reconocer que me invento cuentos y escondo mis verdaderos motivos detrás de pretextos y justificaciones. No se tú, lector, pero yo he absorbido esta experiencia para mi crecimiento. Aclaro absolutamente que para nada niego el dolor que vivieron espantosamente más de un millón de personas en Centroamérica y sur de México por Stan, y menos llegaré a ignorar las ingentes pérdidas de 5,500 vidas humanas. Allá miles y miles de gentes padecieron la catástrofe, las inundaciones, las explosiones piroclásticas, las toneladas de rocas que cayeron del cielo, las avalanchas de lodo y cenizas, los edificios y casas que se derrumbaron y los deslaves de laderas que todo cubrieron la comarca con muerte y miedo. Sólo nosotros supimos cuando las fuerzas de los Oscuros corrían libres por doquier. No eran demonios emanados desde el averno, no, en realidad eran los engendros de nuestros infiernos personales que salen a este mundo para reflejarnos las fracturas de nuestras almas.


XXXIX. Cenizas, Agua, Fuego, Viento… Sábado 01 de Octubre, 2005 7:46 AM 13º50’44” N 89º31’54” W Se levantaron los Poderes...

La noche pasó con nosotros en su vientre. Pasó pero la tormenta aún no y los ríos seguían creciendo, tragándose al mundo al paso de su desbordado cauce. —Escucha eso —dijo Celeste apenas abriendo los ojos. La miré dándome cuenta de su empapada apariencia, rebosante de calma por encima de todo—. Es como si un gigantesco corazón palpitara. Hice el intento de agudizar mi oído y alcancé apenas a oír algo muy distante. Podría decir que me pareció como el sonido producido por el potente sistema de audio de un coche pasando a la distancia, con alguna rítmica música a todo volumen. Era un sonido sordo, pulsante, efectivamente casi orgánico. —Ahí viene ya. Ahora si ya se van a juntar —manifestó escuetamente doña Tere—. Y van a tronar hasta muy alto —terminó por decir. Entonces todo se silenció absolutamente por un instante que pareció no terminar; simplemente dejó de llover y el viento cesó. Era como un gran preámbulo, como una dramática pausa para esperar algo, descorriéndose el cortinaje de las nubes. Y sucedió. Un estruendo como ningún otro se liberó, cubriendo con su titánico bramido a todo el cuenco en donde estaba el lago. Sentía que se estaba rasgando por la mitad todo el planeta. El volcán explotó, lanzando una nube de humo y cenizas que ascendió en forma de una negra y altísima columna. Por uno de los costados del volcán bajo una nube piroclástica, arrasando con todo a su paso, quemando, aplastando. Entonces ví como unas rocas tan grandes como una persona


salieron expelidas violentamente del interior del cráter, trazando una trayectoria primero hacia arriba y luego irremisiblemente hacia abajo, muy lejos del volcán. Podía verlo todo viniéndosenos encima como avalancha de fuego revuelto con agua. Temí por nosotros pues parecía que todos los mortales desapareceríamos. La nube subió hasta devorarse lo último de la luz del Sol, sumiéndonos en la más espantosa oscuridad. De pronto la tierra se estremeció tan violentamente que sentí como los árboles eran arrancados de raíz y las montañas se caían; cada unión y cada eslabón se rompieron, liberando a las entidades Oscuras. Era casi como si un gigantesco lobo estuviera abriendo su terrible hocico, tanto que la parte inferior de su quijada pudiera raspar contra la tierra y la parte superior de su quijada presionando contra el cielo. Entonces las llamas del volcán destellaron como los monstruosos ojos de una bestia que buscaba a quién incinerar y del fondo del lago se escuchó una doloroso desgarramiento, como si de lo profundo de las aguas fuera a levantarse una serpiente que viniera torciéndose y girando en furia sobre sí misma, tratando de azotar con todo su poder contra la Tierra. Con la cataclísmica conmoción pensé que enormes grietas se tragarían todo el lago, imaginándome por un breve momento como se vaciaría la totalidad de las aguas en medio de una espantosa vorágine, llevándonos horriblemente con ellas hasta el centro del mundo. Pero no se abrió el fondo del lago, más lo que si se abrió fue un inconmensurable penacho de negra ceniza que crecía hacia el cielo más y más, cada vez más y más. El huracán se fundió con el volcán, unidos cual apasionado abrazo con único objetivo de abrir un portal. Los polos se unieron, fuego y agua, tierra y aire, siendo uno sólo para engendrar de nuevo al mundo, para abrir la antiquísima caja. Y de ella de la caja­hecatombe marcharon implacables el ejército de los Oscuros, incinerando los bosques a su paso. Rocas de todos los tamaños llovían sobre las aguas que nos rodeaban y hasta llegué a pensar que navegaría hasta nuestra precaria isla una nave mortal en forma de arrolladora ola. Pero mi aterrorizada cabeza se quedó corta en imaginación por que un ingente y breve tsunami comenzó a recorrer por sobre el lago, lanzando por la erupción toda el agua, agua que irremisiblemente nos aplastaría. Teresita sabiendo mi pavor dijo tranquila:


–O le haces caso a tus miedos, o te centras en tu mente propia…tu dirás…por que si no el único muerto aquí serás tu… Le entendí de inmediato. Entonces controlé el ritmo de mi agitada respiración y cerré los ojos, concentrándome en la idea pura de saber que nosotros estábamos bien. Mi cuerpo vibraba en un estado de transición, tomando todos los orgones que yo deseara de aquel bendito lugar de poder, respirando tal y como Celeste me lo había mostrado hacia mucho atrás. Y volví a ver: Vi que en esos precisos momentos la humanidad como un todo, por toda el planeta estábamos llegando a un estado en el que éramos capaces de dar un salto hacia arriba en nuestra conciencia y para lograrlo tendríamos que enfrentar nuestro dolor, el dolor que cada uno sufrimos por frustraciones, miedos, engaños o abandonos. El dolor en cualquier forma o color que todos traemos por dentro. Todos. El dolor que hoy se ha convertido en ira capaz de desmembrarnos, de destruirnos. Para arribar a la tan anhelada paz estamos caminando por en medio de un valle de sombras, sufriendo los filosos bordes del vacío de nuestro ser. El dolor es la esencia y la carne de los Oscuros que emergieron aquel octubre. Y si volvía hacía mi envuelto con la vieja autoimagen de víctima, de frágil y desprovisto de poder, entonces el desastre cargaría conmigo a la mierda. Así que sólo escuché, tranquilo y expectante, mirando el fragor con que desembarcaban los monstruos, mirando. Y miré que el mundo entero parecía envuelto en una guerra; el aire temblaba con los ruidos, estallidos e inacabables ecos. Y en medio de esta agitación, sentí claramente cómo unos gigantes de fuego se revolvían furiosos dentro del eruptivo cráter, pretendiendo romper en dos el propio cielo. La nube piroclástica dejaba todo a su paso sino derribado, entonces quemándose en llamas. De esta manera, todos los que no habían huido a tiempo de la comarca escucharon la explosión en muchas leguas en cada dirección y los árboles, esos mudos testigos, se sacudieron desde la raíz a la punta. Todo en la tierra y cielo tembló.


La montaña Madre tomando la fuerza furiosa de la tormenta de ultramar, combinó ambas energías para dar a luz a las implacables huestes de los Oscuros, nuestras semillas germinando por doquier. Cenizas, lluvia, rocas, fuego, lahares, viento…son el cuerpo de expresión de entidades antiguas, despertadas sobre la faz del mundo que nos obligarán desde ya a transformar las maneras en como establecemos y reforzamos nuestra identidad. Y si, entre todo aquello busqué mi identidad. ¿Qué soy? —¿Pero tiene que pasar esto a fuerza? Es que la pobre gente…todos… no quiero que se mueran —pregunté casi con un susurro en los labios. Necesitaba saber, entender. —Es que en verdad nadie tiene por que morirse. Esas cosas, los huracanes y eso —dijo Celeste sumamente calmada, señalando con el brazo escurriendo en agua, apuntando hacia lo que se desataba en torno nuestro—, son simplemente seres ingenuos, puros que siguen las órdenes que les impongamos. Ellos están obrando simplemente como resultado de los viejos conflictos, los miedos que traemos. Todas esas cosas oscuras que carcomen nuestra alma se están proyectando al mundo que nos rodea y por eso está ocurriendo esto tan feo. Pero es una oportunidad Jorge para en verdad evolucionar. El motor básico de todas estas cosas, el origen más básico de su energía es el Sol, la conciencia, y está dando energía para que hagamos un salto de conciencia. Nosotros somos el volante, damos el sentido, la dirección a toda esa energía que se nos está regalando y estamos, por lo que veo decidiendo ciegamente dirigirla hacia acrecentar nuestro dolor y a ese feo sentido de victimes. Por eso, esto está resultando —concluyó ella manteniendo su mirada en el gran cataclismo circundante. Ella decía la verdad. Lo comprendía con la simple claridad de su voz. La gran oportunidad de crecer como seres, de evolucionar hacia el estado deseado era presente para todos. O morimos recreando en estos momentos nuestros más espantosos infiernos personales, ahogados y aplastados por la naturaleza, o vivimos siendo los dioses en que tenemos que convertirnos. Nuestra única obligación es materializar lo desconocido haciendo conocido. El mundo no está agonizando. El mundo está levantándose con todos sus poderes desplegados y si muchos miles, quizás millones mueren en este


proceso, pues que así sea por que morirán únicamente por la insistente materialización de un mundo en el que sean víctimas pobres y jodidas. Cada quien es ya el responsable de vivir en el Cielo aquí en la Tierra o de morir en el Infierno de sus miserables existencias. No es ni duro ni tampoco injusto. Es el resultado de la aplicación directa del gran don que cada uno de nosotros posee. Los humanos somos los grandes creadores de la realidad cuántica en la que vivimos y ya, después de tantísimos tropiezos comenzaremos por fin a volar. —Realmente entendieron hijos —dijo Tere. La escuché perfectamente asentir y de pronto todo se detuvo. Parecía que el tiempo estaba congelado en un solo y sostenido instante. Ante mis ojos una apenas descriptible escena se desplegó, en la que observaba como la gente de todas las naciones sufrirían grandísimas catástrofes e inconcebibles pérdidas por utilizar estúpidamente la gran energía que se nos está obsequiando desde el cosmos, pereciendo por conservar el arcaico dolor y las creencias de sí mismos. Los fantásticos portentos que se revelan para los habitantes de este planeta han de ser tomados para crear nuevas creencias y auto reconocernos tales como dioses. Es este el significado de lo que ha brotado desde la Montaña Madre.


XL. El Porvenir “Para mi solo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Por ahí yo recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y por ahí yo recorro mirando, mirando, sin aliento. Don Juan Matus

Compromiso y determinación. Eso es lo que necesitamos para cambiar nuestras vidas. Nadie va a venir a salvarnos, por que ese alguien ya está aquí…y somos nosotros mismos de la manera más sorprendente. Somos ella, la Tierra con nuestros propios recursos y la primera raza soberana y poderosa es la raza de la estrellas, o sea, la raza constituida por soles, por los enormes globos de gas incandescentes. Esa antigua raza somos ahora nosotros que hemos decidido encarnar como personas de carne, hueso, energía, información y auto consciencia. El Poder será reconocido en nosotros mismos y no más afuera de nosotros. Camino con corazón dijo el maestro yaqui. ¿A qué le hemos dado siempre el poder? A la gente con las que nos asociamos, la persona con quien nos casamos, el trabajo que hacemos, el dinero que tenemos en el banco, los hijos que traemos al mundo, la religión o filosofía que abrazamos, y con esa concesión de nuestro poder hemos buscado configurar y sostener nuestra identidad. Las opiniones y creencias de nosotros mismos y de la vida han sido cosas con las que definimos nuestro sentimiento de identidad. Pero durante estos procesos de cambio sucederá que los soportes de los hemos derivamos nuestra identidad se estropearán y se desplomarán irremediablemente. El Portal se ha abierto y ahora no hay marcha atrás ni retorno a la inocencia. Nuestra naturaleza auténtica y más profunda, aunque irreconocible para la mayoría de nosotros, es ilimitada e infinita. Se derivó nuestra identidad de cosas y personas, nos identificamos demasiado con un sistema de


creencias determinado y con una única imagen de nosotros. La verdadera imagen de ti mismo es enorme y en verdad maravillosa. Toma esto mejor como una oportunidad, no como una amenaza y asume tu poder. Aduéñate de tu poder. Eso es lo que comenzamos a hacer nosotros durante ese día en el que tormenta y erupción se hicieron una. Y es como logramos sólo así salir vivos y sanos de aquella isla. La ceniza mojada cubrió nuestro alrededor y el lago elevó sus aguas, hundiendo bajo la superficie la belleza que había yo conocido poco antes. Muertos, gente perdida o damnificados. Arrasamiento y desolación cayeron en Centroamérica y en nuestro México. Inundaciones y pueblos desaparecidos. Todo eso sucedió y forma parte ya de la historia de nuestras naciones. Carolino volvió por nosotros al día siguiente. Pude notar que su rostro parecía una máscara fría, seca y no nos dijo nada de cómo le había ido. Sólo llegó por nosotros al mediodía para llevarnos en su barcaza a las ruinas del pueblo. El mundo humano tenía ya mucho qué hacer para entender el porqué de las cosas y nosotros asumir lo aprendido. Por su parte Teresita no albergó ninguna pena o sentimiento de pérdida. Simplemente nos pidió que la acompañáramos hasta un refugio de la Cruz Roja instalado arriba, fuera de la pared de roca amurallante del lago. Y ya llegando ahí, nos dijo firmemente: —Vayan con bien muchachos, que lo aquí vivido nos ha enseñado lo que necesitamos para los cambios por venir. Vayan y usen este entendimiento. Compártanlo a quien lo desee escuchar. Aquí me quedaré a cuidar el Portal y si de algo los necesitara a ustedes, entonces ya les llegará el mensaje mío. Amen a su hijo y denle lo que aquí comprendieron. Sean muy felices mis niños. Celeste y yo entonces, después de despedirnos iniciamos el largo viaje de regreso por en medio de las pisadas de Stan. Unos días después, cruzando el territorio de Guatemala, mientras íbamos a bordo de un desvencijado y lento tren, Celeste retiró su mirada de las montañas de Amatitlán que se veía por la ventanilla, volteando entonces hacia mí y me dijo, profunda y serena como únicamente ella puede: —¿Ves? El simple acto de observar algo afecta, cambia, altera la realidad observada, y por lo tanto lo observado cambia de acuerdo al modo de


cómo es observada. Entonces mi Jorge ¡Observemos la realidad tal y como la queremos vivir!



Celeste y la banda de Moebius, se terminó de imprimir en junio de 2009 en Talleres Gráficos de Editorial Matraka, calle Ópalo No. 301, Col. Real del Mesquital, Durango, México. La edición consta de 1000 ejemplares. Se utilizó papel unibond marfil de 75 grs., tipografía Arial 10, Bitstream Charter 11, 13 y 15 y FreeSerif 11, 12 y 14.


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