2012 Mayo

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LA SANTA QUE CARGA

A MYANMAR SOBRE

SUS HOMBROS

Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz en 1991, continúa la lucha por democratizar a su país, lo que la llevó a ser prisionera del régimen militar durante quince años. Myanmar vive una situación incierta y contradictoria: mientras el nuevo presidente da señales de apertura política y la economía experimenta un nuevo impulso, los soldados del ex dictador podrían dar un golpe de Estado y disolver las instituciones. POR TÉMORIS GRECKO

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FOTO: GETTY IMAGES


Yangón, 2 de abril de 2012, 11 de la mañana. Las señales de agotamiento que se advierten en sus ojos y en su postura corporal no consiguen atenuar la hermosura de Aung San Suu Kyi. Ataviada con una blusa blanca tradicional, con el cabello sujeto en un chongo con flores y sosteniendo un ramo de rosas rojas en la mano izquierda, la señora de 66 años se dirige a sus seguidores en birmano y a la prensa internacional en un suave inglés de Oxford. El tono de voz calmo y las palabras mesuradas pero severas demuestran que, al enfrentar una situación en la que el peligro de un golpe de Estado amenaza su amplia victoria electoral y el anhelo de paz y libertad para su pueblo, ella sigue siendo la dirigente que opuso serenidad, determinación, paciencia y firmeza a la brutalidad de un régimen dictatorial.

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Los simpatizantes de amay Suu (madre Suu, una de las formas en que se refieren a ella) la veneran como a una santa. Sus esperanzas fluyen como ondas de sueños y amor hacia la Dama. Yo nunca había percibido tal devoción: no sienten por ella la pasión fervorosa y a veces forzada (no son las ganas de creer, el incontenible deseo de que el líder sea lo que deseamos y pueda lograr lo que queremos) que he visto en actos masivos en varios países. En Birmania (llamada oficialmente Myanmar), la relación entre daw (señora o tía) Suu y la gente es auténticamente familiar, la de quienes se conocen a profundidad, se aman y se respetan con base en vínculos inmateriales que conectan corazones. A pesar de ello, también son dados a imaginar que Suu Kyi puede poner este país en pie y mejorar las vidas de todos en

poco tiempo. No parecen ser conscientes de la complejidad del proceso político en marcha, de las limitaciones impuestas por el régimen al poder que ella está recibiendo del pueblo, ni de las dimensiones de los problemas económicos. Ni conocen los graves riesgos del momento. Aung San Suu Kyi y su Liga Nacional por la Democracia ( lnd) también vencieron en las últimas elecciones democráticas, que tuvieron lugar hace 22 años, en 1990. En aquel momento, indignados por su derrota, el general Than Shwe (presidente de facto) y sus camaradas desconocieron el resultado, encarcelaron a Suu Kyi y a todos los diputados electos que pudieron encontrar (otros escaparon al exilio), y torturaron, mataron o desaparecieron a miles de personas. En marzo de 2011, Than Shwe entregó el poder a su elegido, el ahora presidente Thein Sein. Algunos aseguran que Than Shwe sigue operando en la oscuridad y que su odio hacia Suu Kyi no ha decrecido. En el gobierno hay quienes pugnan por rechazar la victoria de la lnd en las elecciones recientes y, ya que se dejaron ver en las campañas, perseguir a todos los opositores. Si Thein Sein se niega a hacer lo anterior, los soldados de Than Shwe podrían disolver las instituciones y restaurar la dictadura militar. Suu Kyi sí lo sabe. Por eso su voz es tranquila y severa a la vez. Lleva el timón en aguas peligrosas. Y no quiere perder la oportunidad de, finalmente, construir una Birmania próspera y democrática. A cientos de kilómetros de ahí, en el norteño pueblo Hsipaw, una bella mujer de 94 años de edad (una de las pocas personas que conoció los tiempos previos a la dictadura, y los anteriores a la independencia, y los días de la Guerra Mundial), la princesa shan Sao Myo Cit, piensa en daw Suu y convierte en palabras su deseo, con gran ilusión, a pesar de que quizá no podrá vivir para verlo: “Ojalá que Suu Kyi logre salvar a Myanmar”.

El Rey del Sol En la capital birmana, Nay Pyi Daw, 4 de abril de 2012. ¿Birmania o Myanmar? Me pareció que éste es un debate más encendido entre los extranjeros que entre los directamente involucrados. Antes de llegar

F O T O : T é mo r is g r e c k o

En el gobierno birmano hay quienes pugnan por rechazar la victoria de la Liga Nacional por la Democracia y perseguir a todos los opositores.

al país, yo me inclinaba por Birmania, ya que cambiar ese nombre por el de Myanmar fue una decisión tomada por los generales sin consultar a nadie, en 1989. ¿Su argumento? Birmania hace referencia a la etnia mayoritaria (68 por ciento de la población) y dominante en el territorio, los bamar, por lo que excluye a los restantes 134 grupos étnicos. Para integrarlos simbólicamente, impusieron Unión de Myanmar… sin que importara que Myanmar sea el nombre de un antiguo reino bamar que tampoco representa a las demás etnias. “Birmania o Myanmar, da igual”, me dijo Patricia Pun, “porque se refieren al mismo país”. Pat es una encantadora galerista de arte de Yangón (antes Rangún), la ciudad que fue el centro político del país hasta el 6 de noviembre de 2005. Entonces, el régimen sorprendió a todos al anunciar que había construido toda una nueva capital en secreto, Nay Pyi Daw (se pronuncia neibidó). La decisión de buscar un sitio más defendible para despachar, tierra adentro, se tomó a raíz de que una adivinadora le profetizó a Than Shwe una futura invasión extranjera por mar, y Yangón está en la costa. Durante un mitin en Mandalay, un monje sostienen un cartel que muestra la imagen de a Aung San Suu Kyi con Hillary Clinton.

El desmesurado apetito de poder del general se reflejó en la gigantesca urbe que mandó levantar. Su extensión es de poco más de siete mil kilómetros cuadrados, casi cinco veces la del Distrito Federal en México (1485 kms2). Su población, sin embargo, es de apenas 900 mil habitantes: las crónicas narran un alucinante éxodo forzado, en el que cientos de miles de burócratas fueron informados de la noche a la mañana que ahora vivían 320 kilómetros al norte de Yangón, y miles de camiones del ejército transportaron los archivos, escritorios y sillas de los ministerios a sus nuevas sedes. Los generales planearon para el futuro, imaginando que millones de birmanos se trasladarían con entusiasmo a habitar esta súbita megalópolis. El trazo urbano es impresionante: por lo que alguna vez fueron arrozales se extiende ahora un inmenso entramado de avenidas de ocho carriles… casi vacías. Las motocicletas circulan por tales anchuras a su aire, con posibilidades estadísticamente ínfimas de estrellarse contra alguien más. Algún día, pensaron los altos oficiales, los vecinos de Nay Pyi Daw agradecerán que hayamos pensado en hacerle sitio al pesado tráfico que, seguramente, veremos en nuestra magnífica, nueva megalópolis. Pensando así, resolvieron que la ciudad no crecería a partir de un núcleo en expansión. Distribuyeron grupos de inmuebles por todo el espacio urbanizado: aquí pusieron los hoteles; allá, un parque y unas pagodas; en aquel extremo, centros de compras; por allí, unidades residenciales; edificios del gobierno acá y aquí, separados por dos, tres o cuatro kilómetros de vacío, de boulevares bien dotados de aceras, alumbrado y camellones con árboles que en veinte años serán altos y frondosos. Un matemático pasaría un buen rato calculando los kilómetros que las personas recorren cada día para desplazarse entre el hogar, la escuela, el trabajo, las oficinas públicas, el mercado, etcétera. “Than Shwe quiere ser rey del sol”, me dijo el motociclista que me llevó durante tres horas a su espalda recorriendo Nay Pyi Daw. “Mira lo que significa el nombre de esta ciudad, Ciudad Real del Sol. ¡Se cree divino!”. La dictadura tomó innumerables decisiones absurdas. Para señalar su autonomía respecto a los acuerdos internacionales, estableció un huso horario de media hora ESQ

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(en lugar de que esté doce horas delante de Ciudad de México, por ejemplo, lo está 12 horas y 30 minutos) que dificulta coordinar las actividades económicas con las de sus vecinos (India, China, Tailandia). Más desconcertante es el hecho de que, con el fin de distanciarse de su antigua potencia colonial, Gran Bretaña, el gobierno ordenó cambiar el sistema de tráfico: antes se circulaba por la izquierda y ahora por la derecha (como en América Latina), pero todos los coches siguen teniendo el volante del lado derecho, como en Inglaterra. Los birmanos no conducen con tanto descuido como otros pueblos de la zona, pero es normal que uno se estremezca un poco cuando, al rebasar, el pasajero se entera antes que el conductor de que se les viene encima un camión a toda velocidad. Como tantos regímenes autoritarios, el de Myanmar sostuvo durante décadas un tipo de cambio ficticio, lo que creó un mercado informal de cambio. Sin embargo, no recuerdo un país donde la disparidad entre la tasa oficial fija y la real haya sido tan ridículamente grande: si uno llevaba sus dólares al banco, le daban seis kyats y medio por cada uno; si se los entregaba al cambista clandestino, recibía 820 kyats por dólar: 126 veces más. Visto lo anterior, no sorprende que la dictadura militar haya logrado destrozar la economía nacional y convertir al país, que en los años 30 era el segundo más rico del Sudeste de Asia, en el más pobre de la región. Los birmanos han visto el despegue de naciones de la región como Singapur, con un Producto Interno Bruto por habitante de 50 mil 700 dólares anuales, Malasia, con 15 mil 300, e incluso Vietnam, con tres mil 300, mientras que el de Myanmar es de 700 dólares (y sólo el capricho de construir Nay Pyi Daw costó cuatro mil millones de dólares). Esos ejemplos ilustran no sólo la torpeza, sino también la arbitrariedad con la que ha actuado el régimen. Éste es un pueblo muy amable y sonriente, de personas abiertas y hospitalarias, y cuesta trabajo imaginar cómo de entre ellas surgió un ejército capaz de tratar a su gente de manera tan brutal y sanguinaria. Por años, la Organización Internacional del Trabajo (oit, una entidad de la onu) ha denunciado que los soldados suelen secuestrar ciudadanos, incluso a la población de aldeas enteras, para obligarlos a construir carreteras, puentes o instalaciones militares. Esto, que es considerado mano de obra esclava, incluye a niños menores de 12 años y a mujeres que —además— son agredidas sexualmente. Aunque el gobierno de Thein Sein asegura que ha puesto fin a esta práctica, la oit ha recibido noticias de que sigue en algunas regiones y pide acceso para verificar lo que ocurre.

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Por primera vez en la historia del país, vendedores ofrecen mercancía de Aung San Suu Kyi y su partido sin ser molestados, a lo largo de las calles de Yangón.

el gobierno rechazó la ayuda ofrecida por otros países e impidió el ingreso de grupos extranjeros especializados en rescate y asistencia humanitaria. Murieron 200 mil personas.

La Dama del Lago Inye

Organismos de derechos humanos como Human Rights Watch informan de crímenes contra la población civil, cometidos por el ejército en sus ofensivas contra guerrillas de grupos étnicos, como los karen, los kachin y otros. Los militares impiden a periodistas, investigadores y extranjeros en general acercarse a los sitios donde se producen estos hechos. Les resulta más difìcil esconder sus actos cuando ocurren en las ciudades y en zonas no tan alejadas, obviamente. Hay numerosos momentos trágicos en la historia reciente de Birmania, cuando los militares han ahogado en sangre las protestas populares. Las manifestaciones de 1988 se saldaron con alrededor de tres mil asesinados, y las de 2007, con varios cientos. Miles cayeron en prisión y muchos otros huyeron del país. Como ejemplo final de negligencia, torpeza e insensibilidad está el ciclón Nargis, que arrasó el sur del país en 2008 y dejó a millones sin techo, en regiones inundadas donde las enfermedades proliferaron, y padeciendo hambre. A pesar de que quedó totalmente rebasado y sus esfuerzos se hundieron en la ineficiencia,

Mandalay, 6 de abril de 2012. Aung San mira a los visitantes desde muros, camisetas y billeteras en toda Birmania: su retrato en blanco y negro —el de un joven con abrigo y gorra de oficial— es omnipresente, pues como jefe de un movimiento armado antibritánico y luego negociador de la independencia, es considerado el padre de la nación. Fue asesinado en 1947, cuando su hija Aung San Suu Kyi tenía apenas dos años de edad. Eso invistió a la Dama, desde su niñez, con un aura heroica. El fantástico comediante birmano Par Par Lay, del grupo de Mandalay The Moustache Brothers, me muestra una fotografía en la que aparece él a sus 21 años, al lado de daw Suu Kyi. “Yo no lo podía creer”, confiesa con sus pocas palabras en inglés. “Ella sólo tenía 23 años pero era una celebridad nacional. Era y sigue siendo bellísima”. Dos décadas después, cuando Suu Kyi regresó de Oxford, donde vivía, para cuidar a su madre enferma en su casa de Yangón, encontró al país en llamas: era 1988, los estudiantes estaban en las calles protestando contra el régimen, y los líderes opositores le pidieron a la Dama que se pusiera al frente del movimiento. “Como hija de mi padre, no podría permanecer indiferente ante lo que está pasando”, respondió ella, entonces de 43 años. Tomando inspiración en los ejemplos de Mohandas Gandhi y Nelson Mandela, lanzó lo que llamó la “segunda lucha por la independencia”. Para calmar las cosas, los militares ofrecieron elecciones para integrar un Parlamento que redactaría una nueva Constitución. Prohibieron, sin embargo, la realización de protestas y la difusión de propaganda. La líder desafió las limitaciones e hizo campaña por el país al frente de la lnd, a menudo bajo presión de guardias armados. En una ocasión, se encontraron con soldados que les apuntaban y parecían dispuestos a disparar. Tras pedir que sus compañeros se alejaran, la Dama caminó hacia el oficial al mando, mirándolo F O T O S : T É M O R I S G R E CK O Y E F E

El presidente saliente de Myanmar, Than Shwe, durante un desfile militar. Abajo: Thein Sein, el elegido de Shwe como presidente desde marzo pasado.

fijamente. Él retiró sus tropas. “Parecía más sencillo ofrecerle un solo blanco que ponerle a todos enfrente”, explicaría más tarde Suu Kyi. Los generales decidieron someterla a arresto domiciliario y también encarcelaron a dirigentes de la Liga. Pese a ello, la lnd ganó las elecciones de mayo de 1990 con 82 por ciento de los votos y 392 diputados (frente a sólo diez del oficialismo), que nunca llegaron a sesionar. En lugar de abrirles las puertas del Congreso, el régimen los metió en prisión. Le resultó fácil porque, al creer las promesas del gobierno de que respetaría la libre participación política, miles de birmanos habían revelado su militancia o sus simpatías opositoras. Ese primer encierro de Suu Kyi duró hasta julio de 1995. En una entrevista con Asia tv tras su liberación, describió su rutina diaria en soledad: “Me levantaba a las 4:30 de la mañana. Meditaba durante una hora. Entonces escuchaba la radio: el servicio internacional de la bbc, los noticieros en birmano de Voice of America y, cuando podía, la Voz Democrática de Birmania,

La dictadura militar logró destrozar la economía nacional y convertir al país, que en los años 30 era el segundo más rico del Sudeste de Asia, en el más pobre de la región. ESQ

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pero no siempre se oye bien. Luego me bañaba, desayunaba, y dividía el resto de la jornada en periodos dedicados a leer, caminar por la casa y escuchar música”. Nadie podía contactar con ella. De hecho, fue gracias a la radio como se enteró que había ganado el Premio Nobel de la Paz en 1991. Le dio más detalles a la revista Vanity Fair: “A veces no tenía qué comer. Me puse tan débil por la desnutrición que se me caía el cabello y no me podía levantar de la cama. Tenía miedo de que se me hubiera dañado el corazón. De 46 kilos, bajé a 39. Pensé que no moriría de hambre, sino de una falla cardiaca. Se me dañaron los ojos y desarrollé espondilitis, una enfermedad reumática de la columna vertebral. Pero ellos nunca estuvieron a mi altura”. “Usted ha estado físicamente a merced de las autoridades, pero ¿la han capturado alguna vez, emocional o mentalmente?”, le preguntó en otro momento el budista estadounidense Alan Clements. “No, y creo que es porque nunca aprendí a odiarlos”, repondió la Dama. “Si lo hubiera hecho, estaría a su merced. Si odiara a mis captores, me habría derrotado a mí misma”. No perdió la serenidad ni el sentido del humor. Cuando Clements le preguntó si su teléfono estaba intervenido, ella dijo: “Seguramente. Si no es así, me quejaré con el general y le diré: tu gente está haciendo su trabajo muy mal”. En 2008, el ciclón Nargis se llevó el techo de su casa, ubicada junto al lago Inye, en el norte de Yangón. La Dama siguió detenida allí, sin agua ni electricidad, alumbrándose con velas. Incluso en las ocasiones en que le permitieron salir, vivía con graves limitaciones: tenía prohibido abandonar Yangón y reunirse con gente de la lnd, así como ver a su familia. Entre 1990 y su más reciente liberación, el 13 de noviembre de 2010, pasó un total de 15 años presa en cuatro periodos de detención, que en un par de ocasiones involucraron temporadas en calabozos de una cárcel de la época colonial.

Integrantes de la Coalición de Hong Kong para la liberación de Birmania portaban máscaras de Aung San Suu Kyi, la líder opositora, durante una protesta en 2009 para forzar su liberación y la de otros presos políticos.

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Suu Kyi estudió en la Universidad de Oxford, en Gran Bretaña, donde después se convirtió en profesora. Ahí conoció a quien sería su esposo, Michael Aris, con quien tuvo dos hijos. Su viaje de 1988 para cuidar a su madre en Yangón debía ser una separación temporal, pero se convertiría en definitiva. Las autoridades les negaron visados de entrada al país a sus hijos (que sólo volvieron a verla en 2011) y a Michael, quien en 1998 fue diagnosticado con cáncer de próstata. El régimen le ofreció a Suu Kyi un boleto para ir a verlo a Londres: ella sabía que era sólo de ida, que no le permitirían regresar, y se quedó en casa. Cuando su marido murió, los generales insistieron en que fuera al funeral, pero la Dama se negó. Michael no se sintió engañado: “Antes de la boda le prometí que nunca me interpondría entre ella y su país”, declaró a la prensa británica. La dictadura no sabía qué hacer con una mujer tan frágil y fuerte. En julio de 1988, trató de salir de Yangón para reunirse con sus compañeros. Los soldados le impidieron pasar y ella improvisó un campamento junto a su coche, donde pasó seis días, hasta que la llevaron a rastras a su casa. Un mes más tarde hizo un nuevo intento, después otro y en septiembre de 2000, le volvieron a imponer arresto domiciliario. Nunca se consideró víctima, sin embargo. “No me gusta utilizar la palabra sacrificio”, le dijo al diario El Mundo. “La vida es una serie de elecciones y yo he elegido implicarme en el movimiento. Nadie me ha forzado. Gran parte de nuestro pueblo ha sufrido durante esta lucha y puedo decir que muchísima gente ha sufrido más que yo”.

El Hijo del General Yangón, 2 de abril de 2012, 4 de la tarde. “Nos consideraban un caso perdido”, me dice Kyi Lwin, asesor político del presidente Thein Sein, mientras tomamos café en el barrio chino. “Nadie en

Occidente apostaba por Myanmar. Y míralos ahora, amontonándose en los hoteles para sacar provecho de nuestra apertura”. Las infraestructuras están envejecidas, cuando existen, y eso ofrece a las compañías extranjeras la rara oportunidad de entrar en un país donde todo está por hacer. Es cierto que no parecía haber señales de cambio en Birmania. Aunque Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Australia y otros países le impusieron pesadas sanciones económicas para forzar al régimen a retirarse, China y sus empresas estatales entraron a llenar los vacíos y los bolsillos de los generales. Los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ansea) admitieron a Myanmar como miembro y se rehusaron a condenar las violaciones de derechos humanos. En 2010, el dictador Than Shwe anunció que se reestablecería la democracia, designó candidato presidencial a uno de sus oficiales subordinados, Thein Sein, y convocó a comicios generales, que se celebraron en noviembre de ese año. Fue una farsa en la que daw Suu Kyi (presa en su casa) y la lnd se negaron a participar. Thein Sein tomó posesión como jefe del ejecutivo birmano en marzo de 2011. Encontró el panorama internacional enrarecido por un fenómeno inesperado, con potencial de provocar un efecto de imitación en muchos países: las insurrecciones de la Primavera Árabe. Los mandatarios de Túnez y de Egipto habían caído ya. Muamar Gadafi y Hafez el Asad enfrentaban rebeliones en Libia y Siria. Los movimientos de “indignados” se extendían por el mundo. En Marruecos, Bahrein, Irán, Uganda, Palestina, China y otras naciones, los gobiernos tomaban medidas para detener impulsos de rebeldía. ¿Qué pasó en Birmania? ¿Tuvieron miedo los generales? Conscientes de que en 2012 se cumplirían 50 años de dictadura, acaso se preguntaron cuánto tiempo más

podrían aguantar? ¿Decidieron operar ellos mismos una transición política que les permitiera liberalizar el país sin perder sus fortunas ni tener que responder por sus crímenes? ¿Negociaron con el presidente estadounidense Barack Obama la apertura a cambio del levantamiento de las sanciones económicas, y de inmunidad judicial? Kyi Lwin responde con risas cuando planteo estas hipótesis. Duda un poco antes de ofrecerme una explicación. “Sí, vinieron enviados de Obama”, admitió, “es público. Pero fueron muchas cosas. En primer lugar, debes reconocer la voluntad de reforma del presidente Thein Sein, su amor por el país y por el pueblo. También importa que hay una nueva generación de cuadros medios, de la que yo formo parte, que fuimos educados en buenas universidades de Asia y Occidente”. Su padre era hijo de campesinos e hizo carrera militar, hasta entrar en la cúpula del ejército. Mi interlocutor, de 44 años, estudió en Oxford. “Nos damos cuenta de que tenemos mucho más que ganar con la apertura”, sigue. “Energía, telecomunicaciones, turismo: hay muchos sectores de la economía que el país necesita desarrollar, y esto significa oportunidades de negocios para todos. Pero hace falta capital para invertir”. El gobierno ha sorprendido por el alcance de las reformas que ha introducido en un año. Nuevas reglas facilitan que extranjeros puedan comprar propiedades o establecer empresas en Myanmar y, desde el 1 de abril, el tipo de cambio de la moneda está en libre flotación. Alrededor de 600 presos políticos salieron de las cárceles y se permitió la circulación de periódicos opositores. Legisladores oficialistas fueron invitados a incorporarse al gabinete y, con esto, quedaron vacíos escaños en el Parlamento. Para ocuparlos, se convocó a elecciones parciales. Y el presidente en persona quiso hablar con Aung San Suu Kyi para convencerla de participar.

El gobierno de Thein Sein ha sorprendido por el alcance de las reformas que ha introducido en un año. Alrededor de 600 presos políticos salieron de las cárceles y se permitió la circulación de periódicos opositores. FOTO: REUTERS

Era un movimiento clave: la Dama es la ciudadana de Birmania más famosa del mundo, un símbolo de la lucha democrática, ganadora del Premio Nobel de la Paz 1991. Si Thein Sein quería que su voluntad de transformación fuera creíble, necesitaba el aval tácito de Suu Kyi, que ella aceptara presentarse como candidata y que, tras los comicios, se declarara conforme. Como menciona Kyi Lwin, los hoteles de cuatro y cinco estrellas están repletos: no hay habitaciones disponibles hasta agosto, pues empresarios y ejecutivos de una docena de países las han reservado todas, en espera del pistoletazo de salida para los inversionistas, que será el levantamiento de las sanciones económicas. Como siguen vigentes, algunos se encuentran en desventaja: europeos, estadounidenses, australianos y canadienses están legalmente impedidos de hacer negocios con Myanmar y por ello presionan a sus gobiernos (que están de acuerdo en eliminar los castigos, pero no pueden empezar si las elecciones no demuestran que la democracia efectivamente ha llegado). Mientras tanto, China, Singapur, Malasia, Taiwán, Tailandia y Hong Kong, además de los enriquecidos hombres del régimen, ya aprovechan las oportunidades. Hay prisa en Washington, Londres y otras capitales. El 27 de marzo, la agencia Reuters difundió un análisis cuyo primer párrafo dice: “Los países occidentales realmente quieren que las elecciones parciales del domingo se desarrollen en calma —y que la líder opositora Aung San Suu Kyi obtenga un escaño en el Parlamento—, para poder empezar a levantar las sanciones y dejar que sus compañías inviertan en la antes aislada nación”. Esto, a pesar de que la fracción de poder que el régimen puso en juego es mínima. Podría ahorrarse las elecciones y simplemente regalarle los puestos a los opositores, sin que esto afectara su control político: el objeto de los comicios sólo es ocupar 37 de las 440 diputaciones y seis de las 264 senadurías, más dos lugares en asambleas regionales. El ejército se reserva el derecho de designar a 25 por ciento de los miembros de cada cámara, y el Partido de Solidaridad y Desarrollo de la Unión (psdu), formado por militares en retiro del gobierno, que prácticamente no tuvo competencia en las elecciones de 2010, ocupa todos los puestos sobrantes. Asociaciones de presos políticos aseguran que aún hay más de mil personas ESQ

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gobierno”, acepta Kyi Lwin. Le pregunto si son ciertos los rumores de que hay un sector del ejército que pide repetir la jugada de 1990, desconocer el resultado electoral y perseguir a los opositores. “Hay un debate áspero, pero limitado a problemas técnicos”, asegura. “El presidente Thein Sein no permitiría jamás una vuelta al pasado, está comprometido con la democracia”. ¿Y si Than Shwe lanza un golpe de Estado contra Thein Sein, como se rumora? “Eso no sucederá. Pero si ocurriera, se enfrentarían con toda Myanmar: no sería sólo contra la lnd y daw Suu Kyi, sería contra el pueblo birmano”.

La Princesa Shan

Las protestas en Yangón contra el gobierno han sido continuas y masivas por parte de la oposición.

en las páginas de light of myanmar, el periódico en inglés del régimen birmano, no hay mención alguna a las elecciones, es como si no hubieran ocurrido. 198

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injustamente encarceladas, y los pocos medios independientes describen su margen de acción como de “75 por ciento de libertad, 25 por ciento de censura”, dijo uno de ellos a Al Jazeera. “Ahora queremos que ella [Suu Kyi] acepte su propia victoria y que reconozca que el proceso electoral fue libre y justo”, me dice Kyi Lwin. El momento es peligroso. Ayer, 1 de abril, por la tarde, tras el cierre de las urnas, la lnd anunció una victoria arrolladora. Aung San Suu Kyi obtuvo 85 por ciento de los votos en su circunscripción y, en total, los candidatos de la Liga ganaron en 43 de los 44 distritos en los que compitieron. Donde perdieron, venció uno de sus aliados, perteneciente a un partido de la etnia Karen. El gobernante psdu se quedó con un solo diputado, en un lugar donde el aspirante de la lnd fue descalificado porque su madre es extranjera. Así fue que la Liga alzó el puño y todos los demás callaron. La comisión electoral no ofrece cifras propias, ni dice cuándo las daría o cómo se realizan los conteos. El psdu no ha salido a desmentir a sus rivales o a proclamar triunfos propios. El gobierno ha pedido calma y esperar a los resultados oficiales. Hoy lunes, en las páginas de Light of Myanmar, el periódico en inglés del régimen, no hay mención alguna a las elecciones, es como si no hubieran ocurrido. “Las dimensiones del triunfo de la lnd provocaron una enorme sorpresa en el

Hsipaw, 7 de abril de 2012. El héroe Aung San peleaba contra los británicos en las densas selvas birmanas cuando el padre de Sao Myo Cit evacuaba a su familia de este hermoso pueblo, enclavado en las montañas del estado de Shan. Los shan son una de las principales minorías étnicas y alguna vez tuvieron reyes. Sao es considerada una princesa. Bella princesa shan de 94 años, que sigue dando clases de inglés, como durante toda su vida, siete horas diarias. Y me recibe en su casa, una construcción de madera, elevada sobre delgados pilotes para protegerla de las inundaciones. Y muy resistente. Mi encantadora anfitriona levanta un tapete para mostrarme un hoyo en el piso: “Aquí cayó una bomba que arrojaron los japoneses”, me dice sonriente. “Nunca estalló. Y ahí sigue, enterrada”. Sao Myo Cit y su familia no estaban ahí. Habían escapado a un pueblo más seguro. “Cuando la armada japonesa atacó Pearl Harbor, los ingleses [que entonces dominaban Birmania] entraron en pánico y abandonaron el país. De un día para otro se fueron los soldados, los policías y los funcionarios de la administración pública”. Lo mismo hicieron en otras de sus colonias, como Singapur, que así entregaron a los invasores, junto con toda su población. Llegué a ella gracias a un antiguo alumno suyo, Ko Zaw Tun, conocido como Mr Book, porque tiene la librería de Hsipaw: un pequeño puesto de madera que más bien parece un local de la lnd, repleto de carteles, banderas y fotos de Suu Kyi. “Cuando las puse, en noviembre, empezaba la campaña electoral”, me contó. “Vinieron a verme los agentes de siempre, a amenazarme con un interrogatorio y FOTOS: AFP Y REUTERS

Las marchas y protestas para instaurar la paz y la democracia en Myanmar incluyeron a monjes y toda clase de ciudadanos.

cárcel. Yo les dije que ahora estaba permitido, y que regresaran después de las elecciones del 1 de abril, que verían que nuestro país cambió. ¡Y no han vuelto!”, celebró con alegría contagiosa. El ejemplo fue imitado por los vecinos de Hsipaw. Como en Mandalay y Yangón, e incluso Nay Pyi Daw. La nueva capital era vista como el bastión del psdu, el baluarte erigido por Than Shwe, pero la lnd venció en sus cuatro distritos. Como en todo el país, la parafernalia de la Liga y los pósters con el retrato de la Dama y el de su padre Aung San, se han convertido en mercancía ubicua en los puestos callejeros. Aunque Sao Myo Cit se ve fuerte, está consciente de que “95 años no son una broma” (los cumplirá en diciembre). Quiere ver un cambio en su país, el mismo que

esperó durante medio siglo de dictadura militar. Sabe que no llegará pronto: “Suu Kyi tendrá poco poder real. Deberá apoyarse en su prestigio y en la legitimidad que le da una victoria tan grande”. Conversamos sobre la amenaza de golpe de Estado, el reconocimiento que el presidente Thein Sei hizo del éxito y la validez de las elecciones, tardío y lejano (demoró 48 horas en hacerlo, hasta la tarde del 3 de abril, en una cumbre de jefes de Estado en Camboya, como respuesta a la pregunta de un periodista), y las presiones internacionales para evitar un levantamiento del ejército. “Parece que lo peor pasó, por ahora”, dice con cierto alivio. La princesa revisa en mi laptop las fotos que hice de daw Suu el 2 de abril. Señala los signos del cansancio que la líder

acumuló en este periodo de tensiones. Cuando tengan lugar los comicios generales, en 2015, daw Suu cumplirá 70 años. Si el proceso democrático sigue adelante y su salud no ha empeorado, quizá deberá encargarse de dirigir Myanmar. “No es tanto nuestro triunfo como el triunfo del pueblo, que ha decidido que debe estar involucrado en el proceso político de este país”, nos había dicho a los periodistas Aung San Suu Kyi. “Esperamos que éste sea sólo el principio de una nueva era”. “Ojalá”, musita Sao Myo Cit. Sus manos suaves y arrugadas toman las mías. Se asoma a mis ojos en busca de mis sentimientos. Y sonríe, pensando en lo que tal vez no alcanzará a ver: “Ojalá que Suu Kyi logre salvar a Myanmar”.

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