No sólo fue un viaje al otro lado del mundo sólo para conocer los lugares favoritos de ella. La intención de él era buscar la verdadera Australia. Juntos descubrieron que el Ulurú es más que una postal, es el corazón y el significado de la también llamada islacontinente también llamada Down Under.
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Texto y Fotografías • Témoris Grecko y Vivienne Stanton
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“El aire era tan claro y los dibujos del desierto tan sorprendentes, que desde la ventanilla del avión, parecía que lo que mirábamos era la obra de un artista abstracto”.
Mar de Arafura Mar de Timor Darwin
B E Katherine
Golfo de Carpentaria E Borroloola
MAR DEL CORAL
TERRITORIO DEL NORTE Tennant Creek E
AUSTRALIA OCCIDENTAL
Lago Mackay
QUEENSLAND
Alice Springs
A U S T R A L I A
Perth
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OodnadattaE Lago Eyre AUSTRALIA EMarree Llanura deMERIDIONAL Nullarbor Broken E Ceduna E E Hill GRAN Port AugustaE lla E BAHÍA Whya Pirie AUSTRALIANA PortE a Port Lincoln
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O C E A N O ÍNDICO
B Brisbane NUEVA GALES DEL SUR
B Sydney A Canberra, T.C.A.
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VICTORIA
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MAR DE TASMANIA
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curioso que ustedes vean esta roca como el icono de tarjeta postal australiana y crean que en el resto del mundo también la tomamos así, cuando poca gente fuera de aquí la conoce. Al mismo tiempo, la mayoría de los aussies con los que he hablado, tú incluida, ni siquiera han venido aquí, a pesar de que la ven como el corazón del país. Ustedes fantasean con el Outback, pero apenas salen de sus ciudades. Ulurú es como una abuela a la que aman y nunca visitan. Yo quiero saber quién es, mirarla a los ojos, besar su mejilla. Ésa es la Australia que busco”. “Siempre quise verla”, admitió Vivienne mientras miraba por la ventanilla la manta sin fin de spinifex, el arbusto puntiagudo característico de la región. Las nubes se extendían en la distancia y hacían parecer que el cielo se expandía. “Cuando era niña, crucé Australia con mis padres y mi hermano, en el asiento trasero de una camioneta Renault, no te das cuenta de lo grande que es esta nación hasta que la atraviesas, ¡hicimos una semana! Ni siquiera fuimos a Ulurú en ese viaje, pero yo sabía que en medio de la isla había una enorme roca y me emocionaba la idea de verla. No sé cómo mi hermano se dio cuenta y empezó a burlarse de mí, cruelmente, cada vez que aparecía una piedra grande o una duna de arena él gritaba: ‘¡Mira, ahí está Ulurú!’ Le encantaba verme sacar la cabeza, forzar ansiosamente los ojos entre el polvo y preguntar: ‘¿Dónde? ¡Enséñame! ¿Dónde?”.
LA MATRIARCA Y LA TÍA Los periódicos habían dado cuenta de un conductor ebrio que había detenido una patrulla de policía para preguntar dónde estaba Ulurú, mientras las luces de
foto: crédito de foto va aquí
abía tierra colorada tan lejos como podíamos ver: barro cocido salpicado con arbustos pálidos y árboles de color gris verdoso. Una estela de polvo se levantaba detrás del Mitsubishi rentado en el que nos precipitábamos por el desierto. Mientras el aire acondicionado nos enfriaba las rodillas, el asfalto se derretía bajo los 42 grados de temperatura. En la distancia se alzaba Ulurú, el “corazón muerto” de Australia, un monolito rojo pardusco de tamaño colosal. “Estaba ilusionada con llevarte a mi playa favorita, cuyas extensiones de arena blanca y agua transparente me parecen cercanas al paraíso, y no te vi como esperaba, extasiado”, le dijo Vivienne, una australiana de Perth, a Témoris, un mexicano de la capital, donde se habían conocido casi un año atrás. “Te pareció que había demasiado viento, que las moscas eran insoportables y que el agua no estaba tibia como la del Caribe, ¡cómo podría ser, si viene de la Antártida! Nuestras ciudades son modernas y multiculturales, pero tampoco te impresionaron. Me di cuenta de que te estaba dando capuchinos cuando tú querías canguros y koalas, panoramas desiertos y animales mortales”. “¡Me encantaron! Pero me sentaste en tu café de toda la vida a tomar macchiato y la verdad es que uno no cruza el Océano Pacífico para ver calles y edificios que podrían estar en Norteamérica o Europa”, replicó Témoris. Para él, lo fascinante era el Outback, el indefinido y remoto ámbito de lo rural que conforma la mayor parte de la inmensidad de la isla-continente. “Yo quería venir aquí, al Centro Rojo”. Se detuvieron sobre una duna colorada para observar la maravilla natural. Témoris agregó: “Es
su todoterreno se proyectaban sobre ella. En estado de sobriedad, al menos, es imposible perderla: con 3.8 kilómetros de largo y 348 metros de altura (el edificio más elevado de América Latina, la Torre Mayor en Ciudad de México, sólo alcanza 230 metros), Ulurú es una mole gigantesca que emerge para dominar la planicie. Tiene las marcas terribles de la vida, profundas arrugas de preocupación, dolorosas cicatrices. Los anangu, dueños tradicionales de esos territorios, recuerdan que en tiempos remotos hubo luchas entre los kuniya y los liru, dos pueblos mitológicos. Las grietas y surcos de la roca, aseguran, fueron abiertos en aquellos eventos: una cueva es la herida de una lanza liru; una piedra fue el cuerpo de Pulari, una poderosa kuniya; otra más, la nariz de Kulikudgeri, el guerrero liru. “Lo que estamos viendo es sólo la puntita de la lengua”, dijo Témoris. “No como un iceberg que esconde ocho novenas partes de su volumen bajo el agua, es
mucho más. Los 348 metros que nos muestra la abuela con desdén son sólo el extremo minúsculo de un extraordinario órgano que ondula en el subterráneo bajo nuestros pies, paralelo a la superficie. Este monolito es una inmensa lengua que se alarga por nueve kilómetros que no podemos ver, pero sobre los que, sospecho, estamos parados. Y más vale que no nos portemos mal porque la señora podría chistar”. Ya parecía que su humor estaba cambiando con el atardecer, Ulurú se tornaba lóbrega, su rojo se hacía pardusco, acaso estaba molesta. Si hay luna, su inmensa sombra inquieta durante la noche, es el cuerpo de un titán que amenaza con rodar sobre los observadores. Con las raras lluvias, sus grietas se convierten en cascadas de llanto. En la mañana luce de mejor ánimo, su carmesí despierta con el sol como el rubor en las mejillas. “Pero siempre mantiene una distancia”, reflexionó Témoris. “No acoge. Su superficie es estéril, la incomodan los seres vivos. Ulurú es una matriarca que impone respeto”.
“Estábamos en el centro de Australia, en la cuna de sus mitos y gran escenario de sus imágenes más poderosas. Pero Ulurú no invitaba a conocerla, actuaba como una matriarca que demanda respeto”. Los autores: Temoris y Vivienne justo en el corazón del continente.
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Alrededor de la base se hace una caminata de nueve kilómetros, pero desde tan cerca no podíamos hacernos una idea de ella. Aunque se permite escalar la roca (800 metros de ascenso en los que ha habido 35 muertes registradas), los aborígenes lo consideran una falta de respeto: es como el equivalente cultural de hacer saltos bungee desde la catedral de Notre Dame. “Una vez que te das cuenta de la enormidad de la abuela, no hay mucho más que puedas hacer”, musitó Vivienne. “Somos como hormigas frente a un pie enorme”. Para evitar un posible pisotón, huimos 60 kilómetros al Oeste, a Kata Tjuta (que en lengua pitjantjatjara significa “muchas cabezas”). El ambiente cambió, se hizo mucho más relajado. Incluso acogedor. Se trata de 36 enormes promontorios, de los que el más alto supera con mucho a Ulurú: 546 metros, casi cien más que las Torres Petronas de Kuala Lumpur, los mayores rascacielos del planeta. Son parte de otro megamonolito que parece que esconde la mano bajo la tierra y sólo muestra sus numerosos dedos. Aún así, no parecían los de un puño que se iba a cerrar sobre nosotros, sino amistosos. Los inmensos pedruscos abrieron senderos que nos dejaron entrar profundamente y rodearlos con calma para apreciar que sí
disfrutan la vida, que permiten que la vegetación trepe por sus paredes y verdee sus cimas. Nos regalaban una grata sensación de intimidad. “Si Ulurú es una abuela severa”, comparó Témoris, “los dedos de Kata Tjuta son los de una tía amable y permisiva”. No fue así para los exploradores europeos del siglo XIX, muchos de los cuales perdieron sus camellos y murieron locos de sed. Al considerar el sufrimiento de quienes lograron volver para contarlo, choca la costumbre de bautizar las cosas más destacadas en honor de gente que jamás se interesó en visitarlas. Kata Tjuta es más conocido como “Las Olgas”, debido a la reina decimonónica Olga de Würtenberg, a cuyo esposo le pagaron un favor hecho a un tercero poniéndole el nombre de la mujer a esta maravilla, considerada Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO. Algo parecido ocurrió con Ulurú, también llamada Roca de Ayers debido a un político de Australia del Sur. Los aborígenes, que habitan Australia desde hace 50 mil años, milenios antes de que Europa fuera denominada así, tenían maneras de designar todo lo que después fue renombrado por los europeos, con la idea de que las culturas indígenas eran insignificantes. La recuperación de las designaciones originales demoró hasta 1993.
LA GENTE DE LAS CÚPULAS
foto: crédito de foto va aquí
“KAta TJUTA abrió sus 36 enormes dedos ante nosotros para que recorriéramos sus rincones íntimos y acogedores, como una tía amable y permisiva”. En la imagen de la derecha se observa como los ancestros de los anangu, dueños tradicionales de estas tierras, pintaron en las cuevas de Ulurú las historias del origen del mundo.
Al King’s Canyon o Cañón del Rey tampoco lo fueron a ver los monarcas británicos. Nosotros, sí. Se encuentra a 300 kilómetros de Yulara, forma parte de una cordillera baja llamada George Gill y también es rojo: le debe el tono a una cobertura de silicatos y óxidos de hierro, un mineral que abunda en esas regiones. El agua cae poco por ahí, pero cuando lo hace y baña las rocas, provoca una reacción química que “chupa” el hierro que hay dentro de ellas y lo concentra en la superficie. Salimos con el amanecer a recorrer la barranca. Lo primero fue escalar de un golpe unos 150 metros. Era extraño porque nos lo facilitó lo que parecía una escalera hecha por el ser humano, debida al origen sedimentario de esa sierra. La roca está formada por miles de capas pegadas una a otra, pero la erosión las rompe individualmente. Las de arriba protegen a las de abajo y cuando ceden las dejan descubiertas. Todo es como escalones, unos muy delgados, otros de medio metro. Una vez arriba, entramos en una tierra de grandes domos. Pensamos que era un mundo extraño que creaba la impresión de haber tenido decenas de miles de habitantes, los responsables de su magnífica 95
“Los formaciones rocosas son tan peculiares que parecen ruinas de una gran ciudad antigua. Tuvimos la sensación de que sus constructores nos espiaban (izquierda). Pero ni las urbes misteriosas ni la roca natural resisten la fuerza cortante de la erosión”. (página opuesta).
EN medio del desierto. la cordillera McDonnell se ha partido en brechas en las que hay pozas que los aborígenes visitan para refrescarse.
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construcción. “Me da la sensación de que nos están mirando”, murmuró Témoris. Vivienne imaginó: “Los pobladores aguardan escondidos en las habitaciones y salones que hay en el interior de esos edificios”. Algunas partes nos recordaban el antiguo Egipto, los vestigios khmer o incas: el trabajo desigual de la erosión formó cientos de bóvedas piramidales, como las ruinas de templos y palacios distribuidos en una larga serie de calles, pasajes y explanadas de diseños complejos, con plazas, rinconadas, arcos triunfales, auditorios y bancas. “Hace sólo 220 años que se establecieron los europeos en Australia”, explicó Vivienne, “por eso no tenemos catedrales ni pirámides, la naturaleza hizo sus propias versiones. Para los aborígenes, estos mo-
numentos naturales son equivalentes a los hechos por el hombre de la civilización occidental y cada uno representa un hecho que ocurrió en la historia de la creación, la mitología indígena conocida en inglés como Dreamtime o época del sueño”. Teníamos que apresurar el paso, el fuerte viento era un alivio pero ya daban las nueve de la mañana y el sol retostaba las rocas. A pesar de ello, encontramos algo de vegetación que en ciertos sitios se espesaba, e incluso se volvió tropical. Al final de la barranca, escuchamos voces que emergían desde el fondo. ¡Y chapoteos! Un grupo de jóvenes en traje de baño trepaban por las rocas como cangrejos mientras soltaban risotadas, encantados con el eco que regresaban las altas paredes de la garganta. Con saltos no muy elegantes se tiraban clavados. Habían encontrado una gran piscina natural en la montaña del desierto, un oasis rocoso. Cientos de millones de años atrás, en una era tan caliente que no había hielo en los polos y en la que Australia formaba parte de la Antártida, la isla se había separado de ella y empezado a moverse hacia el Norte. En sus partes emergidas habían aparecido plantas propias de las selvas y las costas tropicales. Las que podíamos ver ahora eran hierbas y helechos desaparecidos en otros lugares, que se habían elevado junto con la cordillera y, a pesar de los calores de milenios, logrado sobrevivir aferrándose a las escasas fuentes líquidas: eran reliquias prehistóricas. La idea del agua nos acompañó mientras regresábamos a las rocas, el polvo y el estacionamiento. Con destino en Alice Springs, a 500 kilómetros de distancia, volvimos a esos caminos del centro de Australia que no terminan jamás y que suelen ser transitados por los “road trains” o trenes de carretera: un chasis convencional arrastra hasta 12 remolques de carga. Sólo vimos algunos que traían tres o cuatro (lo que nos exigió hacer rebases de 50 metros), pero el récord (de 2003) es de un road train con 87 unidades y 1235 metros de largo. En realidad, son muy pocos los vehículos que aparecen y, al extenderse por las planicies, las carreteras permiten una velocidad máxima de 130 kilómetros por hora. No es Alemania (ni son autopistas), pero corrimos sin obstáculos y con suerte, porque no golpeamos nada: quienes suelen pagarla son los canguros, emus, dingos y pequeños lagartos que entintan de carmesí profundo la arena roja que invade el asfalto. Son tantos que poco tiempo antes un escocés medio loco había vivido por años alimentándose de la carroña de la ruta.
LA NIÑA DE ALICE “Es extraño que un país que se ha construido pegándose a las costas y mirando al mar, piense en una inmensa y árida roca como su corazón”, dijo Té97
Aunque son los verdaderos dueños de la casa y viven ahñi desdehace 50 mil años, los aborígenes reciben el trato de primos pobres (arriba). En la brecha Simpson, las niñas se entusiasmaron haciendo fotografías, ¿acaso la señal de un talento innato?
moris. “La imagen que tenemos afuera de la manera de vestir australiana es traje de baño o bikini, lata de cerveza y tabla de surf. Por eso parece tan rara Alice Springs, capital del desierto. Sus habitantes alardean de que es la ciudad que, por estar en el centro de la isla, tiene el honor de ser la más cercana a todas las playas de Australia”. Si no es bonita, es interesante. Atravesada por un río polvoriento y seco, extensa, con calles anchas, centros comerciales y restaurantes de marcas famosas de comida rápida que la hacen indistinguible de otros pueblos rurales, sus peculiaridades empiezan a aparecer en las tiendas de recuerdos de viaje llenas de koalas y didgeridoos (un instrumento musical) y en las galerías de arte que exhiben las pinturas de punto aborígenes que se venden por millones de dólares en Nueva York y París. Otro elemento singular: las figuras oscuras que se reúnen en las esquinas, dejan botellas vacías en los parques y transcurren marginalmente al lado de la población caucásica. No se bajan de la banqueta cuando viene un blanco, esto está muy lejos del apartheid, pero tampoco parece que la ocupen con confianza. “Pienso en un lugar donde los vivos caminan sin percibir la presencia de los espíritus de quienes vivieron antes”, sintió Témoris. “Me da la impresión de que las dos comunidades coexisten sin mirarse”.
EL PARQUE DEL DESIERTO
En las afueras de Alice Springs, a unos 10 kilómetros y al pie de la cordillera MacDonnell, se encuentra el Parque del Desierto. Para quienes hayan visitado el zoológico Taronga de Sydney, el Parque es un alivio: limpio, sin multitudes ni animales desesperados, y pensado con el enfoque de un biólogo, no el de un vendedor. Es una gran exposición sin muros que explica la vida del Centro Rojo de Australia, que es obviamente mucho más que dunas. 98
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Ahí han recreado los tres tipos de hábitat que hay en este desierto: El más rico son los “woodlands” o bosque, hogar de los animales más grandes, el emu y el canguro rojo (a los que uno se puede aproximar sin rejas de por medio). El país de arenas o “sand country”, está moteado de spinifex, un arbusto puntiagudo característico, y da alojamiento a los thorny devils (“demonio espinoso”, un pequeño reptil de aspecto temible que todos nos queremos encontrar), lagartijas sin patas y termitas cons-
Los aborígenes constituyen casi 30 por ciento de la población local, aunque a nivel nacional no llegan al dos por ciento. Además, hay muchos habitantes transitorios: turistas, antropólogos, trabajadores de sanidad y un numeroso grupo de estadounidenses que manejan Pine Gap, una base de alta seguridad que monitorea satélites cerca del pueblo. Esto le da un aire cosmopolita: puede ser un pueblo del Outback, pero venden capuchinos en la calle peatonal Todd Street Mall, quinoa y hojas de limón kaffir en sus tiendas de delikatessen, y cocodrilo teppanyaki en sus restaurantes. “Casi ninguno de mis amigos es aborigen”, nos dijo j9, una escultora que vive desde hace seis años en Alice y es prima de Vivienne. “Es triste, pero así es como son las cosas aquí”. J9 Enseña arte en un campamento aborigen de la ciudad y una vez recorrió mil kilómetros de desierto en un camello como parte de una protesta contra un tiradero radiactivo en algún lugar del Outback. Con su perro, Gus, vive en una casa que ella misma construyó en el borde de la cordillera MacDonnell, otra sierra baja que cruza Alice Springs. Tiene una pequeña parcela repleta de verduras, una hamaca y una plataforma para poner un “swag” (una especie de colchón-saco de dormir que es parte de la imagen mítica del hombre del Outback) y pasar las noches mirando las estrellas. Maneja una vieja pick-up Toyota todoterreno, cuyo sistema de aire acondicionado está basado en ventanillas permanentemente abiertas y buena velocidad, y que nos prestó para recorrer la zona: era lo que nos faltaba de la experiencia del Aussie Outback, tener un contacto con el polvo y el sofocante clima seco del desierto todavía mayor, si cabe. “Todo este calor y esta mugre te hacen sentir como si viajaras al centro de la Tierra”, gritó Vivienne por encima del rugir del motor. Los aborígenes dicen que esa cordillera de entre 100 y 200 metros de altura es como una fila de orugas gigantes: a lo largo de millones de años, los cambios climáticos y la erosión la han partido en fragmentos separados por rajaduras que van de tres hasta 100
tructoras de torres. Los ríos del desierto o “desert rivers” están secos en la superficie, pero muy abajo en las profundidades conservan una humedad de la que se impregnan las poderosas raíces de los eucaliptos y que permite vivir a numerosas especies de aves, entre ellas las cacatúas. Gracias a ello, desde el aire podemos ver sus cauces secos pero verdes. Además, el parque tiene una casa nocturna en la que es posible observar la gran cantidad de criaturas que pueblan el desierto tras el
ocaso, y de las que nosotros apenas sospechamos: wombats, zorros voladores (un tipo de murciélago), búhos y muchos otros.
metros, y cada uno de ellos sería una de las superorugas. Fuimos a una de ellas, la Brecha Simpson, donde los riscos desaparecen para abrir una hermosa poza rodeada de eucaliptos ceniza blanca, el hogar de una colonia de wallabies pies negros (un marsupial pequeño tipo canguro). Ahí jugaban críquet varios chicos aborígenes. Dos niñas que trepaban por la pared rocosa empezaron a gritar “¡foto, foto!” e hicieron signos de V con los dedos. Otra muchachita empezó a tomar imágenes de nosotros con la cámara que tomó prestada de Témoris. A Vivienne le gustó: “A veces me siento como una voyeur haciendo fotos de los lugareños. Ahora, los roles se invirtieron: ellas están mirando y nosotros somos los mirados”. Otra pequeñita se inclinó para acurrucarse contra Vivienne y empezó a captar imágenes de ambas juntas. Tomó las manos de la mujer en las suyas, tocó su reloj, su piel. “Traté de imaginar lo que ella pensaría sobre mi vida en México, pero no pudo”, diría Vivienne después. “Traté de imaginar mi vida si yo fuera ella, me estremeció la realidad de lo que espera adelante: pobreza, abuso sexual, alcohol, violencia, desempleo. Y un sentido de comunidad, de tradición, de pertenecer a un lugar del que sólo puedo ver destellos”. “Aunque pertenecíamos a mundos distintos, en ese momento estábamos en la misma foto y las dos sonreíamos. Para ella, yo probablemente era sólo otra turista blanca. Pero su imagen se va a quedar conmigo: sus grandes ojos sonrientes, su cuerpo pequeño y ligero como el aire, su cabello de oro, decolorado por el implacable sol del centro de Australia. Cuando llegó el momento de irnos, me di vuelta para decir adiós, pero su atención ya estaba en otra cosa, desinteresada en mí, y creo que no me vio irme”.
LOS PRIMOS POBRES Al día siguiente j9 nos llevó al campamento aborigen donde trabaja, una colección de casuchas de ladrillos rojos en las afueras de Alice. Sobre el pasto seco había esparcidos juguetes infantiles rotos, zapatos viejos, latas de cerveza, botellas de vino vacías y basura de todo tipo. Habían sacado colchones a los que se les desparramaba el relleno y sobre los que algunos jóvenes dormitaban, probablemente aguantando la resaca. En la reja de la escuela, un letrero pintado a mano advertía: “No se permite borrachos ni esnifadores (de sustancias) en las cercanías”. Es un aspecto que no aparece en los folletos turísticos. De hecho, la mayoría de los aussies nunca llega a ver las comunidades indígenas de las afueras de sus ciudades. Es una situación triste y compleja. Desde el principio, a los colonizadores les asignaron tierras que ya tenían dueños, aunque las leyes blan-
cas no lo vieran así. El nomadismo de los aborígenes permitió a los europeos declarar que no existía un sistema de propiedad previo. Tomó casi dos siglos que se admitiera que eran seminómadas: cada tribu tenía un ciclo anual de migración por zonas delimitadas y respetadas por las demás tribus. Después encontraron cercas en su camino y hombres armados para quienes asesinar a los negros era como matar perros. Más tarde, el gobierno estableció una política oficial de secuestro de los niños aborígenes para que fueran educados en instituciones blancas. Esto sólo terminó en 1969. Los despojaron de sus tierras, rompieron su modo de vida, destrozaron sus familias y los obligaron a someterse a un sis-
“El Críquet fascina a todos los niños. Es más fácil que el rubgy o el futbol; sólo hacen falta bola, bate y wicket, y no hay riesgo de que te rompan el cuello( Arriba). A nuestras amiguitas (abajo) también les gustaba estar del otro lado de la cámara”.
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“Y no sólo eso: tienen vocación natural, como vemos en la foto en la que una nena posa como modelo en la playa. A la izquierda aparece la escuela a la que asiste, donde no quieren borrachos ni drogadictos cerca. Arriba está J9, en el porche de la casa que construyó con sus manos, y a su derecha, el amable Gilbert.
BUEN VIAJE Para saber
Antes de llegar Con excepción de los neozelandeses, todo el
un vehículo es casi irrenunciable. Avis y Hertz tienen oficinas en Alice Springs y en Yulara y permiten recoger el coche en una de ellas y dejarlo en la otra. Todas las carreteras que uno necesita recorrer en esta aventura están perfectamente pavimentadas y señalizadas. Sin embargo, existen numerosos caminos que pueden atraer al visitante y que requieren un vehículo todoterreno, en particular la Meerenie Loop, una interesante ruta a través de tierras aborígenes (hace falta un permiso que cuesta tres dólares) que además ahorra unos 200 kilómetros en el viaje entre King’s Canyon y Alice Springs.
mundo necesita visa para entrar en Australia. Es posible hacer la solicitud en línea pero los nacionales de países latinoamericanos tienen que acudir directamente al consulado. La de visitante tiene un costo de 70 dólares y hace falta demostrar ingresos suficientes para ir y regresar.
Llegar al Centro Rojo de Australia desde América Latina no
LOS DUEÑOS DE LA CASA
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es tan complicado. Para ir desde México y América Central, hay que volar a Los Ángeles y tomar ahí el directo a Sydney. Si se sale de Santiago de Chile o Buenos Aires, hay que cambiar aeronaves en Auckland, Nueva Zelanda. Desde Sydney, Melbourne, Adelaide, Brisbane y Perth hay vuelos que llegan en menos de dos horas a los aeropuertos de Alice Springs (más frecuentes) y Yulara.
El resort de Yulara,
ideal para visitar Ulurú y Kata Tjuta, abusa descaradamente de su posición para cobrar precios irracionales por habitaciones regulares. La única y solitaria alternativa está a 100 kilómetros (que uno recorre en 45 minutos), en la pintoresca estación ganadera de Curtin Springs, donde uno puede enterarse de la historia de sus primeros ocupantes,
Aunque hay tours organizados, la flexibilidad
y el placer que permite alquilar
Libro de consulta
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Hacia Darwin 1485 km y Arroyo Tennant 505 km
Aileron
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Camino Local Tilmouth
Escala aproximada en Kilometros El mapa no esta a escala real
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Carretera Plenty Gemtree 32 55
Aeropuerto
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Gasolinería Gas LP
Banco Rojo Gorge 71
Mirador
Ormiston Gorge Ochre Pits
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Caminos Pavimentados Carretera Stuart
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Parques y Reservas
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Kings Creek Station
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Camino Ernest Giles
Pozo Stuarts
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Hueco Ruby Río Ross N’Dhala Gorge
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Santa Teresa
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Valle Arcoíris
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Uluru-Kata Tjuta Parque Nacional
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Curtin Springs
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Carretera Lasseter
CARRETERA STUART
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Kata Tjuta (Las Olgas)
Trephina Gorge Roca Corroboree
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Crater del Meteorito Henbury
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Cavernas Ewaninga
Agujero Boggy
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Huecos Emily & Jesse
ALICE SPRINGS
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Owen Springs
Cueva Wallace 104
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Hermannsburg
Parque Nacional Finke Gorge
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Camino Namatjira
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Palm Valley
Watarrka Kings Canyon Kathleen Springs
Kings Canyon Resort
Glen Helen Gorge
Loop
Parque Nacional Watarrka
Distancias de los caminos en km.
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Gran agujero Hueco Serpentine del arroyo Simpsons Gorge Ellery Standley
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Terracería
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Ruta tur
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Parque Nacional MacDonnell del este
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Mt. Ebenezer
Centro de Lambert
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Uluru (Ayers Rock)
Mirador Mount Conner
Hacia Adelaide 1549 km y Coober Pedy 692 km
150 años atrás, quienes podían no ver a otros blancos en años (a los aborígenes no los contaban) y agraciados por el gobierno que les dotó, sólo para empezar, de 500 kilómetros cuadrados de tierras (que pertenecían a las tribus, pero eso no importaba). Por 80 dólares, a uno le dan un cuarto que haría dudar a un espartano, así que conviene tomar las habitaciones de 160. El resort de King’s Canyon no es tan caro como el de Yulara y además ofrece un privilegio insuperable: tiene piscina.
Si se viaja en coche,
cuidar los detalles es cuestión de vida o muerte. Cuando estuvimos
más información
Australia esencial
foto: crédito de foto va aquí
“El tema de estar en el desierto, donde la amenaza de morir flota siempre alrededor de ti, es que te hace sentir muy viva”, dijo Vivienne en el avión a Melbourne. Mirábamos por la ventanilla: inmensos lagos salados resplandecían en contraste con el marco de diversos oscuros, del carmesí y el ocre pálidos a sus tonos más quemados por el sol, y más atrás, con la curva azul de la esfera terráquea. Los cauces de los ríos secos parecían estrías en un cuerpo maduro que subrayaban la edad y el carácter de esa región geológica, que compite por ser la más antigua de las tierras emergidas, y se extendían como arañas de largas patas por la tostada paleta de colores. “El tema del desierto es que la gente piensa que allí no hay nada y que nada sobrevive”, replicó Témoris, “pero está lleno de vida”. Habíamos visto el impresionante Parque del Desierto en Alices Springs, con una gran variedad de habitantes: pájaros multicolores, pequeños insectos y lagartos color arena, roedores y wallabies, serpientes y canguros, más cientos de especies de plantas. El desierto es una declaración de la persistencia de la vida, de su variedad y su adaptabilidad a las circunstancias, un ejemplo de evolución. Ochenta por ciento de los aussies viven pegados a las costas, pero el centro del país, su núcleo geográfico y espiritual, es el desierto. Ahí es donde uno se puede dar cuenta de la vastedad del continente, de la extrema dureza del medio ambiente, la antigüedad de la tierra y su gente. Ulurú es una abuela severa; Kata Tjuta, una tía bonachona; en King’s Canyon, una antigua y poderosa cultura se esconde bajo cúpulas y en Alice Springs malviven los primos pobres que, por cierto, son los verdaderos dueños de la casa. Ahí están las huellas del origen y de los problemas de la isla-continente. Su mirada es oceánica. Pero no es posible entender Australia sin el Centro Rojo, sede infinita de su corazón.
Camino Luritja
tema social que les resulta totalmente ajeno. Hoy, tienen una esperanza de vida 20 años menor que la de los blancos. Al marcharnos del campamento llevamos a varios chicos a otra poza en la cordillera. Con nosotros iba Vincent, un melbourniano que enseña a la comunidad cómo hacer video. No podíamos saber si alguno de los muchachos tenía talento para la imagen, pero mientras ellos jugaban, una nena posaba sobre la orilla lodosa como modelo en la playa. Cuando Gilbert, un sonriente aborigen de 25 años que venía con su familia, escuchó que Témoris es mexicano, se emocionó: había visto los filmes Desesperado y Érase una vez en México, sin conocer nunca a alguien originario de dicho país. Entonces, Vincent le propuso hacer unas entrevistas de práctica: en primer lugar Gilbert le haría las preguntas a Témoris y después a la inversa. En su turno de responder, dijo que le desagradaba Alice Aprings y prefería regresar a su comunidad, Hermannsburg: “Hay mucho alcohol y mucha violencia, no quiero eso para mi esposa y mi hija”. 100
Las moscas son tan abundantes que pueden volver loco a cualquiera. Después del primer día, todos corren a la tienda a pedir un ‘flynets, please’”.
Kulgera Roadhouse
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Finke
Old Andado
Portal turístico del gobierno australiano: www.australia.com Portal turístico del gobierno de Northern Territory: en.travelnt. com Parque Nacional Ulurú-Kata Tjuta: www.environment.gov.au/parks/ uluru/ Agencia de turismo de la tribu anangu, dueños tradicionales de Ulurú y Kata Tjuta: www.ananguwaai.com.au Parque Nacional Watarrka (King’s Canyon): www.travelnt. com/en/search/product-detail. aspx?product_id=9000197 Portal turístico de Alice Springs: www.tourism.thealice.com.au Página del Parque del Desierto de
allí, en la prensa apareció una nota acerca de una pareja que se quedó sin gasolina en un camino poco transitado (la mayoría lo son) y murió de sed mientras esperaba que pasara alguien para ayudarlos. No es un suceso inusual. Entre cada estación de servicio (que suelen tener tienda y, a veces, pub) puede haber hasta 100 kilómetros. Hay que tener siempre el tanque lleno y muchas botellas de agua. Es indispensable conseguirse un mapa donde vengan marcadas dichas estaciones. Avis y Hertz los proveen. Otro aditamento necesario: una red antimoscas para la cara (flynet). Necesarísimo.
Alice Springs: www.alicespringsdesertpark.com. au Página sobre culturas aborígenes del Museo Australiano: www.dreamtime.net.au/index.cfm National Indigenous Times, periódico sobre temas aborígenes: www.nit.com.au Discurso del primer ministro australiano, de febrero de 2008, en el que pide formalmente disculpas por los abusos cometidos contra los aborígenes australianos con la política gubernamental conocida como “Generaciones Robadas”. Fue un momento de suma importancia en la historia reciente del país: www.pm.gov.au/media/ speech/2008/speech_0073.cfm 101