El Sistema Reformista Y Sus Falaces Soluciones

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El SISTEMA REFORMISTA Y SUS FALACES SOLUCIONES

Lo siguiente es producto de un análisis detallado elaborado como respuesta ante los reformistas y sus falaces soluciones. El texto, bastante largo, pero de fácil lectura y comprensión tiene el objetivo principal de desenmascarar de una vez y por todas el engaño que implica el reformismo. INTRODUCCIÓN:

Con “Sistema Reformista y sus Falaces Soluciones” no queremos significar sistema capitalista ni sistema marxista. El sistema capitalista, basado en la libre empresa, según el principio de “dejar trabajar, dejar hacer”, condujo a la acumulación y concentración de capital, creando profundas diferencias entre clases, a lo cual también contribuyeron ampliamente los sistemas feudal y burgués. El capital se acumuló así hasta que empezó su clara decadencia. El marxismo surgió entonces como una reacción a la decadencia del sistema capitalista, opresor de las clases más pobres, que constituían la mayoría de la sociedad, ya que la riqueza había sido monopolizada por una minoría: la clase dirigente. Entre ambos sistema persiste uno peor tan indeseable como el capitalista que oculta y duerme en nombre de una supuesta “disciplina” los peores vicios del capital: El sistema reformista! EL SISTEMA REFORMISTA:

Se trata de un sistema sin una base ideológica sólida o coherente que no han sabido escoger una ruta radical entre los otros dos sistemas (capitalista y marxista) y que tampoco ha adoptado una solución alternativa. Con la excepción de los países capitalistas, que son sencillamente colonias del capitalismo occidental, y de los países que han adoptado el marxismo, el resto del mundo cuenta con sistemas erróneos, con este tipo de sistema reformista en nombre de un supuesto “humanismo”. Es así como se han adoptado una “solución intermedia” dentro de una serie de soluciones contradictorias y no científicas que utilizan como sedantes para los problemas que necesitan en realidad respuestas drásticas. Es probable que el mayor peligro para estos países sea la certidumbre de haber encontrado la solución adecuada al haber preferido este método engañoso para tratar sus problemas políticos, económicos y sociales. Cuando se examinan los componentes de estos sistemas y su estructura política y económica, puede constatarse su duplicidad. Sin embargo, este doble proceder no puede durar eternamente porque si su situación se deteriora y si la tendencia reaccionaria gana terreno, están condenados a volverse capitalistas abiertamente. El Egipto de Nasser, por ejemplo, que constituía un modelo para ser imitado por los regímenes reformistas contemporáneos, se ha vuelto derechista. Este país tenía un sistema progresista y emancipado, pero su estructura económica y política era decididamente reformista y falaz en los campos de la agricultura y la industria, en la utilización del capital, así como en la distribución de la producción. La ausencia de una solución política radical llevó a la deterioración de la situación después de la muerte de Nasser. El Estado se volvió capitalista, dominado por una clase capitalista y las fuerzas explotadoras locales respaldadas por el capital extranjero al que se habían aliado.


Si no se encuentra una nueva solución radical, que no sea capitalista, el Estado reformista que haya adoptado un método embaucador deberá convertirse en un Estado capitalista abiertamente ya que la inestabilidad entre las dos soluciones y la duplicidad no pueden durar mucho tiempo; es allí donde los revolucionarios auténticos deben jugar un gran papel. TIPOS DE SOLUCIONES FALACES

Los reformistas tratan de dominar y resolver los problemas adoptando soluciones intermedias entre el capitalismo y el marxismo sin dar la preferencia abierta ni a uno ni al otro. Tomemos un ejemplo en el campo de la agricultura: Los sistemas reformistas no aceptan un sistema feudal en lo absoluto, pero no proponen una alternativa que represente una solución radical: mantienen el sistema feudal, pero de manera menos rígida, debilitándolo en menor o mayor escala, limitando, por ejemplo, las propiedades de los terratenientes a superficies máximas, o a veces mínimas, pero el problema subsiste porque las cifras dadas son cambiantes. Algunos fijan estos límites a de 100 o 1000 hectáreas como máximo, convencidos de que la legislación es capaz de imponer y preservar el respeto de dichas cifras para siempre. No obstante, olvidan que las mismas leyes de los Estados reformistas no son estables ni blindadas de ninguna manera. A menudo, cuando cae un régimen, su sistema legislativo desaparece con él (cuando no es enmendado por las mismas personas que lo establecieron). Así pues, en Egipto, la propiedad de la tierra se fijó a un mínimo de 5 y un máximo de 50 hectáreas. El límite mínimo previo era de 200 hectáreas. En cuanto al capital y a los capitalistas, aquí tenemos un buen ejemplo de las tentativas que conducen a soluciones falaces: En la ex-Yugoslavia, los empleadores particulares no podían emplear a más de 5 trabajadores. Si sobrepasaban ese límite, su empresa era nacionalizada porque entonces eran considerados como explotadores. El resultado es que el Estado limitaba la propiedad y los beneficios de las participaciones de firmas nacionales y cooperativas de consumo, lo cual condujo al monopolio estatal ciertos artículos que son importados y vendidos bajo la supervisión del gobierno por ser considerados esenciales para la población del país y con los que, en consecuencia, no debe especularse. Sin embargo, estas medidas no fueron suficientes. El gobierno no puede terminar con la especulación ejerciendo monopolios de ciertos productos y supervisando su venta. Muy por el contrario, la especulación se intensifica bajo la hegemonía de lo que se conoce como el “sector público”. El problema de la especulación de productos y artículos esenciales no puede resolverse mediante decisiones gubernamentales, sino con la construcción de una sociedad nueva, sobre sólidas bases económicas socialistas de verdad que eliminen toda posibilidad de especulación. Por lo tanto, es necesario abolir el comercio particular, de manera que nadie pueda servirse de él para dominar a las masas populares. Esta forma de comercio es en realidad la causa principal de la explotación de la sociedad y, por ello, debe ser remplazada por circuitos de comercio populares, controlados y supervisados por el pueblo, en los que el


mismo pueblo vende al pueblo los productos al precio del costo. La especulación desaparecería entonces inmediatamente porque ya no existirían comerciantes que aumenten los precios a su antojo causando una verdadera hemorragia de riqueza de la sociedad y volviéndose más y más ricos, hasta llegar a ser dueños del destino de sus clientes. La mayoría de comerciantes exhiben en los muros de sus negocios licencias otorgadas por el Estado que les permiten ejercer estas perniciosas actividades y disponen de mostradores en los que anuncian los precios de sus productos, pero tanto las licencias como los anuncios son causa de decepción porque, aunque estén obligados normalmente a publicar el margen de beneficio permitido por ley, se sirven de ellos para realizar ganancias ilimitadas. Nadie puede mantener a los comerciantes dentro de los límites legales de beneficios, ni siquiera los consumidores, que son incapaces de emprender una acción cualquiera contra los precios de los artículos, incluso si son ellos quienes los pagan con su sudor. “En la libertad radica la necesidad”. La demanda de artículos de primera necesidad es tan grande, que los consumidores están obligados a comprarlos a cualquier precio. Cuando hablamos de beneficios limitados, no tratábamos de justificarlos de ninguna manera, pues sólo son un robo, una forma legal de robo respaldada por una licencia de comercio. Aun cuando el gobierno interviene para imponer su monopolio de ciertos productos considerados vitales para la población, a fin de evitar la especulación, los consumidores siguen sufriendo la especulación de otros productos, cuando los comerciantes no llegan a extender sus prácticas a los que están monopolizados, como casi siempre es el caso. Supongamos que una sociedad dada necesite diez productos de consumo, cuatro de los cuales están monopolizados por el gobierno y el resto dependiente de circuitos de comercio particulares. Estos últimos aumentarán invariablemente sus precios o retirarán los productos del mercado para disminuir la oferta e incrementar la demanda. Puede afirmarse que este tipo de sociedad ha optado por una solución engañosa porque nunca podrá terminar con la explotación, por más que ejerza controles rigurosos de precios de los productos comercializados por los circuitos privados. Los comerciantes particulares especularán siempre con estos productos, recurriendo al mercado negro si fuera necesario. De manera similar, una sociedad que permite a los empleadores utilizar la fuerza laboral como lo deseen, propicia la división de clases, la aparición de amos y esclavos, de empleadores y trabajadores, explotadores y explotados. Estas relaciones, caracterizadas por la opresión y la explotación, están disfrazadas por reformas engañosas que, supuestamente, deben hacerlas menos intolerables. Para ello, se promulgan leyes a fin de evitar que los empleadores despidan a los obreros arbitrariamente, pero cuando éstos rechazan un tal sistema social que propicia la coexistencia de amos y esclavos, de empleadores y empleados, cuando ya no les satisfacen las reformas superficiales incapaces de terminar con la explotación y la esclavitud, se adoptan nuevas leyes para aumentar los sueldos y establecer nuevos límites de salario mínimo. Tales son las medidas artificiales que toman sistemáticamente los gobiernos que se consideran “revolucionarios” y “progresistas”. Cada vez que fijan nuevos salarios mínimos declaran haber hecho un milagro, pero inmediatamente se ven confrontados con otras demandas de los trabajadores que buscan constantemente preservar sus derechos. Así, una y otra vez, los gobiernos aumentan los salarios mínimos para evitar violentos


conflictos, pero todo es en vano pues los trabajadores siguen reclamando sus derechos sin llegar por ello a un final feliz en su lucha por justicia. ¿DE DONDE VIENE EL BENEFICIO?

Cuando un obrero trabaja 8 horas, su empleador le roba 4 horas, que él llama “beneficio”, dándole tan sólo la producción de las otras 2 horas. A pesar de la naturaleza evidente del perjuicio ocasionado a los trabajadores, los embaucadores sistemas reformistas recurren a medidas que ofrecen al obrero una participación en los beneficios de los artículos que produce. De esta manera, en lugar de robarle 4 horas, el empleador roba al obrero solamente 3. Resulta obvio que esta es una falsa solución que no tiene ninguna consecuencia positiva en la lucha por los derechos de los trabajadores. Esta lucha continuará hasta abolir todas las formas de robo (plusvalía) de los esfuerzos de los obreros, es decir hasta que se eliminen totalmente a los empleadores y que el productor sea realmente el consumidor de sus productos. En el mismo orden de ideas, las legislaciones que, supuestamente, impiden a los empleadores despedir a sus obreros no tienen ningún sentido pues sólo son palabras escritas en un papel desde el momento en que los empleadores siempre pueden encontrar pretextos legales para deshacerse de su fuerza laboral en cualquier momento. Por ejemplo, cualquier empleador que desea legalizar la clausura de su fábrica puede recurrir al truco de la bancarrota, declarando que no está en posición de cumplir con sus obligaciones financieras. También puede pretextar que desea cambiar el tipo de actividad de su empresa. Cuando éste es el caso, los trabajadores no tienen más remedio que retirarse y enfrentar el desempleo, aceptando la voluntad de una sola persona –la que los había contratado- que luego decidió cambiar de situación por su propio bien. Si los trabajadores se niegan a abandonar su trabajo o si deciden ocupar la fábrica, poniendo al descubierto las mentiras del empleador, el gobierno capitalista interviene, según las leyes en vigor en el país, para desalojarlos y reforzar la decisión del empleador o por el contrario la compra (“nacionaliza”) para que el Estado a su vez, sea el nuevo patrón. Las leyes adoptadas para limitar la propiedad y fijar los límites de la renta mínima no tienen ni tendrán sentido mientras se permita la existencia de actividades de explotación humana. Del mismo modo, los impuestos sobre las rentas particulares, llamados impuestos progresivos, cuya finalidad es limitar las rentas de cierto sector de la sociedad y disminuir la diferencia entre las diferentes clases económicas, no tienen ninguna utilidad porque las actividades de explotación económica no pueden sufrir restricciones. No existe una ley que pueda mantenerlas dentro de los límites de un sistema dado. Recurriendo a esta larga serie de leyes, los citados sistemas se revelan embaucadores e ineficaces, pues han fracasado en la solución de los problemas esenciales de la sociedad al tratar de limitar la propiedad, las rentas y los salarios y tampoco han tenido éxito en sus intentos de resolverlos mediante la reglamentación del empleo, el establecimiento de sistemas de participación de beneficios o la creación de cooperativas de verdad populares para comercializar los productos de consumo. Ninguno de estos métodos merece ser considerado como solución ya que representan falaces tentativas reformistas que, apenas adoptadas, se convierten en fracasos. Los problemas son paliados durante un cierto


tiempo, pero siempre regresan más agudos que antes. En realidad, las cooperativas de consumo solamente son mercados ordinarios. Se trata de agrupar un determinado número de personas que instalan un negocio dirigido por ellas mismas mientras que las otras continúan dentro del sistema tradicional. La cooperativa realiza beneficios gracias a los consumidores, por lo que debe ser considerada como un negocio particular que explota al consumidor bajo un disfraz y que no puede resolver en absoluto el problema de la explotación en el campo del comercio o de cualquier otra rama. Cuando los reformistas establecen compañías nacionales de participación (las famosas empresas mixtas), hacen una amalgama de capital público y capital privado y la finalidad que persiguen es ejercer una limitada hegemonía por sobre el sector privado para aliviar su tiranía, pero estos intentos nunca tienen éxito porque son simples remedios pasajeros que nunca remplazarán las soluciones radicales y de provecho social y por ende popular. LA ABOLICIÓN DEL CAPITALISMO

La existencia del capitalismo, ya sea nacional o extranjero, privado o gubernamental, es un problema que amenaza el progreso de la sociedad. La única solución adecuada y radical es pues la abolición del capitalismo en todas sus formas. En realidad, no hay diferencia entre las varias formas de capitalismo, entre los empleados contratados por un empleador particular o por un gobierno reformista: todos sufren las mismas condiciones difíciles y la explotación, todos reclaman la mejora de su situación, el aumento de sus salarios y la disminución de las horas de trabajo, todos se oponen a la administración, hacen huelgas, demostraciones, etc. La persona que trabaja para una compañía privada o la que está empleada en una compañía del Estado se encuentra en la misma situación que la primera. Por eso es que la dualidad del capitalismo de clases y el capitalismo estatal o la coexistencia de un sector público y un sector privado es una falsa solución, un engaño más. Esta coexistencia cae en el capitalismo ordinario que realiza actividades económicas ilimitadas. Las grandes compañías absorben las pequeñas y pronto surgen monopolios capitalistas no declarados, pues las pequeñas empresas no pueden oponer resistencia a las más grandes: la naturaleza propia de cada una hace imposible su coexistencia. Asimismo, la coexistencia de un sector público y de un sector privado es imposible porque, tarde o temprano, uno de ellos debe absorber el otro y suprimirlo para siempre gracias al principio de la competencia y a la lucha capitalista que surge cada vez que se trata de distribuir los campos de actividades entre los dos. Las tentativas de solución llevadas a cabo por los reformistas están condenadas al fracaso. La participación de los trabajadores en los beneficios y la administración de las empresas, la reducción del tiempo de trabajo, el establecimiento del salario mínimo, el control de precios de los artículos comercializados por circuitos privados son todas tentativas falaces que no podrán tener éxito ni teórica ni prácticamente. De vez en cuando, escuchamos la siguiente frase en muchos países reformistas: “Los comerciantes abusivos serán severamente sancionados”. Esta honesta y legítima reacción es el resultado de la opresión y la injusticia que sufre el pueblo por parte de los comerciantes particulares y sólo podrá ser satisfecha mediante la supresión y la violación de los principios de la economía socialista colectiva. Pero por el contrario, cuando este


tipo de actividad es aceptado, los consumidores, urgidos por sus necesidades, no pueden sino inclinarse ante la explotación y esta única reacción posible va en detrimento de sus propios intereses; incluso cuando están plenamente concientes del perjuicio que les causa tal conducta, sólo pueden reconocer que están indefensos frente a una situación en la que la explotación no es solamente permitida sino también legal. Cuando uno se encuentra en la necesidad, no es libre de decidir ni de escoger puesto que “En la libertad radica la necesidad”. Uno se ve obligado por esta necesidad a inclinarse ante la explotación ejercida por los otros; es decir, se acepta. Por ejemplo: Supongamos que Ud. necesite urgentemente una porción de tierra que pertenece a otro y que el precio impuesto por el gobierno sea de 1 dólar por metro cuadrado. El propietario rechaza este precio y decide poner en venta su terreno en el mercado negro, a través del cual puede obtener una mayor ganancia. ¿Aceptaría Ud. comprar en estas condiciones? Los que tienen verdadera necesidad siempre aceptan y se inclinan sistemáticamente ante tales métodos de explotación, rindiéndose incondicionalmente, obligados por la presión que los otros ejercen sirviéndose de sus necesidades vitales. Una vez que la tierra se ha repartido entre un determinado número de capitalistas, los intentos para fijar un precio de venta se vuelven una farsa ridícula. Mientras que un individuo o un grupo de individuos puedan apropiarse de la tierra, la solución a este problema no podrá ser la simple limitación de la propiedad. Mientras el capitalismo esté permitido, resultará imposible que sus diferentes formas coexistan o que las condiciones impuestas por la ley constituyan una respuesta factible. Al propiciar la coexistencia de empleadores y trabajadores, cualquier ley que pueda promulgarse no será sino la legalización de una relación de amo y esclavo, un simple remedio pasajero que, a pesar de su pomposa apelación (tentativa reformista), nunca remplazará la solución radical. Los gobiernos reformistas nunca podrán estar en posición de efectuar medidas radicales porque el sistema político en que reposan es falso. La mayoría de gobiernos que prevalecen actualmente en el mundo son reformistas y, en consecuencia, falaces. No hay duda de que trataron de reformar y mejorar las cosas, pero todos sus esfuerzos se realizaron en un marco que hace necesarios el sofisma y la decepción. Se trata pues de sistemas temporales condenados al fracaso que viven de prácticas explotadoras y arbitrarias porque están obligados a hacerlo así. Esto quiere decir que están motivados por el engaño o la falta de sinceridad para tratar los problemas sociales, porque su principal debilidad reside en su falta de visión revolucionaria científica. El hecho es que no proponen una alternativa para remplazar el capitalismo que supuestamente rechazan y contra el que incluso lucharon. No les queda otro camino que probar soluciones poco satisfactorias una tras otra y oscilar entre diferentes tendencias y reformas superficiales y, en caso de fracaso total, estos gobiernos reformistas se convierten a menudo, bajo cuerda, al capitalismo puro y salvaje. La única salida, la única posibilidad que les queda para escapar de la caótica situación en que se encuentran a causa de la ineficacia de sus soluciones, es descubrir la alternativa frente al capitalismo o ser derribados de un plumazo por una revolución popular y socialista.


La crisis que existe en la dialéctica capitalismo-reformismo es innegable. El capitalismo fracasó en su búsqueda por resolver los problemas de la humanidad y sus malestares crónicos, llevando, en cambio, al establecimiento de un sistema decadente de explotación. Igualmente, el reformismo, que se erigió como reacción al sistema capitalista, pero que tampoco aportó algo nuevo, aparte de ser un sistema estéril que elimina toda posibilidad socialista de verdad para implantar la dictadura del capital con cierto maquillaje definitivamente. ¿Pero por qué definitivamente? ¿No se afirma acaso que el pueblo manda? El problema es que esto parece imposible si el camino que debe conducir a dicho desenlace es el reformismo. Por eso es que seguimos rechazando la dictadura impuesta desde arriba que considera cualquier desafío a su dominación como un retroceso hacia el capitalismo y la burguesía y lo reprime verbalmente con epítetos de “indisciplina”, “dogmatismo” e incluso “traición”. Entiéndase que el reformismo nunca tendrá confianza en la totalidad de las masas mientras que el capitalismo siga impuesto como sistema económico. Así, las masas populares se verán privadas de la participación verdadera. Los sistemas reformistas, no pueden vacilar eternamente. Están obligados a inclinarse por las tendencias izquierdistas y volverse marxistas o por las derechistas y convertirse al capitalismo reaccionario abiertamente. Los que no creen en el marxismo no lo hacen sencillamente porque se han dado cuenta que esta teoría conduce a un cambio real y no puede ser una solución válida en contra de los beneficios oportunistas (económicos y politiqueros) de los reformistas. No se puede tolerar este tipo de dictadura y hacemos un llamado a todas las masas populares para que practiquen la democracia directa de manera efectiva, creando el Poder Popular. Asimismo, rechazamos la tendencia burocrática que permite al gobierno reformista monopolizar la riqueza e invertirla a su antojo, sin tomar en cuenta la voz del pueblo, o en programas que nunca han sido aprobados desde las bases. LA SOLUCIÓN

La única manera de escapar al sistema capitalista decadente y retrógrado; la única forma de salir del círculo vicioso de los sistemas reformistas, burocratistas sin pies ni cabeza es ir más lejos de la tendencia engañosa. Tenemos que deshacernos de la duplicidad de los reformistas y encontrar las soluciones directas y radicales a nuestros problemas crónicos con más socialismo y participación real de las masas en las tomas de decisiones.


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