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ESPACIOS URBANOS
from VEL 157
by Pedro Teruel
interior de la Sinagoga del Castillo. Mención aparte merecen los bordados en sedas y oro de las diferentes Cofradías de Semana Santa, aspirantes al reconocimiento universal por la
UNESCO. Desde 1982 se viene celebrando en Lorca FERAMUR, la Feria de la Artesanía de la Región de Murcia, siendo una de las más reconocidas e importantes de España. En 1988 se abrió en la calle Lope Gisbert el primer Centro para la Artesanía de la Región de Murcia con artículos de exposición y venta. Lorca es el segundo municipio de la Región con mayor número de empresas artesanas tras Murcia, en su mayor parte autónomos, siendo los sectores del barro, textil y del metal los más destacados. Una parte muy significativa de estas empresas estaban situadas en el Barrio de San Cristóbal, antes núcleo industrial y artesano de la ciudad, que concentraba en sus calles los principales talleres que surtían de productos muy variados a la población local y comarcal. El paso por este lugar de la antigua carretera general suponía una ventaja para la venta y comercialización de los productos, siendo muy visibles aquellos destinados a la decoración, los de uso cotidiano, o aquellos que llamaban la atención a los forasteros y adquirían como «souvenirs» en aquellos años en los que se iniciaba la actividad turística. De estos establecimientos, en unas pocas semanas cerrará sus puertas la última cacharrería que ha existido en la bajada del Puente del Barrio de San Cristóbal, la que fundó en 1897 Isidro Hernández Lario, ahora en liquidación. Con ella se cierra una página importante de la historia de Lorca. Por ello vamos a dedicar el artículo de este mes a la importancia que la artesanía ha tenido en nuestra ciudad y en el Barrio de San Cristóbal en particular.
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FOTOS de arriba a abajo.
- Panorámica del Barrio de San Cristóbal (1963). Ed. Escudo de Oro.
- Exposición de alfarería típica en Ctra. Murcia (1965). Ed. Pergamino.
- Colección de cántaras y botijos.
Durante el periodo andalusí, Lorca era una importante ciudad desde el punto de vista comercial y artesano, situándose alrededor de la actual iglesia de Santa María (donde la antigua mezquita mayor) un zoco donde se comercializaban los productos de la comarca (tejidos de seda, productos de cuero y una rica y variada alfarería cuyos hornos se ubicaron a extramuros del núcleo urbano). Durante el periodo de la Reconquista, en la ciudad se produjo una fuerte ruptura que despobló campos enteros ante las continuas amenazas bélicas frente al reino de Granada, decayendo fuertemente la actividad comercial, especialmente tras la expulsión de los mudéjares, limitada ahora al abastecimiento urbano. Pese a ello fueron cuatro los sectores que subsistieron en Lorca, muy relacionados con su funcionalidad fronteriza: el relacionado con la construcción y reparación de torres, murallas y viviendas; la producción de armas, lanzas y espadas con la presencia de herreros y armeros principalmente; productos domésticos, pues numerosos ceramistas cocían barro a las orillas del río en el arrabal de San Cristóbal para elaborar sus botijos, platos y vasijas; y el sector del vestido y el calzado, que constituía el grupo mayoritario.
Tras la conquista de Granada desaparece la frontera y el peligro medieval, produciéndose un proceso de expansión demográfico y económico que provoca un notable crecimiento en la demanda de productos por parte de las clases privilegiadas. La ciudad crece, se construyen sus principales monumentos y aumenta el censo de yeseros, ladrilleros, tejeros, cerrajeros y alarifes.
También hay un revulsivo en útiles domésticos como la madera, el metal, la cerámica, y un gran avance en el sector textil y del calzado aprovechando la abundancia de materias primas en las cercanías de la ciudad. El siglo XVIII es la etapa de mayor expansión del artesanado lorquino en cuanto a número de talleres, empleados, producción y calidad de los productos. Destacan sectores tradicionales como el de la alimentación (carniceros, molineros, chocolateros…), la construcción (alafires, albañiles, yeseros, pintores, entre otros) y las especialidades decorativas y suntuosas (plateros, tallistas, escultores, doradores) demandadas por la oligarquía lorquina y el clero.
En 1748 aparecían inscritos 826 artesanos, de los que 255 eran maestros,
453 oficiales y 118 aprendices, existiendo según el Interrogatorio de 1755: 15 fábricas de salitre, 2 calderas de jabón, 2 tenerías, 5 balsas de cocer lino, 4 batanes, un molino de papel, 10 hornos de tejas y ladrillo, 3 calderas de tinte, 28 oficios de tejer, 7 alfareros, 25 hornos de cocer pan, 16 molinos harineros de agua y tres de viento y 12 almazaras. Por parroquias, el 37% de los artesanos lorquinos tiene su taller en el barrio de San Cristóbal junto a las proximidades del río Guadalentín, predominando bataneros, caldereros, pañeros, alfareros y panaderos. En San Mateo y Santiago es mayor el número de alarifes, alpargateros, zapateros, herreros, pañeros y caldereros, quedando en San José algunos alpargateros al ser una barriada agrícola.
El siglo XIX inicia el declive de las actividades artesanas tanto por las catástrofes que tienen lugar durante esta centuria (rotura de la presa de Puentes y gran inundación, epidemias, la Guerra de la Independencia) como por el incipiente desarrollo industrial y la llegada de productos tecnológicos a través del ferrocarril y el transporte por carretera. El Interrogatorio de 1816 ofrece estas cifras: aparecen registrados en el sector textil 3 batanes de dos pi- las cada uno, 4 tintes de paños y lanas, 3 tenerías que curtían 1.000 docenas de cordobanes y 30 cueros y 44 talleres de pañería con una producción de 1.050 piezas (en 1782 se contabilizaban 52 pañerías y 1.200 piezas). El número de telares familiares ubicados en la ciudad, huerta y campo se reduce al pasar de 270 a 200. El sector de la alfarería quedó muy menguado tras la riada de 1802, subsistiendo 12 talleres con una producción anual de 107.800 jarras, 26.000 cántaros y 73.200 piezas de vidriado ordinario. En las últimas décadas del siglo, también de florecimiento económico por la sucesión de años húmedos que generaron abundantes cosechas agrícolas y el auge de la minería, algunos talleres aumentaron su volumen de trabajo y alcanzaron una estructura industrial, aunque a corto plazo se vieron afectados por el atraso tecnológico y la falta de capitalización. Durante la segunda mitad del siglo XX, existen 44 telares y seis alfarerías en el barrio de San Cristóbal junto a otras especialidades, acaparando todavía el 50% del número total de talleres artesanos.
La de hoy es una nueva artesanía, la artesanía práctica que decora y revaloriza las ideas del trabajo, siendo aún Lorca de los principales centros artesanos de la Región, destacando sobremanera en sectores como el bordado, el textil y la cerámica popular, ligando su dinámica al sector turístico y a nuevos consumos alternativos que demandan productos singulares, personalizados y de alta calidad, exportándose al exterior una parte importante de la producción.
En el Barrio de San Cristóbal es quizá la alfarería, históricamente, la actividad artesana más destacada. El investigador Sala Just afirmó que «este oficio es el más noble de cuantos enriquecen la actividad humana», mencionando en los años 70 el cambio de tendencia en la elaboración de productos según se van alterando las modas de consumo, anunciando la cada vez mayor producción de cacharros al gusto del turista frente a otros tradicionales como el clásico cántaro del aguador, toda vez que su estampa junto a los caños y fuentes (el de la Estrella fue de los más frecuentados) ya había desaparecido con la llegada a las casas de las aguas del Taibilla. Hace cien años, ejercían en el antiguo arrabal este oficio los hermanos Juan, Bartolomé y Pedro López Periago, Juan y Bartolomé López de Tudela y los maestros Adrián Navarro González, Jerónimo Lario Ramos e Isidro Hernández Lario. Una guía alemana de alfares españoles de 1973 indica la existencia en Lorca de seis talleres de alfarería situados en la calle Escalante (atendidos por Juan Bautista y Eusebio Lario Morales y por Fernando Lario Serrano) y en la calle San Fernando junto al río (hermanos Isidro y Gregorio Hernández Jódar, Juan y Adrián Navarro, y Miguel y Juan Abellán Navarro). Algunos aparecen especializados en alfarería sin vidriar, otros en alfarería sin vidriar pintada o repintada en frío, otros en alfarería vidriada pintada en colores. Los productos que ofrecen son muy variados: lebrillos, orzas, morteros, botijos, jarras, platos, ceniceros, palilleros, jarrones, maceteros, floreros, ánforas, ollas, cazuelas, cántaras, etc. En el taller de Isidro y Gregorio realizan, con técnica patentada, la llamada «Jarra de Copa» de cinco y seis picos. Junto a la Fuente del Oro se descubrieron hace unos años los restos de las «Jarrerías», dedicadas a la producción en el siglo XIX de las jarras de picos, que evolucionaron a la actual «Jarra de Novia» de cuyos cinco picos tienen que beber los novios, los compadres y el cura. La familia Lario, alfareros al menos desde 1600, han promocionado por medio mundo la pieza lorquina de alfarería más reconocida.
Según indica Maruja Sastre, la Cañada de Morales era el lugar donde los alfareros recogían la materia prima acumulada en pozas. Había varios tipos según el color y tipo de tierra: cárdena, azul, castaña, roja, fuerte, floja. De ahí la llevaban a los talleres en carros, provistos de pilones donde elaboraban el barro mezclando la tierra seca con el agua mediante palas. Cuando tenía el espesor necesario, el barro se cortaba para después ama- sarlo y hacerlo útil para trabajarlo en el torno. El torno se giraba con el pie para ir dando forma a la pieza y acabar elaborando el pitorro, las asas o la boca a los cántaros. Tras secarse al sol, las piezas se colocaban en el horno moruno, calentado con leña; por último, se pintaban las piezas con atractivos colores para ser vendidas a lorquinos y forasteros.
La última cacharrería de la bajada del Puente del Barrio de San Cristóbal, la fundada por Isidro Hernández Lario, abrió sus puertas en 1897, cuando se levantó la casa donde está ubicada tras inaugurarse unos años antes el puente construido por el ingeniero Juan Moreno Rocafull, quedando en los últimos años atendida por Mari Rosa, hija de Isidro y sobrina de Gregorio, tras cuatro generaciones. Su taller de alfarería, que se remonta a la década de 1880, también fue el último que quedó en pie hasta hace unos años entre el puente y la calle San Fernando, con un horno moruno, varios pilones en el patio y talleres. Fue la primera en producir piezas destinadas al turista de paso, cuyo proceso quedó recogido en la galardonada película «El barro», de Jesús López Burgos. Desde entonces, la bajada del Puente fue concentrando la exposición, asomada a la calle, de centenares de piezas de alfarería sobre la acera, en estanterías o escalando colgada por fachadas y rejas de puertas y ventanas, de todos los tipos, tamaños y colores, constituyendo una llamativa y original estampa para aquellos forasteros que transitaban por la ciudad y paraban, siguiendo la antigua travesía de la carretera general. Estampa vernácula que ahora definitivamente desaparece del barrio que la vio nacer y que ya forma parte, como tantas cosas, de la memoria colectiva.
FOTOS de arriba a abajo.
- Artesanía expuesta en la bajada del Puente en 1979 (Valera).
- Jarra de Copa de cinco picos. PEQUEÑO TAMAÑO
- Hornos de la alfarería de Isidro Hernández en 1951 (J.Dieuzaide).
- «Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro».
- Vecinas de San Cristóbal llenan sus ánforas en los caños de la Estrella, 1951 (J.Dieuzaide).