Una ofrenda asociada al siglo ritual de 52 años y a las deidades agrícolas

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Una ofrenda asociada al siglo ritual de 52 años y a las deidades agrícolas

Ofrenda 4B

Durante la última temporada de excavación en el predio Juárez-Arteaga uno de los principales objetivos fue el despeje exhaustivo de los escalones estucados y la plaza hundida, con la intención de integrarlos

visualmente al

total de arquitectura ya

liberada: la plataforma y el templo semicircular. Sin embargo, el trabajo se vio interrumpido por el auspicioso hallazgo de ofrendas, las cuales al ampliar el trabajo sobre la superficie de la plaza hundida su número se incrementaba. Tan sólo en un área de 26 metros cuadrados se logró identificar un total de seis ofrendas las cuales una vez analizadas han expuesto una clara y directa asociación con el culto agrícola. Así lo confirman, por ejemplo, la presencia de mazorcas y carrizos de maíz calcinados, animales acuáticos tallados en conchas marinas, cuentas de caracoles labrados y efigies de Tláloc el dios de la lluvia, elaboradas en barro.


De estas ofrendas, sólo nos referiremos a una de ellas para este artículo de divulgación, por su representatividad y para demostrar

el trascendente valor arqueológico aun

contenido en el lugar, ya que si se continuaran las excavaciones todo indica que su número aumentaría. Se trata de la ofrenda 4B, la cual se localizó exactamente un metro al este de los escalones; dentro de una horadación de 50 cm diámetro y 48 cm de profundidad. Allí se había conformado una gran acumulación de restos de vasijas globulares de varios colores (naranja, rojo, azul y el natural del barro), numerosos trozos de efigies de la deidad de la lluvia, algunos fragmentos de mazorcas de maíz elaboradas en barro, placas cerámicas y restos de un sahumador.

Plano de ubicación de ofrendas en Plaza Hundida


Desde el inicio del rescate de esta ofrenda se presentó una gran acumulación de material cerámico fragmentado, en cuya parte superior se pudo apreciar que algunos de éstos presentaban rasgos faciales de la deidad tutelar del agua, Tláloc junto a trozos de mazorcas de maíz. Y confundidos con ellos había restos de placas cerámicas. Una vez que estos restos fueron limpiados y consolidados, ya un primer estudio permitió identificar parcialmente cuatro efigies de Tláloc, haciendo aún más evidente que dicha ofrenda estaba asociada al culto agrícola, dedicación confirmada a su vez por los tres restos de mazorcas de maíz. El análisis de estas mazorcas mostró que ellas fueron realizadas con molde, ya que físicamente, aunque no están completas son exactamente iguales.

Efijes de Tláloc

Mazorcas de maíz en barro


En cuanto a las placas cerámicas, una vez ensambladas, se pudo identificar parcialmente a seis de ellas. Y aunque desconocemos el nombre que se les daba y su función precisa, se identificaron dos elementos pictóricos que aparecen en algunos códices. Es el caso de la lengua bífida de serpiente ubicada al centro de una de las placas y las líneas ondulantes y simétricas en sus costados que bien pudiera ser la representación iconográfica del humo. Ambos elementos aparecen en los códices sobre braceros desde los que se elevan simulando humo generado por el incienso o el copal representando ciertas ritualidades, cabe mencionar que la relación existente entre la imagen del códice y la ofrenda radica que la lengua bífida esta pintada en tres colores naranja, rojo y azul exactamente los colores de las vasijas más adelante descritas.

Placas cerámicas y su identificación iconográfica en el códice Borbónico lámina 11

Pese a que se encontraron pocos fragmentos del sahumador, es evidente que dicho instrumento ceremonial fue utilizado en conjunto con las piezas anteriormente mencionadas en los eventos sagrados y es difícil deducir por qué de esta pieza se ubicaron pocos restos.


Restos de sahumador

En cambio, los fragmentos de

cerámica en color fueron los más abundantes,

constituyendo más del 95 por ciento de la ofrenda. Una vez lavados, marcados y restaurados conformaron parte de una gran cantidad identificadas

como

de

vasijas globulares,

ometochtecómatl (vasijas dos conejo). Éstas, en términos

generales, son vasijas globulares con soportes trípodes y alas. Según las investigaciones arqueológicas y la revisión bibliográfica, han sido descritas como vasijas utilizadas en varias ceremonias para la bebida ritual del pulque, siendo la más importante la realizada a los dioses del pulque los centzontotóchtlin o “cuatrocientos conejos”, donde el pueblo mexica y otros, además de usar una gran vasija tallada en piedra a manera de conejo, llamada ometochtecómatl, también utilizaban vasijas individuales trípodes y aladas, denominadas de la misma forma (Patricia Anawal R., “Los conejos y la embriaguez”,Arqueología Mexicana, núm. 31, 1998, pp. 69-70).

De estas vasijas, que formaban parte de la ofrenda texcocana que se describe, pese a su estado de fragmentación, se pudo identificar dos tipos diferentes en cuanto a su forma y a la terminación de su acabado. Y aunque ambos tienen una superficie alisada, el tipo que definimos como A es mejor acabado, simétrico, de una superficie regular, con textura poco áspera, con soportes cilíndricos alargados y base roma. En cambio, el tipo C se muestra con una menor elaboración y, aunque en algunas ocasiones es simétrico, la terminación de su superficie es irregular, con una textura muy áspera; sus soportes


son cilíndricos pero faltos de simetría, con una base aunque por lo general plana en algunas ocasiones es totalmente irregular.

De este modo, pareciera que la diferencia entre ambos tipos de cerámica, además del tiempo invertido para su elaboración, sugiere que tuviesen una distinta significación. Una de ellas pudiera ser la valoración entre lo viejo y lo nuevo, el tiempo pasado y el futuro. De acuerdo al trabajo de restauración de

las vasijas el cual no ha sido

concluido, el número de las mismas jira alrededor de 52 por tipo cerámico,

Ometochtecómatl tipos A y C.

En cuanto a la interpretación de la ofrenda es evidente que tiene una relación muy marcada con una de las celebraciones más importantes de los pueblos de la cuenca de México; el calendario de 52 años, llamado xiuhmopilli o “atadura de los años”. De él se reconoce que tenía que ver con la festividad del fuego nuevo y, de acuerdo a su concepción marcaba el fin de una era, temiendo la desaparición de los cielos y el fin del mundo, por tal motivo a través de una serie de ritos y ceremonias se pedía por una segunda época de 52 años en la que debería de asegurarse el calor del sol y el abastecimiento del sustento. Una de las características más distintivas de estas celebraciones era romper todas las vasijas en las ceremonias llevadas a cabo desde los principales centros ceremoniales hasta en las casas más humildes. Dicho evento explicaría la abundante cantidad de fragmentos que fueron encontrados en esta ofrenda. Como se aprecia, muy probablemente las vasijas del tipo C, que son las más burdas,


representen los 52 años pasados y las del tipo A, que son las mejor terminadas, signifiquen el tiempo futuro. Y no es casual que este evento y tipo de cerámica hayan estado asociados a representaciones vinculadas al culto de las deidades agrícolas, ya que el inicio de una nueva cuenta siempre estaba marcado por el año ce tochtli o uno conejo, que para los pueblos del Valle de México representaba un año improductivo, por lo que temían pasar mucha hambre de tal manera que resguardaban y almacenaban sus alimentos un año antes de la culminación del ciclo de 52 años (Sahún, Hist. Gen. de la Nue. Esp. T. II, 707); por tal motivo la presencia de las efigies de Tláloc y las mazorcas de maíz en esta ofrenda, representa la petición y aseguramiento de recursos alimenticios para una segunda época.

Sin lugar a dudas el gran valor interpretativo que nos ofrece tan sólo una de las ofrendas localizadas al interior de la plaza hundida, es altamente valioso y gracias al análisis de este tipo, es como podremos demostrar que pese a la paulatina desaparición de esta antigua ciudad, la riqueza arqueológica contenida bajo el subsuelo de la actual urbe supera en gran medida nuestras expectativas, ya que además debemos recordar que a diferencia de la ciudad de México, Texcoco no cuenta con una gran infraestructura subterránea que altere o destruya nuestro gran patrimonio cultural.


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