THB 02 - Els Xiquets del Matador

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No espere encontrar cuántos goles metió Kempes, o alguna referencia sobre la belleza de las diagonales que trazaba. Ni los regates que era capaz de hacer. En este especial sobre los 40 años del fichaje del Matador es conveniente venir aprendido porque ninguno de esos aspectos encuentran lugar en estas páginas. Aquí venimos a hablar del mito. De la figura de un jugador icónico que ya representa una época y está asociado a una camiseta. Y lo hacemos a través de esa generación que se crió con él, bajo el influjo de sus goles y la magia de una melena al viento. Son ellos, las voces de sus niños, los que nos cuentan cómo fue aquel argentino desconocido que llegó de Rosario durante un verano de 1976. Hay historias que han quedado fuera porque aparecieron en números pasados. Otras no se han podido contar por circunstancias y tribulaciones varias. Y queda esa sensación de que todo es demasiado poco para lo que se podía haber hecho. Pedimos perdón, esto podía estar mucho mejor. Pero es nuestra manera de conmemorar la llegada de un futbolista que puso al Valencia en el mapa internacional en unos años donde la palabra mediático no tenía lugar en la jerga diaria. Gracias a Kempes el Valencia fue portada en medios de todo el mundo; desde Japón hasta Estados Unidos. Consiguiendo con su mística que no pocos infantes acabaran convirtiéndose a la religión del murciélago gracias a su influjo. TV3 le dedicó un documental a Cruyff cuando se cumplieron 40 años de su fichaje por el Barça; pocos años antes de que llegara Kempes al Valencia. Aquí, esta efeméride pasará desapercibida, bañada en silencio. Como no teníamos capacidad ni medios para rodar un documental, hicimos lo único que se nos da medio bien. Juntar a cuatro amigos y ponerlos a escribir sobre Mario Alberto Kempes; El Matador. vimeo.com/thebarraca Documental: La huella de Kempes en España producido por la ESPN


DESTINACIÓ FUTBOL

ElS XIQUETS DEL MATADOR

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Ellas juegan solas

Durante el día, Urundayti es un pueblo guaraní del Chaco boliviano lleno de abuelas, niños, niñas y madres solas que lavan, que cosen, que zurcen, que matean, protagonizando una revolución silenciosa...

14 The Challenge: La vida en un campo de fútbol

Entre las complejas tensiones que vive Sudán un grupo de 15 mujeres están dispuestas a jugarse la vida ante el reto de construir un equipo nacional femenino en un país abiertamente machista, y en guerra.

18 Rusia desde abajo

A base de recorrer miles de kilómetros en un interminable viaje, el fotógrafo Sergey Novikov escruta los confines del fútbol amateur ruso, buscando el alma de un país cuya organización del mundial de 2018 se sitúa en el epicentro de los escándalos de corrupción de la FIFA.

Mareado y entre soviéticos

Soviéticos en Mestalla, jet lag y un calor asfixiante sofocado helados de bombón. El debut de Kempes en Mestalla no pudo ser peor, su actuación, marcada por la precipitación, auguró un mal devenir en aquel joven jugador llegado de Argentina que pronto despertó los pitos de un público que creyó estar siendo víctima de una estafa.

38 No diga Kempes, diga rock

Música pop, sonido Manchester y Bruno Lomas para cantarle a Mario Kempes.

42 Por culpa de Kempes

El Mundial'78, una televisión a color y Videla.


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La Valencia que encontró Kempes.

Fontanarrosa y Kempes.

Resistir es vencer

No le crean a Mario

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El falso nombre de Mario Kempes

Los malditos

El día que Kempes mintió sobre su nombre para pasar una prueba en Instituto de Córdoba.

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Un paseo por Rosario

Retrato de una ciudad dividida en dos y pintada hasta en sus esquinas más insignificantes con los colores de cada club, escenificando una rivalidad que va mucho más allá de la razón y el terreno de juego.

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Mi mujer y el bar de Las Rosas

Un relato que junta a Kampes y al viejo Casale.

Un texto de Sacheri sobre los ganadores del 78 y la maldición que pesa sobre ellos entre la sociedad argentina.

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Mario corre y no cae

Una obra de teatro sobre Kempes y el gol a los holandeses escrita por María José Campoamor.

110 Volvé

El último partido jugado por Kempes fue en Chile, así lo recuerda Ignacio Leal.



Ellas juegan solas Durante el día, Urundayti es un pueblo guaraní del Chaco boliviano lleno de abuelas, niños, niñas y madres solas que lavan, que cosen, que zurcen, que matean, protagonizando una revolución silenciosa... Texto Alejandro Ayala Foto Daniel Burgui

La plaza de Urundayti es la cancha de fútbol y ahora está vacía. Es jueves y a esta hora, temprano, muy de mañana, los hombres trabajan en sus chacras de cultivo y las mujeres preparan la comida. La comunidad guaraní queda a 12 kilómetros de Camiri y no aparece ni siquiera en los atlas de Bolivia. Camiri sí: Camiri es un punto considerable en el mapa. Un punto con historia: otrora petrolero. Al primer pozo de extracción que se instaló en la zona, en los años veinte, los lugareños lo llamaron “la vaca de negra ubre”. Y convirtió a Camiri en lo que ahora es: una ciudad sobria pero elegante, una urbe bien pintada y bien estructurada, con viviendas de pura teja, vagonetas último modelo, motos lecheras que hacen “mu”

con la bocina para anunciar que el reparto de botellas ha comenzado y con un río, el Parapetí, que dicen que es hembra y se traga a los machos. Urundayti está a 6 kilómetros de ese río y no tiene agua potable. Su suelo es seco y según el mapa no existe. No existe y quizá por eso las casas se han levantado aquí sin ningún orden, como si algún extraño hubiera lanzado un puñado de semillas al azar para que crecieran. No existe y quizá por eso la plaza, la cancha de fútbol, está vacía. Está vacía y, sin embargo, es fácil imaginarla repleta. Sobre todo porque antes de llegar a la comunidad me la habían descrito llena de mujeres. Me la habían descrito llena de señoras detrás de una pelota, llena de madres amamantando a sus


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«Para nosotras no se trata de ganar o perder. Jugamos para unir lazos. El único requisito para ser parte del grupo es ser mamá: da igual de uno o siete hijos» 8 bebés durante los escasos tiempos muertos de los partidos y volviendo luego al campo sudorosas; llena de jovencitas embarazadas en la banca a las que habían obligado a retirarse del campo. Esas mujeres que cocinan en ollas ennegrecidas fueron bautizadas con cariño como las Beckham de Urundayti por el periodista Daniel Burgui y hoy están cansadas. Algunas de ellas disputaron en España la Donosti Cup y quieren olvidarse del fútbol durante un tiempo. Allí ganaron el primer partido 6-0. Perdieron otro 12-0. Y celebraron ambos resultados como si hubieran conseguido el campeonato, con vítores y cánticos. —Porque para nosotras no se trata de ganar o perder. Jugamos para unir lazos. El único requisito para ser parte del grupo es ser mamá: da igual de uno o siete hijos. Los goles marcados son de esperanza y mejor vida. Cuando un equipo gana, ganamos todas. Queremos vencer la pobreza, la discriminación —explica Margoth Segovia. Margoth, directora del Movimiento de Mujeres Indígenas del Mundo (MONIM) y promotora de los partidos en diferentes asentamientos guaraníes, está a mi lado en este momento mien-

tras esperamos a Jesús Sánchez, el reemplazo del gran capitán, para que me lo presente. En las poblaciones guaraníes de Bolivia, el gran capitán es aquel que vela por los intereses de su gente, el que dirime en los conflictos y el que se ocupa de arreglar el terreno de juego en día de partido. Pero esto último no desde hace mucho. Antes, según Margoth, los maridos no dejaban que sus esposas practicaran fútbol. “Ahora, en cambio, cuidan a los niños, hacen barra”, y buscan el mejor rincón bajo la sombra para no perderse un chut a puerta o una cabriola de la portera para zafar la bola. Y las mujeres, con sus patadas, sugiere Margoth, “están impulsando una revolución”. Pero hoy no. Hoy no hay revolución que valga, la cancha está vacía y el paisaje es similar al que uno puede encontrar en una villa miseria en Argentina o en una favela de Río de Janeiro: casuchas pequeñas de adobe y cal, bidones, llantas pinchadas, tendederos de ropa improvisados entre las ramas de los árboles, pantalones viejos, camisas viejísimas, sillas, basura, radios, más sillas, duchas a la intemperie rodeadas de lámina o de madera, latas vacías, juguetes rotos, agua sucia, plásticos azules. Tras ser sometidos en 1892, durante la época republicana, los guaraníes perdieron grandes


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Las mujeres han hecho del futbol su válvula de escape, una forma de recuperar la sonrisa, su dignidad e iniciar una revolución pacifica sobre el papel de la mujer en la sociedad guaraní extensiones de terreno y muchas comunidades fueron obligadas a emplearse más de 12 horas al día en los latifundios del Chaco boliviano –un extenso territorio de ciento 30,000 kilómetros cuadrados que comprende parte de los departamentos de Chuquisaca, Santa Cruz y Tarija. A menudo, a cambio tan solo de ropa y de comida. Hoy, todavía hay guaraníes que permanecen en condiciones de semiesclavitud en algunas de las grandes fincas de la zona: trabajan sin ningún tipo de compensación salarial, están atados a deudas que se transmiten de generación en generación —por el consumo de productos básicos, como arroz o azúcar, que los patrones llevan vendiendo a las familias guaraníes a precios desorbitados durante décadas. Viven a veces peor que el ganado, en chozas sin paredes, con apenas un tejado. Y temen marcharse porque la única realidad que no les resulta extraña tiene como límite el cerco de las ha-

ciendas. Todo eso ocurre aún a pocos kilómetros de Urundayti, pero no en Urundayti. Urundayti nació como comunidad libre con apenas un par de construcciones precarias después de la reforma agraria de 1952. O más bien habría que decir que mal nació, porque lo hizo en un terreno más apto para la contemplación que para el cultivo, lleno de grietas que se extienden por el suelo como si se tratara de un gigantesco espejo roto. —Nosotros ya estábamos aquí, en el Chaco, antes de que Camiri se fundara. Pero luego nos echaron. Y en la reforma del 52 nos dieron malas tierras —afirma Jesús Sánchez, el capitán de reemplazo, mientras nos dirigimos a paso lento hacia el colegio. Jesús, 31 años, petiso, con sandalias, con un bigote a lo Cantinflas, lo ha dicho en pocas palabras: estas malas tierras son Urundayti. Mientras


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seguimos caminando, me parece que Urundayti es un pueblo de mujeres solas: de mujeres lavando yuca, de mujeres peinándose el pelo, de mujeres sacando manchas a la ropa, de mujeres tomando mate, de mujeres cuidando niños. Y cuando uno las ve, una tras otra, tiene la sensación de que aún falta mucho para culminar la “revolución” de la que habla Margoth Segovia. Marlene Sánchez, de 25 años, y Miriam Delgado, de 22, son hermanas, hermanas con hijos. Marlene tiene dos y Miriam otro par de ellos. Miriam fue defensa en la Donosti Cup y dice que su pareja también patea la pelota. Pero no ahora. Ahora la plaza, la cancha de fútbol, sigue vacía y Marlene y Miriam amasan harina para dejar provisión de pan para al menos una semana. No hace falta que me lo digan pero me lo dicen: aquí todo escasea, no hay agua, ni leche, ni verduras. Sí hay chivos de barbas estiradas, chanchos que pasean a sus anchas como si la comunidad entera fuera su chiquero, gallos altaneros, perros flaquísimos. Y son pocos los hombres que paran en sus casas. —Los hombres se van —dice Marlene. Algunos se marchan a trabajar a la zafra de los departamentos de Santa Cruz o Tarija durante varios meses para hacer unos pesitos extra. Y otros se dirigen a su chacra desde temprano, a producir frijol, a producir maíz, a producir zapallo, maní o sandía. —Pero a veces la chacra no da y hay hombres que se van y ya no vuelven —añade Marlene. Y cuando esto ocurre, ellas cargan a toda la familia. Marlene es morena, de ojos grandes. Tiene sus manos pringadas de harina y es la que más habla. Marlene dice que trabajó antes como empleada doméstica en Camiri, “empatronada”, y que no aguantaba. Que allí la maltrataban. Que le gritaban. Que el trabajo era de lunes a domingo, sin un solo descanso para nada. Que le decían “india”. Miriam es tímida, solo de vez en cuando intercambia alguna palabra en guaraní con su hermana y teje bolsones con diseños rectangulares que suele

vender a través del movimiento que dirige Margoth Segovia a diferentes precios. En su choza, de tabique —una estructura echa de palos y rellena de barro—, hay dos catres para seis personas. Ahora, como casi siempre, luce a oscuras, pero un televisor relampaguea dentro porque los hijos de Miriam y los de sus sobrinas ven un programa infantil encima de la cama. —Nosotras en la noche miramos la telenovela —se ríe Marlene. —Ahí aparecen los hombres malos, los patrones. Los otros hombres, los “buenos”, supongo, son los que les hacen lavar, cocinar y coser. Los que a veces toman trago. Los que cultivan para que en el hogar no falten tantas cosas. Los que construyen las casas y los gallineros. Los que a veces se van. Según la historia oficial, los primeros pobladores de Camiri fueron los Poli, los Rossi y los Vanucci, emigrantes italianos que se dedicaron en un primer momento a la actividad agropecuaria y ganadera. La historia, que es como ese mapa en el que Urundayti no está dibujado, menciona a los guaraníes solo de pasada: dice que repelieron a los quechuas cuando estos intentaban ampliar algunos de sus dominios en el siglo XV, que vencieron a la Corona de España y que luego fueron derrotados por el ejército boliviano. Apenas destaca que después los patrones de las haciendas se llevaron consigo a muchas de las familias guaraníes como servidumbre, como trofeo de guerra. Y tampoco dice que los descendientes de muchas de las familias prisioneras son los que hoy habitan Urundayti. Eso lo dice Jesús. —Nuestros abuelos trabajaron duro en las plantaciones de los Vanucci. Mi finada abuela me contaba que todos allá tenían que ocuparse en algo: los niños más pequeños desgranaban maíz para los animales, los que estaban más grandes daban agua a los chanchos, los adolescentes y los adultos le metían a la siembra, los ancianos eran mozos de


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mano para mandados pequeños y las mujeres mayores hilaban los ponchos. Jesús dice también que los patrones aprendían el guaraní pero que a ellos no les enseñaban castellano, que no les pagaban, que apenas les entregaban charque (carne seca) y azúcar de vez en cuando, que el capataz, cuando desobedecían, les daba guasca (azotes) con un látigo. Según Jesús, las comunidades guaraníes que todavía están bajo el dominio de los hacendados, de los patrones, situadas en su mayor parte en el departamento de Chuquisaca, han sido bautizadas como “cautivas”. Allí nacieron muchos de los que hoy forman parte de las nuevas comunidades, las “liberadas”. Y siempre hubo un par de manos —las de las parteras— para traerles a este mundo del que aún no eran dueños. En Urundayti actualmente hay dos parteras: Clementina Segunda y Plácida Sánchez, ambas con muchos años de experiencia. Estoy ahora en casa de Plácida y ella cuenta en guaraní que atiende a embarazadas desde hace más de tres décadas, desde que tenía 30 años. Como en el Chaco casi nunca hay un hospital cerca, antes eran muchos los que recurrían a ella. Plácida les sobaba la barriga. Preparaba las toallas, desinfectaba las tijeras en alcohol para el cordón umbilical y, después de dar a luz, acompañaba a las madres durante varios días en sus casas. A los recién nacidos les hacía tomar anís en cucharadas para limpiar el estómago. Y también utilizaba manzanilla y hierbabuena.

pasa consulta una vez a la semana. En la precaria construcción que los cobija no hay ni siquiera una nevera para que los medicamentos no se estropeen. La comunidad tampoco tiene punto telefónico ni tienda de abarrotes. Urundayti es la nada, una nada rodeada de lomas peladas y de un suelo seco como estría que lo absorbe todo –hasta la saliva– como si tuviera panza. En mi segundo día en el Chaco guaraní se repiten las rutinas: las abuelas solo hablan en su lengua extraña, las cazuelas botan humo, los animales de corral picotean lo poco que hallan en los rincones y las mujeres toman en corrillo mate dulce. Se suele matear en redondilla, de izquierda a derecha, y a todo rato. El mate es una buena yerba para ver pasar el tiempo. Y en Urundayti el tiempo no avanza como en un reloj, sino más lento. Hipólito Cerezo es uno de los pocos hombres que paran hoy por acá y no matea: acullica (mastica) hoja de coca. Hipólito no es guaraní, está aquí porque su pareja sí lo es y se puede decir que ha vivido dos vidas completas en sus 20 años de existencia: ha sido contrabandista de tabaco, sabe bien lo que es trabajar en una zafra, ha sido chofer de flota, conoce las distancias hasta las fronteras de memoria y ha sobrevivido –“con un poco de suerte”, dice– a tres accidentes en la carretera. Son 20 años que bien pudieron ser 40, 20 años llenos de cicatrices: Hipólito casi ha perdido un ojo y me muestra una hendidura, como un tajo de machete, en uno de los talones.

—Porque yo conozco la sabiduría de las plantas — señala.

—Fue la lata de uno de los buses que manejaba —se lamenta.

Plácida es madre de siete hijos, toda una prole. Ahora, sin embargo, apenas atiende un par de partos cada año. Porque muchas mujeres van al hospital de Camiri a tener a sus bebés –el camino ya está asfaltado y es más fácil que antes llegar allá. Porque muchas adolescentes de 14 y 15 años —no recuerda desde cuándo— empezaron a quedarse embarazadas y ella no se atreve a atender a las menores de edad. El Estado ha plantado en Urundayti una posta sanitaria con una enfermera que atiende únicamente durante media jornada y un médico que

—Después de eso me cansé y lo dejé. Me siento más tranquilo en el campo. Sus palabras esconden una gran verdad: a los 20 años puede ya cansar el mundo. Frente a Hipólito está Plácida Sánchez, la partera, junto a un telar comunitario. Sujeta entre las manos un tejido a medias: negro y blanco. En Urundayti las tonalidades hablan: el verde significa naturaleza; el rojo, sangre derramada; el amarillo, riqueza.

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—Es paciencia no más —comenta Hipólito. Tardará en acabarlo tres semanas. —Tejer es como la pesca. A mí me gusta mucho la pesca —reclama mi atención acto seguido. Pero mi atención está en otro sitio: en las manos que mueven los hilos.

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Mientras miro a Plácida pienso en sus dedos flacos que narran a diario lo que pasa aquí a través de los tejidos. Y luego pienso en la “revolución” que han iniciado las abuelas del pueblo, una “revolución” más silenciosa que la de las jóvenes futbolistas: una “revolución” para que no se olvide. Aunque de ellas se olvidaron ya hace mucho tiempo: algunas no saben su edad; otras, ni siquiera tienen un carnet que las identifique. No muy lejos de donde teje Plácida, en un rincón de las 400 hectáreas que componen hoy la comunidad, hay un pequeño cementerio que pasa desapercibido. Pequeño, sí, porque antes se enterraba a los familiares en la misma casa. Según Jesús, el capitán, metían los cadáveres en una especie de ollas, no en cajones de madera, y luego acababan en un hoyo profundo. Para que el espíritu no sufriera, para que permaneciera al lado de sus seres queridos. En Tentayape, una población a más de 100 kilómetros de distancia, dice Jesús que se mantienen vigentes tradiciones como esta. Allí, asegura, se emplea solo la medicina natural, se rechaza el mestizaje y los varones lucen cabelleras hasta la cintura. En Urundayti, en cambio, las costumbres se han mezclado con prácticas más propias de las sociedades del siglo XXI. Por ejemplo: la basura está por todos lados. Antes de partir hacia otra comunidad, dos mujeres de unos 40 años me invitan a cenar en casa de Cruz Julián, que acaba de llegar de Camiri. Cruz, de 49 años, pelo bien poblado y espalda fornida, es uno de los pocos evangélicos pentecostales que hay en Urundayti, de mayoría católica. Es dueño de un automóvil destartalado, el único que he visto en los alrededores de la cancha de fútbol y tiene una casa bien montada, recia, con techo de teja. Él fue el primero –se enorgullece– en traer la luz al pueblo. —Aquel día –rememora– todos se quedaron mi-

rando la conexión eléctrica, como si yo hubiera hecho algún tipo de brujería. No se lo creían. Antes a mechero era. Antes, añade, “nadie quería ser guaraní porque nos maltrataban” —Cruz se crió junto a un patrón que le daba yunta (que lo golpeaba). Antes, repite, “para nosotros no había justicia”. —Yo nunca fui al colegio. Pero por mi cuenta aprendí a sumar y a multiplicar. No sé hacer las letras, pero a mí nadie me engaña, porque utilizo siempre esta –dice, y se toca la cabeza mientras mete una cuchara sin delicadeza en mitad de su ensalada. En uno de los cursos de la escuelita de Urundayti, hay una pizarra enorme en la que quedaron plasmadas otras épocas. El pizarrón está desgastado por los bordes y tiene formas, como si fuera un mapa. En él hay rastros casi imperceptibles de sumas y restas que no pudieron ser borradas. Es un tablero negro que quedó marcado como un novillo, también con esas letras que para Cruz son “símbolos raros”, que nunca le enseñaron.

En la remota región del Chaco boliviano, las mujeres de Urundayti, Camiri y Boyuibe se calzan las medias y las poleras para jugar un partido de futbol. Hace un año, verlas patear un balón causo espanto entre los hombres del lugar. Es la pequeña revolución de estas mujeres. Para algunas de estas chicas -madres jóvenes casi todas- emular a Beckham supuso enfrentarse a sus maridos, novios o padres. A veces llevarse también un golpe o una mala palabra. En una región deprimida por la pobreza, acosada por el mal de chagas, la malaria y la violencia sexista; las mujeres han hecho del futbol su válvula de escape.


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The Challenge: la vida en un campo de fútbol

Entre las complejas tensiones que vive Sudán un grupo de 15 mujeres están dispuestas a jugarse la vida ante el reto de construir un equipo nacional femenino en un país abiertamente machista, y en guerra.

Fotos Ashraf Shazly

En un campo de tierra junto al aeropuerto de Jartum, Sara Edward espera pacientemente la llegada de sus jugadoras, su cometido es moldear la primera selección de fútbol femenino de Sudán. El grupo, que perfecciona sus habilidades levantando nubes de polvo, está conformado por 15 mujeres y adopta el nombre de "The Challenge", el desafío; una referencia a los obstáculos que deberán enfren-

tar. Sin apoyos, sin financiación y bajo sospecha de las autoridades islámicas de Sudán. "Esperamos que este equipo pueda competir a nivel internacional", dice Edward mientras sus jugadoras se entrenan a la vez que aviones a reacción gritan por encima de sus cabezas, rumbo a la guerra que se libra en el sur. "No estamos peor que otros. Sólo necesitamos una oportunidad". Sobre el terreno de


juego danzan enfundadas en camisas desgastadas de color verde y extraños pantalones cortos. Edward es el motor de esta aventura, forma parte del equipo desde 2001, cuando se formó a modo de entretenimiento en el patio del Colegio Comboni de Jartum. Al anochecer inician su jornada de entrenamiento, justo cuando las temperaturas empiezan a descender de los 40º C, portar pantalones cortos y camisetas estrechas no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Se juegan su reputación, su honor, con ello. A pesar del calor, muchas no se atreven a enseñar carne. Edward señala eso como una de las partes más importantes del desafío que deben emprender en su empeño de jugar al fútbol en un país abiertamente misógino. "La sociedad sudanesa no concibe que las mujeres puedan usar pantalones cortos. Incluso en otras disciplinas, como el voleibol, se las ve cubiertas de cuello a tobillos cuando juegan". En 1983 el gobierno de Sudán implementó la ley Sharia, y cuando el presidente Omar al-Bashir tomó el poder en 1989 tras un golpe de Estado apoyado por los islamistas, su gobierno se comprometió a respetar su vigencia. Hoy en día, el código penal de Sudán prohíbe a las mujeres usar ropa "indecente" bajo castigo de 40 latigazos o una millonaria multa. En julio, un grupo de 9 jóvenes cristianas de la región de Kordofán del Sur fueron detenidas por llevar faldas y pantalones. Cuatro fueron multadas, mien-

tras que una de ellas fue condenada a recibir 20 latigazos por presentarse con pantalones vaqueros al tribunal el día de su juicio. La ley nunca se ha aplicado a las jugadoras del The Challenge, pero Edward sospecha que las inclinaciones islámicas del gobierno han contribuido a crear un cerco a su alrededor que ha cohibido a muchas jugadoras. Sometidas como están al repudio público. En 2011 el equipo pasó a formar parte de la Federación de Fútbol de Sudán, Sara Edward se comprometió a ejercer las tareas de captación y formación del equipo. Pero la organización, de forma repentina y sin dar explicación alguna, se echó atrás en su promesa de crear una selección femenina y las dejó fuera del circuito oficial. Desde entonces vagabundean de un campo a otro, siendo expulsadas de todas partes sin razón aparente. Hasan Abu Jabal, secretario ejecutivo de la Federación de Fútbol de Sudán, declaró que hay equipos de mujeres en las universidades y algunas escuelas. "Estamos tratando de apoyarlas para que puedan practicar deporte, pero sólo lo haremos a aquellas que tengan en cuenta las costumbres sociales", dijo.

Deporte para niños The Challenge también se ha tenido que enfrentar a actitudes machistas llegadas de los senos familia-


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res. Algo que sabe muy bien Nedal Fadlalah, centrocamista de calidad que se unió al equipo en 2002 y cuyas apariciones no han dejado de ser intermitentes por las reticencias de su padre. Su familia llegó a Jartum tras abandonar Kordofán del Sur, una región devastada por la guerra, en busca de una vida mejor, al igual que muchas otras de sus compañeras de equipo. Fadlalah siempre tuvo una 'actitud rebelde', en boca de su madre. Ya que jugó desde muy pequeña al fútbol con sus hermanos y primos, y se apresuró, a pesar de la oposición de su familia, a unirse al The Challenge en cuanto conoció su existencia. "No querían que jugara porque soy mujer, su mentalidad es que el fútbol es un deporte solo para hombres. He tenido que escuchar a mi propio padre llamarme ramera", dice. Edward es consciente de que en muchas zonas del país existen proyectos que intentan crear equipos de fútbol femeninos, pero por el momento The Challenge, juega partidos clandestinos ante equipos de adolescentes como método para mejorar sus habilidades. - ¿Qué pretendes con ello?

- Estamos preparándonos para competir en nuestro primer torneo, y llevamos un retraso considerable respecto a otros países. Enfrentarnos a oponentes más duros en el plano físico nos hará mejorar y llegar en mejor forma. Edward se muestra tan implacable como ambiciosa, no cesará hasta ver a sus chicas representar dignamente a Sudán en un torneo, es el primer paso, entiende, para conformar un seleccionado femenino nacional en un país donde las mujeres son ciudadanas de segunda categoría. No pocas jugadoras han conseguido viajar al extranjero para convertirse en entrenadoras, algo que podrá utilizar Edwars en el futuro para construir una buena estructura. "Si tengo 10 jugadoras convertidas en técnicos, en dos años podríamos tener 10 equipos femeninos para dar cabida a muchas niñas y mujeres en Sudán. En otros dos años esos 10 equipos podrían formar la base de una selección nacional", afirma. "Si Sudán, algún día, nos da la oportunidad de convertirnos en sus representantes, no lo vamos a desaprovechar", agrega con una sonrisa, mientras echa a rodar un balón.


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«No querían que jugara porque soy mujer, su mentalidad es que el fútbol es un deporte solo para hombres. He tenido que escuchar a mi propio padre llamarme ramera»


Rusia desde Abajo Fotos Sergey Novikov

A base de recorrer miles de kilómetros en un interminable viaje, el fotógrafo Sergey Novikov escruta los confines del fútbol amateur ruso, buscando el alma de un país cuya organización del mundial de 2018 se sitúa en el epicentro de los escándalos de corrupción de la FIFA.


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Todo empezó con una desgracia sentimental, el descenso administrativo al fútbol regional del mítico Torpedo Moscú. Todo siguió con un torrente de millones destinados a no salir de las grandes ciudades, las sedes del – si nadie lo evita – futuro mundial ruso. Todo culminó a través de una reivindicación, «el fútbol ruso no es Rusia 2018». Sergey Novikov se sube a trenes que todavía no han abandonado la perestroika para recorrer las entrañas de un país cada vez más aislado de su entorno. Tras ese traqueteo incómodo de seis horas de duración pone el pie en las profundidades de una nación, que como sus trenes, transportan a la etapa soviética, a una estampa amarillenta, barnizada con una capa de decadencia que le otorga un extraño atractivo. En esos parajes donde crece la tundra en lugar del césped, donde edificios en derrumbe cobijan en sus sombras a estadios sin gradas, en los que se siguen escuchando nombres como ‘Yupiter’, ‘Metalurg’ o ‘Army’ antecediendo al Fútbol Club, está el alma de Grassrootsrussia, el proyecto personal de Novikov. Un mundo que le cautivó cuando siguió a su querido Torpedo hasta los confines de la región polar rusa. — Sergey, ¿qué quieres mostrar? — Que el fútbol ruso va más allá del dinero que se está invirtiendo en las sedes del Mundial, que es un fútbol que necesita inversión, que no le llega porque se queda por el camino o no sale de las grandes ciudades.

Novikov sueña con equipos patrocinados por marcas de ropa interior disputando ligas auspiciadas por la iglesia ortodoxa; es una visión socarrona de su protesta artística en un país donde quejarse abiertamente está penado por un gobierno que ha podado las libertades hasta reducirlas a una mera apariencia. Se trata de un mundo donde muchos equipos no se presentan a los partidos porque no tienen dinero para viajar o sus campos sólo pueden acoger un par de encuentros al año, y en la primera vuelta, al morir sepultados por metros de nieve.

Fútbol o alcoholismo Con edificios desconchados o restos industriales presidiendo los encuentros, en parajes rurales los pequeños clubes conservan su relevancia social, «en esos sitios no hay mucho que hacer, el partido del fin de semana es un acontecimiento local, el entrenador es una figura relevante en la comunidad, y los jugadores en muchas ocasiones, trabajan en la fábrica del pueblo durante la semana y juegan en el equipo los sábados al medio día». — Entorno rural deprimido, fútbol o alcohol, ¿no es un estereotipo? — El alcoholismo en la Rusia rural es un problema muy serio, practicar un deporte como el fútbol evita beber más de la cuenta. Es un estereotipo muy real.


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20 La vieja pose del juego de la pelota como vía de escape cobra verdadera certeza en esos escenarios, «es el único lugar donde la gente puede ir a desahogarse cuando todo va mal en el trabajo, cuando se hace insoportable el caos o la corrupción en tu ciudad, cuando te deja la novia…» Por esos rincones aparecen hombres menudos anotando en libretitas unas sanciones que la Federación jamás cobrará. Donde las mozas acuden al estadio emperifolladas para tratar de hacerse con uno de esos atractivos jóvenes que van danzando sobre un manto lleno de socavones, polvo o hielo. En los que incluso Alexander Pushkin tiene su hueco al dar nombre al FC Ruslan, como denominó a uno de sus famosos personajes literarios. Terreno abonado para seres peculiares. «Lo más divertido que vi fue una enfermera con

tacones de ocho centímetros, muy maquillada, bajo su abrigo de pieles escondía la bata blanca». A modo de protección, acostumbra a hacerle una foto a los equipos antes de que eche a rodar el balón, «después del partido no se sabe qué puede pasar; al principio todos son receptivos, están confiados en ganar y no hay problemas». Y precisamente eso, problemas, no ha tenido casi nunca. «En cierta ocasión un matón de pueblo no quería salir en la foto porque pensaba que podía perjudicarle, y vino corriendo a quitarme la cámara, pero no pasó nada, entró en razón enseguida». — ¿A esos niveles cómo se comporta la corrupción o la influencia de mafias locales? — No hay nada que sacar, ni siquiera los negocios locales po-

nen un rublo en publicidad. No hay codiciados títulos que ganar, ni suculentos premios por ser el mejor. Se compite honestamente. Aunque el deseo político sí suele influir una vez acabado el campeonato. Por ejemplo, no es raro ver que un club que clasifica en quinta posición acabe ascendiendo de categoría por delante de aquellos que se lo ganaron en el campo, simplemente porque son de ciudades o regiones más importantes. La modestia es tan pronunciada que terrenos de juego como el de Semyonov enseña una cancha con césped sintético moteada de cráteres rellenados con tierra, dando paso a un precioso bosque de abedules sobre el cual las vacas suelen pastar al tiempo que entre las líneas de cal se disputan encuentros por la gloria. Al no ser ajenas al asun-


Els xiquets del matador

Agitar la paranoia del enemigo exterior sigue siendo un éxito de taquilla en la política rusa to del balón, más de una vez han puesto sus ubres a disposición del equipo de casa, bajando a defender algún córner en el último minuto.

Ciudades secretas en la Rusia profunda Sergey trabaja como editor fotográfico en la revista cultural Colta.ru, dedica gran parte de su tiempo libre en documentar una realidad alejada de la lujosa Premier League Rusa, controlada por los grandes oligarcas del país y sumida en una espiral de fichajes relumbrantes a precios desorbitados. — Hablando de dinero, ¿cómo financias estos viajes, este proyecto? — Prácticamente sale todo de mi bolsillo. Ahora estoy empezando a conseguir algo publicando las fotos en algún sitio, básicamente utilizo todo mi tiempo libre en ello. A menudo, cenar frustraciones, entra dentro del menú del día. Tras abandonar ocho horas de autobús, puede descubrir que el partido que pensaba cubrir ha sido suspendido por una inesperada jornada de luto. «Ahora, para ahorrar costes y evitar sorpresas, suelo cubrir dos o tres partidos por región, son los que se suelen jugar por jornada

en provincias, los viajes no solo son pesados, sino también muy largos». Aunque en sus rutas ha puesto límites, todavía no ha cruzado la frontera con Siberia, la zona asiática del país, y nunca se atrevió a bajar a los Urales, destinos que piensa sondear antes de 2018, la fecha en la que finalizará el proyecto. — ¿Qué buscas en una foto, qué pretendes captar? — Busco estadios singulares, que representen lo máximo posible a la región o la ciudad en la que están ubicados, sobre todo si tienen algún rasgo distintivo, como una construcción, o un entrono natural peculiar. La verdadera Rusia está en esos lugares, son los que mejor la definen. «La investigación geográfica también forma parte del proyecto», añade este chico de 35 años que captura con carrete y revela en estudio un universo cuyas raíces soviéticas no sólo se manifiestan en los nombres de los equipos, en la arquitectura urbana o en alcaldes reelegidos sin haberse presentado a elección alguna. El proceso le lleva a bucear durante incontables horas por desgarbadas webs de federaciones regionales, a escrutar con minuciosidad el VKontakt, el facebook ruso, que suele ser el único sitio oficial que estos

clubes poseen, hasta dar con lo que busca, trazar una ruta, y establecer contacto con los mismos para presentarse a sus partidos. «Es un procedimiento que puede llevar semanas, incluso en alguna ocasión hasta meses». — ¿Qué estadios te han cautivado más? — El más impresionante es el de Apatity, está en un enclave natural espectacular, es un campo envuelto por montañas que se visten con nieve incluso en verano. En la región de Tuerk los campos están rodeados por muros de hormigón, a modo de prisión. En Karelia, hay un estadio de madera que parece un fuerte del viejo Oeste. En Polyarny, en la Región de Murmansk, una colección de fragatas de la armada rusa suele presidir partidos disputados a ras de agua, sobre tierra y tundra. En Aleksandrovsk, a cientos de kilómetros de allí, una columna de vapor que sale de su central térmica rompe el intenso azul de un despejado cielo de invierno. Son dos de las muchas ciudades «secretas» que motean el mapa gobernado por el Kremlin. Enclaves estratégicos al atesorar bases militares o instalaciones nucleares, cuyos vecinos tienen los movimientos restringidos y los forasteros no pueden visitarlas

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«El fútbol ruso no es Rusia 2018», los beneficios sólo fluyen hacia aquellos que saben sostener al régimen 22

salvo que tengan una autorización firmada del gobierno. «Tardaron tres meses en contestarme, una vez allí un funcionario me guió durante toda mi estancia. Sumando ambas ciudades, sólo me dejaron hacer dos fotos». Agitar la paranoia del enemigo exterior sigue siendo un éxito de taquilla en la política rusa.

Volga United Su encarnizada lucha para desenmascarar un campeonato tan artificial como rico en petrodólares vio la luz en el Volga, cuando arrastrado por la ruina de su equipo descubrió en categorías regionales los problemas y las diversidades de un fútbol modesto en situación de abandono; que es como se encuentra el Tor-

pedo, histórico moscovita que acunó a las grandes leyendas del balompié soviético, y que ahora, convertido en nómada, ve como su estadio, rodeado por murales alzados en obras de arte urbanas, está en manos de un consorcio privado que busca rentabilizar el solar construyendo pisos. «Uno de los propietarios más ricos del fútbol ruso, Sergey Galitsky (FC Krasnodar) creó una de las mejores escuelas del país para formar jóvenes futbolistas». Algo parecido ocurre en St.Petersburgo a cargo de Gazprom. «Pero en general, y fuera de eso, no hay nada ni a nivel formativo ni a nivel amateur». Esa orgía de gasto y glamour que conforma la élite de la primera división se sujeta sobre estadios en ruinas, clubes incapaces

de costear sus desplazamientos, por la corrupción y la miseria. «En provincias no ha cambiado nada», se queja Sergey. En las capitales, sin embargo, ha llegado una lluvia de dinero en forma de Copa del Mundo gracias a sobornos endosados a la FIFA que ayuda a aumentar la fortuna del núcleo duro que rodea a Vladimir Putin. Las raíces del gigante ruso posan carcomidas ante los disparos de un fotógrafo de 35 años que intenta llegar al 2018 para mostrarle al mundo que las bases están condenadas a subsistir con lo puesto en un país que pretende quedar reducido a una bonita estampa capitalista. «El fútbol ruso no es Rusia 2018», los beneficios sólo fluyen hacia aquellos que saben sostener al régimen.


Els xiquets del matador

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ELS XIQUETS DEL MATADOR


Hace 40 veranos El nombre. Mario Kempes. Sonaba bien. Al principio fue sólo eso. Un nombre llamativo. Las escasas referencias procedentes de Argentina aumentaban las expectativas: 'El Matador', así le conocían. Algunos, pocos, presumían, en aquella Valencia de mediados de los setenta, de conseguir 'El Gráfico', la biblia del fútbol argentino en la que se ensalzaba la irrupción de un zurdo cordobés que con 19 años ya se había consagrado en la catedral de Wembley. Dos goles a Inglaterra en su feudo tradicional. Aquella era una sociedad sin globalizar, sin acceso a imágenes lejanas; por ello, 'El Gráfico' se convertía un preciado tesoro, una publicación de culto de la que oíamos hablar con devoción a sus afortunados lectores. De esas páginas también salió una

frase que no tardó en ser leyenda: «No diga Kempes, diga gol», sufrió modificaciones con el paso del tiempo hasta confundir a quienes la pronunciaban. El orden de los factores no altera el producto: gol.

Otros, menos pudientes y snobs, sin posibilidad de ojear la prestigiosa revista editada en Buenos Aires, hacíamos esfuerzos por recordar al Kempes del Mundial del 74, pero la memoria en blanco y negro siempre nos conducía sin remedio a la imagen de un arrebatado Houseman batiendo la puerta italiana. Ni rastro de Kempes que seguía siendo un apellido bisílabo y armónico, nada más. En aquella selección albiceleste los aficionados seguía-


Texto Paco Lloret

mos con interés a los representantes de nuestra fue a Argentina con una idea entre ceja y ceja: liga: Carnevalli portero de Las Palmas, al que fichar a Mario Alberto Kempes que jugaba en más tarde se añadirían Wolf y Brindisi; Aya- Rosario Central. «Cuando a un jugador del inla y Heredia del Atlético. Mario Kempes jugó terior lo destacan tanto en 'El Gráfico' será por como titular todos los partidos pero no consi- algo». Allí contactó con Aguirre Suárez, el guió marcar. Dos años después de aquel tor- neo, se estaba gestando un Valencia rutilante. terrible zaguero del Granada que lesionó a Pasieguito tenía órdenes claras del presidente Forment, integrante de aquel Estudiantes de Ramos Costa: fichar a Rainer Bonhof como La Plata que sembró el terror antes de recafuera. El problema es que el alemán se negaba lar en España. Algunos delanteros de la época salir de su país hasta después del Mundial del hacían todo lo posible por no verse las caras 78 donde los germanos defenderían el título. con él y, sospechosamente, sufrían contractuHombre previsor, Pasiego tenía un plan K. Un ras días antes de viajar a Los Cármenes. Pero comodín en la manga. El secretario técnico se lo cierto es que Aguirre Suárez, que había es-


A continuación vino el inevitable juicio, y por supuesto, la condena: Vaya petardo

tado bajo las órdenes de Pasieguito en la ciudad de La Alhambra, se convirtió en un aliado para cerrar un traspaso que se complicó hasta el punto de precisar de una votación entre los compromisarios del club 'canalla' de Rosario. Y Kempes dejó el invierno austral y se plantó en el ferragosto valenciano. 16 de agosto de 1976. Su puesta de largo. Fiasco. Los anfitriones eliminados del Naranja por unos rusos que jugaron como si les fuera la vida. Ya lo decía Di Stéfano: nada de equipos comunistas en verano, que nos retratan. Lo dijo cuando el Spartak de Moscú le marcó 5 goles al tierno conjunto de La Saeta en Mestalla sin

despeinarse. Volvamos a Kempes. Todos conocen la historia: falló un penalti como guinda a su desastrosa presentación. Dos días después volvió al escenario. Segunda oportunidad. Derrota con el Hércules acompañada de un aguacero que compuso un paisaje desolador. A continuación vino el inevitable juicio y, por supuesto, la condena: «vaya petardo». Su avalista hubo de dar las pertinentes explicaciones ante la superioridad. Pasieguito no daba crédito ante la evidencia de lo que parecía un error mayúsculo.





Mareado y entre soviĂŠticos

Texto Vicent Chilet


A

Soviéticos en Mestalla, jet lag y un calor asfixiante sofocado helados de bombón. El debut de Kempes en Mestalla no pudo ser peor, su actuación, marcada por la precipitación, auguró un mal devenir en aquel joven jugador llegado de Argentina que pronto despertó los pitos de un público que creyó estar siendo víctima de una estafa.

Aquel 16 de agosto del 76, España debatía si la transición tenía que ser ruptura o reforma del pasado, una manifestación de mujeres recorría las calles de Belfast exigiendo una tregua a protestantes y católicos, y miembros de la Operación Cóndor revelaban con dos meses de adelanto al secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger que una bomba mataría al ex canciller chileno Orlando Letelier en Washington. En el plano futbolístico, Checoslovaquia había ganado la Eurocopa dos meses atrás en Belgrado, con un asombroso penalti materializado por Antonin Panenka. En Valencia, 40.000 espectadores llenan el Luis Casanova para presenciar el debut de Mario Alberto Kempes, el fichaje estrella del presidente Ramos Costa, que a golpe de talonario ha reunido al prometedor delantero argentino junto al holandés Johnny Rep y al “zaraguayo” Lobo Diarte. Mestalla desprende el aroma de cinema paradiso de los viejos partidos del Naranja, que acababan más allá de la medianoche y en los que no faltaban vendedores ambulantes de bombón helado, ni tracas que, más que alterar el orden público, contribuían a la armonía de nuestro caos. Hablamos de un tiempo en el que el estadio enmudecía cuando se daba a conocer la recauda-

ción del encuentro, correspondida con aplausos y la única influencia asiática en el club era el Mitsubishi Pajero publicitado en el videomarcador. Sin la sobresaturación actual de información, los trofeos de verano representaban el reencuentro verdadero de los aficionados con los jugadores, la inquietud de comprobar las evoluciones de los nuevos fichajes y el reclamo de rivales extranjeros, todavía con un aura exótica. Se saluda la entrada del Valencia con aplausos que se transforman en ovación cuando se anuncia el nombre de Kempes en la megafonía. Marito, de 22 años barba de tres días y medias caídas, no se encuentra para nada cómodo. Le toca jugar casi por obligación, por la expectación generada por su fichaje, pero en los tres días que lleva en España apenas ha podido descansar. No ha dormido, traicionado por el jet lag y el bochorno veraniego de la ciudad. Todo han sido inconvenientes. De hecho, estuvo a punto de torcerse su fichaje en la revisión médica. Los doctores, alarmados, encontraron en las radiografías un punto negro en su estómago, que tras pruebas posteriores resultó ser el perdigón que mató a la perdiz que horas antes se había comido en Motilla del Palancar, en la pausa


The Barraca

Mario encara otro desafio, que mantiene en vilo al público del 76, y a los hijos que crecimos bajo el impacto del recuerdo de las historias de aquel delantero invencible. Lo hacemos convencidos de su regreso victorioso, de que estas largas horas, en realidad, no son más que otra sequía goleadora estival.

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para almorzar en el trayecto de Madrid a Valencia. Por lo demás, lleva más de dos meses sin entrenar, desde que decidió declararse en rebeldía en Rosario Central para forzar el fichaje. Tras durísimas negociaciones y después de amenazar al club con retirarse del fútbol, 32 millones de pesetas y un referéndum popular (amañadísimo) en el estadio del Gigante de Arroyito permiten que abandone finalmente el equipo del Ché Guevara y el Negro Fontanarrosa. El rival, el disciplinado CSKA de Moscú, no es el más propicio para un delantero cansado y mareado. El partido es un suplicio. Nikonov y Nazarenko adelantan a los soviéticos. Lobo Diarte y Rep, en el último minuto y de penalti, empatan la contienda. Entre medias, Kempes pierde casi todas las disputas y, con el Valencia volcado en busca del empate, falla hasta cinco claras ocasiones de gol que despiertan el murmullo en la grada. La primera semifinal del torneo se decide en los penaltis. Chesnokov, Antonov, Nikonov y Nazarenko marcan en los visitantes. Rep y Tena anotan para los locales, que quedan apeados por los fallos de Castellanos y Kempes, que estrella la pena máxima decisiva en la grada de Sillas Gol. La afición valencianista, tan proclive a los cambios de humor, abuchea a Kempes camino de los vestuarios. El dictamen de la prensa, al día siguiente, es implacable: “Kempes erró balones fáciles, casi a portero batido, y para colmo lanzó a las nubes su penalti crucial. Kempes es un jugador de una sola pierna”, sentencia la crónica del diario Levante. Herrera, el entrenador, se mostró más comprensivo: “Kempes estaba un tanto nervioso. Demostró maneras de buen jugador y tuvo ocasiones. Nada se le puede reprochar en el penalty. Esto forma parte del oficio y ahora nuestra misión es levantarle la moral”. En la final de consolación, Kempes vuelve a fallar otro penalti, contra el Hércules. Tampoco se estrena en lo que queda de agosto. Directamente, se llega a cuestionar su fichaje, avalado personalmente por el secretario técnico, Bernardino López

Elizarán, Pasieguito, aquel que formó junto a los pulmones gigantes de Puchades el mejor doble pivote de los 40. Pasiego, que veinte años más tarde se sacaría de la chistera a un montenegrino flaco y con espantosas camisas estampadas llamado Pedja Mijatovic, no se altera por las críticas. Nunca ha estado tan convencido de una contratación. A Kempes lo sigue desde dos años antes, en el Mundial de Alemania. Ya entonces le llama la atención que un joven del interior, cordobés, tenga tanto predicamento en la prensa especializada de Buenos Aires. Se desplaza a Argentina, para recabar personalmente más información. Entonces pone en marcha su plan de seguimiento, en el que, entre otros cuidados detalles, llega a hacerse pasar por un aficionado de Central para recoger datos sobre la vida privada del “Matador”. Los informes son inmejorables, y pasa a la acción. El secretario técnico recurre a un viejo amigo, Aguirre Suárez, un expeditivo defensa al que entrenó en el Granada en los años 60, pero con exquisitos modales y verbo florido, ideal para convencer a la familia del muchacho de la necesidad de dar el salto a Europa. Después llegó la ardua negociación, los plantes de Kempes y el referéndum con el que el presidente de Central engañó a la hinchada “canalla”, furiosa por la inminente venta de su mejor futbolista. Kempes no marcó hasta la primera jornada de liga, contra el Celta, por partida doble. Dicen que cuando en el minuto 60 batió por segunda vez al meta Fenoy, Pasieguito, su descubridor, respiró aliviado y se marchó de Mestalla. Sabía que Kempes ya no pararía de hacer goles. Los haría de todas las formas posibles, 180 en 290 partidos. Mario ya no volvería a sentir “Nostalgia de Bell Ville”. Hoy, muchos años después, el corazón de Mario encaró otro desafío, que mantuvo en vilo al público del 76, y a los hijos que crecimos bajo el impacto del recuerdo de las historias de aquel delantero invencible. Lo hizo convencido de su regreso victorioso, de que aquellas largas horas, en realidad, no fueron más que otra sequía goleadora estival.


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' Nostalgia

de Bell Ville

V

Texto Cisco Fran

Vaig deixar d’anar a Mestalla amb regularitat quan Kempes va ser venut a River Plate en 1981. Segurament, van haver d’influir més aspectes: el meu creixent interés en la música, el fet d’estar començant els meus estudis en la universitat, la busca d’una relació amorosa que em donara tant com jo pensava que era capaç de donar, sí, tot això, unit a la marxa de Mario. Encara que en la seua segona etapa al València la meua il•lusió va seguir ací, les coses mai van ser el mateix. Les cinc temporades en la seua primera singladura valencianista em van omplir tant que, davant d’elles, tota la resta empal•lidia. És cert que després hem tingut moments brillants i vibrants, objectivament millors, però com bé sabem les percepcions són fets essencialment subjectius i ací no hi ha qüestió: Kempes va ser i serà el meu ídol futbolístic de tots els temps. Un dia, en la confluència del carrer Colom amb els carrers Xàtiva i Russafa, havia de ser a principis dels 90, estava parat davant d’un semàfor en roig i anul•lant eixa espera, ignorant el temps mort, vaig girar el meu cap a dreta i esquerra intentant trobar qualsevol cosa – una bellesa femenina esperava en el meu fur intern – que em fera suportable la vida que s’escapava per l’albelló, segons, un minut tal vegada, però vida al cap i a la fi. A la

meua esquerra un muscle robust i de la meua altura escortava un rostre i una cabellera que havia vist desenes de vegades córrer al vent en el verd prat de Mestalla. Mario Kempes estava al meu costat, amb un semblant absent i amb la mirada fixa en el semàfor per a, eixir disparat quan canviara cap a la seua despareguda botiga d’esports. No vaig ser capaç de dir-li res, perquè era tant que en els breus segons dels que disposava no haguera pogut passar d’una desmanotada presentació i una voluntariosa adulació. Mai m’ho vaig perdonar. Tindria alguna vegada la possibilitat de tornar a veure’l? A principis del nou mil•lenni la idea que Kempes no estava sent prou valorat pel nostre club es va assentar de forma malaltissa en la meua voluntat. Veient com en altres esports els grans eren tractats amb veneració quasi religiosa, els Babe Ruth, Lou Gehrig, Joe Di Maggio, Mickey Mantle, Don Mattingly dels Yankees havien sustentat la llegenda i l’havien elevat a imaginari col•lectiu, per què no ací fer el mateix? Els Montes, Cubells, Mundo, Puchades, Claramunt, Kempes, Kempes, Kempes…. Gol, gol, gol…. El meu interés es va fer realitat quan vaig tirar una mà a l’escriptor argentí Federico Chaine, biògraf oficial de Kempes, per a aconseguir que la seua biografia s’editara a València. I així va ser.


Un dia, amb el llibre ja editat, li vaig preguntar a Chaine si seria possible saludar en persona a Kempes. Clar, em va dir ell, i ens en vam anar a la casa de la seua filla major, on Mario i la seua família passaven una temporada. Era setembre, feia calor, a les 6 i mitja de la vesprada, cridaren, pujaren i tocaren a la porta. El campió del món, el golejador del València CF, el meu heroi futbolístic ens va obrir la porta en banyador, un d’eixos tipus pantaló. Després van vindre anècdotes del futbol, firmes i dedicatòries, gots d’aigua servits pel pichichi del mundial a un parell de rendits admiradors i la sensació, a l’eixir d’allí, que les persones i els mites mai es porten bé. Necessitava, inquiet com sóc, tancar un circle. Necessitava, agraït com sóc, dir-ho alt i clar. Necessitava, creatiu com sóc, anar un poquet més enllà. I així va ser. Una vesprada de novembre del

2008, amb el Nadal fent soroll al fons del corredor, vaig posar tot el que tenia en la taula i comencí triant els pinzells, els colors, la perspectiva. La clau de tot: quins ignorants som! Vaig recordar la presentació de Kempes en el Trofeu Taronja de 1976 i el seu desastrós partit enfront del CSKA de Moscou. Com el públic va pontificar l’adveniment d’un nou petard futbolístic en el sacrosant temple de Mestalla. I com això no va ser més que un miratge necessari perquè tots tinguérem clar que la vida i el futbol requerixen un poc de paciència i tranquil•litat. Així va nàixer el meu homenatge a Mario Alberto Kempes. I sempre que rememore el seu pas pel nostre equip, sempre que em recorde cantant els seus gols, abraçant-me a mon pare, i traient pit per tindre en el nostre equip al què en una ocasió fos el millor jugador del món, he de confessar que sent nostàlgia del de Bell Ville.


No diga Kempes, diga Rock Texto César Campoy

I

Imposible hacer desaparecer de nuestras retinas aquellas dantescas imágenes de un Liam Gallagher celebrando los goles del Manchester City al Real Madrid aquella noche de septiembre de 2012. Esas carreras Bernabéu arriba, Bernabéu abajo; esos besos y abrazos a los sorprendidos guardias de seguridad; esos agentes de la Policía Nacional invitándole a abandonar el recinto… En tierras inglesas, pop, rock y fútbol son, prácticamente, uno. Los hermanos de Oasis son acérrimos del City; Rod Stewart vive para el Celtic de Glasgow; Elton John unió su destino al del Watford FC; Adrian Smith y Steve Harris, de Iron Maiden, son fanáticos declarados del West Ham United; los seguidores del Liverpool han conseguido que a medio planeta se le ponga un nudo en la garganta cada vez que entonan el You’ll Never Walk Alone que recuperaron, en 1963, unos de los estandartes del sonido Merseybeat, Gerry & The Peacemakers…

Es más, lejos de avergonzarse, el músico aficionado al fútbol, se enorgullece de mostrar la pasión por sus colores, y es difícil encontrar voces que tilden, a quien exterioriza su sentimiento, de cenutrio o cavernícola. De hecho, uno de los cantantes y compositores más comprometidos, progresistas y antisistema del Reino Unido, Paul Heaton, ha llegado incluso a ejercer de comentarista deportivo televisivo, entre andanada y andanada contra la monarquía británica. El grupo que lideró en los 80, The Housemartins, titularon su primer disco London 0-Hull 4 (el Hull es el equipo de la ciudad donde se gestó la banda), y su filosofía era una curiosa mezcla de marxismo, cristianismo y fe en el esférico. Algo muy distinto pasa cuando saltamos de la admirada Albión a la Península Ibérica. Por estas tierras, declararte futbolero suele marcarte de por vida. Bien es cierto que, históricamente, por


Otro soy al fin, desde que encontré, al amigo más fiel, que yo conocí. Codo con codo al caminar, vamos contentos para luchar, y juntos compartir, las alegrías y el dolor. Si tengo una desilusión, o cuando sufro por un amor, mi amigo siempre está, para ayudarme a olvidar. Y no habrá, no llegará, nada que nos haga cambiar. La adversidad, podrá llegar, y juntos iremos también. Codo con codo al caminar, los dos unidos en nuestro afán, y nuestra amistad, nunca jamás se romperá.

Si tengo una desilusión, o cuando sufro por un amor, mi amigo siempre está, para ayudarme a olvidar. Y no habrá, no lleg,ará, nada que nos haga cambiar. La adversidad, podrá llegar, y juntos iremos también. Codo con codo al caminar, los dos unidos para luchar, y nuestra amistad, nunca jamás se romperá, nunca se romperá, nunca, nunca...

estos andurriales, el deporte rey ha estado demasiado frecuentado por buscavidas sin escrúpulos, dictadores y políticos aprovechados, timadores y especuladores profesionales… El caso es que tan sólo a ciertas figuras respetadas de la canción se les ha perdonado este tipo de ‘desliz’. En cambio, es poco corriente conocer a alguien que haya alegado urticaria al balón a la hora de renegar de Iron Maiden, Oasis, Stewart o Elton John (otro cantar son sus derivas musicales). Y es algo (y ya nos trasladamos hasta tierras valencianas), hasta cierto punto, incomprensible. Cualquier miembro de cualquier banda que frecuentara el celebérrimo Sonido Manchester podía saltar al escenario de cualquier ciudad del mundo (incluidas las españolas) ataviado con la camiseta del equipo de sus amores, que entre público escucharías comentarios como “mira, qué tío más molón”. Hasta hace poco, cualquier músico

valenciano al que se le hubiera ocurrido marcarse unos acordes roqueros enfundado en una elástica del Levante UD o del Valencia CF, habría sido definido, como mínimo, de cutre. Pero (a lo que íbamos), de unos años para acá, parece que la cosa anda cambiando. Hasta no hace mucho, una de las pocas conexiones míticas entre pop (es un decir) y fútbol en Valencia tenía que ver con un dibujo animado llamado Naranjito. Desde entonces, mucho ha llovido, y el caso que, hace ya varios años, sin ir más lejos, la banda punk Don Cikuta se marcó, sin complejos, un Al meu cor (que artísticamente nos gustará más o menos) en homenaje al Valencia CF, mientras los de Seguridad Social no se han cortado a la hora de actuar en Mestalla, coincidiendo con la celebración de algún acto social o partido. La cosa, no obstante, viene de un poco más atrás, y tiene que ver con un grande del equipo che: Mendieta. El magnífico

Codo con codo - Bruno Lomas.


The Barraca

Lo molona que queda la camiseta retro del Matador, recuperada felizmente en los últimos años por el Valencia CF, inspirada en aquella elástica Ressy con los colores de la bandera de Valencia. Este diseño, en Manchester, hubiera causado furor y hubiera sido normal ver a Happy Mondays o The Charlatans luciéndola en sus despendolados conciertos

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centrocampista vasco, que como muestra la foto, visitó hace pocos días a los valencianos de La Habitación Roja en las sesiones de grabación de su último disco en los conocidísimos estudios Rockfield de Gales, devino, durante muchos años, estandarte deportivo de la llamada escena indie española, merced a su sapiencia musical y su pasión por pinchar discos (ha integrado la Gasteiz Gang junto al periodista musical Juan Vitoria, y la hija de éste). Dicha condición de símbolo futbolero-musical, alcanzó su cénit, como muchos recordarán, con aquel homenaje pop de Los Planetas en Un buen día, a aquel maravilloso gol de la final de la Copa del Rey del 99. Sin duda, una de las tres máximas obras de arte que ideó y materializó Gaizka, junto a aquel soberbio chut tras saque de córner de Ilie (también aquel 1999, pero contra el Barça) y aquella filigrana de la temporada 97-98 contra el Athletic de Bilbao. A partir de estos hitos, es posible que la condición de futbolero haya ido adquiriendo ciertos matices, hasta cierto punto, admisibles por buena parte de la sociedad que antes se mostraba reacia a comulgar con todo lo que tuviera que ver con el cuero. Y es posible que buena parte de ‘culpa’ la tenga la asunción por parte del universo cool de ese espíritu indie-futbolístico creado en torno a Mendieta (muy influido por la cultura inglesa, que él tanto conoce y admira), la reivindicación de creaciones como Naranjito como uno de los iconos pop (en cuanto a diseño y moda) a adorar, y, (¿por

qué no reconocerlo?) lo molona que queda la camiseta retro del Matador, recuperada felizmente en los últimos años por el Valencia CF, inspirada en aquella elástica Ressy con los colores de la bandera de Valencia. Este diseño, en Manchester, hubiera causado furor y hubiera sido normal ver a Happy Mondays o The Charlatans luciéndola en sus despendolados conciertos. De hecho, Kempes podría haberse convertido en un estandarte indie en toda regla hace mucho tiempo, pero no fue hasta hace un año, cuando dos formaciones valencianas decidieron rendir tributo sonoro a dos de los sudamericanos más grandes que lucieron la camiseta blanca: el de Córdoba, y el paraguayo Diarte. Y así surgió La balada de Diarte y Kempes a partir de los temas El aullido del lobo, creado por Los Radiadores, y Nostalgia de Bell Ville, interpretado por los veteranos La Gran Esperanza Blanca, e inspirado en aquella aciaga noche de agosto del 76 en la que Kempes se presentó ante su nueva afición con una horrenda actuación ante el CSKA. Pero no sólo de Valencia CF vive esta ciudad. El Levante UD ha gozado, desde hace muchos años, del reconocido apoyo de músicos de la tierra. Algunos son declarados seguidores del club granota, y de ello presumen orgullosos: del veterano batería (militante de incontables bandas como All Sex Picken, Néstor Mir o algunos de los proyectos surgidos de la factoría Hall of Fame) Santi Serrano, al exguitarra de Doctor Divago, Manolo Contreras, pasando por Txoni Mantarás (Tent,


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No obstante, tal vez queden todavía algunas asignaturas pendientes para que el círculo acabe cerrándose. Una de ellas, la de que un día, las hinchadas acaben convirtiendo una tonada autóctona en himno extraoficial de su equipo. Lo que está claro es que, si los británicos hubieran tenido la suerte de contar con todo un Bruno Lomas, le habrían sacado más partido Los Vicentes), Txus Bixquert (The Phantoms) o, tal vez uno de los más efusivos a la hora de hacer pública su militancia: el actor, músico (Hector Proctor, Olor a chicas) y showman, al fin y al cabo, Enrique Victoria. Como también es destacable la relación y afición de algunos periodistas deportivos valencianos con las guitarras y baterías. Tan sólo dos ejemplos (además del hecho de que espacios de Ràdio Nou como La Taula Esportiva o Grada Nou encontraran sus sintonías en composiciones exclusivas de bandas de la tierra): el de Josep Bartual, tan buen profesional delante del ordenador, como sobre el escenario, antes con Iba Andando, y ahora con Moonflower, o el de Liberto Peiró, uno de los fotógrafos más conocidos de la escena roquera valenciana, y fiel seguidor granota. Por otra parte, hemos de recordar que los sentidos homenajes, surgidos desde estas tierras, a grandes del balón tampoco han tenido como destinatarias únicas las escuadras levantinistas y valencianistas. El polifacético canario-valenciano Manolo Rock, a mediados de los 90, mostró por enésima vez su fervor hacia la UD Las Palmas con aquel Algo más que un sentimiento en el que reivindicaba la figura de leyendas amarillas como Valerón, Simionatto, Toni, Socorro, Orlando o Turu Flores, mientras que los inmensos Señor Mostaza de Luis Prado, en su LP Somos poco prácticos de 2008, se sacaron de la manga una preciosa Minitragedia de Arconada en la que rememoraban aquel error del

gran cancerbero vasco en la final de la Eurocopa de 1984, que marcó la infancia deportiva de toda una generación. De esta manera, y visto lo visto, parece que, hasta cierto punto, la situación tiende a normalizarse, y el amante del buen fútbol ya puede presumir de que, poco a poco, también en estas tierras rock y esférico hace tiempo que comenzaron a casar dignamente. Vamos, que hay algo más allá del histórico binomio pasodoble-balompié. No obstante, tal vez queden todavía algunas asignaturas pendientes para que el círculo acabe cerrándose. Una de ellas, la de que un día, las hinchadas acaben convirtiendo una tonada autóctona en himno extraoficial de su equipo, ya se llame Levante, Burjassot, Huracán, Benicalap o Valencia. Los seguidores de éste último, hace pocos años, incorporaron (como ya sucedió en otros campos de España) la adaptación futbolera del Jamás del gran Camilo Sesto, tan habitual en muchos países de Latinoamérica. Lo que está claro es que, si los británicos hubieran tenido la suerte de contar con todo un Bruno Lomas, a buen seguro que le habrían sacado más partido en este aspecto. Que temazos popularizados por el de Xàtiva, de la talla de, por ejemplo, Codo con codo, tienen todas las papeletas para convertirse en nuestro You’ll Never Walk Alone particular. ¿Por qué no?

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Por culpa de Kempes M Texto Paco Gisbert Ilustración Federico Teri

Mi padre, la persona más poco apegada a las propiedades que he conocido en mi vida, tenía una extraña debilidad por la tecnología audiovisual. Era de aquellas personas que querían tener la mejor televisión del mercado aunque le importara muy poco no tener casa, coche o apartamento de verano propios. En 1978, la mejor televisión del mercado era la televisión en color, que sólo tenía sentido en algunos programas de la parrilla de los dos únicos canales existentes. Casi todo lo que daba la tele era en blanco y negro, pero algunas retransmisiones se podían ver en color, un privilegio insólito en nuestro país en aquellos tiempos. En 1978, Televisión Española anunció que el Mundial de Argentina lo iba a emitir en color y mi padre no lo dudó: seguiría sin tener coche, casa ni apartamento de verano, pero tendría un televisor a color para ver los partidos del Mundial. Aquel Mundial que vi por primera vez en mi vida en color fue el torneo de la vergüenza, la patochada perfecta para que un régimen de asesinos se diera un baño de popularidad y de comprensión internacional a costa del fútbol. Mientras Argentina iba eliminando rivales en el Monumental de Buenos Aires o en el Gigante de Arroyito de Rosario, en los cuarteles generales de la ESMA, el principal centro donde se gestó el terrorismo de estado durante la dictadura, los militares iban eliminando disidentes, personas cuyo único delito era pensar diferente que sufrían horri-


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bles torturas hasta llegar a la muerte.En 1978, yo tenía 15 años y comenzaba a forjarme una conciencia política, una tarea complicada después de haber vivido mi infancia y pre adolescencia en la dictadura franquista. Estaba indignado de que Joao Havelange, brasileño ultraderechista que presidía la FIFA, mirara hacia los papelitos que caían de las gradas de los estadios argentinos en vez de mirar hacia las cárceles. Deseaba que Argentina no ganara su Mundial, porque, entre otras cosas, un triunfo deportivo siempre acaba por favorecer a quien ostenta el poder. Y el poder, en aquella Argentina, estaba en manos de criminales. Mis deseos estuvieron muy cerca de hacerse realidad, pues Argentina estuvo en el borde del abismo durante la primera fase, cuando se salvó de la eliminación en su partido contra Francia gracias a la valiosa colaboración de un árbitro tan suizo como neutral. En la segunda fase de grupos, Argentina rozó ser apeada de la final, pero un extraño resultado, más propio de despachos que de estadios, contra Perú le dio el pase al partido por el Mundial. Sin embargo, a esas alturas de torneo, yo ya iba por Argentina. La culpa de mi repentino cambio de actitud, de mi chaqueterismo ideológico de tintes futboleros la tuvo Mario Kempes. El Matador, desaparecido en la primera fase del torneo,

se erigió en el héroe nacional de los argentinos, el hombre que les hizo olvidar que a sus hermanos, sus padres o sus hijos los estaban matando los militares. El Kempes que surgió en los partidos contra Polonia o Perú era el Kempes de Mestalla, un jugador capaz de generar una ocasión de gol cada vez que recibía el balón y avanzaba hacia la portería contraria. Un jugador que, de esas ocasiones que generaba, culminaba en gol la mayoría de ellas. Argentina llegó a la final de su Mundial y el partido se convirtió en un acontecimiento en mi casa, propiciado por el flamante televisor a color. Mis dos mejores amigos me rogaron que los invitara a ver la final en mi casa, porque no querían volver a ver un partido de ese nivel en blanco y negro. Mis dos mejores amigos iban por Holanda, un equipo aseado, políticamente correcto y lleno de romanticismo y encanto. Yo no. Yo quería que ganara Argentina por culpa de Kempes. Por culpa de Kempes, me hice de la Argentina de Passarella, Tarantino, Ardiles o Bertoni, nunca de la de Fidela, Galtieri o Havelange. Y por culpa de Kempes, aquel día en que el Matador se convirtió en el futbolista más determinante que haya habido jamás en una final mundialista me sentí orgulloso ante el mundo de ser valencianista.


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Resistir es vencer Texto Rafa Lahuerta Yúfera (a Merchina Peris, mi hermana)

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Kempes fue algo más que un futbolista. Hasta su llegada, Valencia era una isla fluvial cosida a la memoria de la devastación. Los hombres callaban, las piedras hablaban. El Turia delimitaba los espacios y las fronteras. La playa era una promesa lejana. Su novela era Flor de mayo. Si Arroz y Tartana era Valencia, Flor de Mayo era el Grao. Lo demás eran ruinas y campanarios, mercados y talleres, solares y huertas. La periferia era Mestalla y su arrabal. Como en Macondo, muchas cosas todavía no tenían nombre. Había un colegio de curas, un bar sin grandes esperanzas y un mar de vías que ennegrecían los cultivos. A su alrededor crecían barrios, familias, comercios. La mayoría veníamos de la Ciutat Vella, del Grao, de lugares olvidados. Habíamos cruzado una frontera sin alambradas. No había épica en esa supervivencia. El taller, el obrador y la voluntad de crecer eran impulsos tan optimistas como embrutecedores. Éramos el centro del mundo pero el mundo no lo sabía. Estábamos

condenados al olvido. Nadie escribe sobre la clase media de una ciudad invisible. En algún momento de rabioso desdén ante el paisaje empecé a comprenderlo. También la literatura era una convención centrípeta. Las grandes novelas las escribían los demás, los sueños oficiales eran ficciones inoculadas a través de su propaganda y nuestras vidas siempre parecían menos intensas. Había que leer y resistir. No para conocer el mundo, sino para aprender a recordar lo que acababa de suceder a la vuelta de la esquina: Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. Para mí todo sucedió entre 1976 y 1984. Lo demás son matices. No lo llames nostalgia. La nostalgia es una patología que mitifica lo que tal vez no sucedió. Yo apelo a la memoria. Vivo de la memoria. Agito la memoria. Un memorioso encuentra la manera de contar siempre la misma historia. Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. En la repetición sistemática pero novedosa algunas vidas se justifican. La repetición, la cos-



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tumbre y la rutina son herederas de una ideología sobria. A su alrededor se postulan cuatro estandartes: Resistencia. Militancia. Mística. Prudencia. Seguro que hay vidas más divertidas, pero no me interesan. Estaba en Mestalla el día del debut de Kempes y estaba en Mestalla el día de su despedida. El Mestalla de su debut era vertical, pirotécnico, antiguo. Sobrevivía el recuerdo de la liga del 71 pero ya era un mundo viejo, zarandeado por la modernidad que se adivinaba en el flequillo de Cruyff. Mestalla era como el careto de Claramunt. Una estampa mítica pero superada. Al hombre con cara de español de la postguerra le sucedió Kempes. Estéticamente era un salto. Las melenas, la elegancia suicida del gaucho, el icono pop de una ciudad que vivía en pleno desconcierto. Kempes fue un vendaval que nos vino grande. Valencia era un rótulo en la estación. La gente lo veía y pasaba de largo. Kempes se quedó porque era como

En la transición del blanco y negro al color el Valencia se extravió. Y no sólo por cuestiones deportivas

nosotros. Conformista, afable, mejor de lo que él mismo imaginaba. Valencia era una ciudad vencida que se soñaba luminosa. En esa distancia entre la ruina y la luz cabían todas las contradicciones y demasiados complejos. En mi barrio se amotinaban las ratas y después los gatos. Si llovía todo era un barrizal. La capital mundial del Antiturismo estaba lejos de la mundanidad célebre de Madrid y Barcelona. El lenguaje del poder insistía en rebajarnos a simple anécdota. El caos anunciaba cara o cruz. Salió cruz. No supimos dar el salto. Que no nos dejaran darlo formaba parte del plan. Valencia, exótica, molesta, extraña. También nosotros fallamos. Nos faltó inteligencia, amplitud de miras, RELA-TO. En la transición del blanco y negro al color el Valencia se extravió. Y no sólo por cuestiones deportivas. Algunas verdades duelen. Exigen madurar. En 1984 Kempes se fue por la puerta de atrás, como el dios de una religión sin profetas. Aquel Mestalla ya no era vertical ni pirotécnico. Era un cementerio. Un cementerio moderno, de una modernidad cutre y fantasmal, con sillas blancas y verdes que rumiaban en silencio la soledad de


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los graderíos anestesiados. Se hizo una reforma que destruyó el encanto canalla del careto de Claramunt y se levantó un recinto triste, con goteras, donde los viejos languidecían y los niños se dedicaban a imaginar las trincheras del futuro. La larga noche del Kempismo crepuscular y sus secuelas fueron un telón de fondo que sigue sin explicarse. Para explicarlo necesitamos una terapia colectiva que nunca llegará. Todavía no sabemos quiénes somos, de dónde venimos, a donde vamos. Nos parapetamos en la celebración de la anécdota, del chascarrillo, del debate superficial y voncinglero. Ni siquiera el Vintage Kempes de TVE, que es un puñetazo más que una celebración, ha servido para elevar el debate. Nos quedamos con la nostalgia. Despreciamos la memoria. La memoria exige, la nostalgia adormece. El valencianismo de a pie sigue sin entender que sin metafísica no hay nada. Para construir ese colchón llamado cultura de club es inexcusable bucear a fondo, pensar sin prejuicios, cerrar heridas, asumir responsabilidades. En 1984 yo ya era un niño viejo. Lo que vino después apenas importa. Lo sustancial ya había sucedido. Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. Pasó el tiempo. Fueron años raros. Todos lo son. En el extranjero empezaron a levantar estatuas y mitos. La mentalidad colonial nos obligó a reparar en los nuestros. Kempes volvé, decía la pancarta. Y Kempes volvió. El del mundial 78, el de los goles célebres al Madrid, el de las galopadas interminables por el verde de un Mestalla que lo amaba y odiaba según soplara el viento. Kempes. Vintage Kempes. La ilusión de armar un relato. Un relato sin lectores. Para entonces, yo ya llevaba años

contándome esa historia a todas horas. Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. Era mi única verdad en un mundo donde casi todo era mentira. Lo importante no era lo que salía en la televisión. Lo trascendente era lo que estaba a la vuelta de la esquina. Ese privilegio era mi lugar en el mundo. Ese privilegio me llenaba de timidez y arrogancia. El bar Los Checas, Mestalla, el rumor de la ciudad fluvial. Yo ya sabía lo único que necesitaba para no sucumbir. Cosmopolita no es una pincelada superficial en cada puerto. Cosmopolita es una mirada amplia desde tu rincón. El mío era ese. Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. Las convenciones estéticas dejaron de impresionarme. Crecí en la periferia de la periferia pero siempre me supe en el centro del mundo. Algunos le llaman Manhattan, otros Manchester, yo Mestalla. Llámalo soberbia. Acepto el envite. Sin esa soberbia ya estaría muerto. La pureza está en la mirada, jamás en el espejo. Lo verdadero no siempre es bello pero hay que nombrarlo con precisión y energía. Tuvimos al mejor jugador del mundo con nosotros y no supimos contarlo. Por desidia, por ignorancia, por falta de carácter. No es una ficción. Es la evidencia de que éramos una sociedad cainita, enferma, colonizada. Contra ese olvido y contra ese dolor empecé a escribir. Kempes, Valencia, la enfermedad de mi padre. Hay verdades que no prescriben jamás. Hay historias que uno está obligado a repetir durante toda su vida. Aunque sólo sea para confirmar una evidencia: resistir es vencer. Kempes ha resistido y yo con él. Aunque no lo sepa, es inmortal. Y mi padre, de sobra lo sabes, también.

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Penaltis a ciegas Texto Vicente M. Cuenca


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De pequeño pasé muchas tardes de domingo en casa de mis abuelos de Benimaclet esperando a que mi padre y mi tío regresaran del fútbol. Así era sobre todo cuando el Valencia jugaba contra alguno de los grandes. “Hoy no puedes venir –me decían- porque a lo mejor no te dejan entrar y te tienes que quedar solo en la calle”. Con esa verdad inventada para provocar el miedo en un niño crecí hasta que el 1 de mayo de 1983, el día de mi decimosegundo aniversario, y en el momento de soplar las velas, mi padre tomó una decisión de la que creo no tardó en arrepentirse. “Vete solo con el tío al fútbol, que no quiero ver descender al equipo; y a partir de ahora el pase es tuyo”. Esa tarde de primavera, un gol de Tendillo y una parada de Bermell en la línea de meta hicieron llorar en el Luís Casanova a más de uno de esos viejos del puro del Sector 16, cuando la suerte se alió por una vez con el Valencia y lo dejaba unas temporadas más en Primera. En aquel equipo, una sombra de los tiempos de esplendor y de dispendio de Ramos Costa, permanecía Kempes con un papel casi de figurante. El año siguiente fue el último para él y aún hoy recuerdo con viveza la rabia que sentí por una despedida amarga e ingrata, casi clandestina. De la primera vez que le vi jugar he de reconocer que no tengo imágenes tan claras; solo permanece en mi cerebro el aroma del césped recién cortado de Mestalla, un olor que no sé muy bien porqué hace mucho que no es el mismo. Fue un mes de octubre, yo solo tenía cinco años, y en-

tre idas y venidas de la grada al vomitorio, al que mi padre me llevaba para protegerme de la lluvia, Kempes y Diarte se encargaron de meterle cuatro goles al Racing de Santander. Desde ese día, favorecido por el cemento corrido de la grada numerada central, y por la paciencia de mi padre, una almohadilla de más con la publicidad de Vifasa ocupaba la fila 12 muchos domingos. No todos, porque esa regla no escrita vigente hasta la emancipación conseguida en aquel Valencia-Real Madrid del 83 hizo que me perdiese la inmensa mayoría de los grandes partidos de la época. Puedo decir con orgullo, sin embargo, que mi saco está lleno de goles del Matador, ninguno de la trascendencia de los marcados al Barcelona o al Nantes, pero capaces uno a uno de meterme en vena ese irracional amor a una camiseta del que nunca pude desprenderme. La culpa es de Kempes; bendita culpa la suya. Por fortuna, la televisión me permitió disfrutar desde casa de algunos de aquellos momentos gloriosos. Casi todos los valencianistas de mi edad recurrimos al tópico del Argentina-Holanda. Para mí también fue un sueño que un jugador de los míos se erigiese en el protagonista de la final de un Mundial. Kempes consiguió él solito que nos sintiéramos parte de un club que podía mirar a los ojos al Madrid o al Barcelona; o incluso por encima del hombro. Tampoco olvidaré nunca sus dos goles de la final de Copa, teñidos de rojo, amarillo y un tímido azul, pero yo me quedo con el 4-3 en los cuartos de final de la Reco-

pa contra el Barça. Pasé tantos nervios que le di la espalda a la pantalla de la televisión cuando Kempes se disponía a marcar el penalti que sentenciaba el partido. Desde entonces, y hasta que Mendieta me demostró que desde los 11 metros se podía crear una obra de arte digna de admirar, no vi una sola pena máxima lanzada por un jugador del Valencia. Soy de los que piensan que en nuestra infancia está lo mejor de lo vivido, porque con el tiempo perdemos la capacidad para la sorpresa, ese maravilloso impulso por disfrutar de lo nuevo, por descubrirlo todo. Mario Alberto Kempes es la joya más preciada de ese tesoro infantil que fue para mí el Valencia. Hoy estamos ya demasiado resabiados, agotados por las interesadas maniobras de poder y dinero de unos y de otros, para que podamos creer en el fútbol como en un deporte. En momentos así me refugio en su imposible melena al viento, en su velocidad de vértigo, su disparo meteórico y sus larguísimos brazos rozando el cielo. Con esto me quedo, por encima de ligas ganadas y finales de Champions. Hace poco, mi hijo mayor me preguntó quién era Kempes. Yo le dije que fue el mejor jugador del mundo y que había sido nuestro, del Valencia. Su siguiente pregunta era de esperar, “¿Era mejor que Messi y Ronaldo?”. Ante la mirada atónita e ilusionada de mi hijo un “sí” salió de mi boca. Me bastó con volver a mirar al Matador con mis ojos de niño para que ni por un solo instante aquella respuesta dejase de sonar sincera.

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Al T

' Japo

amb Kempes

Tenia dotze anys quan una imatge de Mario Kempes em va impactar en gran manera. No era una imatge seua xutant a porta, ni celebrant un gol amb els braços oberts cabellera al vent o agenollat vestit amb la senyera després de vacunar al Madrid en la final de copa del 79, ni recorrent el camp rival amb unes camallades brutals sortejant contraris i evitant destralades. No, era una imatge trista, que un xiquet com jo en aquell moment, no podia entendre. Corria el mes de Març de l’any 81 quan Mario deixava el València per a anar-se’n a River. En unes escales de l’aeroport de Manises, amb una samarreta negra amb lletres xineses i ulleres de sol, abatut, deia adéu. El meu únic ídol futbolístic de llavors,

i encara hui, se’n anava. Vaig nàixer al 68, i això vol dir que era molt xicotet quan Kempes va disfrutar dels seus millors anys en el València. Si he de ser sincer, tinc vagues records d’aquells anys compresos entre el 76 i el 80. Acudia més o menys vegades a Mestalla de la mà de mon pare, però la memòria fotogràfica que té molta gent no és el meu fort. I no recorde esta o aquella jugada, ni moltíssims dels seus gols, i em fot. Enormement, a més. Recorde més les seues últimes temporades, la gris segon etapa, la d’un futbolista prematurament esgotat, per tants i tants partits donant-ho tot i no en les millors condicions físiques, però sempre honrat i fidel al seu club. Damunt, la situació del club tampoc ajudava i la seua permanència

en l’equip es va fer insostenible. Però l’esplendorós Kempes estava en tots els periòdics. En tots els resums d’aquell Estudio Estadio que feien els dilluns per la vesprada-nit. Estava en totes les revistes de futbol de l’època. En tots els números que el València editava de la seua revista oficial. Estava en les parets de ma casa, a manera de postllis. En les meues llibretes del cole, fotos apegades en les tapes. En els meus àlbums de croms. Estava per totes les bandes. I en el meu cap. Era el meu model a imitar. Segur que qui em coneix esbossarà un somriure, però jo volia portar la seua cabellera. Si Kempes eixia en una foto amb un collar, jo volia portar eixe collar. Volia posarme una cinta blanca al genoll,


Texto José Miguel Lavarías

com ell la portava, i amb les mitges caigudes. Quan jugava al futbol, en la meua camiseta, sempre blanca, de cotó, volia portar el número nou. Ho comprava i se’l donava a ma mare perquè m’ho cosira. A vegades, sent destre com jo era, només jugava amb l’esquerra, perquè ell era esquerrà. El València i els valencianistes li devem molt a Kempes. Ara tires la vista arrere i arran del mundial que ell a soles li va donar a Argentina, al València ho volien veure a tot el món. Era l’equip de moda. Va haver-hi una gira per Argentina just després del mundial, que bé, és lògic que en el seu país volgueren veure-ho. Però en l’estiu del 79 al València volien veure-li al Japó. Sí, sí, al Japó, i al València. No

volien veure a Madrid i Barça (que molts ens volen fer creure que eixes gires les van inventar ells) , volien veure al València, a Mario Kempes, al millor jugador del món d’aquells anys, a pesar que tant coste reconéixer-se’l, potser per ser jugador del València. I per descomptat vaig tindre una trobada amb Mario Kempes. Ja retirat, o potser en els seus últims anys de futbolista allà per Àustria, no recorde bé. Un dia va entrar en la bolera de la Pobla de Farnals. I quina casualitat que ahí estava jo amb el meu amic, i gran valencianista, Iñaki, junt amb les nostres respectives. En quant el vam veure, Iñaki va pujar ràpid al seu apartament, perquè estiuejàvem allí, a per una càmera de fotos, i ahí va

quedar plasmada per sempre una instantània nostra amb ell. No recorde si li vam dir alguna cosa, però sí que sé que fou molt amable i simpàtic. Un dels moments més emocionants que he viscut a Mestalla en els últims anys va tindre lloc al desembre de l’any passat, quan encertadament el València va posar en marxa ‘La Nit del Matador’ en els prolegòmens del partit de lliga davant l’Espanyol. Quan Kempes va botar a Mestalla rodejat dels xiquets vestits amb la senyera, la seua senyera, molts vam tindre l’ocasió d’ovacionar-lo i agrair-li tot el que va fer pel nostre equip i per la nostra infància. Va ser un gran moment que mai oblidaré.


' Kempes tambien llego' a Noruega S

Siendo noruego, les puede extrañar que sea valencianista y ame al equipo tanto como ustedes. Pero para mí el Valencia se ha convertido en algo muy especial que me ha proporcionado momentos únicos. He entrevistado a David Villa, he celebrado con 25 mil valencianistas la copa de 2008 en Madrid y representé a la Penya Chescandinavia en Trondheim en su inauguración oficial. Pero lo que siento para el Valencia no es debido a todo esto. Hay otra razón. Molde es una población pequeña en la costa noroeste de Noruega. En ella viven unas 20 mil personas y tiene una naturaleza preciosa, un club de fútbol mediocre y no mucho más. Por aquí, como se imaginarán, hace frío, y hay mucha nieve, tanta que solemos decir que nacemos con los esquís puestos. Aunque no es mi caso. A mi padre le gustaba viajar, lo hizo mucho por su trabajo. Tenía una pequeña tien-

da en la que vendía un amplio abanico de productos, tan buenos como raros, que compraba en sus viajes por Líbano, Egipto, Francia o Alemania. Pero su país favorito era España, país que conocí por primera vez con tres años, puesto que siempre me llevaba cuando viajaba al sur. Pasábamos los días en L’Alfàs del Pi, un lugar que por aquel entonces todavía pertenecía a sus lugareños, muy lejos de los miles de turistas y conquistadores noruegos que ahora lo habitan. Recuerdo una población con pocas casas, muchos pinos y un Bar. Ese era todo mi mundo durante esos cuatro meses al año. El Bar, se llamaba “Miramar”, era el único del pueblo, tenia unas 6 u 8 mesas y una tele pequeñita que de vez en cuando escupía por la pantalla algo de fútbol para concentrar un montón de gente a su alrededor. Eso, a mis cuatro añitos, era algo nuevo. Fue un amor incondicio-

nal. Mi padre no sabía qué hacer para convencerme a la hora de irnos. Era el año 86, y lo que vi entre aquella muchedumbre era el mundial. Maradona fue el protagonista, obviamente, pero yo tendría otro héroe. El pelusa me daba, y me sigue dando, igual. El “Miramar” lo regentaba un tal Toni, un tipo que me llamaba “bandido”, un hombre guasón que gustaba de hacer reír a la gente, especialmente a mí. Una vez salió con una máscara de mono y un consolador fluorescente, en otra ocasión, arrojó una bandeja justo detrás de una mujer británica gordísima, que salió corriendo del susto. Para un niño, aquello eran cosas divertidas. Toni se convirtió en mi ídolo, pero él también tuvo uno. Se llamaba El Matador. La gente siempre suele decir que un equipo es mucho más que un grupo de jugadores vistiendo una camiseta. No es que no esté de acuerdo, pero


Texto Hans Kristian Lange

a veces, hay futbolistas que definen una época, convirtiéndose en algo más, perdurando en las mentes de los aficionados para siempre y formando parte de la historia del club. Los nombres de Puchades, Mundo o Baraja siempre serán sinónimos de Valencia Club de Fútbol. Pero por encima de todos siempre estará Kempes. Toni me hablaba maravillas sobre aquel futbolista que había reinado años atrás en su equipo favorito, el Valencia. Era el héroe de mi ídolo. “¿Papá, qué hacía Mario?” “¿Papá por qué Mario no puede jugar en Molde?” Mi padre creyó que la única manera de convencerme de que habían otros lugares en el mundo más allá del café, era comprándome una pelota y una camiseta de fútbol. Para eso fuimos a Benidorm. Mi padre era un tipo muy orgulloso. Nunca aceptaba que se había equivocado. Conduciendo, por la noche, se perdió.

Me acosté rumbo a Benidorm, y me levanté en Valencia. No recuerdo muy bien cómo estaba la ciudad, lo que sí recuerdo es ver Mestalla. Nunca en mi vida había visto algo tan grande. Nos pasamos el día entero buscando una camiseta del VCF, no eran tiempos como los actuales en los que puedes ir al Templo del Fútbol y conseguirla, tampoco ayudó que mi padre no hablara ni una palabra de castellano. Pero al fin la conseguimos. Sólo había una. Era muy muy grande, excesivamente grande, era la de la Senyera. Pero lo más importante es que era la de Kempes. Mi padre decía que no, iríamos a buscar otra de mi talla a Benidorm. Me planté. Y me la compró, por supuesto. La llevaba noche y día. Toni también se alegró, y mucho, cuando volví con ella. Fue día de fiesta en el “Miramar”. En los años siguientes no resultó fácil saber de la liga española, y tampoco de Mario

Kempes. Sin embargo yo mantenía la misma pasión y cada vez que mi padre volvía de viaje me traía algo; carteles, fotografías, libros… Pasando los años he leído mucho sobre Mario. También he traducido mucho al noruego, para que otros pudieran enamorarse de esta leyenda. Noruega era y es un país con una cierta anglomanía, y antes de los 2000 casi nadie prestaba atención a la liga española. Entre todas las camisetas del Liverpool y el Manchester United, mi camiseta de Valencia siempre brillaba. La llevé hasta que cumplí los 14 (así de grande era). Las colores ya son más tonalidades de grises que rojo y amarillo, y las letras ya hace mucho que no se ven. Pero los colores los continúo imaginando y las letras KEMPES estampadas en la espalda siempre van a estar en mi mente. Otros héroes vienen y se van, pero Kempes……Kempes siempre perdura.


Rodilla por camiseta Texto Santi Fernรกndez


H

He de reconocer que de muy pequeñito mi corazón futbolero buscaba el latido correcto. Mi padre me hizo socio del Valencia C.F. (ni SAD ni leches) en el verano del 71 y ahí en este glorioso año del nacimiento de Unai Emery (sic) comienzan mis recuerdos de valencianista. Pero he aquí que uno de pequeño se mueve más por referencias que por pasión y, coincidiendo que a un amigo de casa le dio por llevarme de excursión (que lo era) los domingos a ver al Levante, fue como conocí a Carlos Caszely y comencé una pequeña etapa de promiscuidad alternando esposa y amante. En aquellos primeros años yo era muy de Keita y Claramunt, pero nada comparable a lo que me transmitía “el Gerente”… Entonces llegó 1976, y mientras unos corrían por escapar de las porras de los grises en las manifestaciones mientras creaban un mundo nuevo yo, aún ajeno a todo aquello, lo hice para agarrarme a una camiseta blanca que desde entonces no he vuelto a soltar. Pasieguito cruzó el charco con un chico flaco y melenudo del brazo: Mario Alberto Kempes había llegado a Valencia y con él el primer y único episodio de mitomanía futbolera de mi vida. No voy a hablar de Kempes como futbolista. El que tuvo la ocasión de disfrutarlo todavía tendrá viva y fresca la memoria y pensaría que me quedo corto; los que no lo vivieron,

Un par de días después me llegó a casa una camiseta de la selección argentina firmada por él, como si estuviera dando disculpas por lesionarme dirían que soy un exagerado. Lo único que puedo decir es que fue un adelantado a su tiempo, y que difícilmente volveremos a ver un jugador como él luciendo nuestro escudo. Kempes era moderno en el fútbol de los 70’s y seguiría siéndolo en el del S.XXI. Kempes me hizo valencianista de por vida. Su recuerdo me traslada a pañuelos blancos en el Luis Casanova domingo sí y domingo también, a celebraciones de goles corriendo con los brazos arriba (sin payasadas, como si fuese el último de su carrera), a murmullos cuando nos pitaban una falta a favor, a mi primera senyera, a mis primeros títulos, a nuestra primera televisión en color para verle ganar el Mundial del 78, a mi tío recorriendo España para satisfacer a su ahijado empeñado en tener el primer balón Adidas Tango, a mis botas Puma negras con su nombre impreso (bonitas y sin garruladas, como han sido las botas toda la vida), a las fotos de mi carpeta de apuntes del colegio… Pero también me recuerda a una afición injusta, a una salida indecente, a un borrón de nuestra historia aún sin purgar. Debería ser en 1978 o 1979 cuando un profesor del colegio nos pidió un trabajo de fin de curso. A un par de compañeros y a mi se nos ocurrió que sería una buena idea hacerle una entrevista al ídolo de la ciudad. Por tanto, buscamos su número en la guía telefónica (igualito que ahora), le llamamos y nos

invitó una tarde de sábado a su casa del Paseo Valencia al Mar a merendar. Cuando me llegó el turno de preguntar me quedé absolutamente en blanco y, tras unos segundos sólo se me ocurrió decirle: “¿Usas calzoncillos?”. A Mario (así nos dijo que le llamásemos) le entró la risa y contestó con un rotundo “No, voy más cómodo al natural”. Ni que decir tiene que a los Padres Escolapios no les gustó esa parte de la entrevista y nos la censuraron, pero a mí sí me sirvió para ser gallo de corral por unos días. Pasaron los años y me volví a encontrar con él en una pista de fútbol-sala. Finales del 84 o principios del 85, no recuerdo bien. Kempes había fichado por Autocares Luz, yo jugaba de portero en el “B” de Distrito 10 y jugamos un partidillo de entrenamiento entre semana. Jugué pocos minutos. Bien entrada la noche me llevaron a casa con la pierna totalmente vendada. Mi madre puso el grito en el cielo, mi padre sonreía feliz porque sabía que yo lo era; su hijo (o mejor dicho, la rodilla de su hijo) le había parado un penalti al Matador… Un par de días después me llegó a casa una camiseta de la selección argentina 1978 firmada por él como si estuviera dando disculpas por haberme lesionado… No hace falta que diga que aún la conservo como un tesoro.








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El falso nombre de

Mario Kempes Texto Gustavo Farías 64

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«Mirá, te doy un crack. Se llama Mario Kempes y si no hace un gol antes de los 15 minutos, devolvémelo». La célebre frase pertenece a Eduardo Tossolini, presidente del club Bell, de Bell Ville, y su destinatario era Atilio Pedraglio, un directivo de Instituto de Córdoba que buscaba al sucesor del goleador Hugo Curioni, traspasado a Boca en 1970. Con semejante aval, Pedraglio tomó nota del jugador y de la cifra que pedía Bell por su pase: tres millones de pesos ( moneda nacional argentina), unos tres mil dólares de la época. Era una cifra muy alta para un jugador desconocido. Sin embargo, pocos días más tarde, en la mañana del 5 de marzo de 1972, un llamado telefónico a la casa de los Kempes avisó que Mario era esperado por la tarde para una prueba, en un amistoso de Instituto ante Argentino Central, que había sido subcampeón en la Primera B cordobesa. “Marito”, que por entonces contaba con 17 años, se fue hacia la terminal de ómnibus, sacó un boleto y luego de tres horas de viaje llegó a Alta Córdoba. Allí se reunió junto con otros futbolistas que también esperaban ser evaluados. El técnico albirrojo

era Armando Rodríguez, quien reunió al grupo y pidió a cada uno que se identificara con nombre y procedencia. – Carlos Aguilera, de Bell Ville – mintió El Matador cuando llegó su turno –. -¿Usted no conoce a un tal Kempes que vive allí y dicen que es muy bueno? Piden una locura y creen que es un fenómeno. -No señor, no lo conozco. Mario había preferido mentir para ganarse una oportunidad, conocedor de la advertencia sobre que el técnico desconfiaba de la recomendación que le habían hecho. Argentino Central era el cuarto compromiso de la pretemporada, después de Juniors (2-0), Universitario (1-1) y Talleres (35). El equipo no convencía y el objetivo era superar la campaña de 1971, donde Instituto había sido eliminado en la primera fase del Zonal. El partido fue seguido apenas por un puñado de espectadores que, sin saberlo, estaban asistiendo al debut de quien seis años más tarde se consagraría campeón


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66 y goleador del Mundial ’78. Ese tal 'Aguilera' fue la figura más destacada para los pocos medios de prensa presentes en la cancha: le cometieron un penal y marcó un gol a los 27 minutos, 'un poco más tarde de lo prometido' por Tossolini. Pese a la 'demora', la incorporación de Kempes a Instituto se concretó en una breve negociación que postergó las aspiraciones de General Paz Juniors, que también había tentado al jugador. «Mario jugará en Instituto, pero se quedará a vivir en Bell Ville. Tiene que estudiar y viajará el día de los partidos», fue la condición impuesta por Mario padre, quien había sido marcador central en el Bell. En diciembre de 1972, Kempes se licenció de perito mercantil en el Colegio San José de Bell Ville y al año siguiente preparó su ingreso a ciencias económicas, en la Universidad Nacional de Córdoba. Mario jugó tres partidos bajo el nombre de Carlos Aguilera. El 17 de marzo de 1972, en ocasión de un amistoso ante Huracán de barrio La France que Instituto ganó 6-1 con dos goles suyos, La Voz del Interior tuvo conceptos muy elogiosos para su actuación: «Aguilera -decía el matutino-, el bisoño centrodelantero belvillense de Instituto, en una actuación

en donde puso en evidencia (a pesar de las limitaciones de sus rivales) algunas aptitudes que pueden ser bien aprovechadas en el futuro, se convirtió en el más alto valor del quinteto ofensivo del dueño de casa». Con su nombre real debutó ante Belgrano por la disputa de la Copa Neder Nicola. Esa tarde, Instituto goleó a los celestes 4-0 y Kempes volvió a sobresalir con otra perfomance para el recuerdo. Con su llegada, Instituto volvió a ser campeón de la Liga Cordobesa después de seis años de sequía y logró el objetivo soñado: el Nacional ’73. Allí, Kempes integró una de las mejores delanteras de la historia del fútbol cordobés junto a José Luis Saldaño, Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Ceballos (o Ricardo Cherini). El público porteño lo descubrió en un partido ante River, jugado un viernes por la noche para la televisión, cuando a pocos minutos de iniciado el juego venció a José 'Perico' Pérez. En total anotó 11 goles y finalizó tercero en la tabla de goleadores, detrás de Juan Antonio Gómez Voglino (Atlanta) y Carlos Morete (River). Ni bien finalizó el torneo, el Niza de Francia, el Standard Lieja de Bélgica y Boca Juniors se interesaron en adquirirlo, pero fue Rosario Central el que finalmente se quedó con su pase al pagar 160 mil dólares, un precio récord


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Kempes integró una de las mejores delanteras de la historia del fútbol cordobés junto a José Luis Saldaño, Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Ceballos para el mercado interno. Despechado, el presidente xeneize, Alberto Jacinto Armando, aseguró que en La Candela tenía al menos 100 jugadores de la categoría del futuro 'Matador'. Aún no salió ninguno. Pero el pase a Instituto cambió el ritmo de vida del joven futbolista. Si bien logró finalizar la escuela secundaria, no pudo concretar el anhelo paterno de licenciarse en económicas. A cambio, obtuvo un título de goleador con promedio de abanderado: fue el artillero de la Gloria en todos los certámenes que disputó. Le hizo goles a todos los rivales que enfrentó, sin excepción de camisetas: hizo 78 en 81 partidos. Pero contra Belgrano tuvo una inspiración especial. Sólo en 1972 le convirtió 10 goles (seis de ellos en las tres finales del Oficial) y al año siguiente le anotó un par más. Para colmo, cuando en 1974 pasó a Rosario Central, siguió con la tradición y le marcó otros dos en los partidos

del Nacional. Pero el 20 de mayo de 1973 llegó a su consagración definitiva con la camiseta albirroja. Ese día, Instituto recibió en su cancha a Racing de Nueva Italia, en un clásico de la octava fecha del Zonal. Kempes venció cinco veces al arquero racinguista, Raúl Amaya, y los de Alta Córdoba ganaron 6-1. Su actuación fue sensacional, a punto tal que sólo 24 horas más tarde le llegó la convocatoria a la selección argentina, que bajo la dirección técnica de Enrique Sívori se preparaba para las eliminatorias del Mundial de Alemania ’74. Después de mostrar su indudable calidad en el Campeonato Nacional, el 25 de enero de 1974 Kempes se despidió de la hinchada de Instituto. Fue ante Rosario Central, en un amistoso que integraba una de las cláusulas del pase del 'Loco' Saldaño, quien acompañó al 'Matador' al club de Arroyito. Y lo hizo a su manera: convirtió el único gol del partido. El adiós, también tuvo su sello.


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Preguntar a un aficionado al fútbol por la más feroz de las rivalidades en Argentina es esperar, con total certeza, que la respuesta sea Boca-River; la batalla por el dominio de Buenos Aires conocida popularmente como el Súperclásico. Otro derbi de la capital es Independiente - Racing, que enciende las pasiones del suburbio industrial de Avellaneda, en el que los estadios de ambos clubes apenas están separados por un bloque de apartamentos. Pero en Rosario, la ciudad portuaria que se levanta a orillas del río Paraná, la cuna de Messi y el punto de partida de la mayoría de las grandes estrellas que exportó Argentina, el fútbol engendra una división mucho mayor, evidenciada en cada esquina. No hay rincón en la zona norte de la ciudad en el que farolas, paredes y aceras no estén pintadas de azul y amarillo, los colores de Rosario Central. En el sur, son el negro y el rojo de Newell's Old Boys los que dominan el espacio urbano. Murales, muchos de los cuales se extienden a media cuadra, marcando el territorio de los equipos en fronteras inamovibles. En Rosario no hay neutrales. «O eres un hincha de Central, o lo eres de Newell's o no eres nada», dice Juan Yacob, que dirige un restaurante temático de los canallas. En las semanas previas al clásico rosarino, un duelo centenario, los vientos de la enemistad soplan con mucha más virulencia. «La gente empieza a caminar de manera diferente por la calle», dice Mario Zanabria, uno de los referentes


Un paseo por Rosario

El editor de canalla.com, uno de los rincones mรกs pasionales del ciberespacio latinoamericano, nos lleva por las calles de Rosario, una ciudad dividida en dos y pintada hasta en sus esquinas mรกs insignificantes con los colores de cada club, escenificando una rivalidad que va mucho mรกs allรก de la razรณn y el terreno de juego.


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70 históricos de Ñuls y autor del tanto ante Central en 1974 que aseguró el primer título de liga para el conjunto leproso. Zanabria, a sus 65 años, participó en otras rivalidades, incluyendo un Boca-River. Pero el CentralNewell's, dice, es el más estresante. «En otros lugares se mueven barrios enteros; aquí se moviliza la ciudad al completo y casi todo el extrarradio», afirma. El sentido de pertenencia es tan fuerte que en 1970, cuando Central estaba considerando una oferta de traspaso para vender a Aldo Poy, un delantero que creció junto al estadio del club, éste bloqueó su transferencia ocultándose en una isla en Paraná con la ayuda de hinchas rosarinos. Un año más tarde, Poy anotó el gol más celebrado en la historia de Sudamérica. La devoción es tan exagerada que los residentes de la Capital del Interior son a menudo descritos no como aficionados, sino como enfermos. Los partidarios de Rosario Central reciben el sobrenombre de Canallas desde los años 30, tras ne-

garse el club a participar en un partido benéfico para recaudar fondos por los enfermos de lepra. Newells, que sí aceptó participar, fue apodado como el equipo de la lepra. «Rosario está enfermo», dice Martín Souto, un periodista que ha escrito sobre todas las grandes rivalidades de la Argentina. «Es la ciudad con los hinchas más patológicos, donde las líneas que separan el odio y la burla de la violencia están más difuminadas. Es un marco incomparable». La rivalidad vio sus inicios en 1905, cuando el fútbol argentino estaba instalado en el amateurismo y cuadros como Newell's y Central eran conformados por inmigrantes británicos. Fue Newell's, por 1-0, quien ganó el primer partido entre vecinos. Tras aquello hubieron 252 encuentros más; el último en cinco años, tuvo lugar en 2010, semanas antes de que Rosario Central descendiera a segunda división. Fueron cuatro temporadas en las que los clásicos quedaron suspendidos impreg-


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nando a los rosarinos de añoranzas. «Nos pasamos la vida puteándonos, deseándonos unos a otros la desaparición y cosas peores, pero en cuanto Rosario se quedó sin clásico, todo el mundo lo añoró, no se podía vivir, y hasta tenías que ver a hinchas leprosos alentando a Central en el ascenso para que regresara a primera». Alfredo Berti fue el entrenador de Newell's en el primer clásico tras el parón. Berti también afirmó que trataría de aislar a sus jugadores del tumulto, pero resultó una tarea imposible. David Trezeguet, delantero que ganó la Copa del Mundo con Francia en 1998, y que se unió a Newell's en temporada baja, jamás participó en esta rivalidad, pero reconoció que sentía la presión ambiental. La ansiedad acumulada y la euforia por volver a medirse en una cancha se dejaron notar durante las semanas previas al duelo. El reencuentro se festejó como un carnaval de quince días. Los colegios de la ciudad dejaban ver a niños con camisetas de Newell's o Central sustituyendo sus uniformes escolares por las casacas de sus equipos. Roberto Fontanarrosa, escritor y aficionado canalla, escribió una vez que las «cargadas tras perder un clásico brotan como setas», agregando, «ante eso sólo se puede hacer una cosa, meterse en la cama y no salir de ella en 20 días». Algo así debieron hacer los hinchas de Newell's cuando Poy marcó el gol de palomita en 1971, una volea que aseguró la victoria sobre los leprosos en las semifinales del

La estrella del barrio leproso sigue siendo el Tata Martino, «gracias, Tata» es un mensaje recurrente en sus calles

campeonato de liga. «Sólo bastaron tres pasos», recuerda Poy a sus 68 años. «La única manera de llegar a la pelota era lanzándome a por ella, llegué exactamente en el momento adecuado. Un paso menos, o un paso más, hubiera sido un desastre». Tres días después, Central ganaría la final alzándose en campeón argentino. El Che Guevara, el famoso revolucionario, nació en Rosario y también era hincha canalla. Una publicación del club se deleita con la imagen de Guevara en 1952, cuando todavía era un simple estudiante de medicina, curando a pacientes leprosos en una colonia amazónica. Los hinchas de Newell's cuentan con Messi, que se crió en uno de los modestos barrios del sur de la ciudad. Tenía 13 años cuando dejó el club para irse al Barcelona, estableciéndose en España como el mejor jugador de su generación. Sin embargo la estrella en el barrio leproso sigue siendo el Tata Martino. «Gracias, Tata» es un mensaje recurrente en sus calles. El Tata no sólo está considerado el mejor jugador que vistió la camiseta del club, sino que además da nombre a la tribuna principal del estadio. Su aura contribuyó a darle a Newell's su último título de liga hasta la fecha en virtud de un fútbol fluido y ofensivo. En marzo, un hombre ataviado con la camiseta de Central entró en territorio de Newell's y disparó a los aficionados rivales que se enfrentaron a él. Dos meses antes, dos partidos amistosos entre clubes fueron cancelados tras una serie de enfrentamientos violentos entre hinchadas. Las sedes de ambos conjuntos fueron incendiadas como represalias y un oficial de policía recibió un disparo en el cuello. Muchos en Rosario desean una rivalidad amistosa. «Esto no es

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Si tuvieran opción, los rosarinos también optarían por una muerte ligada a los colores de su equipo

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una guerra», dijo Nahuel Guzmán, el portero de Newell's. Pero los aficionados tienen sentimientos mucho más fuertes. «Primero va mí mamá, y mí papá; a continuación, Newell's» confiesa Tomás Tessaro, de 22 años, quien se enorgullece de pertenecer a una familia que es socia de Newell's desde su fundación, exhibiendo tal linaje como si de un legado aristocrático se tratara. En Rosario, lealtades como la de Tessaro no son una opción, sino una herencia. Preguntado en una ocasión en qué momento se convirtió en hincha de Central, Menotti,

campeón del mundo con Argentina en 1978, respondió «desde que nací». Si tuvieran opción, los rosarinos también optarían por una muerte ligada a los colores de su equipo. Los hinchas de Newells cantan que quieren morir de lepra. Y en otro de sus cuentos, Fontanarrosa concibe la muerte perfecta para un seguidor canalla, representada en el viejo Casale. «¿Qué importa?», exclama uno de los protagonistas al ver a Casale caer muerto en la tribuna del estadio. «Para un canalla, este es el mejor final posible».


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Mi mujer y el bar de Las Rosas Texto Alejandro RodrĂ­guez IlustraciĂłn Patricia Podolneski


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Hasta que pasó lo del viejo Dante en el bar de Las Rosas, Eliana nunca me había dicho nada. Nunca supe lo del padre de ella. Nunca. Una vez, que creo que fue cuando éramos novios, ella me dijo que el viejo se había muerto de un infarto. Eso sabía. Nada más. Y ella no hablaba mucho de él. Y a mí no me daba para preguntarle. Cuando yo la conocí… A ver, no es por nada, para que no digan que después discrimino, pero, cuando yo la conocí, no hablaba nunca de fútbol ni nada porque parecía de esas minas que no tienen idea de lo que es una pelota. Y el fútbol, para mí, es la posta. Viste como es. Y eso era. Nunca hablábamos de fútbol ni de ningún tipo de deporte. Nada. A Eli la conocí en la facultad. La vi una vuelta, me gustó, qué sé yo. Le hablé un día, no me acuerdo por qué, creo que era por los grupos de estudio. Yo militaba en esa época. Después, medio que nos hicimos amiguitos, me contó que se vino a Mendoza con la madre y el hermano, que le gustaba García Márquez, que los gatos son unos animales asqueroso, que esto, que el otro, bueno. Después me animé un día y le dije “me gustas” y ella “vos a mi también”, que unos besos, nos pusimos de novios, tatatata… Nos casamos y acá estamos, diez años después. Y vos sabés, yo soy hincha de Central. Canalla, Canalla. Y… ¡la puta madre! no es por hacerme el ¡ohhh!, pero me pongo como viento cuando miro los partidos de Central. Ni te digo si voy a la cancha, que tenés a los jugadores a tiro de chancleta y te dan ganas de cagarlos a piedrazos o de saltar la zanja y tirarte con ellos en el abrazo cuando metemos un gol. Ella se cagaba de la risa. No se calentaba como otras, viste. Me bancaba como era. Como soy. El asunto es que con los arranques que yo me agarraba cuando terminaban los partidos que habíamos perdido o se lesionaba alguno o echaban a otro y a la fecha siguiente jugábamos con, no sé, el delantero del juvenil o algo, ella, mirá lo que te digo, ella siempre, siempre tenía la frase que me hacía falta para calmarme y empezar a pensar en frío. Y no eran análisis profundos sobre los noventa minutos del juego. Decía boludeces como “bueno, pero ahora viene Colón, ¿no?”, “¿son de Santa Fe esos?” o “leí que se les lesionó uno que le dicen Chichi, Michi, Pichi, noséqué, Fuertes, que es el que hace goles”. Y siempre, gracias a esos comentarios boludos, yo podía empezar a analizar fríamente las cosas. Siempre estaba ahí, como entendiéndolo todo. Lo del Bichi Fuertes fue verdad. Saltó a cabecear en un córner y cayó mal con la pierna derecha. Se le rompieron los ligamentos cruzados la fecha anterior y le ganamos a Colón dos a cero. Raldes y Villa hicieron los goles ese día, mirá me acuerdo. Y ese es un ejemplo. A ver, lo que yo te quiero decir es que nunca me di cuenta de que ella me ayudaba a sobrellevar todos esos infortunios futbolísticos como nadie. Y no fueron pocos. Ni el Emi ni el Dani. Ni mi viejo. Bah, mi viejo es un sacado. Y yo le comentaba, más o menos dos o tres cosas le decía, que ella parecía entender a medias y pasaba la amargura un poco y nos íbamos con el perro al parque a tomar mate o a ver una película.

Alejandro Rodríguez consigue enlazar en un delicioso texto al viejo Casale, el protagonista del famoso cuento de Fontanarrosa, con Mario Kempes y un secreto de alcoba


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Que sé yo. Y mirá que yo conozco minas que son peores que los vagos con esto del fútbol. Mi madrina. Ahí está. Mi madrina también es de Central, y cada vez que perdemos, la desquiciada caga a trompadas la puerta del armario de su pieza (habitación), que lo tiene desde los quince años. No se como sigue ahí la puerta. ¡O la Lore! ¡La que vive acá a la vuelta, al lado del kiosco. La Lore fue compañera mía en la primaria. Es enferma la mina, hincha enferma de Gimnasia de Mendoza. Cada vez que pierden, se mete en su pieza, y por un par de horas no sale. No se puede parar de la amargura. No puede. Pero no puede en serio, yo la conozco desde los siete años, y de chiquita ya era loca, así como ahora. Y tiene un pibe de la edad de Lucho, doce, trece años y cuando pierde Gimnasia y la Lore se pone tonta se hace cargo el marido, que es un asexuado en materia futbolística. Igual es piola el tipo, pero de fútbol no entiende ni media. Bueno, Eli nunca decía nada cuando perdía Central o algo. Capaz que por ahí chistaba o, no sé, algún gesto. Pero nada más. Te imaginás que a mi no me importaba. Yo no la consideraba una “hincha” de Central, a pesar de mis esfuerzos. Era como un simpatizante venido a menos. Pero esa vuelta, un domingo, que fuimos al bar de Las Rosas a tomar un cafecito después de comer, estaba el viejo Dante Lucero, como era habitual. El viejo Lucero había jugado a la pelota de joven en Independiente, y era fanático del fútbol. Hincha de River. Se había visto todos los partidos de todos los torneos. Tenía como ochenta años el viejo. Y desde que se jubiló parecía que se había dedicado a ver fútbol nada más, hacía como veinticinco años. El viejo sabía, pero sabía, sabía de fútbol. Todo sabía. Bueno, ese domingo, nos sentamos en una mesita, cerca del viejo y los muchachos, viejos canosos como él, que discutían sobre el partido de Boca, que había terminado hacía un ratito. Y después se iban por las ramas y empezaban a rememorar los goles del Clausura 92 y un montón de anécdotas y datos y goleadores y offsides… Era para disfrutar. Y nos quedábamos escuchando. Nosotros y los demás que estaban por ahí. Era un clásico del bar. Y en un momento escucho algo como: “Pascuttini la abre con el Negro González…”, y me saltó la ficha de que estaban hablando de jugadores históricos de Central. Los viejos, de por allá en los setenta. Esos jugadores que conozco como a mí mismo, pero que nunca vi jugar, por mi edad. Claro que les fue inevitable, hablando de los abanderados de Rosario Central, mencionar a Mario Alberto Kempes: El Matador. Todos, pero todos los viejos, coincidían en lo que coinciden el 99% de los que saben de fútbol: Marito Kempes era un goleador único en su especie. Pura fibra, pura potencia y un cañón en la pata izquierda. Todos. Salvo el viejo Dante Lucero.

Todos, pero todos los viejo, coincidían en lo que coinciden el 99% de los que saben de fútbol: Marito Kempes era un goleador único en su especie. Pura fibra, pura potencia y un cañón en la izquierda

– Yo soy hincha del glorioso Club Atlético River Plate, como ustedes saben – decía el viejo Lucero – pero entre Kempes y Marito Zanabria, Zanabria es in-

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discutiblemente SU-PE-RIOR. Los viejos empezaron a discutirle esto último, te imaginás. Y en un momento, mientras me reía de como discutían los viejos, la veo a Eli que lo mira de reojo al viejo, medio alterada, como si le molestara lo que estaba diciendo. Yo pensé: ¿Qué le pasa a mi mujer? Y el viejo Dante le seguió tirándole mierda a Kempes como por media hora. Convengamos que Zanabria era un jugadorazo, un señor jugador. Pero no sé por qué, al viejo no le gustaba para nada Kempes. “Eli, ¿estás bien?”, le digo en un momento, porque parecía que le iba a estallar una vena del cuello, hasta que en un momento se para, golpeando la mesa y se acerca a donde estaban los viejos discutiendo, lo mira a Lucero y le dice: “¡A ver si Zanabria se saca a tres defensores en una baldosa y le hace un gol a Holanda como hizo Kempes, viejo pelotudo! ¡Qué tanto Zanabria! ¡Te cansaste de hablar de la “Gloriosa del 78”, que daban clase, que era increíble, los papelitos y tu viejo y la corneta, que lloraste como un pelotudo todo el día cuando salimos campeones y te pusiste pedo por una semana y ahora “Kempes no era para tanto”, “Con Zanabria, Luque hubiera andado mucho mejor”. ¡¿CON ZANABRIA?! ¡QUÉ MIERDA VA A SER MEJOR QUE KEMPES EL PECHO FRÍO ESE, VIEJO INFELIZ! ¡¿QUÉ TANTO ZANABRIA?! Imagínate la cara del viejo Lucero y los otros viejos que estaban sentados con él. Y el viejo Dante creo que le dijo algo así como “disculpe” porque se había quedado con una cara de miedo. También, parecía que la Eli se lo iba a comer ahí. Yo me quedé congelado mirándola y ni te cuento la gente que estaba en el bar. Porque yo, más allá del arranque y la puteada que le echó al viejo, no podía creer que mi mujer, la Eli, ¡mi propia mujer, que conocía hace años!, dijera algo así. Se volvió, sacada todavía, los viejos y la gente en el bar callados mirándola sentarse a la mesa donde estábamos, se tomó el café que le quedaba de un trago, me miró fijo a los ojos durante unos segundos, y se puso a llorar. A llorar y a llorar, llorar y llorar. Me pidió que nos fuéramos a casa entre las lágrimas y nos fuimos. Yo no entendía nada. Y después fue la historia. Cuando llegamos me dijo, desconsolada, que ella también era hincha de Central, que lo había sido siempre. Me dijo que en la facultad ella me seguía porque se había enterado de que yo era de Central. Y fuimos a nuestra pieza y abrió un cofrecito que tenía desde siempre y por el cual nunca sentí curiosidad alguna y de adentro sacó recortes de los diarios de las campañas de Central, de hacía años, y las figuritas y las fotos y la camiseta que Aldo Poy le había dado al viejo de ella hacía una torta de años, cuando no lo conocía nadie. De todo tenía. Me dijo que nunca me lo había dicho, porque en el fondo de su ser, quería reprimir el sentimiento, porque no quería sufrir lo que sufrió el padre. Y que combatía todos los días con ella misma para no mirar la parte de deportes en el diario, o la tele, y saber que era de la vida de Central, pero que no podía, no podía. Y el viejo de ella también había sido un Canalla, pero enfermo, enfermo mal. Pero el viejo tuvo problemas del corazón y no lo dejaban ver los partidos ni escucharlos y menos ir a la cancha porque se le subía la presión a la mierda, y ahí nomás partía.Y en la semifinal del Nacional 71, cuando jugamos contra Ñuls en cancha de River, unos tipos le armaron una cama, para que, la mañana del partido, el viejo se tomara un bondi, creyendo que iba para tal lado, cuando en realidad, iba derecho


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El viejo de ella también había sido un Canalla, pero enfermo, enfermo mal. Pero el viejo tuvo problemas de corazón y no le dejaban ver los partidos ni escucharlos y menos ir a la cancha. Hasta que en la semifinal del 71 unos tipos lo secuestraron para llevarlo al Monumental al Monumental. Y lo secuestraron esa vuelta, porque por múltiples casualidades, el viejo nunca había visto perder a Central frente a Ñuls, y lo agarraron de amuleto. Cuando se dio cuenta de que no había vuelta atrás, después de putear un rato a los “secuestradores” se prendió en la fiesta del viaje y todo. Bueno, ese partido, como sabés, lo ganamos nosotros con la palomita de Aldo Poy y en el medio del festejo por la victoria, de la alegría, le dio un infarto al viejo, y se murió ahí, en la cancha de River, un 19 de Diciembre de 1971. ¡ Míralo al viejo ortudo ese como viene a morirse! Imagínate mi cara después de escuchar a Eliana Casale, mi propia mujer, confesarme todo eso. No hace falta que ni te cuente. Eso la había dejado mal a Eli durante muchos años, hasta ese día. Yo la convencí ese mismo día de que a su padre la felicidad más grande se la había dado Central. Ahora “actúa con normalidad”. Si cuando tenemos plata, ahora, hasta viajamos para ver algún partido. Nos vamos tranquilos, la Eli, el Lucho y yo. Encontré a mi mejor amiga, a la mejor compañía posible en un estadio porque un pelotudo en el bar de Las Rosas se puso a tirarle mierda al Matador. ¿Viste lo que sos capaz de conseguir Mario?


No le crean a Mario Una sentida evocación rosarina y canalla del famoso matador cordobés publicada en 'No te vayas, campeón', que gracias a Editorial Sudamericana podemos reproducir en este homenaje al Mario Kempes.

Texto Roberto Fontanarrosa


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Aldo Pedro Poy cuenta que una de las cosas que más lo asombraban de Kempes era su puntería. “Hacíamos fulbito en la cancha de básquet —ejemplifica— con esos arquitos chiquitos de un metro y medio por setenta centímetros, más o menos, y Mario, pateara desde donde pateara, la metía.” Y Kempes casi nunca la tocaba suave a un rincón. La pelota salía esquinada, es cierto, pero con enorme violencia, rasa habitualmente, rabiosa. Una noche le hizo tres goles a Colón, en cancha de Ñuls. En uno de ellos, recordado aún por los que allí estuvieron, empalmó de volea un centro largo enviado desde la derecha por el Corcho Lamberti. Constantino, arquero de Colón, atinó a agacharse porque si no le arrancaba la cabeza. “Cuando impactó la pelota —cuentan los fanáticos, azorados— se escuchó en toda la cancha un estampido como cuando revienta un petardo.” No me lo puedo imaginar con la camiseta de River, esa que usó para salir campeón en 1981, en aquel equipo liderado por Alfredo Di Stéfano donde también jugaban Fillol, Saporiti, Gallego, Olarticoechea, Tarantini, etcétera. Cierro los ojos y lo veo con la de Central, aquella de franjas finitas, pegada al cuerpo. O con la de la Selección del ’78 o el ’82, en España. Lo había visto por primera vez en Córdoba, creo que jugando para Instituto en un clásico regional contra Belgrano, cuando los equipos cordobeses aún no intervenían en

la Primera de la AFA. Debía de ser el año ’72 o ’73, supongo, dado que yo estaba en Córdoba por la revista Hortensia, donde había empezado a publicar. Y me fui al partido (aún no existía, por supuesto, el Chateau Carreras) solo, curioso, porque ya se había comenzado a comentar en Rosario que un tal Mario Kempes podía pasar a Central. El partido fue malo. Recuerdo que el que más me impresionó fue un volante por derecha que parecía flotar sobre el césped, que pasaba entre los cuerpos como un espectro veloz e incorpóreo, que tocaba con precisión e iba a buscar de nuevo y que se llamaba Ardiles. Mario, que tenía aún algo de adolescente inarmónico, no me impresionó demasiado. Entró poco en juego pero, en las contadas oportunidades de gol que tuvo su equipo (dos, a lo sumo), estuvo él. Y en una —tras un par de rebotes en el arquero—, tenaz, emperrado, la empujó adentro y ganó Instituto por 1 a O. Tiempo después, Mario, efectivamente, vino a Central y creo que los hinchas canallas tuvimos la suerte de ver su mejor versión, al menos en el país (dicen que en el Valencia también la rompió), hasta su consagración mundial en el ’78. Nenín Risaletto ocupa la platea a la izquierda de la mía en el Gigante, arriba, casi sobre el centro del campo, del lado de Cordiviola. Tal vez el mejor lugar para ver los partidos en esa cancha, ya que allí se está a la sombra, a diferencia del supuestamente preferencial palco de


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las autoridades, que recibe el castigo del sol directamente en los ojos. Nenín fue jugador de Central durante un tiempo, en un mediocampo netamente italiano junto con Serminatto y la Chancha Mancinelli, y le tocó vivir la experiencia de jugar junto a Mario Kempes. “Era salir a la cancha ganando 1 a O —resume Nenín—. Nosotros simplemente teníamos que cuidar que no nos hicieran un gol, porque en cualquier momento Mario definía.” La misma impresión teníamos los hinchas. Fundamentalmente porque la sensación que transmitía Mario desde el césped era de potencia. Podía ser hábil, podía ser técnicamente dotado, pero lo que más emanaba de él era potencia, fuerza e incluso velocidad, sin ser un velocista. Arrancaba y dejaba un surco, tranqueaba con zancadas largas bien afirmadas sobre los talones y se hacía imparable. Parecía que se entrenaba como esos marines que corren cargando mochilas llenas de cemento, porque los marcadores se le colgaban del cuello, de los hombros, de los brazos, y se los llevaba a todos a la rastra. Pienso que es una imagen afín a todos los argentinos la de Mario Kempes arrancando como uno de esos autos norteamericanos propulsados a cohetes hacia el área holandesa, con los holandeses agarrándolo del cuello, del pelo, de la cintura, sin poder contenerlo. Un mano a mano de Kempes con un defensor, aislados ambos en un contraataque en las cercanías del área, por ejemplo, difícilmente no terminaba en gol. Y no era solamente por su pura fuerza, ya que no se trataba, para nada, de un mero atropellador torpe o embarullado. Calzaba la pelota en la capellada del botín izquierdo, fingía a veces encarar hacia adentro adelantando apenas los hombros hacia ese perfil, para recomponer luego el rumbo y salir hacia su pierna más hábil, con la pelota pegada al pie. En cuanto conseguía meter

el brazo derecho frente al tórax o al abdomen del defensor rival, ya se lo comía. Lo aguantaba con todo el cuerpo para hacerse el medio metro que necesitaba para el disparo y sacudía el zurdazo. Así como hay boxeadores que sacan ventajas por el largo de sus brazos, a mí siempre me asombró Kempes por el alcance de sus piernas, largas, fibrosas, fortísimas, que lo hacían parecer más alto de lo que realmente es. En muchas ocasiones lo vi convertir goles en jugadas donde parecía que la pelota se le había ido larga, que le había quedado demasiado adelante como para pegarle. Apurado a veces, empujado, retenido por esos mismos defensores que se le colgaban del cuerpo, uno veía que se le iba el balón y pensaba “iQué lástima, se le adelantó!”. Y ahí, ahí mismo, sacaba un latigazo impresionante y la clavaba, sin necesidad de tirarse al suelo o de barrer como un defensor. Y la calzaba neta, exacta, resonante, cuando uno suponía que apenas la iba a pellizcar con la punta del botín, o que de casualidad llegaría a rozarla con la suela del zapato, con los tapones. No era un zurdo cerrado, tampoco, y le daba de derecha con certeza y violencia. De esos jugadores que, apenas invaden una zona distante treinta metros del arco, ya son un peligro, desde cualquier ángulo y desde cualquier posición. Para completar el cuadro de un goleador serial, también cabeceaba como los mejores. Sorprende a veces su falta de memoria, su casi indiferencia ante algún hincha memorioso que le recuerda tal o cual conquista, tal o cual logro. No es fácil conciliar su placidez y calma provinciana con esa furia desatada, esa determinación prepotente que le atacaba en pos de la pelota cuando presentía el gol; cuando, como los tiburones, olfateaba la sangre. Tal vez esa amnesia, esa lejanía, sea una consecuencia lógica de aquel que ha vivido siempre en contacto con el gol, como una conse-


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cuencia natural de su trabajo, como un rasgo físico que lo acompaña igual que ese perfil de hacha con la sempiterna melena larga, los ojos chiquitos que parecen estar permanentemente mirando de soslayo bajo las cejas cortadas a pico, la nariz aguileña y la mandíbula maciza con sombra de barba. Siempre el gol, con cualquier camiseta y en cualquier latitud del planeta adonde concurrió cuantas veces lo convocaron. Estando en Viena un domingo a la tarde, aburrido como pueden ser los domingos a la tarde en Viena, prendí el televisor del hotel y lo reconocí a Mario, ya en el camino de regreso de su larga carrera, jugando en un equipo impensado y en otro idioma. Sin embargo, cuando volvió para jugar los partidos amistosos con la Selección Argentina que iba a España ’82, como hincha, lo encontré distinto. Era más jugador de toda la cancha, de equipo, se tiraba atrás y metía cambios de frente milimétricos, ordenaba, pivoteaba, pero había perdido, para mi gusto, el arranque, ese arranque que hacía la diferencia, ese empuje de toro que lo catapultaba hacia adelante en busca de los tres palos y que tanto temían los rivales. Siguió haciendo goles, por supuesto. Erró uno crucial contra Bélgica, que aún me duele, con Argentina perdiendo 1 a O en el partido inaugural del Mundial ’82, en el Camp Nou. Pateó Diego un tiro libre y lo pegó en la redondez interna del travesaño, la pelota picó a un metro de la línea y Mario llegaba, como un tren, con el arquero caído. No sé qué hizo, la pelota lo esperaba flotando, incómoda, a la altura de la cintura. No atinó a tirarse en palomita, la quiso arrastrar con la panza, tal vez no la pudo empujar con el muslo o la rodilla y él, justamente él, que la metía hasta con el culo, vio cómo entre un defensor que llegaba y el arquero que se había reincorporado luego de una serie de rebotes conseguían, milagro-

sa, agónicamente, alejarla. Yo estaba justo detrás de ese arco y no podía creer que aquello no hubiese terminado en el grito del empate. Pero Mario hizo tantos goles, tantos, que ése, fallido, abortado, es simplemente el impuesto que todo goleador debe pagar por estar allí, en la boca del arco y en la boca de todos. La foto es un documento. Mario saltando, las medias bajas, el pantaloncito corto, la cara oculta por el pelo largo, por las manos deseperadas de Barisio y también por haberla inclinado para el frentazo. Había llegado el centro pasado del Colorado Vieta, desde la izquierda, y Mario la fue a buscar sobre el segundo palo. Y allí, lo de siempre, el cabezazo abajo, casi entre las manos del arquero, para convertir el gol de River contra Ferro que le daría el Campeonato Nacional del ’81. Para eso, después de todo, lo habían contratado, para contrarrestar la adquisición de Maradona hecha por Boca. Tal vez Kempes tampoco recuerde aquel gol cuando se lo mencionen. Y posiblemente también haya olvidado aquel otro cabezazo, no hace de esto mucho tiempo, cuando volvió a jugar en cancha del Gigante, ya veterano, en un más que merecido homenaje que le ofreciera Central un verano, en un partido amistoso contra Ñuls. La cancha estaba repleta y Kempes iba a jugar sólo un tiempo, casi a título simbólico. Era el Central de Vitamina Sánchez, Kily González, Petaco Carbonari, por mencionar a algunos. Pero el gol lo convirtió, cosas del destino, otra vez Kempes. “Me pegó en la cabeza”, procuraba explicar luego ante los periodistas, como buscando justificación a esa pelota que, imprevistamente, terminó en el fondo de la red rojinegra tras un centro largo. Dijo que le había pegado en la cabeza. Pero los hinchas de Central, que lo conocemos, no le creímos en absoluto.

Dijo que le había pegado en la cabeza. Pero los hinchas de Central, que lo conocemos, no le creímos en absoluto.

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Su nombre grabado en wembley Tenía 19 años y todas las ganas de triunfar en el los 45 minutos del primer tiempo con un tanto de fútbol. Mario Alberto Kempes bajó aquel 22 de Mick Channon, delantero del Southampton, y pamayo de 1974, hace hoy 40 años, al Estadio de recieron comenzar a definir la historia a los 9 miWembley con su carita de pibe para acompañar a nutos de la etapa complementaria, cuando Frank un experimentado seleccionado argentino que se Worthington (Leicester) volvió a anotar. Con dos goles en desventaja, Argentina preparaba para afrontar el Mundial de Alemania ’74. El partido fue promocionado como la revan- descontó rápidamente y luego llegaría al empate gracias al oportunischa de aquel choque mo del juvenil Kempes. de cuartos de final del Mundial de Inglaterra «Siempre produce el mismo estremecimiento. ¡Qué se yo! Es como la Sólo cuatro minutos ’66. catedral para el católico, como la mezquita para el islámico, como la después del tanto inglés, el belvillense aprovechó Recién incorporado por Rosario sinagoga para el judío. Es el templo del fútbol. Al margen de la turbia un rebote del arquero Central, que lo adqui- historia que pueda pesar sobre los ingleses y sus manejos de esta Peter Shilton (el mismo al que Diego Maradona rió a Instituto después cosa del fútbol», escribió sobre Wembley el periodista le hizo otro famoso dode su consagratoria Héctor Ónesimo en El Gráfico blete en 1986) y achicó labor en el Naciolas cifras. Sobre el final nal del año anterior, del encuentro, el artille“el Matador”, junto a René Houseman, era una de las apuestas juveniles ro cordobés fue derribado dentro del área y condel técnico Vladislao Cap, en un plantel en el que siguió el penal que él mismo convertiría para un celebrado empate. sobraba talento y escaseaba la disciplina táctica. El equipo anfitrión, en tanto, preparaba Siguiendo la tradición británica, todo jula transición después de quedarse afuera de la cita gador capaz de anotar dos goles a Inglaterra juganmundialista a manos de Polonia, a la postre revela- do en Wembley recibe el honor de que su nombre, ción en Münich. Encabezados por su estelar figura el de Mario Alberto Kempes en este caso, sea graKevin Keegan, los locales se pusieron en ventaja a bado en plata en el salón de la fama del estadio.


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Texto Eduardo Sacheri | Ilustraciones Juan Acebedo

Los malditos T

Todos tenemos nuestros momentos, los buenos y los malos, las cimas y los pozos. Nuestras vidas, más o menos anónimas, recorren caminos que suben y que bajan. Por momentos andamos ahí, en las alturas, mirándolo todo desde la lozana beatitud de sentirnos exitosos. Y por momentos sucede lo contrario. El mundo parecer girar en sentido contrario al que necesitamos. Nos agobia con su peso, nos derrota y nos golpea en todas las esquinas. Yo me imagino que estos tipos sintieron, en ese invierno lejano y turbio, que estaban tocando el cielo con las manos. Que la vida se acomodaba a sus sueños. Que el bronce les guardaba un sitio mágico y redondo. Que estaban haciendo historia. Que estaban saldando una deuda que el fútbol argentino tenía, para consigo mismo, desde la final perdida en 1930. Al principio sí. Esos jugadores de 1978 habrán sentido, en los días y en los meses posteriores al Mundial, que el planeta les sonreía y que la Argentina los amaba. Hay unas cuantas imágenes de ellos en la televisión, enfundados en esos trajes de pantalones y nudos de corbata anchos. En las revistas. Con la copa o sin ella. En grupo o solos, sonriendo felices. Detrás está la gente. Los periodistas. Los hinchas. Los curiosos. Todos sonríen. Los palmean, les agradecen y festejan. Será por eso que aquellos

jugadores sienten que han entrado en la historia grande del fútbol argentino. Por los reportajes y las fotos. Por los saludos callejeros. Por los aplausos en las canchas. Y sin embargo, no. La suya será la gloria más efímera de todas. En unos pocos años, los sepultará el olvido. O algo peor: la toma de distancia consciente y voluntaria. Y el silencio. A medida que la dictadura militar se aproxime a su ocaso, la sociedad argentina irá manifestándose cada vez más ajena al régimen y, sobre todo, buscará borrar todas las huellas de su anterior aquiescencia para con el régimen. Ejercerá la hipócrita prudencia de olvidar los aplausos, las banderitas, las calcomanías en los autos. Los desfiles, el himno cantado de pie en el cine, los bocinazos. Los papelitos en la vereda, los cantos en las plazas. Nosotros no estuvimos. No fuimos. No supimos. Nosotros no quisimos, no celebramos, no aplaudimos. Despacio, como quien no quiere la cosa, en grupitos silenciosos, nos iremos alejando. Ellos no. Los jugadores no. Estaban en las fotos. No podían alejarse. No sé si quisieron, pero aunque hubieran querido, no habrían podido. Tal vez alguno de ellos albergue una secreta rebeldía. Una recóndita impotencia. Tal vez alguno se pregunte dónde estuvo su pecado. Si buena parte



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de la Argentina los aplaudió y los celebró y se embanderó con ellos y su hazaña. Qué hicieron mal. En qué se equivocaron. Qué debieron haber hecho distinto. Pero no hay peligro de que se lo pregunten en voz alta. Para empezar, de eso no se habla. Porque hablar de eso implica obligar a unos cuantos millones de argentinos a preguntarse qué hicieron, dónde estaban, aplaudiendo a quién, por detrás de esos partidos de fútbol mundialista. A preguntarse y a responderse. Y nosotros, mejor no. Mejor el silencio. Mejor nos hacemos a un lado, calladitos. Encima, para colmo de suertes (para nosotros, los millones, no para ellos, el puñadito de jugadores), ocho años después ganaremos otro Mundial. Y de visitantes, y en democracia, y con el Diego y los suyos por todo lo alto. Y en esa fuente de alegría pura e inmaculada, iremos todos a purificarnos. Benditos y diáfanos, como recién nacidos. Esa felicidad nos ayudará a sepultar la otra, la anterior, esa de la que preferiremos avergonzarnos por el resto de la eternidad. No se nos ocurrirá increpar a un tipo por trabajar en una compañía de seguros, en 1978. Pero a estos otros sí, les endilgaremos la pregunta tácita de por qué, en 1978, trabajaron de jugadores mundialistas. Por qué ganaron. Descubriremos horrorizados que, en una de esas, por primera vez y única vez en la historia del fútbol argentino y mundial se presionó a un plantel o se amañó un resultado. Y durante todo ese trabajo mental y emocional que llevaremos adelante, no se nos caerá la cara de vergüenza. En absoluto. Orgullosos de nuestra hombría de bien, de nuestro civismo, sobreactuaremos nuestra honestidad de demócratas a prueba de balas, a prueba de operaciones de prensa, a prueba de manipulaciones demagógicas. Borraremos mágicamente las multitudes de las fotos. Haremos mutis por el foro. Todos nosotros, con las banderas, las gorras, las vinchas, los papelitos y las calcomanías de “Somos derechos y humanos”.

Quedarán ellos. Esos jugadores de fútbol que el 25 de junio de 1978 sintieron que la gloria los recibía con los brazos abiertos y se equivocaron. Es verdad que algunos consiguieron mantenerse en el esquivo promontorio de la celebridad. Pero lo lograron merced al éxito que cosecharon en sus clubes. Casi todos ellos, en la Argentina. Unos pocos, en el exterior. Pero no en la Selección. No en esa. Esas medallas de 1978 están archivadas. Como sus dueños. Campeones que cargan con la maldición de haber ganado el mundial equivocado. Culpables de un montaje propagandístico del que fueron meros instrumentos. Reos del delito de beneficiar a un régimen político ilegítimo del que ellos, sin embargo, no eran responsables. Ya imagino algún dedito acusador, alzado en contra de esta columna: “Si no querían ser cómplices, deberían haber renunciado”. Ajá. Y mientras escucho la acusación, no puedo evitar preguntarme cuántos deberían haber renunciado, a cuántos empleos, para evitar esa complicidad. ¿Los jugadores sí, y los maestros de escuela no? ¿Los jugadores sí, y los bancarios no? ¿Los jugadores sí, y los empleados municipales no? De todos modos, las mías son preguntas casi ociosas. Cuestiones del pasado. Cuestiones sin nombre, porque nadie las habla. Nadie las habla, pero todos las actúan. Las actúan en silencio. Con esa hipocresía de truhanes que los argentinos lucimos como una medalla, y que en el mundo del fútbol desplegamos con sus mejores galas. Mientras daban la vuelta olímpica en el Monumental, y casi todo el país los aplaudía y los amaba, no debieron pensar que estaba cayendo una maldición sobre sus espaldas. No lo pensaban, pero sucedió. Mientras trotaban, exhaustos de cansancio, felices hasta la incredulidad, alrededor de la cancha en la que acababan de consagrarse campeones del mundo, la maldición planeaba sobre ellos, como una sombra. Cosas que pasan.

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Kempes Corre y no cae María José Campoamor es autora teatral y guionista de TV, argentina residente en España desde hace 15 años, escribió este monologo teatral dentro de la oleada revisionista que puso en cuestión las adhesiones al régimen militar y las implicaciones emocionales con la Copa del Mundo del 78 en una Argentina que abolió la inmunidad a los militares y llevó a los tribunales a Videla y a toda la junta militar.

Texto María José Campoamor


La acción transcurre íntegramente en una cocina de una humilde casa de barrio, de un suburbio de Buenos Aires Capital Federal. Es un domingo por la tarde, pero un domingo muy particular. Se juega el último partido del Mundial de Fútbol de 1978 : Argentina versus Holanda. Se escucha pasar, lejano, un tren. Tiemblan los vidrios de la casa. Luego de unos momentos se escucha a Lucy que está hablando por teléfono. Tiene unos 35 años. 1 Lucy: -Ya está, ya pasó…Podemos seguir hablando…¿Yo? Estoy acostumbrada. Ni lo escucho al tren… No, no almorcé, vivo del mate. ¿Por qué no? No, yo me voy a quedar acá, te lo agradezco, no me gusta el fútbol… (Risita amarga) ¿Por qué? Yo no tengo nada contra los holandeses… Tienen quesos, chocolates, tulipanes, esas cosas… Me voy a dormir una siesta. Ya me voy a enterar si somos campeones del mundo… No, no estoy molesta, ¡pero vos sos muy desubicada! ¡Qué me importa a mi si ganamos o no el Mundial ! ¿Sabés que te digo? ¡Qué Holanda nos llene la canasta ! ¡Sí, que nos hagan cinco goles para que rabien esos hijos de puta! 1 Cuelga, temblando de furia. Va hasta la ventana y la cierra de un golpe, se amortiguan los ruidos de la calle. Regresa, toma un tejido y comienza a tejer. Enciende, como al azar, la radio, busca música, va pasando las distintas estaciones, pasa la música clásica, la música soul, la música disco. Finalmente se detiene en el principio de un tango instrumental, es “Recuerdos” por la Orquesta de Osvaldo Pugliese. Se alivia y sigue tejiendo. Al momento la

música es interrumpida bruscamente por la voz de un locutor. 1 Locutor: -¡Pasamos a transmitir directamente desde el Monumental de Núñez ! ! -¡Adelante nuestros compañeros en la cancha! Locutor II: Desde la cabina y en medio de la gritería del público: – En pocos instantes más comenzará el partido del siglo. Argentina-Holanda por el mayor galardón Mundial. Y desde aquí, Alfredo, ya se divisan las personalidades en los palcos oficiales… Locutor: -Gracias Maximiliano. Queremos reiterar que vemos este fabuloso encuentro gracias al auspicio de Metatel, ropa deportiva de nuestro tiempo. ¿Nos decías que ya está ocupado el Palco Oficial? Locutor II: -En efecto Alfredo, vemos en primer término a los señores integrantes de la Junta Militar de Gobierno… 1 Lucy apaga la radio. Se produce un pequeño silencio. Se sirve un vaso de vino. Otra pequeña pausa. Vuelve a encender la radio. Se está escuchando el Himno Nacional Argentino, precisamente el estribillo “…coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”… Lucy camina de un lado a otro de la habitación. Termina el Himno y en medio de los aplausos irrumpe la voz del locutor. 1 Locutor II: -…quienes son saludados entusiastamente por el público…. Se escucha una estridente silbatina. Lucy, con sorna dice: El

pueblo los saluda… Repentinamente Lucy apaga la radio. Se levanta y va hasta la otra habitación. Trae una mesita rodante a rastras. Sobre ella un televisor. Lo enchufa y dirige rápidamente a uno de los canales. 1 Locutor (de la TV): -…que están tomando asiento en estos momentos. Una verdadera fiesta de color en nuestras pantallas. Vemos también a los Ministros que simpáticamente levantan los brazos en señal de saludo para el público…(Se recrudece la silbatina). Lucy: – ¡Pero qué saludan, basura, si los están puteando por todas partes! Locutor (de la TV): – Esto es sencillamente impresionante, apoteósico, no cabe un alma mas en el Monumental. Miguel Ángel, la formación de los equipos, ¡una vez mas, por favor! Locutor II: – Correcto. Holanda forma con… 1 Baja el sonido de la voz que va diciendo en segundo plano los nombres de los jugadores holandeses mientras se escucha una secuencia de publicidad desde estudios… 1 Locutor: – ¡No deje que unas canas le hagan perder su atractivo. Use Colorton, completamente natural y viva la diferencia! Locutor II: Cruyft…

-…Vanderkeko,

Lucy, hablando encima del locutor, con ironía: – ¡Pero pónganse nombres como la gente!


Locutor: – Gracias Miguel Ángel… Ya conocemos pero repetimos la formación argentina… Fillol, Olguin, Galván y Pasarella, Tarantini, Ardiles…

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1 En algún momento al escuchar algún nombre, que no sabemos cuál, Lucy chasqueará la lengua disgustada. – ¡Ese la corre con las piernas atadas… ! Respira, profundamente angustiada. Baja el volumen del televisor. Vuelve a escucharse un tren lejano. Marca un número de teléfono. -¿Hola? Habla la Señora de Rodríguez, ¿está el Doctor Lanari? Necesito una receta… ¿Cómo le va Señora….Ah….. Tiene una platea….Son mis pastillas, no tengo mas para mañana, usted no sabe si…. (De pronto, furiosa) Pero es médico, es mi médico. (Se resigna al borde del llanto) Está Bien, está bien…. no importa…¡No importa! Corta y va hasta la ventana, la abre y se asoma afuera. Llama: -¡Marita ! ¡Marita! ¡Encarnación ! (Pausa. Habla para si misma ) Que idiota. Si se fueron a Merlo a ver el partido a la casa de los hijos… (Grita como una desaforada) ¡¡Hijas de puta, se fueron!! Estalla en un llanto incontrolable. Se sirve dos vasos de vino y los bebe rápidamente uno detrás de otro, casi sin respirar. Tiembla y continúa bebiendo. De pronto se escucha un estruendo lejano, el pito de una fábrica, la sirena de un barco y una lejana gritería que llega hasta ella como un murmullo y que es inequívocamente un ¡¡¡GOOOOOOOOOOL!!! Se precipita al televisor y sube el volumen. Locutor II: – ¡¡¡GOOOOOOOOOL ARGENTI-

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NO!!! ¡¡Sí!! Golazo de Mario Alberto Kempes. El estadio se estremece. Vemos la repetición. Lucy, emocionada: -Santa Rita ¡Qué golazo! (Se persigna). Locutor II: -…¡elude a un hombre, pasa al segundo, un caño perfecto y la peina con la derecha, Alfredo, ¡¡esto es una obra de arte!! Entusiasmo en el Palco Oficial. Vemos al Comandante… 1 Lucy, llena de odio: -¡Hijo de puta, ya vas a caer, ya vas a pagar! Comienza a seguir febrilmente las alternativas del partido. Mientras escuchamos en segundo plano los comentarios del locutor ella habla y da indicaciones… -Pero pásala, pásala, qué esperás, ¡pero no! Lentamente se alejan las voces y va bajando el tono del frenético relato deportivo, como para indicar el pase de tiempo. Cuando vuelve el sonido se escucha rumor de gente en el estadio, estamos en los finales del entretiempo. 1 Locutor II: -Una niña del público, aprovechando estos minutos de descanso ha venido a ofrendar unas flores a los Señores integrantes de la Junta…Las recibe el General… (La voz se pierde) Lucy: -¿Te llevan flores?… Si alguna vez quisiste a alguien, si alguna vez amaste a una persona sobre la tierra, décime ¿qué hiciste con el Bocha? ¿Dónde están sus pedazos? Llora. Sobre su llanto recomienza el encuentro. Rápidamente se reengancha en el partido. -¡Vamos Daniel ! ¡Eso es un capitán ! ¡Va-

mos muchachos, vamos! Locutor: -Los hermanos Vanderkeko han ingresado con aspecto preocupado a la cancha… Lucy: – ¡Así tenés a tus socios pantera rosa, esos le abren la panza a los negros para sacarles los diamantes que se tragan! Locutor II: -Los holandeses se reúnen con su Capitán….Expectativa en el Palco Oficial… Lucy, horrorizada: -¡Paren de mostrarlos, es un cáncer de monstruos! 1 Como si el tiempo se hubiera detenido, una densa y lenta música fúnebre se apodera del aire. Lucy se pone de pie como una autómata. Se escucha parte del primer discurso de la Junta Militar: - "Hemos tomado esta gloriosa determinación en nombre del superior interés de la Nación. La Seguridad Nacional está garantizada. Respetaremos la propiedad privada, los derechos fundamentales del ser humano, la libertad y la justicia…. ” Se quiebra violentamente el clima al entrar nuevamente la voz histérica del relator. 1 Locutor II: -¡La tiene el conejo Tarantini! Lucy: -¡Vamos Kempes, vamos Marito…¿Lo ves a Keempes, Bocha? ¿Viste que iba a llegar en estado? Tirá Marito, tirá ! (Muy angustiada) ¡No podemos perder! Locutor (de la TV): – ¡Transmitimos desde los estudios en


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esta tarde única, nos falta el aire! Atención Maximiliano, ¡puede producirse una jugada peligrosa! Lucy, enloquecida: – ¡No! ¡No! ¡No! Sáquenlo de ahí! Es un peligro ¡Nooooooo!

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1 Se produce un gol de Holanda gritado por el locutor. Lucy ha quedado helada de estupor. No, no puede ser…Gritando desaforada: ¡Fillol, Pato, sos un mal parido! Un cornudo, ¡un vendepatria! ¡Cómo le hacés esto al Bocha! 1 Locutor II: -…para decir que aunque no logremos la victoria final, la merecemos y muy ampliamente! Lucy, desesperada: – ¡¿Y ahora campeones morales?!, ¡la puta que te parió! Locutor (De la TV): -¡Hay una esperanza que brilla en la hinchada argentina! Lucy: -¡Hay una esperanza que brilla… ! ¡Dale campeón, dale campeón ! ¡Volveremos, volveremos! Locutor II: -Toma la pelota Kempes… 1 Su voz comienza a perderse. Ahora se escuchará el monólogo de Lucy que tiene como fondo

las últimas y electrizantes acciones del partido. Toma la pelota Kempes. Y la va llevando. Va en cámara lenta en un fútbol ballet que es inmortal, eterno. No pisa, vuela, no vuela, flota. No flota. Es una transparencia, una luz que rasga el cielo. Cae un contrario, una mota de polvo, cae otro, un abrojo, una nada, cae el tercero, un gusano rubio que se retuerce con un diamante africano entre los dientes. Kempes sigue flotando, pero no flota, no. Corre. Como un caballo, como una locomotora, como el agua que fluye de la boca del torrente, como el imparable pampero que apaga la espiga. Danza como un muñeco loco, con la dulzura de la primavera que ya está en el aire, como el sol que está guardado dentro de las paredes que escupen sangre, como la mariposa que nace de una oruga monstruosa. Kempes corre. Y con el corre el mundo de mi infancia; la cuadra vacía antes del potrero, la pared del club donde tocaba la típica, la mercería con su vestido de plumetí celeste en la vidriera. Corre y aparecen los Xeneises y la canchita de los sábados, los zapatitos Pichi mezclado con el olor a asado. Y en el aire frío de la mañana, el trapo blanco donde el Bocha pintó con mi lápiz labial "LUCHE Y VOLVÉ”. Corre y no cae. Juega y no es vencido. Pégale, pégale, pégale Marito, que rompa la red, que rompa el mundo. Hace un

gol que me salve de tanto dolor. Rompé la red y déjala que suba hasta el cielo, y ahí pedí audiencia, reprochá, gritá, preguntá por qué nos dejan tan solos, ¡decidles que no podemos mas seguir siendo campeones morales, que alguna vez hay que ganar en la cancha! ¡Dale Marito, dale que Argentina gana, rompé la red, Marito, rompela! 1 Se escucha atronadora la llegada del gol en medio del frenético relato ¡¡¡GOOOOOOOL ARGENTINO!!! ¡Argentina gana, Argentina rompe la red, Argentina rompe un mundo! 1 Lucy mientras habla conmovida y frenética comienza a prepararse para salir en medio del creciente tumulto de la barriada que va invadiendo todo como por oleadas. Mira al televisor: -Gusanos del Palco Oficial, Ustedes no celebren, brinden con sangre Yo me voy a festejar…Salimos campeones Bocha…y yo me voy a la calle…Cuídame bien todo… Ese negro hijo de puta, el aviador y la Pantera Rosa, un día pagan, Bocha. Me lo dijo Kempes. Corre y no cae, Bocha, corre y no cae. Y si se tambalea, se levanta, y si no se levanta se arrastra y si no se puede arrastrar grita, y si no puede gritar, llora, y cuando no puede llorar juega al fútbol como un santo endemoniado; pero corre y no cae, Bocha, corre y no cae.


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Ilustraciรณn Baltasar Castillo


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Perdónales La pequeña localidad de Stjordal estaba revolucionada. En mitad de un paraje idílico en el que nunca pasaba nada, aquella visita se alzaba en acontecimiento. Un hecho, que todavía hoy, entre las parades de sus pequeñas cafeterías configura conversaciones ante sus mayores. La visita del Tottenham con aquel argentino de convidado fue lo más relevante que ocurrió en la zona en los últimos 80 años. Un Mario Kempes apaleado y repudiado por el mundo aceptó enrolarse en una gira veraniega con los Spurs para probarse, buscando la confianza del equipo inglés como vía para conseguir un lugar en el que continuar su carrera. Eran los últimos co-

letazos de un jugador que llegó a aquella pequeña población noruega, en el verano de 1984, con la etiqueta de acabado cosida en la frente. Mestalla, donde antaño se le idolatraba, le despidió con pitos y abucheos en cuanto la edad y las lesiones mermaron su potencial. Es el fin común al que está condenado todo ídolo. En tales circunstancias acudió al rescate un viejo amigo, Ardiles, con el que empezó todo allá en Córdoba. En las filas de Instituto muchos años atrás. En tiempos de Carlos Aguilera. Forjaron un vínculo en campos de tierra y canchas canallas que todavía perdura. Aquella prueba que pretendía abrirle las puertas del fútbol inglés era


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responsabilidad de Ossie. Fue alguien en el Tottenham, y usó su influencia para darle una oportunidad a su medio hermano. Pero el cuerpo del Matador ya no era aquella armadura esbelta y fina. Le sobraba carne, le faltaba velocidad, y tal vez, mucha motivación. Sus tobillos crujían. Su hombro seguía doliendo. Encontró lo suficiente en dicha tarde para que el Stjordal Blink sufriera sus artes. Las oleadas de niños y curiosos sitiaron aquellas casitas paradisíacas en las que se resguardaban los jugadores durante su estancia, sólo querían ver a un jugador, a aquel melenas que ganó el Mundial del 78 y se había convertido durante esos tiempos en el mejor jugador del mundo. Apenas jugó cinco partidos en los que pasó sin pena ni gloria. Ante el Enfied, el único disputado en Inglaterra, confirmó su decadencia, no consiguió perforar meta. Los comentarios rodaban todos en la misma dirección, compadecían a aquella estrella en su ocaso. Cook, el jugador cuyo puesto hubiera peligrado de superar Kempes el examen, se lamentó de que el argentino se viera obligado a jugar tantos partidos seguidos sin estar preparado. Era un Tottenham exigente. Con Clemens, Glenn Hoddle y Ardiles en filas, ganador de la UEFA y la FA Cup no mucho tiempo atrás. La es-

tampa de Mario, en pantalón vaquero amenazando con escupir a propulsión el botón del mismo, luciendo pancha el día que es presentado ante la plantilla, es definitoria de las condiciones físicas que arrastraba el jugador en aquellos calores. Su final empezó en Jena, ante un Carl Zeiss dopado y saquinero cuyo único objetivo era amedrentar al crack del equipo rival. Aquella noche el Valencia perdió a su oráculo, y la eliminatoria. Con el rabo entre las piernas y lamiéndose las heridas, Kempes regresaría a Argentina para evadirse de un estadio que transformó en ataques toda la admiración que depositó en él. Ignorantes del dolor que padecía y los sacrificios que tuvo que hacer tras la trascada sufrida en la RDA admitió jugar mermado por convicción, porque le necesitaba el Valencia. Huyó para lucir la banda de River y reencontrar la gloria con Di Stéfano en el banquillo millonario, anotando un gol en la Bombonera ante el Boca Juniors de Maradona. Tras aquella especie de cesión volvería a irse, ya para siempre, de un Mestalla que nunca le pidió perdón. El no del Tottenham estaba cantado. Pero le esperaba el Hércules de Alicante, donde apuntillaría la decadencia de su querido Valencia anotándole goles que eran cla-

vos en un ataúd por estrenar. El descenso estaba en ciernes, ignorado pese a todas las señales iluminadas en el tablero. En aquel impasse no dudó si quiera en enrolarse en un equipo de fútbol sala, entre colegas y aficionados que antaño iban a las gradas a verle bombardear porterías; donde ir tirando millas mientras rezaba para que el mundo del balón grande no se hubiera olvidado de él. El poder de la figura de Mario se mide en las historias que genera. Allá donde fue, por mínimo que fuera su impacto, construye relatos. Su fugaz paso por los Spurs en un verano anodino está acompañado de literatura. Su aventura por el parqué está todavía por contar, pero es conocida. En un mundo por mediatizar, Kempes llevó al Valencia al escaparate global. La camiseta blanca y la melena posaron en medios americanos, japoneses, y africanos en un planeta donde el fútbol seguía siendo un deporte exclusivo de europeos y sudamericanos. Descendido el Hércules, y el mismo Valencia, a Mario le quedó el refugio de Austria. No le faltó arrojo para vestir los colores de un modesto club, el St.Pölten. Allí, una vez más, transformaría en historia aquel instante. Hoy en día el pequeño club es un relato recurrente entre los nostálgicos y culturetas en el österreich.

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la dia que va nĂ ixer el VCF modern


En un ambient de traïcions i conspiracions va tindre lloc un insuls homenatge a Kempes, convertint-se en un acte de menyspreu al jugador i en un plebiscit contra Tuzón. Aquella nit va nàixer el "Arturo, solta els duros" i amb això el València modern que donaria pas al Rogisme.

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Arturo Tuzón, envoltat pel fum de quinze cigarrets, e immers en una atmosfera carregada pels efluvis de la conspiració, permanènixia tancat i atònit en aquella habitació tamisada del pavelló social, intentant racionalitzar les punxades que els seus sentits li transmetien després de conèixer de primera mà la magnitud de la traïció. Per fi, després d’esquivar durant setmanes la seua mirada, es va topar de front amb una realitat més crua de la que una confiada ment havia estat capaç de dibuixar. «Peris (Frígola), són més dels que creia» hagué de transmetre amb una enèrgica mirada al seu major amic i confident entre aquella gossada de famolencs papables, per a continuació, començar a escriure sobre ratlles tortes les primeres línies d’un epitafi que potser s’havia posposat en demesía. Pogué evitar des de la superioritat moral amb la qual vestia la seua figura el colp, però no la mortalitat d’este. Va comprendre només deixar la sala que allò era el principi de la fi, i ferit en el seu orgull, es va negar a acceptar-lo per a intentar morir matant. Un gest insignificant en el seu inici, comú en el desenvolupament, va ser capaç de desencadenar el trànsit per aquell camí d’espines que es va veure obligat a recórrer en contra de la seua honesta voluntat. Tot va començar amb un sim-

ple «no», amb dos lletres parides des de la netedat d’un gestor responsable que havia conegut els abismes del excés, i el bon acompliment del qual havia aconseguit arrancar dels braços de la mort a una institució que en aquells albors noventers bategava amb més força que mai. Amb allò va intentar posar límits als capritxos i obcecacions d’un entrenador amb plens poders que va portar la modernitat del sistema anglès a un club famolenc en reverdir llorers. «Tranquil don Arturo, per 400 o 500 milions ho traurem» no cessava a repetir un Guus Hiddink que va arribar a les portes de Mestalla després de blindar de glòria el seu currículum dirigint al PSV. Aquell brasiler de malucs rampants traçat amb el virtuosisme característic dels dibuixos animats tenia enamorat a un entrenador obsessionat en pal·liar la sequera golejadora d’un dinàmic equip, que jugava tan bé com incapaç era de transformar en gols un vendaval ofensiu que començava a costar més del que donava. La negativa del president caute no va respondre en principi a res especial, era coneixedor de l’oferta de 1000 milions de pessetes que Jesús Gil havia realitzat per Romario, valor de mercat inassolible, que prompte va quedar volatilitzat al transcendir els primers contactes nocturns d’un baixinho deprimit, i que en boca del seu repre-

«Tranquil don Arturo, per 400 o 500 milions traurem a Romario»


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sentant, «anava camí d’acabar com Maradona si no eixia d’Holanda». La depressió d’un fantasista enrocat en la rebel·lia va nàixer amb la fugida cap a la Florida mediterrània d’aquell que li va concedir capritxos i manyagues que anaven més enllà del tolerable. Romario era un xiquet malcriat orfe del seu malcriador. Estem al gener de 1992. El complex que tenallava a una massa social complaent i que començava a retrobar-se amb el seu equip després de la tragèdia del 86 va començar a diluir-se al escoltar per boca d’aquell bigotut holandès, regnant en l’Europa gran no feia a massa, les primeres paraules d’ambició i glòria en molts anys… «Amb Romario podem aspirar al títol de lliga» … no es cansava de repetir un tipus que va iniciar en secret un viatge a Holanda per a aconseguir sense esforç un «sí» rotund del astre carioca. Fet que va encendre la metxa d’una pugna social que va dividir un vestidor, que considerant-se menyspreat pel seu cap, va trobar en Robert una boca gustosa per a la reivindicació. «És innecessària l’arribada d’eixe tal Romario, som capaços de resoldre per nosaltres mateixos la poca capacitat realitzadora actual», eixes foren les primers trinxeres excavades de forma discreta, i que acabarien tenint un alt cost per als implicats. Els estius turbulents tan característics per estes terres hagueren de trobar en aquell any olímpic el seu pròleg. Sense suport de cap tipus en el club, l’holandès, addicte al cafè i amic del golf, va jugar amb la basa emocional d’una massa social que veia ja al mag del PSV vestint el blanc, obligant a transformar el «no» racional d’un president auster en una negativa arrelada des de l’orgull de qui apreciava les línies marcades per un profund sistema jeràrquic. Ja era un «amb mi o contra mi» a tomba oberta. Ferms en el seu propòsit i pendents de donar els primers passos cap a la conversió en SAD les peticions del entrenador van ser ofegades amb la seguretat d’una directiva que tenia la seua paraula per llei. Ni el retret de Hiddink en la presentació de Belodedic, «no vaig a tolerar ingerències en la

parcel·la esportiva, de la qual sóc únic i màxim responsable», van fer titubejar la postura aferrissada d’un president que de la nit al dia havia perdut el respecte d’uns socis que assistien atònits a una batalla absurda, i en la qual, s’havien posicionat del costat d’un insaciable i ja tingut per rebel entrenador. Però Guus estava a soles; de moment. Alguna cosa turmentava a l’holandès díscol, aquella oportunitat fallida d’arribar a una final copera el torturava per les nits, no el deixava viure, «necessitem algo més» deia cada vegada que obria la boca amb l’únic propòsit de demanar clemència i accelerar l’arribada del seu capritx futbolístic. I a Eindhoven es va anar, altra vegada, per aconseguir, altra vegada, un altre sí del jugador. Però esta volta era diferent, l’entrenador no va viatjar esperonat només per la seua ambició. Ni mogut pel seu empeny de situar en un plànol superior a un club temerós de donar un pas cap endavant. Este viatge, a diferència del realitzat l’any anterior, contava amb el patrocini d’alguns membres del nou consell d’administració, aliats introduïts en un òrgan antany hostil per als seus interessos que van trobar en aquella operació l’excusa perfecta per assaltar un poder prèviament anhelat. «El dolent» es veuria obligat a dimitir – segons els seus plans – quan estos aparegueren en públic del braç d’un crack que va ser negat, i alimentat el seu fantasma durant any i mig, com a via de mantindre calentes les ensomiacions col·lectives d’una afició cansada de veure al seu equip nadar per a morir a la vora. «Ni per 400 ni per 500, Romario no es va a fitxar, i si es fitxa, jo dimitisc» Van ser paraules d’un Peris Frígola cansat d’un assumpte que havia posat en dubte coses massa serioses. Aquells mesos de divisió i enfrontaments van asseure les bases de la desavinença, forjant enemistats des de les quals es van assentar pautes, actuacions i postures que configurarien les dècades vinents. L’alineació durant este conflicte marcaria les cartes, moltes d’elles, pertanyents al nucli

«Amb Romario podem aspirar al títol de lliga»


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dur d’un vestuari en la seua majoria autòcton i de pronunciat caràcter tuzonista, ja contraris al seu entrenador; adhesions que els servirien de bitllet d’eixida amb el canvi de règim. La divisió era total i el matrimoni impossible. Era la guerra. En aquell escenari d’odis bizantins encara quedava per interpretar un últim acte, el qual posaria el punt final a un episodi que va marcar la història moderna de l’entitat. El 25 d’Abril de 1993, en teoria, la València futbolística deuria haver estat pendent del homenatge a Kempes, però en realitat, ho va estar d’un Romario que dormitava en una ciutat pendent de la seua contractació. Caldria preguntar-se qui va convèncer al Matador per a triar al conjunt holandès com a rival d’un acte que ell mateix va organitzar, encara que havent teories i sospites sucoses que apuntar, serà millor vendre l’assumpte com una atzarosa coincidència. Siga com fora, en Mestalla es va presentar el brasiler, i amb ell, uns amics, que enrolats en el quadre local es van mostrar molt gustosos per a dispensar-li quantes comoditats feren falta per al seu millor lluïment públic. Aquella vesprada va acabar tot. Aquella nit, va començar tot. «Ni jo, ni ningú

en nom del club, negociarà el traspàs de Romario. Ni hi han, ni van haver, ni hauran negociacions» Una declaració d’intencions d’un president feble, sabedor que durant la pronunciació d’aquelles paraules, amagats en un cèntric hotel de la capital del Túria, el sector rebel mantenia una reunió amb la directiva holandesa de la qual es va eixir amb un acord de mínims. «El traspàs està al 60%» va tindre la gosadia de declarar un esquirol durant un recés, paraules senzilles que van incendiar una ciutat que dinava a esquenes dels tributs civils amb els quals va ser rebut un Mario Alberto indiferent a tota revolada, convertit en un actor secundari en el seu propi homenatge, vivint, com ho va fer deu anys abans, un acomiadament discret, insultant per a l’alçada de la figura històrica que representa eixa melena ondulada. Però l’olor a traïció ja havia perfumat els carrers com ho fa la pólvora en falles. Caps girats cap a la llotja a cada gol de Romario, transformats en punyals dirigits al cor del president durant aquell amistós, van ser el preludi del que estava per arribar després del partit, al pavelló social.


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Cada derrota mestallera no era resposta amb xiulets ni amb mocadors, sinó amb un fragorós càntic: «Romario, Romario, Romario» 102 I allà, entre parets banyades per la decepció, en una sala carregada per l’odi de les enemistats, Arturo Tuzón va veure en tot el seu esplendor la magnitud de la revolta. Directius, empleats, jugadors, periodistes, gents que antany va considerar amics, companys i aliats es presentaven en el bàndol contrari ansiosos de sang, de poder, i amb una safata de plata preparada per a posar el seu cap i exhibirho com a trofeu. Es va evitar la immediatesa de la sacsejada, però es va fer crònic i extens durant aquella dècada les conseqüències d’aquell acte. De res van servir anys de gestió racional d’un home que va donar lliçons de com vestir-se pels peus, víctima d’aquell model de Societats Anònimes que va conjugar les enveges estructurals del futbol amb els sempre foscos interessos del capital creant un món massa hostil per a un home que tenia el defecte de l’honestedat. Tres síes, que van ser tres noes. Aquell mateix estiu Romario fitxaria pel FC Barcelona, deixant a les seues esquenes un València CF moribund, amb un vestidor trencat, una directiva enfrontada i un entorn crispat. Brou de cultiu propici per a parir una temporada infausta que va tallar la progressió d’un equip que duia des del 86 en clara ascensió. Cada derrota mestallera no era resposta amb xiulets ni amb mocadors, sinó amb un fragorós càntic «Romario, Romario, Romario» que ja era

un crit de guerra nascut en ple homenatge a Kempes; on l’ordre interna va ser deixar al brasiler lliure de marques per a que brillara (i ho va fer) i ajudara la seua actuació a la confabulació contra Tuzón. Alimentat per l’excel·lent actuació d’este amb la samarreta blaugrana, cada resultat advers a Mestalla era reprovat amb més «Romario, Romario, Romario». Arturo no va voler soltar els duros per qüestió de digne orgull; i l’orgull fou qui el va dur a destituir a Hiddink aquella mateixa tardor, caiguda que arrossegaria al propi dirigent. Era el 24 de Novembre 1993, vesprada on el VCF clàssic, aquell d’orxata i fartons, de la general de peu i de Pasieguito, va signar oficialment la seua defunció. Mentre Paco Roig signava el retorn del holandès rebel envoltat d’hordes de fotògrafs que rubricaren amb fulles de llorer el seu històric triomf electoral, Tuzón, en la humilitat de la seua llar, sopava bullit, amb fruita per a postres, reordenant en la seua ment una llarga llista de tarambanes perdut en la desmemoria d’una societat que en pocs dies havia esborrat l’etapa d’un home que va ser l’únic, mentre altres fugien, interessat en fer-se càrrec d’un club descendit i arruïnat. La glòria li fou esquiva, es va anar entre ganivets i menyspreus, i es va haver de morir per a que Mestalla, entre penediments, el tornara a aplaudir.


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Der perfekte moment Texto Andreas Weber

El cineasta Andreas Weber fue uno de esos niños que a finales de los ochenta quedó fascinado con la llegada de un jugador como Kempes a un campeonato como el austriaco. Su figura pronto fue convertida en icono de una época, la de los 'legionarios' llegados al Österreich a golpe de talonario. En 2006 produjo un documental sobre el Matador y su impacto en el fútbol del pequeño país centroeuropeo. Esta es su experiencia.


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¿Messi en la Bundesliga austriaca en 2020? Hoy en día probablemente no sería realista, pero es lo que ocurrió a finales de los 80 en mi país con la llegada de Mario Kempes. El mejor jugador del mundo aterrizó en un pequeño rincón de Europa para jugar sus últimos partidos como profesional. Fue una revolución, todos acabaron pegándose por querer tenerlo en sus filas, al menos un par de meses, esa fiebre del oro le hizo jugar en varios clubes en muy poco tiempo. Austria enloqueció con Mario. Pero si tengo que definirme de algun modo diría que soy escritor, no un director de cine. Mis retratos cinematográficos son diagonales, pausados, versátiles. Soy como es la Baja Austria y su modo de vida. Estamos siempre en acción. He subido y bajado diez pisos a lo largo de mi vida: fui estudiante; trabajé en una fábrica; fui redactor; instalador de gas y de vallas publicitarias; profesor de primaria y crítico cultural en "Falter" antes de cumplir los 32 años. Momento en el que caí en la escritura y el cine. Fue mi momento más impresionante. Llegué a obsesionarme. Es la etapa que más esfuerzo requirió de mí; cuando se me metía una idea en la cabeza trabajaba en ella hasta la extenuación. Resultó, extrañamente, no suponer ninguna desventaja. Fue así como me topé con la oportunidad de producir un documental sobre Mario Kempes, su figura, y su impacto en el fútbol local. La culpa de

eso la tuvo una vieja camiseta, y un par de cromos autografiados encontrados en una caja polvorienta. Ese hallazgo fue todo un impacto emocional, consiguió que mi matrimonio se redujera a Kempes y a un par de hamburguesas frías. Los austriacos somos un poco especiales, Fritz Habeck fue un autor que a sus 80 años, tambaleándose entre la fama y el olvido, se obsesionó con coleccionar libros de Hermann Gail hasta alcanzar la locura. Es una historia famosa aquí, por eso un día, encontré una nota en la nevera dejada por mi esposa que refiriéndose a mí empezaba con un contundente "Querido Fritz". El camino del artista requiere dedicación y suele demandar un alma solitaria. Es así siempre que se emprende un nuevo trabajo. Y así debe seguir siendo. Cuando encontré aquel material de mi infancia estaba inmiscuido en la búsqueda de material para una nueva producción. Fue algo fascinante, un golpe de suerte tener aquellos cromos entre mis manos. Y eso, fascinar, es lo que hizo Mario Kempes a los nativos de la región en aquellos días de adolescente. Donde antes acudían 50 personas se presentaron 5000 a ver los partidos de pretemporada. Recuerdo la emoción que supuso para nosotros tener al campeón del mundo, máximo goleador y mejor jugador del torneo, a cinco minutos de casa. Diez años más tarde de aquel gol a Holanda llegaba a Krems, a un estadio indigno, con


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Fue así como me topé con la oportunidad de producir un documental sobre Mario Kempes, su figura, y su impacto en el fútbol local. La culpa de eso la tuvo una vieja camiseta, y un par de cromos autografiados encontrados en una caja polvorienta. 350 espectadores de media en temporada alta. Increíble. ¿Cómo pudo escoger una persona así un lugar como ese para ir a jugar al fútbol? No cuestionemos las decisiones de Mario Kempes. Tras el hallazgo contacté con viejos amigos, charlamos sobre aquel verano, nos dimos cuenta de las posibilidades que tenía la historia y de la cantidad de material que empezó a surgir alrededor de una mesa y un par de cafés. Todo el mundo tenía algo que contar o conocía de alguien cercano que había protagonizado alguna anécdota delirante. El siguiente paso a dar estaba claro, tenía que contactar con él, con el héroe nacional argentino, había que empezar a preparar de forma seria el trabajo. Llamé a Linz Fischer, un productor conocido y amigo, que me habló de un viejo biólogo de su círculo íntimo, Fredl Tatar, de buena reputación, que había jugado con Kempes en aquellos años y que tal vez me pudiera ayudar. Una semana más tarde conseguí el teléfono de Mario. Todo eso tuvo lugar durante el verano de 2001. Suele ocurrir que antes de empezar a grabar hay un período previo de dos años de trabajo. Hay que elegir escenarios, concretar la historia, escribirla, buscar a los personajes que quieres que aparezcan y convencerlos de que se pongan delante de una cámara, entrevistar a los protagonistas, y sobre todo, la tarea más ardua y complicada es la de encontrar la financiación y

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a alguien que le interese el proyecto. En este caso ocurrió que la ÖRF [la radio televisión pública] se mostró entusiasmada con el documental desde el primer momento, pero llegada la hora de la verdad, cuando estaba todo listo para empezar el rodaje, nos dejó tirados. Sin contrato de televisión, las distribuidoras y los cines nos dieron la espalda, y la misma ciudad de Viena se negó a proyectar el trabajo en sus festivales y salones públicos. Estábamos en la estacada. Pero no íbamos a arrojar la toalla tan fácilmente. Hicimos la película prácticamente sin invertir dinero, reformulamos el concepto inicial, suprimimos los escenarios en Argentina, muy a nuestro pesar, pues era la parte más emocionante y sustancial de la idea original. Cada céntimo perdido fue sustituido con compromiso personal y una dedicación infinita. Como buen austriaco viví obsesionado durante meses en sacar adelante este proyecto. Tras aquel incidente, en 2003 empezamos a tomar imágenes y a grabar las primeras escenas. Viajamos por Austria y España, recorrimos la carretera como


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Es cierto que la sensación general de su paso por el país es muy buena, pero no todos piensan lo mismo. Ernst Dokupil nunca ha deslizando una buena palabra sobre Mario. Sin embargo, Thomas Parits sólo habla maravillas del argentino. Fueron sus jefes en el St.Pölten

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viejas estrellas del rock, y sobre la marcha fuimos descubriendo al Campeón del Mundo. La primera parada fue Valencia, obviamente; el lugar que treinta años después seguía siendo su casa. Llegó allí con 21 años, fue máximo goleador del campeonato, y en 1980 y 81 ganó la Recopa y la Super Copa de Europa. En el pico más alto de su carrera sufrió una lesión de rodilla, y acabó exiliándose en River Plate, donde empezaría a deambular por el mundo buscando un lugar en el que asentarse. Visto con perspectiva, no lo acabó de encontrar nunca. El paso previo a su llegada a Austria lo dio en Alicante, en las filas del Hércules con el que descendería a segunda división, cosas de la vida, el equipo que le trajo el reconocimiento internacional y del que estaba huyendo acabaría sufriendo el mismo destino. El responsable de su llegada a Austria fue Pepi Schultz. Exfutbolista metido a entrenador primero y a representante de jugadores después. Se ayudó en Carlos Sintas, viejo delantero del Austria Viena, que también participó en las negociaciones. "Kempes siempre se mostró

receptivo a venir a Austria" dice Schultz. No es nada sorprendente. Iba a ganar bastante más dinero que en España, pero el jugador no se lanzó a tumba abierta, Pepi recuerda que "a pesar de mostrarse entusiasmado desde el primer momento no quiso ponerlo fácil, apretó un poco para mantener las apariencias". Lo llamativo fue que no recalara ni en el Austria ni en el Rapid, los dos grandes del fútbol local tenían la posición cubierta con buenos delanteros, y Mario, a sus 31 años, llegaba con fama de tener la rodilla demasiado estropeada, lo que llevó a ambos clubes a no cometer ninguna locura. Suponemos que pronto se arrepintieron de aquello. Es cierto que la sensación general de su paso por el país es muy buena, pero no todos piensan lo mismo. Ernst Dokupil nunca ha deslizado una buena palabra sobre Mario. Sin embargo, Thomas Parits sólo habla maravillas del argentino. Fueron sus jefes en el St.Pölten; Dokupil sustituiría en el cargo a Parits, y fue el responsable de que Kempes abandonara el equipo. Se hace extraño imaginar cómo un club tan pequeño echó de aquella manera a un jugador tan grande. Pero la disciplina de Dokupil era demasiado cercana a la


Els xiquets del matador existente en un campo de concentración. Y para qué vamos a engañarnos, todos sabemos de los hábitos con el tabaco que había desarrollado Mario durante años. Afortunadamente, aquella no fue su última aparición en los campos. En 1995, a sus 41 años, volvería a vestirse de corto en las filas del A.F. Vial chileno. Hasta que colgó las botas a los 42 años en las filas del campeón indonesio, el Pelita Hyatt. Esa pulsión por jugar al fútbol la conoció muy bien Alfred Tartar: "Él siempre quiso jugar al fútbol, le daba igual dónde, cómo y con quién. Le importaba muy poco si jugaba ante 50 espectadores o ante 50 mil. Simplemente quería jugar y nada más". Su conexión inflexible y apasionada por el fútbol, la cual conservó incluso como entrenador, le llevó a tomar su primer trabajo en los banquillos en 1996, en el sorprendente SK Lushnja albanés. Es una pieza que en el documental original, con la financiacón de la ÖRF, iba a tener su espacio, pero que en el trabajo final nos vimos obligados a recortar hasta dejarlo casi en un pasaje testimonial. Y es una lástima, porque es una historia apasionante con relación con la mafia incluida. Kempes sólo duró un mes, la estructura del SK era piramidal, obtenía dinero quitándoselo a otros, un mero mecanismo de blanqueo y tráfico. En 1999 se sentó en el banquillo del Mineros de Guayana, en Venezuela. Pero su equipo más potente fue el Oriente Petrolero boliviano con el que sería campeón. Aquella aventura le hizo abrazar las mieles europeas para llegar a la Serie D italiana de manos del Casarano, un pequeño equipo de Bari. Pero nada comparado con el San Fernando de Cádiz en 2002, un gran fracaso que le hizo dejar los banquillos. Durante mi visita por España le encontré en ese punto, todavía dolorido por su accidente gaditano, pensando en si renovar su licencia como entrenador y reciclarse o dejarlo definitivamente. En aquel viaje se antojaba indispensable visitar a Alfredo Di Stéfano, ex entrenador suyo en River, y ocasionalmente, en Valencia. Lo encontré, a él y a Mario, departiendo en las catacumbas del Bernábeu, donde los veteranos del club blanco juegan partidos durante la semana y solucionan sus problemas a base de discusiones efímeras y cervezas. Si querías encontrar a Di Stéfano era muy fácil, lunes y miércoles, de diez a doce, siempre estaba en el mismo lugar. Curiosamente aquella misma

semana el Valencia le había hecho a Kempes una oferta para representar al club, pero Marito la rechazó, aconsejado por Di Stéfano. "Mario, no seas idiota", le dijo delante de mí. Me llegaron rumores, preparando el documental, de que la relación entre ambos, en su etapa en el Valencia, no había sido nada buena. Posiblemente en River se reconciliaran, o no. Pero aquella mañana existía un trato entre ambos muy similar al que existe entre un padre y un hijo. Aquellos días conviviendo con él me hizo darme cuenta que había subestimado la afamada humildad del argentino. Nunca tuve la sensación de que fuera un perdedor, tal vez no sea el mejor calificativo, pero su comportamiento era más parecido al de un jugador de tercera división que el de un campeón del mundo. Incluso entre mi círculo de amistades encuentro gente que actúa creyéndose un Dios sin haber hecho realmente nada. Pero Kempes era diferente, no le daba importancia a lo que representaba, mantener esa actitud me pareció sorprendente teniendo en cuenta que durante nuestra estancia en Madrid y Valencia era imposible estar más de cinco minutos en la calle sin que se acercara alguien y se arrodillara ante sus pies. Mis críticos dicen que el verdadero problema de mis retratos cinematográficos es la soledad con la que aparecen los protagonistas. Puede ser. Prefiero captar el momento perfecto, ese instante en el que el personaje está inmiscuido en el caos, tratando de diseñar un nuevo rumbo en su vida y emprender nuevos caminos. Fue precisamente ahí donde encontré a Mario. Casi desahuciado, sin nada que hacer. Atrapado entre la leyenda de su fútbol y un presente empobrecido y sin destino fijo. Un hombre que podría tener lo que quisiera pero que su forma de ser le impide reclamar lo que le pertenece como leyenda. El rodaje terminó en 2004, en 2006 finalizó en montaje y la edición. Ese mismo año emprendimos una angustiosa carrera para llevar la cinta al público, ya fuera cine o televisión, sin demasiada suerte. Afortunadamente el documental funcionó muy bien en festivales, y todavía hoy, con el surgir de la nueva cultura del fútbol, aparece en todos los ciclos sobre fútbol documental que se organizan por Europa. El "momento perfecto" no sólo refleja el paso de una superestrella por un país pequeño, también trata sobre una leyenda caída que se reconstruye a sí misma juntando sus restos. La misma vida de Mario.

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VolvĂŠ

Texto Ignacio Leal


Fue en agosto de 1995 cuando A. F. Vial dio el golpe: sacó a Kempes del retiro y lo trajo al ascenso chileno. El anecdótico paso del Matador en el club ferroviario pasó a la historia. Aquí, él mismo recuerda aquel episodio.

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Era sábado y en Concepción había un día soleado, escasos en agosto, invitaba a todos al estadio. Había expectación. Durante la semana las conversaciones en restoranes y hogares giraron en torno a esa tarde; la prensa penquista, chilena y mundial también estaba atenta: Mario Alberto Kempes, a los 42 años, retornaría al fútbol profesional. Faltaban 30 minutos para las 16.00, horario en que Arturo Fernández Vial recibía a Rangers por la primera fecha de la segunda rueda del torneo de Segunda División, y 4.500 personas coreaban eufóricas Matador, la canción de Los Fabulosos Cadillacs. En eso estaban cuando se dieron cuenta de que, en el Block J del Municipal de Concepción, chaqueta de cuero negra y cigarrillo en mano, permanecía el astro, saludando a quien se lo pidiese. Pero no jugó. El pase del campeón del mundo no había llegado. “¡¿Han pasado 20 ya?! Puchas que estoy viejo”. Quien habla es Luis Chavarría, zaguero de aquel Vial ’95. “Cuando me dijeron que venía Kempes, no podía creerlo y sólo lo hice el mismo día en que el profesor (Pedro Olivera) nos lo presentó en el camarín”, recuerda. La sola impresión por la contratación motivó al plantel, que aquella tarde venció al entonces líder por 2-1. Su debut en el club fue una semana más tarde. Ante Arica, en Collao, el 26 de agosto, el público se deleitó al ver la clase con que golpeaba el balón. No

convirtió ese día, pero fue decisivo. Sus pelotas detenidas eran de temer y casi convierte un gol olímpico, que sólo el travesaño le negó, aunque más tarde (45’) Paniagua aprovechó un nuevo córner del ‘10’ para anotar el único tanto del partido. Con una victoria y con él como protagonista comenzaron sus últimos pasos en el profesionalismo. Y es curioso, porque el goleador de Argentina ’78 pudo hacerlo en Rosario Central, el club que lo hizo grande y al que le juró amor eterno, o River o algún equipo de Europa, pero no; lo hizo en el humilde Arturo Fernández Vial. Todo se gestó así, según narró Olivera al diario El Sur en 2003: “Había ido a buscar a otro jugador a Mendoza y sentado en un café salió el tema. Con Mario me une una amistad grande, él creía que lo estaba jodiendo y terminó acá... Fue una linda experiencia, tanto para el plantel como para la ciudad”. Vial ansiaba retornar a la serie de honor y necesitaba costear un plantel competitivo. Buscó durante julio y agosto algún volante creativo y al final apareció él. Su única ocupación era su escuela de fútbol en Mendoza y, pese a la inactividad, estaba en forma. Así, una simple broma pasó a ser un golpe total. Kempes ganaría cinco mil dólares por partido, que se pagarían solos gracias al público que empezó a seguir a los aurinegros (pasó de ochocientos a cuatro mil). Jugaría sólo de local y entrenaría jueves y viernes. “Al final se pasaba la


The Barraca

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semana entera con nosotros”, narra Chavarría. Desde Miami, donde trabaja como comentarista para ESPN, Kempes se alegra al recibir el llamado para escribir esta nota. “Fue una época donde yo estaba retirado y tuve la suerte de poder jugar en Fernández Vial y realmente creo que lo hicimos bien. Lo intentamos, no llegamos a jugar el hexagonal, pero estuvimos cerquita. Fue muy lindo”, confiesa. Así recuerda la voz de los juegos de video FIFA 2014 y 2015: “Estaba en Mendoza trabajando en mi escuela de fútbol y vino el entrenador (Olivera) y me sorprendió. Era temprano, estaba medio dormido, nos tomamos un café y hablamos. Le dije en qué condiciones físicas estaba, porque ya había dejado de jugar; entrenaba, pero no es lo mismo practicar con veteranos que con gente joven. El acuerdo era que jugaría sólo de local, pero duró un solo partido. Jugar en casa o de visitante era lo mismo. Nos divertíamos y no hubo ningún problema”. Amante del asado, apenas llegó al club se adueñó de la parrilla de calle Progreso, en Chiguayante. “Le encantaba el costillar de vacuno, sus cigarros Marlboro que traía de Argentina y el vino con soda. Llega-

ba los jueves y era tradición su asado. Él se rajaba. Yo, como buen huaso, lo ayudaba con la carne”, comenta el Chiqui, también ex defensor de la Selección, la U y Deportes Concepción. “Era muy humilde”, continúa, “Cocinaba y nos servía, de tú a tú, nunca nos sacó en cara su trayectoria y siempre nos aconsejaba. Nos enseñó a esforzarnos por los sueños y por ser grandes”. Kempes, alcanzó a jugar por Vial sólo 11 partidos y anotó cinco goles, todos a balón parado, pero eso bastó para que pasara a la historia como el astro que remeció el Ascenso. “Fue una época muy linda. No llegamos a clasificar, pero lo pasábamos muy bien”, asegura el ex Valencia y River Plate. Este paso lo elevó a ídolo de los ferroviarios, que ahora se debaten entre el profesionalismo y el amateurismo. “Es muy triste, pero qué se le puede hacer. Es lamentable, porque es un club histórico y que tenga que sufrir estos percances... Pero la historia es una”. Y claro, Mario, la historia es una y dice que el segundo semestre del ’95 un crack tomó sus zapatos, cruzó la cordillera y eligió dar sus últimos disparos en Concepción. ¿No nos harás el favor, Mario? Volvé.

«Cocinaba y nos servía, de tú a tú, nunca nos sacó en cara su trayectoria y siempre nos aconsejaba. Nos enseñó a esforzarnos por los sueños y por ser grandes»


Els xiquets del matador

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El sueño del pibe Es un tango con letra sencilla de Reynaldo Yiso y música de Juan Puey, que en 1945 grabaron Osvaldo Pugliese con la voz de Roberto Chanel y Ricardo Tanturi, cantando Enrique Campos. Describe el sueño de tantos purretes que soñaban con recibir la citación del club de sus amores para realizar una prueba y así fichar por ese club, subir las distintas escalas, llegar a primera y marcar el gol salvador que los lanzara a la gloria. Reynaldo Yiso (Ghiso), fue un fecundo letrista que publicó unos 500 temas y muchos de ellos, con diversos músicos, representaron sonados éxitos. Además fue representante de Osvaldo Pugliese. Nacido en el Barrio porteño de Liniers, fue uno de los fundadores del Club Oeste Argentino, uno de los tantos clubes de barrio, que entre otras cosas, permitían a los pibes de la zona tener su propio equipo de fútbol. Yiso llegó a jugar en Vélez Sarsfield y conoció de primera mano la historia que describe en este tango. No sólo en lo que le atañía en lo personal, sino porque uno de los chicos de la barra recibió un día la citación del Club San Lorenzo de Almagro y provocó en todos ellos una envidia sana. Se trataba de José María Arnaldo, que llegaría a jugar en la primera división de San Lorenzo, Newell's Old Boy e Independiente. El tango fue

realmente un golazo, reverenciando a los cracks de la época, marcó un hito musical en los años '40 argentinos. Volvió a alcanzar la fama cuando una versión actualizada tras el Mundial del 86, sustituyendo por Kempes y Maradona a aquellos añejos héroes del balón de cuero y botas hasta los tobillos. Una versión que llegó a cantar el Pelusa en una gala navideña para la televisión pública. Golpearon la puerta de la humilde casa, la voz del cartero muy clara se oyó, y el pibe corriendo con todas sus ansias al perrito blanco sin querer pisó. "Mamita, mamita" se acercó gritando; la madre extrañada dejó el filetón y el pibe le dijo riendo y llorando: "El club me ha mandado hoy la citación." Mamita querida, ganaré dinero, seré un Maradona, un Kempes, un Olguín; dicen los muchachos de Oeste Argentino que tengo más tiro que el gran Bernabé. Vas a ver que lindo cuando allá en la cancha mis goles aplaudan; seré un triunfador. Jugaré en la quinta después en primera, yo sé que me espera la consagración. El estadio lleno, glorioso lo vimos por fin en primera, lo iban a ver faltando un minuto, iban cero a cero, tomó la pelota, sereno en su acción gambeteando a todos se enfrento al arquero y con fuerte tiro, quebró el marcador.




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