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Pillado Nordin 4 Hermanos Foster 2024th Edition Nora

Phoenix

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PILLADO: NORDIN

LOS HERMANOS FOSTER LIBRO 4

NORA PHOENIX

Pillado: Nordin

Título Original: Nicked. Nordin. (The Foster Brothers, Book 4)

Copyright © 2023. Nora Phoenix.

Traducción de S. Kai

Diseño de la cubierta: @Angsty G.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, localizaciones, y hechos retratados en esta obra son completamente ficticios, producto de la imaginación delautor. Cualquierparecido conpersonas reales, vivas o muertas, negocios, o con hechos reales, espura coincidencia. Lapersonas representadas en la cubierta son modelos, y su uso estálimitado a fines ilustrativos.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

Creado con Vellum

Nora After Dark

Advertencia De Contenido

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

ÍNDICE

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Epílogo

Libros de Nora Phoenix en español

Libros de Nora Phoenix en inglés

Más sobre Nora Phoenix

NORA AFTER DARK

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PILLADO: NORDIN

La cosa más estúpida que jamás podría hacer un estafador es enamorarse del hombre que intenta atraparlo.

A Nordin le gusta considerarse a sí mismo un Robin Hood moderno que redistribuye la riqueza de aquellos que no se la merecen entre aquellos que sí. Es divertido, emocionante y le permite sacar buen provecho a todos sus talentos.

Por desgracia, no todo el mundo lo ve así. Incluido el agente del FBI Tavin Donley, que le llama estafador, lo que es un término un tanto grosero. Peor aún, Tavin está decidido a darle caza.

Eso, por sí mismo, ya es un problema, pero mucho peor es lidiar con la química explosiva que hay entre ellos. Algo que siempre ha existido. Y a pesar de que son adversarios, son incapaces de quitarse las manos de encima.

Pero cuando el fuego arde a tanta temperatura, alguien puede salir calcinado.

Pillado: Nordin es el cuarto libro de la serie Hermanos de acogida, un romance contemporáneo (hurt/confort) sobre cuatro hombresquedecidieronserfamilia.

Todas las historias son autoconclusivas y pueden leerse por separado.

ADVERTENCIA DE CONTENIDO

Este libro contiene material destinado a una audiencia mayor de edad. Contiene lenguaje gráfico, contenido sexual explícito y situaciones adultas.

Este libro contiene escenas que pueden afectar la sensibilidad de algunos lectores. Por favor, tenga en cuenta estas advertencias. Se mencionará negligencia infantil, abuso infantil y abuso sexual de menores (no se mostrará ni se describirá nada de lo citado en estas páginas), enfermedad y muerte de un progenitor y una dosis moderada de violencia.

PRÓLOGO

22de diciembre, 2004.

—CASI NO LO CONSIGUES, chico —dijo Denis, uno de los consejeros de la casa grupal que actualmente dirigía el grupo en el que se encontraba Nordin. Sacó el collar de la bonita caja de terciopelo azul e inspeccionó el diamante con forma de corazón incrustado en él.

Nordin reprimió un gesto de desesperación. Solicitaste un artículo muy específico. Tuve que esperar a que surgiera una buena oportunidad, colega. —Denis no respondió y siguió examinando el colgante. Nordin comenzó a impacientarse y agitó un pie contra el suelo—. No tengo todo el día. ¿Tienes lo que te pedí?

Finalmente, Denis alzó la mirada.

—No estás en posición de presionarme. Si quisiera, podría hacer que te arrestaran por robo.

Esta vez, Nordin sí hizo un gesto de desesperación. ¿Por qué esos estúpidos siempre jugaban a las amenazas? ¿Acaso pensaban que había nacido ayer?

—Eso va a ser tremendamente difícil de demostrar, teniendo en cuenta que tus huellas están en ese collar y las mías no.

Denis entornó la mirada hacia él.

—Estoy seguro de que si la policía indaga lo suficientemente bien, encontrará algo que colgarte.

—Oh, no me cabe la menor duda —dijo cordialmente Nordin—. Pero no seré el único en caer. Y ten por seguro que tengo una garantía o, si lo prefieres, varias formas de chantajearte a ti y a un montón de gente más.

La boca de Denis se convirtió en una fina línea.

—No te atrevas a amenazarme.

Nordin se cruzó de brazos y sostuvo su mirada sin pestañear.

—Entonces, no me amenaces a mí. Solo te lo estoy advirtiendo; si vienes a por mí, si te atreves siquiera a tocarme un pelo o a acercarte a mis hermanos, lo lamentarás. Y eso no es una amenaza,

es una promesa. —Siguió mirándolo hasta que el consejero parpadeó y bajó los ojos.

Denis devolvió el colgante a la caja y la cerró de golpe.

Tengo tus cosas en el maletero de mi coche. Está todo en una bolsa de plástico. Puedo hacer que te llegue después.

Nordin agitó una mano en el aire.

—No te molestes. La cogeré de tu coche.

—Mi coche está cerrado y no voy a darte la llave.

—No te la he pedido.

—Entonces ¿cómo vas a...? Joder, no; no vas a forzar mi coche.

Nordin se encogió de hombros.

—No sería la primera vez. Tu maletero es bastante sencillo de abrir, de hecho, y no dejaré ningún rastro. Ni siquiera sabrás que he estado ahí.

Por alguna razón, eso no pareció tranquilizar a Denis. Joder, algunas personas eran muy difíciles de complacer.

—He dicho que te lo enviaré.

Sí, y estoy seguro de que lo harás de tal forma que no llamarás la atención en absoluto. No, gracias. Si quieres el colgante, esto no es negociable. Deja todo en ese maletero y yo lo recogeré.

—Haz lo que coño quieras —masculló.

No era la forma más elegante de rendirse, pero a Nordin no le importó. Si Denis le había conseguido todo lo que le había pedido, estarían finalmente preparados para navidad, y eso era lo único que importaba.

—¿Hemos terminado?

Denis deslizó la caja en su bolsillo.

—Algún día se te va a acabar la suerte.

—Estoy convencido de ello, pero ese no será tu problema. Si sigues robando mierda de esta a tu edad, solo vas a acabar en un sitio. Prisión. Justo como tu viejo.

Nordin inspiró lentamente por la nariz para controlar su temperamento.

—De hecho, mi padre no está en prisión por robo, sino por robo a mano armada. No es exactamente lo mismo.

—Robo ahora, a mano armada después. Se llama escalar. Mantengo lo que he dicho; si sigues así, no tendrás futuro.

—Y te preocupa eso ¿por? Perdona si tu repentino alarde de preocupación me resulta difícil de tragar, teniendo en cuenta que estás más que contento de poder aprovecharte de mis habilidades.

—Eso no significa que no pueda advertirte de lo que te pasará. Tomo nota. Considérame advertido.

Denis negó lentamente con la cabeza y chasqueó la lengua.

—Siempre tienes una respuesta para todo, ¿eh?, pero llegará el día en que incluso esas lisonjeras palabras tuyas serán incapaces de sacarte del lío en el que te habrás metido.

¿Qué problema tenía ese tipo? Habían dado varios golpes juntos a lo largo de los años, ¿por qué le daba por tener conciencia ahora de repente? ¿Le había visitado el fantasma de las navidades pasadas o algo?

—Y si llega ese día, te prometo que me acordaré de ti y de tus sabias palabras de advertencia, ¿de acuerdo? Ahora, ¿hemos terminado aquí?

Cuando Denis no contestó, Nordin suspiró, giró sobre sus talones y avanzó en dirección a la salida. Acababa de llegar a la puerta cuando el consejero dijo:

—No eres especial, ¿sabes? —Nordin paró en seco con la mano sobre el pomo—. Sé que tienes una elevada imagen de ti mismo y que esos tres pequeños mierdas a los que llamas hermanos te han puesto en un pedestal, pero están equivocados. No eres más que un vulgar ladrón, y la única razón por la que no se separan de ti es por tu talento para engañar y estafar a las personas. Te aprecian por lo que haces por ellos, por hacer sus vidas más soportables. Por nada más. No eres nadie. Un ladrón, eso es todo.

Su pulso se había acelerado, pero se mantuvo imperturbable mientras se giraba lentamente hacia él.

—Te equivocas.

—¿Sobre tus hermanos? Nah, lo dudo. ¿Por qué pensarían que eres un Dios si no es por todo lo que has hecho por ellos? Has dado la cara una y otra vez para defenderlos, y eso es admirable, pero no

te quieren por ti y tu encantadora personalidad. Te quieren por lo que tu encantadora personalidad puede aportarles.

—No estaba hablando de eso. —Nordin se esforzó por hablar a través del nudo que se le había formado en la garganta.

Denis frunció el ceño.

—No te sigo.

—Has dicho que tenía una elevada imagen de mí mismo. Ahí es donde te equivocas.

—De todo lo que he dicho ¿eso es lo que te ofende?

—No, también me ofende que me llames vulgar ladrón. No hay nada de vulgar en mí. Soy excepcionalmente bueno en lo que hago, y solo estoy empezando.

—Eso no es algo de lo que sentirse orgulloso.

Nordin se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Como has señalado, es lo único para lo que valgo.

—Me resulta chocante que alguien alardee de lo bueno que es robando a otros.

Nordin apretó los dientes en un intento por controlar su ira.

—He aprendido del mejor —dijo serenamente.

—¿Te refieres a tu padre? Difícilmente es el mejor, teniendo en cuenta que le pillaron y le cayeron veinticinco años.

—No, capullo, no estaba hablando de mi padre. Estaba hablando de ti; de todos vosotros. —Avanzó hacia Denis y le golpeó el pecho con el índice—. Si dejarais de robarnos y nos dieseis lo que nos pertenece por derecho, todo lo que nos han donado a través de caridad y lo que recauda la gente realmente dedicada a mejorar nuestras vidas, hoy no estaríamos aquí. Tú y todos esos consejeros os quedáis con lo que es nuestro una y otra vez, y alardeáis de ello frente a nosotros. Así que sí, he aprendido del mejor. Después de todo, no hay nada como robar la comida de un puñado de huérfanos hambrientos, ¿verdad? Deberías bajarte de ese pedestal de moralidad, porque un día recibirás todo lo que te mereces, y voy a disfrutar cada segundo de ello. Hasta entonces, apártate de mi camino, joder. Y mantente alejado de mis hermanos. A estas alturas, ya deberías saber que no hago amenazas vacías.

Se giró de nuevo, abrió bruscamente la puerta y salió apresuradamente al pasillo. Se escondió en la primera habitación vacía que encontró, empuñó las manos y se obligó a respirar. El puro descaro de ese hombre; pretender que era moralmente superior a ellos. Inconcebible, joder. El tipo acababa de agenciarse un colgante valorado en un par de cientos por cuatro tazas de chocolate, unas nubes de caramelo, unas galletas navideñas y cuatro tonterías para regalar. Eso había sido lo único que le había pedido a cambio. Y aun así, ese capullo aún pensaba que podía darle lecciones de moral.

Algún día se vengaría de Denis; de todos ellos.

Como Santa, Nordin también estaba haciendo una lista, y cada consejero que le cabreaba, cada persona que cometía una injusticia contra ellos, tenía su hueco. En cuatro años sería libre, y se aseguraría de que todos pagaran por lo que les habían hecho.

Sería el mejor en su trabajo y robaría a capullos como Denis para dárselo a aquellos que realmente lo necesitaban.

Y le adorarían por ello.

CAPÍTULO UNO

13dejunio, 2008

LA OFICINA del Servicio de Protección al Menor de Chicago estaba medio vacía, y personas de toda procedencia se arremolinaban en la sala de espera aguardando a que llegara su turno. Los primerizos eran fáciles de identificar; se agitaban inquietos en sus asientos e intercambiaban miradas de preocupación. Otros parecían entumecidos, tenían la mirada perdida en la distancia y expresiones vacías que revelaban años de experiencia lidiando con agencias como esa.

Para un veterano como Nordin, ir a ese lugar era algo rutinario. En el transcurso de los últimos años debía de haber pasado miles de horas en esa sala. Joder, si tuviese que hacerlo, podría describir esa habitación al detalle con los ojos cerrados.

Una vez, en el pasado, esas paredes habían sido de un cálido tono amarillo, pero ahora exhibían una rica paleta de manchas, la mayoría de las cuales no tenía intención de examinar más de cerca. Las sillas estaban igualmente sucias, pero afortunadamente eran de plástico, así que al menos parecían algo más higiénicas que las tapizadas, y en cada una de las esquinas se alzaba un ficus artificial, en un lamentable intento por hacer del lugar un sitio acogedor. Como si pudiera.

Y por supuesto, distinguir a la gente relativamente acaudalada de los tipos comunes era sencillo. Al menos, para alguien tan observador como él. Ya había fichado un brazalete de diamantes, un elegante bolso de Louis Vuitton y unas gafas de sol de Gucci que le conseguirían unos cuantos dólares en la casa de empeños. ¿Quién cojones llevaba ese tipo de accesorios al SPM?

Pero lo más interesante estaba justo frente a él. Se hundió aún más en el incómodo asiento y comenzó a estudiar sus uñas, pretendiendo ignorar al chico. Le habría venido bien un corte de pelo, pero aun así era muy atractivo, incluso con el moratón que oscurecía uno de sus ojos. Era larguirucho, tenía el cabello alborotado y pajizo, la nariz recta, un par de cristalinos ojos azules y

una actitud de «que le jodan a todo» con la que Nordin estaba muy familiarizado. Y tenía que rondar su edad; dieciocho.

Y como Nordin, estudiaba su entorno con simulada despreocupación mientras pasaba las hojas de un número antiguo de la revista People. Joder, la portada anunciaba la muerte de Anna Nicole Smith, y la pobre mujer llevaba casi un año bajo tierra, si no más. De ninguna manera alguien podía estar interesado en eso. No.

El chico pasaba la página y luego escaneaba la sala con los ojos tan entornados que solo algunas personas se darían cuenta de que no estaba leyendo. Pero no engañó a Nordin. Sabía reconocer a un espíritu afín cuando lo veía.

Se levantó de la silla y se dejó caer en el asiento libre que había a su lado. Eso captó la atención del chico y sus cristalinos ojos azules se clavaron en él.

—¿Necesitas algo? —susurró en un tono tan bajo que Nordin apenas pudo oírle por encima del ParaElisaque se derramaba de los altavoces.

Beethoven, ¿eh? Sí que le gustaba la música clásica a esa gente A lo mejor, pensaban que ayudaba a calmar a sus usuarios. Ni por asomo.

—Nah, solo quería charlar.

Su nuevo vecino alzó una ceja.

—¿Quieres charlar conmigo?

—¿No es eso lo que he dicho?

—¿Por qué yo?

Nordin resopló.

—¿Tengo pinta de tener algo en común con alguien más de por aquí?

—Bueno. Todos tenemos algo en común. Su boca se alzó en una media sonrisa—. Estamos a punto de que nos joda el SPM, ya nos ha jodido o aún nos está jodiendo y estamos intentando sacar nuestro culo del infierno que ha desatado sobre nosotros.

Nordin sonrió.

—Cierto. ¿Cuál de esos te define a ti?

El chico endureció la mirada.

—Esta semana cumplí los dieciocho. Al fin puedo dejar este agujero atrás y empezar a vivir.

—Yo igual.

—¿También cumpliste dieciocho esta semana?

Nordin asintió.

—Sip. El martes.

—Mi cumpleaños fue el miércoles.

Un día de diferencia. ¿Acaso no era una coincidencia?

—¿Cómo te llamas?

El chico vaciló por un momento.

Tavin.

—Yo Nordin.

—¿Estás de acogida?

—Casa grupal. Llevo allí desde que tenía diez años.

Los ojos de Tavin se abrieron de par en par.

—¿Nunca conseguiste una familia?

—Nop. Larga historia. ¿Y tú?

El rostro de Tavin se tensó.

Tres familias desde que cumplí los catorce.

Nordin no preguntaría más. Sabía demasiado bien lo que podía pasar en las familias de acogida si la suerte no te acompañaba y acababas en el sitio equivocado, y a juzgar por la expresión de Tavin y por su ojo morado, ese debía haber sido su caso.

—Así que ¿esta también es tu última reunión con los del SPM?

Tavin asintió.

—Una última entrevista de salida, la llaman, y luego, oficialmente, tengo la edad para salir del sistema.

—Gracias a Dios por eso, joder. ¿Dejarás la ciudad?

Joder, sí —dijo efusivamente Tavin—. Me mudo a la costa oeste. Aquí no hay nada para mí. Ni familia, ni amigos. ¿Por qué me quedaría? Quiero empezar de cero, ¿sabes?

—Yo me mudaré con mis hermanos tan pronto como todos cumplamos los dieciocho. Soy el mayor, así que tendré que esperar un poco, pero merece la pena.

—¿Hermanos? ¿Cuántos tienes?

—Tres. No son mis hermanos de sangre, pero nos conocimos en la casa grupal y nos convertimos en familia. Nos vamos a mantener juntos.

La expresión de Tavin se tornó melancólica.

—Eso es increíble. Yo voy a probar mi suerte en Los Ángeles. A ver si las estrellas deciden alinearse para mí.

Tienes que forjar tu propia suerte, colega. Nadie va a hacerlo por ti. Pero espero que encuentres lo que buscas allí.

—No busco mucho. Un trabajo, estabilidad, ser feliz. Una familia, algún día.

No, no era mucho; y sin embargo, en esos momentos, todo eso parecía fuera de su alcance.

—¿Qué tipo de trabajo? ¿Te interesa la actuación?

Tavin frunció el ceño.

—¿Actuación? ¿Qué te ha hecho pensar—? Ah, espera, es porque he dicho Los Ángeles, ¿no? No, no me interesa.

—Ah, vale. Pensé que podría interesarte, dado lo guapo que eres.

Tavin contuvo el aliento y clavó la mirada en él.

—¿Crees que soy guapo?

Nordin se encogió de hombros.

—Joder, sí. Estás bueno.

—¿Te gustan los...?

—¿Hombres? —Nordin sonrió—. Sí. Me gusta todo el mundo. — Encogió un hombro—. Me gusta el sexo.

Una sensual sonrisa comenzó a aparecer en el rostro de Tavin.

Así que te gustan. Vaya, qué coincidencia, porque a mí también. Pero solo los hombres.

Estaban cara a cara, con las rodillas pegadas y las manos a milímetros de distancia. Si no hubiesen estado en un lugar público, Nordin le habría besado en ese instante, pero dada la situación, tendría que ser ligeramente más cauteloso.

—¿Quieres celebrar tu libertad conmigo después de esto?

Tavin sonrió.

—Esa parece una oferta que no puedo rechazar.

—Entonces, no lo hagas.

—¿Dónde?

Un plan comenzó a forjarse en su mente. Si realmente querían celebrar su libertad necesitaban algo más que un polvo rápido. No podía alardear frente a sus hermanos de sus habilidades, y aunque lo entendía, a veces escocía. Pero con Tavin todo era distinto. Por una vez, podría presumir un poco frente a alguien y demostrarle todo lo que podía conseguir cuando se ponía a ello.

—Espérame en la fuente del parque de Washington Square a las... digamos... ¿las cinco?

—¿El parque? —Tavin frunció el ceño.

—No te preocupes. Me aseguraré de celebrarlo a lo grande.

—¿A lo grande? Esa sí que será una nueva experiencia —rio Tavin.

—¿Nordin Breck?

Nordin alzó la cabeza al oír su nombre; había llegado su turno para la entrevista. Se levantó de la silla y bajó la mirada hacia Tavin.

—¿Te veré allí?

Tavin le dedicó una sexy sonrisa y asintió.

A las cinco en el parque.

La entrevista fue rápida. Nordin aprovechó la oportunidad para dejar caer algunas afiladas críticas contra el SPM, aunque no se atrevió a lanzarlas directamente contra su casa de acogida. No, cuando sus hermanos aún se encontraban ahí. Jaren se uniría pronto a él, pero Hadley y Lagan aún tendrían que vivir allí un tiempo, así que cualquier cosa que dijera podría y sería usada en su contra. Sabía cuando mantener la boca cerrada.

Tan pronto como hubo terminado, salió a la calle y alzó el rostro hacia el sol, deleitándose en el calor. Libertad. Joder, era libre. Diez años en el sistema y por fin podía dejarlo todo atrás. No a sus hermanos, nunca a ellos, así que aún le quedaban dos años más en Chicago antes de que pudieran iniciar su viaje hacia el oeste. No pasaba nada. Así tendría tiempo de ahorrar algo de dinero para comprar un coche mejor y pagar la señal del alquiler de un apartamento en Seattle. A lo mejor, incluso le daría para comprar algunas otras cosas imprescindibles.

Pero primero, celebraría su libertad con el sexy Tavin. Se frotó las manos. Le había prometido una celebración por todo lo alto, así que

sería mejor que empezara a ponerse a ello. ¿Qué iba a necesitar? Trajes, en primer lugar. Una habitación de hotel para pasar la noche que contara con servicio de habitaciones. Un medio de transporte, preferiblemente un coche clásico que les permitiera llegar a su hotel con estilo. ¿Imposible? Ni de lejos, pero sí sería un reto. Era una suerte que le gustasen los retos.

Primero localizó una tintorería, y espero casi media hora frente a ella hasta que apareció el blanco perfecto: una mujer que cargaba con varios trajes guardados en bolsas mientras hablaba por teléfono. Un casual encontronazo, un golpe en el lugar adecuado y la mujer perdió el equilibrio. Por supuesto, Nordin la cogió a tiempo, a ella y a los trajes, y en medio de la retahíla de agradecimientos por haberla salvado de un desafortunado encuentro con el pavimento, apartó uno de los trajes sin complicaciones.

Miró la etiqueta para comprobar la talla. Le quedaría un poquito grande, pero funcionaría. Tres blancos más tarde, tenía otro traje y dos camisas, incluyendo un par de corbatas a juego. Una rápida visita a un gimnasio seguida por un minucioso registro de taquillas en el vestuario le reportó dos pares de zapatos de vestir, aunque tuvo que adivinar la talla de Tavin. No se había fijado en los pies del hombre, así que apostó por agenciarse una talla estándar. Ya se las apañarían. Como bonus, también encontró una cartera lo suficientemente llena como para que el dueño no notara que le faltaban unos cuantos billetes, adquiriendo de esa forma un capital inicial de sesenta y cinco dólares. Bien. Pero necesitaba más.

¿Y no fue interesante ver cómo nadie parpadeó al verlo salir del gimnasio como si lo hubiese hecho miles de veces? Todo se reducía a tener la actitud adecuada y llevar la ropa apropiada; un elegante traje, en este caso, aunque de momento lo combinara con un par de zapatillas. La confianza era la base de ese juego, seguida por una rápida y amistosa sonrisa y un fluido lenguaje corporal.

De acuerdo. ¿Qué venía después? Definitivamente, iba a necesitar más dinero líquido. Afortunadamente, sabía dónde conseguirlo. La Milla Magnífica siempre era un terreno de caza ideal para encontrar a sus blancos preferidos: los ricos. Había perfeccionado el arte de identificar a los turistas acaudalados y

diferenciarlos de aquellos de clase media y sabía cómo concentrarse en los primeros. No les causaría daño alguno el perder algo de dinero y la mayoría de ellos estaban asegurados de igual forma.

Con su nuevo traje parecía uno de los millones de jóvenes empresarios de la ciudad y no desentonaba demasiado. De hecho, nadie le prestó atención cuando chocó contra un hombre, ni cuando se tropezó y se tambaleó al lado de otro, ni cuando sostuvo una puerta a una presumida mujer con el aspecto de Paris Hilton que ni siquiera le dedicó una mirada. Ninguno de ellos sintió su mano deslizándose en el interior de su bolsillo, ni sus habilidosos dedos sustrayendo el reloj de sus muñecas justo frente a ellos. En una hora, había conseguido unos quinientos dólares en metálico, un reloj Patek Philippe, dos móviles y un brazalete de diamantes.

Conocía varias casas de empeño distribuidas a lo largo de la ciudad y todas ellas estaban dispuestas a hacer la vista gorda ante el más que cuestionable origen de los artículos que les llevaba. Un buen ejemplo de ello fue el botín de ese día, por el que consiguió otros quinientos dólares. Mil en total para asegurarles una habitación a menos que se las apañara para conseguirla gratis— y algo de comida. Pero necesitaba más. Normalmente, nunca habría sido tan imprudente, aterrado como estaba por que le pillaran y arruinaran todo su futuro, pero ese día no le importó. Era libre y quería celebrarlo a lo grande. Que jodieran a todo y a todos.

El siguiente objetivo: una habitación de hotel. Habló con un botones que conocía en el Westin, pero no tuvo suerte. El Sofitel tampoco le ofreció una buena oportunidad y lo mismo pasó con el Drake, pero cuando llegó al Waldorf-Astoria, encontró una mina de oro. La hermana mayor de uno de sus compañeros del instituto trabajaba ahí como camarera de habitaciones y le tendió la llave de una suite que habían mantenido vacía porque las renovaciones comenzarían al día siguiente; todo ello a cambio de la módica suma de doscientos dólares. Una ganga comparado con lo que habría tenido que pagar por esa habitación si la hubiera reservado oficialmente.

Estaba preparado para una noche para el recuerdo.

Tavin se presentó pronto, y Nordin le localizó deambulando por el parque a las cinco menos cuarto. Le espero frente la fuente, pero Tavin pasó frente a él sin reconocerlo. Nordin sonrió de par en par, observando al chico que comenzó a fruncir el ceño mientras le buscaba. Solo se percató de su presencia a la segunda vuelta y cuando le vio pareció conmocionado. El «¿Pero qué cojones?» estaba implícito en su mirada y Nordin giró sobre sí mismo para exhibir su elegante apariencia.

—¿Te gusta?

Tavin tragó al acercarse a él.

Sí. Pareces... diferente. Aún estás bueno, pero... diferente. Más mayor.

El omitido «¿Por qué?» de ese atuendo era obvio en su expresión y Nordin no le dejó en vilo por mucho tiempo.

También tengo un traje para ti.

Tavin alzó una ceja.

—¿Por qué vamos a vestirnos así?

—He elegido un establecimiento que no nos dejará entrar de otra forma, sin importar lo increíblemente bien que te quedan esos vaqueros. —La descolorida y fina tela recorría las largas piernas de Tavin y dejaba intuir su prieto culo y un tentador paquete.

Joder, realmente lo has dado todo, ¿eh? —dijo Tavin, cogiendo el traje que le tendió.

—No te haces una idea.

—Y ¿dónde esperas que me cambie?

Nordin miró a su alrededor. El parque estaba de todo menos vacío.

—¿Eres super tímido?

Tavin rió, negando lentamente con la cabeza. Cogió el dobladillo de su camiseta y la alzó, dejando al descubierto un bronceado y tonificado torso.

Nordin silbó suavemente.

—Estoy apreciando el preámbulo.

—¿Preámbulo? Eso es terriblemente confiado por tu parte.

—Nah, solo optimista.

Tavin no perdió la sonrisa mientras se cambiaba y luego, metió los vaqueros, la camiseta y las Converse en la bolsa de la tintorería donde había estado el traje. Los zapatos eran una talla demasiado grande para él, pero embutió algo de papel en la punta e hizo que funcionara. Cuando se ajustó la corbata, se transformó en un auténtico hombre de negocios, justo como él. Era gracioso cómo un simple atuendo era capaz de marcar una diferencia tan grande en cómo la gente percibía a alguien, cómo le juzgaba y categorizaba. Tavin parecía años mayor y encajaría a la perfección con el resto.

—Vamos —dijo Nordin, escondiendo la ropa de Tavin entre unos arbustos. Esperaba que aún estuviera allí cuando volvieran, pero si desaparecía, le compraría algo nuevo.

—¿Adónde vamos? —preguntó Tavin.

—Al Waldorf-Astoria. —Nordin no pudo ocultar el orgullo en su voz.

—¿Al Waldorf? ¿Cómo cojones vamos a entrar ahí?

—Lo tengo todo controlado.

Tavin no hizo más preguntas mientras caminaban hasta allí.

Al llegar a una esquina, Nordin le paró.

—Espérame aquí, ¿de acuerdo? Puede que tarde diez o quince minutos, pero no te vayas.

—De acuerdo.

Tavin tenía que estar muriéndose de curiosidad, pero no pronunció una palabra más, y Nordin le dio puntos por eso.

Nordin se acercó al hotel y se tomó unos minutos para observar la rutina de los aparcacoches, que entraban y salían de una pequeña caseta donde guardaban las llaves. Luego, caminó con confianza en dirección a la entrada principal, sincronizando su llegada con la salida de los aparcacoches, se asomó rápidamente a la caseta y sustrajo un juego de llaves de un gancho antes de deslizarse de nuevo al exterior sin ser visto. Unos discretos «bips» en dirección al aparcamiento le indicaron cuál era el coche que había escogido al azar. Ah, perfecto. Había sido afortunado y le había tocado un Porsche 911 negro. Solo lo necesitaría durante unos minutos, así que no debería ser un problema.

Entró en el vehículo, lo puso en marcha y salió cuidadosamente del aparcamiento, conteniendo el deseo de revolucionar el motor. No estaba acostumbrado a llevar un coche con tanta potencia y la máquina reaccionaba con la más ligera presión del acelerador, así que sería mejor tomárselo con calma para no colisionar contra nada. Giró una esquina, luego otra y ahí estaba Tavin, aún esperándolo. Nordin paró frente a él y abrió la puerta del pasajero.

—Entra.

Tavin se giró hacia el coche y Nordin jamás podría olvidar su expresión cuando le reconoció. Conmoción, admiración, pura alegría. Estaban en marcha.

CAPÍTULO DOS

EL WALDORF-ASTORIA ERA uno de esos edificios emblemáticos de Chicago. Tavin solo había podido soñar con que entraría algún día y sin embargo, ahí estaba, sentado en el asiento del copiloto de un elegante Porsche negro a punto de acceder al... ¿atrio? La pequeña rotonda frente al hotel. Se llamara como se llamase, tenía mucha clase, joder, y no pudo evitar sentirse impresionado. No tenía ni idea de cómo se las había apañado Nordin para organizar todo eso y tampoco sabía cómo había conseguido que las llaves de un Porsche cayeran en sus manos, pero sospechó que tampoco quería saberlo. Algo le decía que sus métodos no eran del todo legales... o no eran legales en absoluto. Reprimió la ligera inquietud que le provocó ese idea. Siempre y cuando no les pillaran, ¿qué importaba? Además, todo eso había sido cosa de Nordin. Él no tenía nada que ver con ello.

—Hora del espectáculo. —Nordin salió del coche y tendió las llaves al valet añadiendo, por lo que Tavin pudo observar, una generosa propina—. Cuídamela bien.

—Sí, señor. —El valet se deslizó tras el volante mientras Tavin cerraba la puerta del pasajero. Tan pronto como atravesaron la puerta y pusieron un pie en el interior, el rumor de la ciudad quedó completamente amortiguado y les envolvió una suave melodía de música clásica. Una pieza de piano. Chopin, ¿a lo mejor? Le sonaba vagamente familiar de la clase de música.

Nordin entrechocó suavemente sus hombros.

—Abróchate la chaqueta. Solo el botón del medio.

¿Cómo podía saber ese tipo de cosas? Una rápida mirada a su alrededor le confirmó que todos y cada uno de los hombres trajeados que deambulaban por el vestíbulo la llevaban como le había dicho, así que Tavin se abotonó y avanzó con confianza al lado de Nordin en dirección a los ascensores. Parecía que el chico sabía adónde iba, así que se limitó a seguirlo intentando aparentar que pertenecía ahí.

El vestíbulo era todo mármol de un suave tono grisáceo. Estaba por todas partes, desde las paredes hasta los suelos, que estaban decorados con motivos geométricos negros que amenazaron con marearlo. De hecho, casi todo lo que les rodeaba era blanco, gris o negro, con contados estallidos de marrón, como la recepción. La lámpara de cristales que colgaba en medio del techo le pareció impresionante, en cierta forma, pero el arte que se desplegaban por la sala, unos enormes bustos esculpidos en piedra de color terroso que parecían sacados de la antigua Grecia, era extraño. No parecía encajar con el resto. A lo mejor porque todo el lugar parecía frío y diáfano, en absoluto hogareño. Si acaso, Tavin sentía que acababa de entrar en un impresionante museo.

El aire acondicionado estaba a toda potencia, pero no conseguía disipar los perfumes que flotaban en el ambiente, lo que daba a la sala cierto aroma sofisticado. Mujeres elegantemente vestidas entraban y salían haciendo resonar sus tacones contra el mármol y otras descansaban en sofás y sillas, charlando con hombres cuyos trajes probablemente costaban el doble de lo que Tavin se había gastado en ropa en toda su vida.

Entraron en el ascensor. Nordin sostuvo una tarjeta frente a un escáner y presionó el botón de la decimoquinta planta.

—¿Adónde vamos? —susurró Tavin cuando las puertas del ascensor se cerraron.

Tenemos una habitación ahí.

—¿Una habitación? —Dios Santo, ¿a cuánto estaban las reservas en ese sitio? ¿A quinientos la noche? ¿Cómo cojones había sido capaz de conseguir tanto dinero?

Nordin apoyó una mano sobre su hombro.

—No te preocupes. Es seguro, e incluso si nos salpica la mierda, podrás alegar negación plausible. —Su rostro se tensó—. Nunca involucro a nadie en lo que hago.

—De acuerdo.

—Y no espero nada a cambio, solo para que quede claro.

—Pensé que estábamos de acuerdo en lo del sexo.

Nordin se encogió de hombros.

—Tienes permitido cambiar de opinión, es lo único que digo. No tienes que sentirte presionado a hacer nada si no quieres.

Tavin sonrió.

—Ah, el eterno caballero.

—Llámame raro, pero no me gusta liarme con gente que no quiere liarse conmigo.

El ascensor silbó y las puertas se abrieron. Tavin se mantuvo en silencio y siguió a Nordin por el alfombrado pasillo hasta que paró frente a una puerta. Escaneó de nuevo su tarjeta, la abrió y sonrió.

—Después de ti.

Tavin pasó frente a él, entró en la habitación y... se quedó sin aliento. Joder. Nunca había visto nada así. Esa no era una mera habitación de hotel, sino una suite. Tenía un área de descanso que contaba con un sofá de cuero gris oscuro y un sillón burdeos, ambos orientados hacia una chimenea sobre la que colgaba una enorme televisión. Esa cosa tenía que tener al menos sesenta y cinco pulgadas. Una mesita satinada de blanco completaba la moderna decoración, y eso solo era el salón. El dormitorio estaba dominado por una cama tamaño rey, el baño era de mármol gris e incluso había una pequeña área para trabajar con un escritorio.

Y por el amor de Dios, eso era... Tavin empujó la puerta corredera, que se deslizó sin resistencia frente a él, y salió a un balcón que sobrevolaba la zona comercial que se extendía bajo ellos. Joder. Esa era una mierda muy lujosa.

Nordin apareció a su espalda y avanzó hasta ponerse a su lado. Apoyaron los brazos sobre la barandilla al unísono y miraron hacia abajo.

—¿Qué te parece?

Tavin resopló.

—¿Que qué me parece? Colega, ni siquiera tengo palabras. Esto va más allá de cualquier cosa que haya visto nunca.

Nordin sonrió.

—Lo mismo digo.

Esa fue una inesperada confesión. Tavin le miró de soslayo.

—¿Nunca habías estado aquí antes?

Nordin resopló.

—Como si pudiera permitírmelo.

—¿Y ahora puedes?

Nordin vaciló.

—He hecho un esfuerzo extra. —Suspiró—. Realmente quería celebrarlo contigo por todo lo alto.

—¿Por qué? No quiero ofenderte, pero ni siquiera me conoces.

Otro momento de vacilación.

—Sentí que teníamos una conexión.

Esa admisión le enterneció.

—La tenemos. Y lo aprecio más de lo que puedo expresar con palabras. Quiero decir, habría estado más que satisfecho con una cama limpia y algo de privacidad, pero esto... —Hizo un gesto abarcando el paisaje que se desplegaba frente a ellos—. Esto va mucho más allá. Gracias.

Sostuvo la mirada de Nordin, alargó lentamente la mano hasta su cuello y le atrajo hacia él. Nordin se dejó llevar hasta que sus rostros se encontraron a milímetros de distancia. Joder, tenía unos ojos preciosos, verde musgo con pequeñas salpicaduras ámbar, enmarcados por unas densas pestañas oscuras y unas espesas cejas castañas. Intensa era la mejor forma de describir esa mirada, y ahora que esos ojos estaban completamente concentrados en él, Tavin pudo sentir todo su peso.

Bajó la mirada hacia su boca y su mano pareció moverse por sí misma. Acarició su labio inferior, alzó los ojos y arqueó una ceja. Casi imperceptiblemente, Nordin asintió y Tavin avanzó lentamente hacia él.

El primer contacto fue ligero; una suave caricia de labios, cálida, tentadora y llena de promesas. Tavin intentó mantener un ritmo

pausado, temeroso de acelerar demasiado las cosas, pero Nordin empezó a impacientarse, le agarró por el pelo y deslizó la lengua en el interior de su boca. Cuando sus lenguas colisionaron, fue como una descarga eléctrica, y cada célula de su cuerpo se excitó con el contacto.

Tavin se abrió para él y le besó de vuelta. Nordin le empujó hasta que su espalda chocó contra la barandilla, presionó sus cuerpos y profundizó el beso. Tavin apoyó las manos sobre sus caderas y fue deslizándolas hacia abajo hasta llegar a su culo, que presionaba contra la fina tela de sus pantalones de traje. Joder, sí. Perfecto. Apretó, y sonrió en el beso cuando Nordin comenzó a frotarse contra él en respuesta.

En esa posición, Tavin no tenía sitio adónde ir, así que se frotó contra él gimiendo de placer. Su pene se estaba endureciendo rápidamente, y cuando movió las caderas sintió la erección de Nordin contra su pierna. Deslizó una mano entre sus cuerpos y la envolvió entre sus dedos, y Nordin emitió un embriagador gruñido en respuesta.

—¿Te gusta eso? —murmuró Tavin.

Nordin gimió de nuevo.

—Sí, y si sigues así esto se va a acabar demasiado pronto. Tavin rio contra sus labios.

—Solo estamos empezando —murmuró, y volvió a invadirle con la lengua mientras acariciaba su polla con la mano. Nordin empujó desinhibidamente contra sus dedos, y cuando comenzó a desabotonarse el pantalón, Tavin le paró—. Dentro. Intentemos evitar que nos echen por exhibicionismo.

—Bien visto.

Se tambalearon hacia el interior, besándose frenética y apasionadamente, y Tavin solo le abandonó el tiempo que necesitó para cerrar la puerta del balcón. Se quitaron las chaquetas entre besos y comenzaron a deshacer torpemente los interminables botones de sus camisas.

—Que le jodan a esto —murmuró Tavin, pasándose la camisa aún abotonada por la cabeza.

Nordin rio y siguió su ejemplo.

—Lo apruebo.

Ya que estaba en ello, Tavin se deshizo rápidamente de los pantalones y los lanzó al suelo. Los calcetines fueron los siguientes y luego, se quedó de pie, en calzoncillos, contemplando cómo se desvestía Nordin. Joder, qué imagen. El hombre era todo estilizados músculos con una brizna de vello que comenzaba en el pecho y trazaba un recorrido directo al sur. La punta de su pene sobresalía de la cinturilla de sus calzoncillos y Tavin se lamió los labios.

Sus miradas se encontraron y los ojos de Nordin se oscurecieron.

—Me miras como si quisieras devorarme.

—Puede que lo haga.

—Ninguna objeción.

—¿No? ¿Te pone eso?

Nordin tardó un momento en entender el significado de esas palabras, pero cuando lo hizo, rio suavemente.

—No lo sé, porque nunca me lo han hecho, pero me ofreceré voluntario alegremente.

Tampoco lo he hecho nunca, pero haces que quiera intentarlo. Tavin no estaba mintiendo. Nordin le hacía desear un montón de cosas que nunca antes había considerado, y devorar su culo era solo una de ellas.

—Puedes hacer lo que quieras —murmuró Nordin.

Sus bocas se encontraron de nuevo en un implacable beso que les dejó a ambos sin aliento. Sus calzoncillos estaban empezando a humedecerse, y cuando Nordin puso una mano sobre su pecho y acarició sus pezones con los dedos, se estremeció. Joder, nunca antes habían estado tan sensibles. Siguió besándolo mientras sus manos exploraban la suave piel de su espalda, deleitándose en los músculos que se contraían a su paso. Cuando llegó a su culo, lo estrujó sin delicadeza con ambas manos, sintiendo la firmeza de la carne, y Nordin gimió en su boca, claramente adorándolo. Y luego, una mano envolvió firmemente su polla y perdió el aliento.

—Dios. Avisa antes, ¿quieres?

Nordin rio suavemente.

—Considérate avisado. —Escupió un par de veces sobre su palma y envolvió ambas pollas entre los dedos, presionándolas.

Señor, la sensación era increíble. Nordin esparció el semen que ya perlaba sus capullos y sus movimientos se volvieron más fluidos, más rápidos. Cuando las presionó de nuevo, Tavin volvió a estremecerse.

—Joder.

—Vamos a quitarnos de encima la primera ronda para poder ir más despacio —dijo Nordin casi sin respiración.

Tavin sonrió. Ese comentario le pareció dulce y sexy.

—Sí, por favor —murmuró.

Nordin aceleró, y Tavin se mordió el labio mientras observaba esa elegante mano deslizándose por ambas pollas. Sin pensar, envolvió los dos capullos entre sus dedos y sincronizó sus movimientos. Lo que había empezado casi frenéticamente, se ralentizó hasta un perezoso movimiento que les permitió intercambiar lánguidos besos. Joder, esto está muy bien —susurró Nordin.

—Sí.

—No voy a aguantar mucho más.

—Entonces, no lo hagas. Yo también estoy a punto.

Aumentaron la velocidad y tensaron las manos hasta formar un túnel perfecto por el que deslizar sus pollas. Tavin cerró los ojos y apoyó la frente contra la de Nordin. Sus pelotas se alzaron, sus músculos comenzaron a arder y un escalofrío le recorrió la espalda. Muy cerca, joder. Jodidamente cerca.

Nordin se tensó y su cuerpo se quedó inmóvil por un segundo. Luego, se estremeció y Tavin sintió su polla agitándose en su mano. El cálido semen inundó sus dedos cubriendo su propio miembro y joder, esa sensación fue suficiente para enviarle a su orgasmo. Gruñó, se estremeció y descargó sobre sus manos.

Cuando ambos hubieron terminado, se quedaron quietos, con el aliento entremezclándose y las manos aún enroscadas en torno a sus miembros. Finalmente, Tavin abrió los ojos y alzó la cabeza.

—Eso ha sido espectacular.

Sí.

Se separaron. Tavin miró su mano cubierta de semen, perplejo. Era extraño cómo algo tan básico como llevar a otro hombre al orgasmo podía resultar tan sexy.

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