Expedición Transantártica 2005-2006 con Ramón Larramendi · Parte1

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En A través del continente helado, los exploradores Ramón Larramendi, Juanma Viu e Ignacio Oficialdegui protagonizan una de las expediciones polares más apasionantes desde los tiempos de Scott y Amundsen. Uniendo el coraje, la fe y la ilusión del primero y el conocimiento del medio y la capacidad de resolución del segundo, atraviesan la Antártida de lado a lado sin medios mecánicos ni avituallamientos aéreos. Para ello, se valen únicamente de un catamarán polar ideado por Ramón Larramendi, basándose en su experiencia en las técnicas inuit, con el que recorren 4.500 km. en 63 días, batiendo el récord de distancia antártica realizada en un solo día, con 311 kilómetros. Por si fuera poco, alcanzan por primera vez en la historia el verdadero Polo Sur de Inaccesibilidad, que el prestigioso British Antarctic Survey sitúa a unos 100 kilómetros del lugar donde llegara, a finales de los años 50, una expedición soviética. A pesar de las roturas producidas mayormente por los temibles sastrugis del plateau antártico, la versatilidad de este catamarán convierte al mismo en el medio más ecológico y rápido para realizar expediciones científicas por tierras polares. Gracias a su sencillo pero eficaz diseño, los tres protagonistas de A través del continente helado van sorteando todos los peligros que se les presentan a lo largo de su agotador y a veces mortificante periplo. El epílogo de esta gran expedición es un emocionante relato donde no sabremos hasta el final si Ramón Larramendi y sus compañeros de viaje conseguirán alcanzar o no el rompehielos ruso Akademik Fedorov, quizá su única posibilidad de escapar del infierno blanco.

EXPEDICIÓN TRANSANTÁRTICA 2005-2006 RAMÓN LARRAMENDI / JUANMA VIU / IGNACIO OFICIALDEGUI

camisa polar OK:Maquetación 1

EXPEDICIÓN TRANSANTÁRTICA 2005-2006 PRIMERA NAVEGACIÓN A TRAVÉS DEL CONTINENTE HELADO

RAMÓN LARRAMENDI / JUANMA VIU / IGNACIO OFICIALDEGUI REDACCIÓN A CARGO DE ENRIQUE MERCADO


1ª Edición noviembre de 2011 © de esta edición: LA MIRADA GENEROSA S.L. C/ Canario, 8 28410 Manzanares El Real - Madrid Texto: Enrique Mercado. Basado en los diarios de Ramón Larramendi, Juanma Viu e Ignacio Oficialdegui Fotografías: Ramón Larramendi, Juan Manuel Viu, Ignacio Oficialdegui, Javier Selva, Juan Manuel Sotillos y Francisco Soria Diseño: SELVA PRODUCCIONES S.L. www.selvaproducciones.com selva@selvaproducciones.com Impresión: Jomagar C/ Moraleja de enmedio, 16 28938 Mostoles - Madrid ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx Depósito legal: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

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EXPEDICIÓN TRANSANTÁRTICA 2005-2006 PRIMERA NAVEGACIÓN A TRAVÉS DEL CONTINENTE HELADO

RAMÓN LARRAMENDI / JUANMA VIU / IGNACIO OFICIALDEGUI REDACCIÓN A CARGO DE ENRIQUE MERCADO

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El despegue del velero polar

1. Un velero polar, ¿por qué no? 2. Los tests de Groenlandia 3. La travesía del desierto. La batalla burocrática

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Tres hombres y un destino sin límites

1. 2. 3. 4.

Rumbo a la Antártida Inmersión antártica. ¿Un sueño roto? “Nuestro perrito Toby” Los temibles tiburones antárticos

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Poniendo buena cara al viento de lo inaccesible

1. 2. 3. 4. 5. 6.

Los polos de inaccesibilidad Volando sobre el hielo Vostok Tras la calma… Viene la tempestad El Fedorov

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1. Meteorología en el plateau antártico 2. Vientos catabáticos antárticos 3. Sastrugi 4. Meteorología durante la expedición 5. Polos de inaccesibilidad 6. Travesías transantárticas sin medios mecánicos 7. Ruta propuesta y ruta realizada 8. Travesias de Groenlandia 9. % Uso de cometa (horas) 10. % Rendimiento de la cometa en tiempo y kms 11. % Rendimiento de tiro en tiempo y kms 12. % Diario de tiempo ineficiente 13. Velocidad media diaria (km/h) 14. Perfil de altura (m) 15. Distancia diaria (km)

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Anexos

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El despegue del velero polar

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Un velero polar, ¿por qué no?

Tras dos días de tormenta, las placas heladas que conforman la superficie del océano Ártico se han fracturado como un cristal, formando un laberinto de grietas y crestas lleno de trampas. Mientras esquío veloz, siguiendo tan sólo las huellas de mis compañeros marcadas levemente sobre la nieve, siento que el hielo cede bajo mis esquíes, sin violencia. Como en una película a cámara lenta, en un instante que dura un siglo, me hundo hasta que el agua me llega hasta el cuello. Apenas tengo tiempo para colocar los brazos y bastones sobre el hielo, con los que intento flotar tan torpemente como un niño pequeño que estuviera aprendiendo a nadar. No siento frío, únicamente que me hundo. El peso de los esquíes, de las botas y de la ropa me succionan hacia el fondo tenebroso del océano Ártico como un imán. Javier Barba reacciona ante mis gritos con gran destreza y velocidad, y con su brazo salvador me engancha y me levanta como una pluma, con la fuerza que da el saber que la vida de un compañero depende exclusivamente de ti. Esta anotación corresponde al diario de Ramón Larramendi. Es el 13 de abril de 1999, el día 43 de la larga travesía al Polo Norte desde Severnaya Zemla, en la costa norte de Siberia. Tras salir del agua, Larramendi se desnuda en el exterior a -22º C, se cambia, corre con todas sus ganas y, en sólo 25 minutos, está preparado para continuar la marcha rumbo al deseado Polo Norte, del que todavía le separan 280km.

Larramendi con un ejemplar de El Quijote en la Antártida

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La falta total de estímulos exteriores del desierto blanco hace que la única dirección posible sea la del interior de uno mismo

Con él viajan Curro Gan, Benito Molina y Javier Barba. Los tres arrastran sus trineos-pulka -que han llegado a pesar más de 100 kilos- gracias a una implacable rutina: unas ocho o nueve horas de marcha al día en turnos cronometrados de una hora, intercalados por un breve descanso, donde con suerte avanzan hasta 25km y, con mala suerte, seis o siete en un día de esfuerzo. Los turnos se les hacen cada vez más largos, más pesados. El movimiento mecánico, unido al esfuerzo continuo, hace que el tiempo se pare, y que cada minuto se haga eterno. La falta total de estímulos exteriores del desierto blanco hace que la única dirección posible sea la del interior de uno mismo. Tener ocupada la cabeza es clave para que el tiempo no se haga tan inmóvil como el paisaje. Pero conforme pasan los días, los temas a pensar se van acabando; desde los más fáciles, como recordar vacaciones, repasar planes, rememorar pasajes de libros o secuencias de películas, a otros más íntimos, como evocar la imagen de toda la gente que ha pasado por la vida de uno y que, por distintas razones, ha terminado desapareciendo. Es momento para reflexionar sobre qué rumbo debe tomar tu vida, para formularse preguntas a las que rara vez uno puede encontrar respuesta. Son reflexiones poco habituales, apenas permitidas por la espiral de la vida corriente. Y es entonces cuando llegamos a un punto en que uno no sabe en qué ocupar su cabeza, así que hay que buscar nuevos temas en los que pensar. Cansado del intensísimo esfuerzo de la travesía y de la sensación de absurdo que a veces da la lucha agónica por los kilómetros, al explorador polar le viene a la cabeza una pregunta insistente: “¿Sería posible crear un trineo que se comportase como un barco y que sirviera para navegar por la superficie del hielo? “ Lo que más intriga al explorador es que aún no haya sido resuelto ese histórico reto polar. Después de todo, la fuerza con que sopla el viento en las grandes llanuras heladas podría permitir el navegar por ellas, en lugar de desplazarse a pie o subido a una motonieve. Larramendi se imagina al esquiador que es capaz de moverse gracias a una cometa de tracción durante decenas de kilómetros, como se viene haciendo en el Ártico desde mediados de los 80 o, en ocasiones, durante centenares de kilómetros, tal y como exploradores del calibre de Borge Ousland o Alain Hubert lo hicieron en la década de los 90. “¿Y si… -se pregunta- y si se sustituyera a ese esquiador por un trineo en el que se hubieran montado varios tripulantes? Y puestos a ir mas lejos, ¿y si se colocase una tienda de campaña encima del trineo que sirviera para dormir y que fuera el equivalente a la cabina de un barco?”

Larramendi y Molina camino del Polo Norte

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El despegue del velero polar

Rumbo al Polo Norte

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Un velero polar, ¿por qué no?

Durante un día y medio, intenta encontrar argumentos en contra de la inviabilidad de esa idea, pero por más que los busca no da con uno solo. “Simplemente”, concluye, “tiene que funcionar”. Ese trineo soñado debería ser un auténtico velero que permitiera a sus ocupantes dormir en su interior y navegar durante 24 horas diarias. De modo que, como mínimo, tendría que ser al menos el doble de eficiente que el esquiador que se mueve impulsado por una cometa. Para el soñador ese razonamiento es concluyente, aunque jamás haya tenido en sus manos una cometa de tracción: Estoy totalmente convencido de la idea, aunque pueda parecer el producto de un ejercicio de gimnasia mental, algo así como hacer un sudoku que me ha permitido tener la cabeza ocupada durante estos tres días, mientras esquiábamos a través del caótico océano Ártico. Pero pasado ese tiempo, me he empezado a aburrir, lo veo tan claro que ya no tiene gracia ni necesito volver a pensar en ello. Además, que esté convencido de la idea no quiere decir que se me haya ocurrido siquiera el llevarla a la práctica.

Los días pasan lentos, pero inexorables; la proximidad del Polo Norte lleva a Larramendi y sus compañeros de travesía, Javier Barba, Curro Gan y Benito Molina a incrementar el ritmo. El sol cada vez está más alto sobre el horizonte; el fin, próximo; la vuelta a casa, también. El 27 de abril, los expedicionarios, a los que hay que añadir a los recién incorporados Curro Soria y Antonio Pérez Grueso, alcanzan el Polo Norte Geográfico, tras haber esquiado durante 60 días cerca de un millar de kilómetros. Para entonces, cualquier recuerdo del velero polar ha desaparecido de la mente de Larramendi, que tiene ya suficientes problemas en su vida, aparte del reto que supone sacar adelante Tierras Polares, su pequeña e incipiente empresa de viajes de aventura, como para plantearse el abordar un proyecto que parece viable y seductor, pero, a la vez, complejo y exigente.

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El despegue del velero polar

La oportunidad es increíble. Al ser consciente, decido lanzarme a por todas en un órdago a la grande

En septiembre de 1999, el director de Al filo de lo imposible, Sebastián Álvaro, y él, son invitados a dar una conferencia en León que versa sobre el Polo Norte. A la vuelta, durante el trayecto de regreso a Madrid en el coche que conduce la mujer de Álvaro, éste le suelta a bocajarro al explorador polar: -Ramón, ¿por qué no me planteas un proyecto en la Antártida? Pero necesito algo ambicioso y de calidad. Larramendi se queda helado, ya que no está acostumbrado a este tipo de peticiones, pero la respuesta se le hace evidente: -Sebas –exclama-, estoy convencido de que es posible navegar por la superficie del hielo con la ayuda de un trineo tirado por cometas. Creo que es el mejor sistema para cruzar la enorme extensión de la Antártida Oriental, algo nunca realizado hasta ahora. El compromiso y la confianza de Sebastián Álvaro en el proyecto son inmediatos. -En ese caso, ¡adelante! –concluye, entusiasmado. Esta breve conversación se convierte en unos de esos fugaces instantes que cambian la dirección de nuestra vida, sin que apenas nos demos cuenta, medita Larramendi. A partir de aquel momento, lo que no era más que una vaga fantasía se transforma en un proyecto real, con todo lo que eso implica. Por otra parte, es un buen momento dentro de Televisión Española. Pío Cabanillas está al frente del ente publico y Al filo de lo imposible cuenta con el apoyo económico de la dirección. El proyecto de expedición a la Antártida es aprobado, a la vez que la fecha de ejecución del mismo se plantea para el año 2000. Apenas queda un año para que Larramendi desarrolle el invento, lo pruebe y lo prepare con suficientes garantías para cruzar la Antártida. La oportunidad es increíble. Al ser consciente, decido lanzarme a por todas en un órdago a la grande. En poco tiempo, queda patente la complejidad del proyecto, así como la paradoja de que el mismo haya sido aprobado antes de lanzar a los vientos la primera cometa de tracción. Su artífice ha dado por sentado que el trineo arrastrado por una cometa se mueve. Sin embargo, cuando el proyecto se confirma, tal extremo aún no ha sido demostrado.

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Un velero polar, ¿por qué no?

Los primeros pasos implican realizar una tournée por Europa para entrevistarse con todos aquellos que han atravesado la Antártida con cometas y que tienen algo que decir al respecto. Los seleccionados son Alain Hubert, Borge Ousland, Ronald Naar y Sjur Mordre. Sin duda, cuatro pesos pesados. Sin embargo, nadie parece muy interesado en la idea. Algunos se muestran neutros, otros como Borge Ousland opinan que es claramente inviable, y que se trata del típico proyecto que parece muy bonito sobre el papel, pero que en la realidad está destinado a convertirse en humo. Tan sólo el noruego Sjur Mordre cree que es realizable. Todos ellos reciben al explorador español con gran amabilidad, dedicándole tiempo y respondiendo a sus preguntas. La tradición de caballerosidad entre exploradores se mantiene; únicamente la francesa Laurence de la Ferriere, que ha realizado una interesante expedición desde el Polo Sur hasta el Domo C y Dumont d’Urville, se niega a proporcionarle información e, incluso, a recibirle. Tras esta primera toma de contacto, Larramendi no ha sacado nada en claro en lo que se refiere al diseño, en la práctica, de su velero de los desiertos polares. Con la salvedad, eso sí, del cursillo de skysail que recibe en Noruega, donde este deporte empieza a popularizarse, y del hecho de que se empiecen a ver en las playas españolas las primeras cometas del hoy popular kitesurf. Ahora tiene que elegir un lugar de pruebas accesible y bueno en España. Finalmente, tras indagar en diferentes localizaciones, el único sitio plano, helado, con viento y con un acceso razonable que encuentra es el Lago de las Bouillouses, en el pirineo francés-catalán, cerca de Puigcerdá. Ese lugar habrá de convertirse en el campo base durante el invierno del 2000. En paralelo al sitio y al tipo de cometa a emplear, el explorador se plantea como aspecto crítico el diseño del trineo necesario para navegar.

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El despegue del velero polar

La primera idea que le viene a la cabeza es la de montar una especie de buggy con esquíes; es decir, un trineo individual tripulado por una sola persona que, además, se encargaría de manejar la cometa. Las personas ajenas al mundo polar con las que hablo se inclinan por utilizar ese artefacto; sin embargo, mi intuición no lo ve muy claro, entre otras cosas porque, si se usase un trineo individual, nos estaríamos perdiendo las inmensas posibilidades que proporciona un trineo-barco. En este último pueden viajar varias personas, así como dormir o, al menos, descansar, que es una de sus principales ventajas. Esto permite ampliar el número de horas al día de navegación y, por tanto, el rendimiento final. En la construcción de tal barco hay que apostar por un cuerpo ancho, que sea lo bastante plano y fácil de unir y desunir y, sobre todo, que se muestre extraordinariamente resistente. La línea más lógica a seguir es la de un artilugio con dos cuerpos articulados en fibra de vidrio, carbono o kevlar, a modo de catamarán. Javier de la Puente, constructor de kayaks y un magnífico artesano dispuesto a probar y experimentar cosas nuevas, se va a convertir en una de las piezas fundamentales del proyecto. Desde su marca Fun Run y en su fábrica de Aranda de Duero (Burgos), construirá todos los prototipos del catamarán soñado por Larramendi desde el año 2000 hasta el 2006, aportando, además, numerosas ideas y sugerencias de vital importancia. Al principio, tanto el propio Javier de la Puente como Sebastián Álvaro, se inclinan por el concepto de casco de barco. Sin embargo, el autor de la idea no acaba de verlo claro. Su maestría en el manejo de tiros de perros, forjada durante la Expedición Circumpolar, que le llevó a atravesar 14.000km desde Groenlandia hasta Alaska en los mencionados trineos de tracción animal, así como todas sus experiencias de construcción y roturas de trineos, le llevan a mostrarse un poco escéptico. La experiencia le dice, además, que uno de los factores del éxito, reside en la capacidad del trineo para ser reparado con medios mínimos durante la expedición. El material sofisticado queda muy bien en las tiendas y las exposiciones, pero lo real ha de ser de una simpleza increíble que pueda ser reparada casi hasta el infinito. Aun no sabía hasta qué punto esa intuición iba a ser cierta. El concepto de trineo esquimal, compuesto de dos raíles y unos travesaños atados con cuerdas y que le ha servido en numerosas ocasiones para viajar por toda suerte de terrenos, le resulta mucho más atractivo, más real. Son ya demasiadas las expediciones que conoce que han fracasado por la rotura de trineos ultramodernos y ultraligeros, supuestamente indestructibles. Lo cierto es que al final tales trineos se acaban rompiendo, y una vez rotos no hay ninguna solución y la expedición fracasa. Por el contrario, son numerosas las historias que han llegado a los oídos de Larramendi sobre expediciones y viajes realizados con trineos esquimales en las que éstos se rompían y eran reparados a veces con medios inverosímiles. También hará pruebas con una vela convencional con mástil, aunque antes de probarlo ya tenga claro que no va a funcionar. El trineo necesitaría una gran vela para conseguir vencer la fricción con la nieve. El verdadero problema radica en

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Un velero polar, Âżpor quĂŠ no?

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que haría falta también un mástil enorme que pudiera sustentar tanto la vela como el propio trineo. Y eso por no hablar de la fuerza que se necesitaría para que el vehículo pasase del reposo al movimiento. A fin de cuentas, un trineo de esas características no consigue el arranque que proporciona una cometa. Por último, si el trineo es demasiado grande, no resulta nada fácil moverlo a músculo, de modo que hay una especie de desajuste en sus proporciones y una contradicción inherente que impide que funcione, al menos como vehículo de expedición. Antes de la puesta en marcha del catamarán polar, todos los intentos de navegar sobre el hielo se habían realizado con una vela latina incorporada al trineo. El objetivo inicial era aligerar el peso del trineo aprovechando los vientos a favor, más que navegar sobre el hielo. Estos intentos se remontan al siglo XIX y fueron realizados por Amundsen y Scott en su carrera hacia el Polo Sur. La primera constancia que se tiene de un trineo capaz de desplazarse sobre una superficie con la ayuda del viento, nos remite a Fridjof Nansen, el innovador y visionario explorador noruego que, en su travesía de Groenlandia de 1888, unió dos trineos con unas cuerdas. Asimismo, con la ayuda de la tienda de campaña y aprovechando el viento a favor, se desplazó por la superficie del hielo unos cuantos kilómetros antes de decidir parar por el peligro que tal navegación suponía. En la época heroica de la exploración, otros muchos exploradores usaron velas latinas como ayuda parcial. Pero el proyecto de navegar sobre el hielo no fue intentado en serio hasta que un francés, Pierre Magnan, construyera en los años 70 del siglo pasado un velero de los desiertos polares, a modo de pequeño barco de vela. Con ese tí tulo, precisamente, publicó un libro muy curioso que fue a parar a manos de Larramendi en el otoño de 1999, y que no le proporcionó a éste ni un solo dato técnico sobre la capacidad de navegación de dicho artefacto, lo que resulta sospechoso ya que se supone que el francés había realizado cuatro expediciones de prueba por el Ártico canadiense. En dichas expediciones, Magnan dice haber recorrido distancias muy pequeñas que no alcanzan los 100km la mayor, y siempre apoyado por unos tiros de perros. Da la sensación de que algo no funciona del todo en este concepto. Sin embargo, el explorador francés no lo quiere reconocer abiertamente. En cualquier caso, sus trayectos han sido realizados por una sola persona sin apenas peso encima del trineo. Frente a esto, parece que el sistema imaginado por Larramendi tiene visos de funcionar perfectamente; eso sí, siempre que el trineo se desplace por superficies totalmente llanas y sin transportar mucho peso. Tras Pierre Magnan y su Clarabella ha habido otros proyectos de navegación por la superficie de los hielos, tales como el de Jean Louis Etienne y su Albatros, que fue ideado durante la Expedición Transantártica de 1990 y que nunca llegó a materializarse. Los rusos también estuvieron trabajando en los años 80 en un proyecto de trineo. Éste utilizaría el viento como motor y serviría para avituallar las bases antárticas. Sin embargo, este proyecto tampoco vería la luz jamás.

Entrando en el Casquete Polar

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El despegue del velero polar

Primeras pruebas de la cometa

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Un velero polar, ¿por qué no?

De ahí que, en pleno año 2000, el gran reto de navegar por la superficie de hielo, imaginado por Nansen, aún no hubiera sido realizado. La diferencia radical del proyecto de catamarán polar con los proyectos anteriores, estriba en el uso de las cometas, que al tener mucha más potencia y tirar desde delante y no desde el centro del vehículo, consiguen mayor empuje que en los intentos precedentes. En ese momento, en lo que respecta al diseño del trineo, mi corazón está con el trineo esquimal, si bien pienso que lo mejor es construir dos modelos de trineo y probar ambos, y que sea la experiencia la que indique la dirección a seguir. Javier de la Puente termina los dos primeros prototipos en enero de 2000. A finales de ese mismo mes, se empiezan a ver los frutos. Es el propio Javier de la Puente quien recorre cerca de 200m propulsado por una cometa y montado en un trineo. Acaba de nacer una nueva técnica de viaje sobre hielo. Javier de la Puente tendrá el honor de inaugurar una nueva era en la exploración polar. Larramendi lo consigna en su diario: Es un instante emocionante para mí, pues comprendo el significado que tiene. De ello son testigos mis amigos Ferran Grau, José Manuel Sánchez y María del Mar Sánchez. Será el primero de una sucesión de pequeños hitos dentro de la navegación polar. Entretanto, sus excursiones al lago de las Bouillouses se suceden, ahora con su amigo Jorge convertido en un experimentado cometero. Es él quien le introduce un poco más en el manejo de las cometas. Entre otras cosas, le ayuda a resolver el cómo hacer que la fuerza de la cometa se trasmita al trineo y no a la persona que lo conduce, lo que se consigue mediante un sencillo e ingenioso sistema de poleas. De este modo, recorren en unos minutos los dos kilómetros del lago. Hace apenas diez meses que he visto claramente las posibilidades de navegar sobre los hielos. Ahora mismo no tengo ninguna duda del increíble potencial de este nuevo concepto. Sólo me queda una paciente tarea de experimentación y desarrollo. Aunque Larramendi lo desconozca en ese momento, un reto sin precedentes no ha hecho más que comenzar para él y su velero de las tierras polares.

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