El tesoro de los pantalones bordados

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Viviana Zambrano Perroni

El tesoro de los pantalones bordados De Baobabs a Gundrums


El tesoro de los pantalones bordados Primer ediciĂłn: noviembre de 2016 ISBN 978-956-8432-5

Š Viviana Zambrano Perroni, 2015, por los textos y las imågenes. Todos los derechos reservados.


A diez mil metros de altura leo tu libro y comparto tu viaje de lo interno a lo externo y de lo externo a lo interno. Me maravillo con tus imágenes y sensibilidad poética que las acompaña, me conmueve la sonrisa de un niño africano y la majestuosidad siempre eterna de los Himalaya, la mirada dulce y amorosa de un niño tibetano, las huellas y mensajes secretos de tiempos inmemoriales que reflejan tus fotos. La transparencia y lucidez sensible de tu poesía-relato es la traducción inmejorable de lo que ves y sientes. Te agradezco tu compañía con este libro tan enriquecedor que nos permite viajar contigo. Roberto Bravo.



Presentaciรณn

Est, que nostiis tioreptaerum escia doles eicia voluptatus, nihillam expelloris nulpa velibusant que consendit eriostia dolorit, evenim latur, sunt laut mi, oditius, quat quos quunt accuptas acit rem lam idustrumqui doluptas alia diorpor emoloris sequibus. Num harumquis coresequos cus qui opta nit audis etur reperisquia voluptam, iliatur sa qui doluptatiae expe nonseca borpore persperorro eatibus ipsam verae maxim nos sitasit asintur? Quiat. Ga. Duntis nonecte mposam, quos nobit lam rem faceaque sunt quisquam velit por autem. As es pos dolessunt mincime porepro mi, corror sunt ut atur aliquae cabore prepudi tempelignis des aut eos estorundi ius enetur, nobis et aut adic tempelentur solupti orument ut ut acipsa none sandusam reriae experrum endis maximolorem harum. Est, que nostiis tioreptaerum escia doles


eicia voluptatus, nihillam expelloris nulpa velibusant que consendit eriostia dolorit, evenim latur, sunt laut mi, oditius, quat quos quunt accuptas acit rem lam idustrumqui doluptas alia diorpor emoloris sequibus. Num harumquis coresequos cus qui opta nit audis etur reperisquia voluptam, iliatur sa qui doluptatiae expe nonseca borpore persperorro eatibus ipsam verae maxim nos sitasit asintur? Quiat. Ga. Duntis nonecte mposam, quos nobit lam rem faceaque sunt quisquam velit por autem. As es pos dolessunt mincime porepro mi, corror sunt ut atur aliquae cabore prepudi tempelignis des aut eos estorundi ius enetur, nobis et aut adic tempelentur solupti orument ut ut acipsa none sandusam reriae experrum endis maximolorem harum. Sun Dreams


El PaĂ­s Africano



Decidí que es tiempo de ordenar los recuerdos: quieren que les encuentre su lugar. En las estanterías los cuadernos de fotos me guiñan un ojo y caigo ante la seducción. No es difícil. Me recuerdan cuando comencé a tomar fotografías mentales de los momentos mágicos que más tarde puse en álbumes: mis más preciados tesoros. Sin darme cuenta estoy recostada en la alfombra, rodeada de fotos. El tiempo se detiene. Entra por la ventana una brisa fresca de primavera, mi corazón viaja libre y se hospeda en los días vividos recorriendo el mundo. Se sientan a mi lado muchas imágenes, se secretean entre ellas, se hacen nítidas. De niña disfrutaba corriendo descalza en la montaña. Jugaba a ser exploradora aunque me asustaran las lagartijas que me miraban como inmensos animales prehistóricos. Trepaba unas piedras enormes en la quebrada. Ese era mi universo de exploración. Mirar el vuelo de las mariposas era un placer,


intentar rozarlas y empaparme de los colores ondulantes de sus alas que quedaban en mis dedos como un trofeo, como un rastro de vida, en la absoluta ignorancia del daño que les hacía: era una emoción que aún no logro nombrar. Muchas veces me debatía entre el impulso poderoso de aventura y el temor de estar sola en medio del misterio de la naturaleza. Con el paso de los años sentí que todo a mi alrededor se convertía en una invitación a volar, a atravesar montañas, océanos, a cruzar continentes y reflejarme en espejos de otros mundos. Sin conciencia clara me convertí en una viajera, capaz de ser una niña cuando mis pies se disponen a caminar por nuevas calles, entrar en ruinas y templos de civilizaciones difíciles de entender, dispuesta a dejar mis atuendos y roles habituales. Así, me aventuré en la experiencia de otros sitios y aprendí a dejar atrás lo cotidiano para abrazar lo desconocido. Me despojé de mis rutinas para conquistar los aromas, lluvias, colores, calles, miradas, silencios,


idiomas, texturas, músicas, aguas, vientos, noches y sabores que ofrece cada viaje. Algo quedaba atrás y algo en mi corazón se

engrandecía: mi ser entero parecía expandirse. Esa sensación de transformación, difusa al comienzo, con el tiempo comenzó a hacerse más nítida. Hasta que un día, pisando el suelo de un País Africano, encantada con la perturbación de lo nuevo —que seduce y hace sentir algo de temor y certeza de ser parte de esa desconocida tierra roja— , sin entender el idioma pero entendiendo las sonrisas, supe que ahí había algo mío. Así como me hablaban los peumos en mi infancia, los inmensos baobabs me enamoraron. La fuerza de esa tierra me conectó con la historia del planeta entero, con mi propia historia y pude verme vistiendo los trajes de colores que usan las mujeres en África y que contrastan violentamente con la naturaleza, pude ser un niño corriendo descalzo y hasta una anciana que se despide de la vida rodeada de su tribu.



Mirar atrás es a veces la única manera de avanzar, de recordar que somos parte de múltiples generaciones que han poblado la tierra de sueños, que han sembrado ilusiones alimentadas de risas y de llantos, que han caminado descalzas, trenzando historias entre sus manos, mirando al cielo.



Huele la noche a salvajes silencios, a rituales, a murmullos de grillos, a murmullos de tiempo. Soy extranjera rozando esta tierra. Soy esta tierra extranjera en mi cuerpo, las hojas arrulladas por la brisa tibia. Huele a tormenta la noche.


Color africano: pupilas negras a los pies del baobab.




Te quiero contar un cuento de otras tierras y me enmudece tu rostro. Sólo tus ojos en los míos, mis ojos en los tuyos. Diálogo profundo, silencio de río.



¿Qué dulces amaneceres dibuja tu sonrisa? ¿Cuántos peces a la orilla del río Bani han visto esos ojos de encanto? Soy tu pupila, eres mi asombro. Tú, mis nuevas tierras. Yo, tus nuevos mundos.



¿Viste el mismo ángel que yo? Implacable búsqueda de tus manos, mundo de sol, tu saludo al atardecer.



Agua del NĂ­ger fuente de vida profunda oscura misteriosa espejo de la sorpresa purificada al sol.



Enmudecida por todo lo que me dicen tus ojos. Tan pequeña para mí y tan grande para llevar a tu hermano en la espalda. Hay un orden que no entiendo: me desbaratas, me aprietas el corazón.

Simpleza, sabiduría de los huesos, del tiempo. Lo gritan tus ojos que me miran sabiendo de tu belleza. Coqueta en tu atuendo, en cada una de tus trenzas. Me siento tan insignificante frente a la grandeza ancestral que camina descalza. Tu colorido se ha grabado en mi piel. Soy sólo una cuenta de una de tus pulseras.


En medio de una aldea Dogón, descubro que los dulces habituales para mí se transforman en un tesoro preciado. Como perlas los ojos de los niños. Escribo las historias de esos rostros sin voz para el mundo, capaces de cantar y transformar una cueva de piedra en un anfiteatro. Para conquistar un dulce y colonizar nuestros oídos, un grupo incontable de niños canta y hace vibrar no sólo a las piedras, sino a mi corazón y a mis recuerdos. Todos los niños que hemos sido: los niños del mundo entero en esas voces. Somos la melodía que brota de la inocencia: viene de tiempos que sólo intuyo y se proyecta trazando una huella imborrable en la piel.




Mediodía sol violento sobre mi cabeza desdibujada por el calor que lo seca todo. Polvoriento respirar: entiendo en la boca qué son los espejismos, un trago seco. Y apareces luminosa, brillas como si el sol decidiera bajar a tocarnos. Brotas como afluente del Níger. Es agua tu risa. Se apaciguan las almas cantan las piedras. Tu risa refresca todos los colores que la tierra árida olvidó. Tus ojos cantan vientos. Y yo sólo puedo dar las gracias tomándote la mano.



Jugamos a que no me sigues, a que no te veo. Secreto de la pupila del mundo: el mediodía africano. Sonríes cuando te descubre un giro de luz.


Sé que sabes más que yo. Tu alma de anciano habla con cuerpo de niño. No necesitas refugiarte tras el hombro de tu hermano como yo detrás de una cámara. No me prives de tu sonrisa, de los secretos vestidos de sol. Hay en tu pupila una historia inocente un murmullo de viento.



Valientes tus pies descalzos sueĂąan soles sin dejar huellas. Corren en callejones de arena cuando el sol adormece los pensamientos. Endurecidos caminando las vidas de la tribu entera. Valientes tus pies descalzos engrandecidos en tu sonrisa.




Viajera, cuéntame de qué lejano mundo irrumpes en mis tierras. Convénceme de tu inocencia: que no es mi alma, sólo una fotografía. ¡Abre los ojos, viajera!



Sabe a mango a tierra roja. Sabe a beso tu Ă frica mi sueĂąo.



Boca de volcán el cielo, caen como brazos los rayos de sol a rozar a los niños. Observo, corazón en la mano. El color a vida se dibuja a nuestro paso.



La tarde devela el secreto. Viste de plata el fin de tu jornada canta el ir y venir de tus días. Tú navegante del equilibrio barquero de las cabras me enseñas el asombro de los ríos. Eres en mi mirada el misterio, la travesía la tierra que nos habla roja de vida, y me susurra en el lenguaje de los árboles.


Asombro a la sombra de tu sonrisa fuerte madre dulce orgullosa y transparente bajo el sol intenso un dĂ­a cualquiera.




Intento descifrar el lenguaje, el caminar cadencioso rítmico y poderoso. ¡Cuánto sol! ¡Cuántas flores en tan árida tierra!


Tras la cámara deteniendo el tiempo me reencuentro con la simpleza y la abundancia de vida. Soy cómplice de las pequeñas ovejas persiguiendo a sus madres por la leche de la tarde como si no hubiese un nuevo día. Soy testigo de tu andar arcilloso de mañanas.




Palpo tímida las rocas. Manos hábiles dieron forma a la arcilla y vistieron la montaña de castillo. Historia de la arena: vidas grabadas latiendo vibrando ardiendo en mi corazón. Otras historias me llenan de preguntas que el viento sacude al mediodía.



Empolvado de sueños y generaciones aprendí del amor de los cantos y risas, descifré llantos. Fui la corteza, las raíces de la aldea abrazando en el tiempo las vidas de tantas vidas. Grabé las noches de estrellas, los rostros de inviernos lluviosos las promesas de primavera. Escuché historias de misteriosa abundancia, savia de verano y besos de mango.



Déjame subir abrir las puertas del cielo con la misma escalera que usaron tus abuelos tus padres tus tíos tus hermanos y primos. Déjame ser de tu tribu alojar en tu casa y soñar con Sirius y con todas las estrellas que has visto cruzar el firmamento. Abre esa ventana sin miedos: vengo descalza.


Como hรกbil insecto escapada de los termiteros me escurro en las rendijas. Palpo los relieves tallados por las manos del artesano escucho las canciones grabadas en la madera. Soy la corona los cuernos del animal homenajeado en la cerradura. Soy arcilla la materia prima de esta morada.



Los estrechos corredores dibujan un laberinto de sorpresas. Entre las casas de la aldea me detengo y me inclino ante los cerrojos: joyas guardianes.




La luna empuja al sol forzándolo a caer naranja sobre los árboles. Se enciende Luminosa Luciérnaga del Universo sobre el manto de plata que el Níger ha tendido para ella.



Atenta al silencio a sus tonos desconocidos armĂłnicos, rĂ­tmicos, nocturnos. Es la noche en la aldea de Sangha.


Bésame brisa del Níger dulce y cálida oliendo a mango. Bésame suave como tus aguas violenta como las noches de estrellas. Bésame como te beso en estas líneas para no olvidar tu beso.




La mañana abre el umbral de la conciencia, toca las puertas del cielo y me permite dar alas a mis sueños en las manos del lector del oráculo del país Dogón. Con la práctica que da la experiencia, el traductor de anhelos lee mis labios y con la humildad de quien ha conocido los sueños de la tribu entera escucha mis palabras. A lo lejos un aprendiz observa atento cada movimiento en esta danza de intuiciones y esperanzas. También ha preparado su tablero para las interrogantes, pero tendrá que vivir muchas primaveras antes de que llegue el verano de sus consultantes. La tierra se viste de sol en una tabla sagrada. Confío que durante la noche el mágico animal dogón moverá cada uno de los elementos que el anciano ha dispuesto con meticuloso esmero y esos cambios y huellas escribirán las notas, la melodía a mis interrogantes.



En el paĂ­s africano el silencio de la noche tiene ritmo de ranas.



Al día siguiente corro para ver la constelación de mis sueños buscando el paso mágico del animal dogón. Planetas y estrellas secreteándose con la tierra roja, galaxia dibujando mis más profundas interrogantes. Soy cada trozo de madera. Las piedras los surcos en la tierra, son mi destino lanzado al universo, terreno esperando por una palabra de consuelo.



Cuando te veo mirar atrás mi corazón late al ritmo del tuyo. Danzan en tu memoria, tus sustos infantiles, tus sueños hoy canosos. Cuando te veo mirar atrás siento que en tus manos están las manos de todos los que araron la tierra para que tú y yo pudiéramos encontrarnos en este punto del planeta como un accidente geográfico un milagro un misterio. Cuando te veo mirar atrás yo también quiero agradecer a los tuyos. A los míos.


Los días de la viajera son intensos: como años los segundos, como vida entera los minutos, y las noches un remanso, una puerta mágica. Cierro los ojos y entro en un sueño profundo… participo de un círculo danzante. Una anciana mujer de alguna tribu africana sonríe con escasos dientes y, como en un espejo, su reflejo muestra el rostro sonriente de otro continente, donde el frío se eleva con las alturas de la montaña. Las dos ancianas se ríen como si la tierra tocara el cielo a través de los sueños de distintas latitudes. Las veo sentarse frente al fuego que alcanza el cielo y se cuelga como un astro. En esa hoguera ancestral, múltiples generaciones hablan a través de sueños convertidos en estrellas, guiando los pasos de exploradores y navegantes en la adversidad. Son esos ancestros abridores de caminos los que hoy permiten a la viajera atravesar continentes. Son sus experiencias caminando territorios, avanzando bajo lluvias, con viento


y soles implacables, los que han dejado huellas que se pueden seguir. Veo cómo la sacerdotisa de la tribu africana transforma los elementos y alimenta el fuego, las galaxias de un oráculo. Parte al cielo convertida en su propio lucero, una chispa de fuego transformada en sol, enamorada de la luna. Puedo sentir cómo en ese círculo se produce la alquimia, cómo en ese espacio sin tiempo, ni tierra, el rostro sonriente de otro continente, de ojos rasgados, me mira con una dulzura que arde en el corazón y me invita a seguir. Entonces clara ante mis ojos, la anciana de la altas montañas del Himalaya juega con su reflejo, sintiéndose niña, disfruta la magia de sus primeros pasos infantiles, descubre su entorno como por primera vez, danza con el aire que hace flamear las banderas de plegarias, gundrums, multiplicadores de sueños e ilusiones. La viajera tocó la nueva tierra y se estremeció.



El País de la Montaña



Cuando despierto, el frío matinal me invita a estar un rato más en la cama escuchando el amanecer de la montaña. Siento el llamado a retornar a casa. Es una sensación rara, pues estoy en ella. Sin embargo algo en el corazón late con fuerza, con nostalgia de un hogar que es más grande que el de hoy. Me gusta jugar imaginando cómo vienen mensajes en los rayos de luz que entran insolentes por las ventanas, vistiendo a rayas todo a su alrededor. Esa tibieza me invita a dar el primer paso. Y comienzo el ritual de las vestiduras: me gusta simular que estoy poniéndome atuendos de otras épocas; una prenda sobre otra, es que aquí el frío recuerda que uno es real, que la existencia a veces duele a la intemperie. Cada prenda un recuerdo, cada color un toque mágico, una protección, la tibieza de la historia y el misterio de las fibras que en su trazo constituyen mi nueva piel.


Miro por la ventana con un té humeante en la mano, sintiendo la fuerza de todos los años vividos, las emociones dibujadas en mi piel, imaginando cómo haré la ruta de hoy. Termino de prepararme para el contacto exterior, invitada por mis perros que inquietos me esperan como si en ese instante no importara nada más que el sol elevándose aún tímido por la montaña. Conocemos la ruta, los senderos hablan con mis pies, las piedras brillan húmedas de cara al sol y tímidas las hierbas escarchadas comienzan a derretirse y vestirse de verano. Rítmicamente los pasos me llevan hacia abajo, jugando con lo sinuoso del sendero, dejando mi huella en la tierra húmeda. Disfruto la urgencia de estar, atenta a cada pisada, para no perderme y no caer. Sin saber cuánto tiempo hemos caminado, intuyéndolo por el jadeo y el paso más lento de mis perros, por las ganas de desprenderme de algunas ropas que me dan peso extra, más carga que los


años vividos. Ya no son necesarias, pues colina abajo el sol ha elevado la temperatura y la pendiente se hace más pronunciada, tanto que me invita a apresurar el paso. Cambio el ritmo, me despojo de prendas, estoy más ligera, más rápida, más joven, más vivaz. En un impulso desconocido miro mis manos y las manchas de la piel parecen haber quedado montaña arriba; mis piernas fuertes no titubean, me invitan a correr. Desprendida del miedo a la velocidad, corro como niña, como si la montaña fuera un tobogán, como si mis pies tuvieran alas mágicas que van en una cuenta regresiva en el tiempo. Mi corazón se agita y me sorprendo con las flores del valle, las puedo escuchar en su hablar melodioso. Sin saber cómo, estoy rodando por la pradera y perdida en el pasto siento mi corazón acelerado hablar con la tierra. He dejado atrás mi ropa, mis años. Estoy vestida de flores, de verde y juego como niña, liviana, libre: he llegado a casa.



Soy el frío de la montaña despertando al día, piedras húmedas tocadas por los primeros rayos de sol. El vuelo tímido de aves sin nombre. Soy la risa de niños con ojos rasgados. Soy el bordado con el cual tus ojos se encontraron. Soy el universo de libélulas, el vuelo transparente de sus alas, el cielo que se vuelve violeta en el atardecer de Mandalay. Estoy en una cabaña esperando que el frío y la nieve nos dejen salir.



Hablar misterioso de musgo acento intenso de Cielo Azul. Mis manos descifran muros, piedra a piedra. Acarician huellas de la historia, ĂĄspera a mis dedos curiosos que quieren tocarlo todo absorber por la piel como cĂŠlula hambrienta de sol.



Sentada en el último escalón mi cuerpo habla con el día grabado en las piedras. Respiro hondo. Cielo. Salta mi corazón sale por mi boca. Soy las manos buscando el beso del sol. Soy cada piedra cada peldaño que dibujan estas montañas. Soy el agua que los limpia, soy los pies de todos los que lo recorren. Soy yo.



Me arrodillo elevo mis plegarias agradeciendo a todos los niños que corrieron por estas montañas, que aprendieron y escucharon la tierra, el misterio de las estrellas. Me inclino en reverencia, una piedra más, una estrella más. Gracias por esos pie que a pesar del frío dejaron huellas. Puedo posar mis pies en sus pies y sentir su vida. Gracias por los ancianos que marcaron esta tierra y con los surcos de su piel hicieron mapas de tierras con tesoros. Gracias por su coraje su ingenuidad aventurera, por dejar huellas en la tierra para mí y todos los que vendrán.



Viento, niĂąo travieso desordenas y escudriĂąas en los vestidos que flamean iluminados por el sol. Plegarias de oraciĂłn van al cielo mariposas. Viento, alborotas todo. Entras y sales por los rincones de las piedras, elevando recuerdos de tierra. Viento, me levantas hasta pellizcar el cielo. Correteando saltando de una piedra a otra me suspendes en remolino de sueĂąos. Juegas con mi ropa, mi cabello. Limpias los bolsillos del tiempo enciendes el cielo.



Soy las piedras filosas de la montaña, el viento que se cuela por las rendijas, despertando con el frío matinal a los ancestros de la montaña. Acompaño el andar pausado y corro ladera abajo. Voy entonando las melodías del tiempo dando ritmo y movimiento a los vestidos de pieles. Me divierto despeinando trenzas, me río a carcajadas del agua.


Nieve nubes no sĂŠ si es arriba o es abajo. Y tĂş apareces sonriendo, coqueteando en el espejo de mis pensamientos. Tus dientes nube nieve del Himalaya. Muchacha de otro tiempo y lugar atraviesas el ocĂŠano giras y me observas. Nieve nubes sin saber si es abajo o arriba. Confundida admiro tu traje y tu tocado tu sonrisa de nube y nieve del Himalaya.




En el PaĂ­s de la MontaĂąa el silencio de la noche canta transparente en tono de estrellas.



Una tarde de montaña te vi pasar elegante y segura inalcanzable intocable firme en tu rumbo. Me atreví a caminar tus pasos escondida en los bordados de tu traje y en ese entramado mágico me hablaron los hilos de colores las manos de tu madre y tu abuela. A la luz de la vela rítmicamente puntada a puntada despejaron mis dudas me enseñaron la elegancia de sus atuendos hoy los tuyos guiaron mis manos y bordamos juntas.



¿Será el silencio de la montaña el nuevo leguaje del corazón? ¿Será que cuando llegas a casa las palabras laten y susurran como el viento?

¿Será que ahora sólo me basta tu sonrisa y la sonrisa de todos los que vienen contigo?


Disculpa si distraigo tu rutina ¿Cuántas horas requieres para hacer un vestido? ¿Cuántas noches necesitas para las mostacillas de un pantalón? ¿Podrán mis manos en la cámara bordar este momento? Enséñame también como a tu nieta.




Quisiera que nos sentáramos a tomar un té a mirar por la ventana, a escuchar el tono de tu risa y saber si juegas al espejo con otros extranjeros. Que me cuentes de las primaveras, los frutos del verano, que esperamos el caer la noche, para contar las estrellas como yo cuento ahora los colores que adornan tu vestido, las turquesas que iluminan tu sombrero. Me sigo preguntando: cómo irrumpes en mi pensamiento y te instalas ahí para siempre. Te volteas y me miras a los ojos pestañean rítmicas las palabras, mi corazón te sonríe y sabe que estamos en casa.


En la penumbra del invierno, en una cabaña en la que cabe el pueblo entero con sus historias y canciones, el frío de la montaña teje un telar de sueños, y deja en cada puntada un conjuro que el tiempo descifrará.


Silencio de viento violento árido despiertas mis huesos. Las historias hablan en mí. Me impulsas ladera abajo acelerando los pasos entre las piedras, buscando el retorno a casa. Trae el viento las carcajadas de los niños el agua cristalina en esta montaña filosa, el tintinear en las piedras. Miro las rocas oscuras y brillan las sonrisas de los ojos rasgados.


Una danza de patas y orejas detiene el tráfico, se desplaza sobre el cemento como un oasis una imagen de sueño. Con pocos años y una vara mágica eres la dueña de los pasos.


Manos que cuidan la tierra y la nutren como a un niĂąo hambriento, velando por sus necesidades. Madres con la Madre. Hijas de una misma tierra que ha sentido el caminar firme de muchas antes que nosotras. Me inclino antes ustedes con el corazĂłn abierto en gratitud, asĂ­ como ustedes hacen reverencia sin notar lo grandioso la maravilla de la labor cotidiana lo sagrado de este momento.



Muchas manos, un mosaico de manos. Cada mano un viaje, huellas. Manos que escribieron escaleras de piedra. Escucho el ir y venir durante la siembra, las risas al cultivar los pasos de todos los que han subido antes que yo.



¿Recemos juntas, orbitemos? Enséñame cómo viajan tus oraciones al cielo. No quiero que mis plegarias se pierdan por no conocer el idioma. Llévame de la mano como hiciste con tus hijos, tus nietos. Adóptame esta tarde. Quiero que mis plegarias suban con las tuyas al cielo.



Plegarias de colores se multiplican en cada giro, mareando al universo. El aire frío conecta el presente y el sol despierta al corazón. Podría caminar todos los senderos trazados en las montañas subir como monje peregrinando a los templos, instalar gundrums, landrums y flamear con el viento, desplegar plegarias: sueños de un pueblo alegre, amable y dócil.



La montaña esconde un tesoro y mi corazón lo sabe. Paso y latido. Dibujando la ladera remonto la mañana y el templo abre sus puertas generoso como el sol que entibia mis manos. Me reciben las oraciones flameando con olor a manteca, la vibración del silencio transparente. Las plegarias atrapan mi alma me elevan en una flama me mueven suave al ritmo de las estrellas encendidas y siento cada oración grabada en mi piel.



Blanco intenso, los muros. Nieve del Himalaya, los templos. Iluminan las plegarias de ayer. Los sueĂąos que otros dejaron para nosotros te acogen te refugian contienen toda la historia.


No me ocultes tu sonrisa. Visito un templo en una de las colinas y la anciana me ofrece una guayaba, la única que

lleva consigo. Su sonrisa es tan amplia que no puedo decir que no. La tomo y comenzamos a girar en torno a la estupa, ella con la simpleza de su atuendo, haciendo girar su rueda de oración, yo como extraterrestre con mi mochila y mi ropa de excursión. Cae la tarde y siento lo fresco de la brisa y algunos rayos de sol que entibian la piel. Caminamos, giramos, una, dos, no sé cuántas veces: estamos orando, estamos conectadas, somos una y mi corazón vibra de alegría. Siento que la quiero, que la he querido siempre.




Esta Tierra Santa, como no he conocido otra, tiene senderos de oración, tiene gente pura que vive en comunidad, que me sonríe cuando la mirada se encuentra. Respiro armonía, soy parte del paisaje de los colores vibrantes en contraste con el cielo. Disfruto lo solemne de cada templo, el crujir de la madera bajo mis pies, esos espacios oscuros y misteriosos, el olor a la manteca de las velas. Disfruto no entender el lenguaje y hablar con el corazón.


En el momento sagrado de cada puntada, tu mirada. Intimidada yo. Quise escabullirme entre los hilos de la tela, explicarte que sĂłlo quiero atrapar la magia la grandeza de tu atuendo y retratar el instante lĂşcido cotidiano, el regalo de tu talento.



En lo majestuoso de lo cotidiano me arrebatas la cámara, tu historia me invita a una danza de colores y soy las mostacillas en el sombrero de tu nieto el rojo del pañuelo que cubre tu cabeza. Escucho atentamente las enseñanzas con cada puntada bordando las fotos de mi álbum. Disfruto los bocados observo aprendo soy la tarde y los días de tus días, tu familia.




Esta mañana húmeda tiene sabor a calles con moho, un sentir pesado en el aire. Me obliga a respirar hondo y llevar dentro

los sonidos de una ciudad que despierta y despierta mis sentidos. Me muevo lento queriendo correr, cuidadosa de retener cada detalle, una fuente sin agua. Sorprendida por el tamaño de una casa busco las huellas del tiempo en sus ladrillos, los tallados de madera. Observo con ojos de lupa y me observan. Te siento correr a mi alrededor para ser visto… ¿Cómo no verte? Tu pequeñez risueña. Tus ganas de ser capturado por la cámara es más grande que la casa. Gesticulas, te mueves, me hablas con las manos y tus ojos me cuentan lo que los ladrillos no pueden… y al momento de encontrarte te inmovilizas como las estatuas de deidades. Y te eternizas.



Tarde de octubre en los Himalayas. En el bosque las luces juegan con la imaginación. Siento el frío subir por los pies, la humedad del pasto. Me hundo suavemente en mis huellas.

Paso a paso entre los árboles, descubro un niño que ordena su cama afuera de una pequeña cabaña: ¡A la intemperie!, gritan mis pensamientos. Me captura la solemnidad de su ritual: voltea el colchón, sacude las frazadas, estira las sábanas, ordena las almohadas, como si fuera la cama de un príncipe. Eres el príncipe de esta tarde y de esta montaña, tu sonrisa corona el atardecer y prepara el alma para los sueños. Sonríes triunfante y me miras, con la certeza de quien ha hecho bien la tarea, orgulloso. Y yo me siento tan pequeña ante tal acto sagrado. Lo más simple, lo más cotidiano se eleva como plegaria de colores, cuando tus ojos se encuentran con los míos.



Al caer el día encendí el fuego y escribí mis sueños en los muros de piedra. El tiempo movió las rocas y dejó las huellas de mis sueños en la ruta que hoy tus pasos descifran. Me buscas.



Dos pequeñas con aretes se adueñan del tiempo desnudan mi risa en su risa cristalina. No sé qué les causa más gracia: si mi vestimenta extranjera o mi rostro encantado con sus juegos. El mundo sigue su curso y nosotras estamos detenidas en el juego de vernos y no vernos nos hablamos a carcajadas de agua en esta tarde de pies descalzos.



Vamos a cosechar estrellas, me dices. No entiendo. Levanta tu mano, me dices. Y con asombro veo que las manos del mundo entero estĂĄn alzadas al cielo. Estamos cosechando estrellas, me dices.



Impaciente camino por la aldea registro, absorbo, lo huelo todo. Busco un tesoro, los pantalones bordados. Quiero llevarlos conmigo, pero son esquivos, no están para los viajeros. Y en un instante el universo se concentra en las puntadas que das a tu bordado. Me miras y vuelves a tu labor te preguntas qué busco que hay aquí que no esté en mi mundo. Yo frente a ti detenida la respiración agitados los pensamientos, torpe en mi inquietud siento tus manos guiar las mías. “Deja de buscar, estás en casa”, pareces decir. Me acerco, me siento a tu lado. Me enseñas a bordar, soñamos juntas, mi mundo, tu sueño, tu aldea, mi tierra.



Tras el lente de la cámara creo ser invisible, poderosa, capaz de atrapar y llevar conmigo la vida y el acontecer de otros. Basta la mirada de una niña para develar mi ingenuidad. Afuera es adentro cuando tomo una foto, porque soy yo la que miro. Con cada disparo estoy en las puntadas, en la tela de la fotografía, caminando en las patas de los corderos, expandiendo el corazón, flameando con el viento. Con cada disparo estoy bordando mi historia mi autorretrato.





Agradecimientos

Gratitud es el sentimiento que rodea a El tesoro de los pantalones bordados y quiero por ello expresar las….. Gracias a cada uno de los rostros y lugares que hoy habitan este libro. Gracias a Gastón por ser mi mejor compañero de ruta en este viaje y en la vida entera. Gracias a Sonia Pérez, mi coach literaria, por su inmensa paciencia y sabiduría, y por acompañarme en el proceso creativo y facilitar una manera propia de expresión. Gracias a Marco Antonio Coloma, editor de este libro, quien creyó en el proyecto y con máximo profesionalismo dio luz a las imágenes y potenció las palabras. Gracias al equipo de Sun Monticello, Enrique Cibie, Jaime Whilhelm y Marisol Rimenschneider por su espíritu sensible, por creer y permitir que el proyecto se materializara.


Gracias a todos mis amigos de la Fundación Africa Dream que han dado un sentido a esta aventura poética y fotográfica. Gracias querido Roberto Bravo por compartir el viaje en la melodía del alma, invitando a otros a viajar también. Gracias a cada uno de los amigos que con su cariño y acciones sostuvieron la energía que fue motor para dar vida a este libro. Gracias a ti que hoy te aventuras con la viajera...




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