LOS LENGUAJES DEL FORO LO QUE UN ABOGADO DEBE SABER HABLAR, ESCRIBIR Y ESTAR
Miguel テ]gel Aragテシテゥs Abogado
Mテゥxico D.F., 2014
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© Miguel Ángel Aragüés
© TIRANT LO BLANCH MÉXICO EDITA: TIRANT LO BLANCH MÉXICO Leibnitz 14 Colonia Nueva Anzures Delegación Miguel Hidalgo CP 11590 MÉXICO D.F. Telf.: (55) 65502317 infomex@tirant.com http://www.tirant.com/mex/ http://www.tirant.es ISBN: 978-84-9053-737-4 MAQUETA: Tink Factoría de Color Si tiene alguna queja o sugerencia, envíenos un mail a: atencioncliente@tirant.com. En caso de no ser atendida su sugerencia, por favor, lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas.
“A Irene. Mi palabra, mi pluma, mi ejemplo�
ÍNDICE PRÓLOGO................................................................................................................... 11
HAY QUE DECIR LO QUE SE VA A DECIR INTRODUCCIÓN...................................................................................................... 17
HAY QUE DECIRLO Capítulo I LA COMUNICACIÓN UNA CUESTIÓN PREVIA ELEMENTOS DE LA COMUNICACIÓN................................................................................ 25 PRINCIPALES ERRORES COMUNICATIVOS....................................................................... 28
Capítulo II HAY QUE SABER HABLAR EL LENGUAJE DE LA PALABRA. LA ORATORIA LA PALABRA COMO LENGUAJE DEL FORO..................................................................... 36 EL ALEGATO. SU ESTRUCTURA............................................................................................ 36 Fase de documentación................................................................................................ 37 Fase de elaboración........................................................................................................ 39 La introducción. El principio es la mitad de todo.......................................... 40 La exposición. Hay que hacer interesante lo importante........................... 42 La conclusión. Lo último que se escucha es lo primero que se recuerda............................................................................................................................... 45 Fase de preparación........................................................................................................ 45 Fase de exposición.......................................................................................................... 47 LA PALABRA MÁS ALLÁ DEL ALEGATO............................................................................ 63 LOS TESTIGOS, EL CLIENTE, LA NEGOCIACIÓN............................................................. 63
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Índice El interrogatorio de los testigos................................................................................. 63 Las aclaraciones de los peritos.................................................................................... 68 La Comunidad de vecinos............................................................................................ 68 El cliente.............................................................................................................................. 69 La negociación.................................................................................................................. 70
Capítulo III HAY QUE SABER ESCRIBIR EL LENGUAJE DE LA ESCRITURA EL LENGUAJE DE LA ESCRITURA........................................................................................ 75 Cuestiones de forma. Como “han de ser” los escritos......................................... 76 Cuestiones de fondo. Como “deben ser” los escritos.......................................... 81
Capítulo IV HAY QUE SABER ESTAR EL LENGUAJE DEL CUERPO. LA IMAGEN HAY QUE SABER ESTAR.......................................................................................................... 93 Cómo comportarse con el Juez o Tribunal.............................................. 109 Cómo comportarse con el resto de personas que intervienen en el proceso............................................................................................................ 110 Cómo comportarnos nosotros mismos.................................................... 111 Y HAY QUE SABER “SER”......................................................................................................... 112
HAY QUE DECIR LO QUE SE HA DICHO CONCLUSIONES....................................................................................................... 119 BIBLIOGRAFÍA.......................................................................................................... 123
PRÓLOGO Peligroso es pasar de las universidades al foro para el alumno y para la sociedad. No basta con saber las leyes, poseer una multitud de noticias sin haberlas aplicado a algunos casos y sin haber adquirido aquel tacto fino, aquel juicio pronto que solo se adquiere con la experiencia y con el ejercicio. Añadiendo: hacer ensayos con los litigantes es un género de inhumanidad; aprender errando de modo que cada yerro sea una lección es una máxima abominable en la abogacía y en la judicatura. Este es un axioma incontestable del panorama que nos encontramos en estos momentos y que recoge el espíritu de enseñanza del plan Bolonia y también la Ley 34/2006 de acceso a la profesión de abogado y procurador de 2006. Frases de tanta actualidad no las ha inventado el que las escribe ni han salido de su cabeza. Están dichas por D. Mariano Nougués Secall Presidente que fue de la Academia de Jurisprudencia Práctica y pronunciadas en la reanudación de dicha Academia el 14 de febrero de 1841. Tanta actualidad estaba vigente ya y nos remonta al siglo XVIII, en que esta misma Academia Jurídico-Práctica Aragonesa, convirtiéndose en julio de 1772 en Real Academia de Jurisprudencia Práctica, recogía la exigencia legal de 4 años de práctica para ser recibido de abogado en la Real Audiencia y que en el año 1784 fue modificado tal requisito con el de acreditar la asistencia a la academia de un período de 2 años para ser admitido al examen de abogado en la Audiencia de Aragón. Estos requisitos, exigidos hace tres siglos, acreditan que lo que estamos haciendo ahora los abogados es seguir preocupándonos y luchando porque los compañeros que vengan a nuestro oficio, estén lo más preparados posibles. El autor Miguel Ángel Aragüés presenta un libro que entiendo es fundamental para adquirir ese tacto fino y juicio pronto que manifestaba el Presidente de la Academia en 1841. Los tres lenguajes, oralidad, escritura y presencia e imagen para el abogado son su columna vertebral. Es la base, como en nuestro organismo, que nos mantiene en pie para que luego la cabeza o ánima jurídica pueda desarrollarse con el fin de nuestra formación y de
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alcanzar la Lógica jurídica que todo abogado tiene que tener para asesorar al cliente y defender intereses ante los tribunales y toda clase de instancias e instituciones. Para el Autor no es novedoso el trabajar en esta brillante y concisa obra. Es autor de otra importante obra para nuestra formación y que nos ilumina en una parte importante de nuestro trabajo. La obra la publicó, en esta misma Editorial, en 2012 con el título, también conciso y práctico, de “Los Honorarios, un derecho de los Abogados”. Esta obra obtuvo el “Premio Memorial Degà Roda i Ventura” 2012 del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona. Premio dado por abogados a abogado. Rotundo premio teniendo en cuenta lo que nos cuesta a los letrados reconocer y premiar los trabajos de otros compañeros. Además es autor de dos novelas, Omeya, ubicada en la cultura islámica y el Solar, con un homenaje muy especial a Thomas Ridley Sharpe, por todos conocido como Tom Sharpe. Es abogado en ejercicio desde 1977, del Real e Ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza y desde hace más dos décadas Gerente de este Colegio, de más de tres mil colegiados. Tiene una trayectoria internacional importante de difusión y formación jurídica, sobre todo en países de habla hispana, República Dominicana, Guatemala o Colombia, entre otros, en temas muy especializados de Turno de Oficio, organización corporativa de los abogados y defensa de la defensa. Pero lo importante, para este pequeño apunte colaborador del libro, es que sus conocimientos jurídicos le vienen de su formación, del ejercicio profesional y, lo más importante para esta obra, de su trayectoria de muchos años en la formación inicial de compañeros como profesor en la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad de Zaragoza y del Colegio de Abogados de Zaragoza. El acervo alcanzado por Miguel Ángel Aragüés a través de sus clases lo ha enriquecido con la experiencia de la docencia pero, sobre todo, con la experiencia continua con generaciones de compañeros, que están ahora en sus despachos y en el Foro. Lo descrito en el libro es una transposición eminente práctica de sus conocimientos y experiencia docente, que hace fundamental su lectura para todos los abogadas/os. Dada la formación que desgraciadamente, se ha perdido, a veces de forma alarmante, en materias como oralidad, -cuanto les cuesta, como po-
Prólogo
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demos ver en las clases, la expresión oral a nuestros futuros compañeros y enfrentarse a hablar en público ya sea o en los tribunales o en foros, incluso a veces más difíciles, como una reunión de una comunidad de propietarios -; la escritura -el uso del diccionario de lengua, el distinguir un antónimo de un sinónimo o el poder describir un hecho jurídico, con claridad, lógica y razonamiento legal, que puede ser la base de una buena demanda y, al final, que sea convincente para alcanzar una buena y justa Sentencia-; o el mostrarnos delante de un cliente, de un funcionario o autoridad con la presencia, gestos y ánimo necesarios, que nos abre la puerta a la confianza profesional del cliente o expresar con contundencia y lógica jurídica nuestros argumentos. Estos son los aspectos fundamentales de la obra, que tengo el honor de prologar, pero lo que más me satisface es que va a ser una obra de continua lectura porque nos pone, en muchos momentos de duda en nuestra profesión, el camino que tenemos que emprender o seguir. Ahora que hemos comenzado la andadura de la Ley de Acceso a nuestras profesiones de Abogado y Procurador, con los Master y estudios programados, este libro es un esencial guión y guía de profesores y futuros compañeros para aprender y practicar los tres pilares de la columna que nos sostiene, oralidad, escritura y saber estar, en nuestros conocimientos jurídicos recibidos. No debemos olvidar nunca que nuestro oficio, para tratar que sea completo, tiene que tener la base jurídica precisa para cada asunto y siempre tiene que ir acompañado de que hay que decir lo que se va a decir, hay que saber escribir y hay que saber estar. Pascual V. Sauras Herrera Abogado Coordinador y Profesor de la EPJ de la Universidad de Zaragoza Profesor de la EPJ del R e I Colegio de Abogados de Zaragoza
HAY QUE DECIR LO QUE SE VA A DECIR
INTRODUCCIÓN “Juro o prometo acatar la Constitución y el resto del Ordenamiento Jurídico, ejerciendo la profesión de abogado de buena fe, con libertad e independencia, lealtad al cliente, consideración al compañero y respeto a la parte contraria, guardando secreto de cuanto conociera por razón de mi profesión”. Con esta fórmula, u otra similar, pues la Ley Orgánica del Poder judicial se limita, en su artículo 544.1, a exigir el juramento o promesa de acatar la Constitución y el resto del Ordenamiento Jurídico, y tras superar una licenciatura, ahora grado, en Derecho y el curso de capacitación específico introducido por la Ley 34/2006, de 30 de octubre, de acceso al ejercicio de las profesiones de abogado y procurador, se convierte quien la pronuncia en abogado y cruza el umbral que le introduce en un mundo nuevo, el de la Abogacía. Un mundo nuevo y al mismo tiempo viejo. Un mundo nuevo, porque lo es para él, por supuesto, pero también porque aunque pueda parecer anclado en el tiempo, está en permanente cambio. Pero un mundo viejo, muy viejo, al mismo tiempo, porque cuenta con más de dos mil años de antigüedad. Y eso si nos remontamos solo al Derecho Romano, que a fin de cuentas es la base de todas las tradiciones jurídicas de lo que conocemos como mundo occidental y de buena parte del mundo que ha bebido, de gusto o por la fuerza, en las fuentes jurídicas de Europa. Pero que es todavía mucho más antiguo. El Código de Hammurabi se escribió, ¿o habría que decir se grabó? en Babilonia 1.570 años antes de Cristo. Entra, pues, el joven, o la joven, ilusionado, y salvo excepciones de quienes ya han vivido la abogacía en sus casas al ser abogados sus padres, incluso a veces sus abuelos y bisabuelos, en un mundo desconocido para él, que poco o nada tiene que ver con la imagen que se ha podido formar, generalmente a través de las películas, excelentes en muchos casos, sobre abogados. Poco que ver, porque no solo el cine tiende a idealizar, o por el contrario demonizar, una práctica profesional que en el día a día tiene mucho menos glamour, por un lado, y es mucho menos corrupta, por otro, de lo que se nos vende, sino porque además la gran tradición del cine jurídico es esencialmente anglosajona, cuya práctica se presta más a las leyes del cine, pero que
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tiene poco que ver en las formas, no en el fondo, con la práctica propia de los abogados continentales. Españoles, franceses, alemanes, italianos… Un mundo que responde a unas reglas propias, a unas costumbres a veces chocantes, en muchos casos ancestrales, pero que no son fruto del capricho, sino que responden a razones y objetivos muy concretos. Un mundo que tiene un lenguaje propio que es imprescindible conocer para desempeñarse con posibilidades de éxito en el mismo y para conseguir el objetivo último que todo abogado busca. ¡¡CONVENCER!! Habrá quien no esté de acuerdo, quien diga que el objetivo del abogado es vencer, no convencer a nadie. Pero se equivoca de medio a medio y su equivocación será fatal si acude a la vista, la negociación o la entrevista con ese planteamiento. Vencer es el objetivo del cliente, por supuesto. Pero vencer no es el objetivo del abogado, sino convencer, aunque la victoria, total o parcial, pueda ser la consecuencia de ese convencer. Puede parecer un trabalenguas, pero es la realidad. Cuando la victoria depende de la decisión de un tercero, los esfuerzos del abogado han de ir encaminados a convencerle de cual ha de ser el sentido de su decisión. Convencer al Juez, al Tribunal, al Jurado, de que la razón está de parte de su cliente. Convencer al contrario de la necesidad de llegar a un acuerdo que evite el pleito. Convencer a quienes comparten una negociación de la bondad de las propuestas de nuestro cliente. Convencer, en suma, al cliente de la profesionalidad, corrección y eficacia de la línea de defensa elegida, cosa que no suele ser precisamente fácil. Convencer, convencer, convencer. Ese es el objetivo último de los esfuerzos de todo abogado. ¿Y qué se requiere para convencer? Dos cosas: razonamiento y credibilidad. Razonamiento que se hace hablando o escribiendo. Credibilidad que se consigue con imagen y convicción. Porque es difícil convencer de algo de lo que uno mismo no está convencido. Y por ello el abogado precisa de un triple lenguaje, que ha de conocer y dominar. El abogado ha de saber hablar, porque buena parte de esa labor de convicción se deberá hacer mediante la palabra, acudiendo a la oratoria. El abogado ha de conocer y dominar, pues, el lenguaje de la palabra. El abogado ha de saber también escribir. Muchos procedimientos judiciales siguen siendo escritos. Escritos son multitud de actos de la vida habitual
Introducción
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de un abogado. Los contratos, las cartas de reclamación, las ofertas, las instructas, los dictámenes, los informes… Y el abogado debe saber que no vale escribir de cualquier forma si lo que se quiere es convencer a alguien de algo, que hay que hacerlo ateniéndose a una serie de reglas y pautas. El abogado, pues, ha de conocer y dominar también el lenguaje de la escritura. Pero no le basta al abogado con saber hablar y saber escribir. No. También ha de saber estar. Transmitir la credibilidad necesaria para que sus argumentos sean valorados y creídos. Convencer a alguien de algo exige entablar comunicación con él y la comunicación verbal, incluso la escrita, no aportan más del 15% de la información que percibe el destinado a ser convencido. El 85% de la información que se percibe es no verbal y procede de la imagen que se da. Término, el de imagen, que damos aquí en un sentido amplio, pero que concretaremos en su amplia riqueza de matices en el capítulo correspondiente. En definitiva, el abogado ha de conocer y dominar también el lenguaje del cuerpo, de la imagen. De eso vamos a hablar en este libro. De esos tres lenguajes que componen lo que podríamos llamar el lenguaje del Foro. Entendiendo como tal el mundo en que el abogado desarrolla su actividad profesional, no sólo el más estricto de los Tribunales. De esos lenguajes y de los principales obstáculos con que se tropieza su utilización. Las autolimitaciones, el miedo escénico, la dificultad de la comunicación correcta, los nervios. Este no pretende ser un libro de oratoria, ni de gramática, ni de buen comportamiento. Textos hay que trabajan esos temas en profundidad mucho mejor que lo podría hacer el autor. De lo que se trata es de hacer ver al nuevo abogado, o al aspirante a serlo, la importancia que tienen los lenguajes del foro en el ejercicio de la profesión y darle unas mínimas pautas de utilización de los mismos. De convencer al lector de la necesidad de dominar los lenguajes del foro si se quiere ser abogado. Convencer, pues, una vez más. He ahí la cuestión.
HAY QUE DECIRLO
Capítulo I
LA COMUNICACIÓN UNA CUESTIÓN PREVIA Nunca discuta con un tonto. Es posible que nadie note la diferencia.
Convencer. Ese es el objetivo. Pero para convencer a alguien de algo es preciso establecer comunicación con ese alguien. En principio, y salvo que uno viva en una isla desierta, eso no debería ser problema. Existir, vivir en sociedad, implica necesariamente estar en comunicación. De forma consciente o inconsciente, pues no es preciso querer comunicar algo para establecer una comunicación. El lenguaje, en sus diversas formas, es el medio propio de la comunicación. En el lenguaje hablado es obvio que queremos comunicarnos con la persona a quien nos dirigimos, pero también lo estamos haciendo, nos guste o no, con las terceras personas que puedan oírnos. Lo mismo cabe decir del lenguaje escrito. Nuestro escrito tendrá un destinatario concreto normalmente, aunque no siempre, piénsese en un artículo de opinión en un periódico. Pero es perfectamente posible que sea leído por una persona a quien no iba dirigido y, de nuevo nos guste o no, estaremos comunicando algo a esa persona. Es el caso de un mensaje en facebook a nuestro grupo de amigos pero que queda colgado en nuestro muro y puede leer cualquiera que acceda al mismo. Aun es más claro en el lenguaje no hablado, el lenguaje de la imagen. Cuantas veces nos hemos vestido de una u otra forma según la impresión que queremos dar allá donde vamos. Pero no solo nos ven las personas destinadas a ello. En la calle, en el autobús, en la escalera, nos cruzamos con otras personas que también sacarán su impresión de nuestro vestido. Estamos hablando a través de la imagen que damos y en tanto y cuanto producimos una respuesta, aunque sea una valoración silenciosa, estamos entrando en comunicación con otras personas.
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Y hemos puesto el ejemplo del vestido porque es el más universal y cotidiano, pero hay muchos otros signos que constituyen una forma de hablar. El coche que llevamos, el saludo con que recibimos a una persona, la mayor o menor puntualidad en una cita. Si quedamos con una pareja de la que nos hemos distanciado y con la que queremos reanudar la relación interrumpida, da igual hombre que mujer, aunque éstas suelan ser mucho más sutiles en esto, que siempre había acudido a las citas arreglada para la ocasión y en esta ocasión aparece sin arreglar especialmente, vestida como para salir sola ¿No nos está diciendo sin palabras que no tiene mucho interés en ese encuentro? ¿Hasta el punto de que no le merece la pena esmerarse en arreglarse para vernos? ¿No nos está diciendo que no demos nada por sentado, que no seamos tan creídos? Si enviamos una larga carta llena de explicaciones a una persona a la que sabemos disgustada con nosotros por algún motivo y recibimos por toda respuesta un sobre con nuestra carta hecha añicos ¿No nos está gritando silenciosamente esa persona que no acepta nuestras explicaciones? ¿Qué no quiere saber nada con nosotros? Existir, pues, y no comunicar son cosas incompatibles. Y si eso es así en la vida social, mucho más en la actividad de un abogado, cuyo objetivo es, como hemos dicho, convencer y que para ello necesita entrar en comunicación con la persona a la que se quiere convencer. Por ello el abogado ha de tener muy presente que la comunicación tiene un desarrollo lógico si se quiere optar al resultado buscado. Y nótese que no hemos dicho si se quiere obtener el resultado buscado, sino si se quiere optar a ello. Porque aunque se consiga establecer una comunicación efectiva con la persona deseada, eso no implica que la convenzamos. Siempre será su decisión. Pero, por descontado que si no conseguimos ni siquiera esa comunicación, no hay ni la más mínima posibilidad de convencerla de nada. Hay que conocer, pues, cuales son los elementos de la comunicación. Los diferentes pasos que permiten que el mensaje, la idea, que el emisor quiere transmitir, sea percibido y entendido por el receptor. Porque en toda comunicación consciente y deseada hay siempre un emisor y un receptor. También hay un receptor en las comunicaciones no desea-
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Los lenguajes del foro
das, ya lo hemos dicho, pero al abogado en principio esto le es indiferente. Cuando se dirige al juez o al jurado, le es indiferente como pueda captar su mensaje el público que hay en la Sala, porque no es el destinatario de sus palabras. Lo que no quiere decir que deba olvidar que ese público está ahí. A ello volveremos cuando hablemos del lenguaje oral y más concretamente del alegato. Como también hay un receptor en las comunicaciones inconscientes, a veces incluso el mismo receptor de nuestro mensaje oral, pero que está recibiendo simultáneamente otros mensajes corporales inconscientes que contradicen o matizan lo que decimos verbalmente. Ahí sí que hay un riesgo importante para el abogado y por eso nos referiremos de nuevo al tema cuando hablemos del lenguaje del cuerpo. La necesaria coherencia que ha de haber entre el lenguaje verbal y el lenguaje no verbal. Volvamos, pues, a los elementos de la comunicación consciente. ¿Qué es comunicar? Transmitir algo a alguien con un propósito ¿Cuáles son los pasos o elementos que necesariamente integran la comunicación?
ELEMENTOS DE LA COMUNICACIÓN
En toda comunicación intervienen dos elementos básicos, el emisor y el receptor y entre ambos se establece una relación de ida y vuelta compuesta de varias fases. Actúa
Piensa
Traduce
Traduce
Percibe
Emite
El receptor
El emisor
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El emisor. Es la persona, el abogado en este caso, que quiere convencer a otro, un juez, un jurado, de que tome una decisión favorable a los intereses de su cliente. Pero sin olvidar que el papel del emisor no se mueve solo en este ámbito unidireccional, en el que él expone sus razones para intentar convencer a quien ha de resolver. El emisor también puede actuar en un ambiente bidireccional, un interrogatorio, una negociación, en el que sus preguntas van a generar respuestas y éstas otras preguntas o en el que sus argumentos van a ser contestados y refutados por la otra parte, a la que a su vez habrá que contra-argumentar. En este caso el emisor se convierte en receptor al escuchar a la otra parte, para volver a ser emisor cuando contra-argumenta. Pero con independencia de que se actúe de forma unidireccional o bidireccional ¿qué hace el emisor? El emisor piensa la idea que quiere transmitir, la traduce a signos, a palabras o conductas, y la emite al receptor. En ese triple proceso pueden producirse diversas interferencias que hagan que la idea que se quería transmitir no llegue en la debida forma al receptor o que le llegue equivocada o dudosa, con lo que habremos roto el circuito de la comunicación ya en sus inicios, haciendo ésta imposible y abriendo lo que se conoce como diálogo de sordos. El emisor piensa Cuando se quiere convencer a alguien de algo, lo primero es tener claros los argumentos a utilizar. Por eso el emisor, el abogado, empieza por pensar qué razonamiento le puede ser más útil y por el contrario cuales otros resultarían contraproducentes. El abogado piensa y elige las ideas a transmitir. El abogado piensa y decide la estrategia a seguir. Esto es así, o mejor dicho, debería ser así, en cualquier caso. Incluso cuando toca improvisar. La única diferencia es que en este caso hay que hacerlo mucho más rápido. El emisor traduce Pero esa idea hay que transmitirla y hacerlo de una forma que además pueda ser captada y entendida por el receptor. Si estamos ante una argumentación hablada o escrita, habrá que traducir esa idea a palabras. Si se trata de una comunicación no escrita habrá que reflejar de la forma más certera posible esa idea en signos y elegir por tanto cuales utilizar. El emisor emite Decidida ya la argumentación, traducida a palabras, a oraciones, a gestos concretos, sólo queda lanzarla hacia el receptor. Emitirla. Y ello implica decidir entre las varias formas de emisión posible de una misma palabra, de una misma frase, sea hablando o escribiendo. No es lo mismo hablar en un tono elevado, que hacerlo casi en un susurro. No es lo mismo
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leer un escrito, que hablar sin leer. No es lo mismo hablar de corrido, que hacerlo con pausas. No es lo mismo que esas pausas sean fruto del cansancio, del olvido, que de una estrategia deliberada. Como no es lo mismo escribir en un tamaño de letra que en otro más pequeño. O subrayar determinadas palabras o expresiones que no hacerlo, O utilizar la negrita o las mayúsculas. O inclinarse por los párrafos largos o bien por los cortos. A la hora de emitir la idea pensada y traducida a signos, nunca da igual como se haga. Porque no le da igual al receptor. El receptor. Es la persona, el juez en nuestro caso, o personas, el jurado, a quien quiere convencer el abogado. Pero también el testigo destinatario de nuestras preguntas. El abogado con quien nos sentamos a negociar, el cliente con quien tratamos de razonar una opinión profesional, el fallo de una sentencia o el importe de unos honorarios. ¿Y qué hace el receptor en el proceso de comunicación? En cierto modo el proceso inverso al emisor. Percibir el mensaje de éste, traducirlo y actuar en consecuencia. El receptor percibe En principio el receptor no tiene un interés especial en ser convencido. Es más, en muchos casos no quiere ser convencido porque piensa que ya tiene su criterio establecido. Todo lo más cabe esperar al abogado que, si se trata de un juez o de un jurado, tenga interés en emitir un fallo justo y por consiguiente traslade ese interés a recibir correctamente lo que le diga el abogado. Pero esto no es presupuesto suficiente, porque abogados, no lo olvidemos nunca, siempre hay dos por lo menos, y por consiguiente el interés del receptor será el mismo hacia ambos, o debería serlo. Por ello la labor principal del abogado será asegurarse de que su mensaje sea percibido con claridad por el receptor, evitando distracciones, huyendo de lo innecesario y de todo lo que pueda desviar su atención. El receptor traduce De la misma forma que el emisor ha convertido sus ideas en palabras, en signos escritos, es decir los traduce, el receptor ha de traducir esos signos, esas palabras a un lenguaje comprensible para él. Como toda idea abstracta, puede resultar un tanto difícil de entender, porque en principio parece obvio que si alguien nos está diciendo “el acusado no pudo estar en el lugar del crimen cuando éste se cometió”, es indudable que nosotros lo traducimos como “el acusado no pudo estar en el lugar del crimen cuando éste se cometió”.
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Pero pensemos por un momento que el juicio en el que intervenimos se celebra en París y que el emisor nos está hablando en francés y nosotros hemos de traducir sus palabras al español para entenderlas en toda su dimensión. O yendo un poco más allá, pensemos que se trata de un juicio en Madrid, pero que el emisor, el abogado de la defensa, es francés y al dirigirse a nosotros en español ha hecho una previa labor de traducción de su lengua, el francés, a otra que no es la suya. En ambos casos el receptor deberá hacer el esfuerzo para traducir el mensaje del emisor y capotar su verdadero sentido. Pues el mismo proceso mental se produce aunque tanto emisor como receptor hablen el mismo idioma y el receptor traduce en su cerebro a significados los significantes que emite el emisor. El receptor actúa Hemos dicho que comunicar es transmitir algo a alguien con la intención de que responda como esperamos. Con la intención de obtener una respuesta por su parte. En nuestro caso, la finalidad de la comunicación es convencer al receptor. Por eso el proceso de comunicación finaliza provocando que el receptor actúe. Que responda a nuestra emisión y que lo haga de forma consecuente. Ese es el objetivo de la comunicación. Pero en ese proceso pueden interferir diferentes elementos, pueden producirse errores, que impidan o dificulten la eficacia de la comunicación. Veamos cuales son los más importantes.
PRINCIPALES ERRORES COMUNICATIVOS Ese proceso de comunicación puede verse alterado o desvirtuado por errores, tanto del emisor como del receptor. Errores en el emisor. Son dos, fundamentalmente. Falta de autoridad y falta de claridad en las ideas. Estamos buscando convencer, por lo que cuando hablamos de autoridad no nos estamos refiriendo a que haya que utilizar un tono verbal, unas expresiones escritas o una imagen destinadas a ponernos por encima de aquél a quien queremos convencer, con un criterio jerárquico, de poder. La autoridad a que nos referimos es la que dimana de la convicción, del conocimiento y de la seguridad en uno mismo.