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ESTUDIOS SOBRE CIENCIAS DE LA SEGURIDAD Polic铆a y seguridad en el Estado de Derecho

Directores:

Vicenta Cervell贸 Donderis Francisco Ant贸n Barber谩

Valencia, 2012


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© Vicenta Cervelló Donderis Francisco Antón Barberá

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Agradecimientos En Septiembre de 2005 la Universitat de València implantó los estudios de Ciencias de la Seguridad, Titulo Propio que veía colmadas las aspiraciones de muchos miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de seguir unos estudios universitarios que completaran su formación y mejoraran su preparación profesional. En la actualidad, estos estudios se encuentran en proceso de extinción para dar paso al nuevo Grado en Criminología, que recoge en su último año, junto a la especialidad de Criminología aplicada, la de Seguridad pública y la de Investigación privada. Por ello como culminación de esta entrañable titulación, presentamos esta obra que reúne las aportaciones de muchos de los docentes que han impartido clase a lo largo de todos estos años, con la pretensión de difundir la idea de Estado de Derecho como vértice de las actuaciones policiales. Sirvan estas líneas para agradecer a cuantos han hecho posible llevar a cabo y culminar estos estudios, en reconocimiento a su labor en esta inolvidable etapa que hemos vivido juntos: – A Enrique Orts, Carlos Alfonso Mellado, Antonio Ariño y Luis Ibáñez, que desde la Universitat de València y la Generalidad Valenciana iniciaron los trabajos de elaboración y reconocimiento del título. – A la totalidad del profesorado que ha impartido clase a lo largo de este periodo por su dedicación y entrega. – A todos los profesionales (jueces, fiscales, policías, abogados, detectives privados…) que han participado en conferencias y seminarios. – A Alicia Armengot y Asun Colás por sus funciones de coordinadoras de curso. – A María Vicenta García Soriano, nuestra querida Vicen, por su implicación, dedicación y entrega al título de Ciencias de la Seguridad, porque incluso en la adversidad siguió trabajando y nos entregó su aportación a esta obra que lamentablemente no pudo ver publicada y por el entrañable recuerdo que nos ha dejado de su amistad, esfuerzo y coraje. – A Nanda Requena y Natalia Molada por su inestimable ayuda a través de la Fundación Adeit Universidad-Empresa. – A Mª Ángeles Sáez, Elena Serrano, y Patricia Belenguer que desde la secretaría de la Facultad de Derecho tanto nos han ayudado en la resolución de múltiples problemas.


– Y por supuesto a nuestros alumnos y alumnas, sin ellos nada de esta magnífica experiencia se hubiera podido llevar a cabo. A todos muchas gracias por su colaboración. Valencia, 2012 Vicenta Cervelló Donderis, Francisco Antón Barberá


Índice Agradecimientos...................................................................................................................... 4 A propósito de la seguridad....................................................................................................... 4 Enrique Orts Berenguer Universitat de València

ÁREA JURÍDICA El juicio rápido por delito: la fase de investigación policial y la fase de instrucción............................ 13 Alicia Armengot Vilaplana Profesora Titular de Derecho Procesal Universidad de Valencia Pacificación de la sociedad y mediación penal.............................................................................. 41 Emiliano Borja Jiménez Catedrático de Derecho Penal Universidad de Valencia Recogida de muestra, vestigios o elementos, para la averiguación del autor del delito......................... 40 Adoración Cano Cuenca Fiscal de la Fiscalía Provincial de Valencia Uso de la fuerza y trato incorrecto en las actuaciones policiales en defensa de la seguridad ciudadana y el orden público............................................................................................................... 37 Vicenta Cervelló Donderis Profesora Titular de Derecho Penal. Universitat de València Referencia a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en la Legislación Penitenciaria............... 40 César Chaves Pedrón Abogado Profesor Asociado Derecho Penal. Universitat de València La introducción de la “lógica de la seguridad” en el derecho penal español de menores (la influencia de los medios de comunicación)............................................................................................ 26 Asunción Colás Turégano Profesora Titular de Derecho Penal Universidad de Valencia La instrucción policial en los delitos contra la seguridad vial......................................................... 23 Daniel Ferrandis Ciprián Universitat de València ¿Cómo distinguir entre la Moral y el Derecho al enseñar a aprender deontología de las profesiones de la seguridad? El caso del beso de Azuaga............................................................................... 29 José García Añón Universitat de València El derecho a la propia imagen y la captación y publicación de fotografías de los Agentes de Policía...... 26 María Vicenta García Soriano Profesora Titular de Derecho Constitucional Universitat de València


Intervención de la policía en la investigación de los delitos competencia de los JVM........................... 21 José María Gómez Villora Derecho penal del medio ambiente (Cap. III, Tít. XVI) a partir de la reforma penal de LO 5/2010, de 22 de junio....................................................................................................................... 35 Elena M. Górriz Royo Profesora titular Derecho penal Universitat de València Policía judicial de primer grado y su intervención en la instrucción penal....................................... 47 Ricardo Juan Sánchez Prof. Titular de Derecho Procesal Universitat de València La planificación de la Movilidad Urbana Sostenible.................................................................... 29 Consuelo de los Reyes Marzal Raga Prof. Derecho Administrativo Universitat de València (Estudi General) Reflexiones críticas en torno al control social penal....................................................................... 27; Miguel Ángel Moreno Alcázar Universitat de València De la cooperación a la integración policial en la Unión Europea.................................................... 34 José Roberto Pérez Salom Profesor Titular de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales Universitat de València (Estudi General de València) Derecho de defensa y asistencia letrada en dependencias policiales................................................... 25 José Miguel Sánchez Villaescusa Abogado; Profesor asociado de Derecho Penal (Universidad de Valencia) Profesor de Ciencias de la Seguridad Algunos aspectos de la configuración constitucional de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad................ 15 Juan Ignacio Soler Tormo Universitat de València

ÁREA CRIMINOLÓGICA Y PSICOSOCIAL El periodismo de sucesos y la investigación policial....................................................................... 35 Salvador Barber Font Periodista Aspectos psicológicos de la victimización...................................................................................... 13 Ángela Beleña Mateo y Mª José Báguena Puigcerver Dpto. Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos Universidad de Valencia Mujeres víctimas. Violencia de género......................................................................................... 29 Pilar Bojo Inspectora CNP Jefa del SAM


Los derechos de las víctimas de violencia de género según la LMPIVG. Las oficinas de atención a víctimas del delito en la Comunitat Valenciana: protocolo de actuación ante los supuestos de violencia de género............................................................................................................. 25 Raquel Campos Cristóbal Letrada de la OAVD de Catarroja La comunicación policial a los medios de difusión........................................................................ 54 Manuel Castilla Oroz Inspector Jefe del CNP Periodista Culturas adolescentes de riesgo. El grupo y la socialización callejera................................................ 12 José Vicente Esteve Rodrigo Departamento de Psicología social. Universidad de Valencia Eliot Ness: criminólogo y director de seguridad pública.................................................................. 30 Vicente Garrido Genovés Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas Universidad de Valencia Psicología del testimonio........................................................................................................... 17 María Jesús López Latorre Universidad de Valencia La resolución de los conflictos comunitarios por la Policía Local..................................................... 32; (La Mediación Policial)............................................................................................... 32 Rafael Manuel Mogro Terrones Intendente General; Licenciado Derecho Antonio Berlanga Sánchez Licenciado Criminología y Diplomado Trabajo Social


A propósito de la seguridad Enrique Orts Berenguer Universitat de València

Hablar de seguridad, de la Seguridad y de la Inteligencia, indisolublemente unidas y tan difíciles de delimitar conceptualmente, revela unas buenas dosis de temeridad en mi caso, sin otra excusa, que no justificación, que la apuntada en la reflexión final de estas digresiones. Para empezar, definir la Seguridad y definir la Inteligencia son tareas que desbordan mis posibilidades, y no sé si están al alcance de alguien, habida cuenta de los múltiples objetivos, funciones, actuaciones, organizaciones y campos que aquellas abarcan; y definir la seguridad me parece, igualmente, una tarea imposible, sin saber muy bien si escribirla con “S” mayúscula o minúscula. En el fondo, los afanes definitorios son característicos de la clase profesoral que se obstina en formular teorías y conceptos generales, en la convicción de estar así haciendo Ciencia. Ciertamente, se pueden ensayar definiciones, pero si se piensa sólo en la seguridad ciudadana, por ejemplo, y en todo lo que comprende; o que la Inteligencia pública incluye, por lo menos, “la obtención, evaluación e interpretación de información relativa a la protección y promoción de intereses políticos, económicos, industriales, comerciales, estratégicos”, etc.; y que hay otras Inteligencias, privadas incluidas, dentro de empresas de seguridad o simplemente en grandes corporaciones o en grupos con grandes intereses financieros; que entre sus actividades figura la contrainteligencia, el contraterrorismo, el espionaje y contraespionaje industrial y comercial, etc.; si se tiene en cuenta todo eso y se aliña con lo que suponen la globalización y las tecnologías disponibles en constante evolución y, en definitiva, el mundo en que nos toca vivir, nos encontraremos ante un amasijo difícil de demarcar con rigor. Y si nos empecinamos en precisar qué es la seguridad incurriremos en pretenciosas elucubraciones que no nos conducirán a parte alguna o a lo sumo ilustrarán sobre algunos aspectos de los reiterados objetos de esta reflexión. De manera que resulta más práctico prescindir de conceptos y tomar como base de esta exposición uno no explayado, fácil y difícil de rebatir a un tiempo: la Seguridad es uno de los objetivos esenciales de las Cuerpos y Fuerzas de Seguridad; o es Seguridad lo que hacen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, lo que hacen las empresas de seguridad; es Inteligencia lo que hacen las Agencias de Inteligencia, públicas y privadas; o algo por el estilo. Y seguridad, pues, un sueño imposible, por ejemplo, que tiene que ver con sensaciones, con emociones, con impresiones, con deseos, con percepciones de ausencia de riesgos, con innumerables prohibiciones, con cifras de delincuencia,


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con la realidad circundante, con la información y la clase de información que se recibe..., al menos en nuestro entorno. Pues bien, mi imagen de la Seguridad pública y privada y de la Inteligencia estuvo condicionada durante muchos años por mis lecturas de grandes de la literatura, por no pocas películas y por mis vivencias en la época de la dictadura que surgió de “la guerra de los tres años”, como parece que algunos improvisados, y nada imparciales ni desinteresados, historiadores pretenden calificar a la Guerra Civil. No recuerdo si fue primero el cine y luego la literatura, creo que sí, pero me centraré en la segunda. Las primeras novelas de “espías” que leí llevaban la firma de Graham Greene; después leí alguna de Joseph Conrad, y más tarde varias de John Le Carré, y entremedias bastantes que no llegué a terminar y apenas recuerdo (y por entonces vi la película más inteligente que, creo, se ha hecho sobre espías: Five fingers (“Operación Cicerón”), de Joseph L. Mankiewicz). Mis preferencias, no obstante, se decantaron, desde siempre, hacia los detectives privados protagonistas de novelas negras, en concreto. Creo que el primer “consultor” del que tuve noticia fue C. Auguste Dupin o quizá fue Sherlock Holmes. Hubo otros, pero, ni literaria ni emocionalmente, me interesaron gran cosa. Fue más tarde cuando supe de los tres que más me han atraído: Samuel Spade, Philip Marlowe y Lewis Archer, cuyos creadores hicieron algo más que plantear un misterio y resolverlo más o menos artificiosamente en un farragoso capítulo final. Después han aparecido otros investigadores (o he tenido noticia de ellos), algunos del Norte de Europa, pero ni me han entusiasmado ni, desde luego, han logrado eclipsar a mis preferidos. En cambio, ningún policía oficial de ficción se granjeó mis simpatías (a Maigret únicamente he de agradecerle que me descubriera el calvados). No es casualidad que varios de los escritores mencionados hubieran trabajado en Inteligencia y Seguridad, y que alguno diera ejemplo de dignidad y valor cívico frente a la barbarie desatada del pensamiento y la acción más reaccionarios. Es claro que me refiero muy especialmente a Dashiell Hammett, que “extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón...”; “devolvió el asesinato al tipo de personas que lo cometen por algún motivo, y no sólo por el hecho de proporcionar un cadáver. Y con los medios de que disponían, y no con pistolas de duelo cinceladas a mano, curare y peces tropicales” (Raymond Chandler). Por supuesto, los inventores de los investigadores que he citado no realizaron estudios minuciosos sobre los mundos de la Seguridad y la Inteligencia, pues ni esa era su misión ni se lo propusieron; tampoco ofrecieron una visión idílica ni heroica de esos mundos, sólo se sirvieron de esos contextos para mostrar la realidad que les rodeaba. No es que fueran pesimistas y críticos con los personajes que se dedican a aquellas actividades, es que lo son respecto del conjunto


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de la humanidad. Y verdad es que la representación que yo tengo de ésta, de la humanidad, no es, en más de un sentido, mucho mejor, aunque quizás igual de indulgente, cuando pienso en muchas personas de escasos medios, débiles y asustadas, salvo en momentos de exultante e ilusoria exaltación, que anhelan un poco de seguridad. Esa seguridad que, probablemente, bulle en el fondo del contrato social. Naturalmente, no voy a hablar de los libros leídos hace mucho tiempo, aunque sí voy a aprovecharme de la sabiduría que encierran para permitirme alguna reflexión sobre algunas facetas de la seguridad, en varios ámbitos: – el de la legalidad; – el de la ética; – el de la inseguridad; – el de la ayuda al ciudadano y al cliente; – el de la colaboración entre Administración de Justicia, las fuerzas de seguridad públicas y las empresas de seguridad privadas: – la enseñanza de la Seguridad y la Inteligencia. Pero antes, me parece obligado recordar algo que, por tan obvio, a menudo se pierde de vista. Hablamos de seguridad en referencia a las funciones que desarrollan los Cuerpos y Fuerzas del Estado, las distintas policías, las empresas de seguridad y los detectives privados, con el fin de dispensar una protección a los ciudadanos frente a ataques a sus bienes jurídicos, proporcionarles tranquilidad y favorecer la convivencia pacífica, en definitiva. Y a lo largo de la Historia, y temo que de la Prehistoria, ha sido muy reducido el número de personas que ha gozado de semejante protección. Con certeza, desde siempre, la gente ha querido tener seguridad, pero casi nunca la ha tenido o la que ha tenido no era nada deseable, como no lo es la que ofrece una dictadura. Si nos paramos a pensar en cuántas personas han tenido una vida corta y desgraciada, cuántas han sido esclavizadas, explotadas de una forma u otra, masacradas, asesinadas, “ajusticiadas”, torturadas, perseguidas, encarceladas, cuántas han pasado hambre y la han visto pasar a sus hijos, han carecido de la más rudimentaria asistencia sanitaria, de agua corriente, han sufrido guerras abiertas o soterradas, injusticias, humillaciones, degradaciones, malos tratos, violaciones, abusos de todo tipo, amenazas, atentados, etc., etc., la conclusión a la que se llega sin esfuerzo es a considerar que la seguridad de la que hablamos es un lujo al alcance de muy pocos, a los ciudadanos de unos cuantos países y aun en éstos, de forma despareja (y que el balance de costes/beneficios de la historia de la Humanidad arroja un saldo muy desfavorable, pues las cantidades incontables de sufrimientos y de injusticias soportadas por aquélla, todas juntas desbordan abrumadoramente cualquier otro indicador positivo).


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Tras esta observación o este recordatorio, vuelvo a la Seguridad y a la Inteligencia que nos ocupa, y al respecto debo decir que haber estado varios años adscrito al Instituto Universitario de Investigación en Criminología y Ciencia Penales de la Universitat de València (ICCP) y el contacto con compañeros provenientes de distintas disciplinas, con miembros de los cuerpos de seguridad y con personas dedicadas a la seguridad privada, ha hecho seguramente que tenga una idea más positiva de la Seguridad y de quienes la sirven y, sobre todo, más compleja. En esta Universidad y en este Instituto, bajo otra denominación, comenzó hace muchos años la preocupación por la seguridad, que se plasmó en la organización de Jornadas y Seminarios sobre numerosos y variados temas policiales y criminológicos, así como cursos a distancia y presenciales sobre Ciencias Policiales y Directores de Seguridad, que abrieron el camino a la titulación de Ciencias de la Seguridad, impulsada en sus inicios también por el Instituto. a) Como profesor universitario, me esfuerzo día a día en mantener mi fe en el Derecho, en el Derecho penal, y en transmitir esa creencia un poco a contracorriente frente a actitudes escépticas que tienden a desconfiar de él. Por suerte, tuve un amigo, un gran amigo, Ignacio de Otto y Pardo —al que nunca se dedicara una humilde calleja en localidad alguna, pese a haber sido uno de los juristas más sólidos y finos que ha dado este país—, que al colega que le espetó que cada vez creía menos en el Derecho, le respondió: “también a mí me cuesta creer en el Derecho, pero todavía creo menos en la guerra civil permanente”. Es difícil expresar de forma más gráfica la necesidad del Derecho. Marlowe, Spade y Archer se mueven a menudo bordeando el filo de la legalidad, unas veces al abrigo de los “privilegios” de un abogado, otras no, y casi siempre teniendo roces con fiscales y policías, en parte por la existencia de finalidades y motivaciones contrapuestas, en parte porque el interés dramático de las obras requiere de esos conflictos. Un caso muy simple y lineal no conmueve al lector: en toda historia que se cuenta ha de haber enfrentamientos, peligros, peleas y sexo, y pienso que en la vida real no surgen romances por doquier, ni señoras ni señores despampanantes tras cada puerta, y sí mucho trabajo paciente y rutinario. Pero lo que pretendía destacar no es tanto el contenido ni el estilo de unas novelas sino algunos problemas latentes en todas ellas, uno de los cuales es el de la legalidad. Policías y detectives privados tienen marcados unos límites legales en sus respectivos campos de actuación, unos límites que no deben rebasar. Y si lo apunto no es porque crea que unos y otros se los saltan alegremente, sino porque considero oportuno recordar que frente a lo que a veces puede pensarse, los límites son positivos, necesarios y beneficiosos, y, por descontado, justos. Cuando se proclama que han de recortarse las libertades para conseguir una mayor seguridad (como cuando se reclama un endurecimiento de las penas para acabar


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con la delincuencia), se incurre en varios errores de bulto, por ignorancia o por la persecución de obscuros fines. Libertad y seguridad no son incompatibles, como se cree o se pretende hacer creer por algunos o por muchos, no aumenta una porque disminuya la otra (salvo para los dictadores y su círculo fiel), al contrario, se complementan. El pacto social en cuyo marco vivimos tiene por objeto el logro de una convivencia segura y en libertad. Y esto sólo es posible en un Estado de Derecho que, con todas sus imperfecciones, es el único que respeta la dignidad del ser humano, al tratarle, con arreglo a la idea kantiana, como sujeto y no como objeto, y el único que nos ampara a todos frente a las extralimitaciones de los poderes públicos. Y no está de más recordar que cualquiera puede verse metido en un maldito embrollo sin proponérselo. Cuando la seguridad se postula desde posiciones ultraconservadoras, autoritarias, no importa el color que se auto asignen, se la ha contrapuesto a los derechos fundamentales y a las libertades públicas, presentando las cosas, ante sucesos particularmente dramáticos, como una disyuntiva innegociable: o seguridad o libertad. Son visiones romas y/o turbiamente orientadas a objetivos ajenos al bien común, por más que en algún momento puedan resultar explicables en parte. Y cuando quien se manifiesta a favor de cercenar las libertades es un simple ciudadano, no se puede pensar por menos que tiene alma de siervo (o de explotador). El desdén por la libertad sólo se comprende en personas así y en las de talante autoritario, nostálgicas de sistemas dictatoriales, capaces de gritar estúpidamente “viva las cadenas”. La ausencia de límites legales lo que sí hace es facilitar la tarea a quien, dentro de las fuerzas de seguridad, prefiere no esforzarse, ni cerciorarse no tanto de que el culpable sea castigado sino de que el inocente no lo sea. La legalidad encierra las garantías que ha costado sangre alcanzar y que nos hemos dado como respuesta a la gran preocupación de los Ilustrados: que nunca se condenase a un inocente, al punto de considerar preferible la absolución de noventa y nueve culpables que la condena de un solo inocente. Mis admirados detectives, sin embargo, no tenían el menor empacho en forzar una cerradura, o en practicar un registro concienzudo sin autorización y tomar algún objeto o retenerlo, por un afán de descubrir la verdad, por ayudar a su cliente, tal vez para hacer justicia. Como penalista no puedo aprobarlo, pero como me caen bien, de algún modo, miro hacia otro lado. Además ellos no siempre persiguen sentar a alguien en el banquillo. Aunque, la obtención de indicios a cualquier precio choca contra el principio fundamental de presunción de inocencia y, por fuerza, con el de legalidad. Uno de los “policías oficiales” más repulsivos de la historia del cine, Quinlan, hacía cuanto estaba en su mano y más para que los delincuentes fueran condena-


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dos, no importaba si para ello había de prefabricar pruebas o hacer algo monstruoso. Y a menudo estaba en lo cierto, el sujeto al que acosaba era culpable, sin que quedara del todo claro si pretendía ponerle a disposición de la justicia o asesinarle en su nombre, ni la razón última de su empeño. Tampoco está claro que un mayor rigor de las penas reduzca los niveles de delincuencia: nunca lo ha hecho. Desde Beccaria se viene repitiendo que no es la dureza de las penas la que disuade a alguien de llevar adelante su propósito de delinquir, si no va acompañada de una casi certeza de que el castigo, el que sea, le alcanzará. Cuando las posibilidades de sufrir una condena penal no rozan el 100%, la disuasión no funciona del todo. Y bien sabemos de las elevadas tasas de delincuencia oculta, que queda al margen de la sanción penal. Y ello, sin contar con un aspecto nada desdeñable que me hizo notar un alto militar divisionario, cuando, en plena era franquista, me confesó que él no creía en la pena de muerte y que la consideraba ineficaz para desalentar, sencillamente porque quien ha resuelto a hacer algo (él, ir a la Segunda Guerra Mundial) piensa que ni le va a tocar la pena de muerte ni la bala enemiga. Y si la severidad nominal de las penas por sí sola nada resuelve, las restricciones de la libertad, menos. En un régimen dictatorial puede que aumente la sensación de seguridad, ésta incluso, para los adictos, pero no faltarán delitos comunes (en el nuestro los había) y aumentaran los políticos fruto de la mera discrepancia (y los cometidos al amparo de leyes injustas y de “obediencias debidas”). Para los disidentes y opositores no hay otra “seguridad” que la de la detención y la cárcel, o la ejecución. La Seguridad y la Inteligencia Públicas constituyen servicios públicos sometidos a la Constitución y a la legislación ordinaria, están enmarcadas, por tanto, por las coordenadas del Estado de Derecho. Y no es empresa fácil hacer frente a amenazas graves para nuestra seguridad y convivencia, desde las más convencionales hasta las más temidas, como las que derivan de las acciones terroristas y del crimen organizado, y hacerlo con escrupuloso respeto al ordenamiento jurídico, en unos escenarios cambiantes a ritmo nunca visto antes, bajo la presión de la opinión pública y de los medios de comunicación, al menos de los más escandalosos. Y, en este estado de cosas brotan no pocos problemas necesitados de más estudios profundos y rigurosos: desde el particular régimen jurídico de la inteligencia, los límites a que está sometida en punto a la afectación de derechos fundamentales, el control judicial, el político, el parlamentario; hasta cuestiones tan importantes como los atinentes a los secretos de Estado; a las intromisiones en los distintos aspectos de la intimidad, los conflictos entre seguridad nacional y derechos fundamentales; y otro tanto cabe decir de las normas estatales y autonómicas en materia policial, sin olvidar la relativa a la seguridad privada, en cuyo ámbito no faltan empresas poseedoras de auténticos ejércitos privados, provistos de sus correspondientes Inteligencia y Seguridad, que alquilan a los Estados


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(algo nada nuevo, pues desde la noche de los tiempos ha habido mercenarios, condotieros, que alquilaban su espada al mejor postor, y que hoy estaban al servicio de tal o cual reyezuelo y mañana de otro). Como es lógico, la Seguridad y la Inteligencia de las entidades privadas, en general, llevan a cabo actividades particulares y persiguen fines particulares, que, a veces, pueden confundirse con el espionaje, y en consonancia tienen un régimen jurídico radicalmente distinto del de las agencias y fuerzas estatales, en especial en lo que hace a las intromisiones en la intimidad de las personas. De estas afirmaciones no debe extraerse la conclusión de que, en mi opinión, la Seguridad y la Inteligencia públicas son buenas y las privadas, malas. Semejante maniqueísmo carece de fundamento. Sólo quiero apuntar que, en general, los ciudadanos y los medios de comunicación nos ocupamos y preocupamos más por las actividades de los organismos públicos y nos olvidamos algo de lo que pueden llegar a hacer sus homónimos privados. b) Si los tres detectives literarios son flexibles con algunas cuestiones legales, los tres se atienen a un código ético de conducta que nunca transgreden. Pueden dar, tienen que dar, una imagen de dureza y cierto cinismo, pero tienen unos topes morales que nunca traspasan, extremo que les diferencia claramente de los canallas. Y en toda actividad, en la de quienes trabajan en Seguridad, pública o privada, de forma muy especial, porque sus actuaciones pueden afectar a derechos fundamentales de las personas, los límites éticos, los códigos deontológicos son primordiales: no basta con respetar la ley, algo que va de suyo y es crucial, es necesario también proceder con acatamiento de unos principios morales, como los que se contienen en los códigos deontológicos y de ética profesional. Si un profesor universitario aceptara una cesta navideña bien provista, ofrecida por un alumno, tal vez no estuviera cometiendo una acción delictiva, o quizá sí, pero, desde luego, no sería ética, porque frente a ese alumno perdería la objetividad e imparcialidad con la que siempre debe producirse un servidor público (y la propia Constitución exige en su art. 103.1). c) Las relaciones de las fuerzas de seguridad con los ciudadanos (con los clientes, en el caso de quienes se desenvuelven en el mundo de la seguridad privada) tienen una enorme importancia. Sobre las de los clientes con las empresas de seguridad o con los detectives privados que, como es lógico serán muy variadas, no me atrevo a decir mucho, pero si recurro una vez más a mis detectives, observo que frecuentemente tienen problemas con sus clientes, porque éstos no siempre juegan limpio con Spade, Marlowe y Archer, ni siempre abonan sus magros honorarios. De manera que éstos no sólo tienen que resolver un problema sino que, repetidamente, han de averiguar de qué problema se trata, aun con la oposición de sus clientes. No sé hasta qué punto esto sucede —sucede en el ejercicio de la medicina, de la abogacía, etc., así que ¿por qué no va a ocurrir en el de la seguridad privada?— y creo que en la seguridad pública ocurre otro tanto. ¿Acaso no


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menudean las denuncias falsas, interpuestas por unas u otras razones? ¿Acaso no se reclama en ocasiones sin motivo la presencia policial? En suma ¿no se hace por algunos un uso abusivo de este servicio público? La tarea de las fuerzas de seguridad es de muy considerable necesidad y utilidad sociales, también la de quienes trabajan en la privada, por la ayuda que suponen para muchas personas que se enfrentan a situaciones para las que no pueden (o no les conviene) recabar el auxilio de las primeras, que incluso pueden carecer de competencia para intervenir. Fuerza pública y seguridad privada tienen que bregar con enormes problemas en el día a día, y, además, habérselas con intentos de manipulación de los usuarios de sus respectivos servicios y de quienes, por su condición de servidores públicos, supuestamente, debían ser los más leales aliados de la primera. Baste como ejemplo de lo dicho, el comportamiento de determinados políticos que, para conseguir un rédito electoral, imputan infundadamente turbias y delictivas maniobras a miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, que no siempre tienen el apoyo que merecen y sería de esperar, de entrada de las autoridades políticas, y también de los medios de comunicación y de la ciudadanía. d) La inquietud, a veces la obsesión, por la seguridad y la inseguridad son sentimientos y sensaciones explicables, pero no siempre justificados, impulsados no se sabe bien por quien o anidados en estratos o archivos no accesibles de la mente. Es comprensible y legítimo que las personas quieran saberse y sentirse seguras, pero ni la ausencia de toda clase de riesgos es real ni siempre los riesgos están bien detectados ni tratados. Probablemente, las agresiones físicas, acompañadas o no de ataques contra el patrimonio o la libertad sexual son los que despiertan mayor temor, junto con los allanamientos de morada, y los atentados terroristas, por descontado. Por suerte, las cifras de delincuencia en España, pese a la crisis, no son malas del todo, si las comparamos con las de los demás países de la Unión Europea, en tanto que nuestra población penitenciaria presenta unas tasas muy elevadas. Con todo, si bien se mira, el temor suele provenir de acciones de extraños, de desconocidos, cuando resulta más probable ser víctima de hechos realizados por personas próximas, tan próximas como las que integran el círculo familiar. En todo caso, quizá tendría sentido un poco más de desasosiego por la delincuencia financiera y por los fraudes fiscales y laborales, tan comunes y tan dañinos para la sociedad, máxime en los tiempos que corren, y no siempre suficientemente investigados y perseguidos. Tampoco hay que olvidar la existencia efectiva de otras fuentes de inseguridad relativamente más fáciles de combatir. Es verdad que vivimos en una sociedad de riesgo, es verdad que hay “riesgos permitidos”; pero, lamentablemente, también los hay impuestos por unos y soportados a la fuerza por otros. Basta pensar en el uso que de las aceras hacen numerosos ciclistas, con serio peligro para las


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personas que caminan por ellas, que pueden ser niños, ancianos, invidentes, personas con escasa movilidad, etc. De manera que una conducta prohibida se ha impuesto, por la decisión unilateral de los que se desplazan en bicicleta, tolerada y, en buena medida, fomentada por las autoridades, con la consiguiente creación de una inseguridad nada imaginaria para los peatones, que intentan llegar a los sitios en la forma natural de desplazarse de los bípedos implumes. Con reglas, civismo y sentido de la responsabilidad personal (y civil, seguro incluido) podrían evitarse peligros concretos, que no abstractos, y accidentes reiterados, ni sancionados ni reparados. Hay otra suerte de inseguridad propiciada por la desigual aplicación de las leyes por parte de las autoridades judiciales y administrativas, incluidas las propias fuerzas del orden. La inseguridad jurídica, además de injusta, genera una profunda desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones. Así, por un lado, es más corriente de lo que sería deseable toparse con sentencias que dan respuestas distintas a hechos sustancialmente idénticos, consecuencia de una independencia judicial mal entendida y de un exceso de trabajo. Se echa en falta esa mínima homogeneidad en las prácticas judiciales, que permita al ciudadano saber a qué atenerse. Y por otro, resulta llamativa la desidia de no pocas instituciones, de nuestros Ayuntamientos, por ejemplo, ante comportamientos incívicos que causan molestias y enfermedades a muchos conciudadanos, como los generadores de ruidos, que acaban costando una condena al Estado español, a todos, por tanto, del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En estos casos, hay una responsabilidad compartida de empresarios que no cumplen las disposiciones sobre la materia, de ciudadanos a los que no les importa incomodar a los demás, perturbar su descanso, con tal de divertirse, y pasividad de las autoridades municipales. Y otro tanto podría decirse a propósito de más de un comportamiento y actividad. Esa disparidad de actitudes y de trato en la aplicación de las normas y esa desidia abundan en la inseguridad. e) La colaboración entre Administración de Justicia, la fuerza pública y las empresas privadas es por completo esencial para mejorar la seguridad. Y este es otro aspecto del problema que aparece de forma recurrente en las novelas de detectives, que en más de una ocasión tienen serios enfrentamientos con fiscales y policías. Creo que muy bien puede decirse, hay trabajo para todos. Y aunque el grueso de la seguridad, por ser ésta un servicio público, ha de recaer sobre los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, la cooperación con quienes trabajan en la Seguridad privada es más que deseable, precisa y de provecho para la sociedad. f) La Seguridad y la Inteligencia son absolutamente necesarias. Sin ellas las sociedades abiertas y sus ciudadanos se verían indefensos ante poderosos enemigos, ante quienes carecen de barreras éticas, ante quienes en nombre de la


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Enrique Orts Berenguer

sinrazón (o del sentir patriotero o de extravagantes y fundamentalistas interpretaciones religiosas de distinto signo) o, simplemente, de la ambición y el odio, están dispuestos a perpetrar toda clase de atrocidades. Y sin embargo, aunque esto es evidente, aunque todos anhelamos la Seguridad no la valoramos profesionalmente, ni se la entiende bien en los mismos círculos empresarial e institucional. Es significativo que en nuestro país, y en otros muchos, no se aprecien socialmente como deberían las profesiones policiales y de inteligencia. Nada se descubre diciendo que no figuran entre las mejor pagadas, pese a las importantes funciones que desempeñan, o que a quienes las llevan a cabo se les dedique alguna denominación despectiva. Por supuesto, no puede esperarse un buen trabajo de unos funcionarios mal pertrechados de formación y medios; como no puede esperarse que los estudiantes con mejores expedientes, si no sienten una gran vocación, se sientan atraídos por la Seguridad o la Inteligencia (y uno no puede sino preguntarse ¿por ventura son más importantes las funciones que competen a un registrador de la propiedad que las que ejerce un policía nacional o un guardia civil? por ejemplo). Y sin embargo, los nuestros no han estado sobrados de ninguna de las dos cosas durante bastante tiempo, y si han hecho bien muchas cosas ha sido por el esfuerzo, casi voluntarismo, de unos excelentes servidores públicos. A los que no se les valora suficientemente y a los que se exige comportamientos casi épicos a diario. Desde un tiempo a esta parte, la Universidad ha empezado a ocuparse de la Seguridad y la Inteligencia, la de Valencia en particular. Buena muestra de ello es este libro, los cursos que se imparten y las jornadas y seminarios que se organizan, sobre todo por profesores adscritos al ICCP, y por profesionales de la Seguridad y la Inteligencia. Las buenas y fluidas relaciones de unos y otros son enriquecedoras y ventajosas para todos, el conjunto social incluido que se beneficia de que los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y de las Policías Locales y Autonómicas, a los que corresponde, en primer término, velar por la tranquilidad ciudadana, estén mejor formados y puedan desarrollar con más solvencia sus funciones. E igualmente favorece a quienes trabajan en el sector de la seguridad privada, que pueden obtener una mejor capacitación profesional en muchos campos; y, desde luego, a la Universidad que ve ampliado su campo de influencia, y ha de exigir a sus profesores que estudien materias nuevas, que profundicen e investiguen en ellas. Y, como siempre y en general, nada es más positivo para mejorar la preparación de unos y otros, que profesores y profesionales entren en contacto, desarrollen proyectos comunes y aborden la docencia de forma conjunta. g) La seguridad es un valor totalmente digno de protección, que no ha de fundarse sobre la eliminación o el recorte de las libertades individuales. Los servicios de Seguridad e Inteligencia pueden hacer un excelente trabajo en beneficio de la ciudadanía, actuando dentro de la legalidad, sobre todo si tienen la formación


A propósito de la seguridad

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y los medios suficientes y adecuados, porque en ocasiones, cuando se ha insistido, por las autoridades del momento, en que había de incrementarse la represión penal, con la consiguiente limitación de las libertades, también se ha reducido la inversión en Seguridad Pública, y ha habido menos policías y peor dotados. Paradoja insalvable, disparate que acaso pueda diluirse si quienes promueven ambas cosas a la vez quieren una mayor participación de las empresas de seguridad privadas en la inacabable lucha contra la inseguridad (a veces artificiosa y arteramente promocionada por ciertos medios políticos y de comunicación). Ese no es el camino: la Seguridad y la Inteligencia son muy importantes, son valores de los que el Estado no puede hacer dejación, y si en verdad son caras, lo repite mi amigo Paco Antón, la inseguridad todavía lo es más y golpea con mayor fiereza a quienes menos tienen. Precisamente, por “culpa” de este buen amigo me veo redactando estas líneas, con más osadía que tino, apoyándome en tres grandes escritores, en cierta experiencia adquirida y en algunas lecturas. No es mucho bagaje para hablar de Seguridad e Inteligencia, pero el afecto es lo que tiene, que te hace sacar de donde no hay.


ÁREA JURÍDICA


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