UN VIAJE INÚTIL
COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales
UN VIAJE INÚTIL ROSSANA ROSSANDA
tirant humanidades Valencia, 2021
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© Rossana Rossanda
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Índice MÁS VALE ROJO UNA VEZ QUE CIENTO AMARILLO..............................................
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PRÓLOGO DEL TRADUCTOR...........................................................................................
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PREFACIO................................................................................................................................
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1. ESPAÑA................................................................................................................................
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2. FEDERICO..........................................................................................................................
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3. AH, LE VERT PARADIS...................................................................................................
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4. LAS VOCES DEL ‘39........................................................................................................
61
5. LOS TRES DE LA ANARQUÍA......................................................................................
69
6. JAVIER.................................................................................................................................
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7. ME ENCUENTRO CON UN FANTASMA...................................................................
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8. DIONISIO...........................................................................................................................
95
9. ILLESCAS...........................................................................................................................
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10. SEVILLA............................................................................................................................
109
1 1. CENTROIZQUIERDA....................................................................................................
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12. LA GIRALDA....................................................................................................................
125
13. MARTÍN SANTOS...........................................................................................................
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14. VITORIA............................................................................................................................
143
15. TIEMPO DE SILENCIO.................................................................................................
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16. FEDERICO........................................................................................................................
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17. LA POLÍTICA COMO EDUCACIÓN SENTIMENTAL..........................................
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Máximo Pradera
Joseba M. García Celada
MÁS VALE ROJO UNA VEZ QUE CIENTO AMARILLO Máximo Pradera
Me pide el amigo Joseba –al que conozco desde mi más tierna infancia, porque compartimos siempre la misma clase del Liceo Italiano– que escriba unas líneas sobre mis padres, ya que aparecen mencionados varias veces en este libro. La verdad es que de aquellos tempranos ´60 que evoca Rossanda, no recuerdo nada, salvo dos grises de uniforme, sentados en un banco de madera, en el recibidor de casa. DENTRO de mi casa. Mi padre estaba en arresto domiciliario y la manera que tuvo Franco de evitar que pudiera bajar siquiera a por tabaco fue meterle a la policía armada en nuestro domicilio. Por lo que luego le oí contar, muchos años más tarde, aquella debió de ser una época tan siniestra como apasionante. Mi padre me contó, por ejemplo, que una vez asistió a una cena (organizada por Domingo Dominguín, que militaba en el PCE) en el mítico chino de la calle Valverde, a la que asistieron, entre otros, Ernest Hemingway y el nazi Otto Skorzeny, que había encontrado refugio en España. Hemingway se quitó la vida en el 61, así que esta delirante velada debió de ser en el 59 o 60, cuando yo tenía un año o dos. Hemingway (¿hace falta decir que iba pasado de copas?) se pasó toda la cena tirándole los tejos a mi madre (que era muy guapa y medio italiana) por el procedimiento de decirle que le recordaba a una madonna de Piero della Francesca.
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Rossanda dice en el libro que le costaba entender a Javier Pradera, y lo atribuye exclusivamente a que él no hablaba italiano y ella entendía muy poco de español. Pero es que además mi padre siempre vocalizó fatal. Alfred Hitchcock solía decir que una vez concebida la película, rodarla era un mero trámite. Yo creo que a Javier Pradera le ocurría algo similar con el pensamiento. Una vez que tenía el argumento en la cabeza, verbalizarlo era lo de menos y descuidaba la puesta en escena. Tal vez por eso detestaba tanto hablar por teléfono. Sabía que sin la ayuda del gesto, hacerse entender por el otro era tarea de chinos. De los chinos de Valverde, sin ir más lejos. Hay mucha gente que habla de miedo y luego rascas y te das cuenta de que te ha vendido humo. Mi padre hablaba de pena, pero todo lo que salía de su boca era, como diría el también guipuchi Karlos Arguiñano, de fundamento. Javier Pradera se hizo rojo porque tuvo una caída del caballo, como San Pablo. Pero no fue camino de Damasco, sino de Las Hurdes. Si no llega a ser por el Padre Llanos, que se lo llevó de excursión a Extremadura, igual habría acabado siendo falangista, como Jaime Campmany, del que por cierto, no tenía un gran concepto. No lo consideraba un periodista, sino una especie de churrero. Comparaba su zafia pluma con una manga pastelera y siempre hablaba de la prosa grasienta del murciano. Lo cuento solo por destacar uno de los grandes rasgos del Javier Pradera escritor: mi padre adjetivaba de puta madre. –La España de los cincuenta era una España terrible – solía decir–. Una España con unas desigualdades sociales brutales que yo viví y comprobé de una manera muy espectacular en un campo del Servicio Universitario del Trabajo. En efecto, cuando mi padre estuvo en el pantano de Gabriel y Galán y luego en las Hurdes con otros compañeros, se le revolvió el estómago y se dijo a sí mismo–: Esto no se puede consentir. Pradera tuvo en los años cincuenta una reacción similar a la de nuestra generación en los ochenta, cuando leímos primero y vimos en la pantalla después, Los Santos Inocentes, la magistral
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novela de Miguel Delibes, llevada más tarde al cine, de forma no menos magistral, por Mario Camus. Es imposible no hacerte de izquierdas cuando ves al Señorito Iván tratando a Paco el Bajo como si fuera un perro. Mi padre debió de asistir en Las Hurdes a escenas similares. Sin duda se encontró con algún Azarías maltratado, con una Niña Chica abandonada a su suerte, y con una Régula teniendo que humillar la cabeza a todas horas para decir a mandar, Sra. Marquesa, que pa´ eso estamos. El Glorioso Alzamiento Nacional, cuyo pretexto fue salvar a España para restituir la paz y el orden y acabar con el marxismo, no fue en realidad más que un simple y vulgar saqueo. Una rapiña atroz. Media España se quedó, a punta de pistola, con el dinero y las propiedades de la otra media. Hay una frase que mi padre escuchaba a menudo en el PCE, en aquellos años de acero que evoca Rossanda en su libro. Una frase de la que se mofó toda su vida: más vale estar equivocado dentro del Partido que tener razón fuera de él. Es la versión estalinista del ¡muera la inteligencia! de Millán Astray. Decía F. Scott Fitzgerald – de quien Pradera publicó varios libros en Alianza Editorial – que la prueba de una inteligencia de primera clase reside en la capacidad de retener en la mente dos ideas opuestas al mismo tiempo sin que se pierda por ello capacidad de funcionamiento. Uno debiera, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a cambiarlas. Pradera siempre antepuso la inteligencia, entendida como búsqueda de la verdad, a cualquier otro valor humano. Estoy convencido de que por eso conectó tan bien con Rossana Rossanda. Compartían los mismos valores. O quién sabe si no fue la propia Rossana, diez años mayor que mi padre, y por tanto con gran capacidad de influir en él, la que le inculcó esa manera de estar en la vida. Amicus Plato, sed magis amiga veritas – decía Aristóteles. Pues bien, por ser más amigo de la verdad que de Platón, Javier Pradera puso fin a muchas amistades. O si no acabó con ellas, al menos las puso en serio peligro. Viene esto a cuento porque la más popular versión de qué es un amigo para ti, va en sentido totalmen-
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te opuesto y es de tipo mafioso: un amigo es esa persona que te despierta a las tres de la mañana diciéndote que tiene un cadáver en el maletero del coche y al que tú lo único que le preguntas es dónde quieres que te ayude a enterrarlo. Con Jorge Semprún, por ejemplo, que lo había metido en el PCE y que para mi padre (y mi madre) era poco menos que un superhéroe de la Marvel, se peleó a propósito de la Huelga Nacional Pacífica en el 59, luego se hizo amigo otra vez cuando Carrillo lo expulsó del Partido, sufrió un nuevo encontronazo cuando Jorge publicó la autoindulgente Autobiografía de Federico Sanchez y acabaron siendo amigos otra vez en los ochenta, esta vez ya para siempre, como en la canción de Los Manolos. Pradera, haciendo honor a Scott Fitzgerald, se rebeló ante los disparatados diagnósticos políticos que llegaban a Madrid desde el Comité Central en París (como luego se plantó Rossanda ante Togliatti por la invasión soviética de Checoslovaquia). Y aunque probablemente sabía que era malgastar tiempo y energías, intentó hacer entrar en razón a los herrados (sic por la h, porque más parecían cuadrúpedos que homo sapiens). Lo único que consiguió es que Pasionaria dijera de él y de sus amiguitos, Semprún y a Claudín, que eran unos cabeza de chorlito. Mi padre y Rossana Rossanda encarnan la mejor versión de la izquierda que conozco: aquella que la define como la permanente rebelión contra el abuso. El abuso puede ser de todo tipo. Desde físico, como cuando un maltratador golpea a una mujer o a un niño, a moral, si tu Secretario General intenta que le des la razón por el simple hecho de que es tu jefe. Pradera compartía con Rossanda una incapacidad casi ontológica, visceral, para comulgar con ruedas de molino: no tragó ni en el PCE (cuando Carrillo expulsó a Claudín y a Semprún por llevarle la contraria), ni en Alianza Editorial (cuando Diego Hidalgo quiso desnaturalizar el proyecto que tanto le había costado sacar adelante), ni en El País (cuando Juan Luis Cebrián se volvió loco, y sacó a bolsa el periódico, creyendo que era Gordon Gekko). A su cuñado, Chicho Sánchez Ferlosio, que ya andaba cantando Los dos gallos cuando Rossanda vino a Madrid, le pasó tres
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cuartos de lo mismo. Se metió en el PCE, luego se hizo prochino, y cuando se dio cuenta de que los partidos son organizaciones que reprimen el pensamiento libre y creativo, dejó la militancia de cualquier tipo y se dedicó, como él gustaba decir, a verlas venir. Una vez le oí contar a Rafael Sánchez Ferlosio la razón por la que él también abominaba de los partidos políticos. En un partido, uno no se maneja con ideas, sino con ideologías. La ideología es un pack de ideas, como una cesta de Navidad envuelta en lustroso celofán. Hay chorizo, peladillas, latas de espárragos, mazapán, polvorones. Pero claro, no puedes ponerte a sacar de la cesta lo que no te gusta y quedarte solo con lo que sí. Con una ideología pasa lo mismo. Has de aceptar tanto las ideas sensatas como las delirantes. Tienes que tragar con la cesta entera. Para un intelectual de verdad, eso resulta inaceptable. ¿Cómo dice el refrán? Más vale rojo una vez que ciento amarillo. Gracias Rossanda, y gracias, Pradera, por haber preferido siempre el rojo al amarillo. Tanto en la vida como en el periodismo.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR Joseba M. García Celada
“Un Viaggio Inutile” ha sido para mí un descubrimiento reciente. En septiembre, al conocer la muerte de Rossana Rossanda, seguí los numerosos recuerdos que recogió Il Manifesto y busqué por las redes qué me había perdido de su trayectoria. Entre los resultados me sorprendió, por mi desconocimiento al respecto, esta temprana relación con los movimientos políticos en el Estado Español. Para una persona, como yo, con vínculos desde la infancia con Italia y para quien la formación de su pensamiento filosófico y político en las postrimerías del franquismo estuvo muy vinculada a la evolución política italiana de los años 70, (al haber estudiado en el LIM, Liceo Italiano de Madrid), este libro que ahora prologo, me resultó especialmente llamativo. Había seguido la trayectoria de Rossanda y las vicisitudes de Il Manifesto, como el guion de una posición crítica de izquierdas, del marxismo desde la raíz del Manifiesto originario, unos posicionamientos que no tuvieron correspondencia con los que se vieron en los partidos antifranquistas. Hubo, desde luego, alguna disidencia respecto de la ortodoxia del PCE, como las que se rememoran en este libro, de Semprún, Claudín y Pradera, pero sólo son parcialmente comparables al movimiento que impulsó el partido-periódico que supuso Il Manifesto.
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Joseba M. García Celada
Un Viaggio Inutile nos sitúa en un momento muy temprano del inicio del cambio por agotamiento del régimen franquista. Una época de la que poco se suele hablar y en un ambiente que se va disolviendo en la memoria colectiva hasta parecer un tanto irreal. Los protagonistas del relato han desaparecido del contexto político, incluso mucho antes de que lo hicieran físicamente, y alguno puede resultarle totalmente desconocido al lector a pesar de su relevancia en aquel momento. Más allá de las anécdotas bien relatadas, en el peculiar estilo de Rossana Rossanda, a veces intimista, en ocasiones hasta poético, resulta atractiva su visión crítica y aguda, no obstante la corta duración del viaje, sus acotaciones con referencias a lo que sucedió después, no dejando de ser “la mirada del otro”, no necesariamente compartida en todos sus extremos, pero que siempre supone generar una inquietud que llama a la reflexión. ¿Fue, de verdad, Un Viaje Inútil? La autora acaba confesando que no, una aportación a la construcción de su pensamiento, una cura frente al apriorismo y los prejuicios doctrinarios, pero sí parece haberlo sido para el propósito de la misión. La convención de Roma acabó pasando desapercibida, es difícil rastrear la más mínima referencia, se vio eclipsada por el impacto del “Contubernio de Munich”, la huelga de Asturias, pocos días después del viaje, y la ejecución de Julián Grimau, detenido en noviembre de 1962 y ejecutado al año siguiente. No sirvió para crear una unidad de acción entre unos grupos de oposición al franquismo (qué acertada sigue siendo como síntoma, incluso hoy en día, la apreciación que, con extrañeza, hace la autora de que en España casi nadie llama fascismo al franquismo, alejándose de la concepción transversal europea del antifascismo) que seguirían divididos hasta la muerte de Franco, trece años después, en las dos agrupaciones, la Junta Democrática, impulsada por el PCE y la Plataforma de Convergencia Democrática, impulsada por el PSOE, hasta la creación de Coordinación Democrática (conocida como la Platajunta) en marzo de 1976 y el I (y único) Congreso de Reforma Democrática celebrado en el hotel Eurobuilding de Madrid el 29 de diciembre de 1976.
Prólogo del traductor
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Tampoco cambió el planteamiento del PSOE, ya sin Llopis, de alejamiento respecto del PCE, que no de los comunistas, pues la Plataforma de Convergencia Democrática incluía a partidos de inspiración maoísta, como el MCE o la ORT, (a cambio, en la Junta Democrática participaban partidos socialistas: el PSP y la Alianza Socialista de Andalucía). Quedaba más al descubierto lo ya percibido por Rossana, no se trataba de una cuestión ideológica, sino del papel hegemónico pretendido, lo que contraponía al PSOE (inexistente hasta la transición) con el PCE. El estilo de ambas agrupaciones también fue muy distinto en la práctica, mientras que la Junta Democrática tuvo un papel movilizador y se constituyeron Juntas Democráticas en todas las ciudades, la Plataforma de Convergencia Democrática no tuvo estructura territorial ni impulsó movilizaciones. También se verificó otra intuición de Rossanda sobre la marginalidad que para la oposición antifranquista tenían en realidad las “cuestiones nacionales”, ningún partido de esos ámbitos participó en las plataformas “unitarias” y sólo se incorporaron, a última hora, al Congreso de Reforma Democrática. En el PCE las voces divergentes que Rossanda detecta acabarán siendo expulsadas, porque el PCE seguirá sin querer escuchar a quienes ponen de manifiesto una realidad que no responde a sus esquemas, en buena medida pensados desde el exterior, lejos de la realidad social. Una situación que la propia autora vivirá con su marginación del PCI, en un contexto diferente, pero con la misma visión doctrinaria del partido. Es llamativo que el relato que contiene el libro se acometa muchos años después del viaje, por una Rossana Rossanda que pensaba que “no hay “lecciones” que atesorar a la hora de prepararse para las luchas futuras”, pero que, como recoge una entrevista que le hizo Marco Manzani en enero de 2006, también piensa que “sin memoria no tendremos conocimiento del presente”, “sin el antes no se puede entender el hoy. La memoria es algo vivo, que sigue moviéndose dentro de nosotros y para mi generación, la memoria significa recordarnos que lo que ha sucedido puede volver a suceder”, con la convicción de que “hay que redimir a los vencidos, la memoria es el rastro de un pasado que no termina nunca, hay y habrá dominantes y dominados”.
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Joseba M. García Celada
Rossana Rossanda, La Raggazza del Secolo Scorso, la muchacha del siglo pasado, como ella misma escribió, no dejará de luchar y organizar tras ser apartada del PCI, en el que creía y del que voluntariamente no iba a salir. Cuando Il Manifesto pase de ser un semanario a convertirse en un diario, Rossanda se convertirá en la primera mujer que dirige un periódico, “aquella dirección femenina, tan distinta, con autoridad pero nunca autoritaria”, como dijo Silvia Vegetti Finzi en su recuerdo. Porque Rossana se hizo feminista, feminista y comunista, decía que el feminismo había ido a la raíz de todas las formas de dominación, al entrar en las aguas insondables de la persona. Es lo que cabía esperar de quién estuvo atenta a la realidad social a lo largo del tiempo y fue capaz de cambiar su análisis en función de su comprensión de la misma. Así, su crítica en la revista Rinascita sobre el “tercermundismo”, considerándolo una desviación, una distracción respecto de la lucha de clases, evolucionó hasta considerar, en Il Manifesto, que el llamado Tercer Mundo requiere máxima atención, reflexiones e incluso intervención, llegará a preguntarle a Franco Borelli, periodista y militante en el apoyo a la independencia de Argelia y a otros movimientos africanos: “¿Según tú, en África resulta más negativo, gravoso y paralizante el yugo del neocolonialismo norteamericano o el de los nuevos zares de la URSS, para la autonomía y el desarrollo de los pueblos y de las naciones?”. Así, en 1972, el movimiento político que representa Il Manifesto, atrae a buena parte del movimiento estudiantil, a un planteamiento que busca reconciliar en el comunismo las ideas de libertad e igualdad, al que se sumarán en los ’80 parados, pacifistas, ecologistas y la medicina democrática, junto con la disidencia católica y una parte de Avanguardia Operaia. Siempre estará Rossanda, hasta el final de su vida, participando en las movilizaciones del movimiento obrero, incluso enfrentándose a los sindicatos, como en el caso de la Montendison de Castellanza, con los trabajadores despedidos y expulsados del sindicato, que había pactado con la patronal, y que tuvieron que ser readmitidos.
Prólogo del traductor
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Rossanda encarnó en algún momento el sueño de la primera mujer secretaria general del PCI, pero su oposición a la represión de la Primavera de Praga (1968), llevó su la expulsión del PCI y también al desprestigio del partido que, tras apoyar a Dubceck, después le dejaría solo y apoyaría a la URSS. Un año después, Il Manifesto mensual saldrá con el editorial “Praga é sola”. Muchos años después Alessandro Natta pediría perdón por aquella expulsión, por la visión cerrada y burocrática de las sociedades revolucionarias que había esclerotizado a un partido alejado de la amplia visión de un Togliatti que, en cambio, conocedor de su visión crítica, la puso al frente de la coordinación de los intelectuales y artistas y le encomienda la misión reflejada en este libro. En 1977 Rossana, Il Manifesto partido coaligado con el Partido de Unidad Proletaria, impulsará la Convención de Venecia sobre Poder y Oposición en las Sociedades Postrevolucionarias, un hito en el pensamiento de la izquierda europea. Otras incomprensiones encontraría el libre pensamiento de Rossana al manifestarse ante el secuestro y asesinato de Aldo Moro. Su posición ante aquellos acontecimientos, aún no plenamente aclarados, le llevó a polemizar con muchos sectores, recibiendo agrias respuestas, al apostar por la negociación frente a la firmeza preconizada por la Democracia Cristiana y el PCI (y hasta por el mismo Papa, lo que no deja de hacer más inquietante aún todo lo que rodeó a aquel suceso), como volvería a hacerlo ante el secuestro del juez d’Urso. Su razonamiento en el “Album di Famiglia”, publicado en Il Manifesto, dio lugar a torcidas e interesadas interpretaciones de su afirmación de que la renuncia a espacios de la izquierda por parte del PCI en aquellos años, era lo que había convertido a las Brigadas Rojas en inmerecidas interlocutoras políticas. La rotundidad de su posición contra el partido armado y el terrorismo como método de lucha, no fue óbice para su disposición a escuchar a todo el mundo, a apoyar la posibilidad de la disociación de los antiguos brigadistas, a la vez que se opuso a la legislación de “i pentiti”.
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Joseba M. García Celada
No siempre acertó y su optimismo ante los movimientos de la Polonia de Walesa o los cambios de Gorbachov no se vio confirmado por los resultados. Conocí a Rossana Rossanda en 1983, junto a Luigi Ferrajoli, en la UIMP, siendo un recién licenciado que asistía al curso “Libertades públicas y razón de Estado”. Las cosas habían transcurrido en buena medida como previó Rossana en 1962, la derecha no franquista había sufrido un duro revés, pues la democracia cristiana, a pesar de presentarse agrupada, se vio totalmente eclipsada por la derecha que desde dentro del franquismo había pilotado el cambio (salvo en el caso del Partido Nacionalista Vasco y de Unió Democrática de Catalunya, miembros del Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español, pero que concurrieron por su cuenta ya a las primeras elecciones y obtuvieron buenos resultados). El PSOE acababa de culminar el proceso hacia su buscada hegemonía, llegando a ser partido gobernante (nuevamente el “Mercado Común” y la OTAN jugaron su papel) y el PCE continuó con el declive general de la izquierda. Las cosas, como en el relato de Rossanda, eran un poco diferentes en Cataluña y en Euskal Herria. Era el año en que empezaron las acciones del GAL, pronto vendría el “gato negro o gato blanco, lo que importa es que cace ratones”; pero en aquel curso se oyó al magistrado Clemente Auger decir que la Audiencia Nacional era un tribunal inconstitucional, al entonces presidente del Tribunal supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Federico Sainz de Robles, afirmar que “en un Estado de derecho, de las características del nuestro, no hay sitio para la razón de estado”, rematando el entonces Ministro de Justicia, Fernando Ledesma, que resulta inadmisible el enfrentamiento entre razones de Estado y derechos fundamentales, pues “la única razón que justifica la existencia del Estado, el único fundamento legítimo del Estado democrático, debe ser posibilitar la defensa, protección y amparo de los derechos fundamentales”. Eso no había sido exactamente así en los ocho años anteriores, pero tampoco se confirmó aquel prometedor horizonte que parecía abrirse a partir de estas palabras.